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APUNTES SOBRE EL MÉTODO VER-JUZGAR-ACTUAR
A PROPÓSITO DEL ACONTECIMIENTO DE APARECIDA
En estos apuntes deseo ofrecer algunos elementos, que considero importantes y
originales, sobre el método ver-juzgar-actuar. Esos elementos fueron apareciendo
durante la preparación y celebración de la V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y El Caribe. Procuraré destacar, sobre todo, aquello que favoreció la
recuperación de la plena fecundidad de este método y su implementación en la reunión
de Aparecida. De los tres pasos que lo componen, me propongo darle más espacio al
“ver”, puesto que fue precisamente ese paso el que motivó las reflexiones más
favorables para que el método recuperara su plena validez.
El hilo conductor de estos apuntes será el relato de los momentos significativos
en la preparación y desarrollo de la V Conferencia. A través de ellos veremos cómo se
fueron poniendo los presupuestos para la reflexión (2); cómo se discutió explícitamente
el método en la preparación del Documento de Participación (3); y cómo fue
enriquecido por la reflexión de la comunidad eclesial, que escucha discipularmente al
Espíritu en la realización de Aparecida (4).
1. Un método purificado por la crisis
Recordemos, brevemente, que este método fue objeto de diversas discusiones
durante las últimas décadas. Después de haberse utilizado en Medellín y Puebla, no se
usó en Santo Domingo. A pesar de haber surgido en un ambiente católico, a mediados
del siglo pasado, y de haber sido utilizado en el Concilio Vaticano II, con el correr del
tiempo fue objetado, desde algunos sectores de la Iglesia, como un método que, en la
práctica, se había secularizado. Consecuencia de esa secularización fue la pérdida de la
visión creyente de la realidad, al punto tal que la mirada sobre la misma se reducía a la
información que proporcionaban exclusivamente las ciencias humanas1
. Sin embargo,
en Aparecida se recogieron muchas voces, venidas de todo el Continente, afirmando que
este método ha colaborado a vivir más intensamente nuestra vocación y misión en la
Iglesia2
.
De todos modos, a pesar de las discusiones que se suscitaron sobre el uso de este
método con ocasión de Aparecida, o tal vez gracias a ellas, no hubo, en realidad, una
opinión radicalmente contraria a su utilización, sino objeciones sobre un cierto
reduccionismo e ideologización, que acompañaron su práctica en algunos sectores
eclesiales latinoamericanos. Al decir verdad, dichas objeciones resultaron muy útiles,
porque sirvieron para profundizar la mirada creyente sobre la realidad y recuperar, así,
la práctica cristiana de este método. Por eso, se llegó a la celebración de Aparecida,
revalorizándolo e incorporándolo como método que permite articular, de modo
sistemático, la perspectiva creyente de la realidad; la asunción de criterios que
provienen de la fe y de la razón y, en consecuencia, el vivir, sentir, querer y actuar como
discípulos misioneros de Jesucristo3
.
1
Recordemos de este período las dos Instrucciones de la CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI,
Libertatis nuntius, en AAS 76 (1984) 876-909 y Libertatis conscientia, en AAS 79 (1987) 554-599.
2
Cf. Documento Conclusivo, n. 19
3
Cf. Ibídem, n. 19
2
2. Tres premisas constitutivas del método
2.1. El discernimiento en comunión y participación
Para introducir el tema, me parece oportuno recordar que en mayo del 2001, la
Asamblea Ordinaria del CELAM, celebrada en Caracas, aprobó casi por unanimidad la
propuesta de pedir al Santo Padre la celebración de una próxima Conferencia General y
se realizó un primer sondeo sobre el tema. Hubo diversas proposiciones, pero como no
era todavía el momento de definir temas, se dejó la cuestión para más adelante. Lo
mismo sucedió con la propuesta de la Conferencia General, que se dejó para el período
siguiente del CELAM. Con esta referencia histórica sobre los primeros pasos hacia la V
Conferencia General, quisiera destacar algunos aspectos metodológicos que merecen
atención, aún cuando en ese momento no se haya planteado explícitamente la cuestión
del método.
En primer lugar, el discernimiento, practicado por los obispos en comunión
colegial sobre la necesidad y oportunidad de una reunión episcopal, es un dato que
conviene rescatar para la cuestión del método. Este ejercicio de discernimiento y de
comunión, fue una constante en todas las reuniones episcopales que se realizaron sea en
preparación de Aparecida, sea durante los días de su realización. En este contexto,
considero también de capital importancia el ejercicio de discernimiento, en comunión
con la Pontificia Comisión para América Latina y la Secretaría de Estado, que se llevó a
cabo para estudiar no sólo si era el momento de realizar una nueva Conferencia General,
sino también su misma vigencia. El punto máximo del discernimiento se alcanzó con las
palabras pronunciadas por el venerado Juan Pablo II, y luego por Su Santidad Benedicto
XVI en favor de esta reunión episcopal. Este clima de discernimiento en comunión,
cuyo ejercicio fue experimentado luego durante todo el proceso de Aparecida, es un
dato muy importante para comprender la dinámica comunitaria y participativa general
de la V Conferencia, y en este ámbito, el método ver-juzgar y actuar, en particular.
En segundo lugar, el hecho de la casi unanimidad de opiniones a favor de un
acontecimiento de esa naturaleza, resulta también importante. La unidad episcopal, el
discernimiento en comunión y la unanimidad en los acuerdos, que reflejaban un amplio
consenso sobre la necesidad de una Conferencia General, ya nos estaban colocando
sobre los primeros pasos del método. En el ambiente se percibía la necesidad de
comunión, de integración, y de trabajar nuevas síntesis, ante una realidad que se
revelaba con graves síntomas de fragmentación, sobre todo de significado y de sentido.
Con el correr del tiempo, se fue verificando cada vez más el ambiente de comunión y de
unidad entre los obispos y de otros que colaboraron en la preparación de la V
Conferencia.
En tercer lugar, desde los comienzos de esta Conferencia, se quiso abrir al
máximo la participación de todos en todas las etapas del proceso, primero en la fase de
preparación y, después, en la de realización. Se insistió en la dimensión comunitaria de
la participación, al punto que todo fiel cristiano podía contribuir al tema con su
experiencia de fe y su reflexión, a condición de que estuviera inserto en alguno de los
niveles de la comunidad eclesial: comunidades locales, diocesanas y organismos de las
conferencias episcopales, e instituciones continentales con alguna vinculación eclesial.
Así se establecía, al interior de la comunidad eclesial, el criterio de una efectiva
inserción en la comunidad, como condición para participar. Además, con el afán de que
nadie quedara excluido y para poder alcanzar a los sectores más sencillos de nuestro
3
pueblo, se confeccionaron fichas didácticas para facilitar la comprensión del primer
texto4
, y se propusieron dinámicas para motivar la más amplia y eficiente participación
de los miembros. Para ser fieles al espíritu comunitario y eclesial que se estableció para
trabajar el Documento de Participación y las Fichas, se propuso recoger las
aportaciones mediante síntesis que se elaboraran en las Iglesias particulares y luego en
la Conferencia Episcopal. Se evitó expresamente la creación de un gran laboratorio de
expertos, que recogiera directamente los aportes de las comunidades. Un equipo de
peritos, respetando la riqueza y diversidad que ofrecían las conferencias episcopales,
realizó la síntesis de sus contribuciones, cuyo resultado fue el Documento de Síntesis.
Hay que añadir, que ese texto, junto con las síntesis completas de las Conferencias
Episcopales, más otros aportes particulares y los subsidios que resultaron de muchos
encuentros, congresos y seminarios realizados a nivel continental, fueron entregados a
todos los participantes de la V Conferencia, con la intención de que no se perdiera nada
de las valiosas contribuciones que llegaron de todos los sectores de la región.
Y en cuarto lugar, el desarrollo de la Asamblea de Aparecida logró una
participación muy amplia y de muy alto nivel. En realidad, el tema de la participación a
lo largo de todo el proceso de la V Conferencia merecería un capítulo aparte. Sin
embargo, recordaría, por ejemplo, que la dinámica de trabajo de la Asamblea fue
elaborada, como propuesta para la Asamblea, con la participación de todos Presidentes
de Conferencias Episcopales de América Latina y El Caribe. Esa dinámica establecía,
entre otras cosas, que todos los asambleístas participaran en la elaboración del esquema
de trabajo y la metodología para los días subsiguientes e identificaran los grandes temas.
Expresamente, para asegurar la participación de todos, no se quiso partir de un
documento de trabajo o de un esquema previamente establecido. La misma Asamblea,
en espíritu de diálogo, de escucha y de apertura a todas las opiniones, avanzó en la
construcción de su propia dinámica de trabajo, de metodología y en la elaboración de un
pensamiento común; el recurso a la informática hizo posible la participación, en tiempo
real, de muchas personas que enviaban sus aportes a través de los participantes durante
las jornadas de Aparecida. El lugar propio para el discernimiento de esos aportes y de
los que provenían de los participantes mismos, era el espacio comunitario de las
Comisiones de trabajo en la Asamblea y la Asamblea misma. El espíritu participativo
que se logró en Aparecida, no fue un hecho aislado o un fenómeno espontáneo, sino
consecuencia del espíritu de oración, de comunión y de búsqueda en común, que
precedieron aquellas memorables jornadas.
Por último, el Santuario de Nuestra Señora Aparecida nos brindó un contexto
espiritual y una vivencia de fe muy valiosos, mediante el encuentro diario con los
numerosos peregrinos, porque se contaban por decenas de miles, la gran mayoría de
condición humilde, sencillos, entusiastas, amantes de la Virgen, identificados con la
Iglesia, participando con indecible gozo en las eucaristías diarias y contagiándonos la
transparencia y fortaleza de su fe, su esperanza y su amor. Esta experiencia de
comunión espiritual con nuestro pueblo, nos ha dado luz para profundizar con realismo
en la comprensión cristiana del método ver-juzgar-actuar.
2.2. La fe como presupuesto
4
Se trata del Documento de Participación y las Fichas de trabajo, que se distribuyeron en toda la región
con la finalidad de motivar la participación y la comunión de todos los sectores del Pueblo de Dios y
conducirlos a un mayor compromiso misionero.
4
A propósito de la comprensión cristiana de nuestro método, rescatemos de
entrada un aspecto esencial de la experiencia de fe vivida con motivo de Aparecida.
Dijimos que tanto su preparación, como realización, fue una rica experiencia de
comunión y participación. Hicimos un camino juntos, nos encontramos con nuestro
pueblo creyente, vivimos con ellos y en nuestros trabajos la alegría de ser cristianos,
discernimos el momento presente profundamente agradecidos a Dios, que nos ama en
Jesús hasta el extremo de dar la vida, nos hace Iglesia y nos envía a la misión. Y
también, gravemente preocupados por las incoherencias de los que creemos en Cristo y
por el daño inmenso que sufre la mayoría de nuestro pueblo, atropellado en sus
legítimos derechos a una vida digna y plena. La experiencia cristiana que compartimos
y en la que nos encontramos impulsados a la misión, nos hizo sentir que hay algo más,
que es anterior y más grande, que nos precede y acompaña, que no fue meramente
resultado de nuestros esfuerzos, sino verdadera experiencia de gratuidad. Ese “algo
más”, que es “anterior” y “más grande”, es Dios, la “realidad fundante”, como lo definió
el Papa Benedicto XVI en el Discurso Inaugural de Aparecida, vale decir, es el
contenido existencial cristiano que da razón y sentido al camino que hicimos juntos.
Si es verdad que “el método se hace contenido”, así como “el camino se hace al
andar”, también es verdad que no todo el contenido es meramente resultado del método,
como tampoco todo el camino se hace sólo al andar. Hay “contenido” que precede al
método y que hace posible que éste se convierta en original y único. Como también hay
“camino” y precisamente porque lo hay, son posibles muchos “andares” particulares,
originales y únicos, con reales posibilidades de convergencia y de comunión. Vistas las
cosas desde el método, o si se prefiere, desde la imagen del andar, “el método” o el
“andar” en ejercicio ofrecen elementos nuevos al contenido o al camino, para que éstos
puedan “recrearse en fidelidad”. Si toda la verdad estuviera reducida al hecho de que “el
método se hace contenido”, entonces, en rigor, no habría ni método ni contenido, es
decir, no habría ni verdad ni camino. Todo se reduciría a innumerables métodos y
caminos, sin posibilidades de verdadera convergencia y comunión. A lo sumo, se podría
aspirar a construcciones parciales y transitorias, sujetas a consensos débiles y casi
inevitablemente excluyentes. Si no hay un “contenido” que funde el método y que
ambos se enriquezcan continuamente en el ejercicio, es decir “al andar”, el método
dramáticamente se convierte en una propuesta fragmentada y con horizontes reducidos.
El contenido otorga idoneidad al método, siempre y cuando el método esté en función
del contenido y no a la inversa. Habría que añadir también que el contenido no es una
especie de “amo y señor” del método, sino que debe cultivar respecto de éste una
“conducta de apertura, de diálogo y de comunión”, para que en el camino pueda
“recrearse en fidelidad”.
Ahondando un poco más en este punto, que considero muy importante,
recordemos el aporte que ofreció el Papa Benedicto XVI al tema de Aparecida. Al Santo
Padre se debe la inclusión “en él” –“… para que nuestros pueblos en él tengan vida”– y
la cita evangélica de Jn 14, 6: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Con esta
contribución, el tema adquirió un claro y definitivo fundamento cristológico. Jesucristo
es el “contenido” y el “método”, el fundamento que precede nuestros caminos, quien los
hace verdaderos y les otorga su vida. El creyente vive, piensa, siente, actúa, alaba,
adora, sufre y se alegra “por él, con él y en él”. Por eso, su existencia es esencialmente,
existencia eucarística, es decir, existencia en alianza. Este fundamento hace que el
creyente experimente su existencia en comunión, a tal punto que no puede ver, juzgar y
actuar sino es en comunión. Lo mismo debe afirmarse de la comunidad de creyentes. En
este sentido, cabe mencionar aquí, aún cuando nos adelantemos un poco, lo que dijo el
5
Papa en su Discurso Inaugural en Aparecida: “Dios es la realidad fundante. No un Dios
sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano; es el Dios-con-nosotros, es el
Dios del amor hasta la cruz”.
En el Documento Conclusivo, encontramos otras referencias al método que
aportan elementos, sobre todo bíblicos, para enriquecer la visión y experiencia creyente
de la realidad5
. En este sentido, veamos un breve texto que habla acerca de una “síntesis
única del método cristiano”: El evangelista Juan nos ha dejado plasmado el impacto
que produjo la persona de Jesús en los dos primeros discípulos que lo encontraron,
Juan y Andrés. Todo comienza con una pregunta: “¿qué buscan?” (Jn 1, 38). A esa
pregunta siguió la invitación a vivir una experiencia: “vengan y lo verán” (Jn 1, 39).
Esta narración permanecerá en la historia como síntesis única del método cristiano6
.
Aquí subyace un inmenso caudal teológico de enorme proyección pastoral, que resulta
útil a nuestro propósito, en cuanto nos proporciona los elementos fundamentales que le
devolvieron la claridad y fuerza cristiana que tuvo nuestro método en sus orígenes.
2.3. El discípulo sujeto de la reflexión
Con esta breve incursión sobre la cuestión del método, volvamos a la historia de
los comienzos de la V Conferencia. Los datos que habíamos relevado: la unidad y
comunión episcopal y el discernimiento, nos revelan algo del “contenido” que antecede
al camino que se había empezado a transitar en la preparación de Aparecida. Ese
contenido está conformado por la experiencia de fe, vivida en comunión eclesial, que
precedió y fundó, iluminó, orientó y acompañó, tanto el camino de preparación, como el
camino de celebración de la V Conferencia. En este sentido, podemos afirmar que la
experiencia eclesial de fe es el contenido existencial que actúa en el devenir
metodológico antes, durante y después.
Veamos otro dato de los comienzos que nos ilustra sobre el particular. En
febrero de 2004, con ocasión de la celebración del 25º aniversario de Puebla, los
Presidentes de las 22 Conferencias Episcopales de América Latina y El Caribe,
reflexionaron sobre el cambio que había experimentado el mundo y la Iglesia en
América Latina. Así se quiso comprobar la necesidad y la novedad de los retos que
enfrentaría la V Conferencia. El Cardenal Dom Cláudio Hummes nos acompañó en esta
reflexión. También le pedimos a Mons. Jorge Jiménez, ex Presidente del CELAM, que
nos hiciera presente el recorrido de las Conferencias Generales anteriores. Es decir,
partimos del “ver”. Después, nos repartimos en cuatro comisiones, y todas ellas
propusieron por unanimidad que el gran tema de la próxima Conferencia General tenía
que ser el discipulado. No fue una deducción a partir de los grandes desafíos que
surgieron de una situación muy diferente de la vivida en la Conferencia de Puebla, sino
5
Miramos a Jesús, el Maestro que formó personalmente a sus apóstoles y discípulos. Cristo nos da el
método: “Vengan y vean” (Jn 1, 39), “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). (Documento
Conclusivo, n. 276).
“Jesús, al inicio de su ministerio, elige a los doce para vivir en comunión con Él (cf. Mc 3, 14). Para
favorecer la comunión y evaluar la misión, Jesús les pide: “Vengan ustedes solos a un lugar deshabitado,
para descansar un poco” (Mc 6, 31-32). En otras oportunidades, se encontrará con ellos para explicarles el
misterio del Reino (cf. Mc. 4, 11.33-34). De la misma manera se comporta con el grupo de los setenta y
dos discípulos (cf. Lc 10, 17-20). Al parecer, el encuentro a solas indica que Jesús quiere hablarles al
corazón (cf. Os 2, 14). Hoy, también el encuentro de los discípulos con Jesús en la intimidad es
indispensable para alimentar la vida comunitaria y la actividad misionera” (Documento Conclusivo, n.
154).
6
Ibídem, n. 244
6
más bien una intuición profética. El acento estaba decididamente colocado sobre el
sujeto7
. Éste debía profundizar su experiencia de encuentro con el Señor, reconstruir su
identidad de discípulo, insertarse en la comunidad eclesial y renovar su impulso
misionero, para responder a los grandes desafíos del tiempo presente. La necesidad de
“llegar con profundidad a la persona que se encuentra con el Señor” hace referencia a
ese “contenido existencial”, esa “experiencia primera” sin la cual no es posible dar
ningún paso en el camino cristiano. Se trata de recrear la experiencia de Dios que nos
amó primero, de dejarse reconciliar por él y de ser evangelizados de nuevo.
3. La elaboración del Documento de Participación
3.1. La discusión sobre el método
Luego del acuerdo que hubo sobre el tema del discipulado, se precisaron los
grandes desafíos del tiempo presente y se enunciaron los principales núcleos teológico-
pastorales relativos el tema. La cuestión del método comenzaba a emerger, aun cuando
todavía no se había planteado en forma explícita. El primer escrito que se elaboró con el
tema del discipulado, con sus núcleos teológico-pastorales y los principales desafíos a
los que debía responder8
, dejaba entrever que en la práctica se estaba utilizando el
clásico método ver-juzgar-actuar, con cierta libertad, lo cual insinuaba, ya desde
entonces, que no había opiniones unánimes sobre la implementación del método. Creo
que en ningún momento se cuestionó el método como tal. Sin embargo, como ya
señalamos, hubo diversas opiniones y experiencias sobre el modo cómo se había
empleado este método en algunos ambientes eclesiales de América Latina. Esta alerta
sobre el método hizo posible luego una reflexión más detenida sobre el mismo.
Podríamos decir, que el método ver-juzgar-actuar, se empezó a utilizar en la
práctica y diría que de manera casi espontánea, desde el comienzo. Sin embargo, el
planteo explícito para su implementación se produjo en la Presidencia del CELAM, en
la Comisión Central de preparación de la V Conferencia General y en la Comisión de
Redacción del Documento de Participación, cuando hubo que sistematizar, elaborar y
redactar el material que se recogió de las contribuciones a ese documento. El primer
esquema que se manejó para trabajar sobre ese material respondía a la visión de la
realidad como primer paso, de modo que el capítulo “Al inicio del tercer milenio”
estaba ubicado antes del capítulo sobre el discipulado: “Discípulos y misioneros de
Jesucristo”.
Sin embargo, y prácticamente concluida la redacción de este documento, pareció
conveniente subrayar primero la identidad de quien mira el inicio del tercer milenio, de
manera que pase luego a juzgar y a actuar. De allí se privilegió, en la primera parte del
Documento de Participación, extensa por cierto, a rescatar primero la experiencia
7
“Mientras mantenemos las grandes metas de las Conferencias Generales anteriores con relación a la
Nueva Evangelización, vemos necesario dar un paso más y llegar con profundidad a la persona que se
encuentra con el Señor, llegar al sujeto que responderá a los grandes desafíos de nuestro tiempo. El
término discípulo, de gran riqueza bíblica, nos abre el camino evangélico y eclesial para llegar a ese
sujeto que se encuentra con Jesucristo vivo” (Documento de Participación, n. 44).
8
“Hacia una V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe”, Puebla de los
Ángeles, 19 de febrero de 2004, fue una especie de prototexto, que luego sirvió como material de
reflexión en las reuniones episcopales por regiones y en las Conferencias Episcopales del Continente,
para profundizarlo y enriquecerlo con aportaciones, que más tarde sirvieron para la elaboración del
Documento de Participación.
7
cristiana del discípulo, la belleza y felicidad de su identidad y vocación, (Capítulo I), la
bondad de esa experiencia en nuestros pueblos desde la primera evangelización hasta
nuestros días (Capítulo II), y la profundización de esa experiencia en la persona que
acepta a Jesucristo, se inserta en la comunidad eclesial y se abre a la misión (Capítulo
III). El capítulo siguiente (IV) trata sobre el tiempo presente y la responsabilidad que
tienen los discípulos-misioneros respecto de este tiempo. Recién aquí se inserta el “ver”
en los términos clásicos de los tres pasos. El último capítulo (V) se abre al actuar. El
“juzgar”, que corresponde al ejercicio de iluminar evangélicamente la realidad, está
presente en diversas partes del texto, pero sobre todo en el Capítulo III. En realidad, no
se habían seguido los pasos del método ver-juzgar-actuar, porque el primer paso lo
absorbió la preocupación sobre la idoneidad del sujeto que mira la realidad.
3.2. El uso de las ciencias humanas
Llegados a este punto, es preciso que subrayemos la importancia que tienen las
ciencias humanas para revelarnos los sorprendentes progresos que va logrando el ser
humano en el esfuerzo por humanizar su existencia y abrirle horizontes insospechados,
superando límites y mitigando sufrimientos. Pero, por otra parte, también nos sirven
para tomar conciencia y asumir responsabilidades sobre las consecuencias dramáticas de
una realidad en la cual vive el pecado, con estructuras injustas, con increencia y con
graves atropellos a la dignidad de las personas. Esta realidad aparece con todo su
dramatismo en el Documento de Participación, no siendo atenuada en nada por la visión
creyente, sino, por el contrario, ese dramatismo se vuelve más real y más objetivo
cuando es visto como un atentado al proyecto de Dios.
Probablemente, la preocupación de quienes temían que se abandonara el
tradicional método ver-juzgar-actuar, estaría fundada en el afán porque no se perdiera
nada de la situación inhumana en la que viven cientos de miles de personas. La
sospecha que recaía sobre la insistencia en la visión creyente de la realidad, era el temor
de que el sujeto de esa visión cayera en una mirada espiritualista y desencarnada de la
realidad. El Documento de Participación suscitó reacciones en ese sentido. Varios
miembros de la Comisión de Redacción de ese texto, como también miembros de las
demás instancias responsables, tenían observaciones sobre el modo de empleo de este
método, en particular acerca del primer paso que consiste en “ver la realidad”. En
efecto, no se percibía suficientemente el “contenido existencial cristiano” que debía
configurar claramente la visión creyente de la realidad. Por eso, en ese momento se
tenía la inquietud de rescatar y recrear la visión cristiana sobre los acontecimientos del
tiempo presente. Esta inquietud no se contraponía a la valoración y al necesario recurso
que se debía hacer a las ciencias humanas, indispensables y útiles para el análisis de la
realidad. Lo que se echaba de menos era un sujeto (discípulo-misionero) con una
experiencia cristiana fuerte y una profunda inserción eclesial, que supiera ver la realidad
desde su experiencia creyente, y ofreciera esa perspectiva a la sociedad, perspectiva
única y original, que sólo la persona que cree puede dar. En esto se juega la
“objetividad” del mirar creyente sobre el tiempo presente.
En el ejercicio del método hay que tener en cuenta que los tres pasos ver-juzgar-
actuar, sobre todo los dos primeros, interactúan permanentemente. No se puede ver sin
interpretar e interpretarse. Ver es interpretar, es decir, ver es hacer el esfuerzo de
comprender lo que se está viendo y, además, de interpretarse el que está viendo. Por
eso, todo análisis de la realidad es una interpretación de la misma y de los mismos que
la interpretan. Los datos estadísticos pueden ser los mismos para unos y para otros, sin
8
embargo la interpretación de esos datos y la significación para la misión de quien sigue
a Jesucristo, y las consecuencias que esa interpretación tiene para la acción, no son
necesariamente iguales para todos. Depende del “contenido existencial” del que ve e
interpreta los acontecimientos.
El “contenido existencial cristiano”, es decir, la experiencia de la persona que se
encontró con Jesucristo y la viva conciencia que adquirió y ya posee del proyecto de
Dios acerca de la humanidad y de toda la creación, tiene un contenido existencial que le
da unos elementos propios para interpretar la realidad y para comprenderse a sí mismo y
a los otros, que no los tiene el que no posee esa experiencia. Lo mismo habría que
afirmar cuando se trata de una comunidad creyente. Ésta tiene un contenido existencial
cristiano, que la lleva a ver e interpretar la realidad desde la perspectiva creyente, que
no la tiene un grupo de personas que no cree.
Por eso, es imprescindible que los cristianos aportemos a la sociedad la visión
cristiana del tiempo que nos toca vivir, porque somos sólo los creyentes en Jesucristo
los que podemos contribuir con esa especificidad propia que tiene esta visión. Creo que
no es necesario añadir que se trata de una perspectiva, que debe estar abierta al diálogo,
sobre todo cuando se trata de encontrar caminos para construir juntos una vida más justa
y más digna para todos.
3.3. Un método teológico - trinitario
La polémica que dio lugar el Documento de Participación, en algunos sectores
eclesiales sobre el método ver-juzgar-actuar, hizo posible un paso importante para
rescatar el ejercicio cristiano de este método, sobre todo, porque se sintió la necesidad
de profundizar el primer paso del ver. Como es lógico, si el primer paso está bien dado,
asegura la bondad de los pasos que siguen. Entonces, nuestro método estaba pasando
por un proceso de revisión y renovación, pero no de rechazo. Esto se pudo verificar
luego en la Comisión de Redacción, que tuvo a cargo la elaboración del Documento de
Síntesis. Si observamos el índice de este texto, vemos cómo se logra dar un paso
importante en este método. Basta con ver los títulos que corresponden a las tres partes
del documento y siguen respectivamente los pasos del método: I Miramos a nuestros
pueblos a la luz del proyecto del Padre; II Jesucristo, fuente de vida digna y plena; III El
Espíritu nos impulsa a ser discípulos misioneros. Como podemos ver, hubo incluso una
intuición original de darle una dimensión trinitaria al método, colocando el ver en
relación con la persona de Dios Padre; el juzgar con la persona de Dios Hijo; y el actuar
con la persona de Dios Espíritu Santo. Destaquemos, para nuestro propósito, el primer
título y prestemos atención al verbo mirar: se trata de ver la realidad desde Dios
(miramos a nuestros pueblos a la luz del proyecto del Padre), lo cual coloca al creyente
ante la actitud de cultivar una mirada creyente (a la luz del proyecto del Padre), sobre la
realidad latinoamericana. Es muy ilustrativo y elocuente el texto sobre el método ver-
juzgar-actuar, que encontramos en el Documento de Síntesis9
y que transcribimos a
continuación.
Este documento continúa la práctica del método “ver, juzgar y actuar”,
utilizado en anteriores Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano.
Muchas voces venidas de todo el Continente ofrecieron aportes y sugerencias en tal
sentido, afirmando que este método ha colaborado a vivir más intensamente nuestra
9
Documento de Síntesis, nn. 34-39.
9
vocación y misión en la Iglesia, ha enriquecido el trabajo teológico y pastoral, y en
general ha motivado a asumir nuestras responsabilidades ante las situaciones
concretas de nuestro continente.
Este método nos permite articular, de modo sistemático, la perspectiva
creyente de ver la realidad; la asunción de criterios que provienen de la fe y de la
razón para su discernimiento y valoración con simpatía crítica; y, en consecuencia, la
proyección del actuar como discípulos misioneros de Jesucristo. La adhesión creyente,
gozosa y confiada en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y la inserción eclesial, son
presupuestos indispensables que garantizan la pertinencia de este método.
Podemos decir que el “ver” de nuestro método está más inmediatamente
vinculado a Dios Padre. Queremos ver siempre la realidad a la luz de su proyecto
amoroso, manifestado en la creación y en la re-creación en su Hijo, Jesús. La
“mirada” y la voluntad salvíficas del Padre buscan siempre sembrar y hacer crecer la
vida, como asimismo defender la vida amenazada y resucitarla en la fuerza del Espíritu
de su Hijo.
El paso siguiente del método corresponde al momento del “juzgar”. El Verbo,
Cabeza de la Creación y del mundo redimido, y el misterio de la Iglesia son la medida
para valorar la realidad. Esto quiere decir que Jesucristo es irreductible a una mera
teoría, a una mera ética o a un mero proyecto de desarrollo humano o social. Gracias a
que nada ni nadie lo puede sustituir es que podemos proclamar con seguridad que él es
el Señor de la vida y de la historia, vencedor del misterio de iniquidad y acontecimiento
salvífico que nos hace capaces de emitir un juicio verdadero sobre la realidad, que
salvaguarde la dignidad de las personas y de los pueblos.
El último paso es el momento del “actuar”. Para el creyente, el Espíritu Santo
nos impulsa a actuar y nos señala los rumbos del querer de Dios, expresados en líneas
dinamizadoras coherentes con los clamores de nuestros pueblos y con la caridad de
Cristo que nos apremia.
La experiencia viva de la fe alimentada por la tradición y la comunión en la
Iglesia católica, fundamento imprescindible de este método, ayuda a ampliar y
profundizar la inteligencia de la realidad y el discernimiento de las situaciones,
mientras nos exige saber dar razones de la esperanza que nos anima y nos confiere la
audacia y sabiduría para actuar en bien de las personas y los pueblos. Las certezas de
la fe saben acoger todos los signos de verdad, bien y belleza que se manifiestan en
nuestra convivencia, más allá de todos los confines y pertenencias asociativas. Desde
esta perspectiva, queremos contribuir, junto con muchos hombres y mujeres, a la
búsqueda de las respuestas que demanda el actual momento histórico.
Pocos meses después, en el Documento Conclusivo se recogieron las principales
afirmaciones de lo que se ha dicho en el texto arriba citado10
.
10
“En continuidad con las anteriores Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, este
documento hace uso del método ver, juzgar y actuar. Este método implica contemplar a Dios con los
ojos de la fe a través de su Palabra revelada y el contacto vivificante de los Sacramentos, a fin de que,
en la vida cotidiana, veamos la realidad que nos circunda a la luz de su providencia, la juzguemos
según Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, y actuemos desde la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo y
Sacramento universal de salvación, en la propagación del reino de Dios, que se siembra en esta tierra y
que fructifica plenamente en el Cielo. Muchas voces, venidas de todo el Continente, ofrecieron aportes
10
Como podemos apreciar, hay una línea de continuidad en el período de
preparación y luego en la celebración de la V Conferencia General, que muestra, por
una parte, la aceptación del método ver-juzgar-actuar y, por otro lado, una cierta
discontinuidad y superación que se logra gracias a una mayor profundización e
inteligencia de la perspectiva cristiana que exige para el creyente la implementación de
este método. De esta manera, se respondía a aquella necesidad que se sentía cuando se
empezó a preparar esta Conferencia, de llegar en profundidad a la persona que se
encuentra con el Señor para que, transformada por ese encuentro, su mirada fuera en
verdad una mirada cristiana.
4. La opción metodológica tomada en Aparecida
4.1. La necesidad de explicitar la perspectiva
Hay otro dato más, que complementa lo que estamos diciendo, y ayuda a la
comprensión integral del mensaje de Aparecida. La necesidad de plantearse una visión
de la realidad con ojos y corazón de discípulos de Jesucristo se hizo presente, de manera
determinante, en una de las votaciones finales de la Asamblea. La comisión de
redacción ya había entregado la tercera redacción del documento. En la primera parte,
después de la introducción, y antes de proceder a “La mirada de los discípulos
misioneros sobre la realidad”, ya aparecía un capítulo primero con el título “Los
Discípulos Misioneros”, y los subtítulos: “Acción de gracias a Dios”, “La alegría de ser
discípulos y misioneros de Jesucristo”, y “La misión de la Iglesia es evangelizar”.
Un número consistente de miembros de la Conferencia quiso trasladar este
capítulo primero a otra parte del documento. Un obispo presentó el objetivo de la
moción: que se respetara en toda su pureza el método “ver-juzgar-actuar”. Propuso,
entonces, que la primera parte del documento se iniciara, sin preámbulo alguno, con el
capítulo que presenta la “Mirada de los discípulos misioneros sobre la realidad”. Por su
parte, el presidente de la comisión de redacción explicó las razones que tuvo la
comisión para ubicar en ese lugar, antes del “ver”, la evocación de nuestra vocación de
discípulos misioneros, que viven en acción de gracias a Dios, con la alegría propia de su
vocación, y conscientes de la misión evangelizadora de la Iglesia. Recordó que nuestra
visión de la realidad nunca es ‘aséptica’, ya que nosotros la miramos como discípulos
misioneros. Explicó, además, que es propio de nuestra espiritualidad cristiana, como
emerge en las epístolas apostólicas, comenzar nuestras tareas e iniciar cada día dando
gracias a Dios.
Vino la votación. El 75% de los votantes quiso que la conciencia de ser
discípulos misioneros y la gratitud por serlo fuera lo primero a la hora de “ver” la
realidad. Invitaron así a mirar el mundo y la Iglesia en que vivimos, con ese ánimo y
desde esa perspectiva: desde la razón iluminada por la fe, es decir, conscientes de
nuestra vocación de discípulos misioneros de Jesucristo y con alegría, ya que el
y sugerencias en tal sentido, afirmando que este método ha colaborado a vivir más intensamente nuestra
vocación y misión en la Iglesia: ha enriquecido el trabajo teológico y pastoral, y, en general, ha
motivado a asumir nuestras responsabilidades ante las situaciones concretas de nuestro continente. Este
método nos permite articular, de modo sistemático, la perspectiva creyente de ver la realidad; la
asunción de criterios que provienen de la fe y de la razón para su discernimiento y valoración con
sentido crítico; y, en consecuencia, la proyección del actuar como discípulos misioneros de Jesucristo.
La adhesión creyente, gozosa y confiada en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y la inserción eclesial,
son presupuestos indispensables que garantizan la eficacia de este método” (Documento Conclusivo, n.
19).
11
corazón está sobrecogido por la gratitud. Esta decisión relacionó nuestra vida y nuestra
misión con los apóstoles y los primeros cristianos, como lo expresa el Documento:
Quienes se sintieron atraídos por la sabiduría de las palabras de Jesucristo, por la
bondad de su trato y por el poder de sus milagros, por el asombro inusitado que
despertaba su persona, acogieron el don de la fe y llegaron a ser discípulos de Jesús. Al
salir de las tinieblas y de las sombras de muerte (cf. Lc 1, 79), su vida adquirió una
plenitud extraordinaria: la de haber sido enriquecida con el don del Padre. Vivieron la
historia de su pueblo y de su tiempo, y pasaron por los caminos del Imperio Romano,
sin olvidar nunca el encuentro más importante y decisivo de su vida que los había
llenado de luz, de fuerza y de esperanza: el encuentro con Jesús, su roca, su paz, su
vida.11
Esta votación reflejaba la conciencia que tenía una mayoría cualificada de
votantes sobre la necesidad de confesar explícitamente la alegría de ser cristianos, es
decir, poner de manifiesto aquella adhesión creyente, gozosa y confiada en Dios Padre,
Hijo y Espíritu Santo y la inserción eclesial, como presupuestos indispensables que
garanticen la eficacia de este método y asegurasen la visión cristiana de la realidad. De
este modo, el primer capítulo del Documento es un bellísimo testimonio sobre el don ser
cristianos, de poder vivirlo en comunidad y de anunciarlo con gozo a los demás, como
aparece expresado en esta hermosa frase: Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede
recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha
ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo12
.
Fue así que la decisión de abrir el documento, con una confesión gozosa de fe en
Jesucristo y en la Iglesia, daba consistencia cristiana al primer paso del método que,
para conservar su idoneidad de método cristiano, siempre exige “recomenzar desde
Cristo”. Si prestamos atención a la primera parte –La vida de nuestros pueblos hoy–
luego del capítulo I, introducido por aquella mayoría cualificada, el capítulo II, donde se
entra de lleno al análisis de “la realidad que nos interpela como discípulos y
misioneros”, lleva como título sugestivo: “Mirada de los Discípulos Misioneros sobre la
Realidad”, para alejar cualquier duda sobre la perspectiva cristiana, desde la cual se
pretende mirar la vida de nuestros pueblos en el tiempo presente.
El mérito que tuvo Aparecida fue recuperar el valor cristiano de este método. El
punto clave para su reposición consistió, precisamente, en lograr que el primer paso se
abriera a una mirada creyente de la realidad, asegurando así una visión de fe sobre los
pasos siguientes. Con esa introducción cristiana al método ver-juzgar-actuar, el
Documento se estructuró en tres grandes partes que corresponden a esos tres pasos del
método: La vida de nuestros pueblos hoy (ver); La vida de Jesucristo en los Discípulos
Misioneros (juzgar); y, La vida de Jesucristo para nuestros pueblos (actuar).
Antes de finalizar esta parte, y aprovechando que acabamos de mencionar los
títulos de las tres partes del Documento, quisiera destacar cómo es impresionante ver
que el texto de Aparecida irradia vida por todos lados. Es un texto que abre puertas y
entusiasma, convoca a seguir participando, motiva a asumir responsabilidades, nos hace
sentir Iglesia a todos y, sobre todo, nos impulsa con fuerza a la misión. La Iglesia siente
un nuevo impulso de vida que le viene del Espíritu Santo y no puede menos que
transformar ese impulso en misión “para que nuestros pueblos en él tengan vida”. Creo
11
Ibídem, n. 21
12
Ibídem, n. 29
12
que su lectura es atractiva precisamente porque despierta en los creyentes gozo y
adhesión a los diversos planteos y orientaciones pastorales que allí se hacen. La lectura
del documento impacta, porque el creyente intuye que necesita reencontrarse con la
presencia viva de Jesucristo y recomenzar desde él. Y la Iglesia es cada vez más
consciente del inmenso caudal de vida que le viene de Jesucristo, de su Palabra y de los
sacramentos, de su presencia viva y de su fuerza transformadora y, en consecuencia, de
la responsabilidad que les cabe a sus discípulos y discípulas acerca de la vida de las
personas, de las comunidades, de los pueblos y del planeta en general. Esta conciencia
cristiana, reavivada en Aparecida, se convierte en un aporte esencial para el ejercicio
cristiano del método ver-juzgar-actuar.
4.2. Contemplar desde la bondad de Dios
Como hemos dicho, en Aparecida hubo contribuciones sustanciales para
revitalizar el método ver-juzgar-actuar. Esas contribuciones le aportaron claridad
cristiana y ofrecieron algunos elementos teológicos y bíblicos claves para su ulterior
reflexión y profundización. Un aporte esencial aparece en la reflexión del Papa en la
Homilía de la Misa de apertura de la V Conferencia y, luego, en su Discurso Inaugural.
Allí, el Santo Padre entregó elementos muy valiosos, que enriquecieron la visión
creyente de la realidad y dejaron entrever que la fe no es obstáculo para cultivar una
mirada objetiva sobre la realidad. Al contrario, la fe potencia todo lo humano, le da
claridad y lo enriquece.
Veamos algunas de esas afirmaciones del Discurso Inaugural, partiendo de la
que citamos al comienzo y que coloca a Dios, como realidad fundante y decisiva para
ver, juzgar y actuar en la vida. Esa realidad fundante, como veíamos, no es una idea,
tampoco es una estrategia pastoral, es el “Dios con rostro humano”, el Dios-con-
nosotros. El creyente no mira, juzga y actúa desde sí mismo, ni sólo junto con otros. Lo
hace desde la experiencia del encuentro, porque en el origen de su existencia está la
experiencia de comunión con el “Dios con rostro humano”, Jesucristo, en quien fuimos
creados y redimidos. Desde esta experiencia de comunión contemplamos la realidad.
Por eso, lo primero que “ve” –experimenta– el creyente es a Dios y su Amor entregado
hasta la cruz. Ésta es la clave cristiana para ver y discernir la realidad. El creyente
aprende esta mirada de Dios mismo, mientras se inicia en la insondable experiencia de
haber sido amado primero.
De la mano de la Biblia, desde las primeras páginas, vemos que Dios tiene una
mirada buena sobre la realidad: “Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy
bueno” (Gen 1, 31). Mirada buena, no ingenua. La mirada buena de Dios no se
contrapone a su visión profundamente crítica del drama humano de Caín y de la
humanidad destrozada de Abel, puesta al descubierto con la tremenda pregunta:
“¿Dónde está tu hermano Abel?” (Gen 4, 9). El vértice de bondad de esta mirada se
refleja en el Crucificado, Jesucristo, el Hijo de Dios, con una mirada que perdona,
redime y recrea. Esta mirada es posible porque la experiencia ontológica de Jesús es ser
el amado del Padre. Porque “ve” –experimenta– a Dios, puede ver la belleza de la
realidad, obra de Dios, y, al mismo tiempo, puede ver el drama de una humanidad que
se levanta contra Dios, destrozada por el pecado, y gravemente irrespetuosa con la
creación. El discípulo y la discípula de Jesucristo aprenden a tener esta mirada en la
experiencia de comunión con él. En esta perspectiva se puede percibir que la visión
cristiana de la realidad no separa la agudeza crítica, la alabanza, la gratitud y el
compromiso transformador. El carácter cristiano del discernimiento, que coincide con el
13
momento del “juzgar”, se confirma cuando es vivido en comunión, una comunión que
muchas veces puede contener el drama de la tensión y de la búsqueda fatigosa de la
comunión, a ejemplo de Jesús, para quien el precio de la comunión fue la entrega de su
vida en la cruz. La Iglesia y todos los que en ella nos reconocemos discípulos y
discípulas de Jesucristo, no podemos menos que seguir su camino.
Ahora se percibe mejor el amplio alcance que tienen las afirmaciones del Santo
Padre: Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de “realidad” y, en
consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas
destructivas13
. Y la segunda que nos sorprende por su conciso aterrizaje de humanidad:
Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo
adecuado y realmente humano14
. En este sentido, reflexionando sobre el lema de la
Jornada Mundial de la Juventud del año 2005, el Papa partía de aquella imagen del
hombre que, elevando la mirada por encima de sus asuntos y de su vida ordinaria, se
pone en camino en busca de su destino esencial, de la verdad, de la vida verdadera, de
Dios, y decía que esta imagen del hombre invitaba a ver el mundo no sólo como la
materia bruta con la que podemos hacer algo, sino a tratar de descubrir en él la
“caligrafía del creador”. Para ello es preciso que nuestros sentidos interiores se
despierten y se hagan capaces de percibir las dimensiones más profundas de la
realidad15
.
Las afirmaciones que destacamos arriba, nos dan mucha claridad sobre el
alcance de humanidad que caracteriza la visión que tiene el hombre creyente de la
realidad. El alcance de humanidad, que aporta la percepción cristiana del tiempo
presente, parte de Dios Creador y Dios con nosotros –la realidad fundante–, sus obras,
entre ellas, el Evangelio, la historia de la Iglesia, evangelizada y evangelizadora, inserta
en el maravilloso y amplio misterio del Reino, el oscuro mundo de la deshumanización
y lejanía de Dios, del pecado y del “mysterium iniquitatis”. Se trata, en definitiva, de
ver dónde está la luz y dónde las tinieblas, para colocarse en el camino de la verdad y de
la vida, y afanarse por construir una vida digna y plena en Jesucristo. Esto nos invita a
ponernos a la escucha de la revelación histórica, única que puede darnos la clave de
lectura para el misterio silencioso de la creación, indicándonos concretamente el
camino hacia el verdadero Señor del mundo y de la historia, que se oculta en la
pobreza del establo de Belén16
.
4.3. Discernir en el Espíritu desde Cristo y su Reino
Todo camino se derrumba sin el Camino, que es Cristo. Por eso el Papa dijo en
Aparecida si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte
en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni
verdad17
. No es difícil percibir que el fundamento teológico del método cristiano ver-
juzgar-actuar, es el conocimiento de Cristo y de su Reino de vida, de justicia, de paz y
de gozo en el Espíritu Santo (cf. Rm 14, 17). Para colocarnos en los términos de
Aparecida, podemos decir que se trata del conocimiento que adquiere el discípulo,
13
BENEDICTO XVI, Discurso Inaugural, Aparecida, 13 de mayo de 2007, n. 3.
14
Ibídem, n. 3
15
BENEDICTO XVI, Discurso a la Curia Romana, 22 de diciembre de 2005.
16
Ibídem
17
Ibídem, n. 3
14
elegido y llamado por el Maestro a “estar con él”, para aprender de él, y luego ser
enviado por él a la misión (cf. Mc 3, 14).
El Papa Benedicto XVI habló del método también en la Homilía de la Misa de
Inauguración de la V Conferencia General, y propuso el “método original”. Se trata,
dijo el Santo Padre, del método con el que actuamos en la Iglesia tanto en las pequeñas
asambleas como en las grandes18
. En seguida aclaró que no es sólo una cuestión de
modo de proceder; es el resultado de la misma naturaleza de la Iglesia, misterio de
comunión con Cristo en el Espíritu Santo19
.
¿En qué consiste ese método? El Papa lo describe partiendo de los Hechos de los
Apóstoles, donde se habla del sentido del discernimiento comunitario en torno a los
grandes problemas, que la Iglesia encuentra a lo largo de su camino, y que son
aclarados por los “Apóstoles” y por los “ancianos”, con la luz del Espíritu Santo, el
cual recuerda la enseñanza de Jesucristo (Jn 14, 6), y así ayuda a la comunidad
cristiana a caminar en la caridad hacia la verdad plena (cf. Jn 16, 13). Los jefes de la
Iglesia discuten y se confrontan, pero siempre con una actitud de religiosa escucha de
la palabra de Cristo en el Espíritu Santo. Por eso, al final pueden afirmar: “Hemos
decidido el Espíritu Santo y nosotros…” (Hch 15, 28). Ésta es la Iglesia: nosotros, la
comunidad de fieles, el pueblo de Dios, con sus pastores, llamados a hacer de guías del
camino; junto con el Espíritu Santo, Espíritu del Padre enviado en nombre del Hijo
Jesús, Espíritu de Aquel que es el “mayor” de todos y que nos fue dado mediante
Cristo, que se hizo el “menor” por nuestra causa. Espíritu Paráclito, Ad-vocatus,
Defensor y Consolador. Él nos hace vivir en la presencia de Dios, en la escucha de su
Palabra, sin inquietud ni temor, teniendo en el corazón la paz que Jesús nos dejó y que
el mundo no puede dar (cf. Jn 14, 26-27)20
.
El Papa prosiguió su reflexión explayándose sobre el contenido experiencial de
este método, afirmando que el tiempo de la Iglesia es el tiempo del Espíritu Santo: Él es
el Maestro que forma a los discípulos: los hace enamorarse de Jesús; los educa para
que escuchen su palabra, para que contemplen su rostro; los configura con su
humanidad bienaventurada, pobre de espíritu, afligida, mansa, sedienta de justicia,
misericordiosa, pura de corazón, pacífica, perseguida a causa de la justicia (cf. Mt 5,
3-10). Así, gracias a la acción del Espíritu Santo, Jesús se convierte en el “camino”
por donde avanza el discípulo21
.
4.4. Actuar como discípulos y verdaderos adoradores en “espíritu y verdad”
Este “contenido” que conforma la identidad y vocación del discípulo se proyecta
en envío misionero. Por eso, la Iglesia es enviada a difundir en el mundo la caridad de
Cristo, –prosigue el Papa– para que los hombres y los pueblos “tengan vida y la tengan
en abundancia (Jn 10, 10) (…) La Iglesia se siente discípula y misionera de este Amor:
18
BENEDICTO XVI, Homilía de la Misa de Inauguración de la V Conferencia General, Aparecida, 13 de
mayo de 2007.
19
Ibídem
20
Ibídem
21
Ibídem
15
misionera sólo en cuanto discípula, es decir, capaz de dejarse atraer siempre, con
renovado asombro, por Dios que nos amó y nos ama primero (cf. 1 Jn 4, 10)22
.
En resumen, la dinámica de este método parte de la experiencia de atracción
irresistible de la persona de Cristo, quien por la fuerza de su amor, que culminó en el
sacrificio de la cruz, atrae a todos hacia sí. La Iglesia, atraída por esa fuerza y asociada a
Cristo, realiza su obra conformándose en espíritu y concretamente con la caridad de su
Señor. Se siente convocada a repensar la relación con su Esposo, y llamada a vivir más
coherentemente como discípula suya, como sucedió en Aparecida. ¿Qué es una reunión
de este género, o de otras similares, sino un llamado del Esposo para atraer a su Iglesia
más hacia sí, hacerle sentir su misericordia y su amor, para enviarla transformada y
fortalecida, a anunciarlo con audacia a los demás y ser testigo de esa misericordia y de
ese amor? En los términos del Discurso del Papa, podríamos decir que, mediante
Aparecida, la Iglesia se sintió llamada a reconocer más a Dios, para conocer mejor la
realidad y poder responder a ella de modo adecuado y realmente humano.
El la medida que las comunidades cristianas fueron haciendo camino con este
método, fue madurando la comprensión y la práctica de sus diversos momentos. La
clásica tríada: ver-juzgar-actuar, se fue enriqueciendo, por ejemplo, en el “ver” con
“contemplar”; en el “juzgar” con discernir, iluminar, comprender…; el actuar se abría a
otros pasos como evaluar, celebrar. Aquí habría que añadir también “adorar” y no como
un complemento menor, sino como una “actividad” principal. En coherencia con la
afirmación de que Dios es la realidad fundante, el Papa señaló que antes que cualquier
actividad y que cualquier cambio del mundo, debe estar la adoración. Sólo ella nos
hace verdaderamente libres, sólo ella nos da los criterios para nuestra acción.
Precisamente –concluye constatando– que en un mundo, en el que progresivamente se
van perdiendo los criterios de orientación y existe el peligro de que cada uno se
convierta en su propio criterio, es fundamental subrayar la adoración 23
.
En esa línea de pensamiento, nuestro método alcanza su plenitud cristiana,
cuando cualifica su itinerario con la adoración. Así es como este método cristiano debe
ir precedido por la adoración, desarrollarse en adoración, y concluir adorando.
Obviamente, se trata de la adoración verdadera, aquella que propuso Jesús a la
Samaritana, cuando le anunció que “la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los
adoradores que quiere el Padre” (Jn 4, 23). Se puede ver enseguida que se trata de una
adoración con una fuerte incidencia en la transformación de la vida personal y social, y
no tiene nada que ver con una falsa adoración que aleje a las personas de la realidad.
En síntesis, el “actuar” cristiano de nuestro método, además de añadir la
necesidad de evaluar y celebrar, llega a su momento más alto y más “activo” cuando
logra “adorar”. Convengamos que la palabra “actuar” es algo restrictiva y sugiere casi
exclusivamente una acción agresiva y transformadora de la realidad que ha sido
previamente vista y juzgada. En cambio, si la realidad entera incluye a la realidad
fundante, a las obras de Dios, a los santos, y a las graves vulneraciones provocadas por
el hombre al Plan de Dios, la reacción del ser humano después de ver, no es sólo
“actuar” en la acepción restrictiva del término. Es alabar y contemplar, llenarse de
asombro y agradecer, para lanzarse a la misión, por desborde de gratitud y alegría,
22
Ibídem
23
BENEDICTO XVI, Discurso a miembros de la Curia Romana, 22 de diciembre de 2005.
16
colaborando con Dios, anunciando y denunciando, construyendo el Reino y destruyendo
las estructuras de pecado.
5. Concluyendo
La dinámica misionera de la Iglesia, y más concretamente la Misión Continental,
como expresión histórica de esa dinámica en nuestro continente, tanto en sus pequeñas
asambleas como en las grandes, está llamada a actuar en el espíritu de ese método, que
no es sólo una cuestión de modo de proceder; es el resultado de la misma naturaleza de
la Iglesia, misterio de comunión con Cristo en el Espíritu Santo24
. En el mismo sentido,
cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría
que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La
misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del
acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a
persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf.
Hch 1, 8)25
.
Lo hermoso es que todo esto quiere ocurrir con la pista metodológica que nos
entregó el Papa: “El Espíritu Santo y nosotros”, no sólo ni en primer lugar como método
de decisión (hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros), sino ante todo como estallido
de alabanza y gratitud, con la misma actitud de Jesús, que al contemplar la obra del
Padre, exclama: “Yo te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y a los
entendidos y se las has revelado a los pequeños”. No se llega a la alabanza y a la
adoración sino se parte de ellas, como tampoco se llega a la comunión sino se parte de
la comunión. Por eso, es esencial al método cristiano, que su punto de partida sea una
profunda experiencia de encuentro con Jesucristo en el “nosotros” de la Iglesia, que no
es consecuencia de consensos, ni producto de cálculos, ni tampoco de estrategias
pastorales, sino experiencia de absoluta gratuidad. Sólo desde este “contenido
existencial cristiano” es posible imaginar una nueva audacia misionera. El método ver-
juzgar-actuar será un instrumento útil a nuestras comunidades y colaborará en vivir más
intensamente nuestra vocación y misión en la Iglesia, en la medida que nos ayude a ver
a Dios, a dejarnos iluminar por él, y actuar en él que hace nuevas todas las cosas.
Mons. Andrés Stanovnik
Corrientes, 14 de marzo de 2008
24
BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa de Apertura de la V Conferencia General, Aparecida, 13 de mayo
de 2007.
25
Documento Conclusivo, n. 145

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  • 1. APUNTES SOBRE EL MÉTODO VER-JUZGAR-ACTUAR A PROPÓSITO DEL ACONTECIMIENTO DE APARECIDA En estos apuntes deseo ofrecer algunos elementos, que considero importantes y originales, sobre el método ver-juzgar-actuar. Esos elementos fueron apareciendo durante la preparación y celebración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y El Caribe. Procuraré destacar, sobre todo, aquello que favoreció la recuperación de la plena fecundidad de este método y su implementación en la reunión de Aparecida. De los tres pasos que lo componen, me propongo darle más espacio al “ver”, puesto que fue precisamente ese paso el que motivó las reflexiones más favorables para que el método recuperara su plena validez. El hilo conductor de estos apuntes será el relato de los momentos significativos en la preparación y desarrollo de la V Conferencia. A través de ellos veremos cómo se fueron poniendo los presupuestos para la reflexión (2); cómo se discutió explícitamente el método en la preparación del Documento de Participación (3); y cómo fue enriquecido por la reflexión de la comunidad eclesial, que escucha discipularmente al Espíritu en la realización de Aparecida (4). 1. Un método purificado por la crisis Recordemos, brevemente, que este método fue objeto de diversas discusiones durante las últimas décadas. Después de haberse utilizado en Medellín y Puebla, no se usó en Santo Domingo. A pesar de haber surgido en un ambiente católico, a mediados del siglo pasado, y de haber sido utilizado en el Concilio Vaticano II, con el correr del tiempo fue objetado, desde algunos sectores de la Iglesia, como un método que, en la práctica, se había secularizado. Consecuencia de esa secularización fue la pérdida de la visión creyente de la realidad, al punto tal que la mirada sobre la misma se reducía a la información que proporcionaban exclusivamente las ciencias humanas1 . Sin embargo, en Aparecida se recogieron muchas voces, venidas de todo el Continente, afirmando que este método ha colaborado a vivir más intensamente nuestra vocación y misión en la Iglesia2 . De todos modos, a pesar de las discusiones que se suscitaron sobre el uso de este método con ocasión de Aparecida, o tal vez gracias a ellas, no hubo, en realidad, una opinión radicalmente contraria a su utilización, sino objeciones sobre un cierto reduccionismo e ideologización, que acompañaron su práctica en algunos sectores eclesiales latinoamericanos. Al decir verdad, dichas objeciones resultaron muy útiles, porque sirvieron para profundizar la mirada creyente sobre la realidad y recuperar, así, la práctica cristiana de este método. Por eso, se llegó a la celebración de Aparecida, revalorizándolo e incorporándolo como método que permite articular, de modo sistemático, la perspectiva creyente de la realidad; la asunción de criterios que provienen de la fe y de la razón y, en consecuencia, el vivir, sentir, querer y actuar como discípulos misioneros de Jesucristo3 . 1 Recordemos de este período las dos Instrucciones de la CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Libertatis nuntius, en AAS 76 (1984) 876-909 y Libertatis conscientia, en AAS 79 (1987) 554-599. 2 Cf. Documento Conclusivo, n. 19 3 Cf. Ibídem, n. 19
  • 2. 2 2. Tres premisas constitutivas del método 2.1. El discernimiento en comunión y participación Para introducir el tema, me parece oportuno recordar que en mayo del 2001, la Asamblea Ordinaria del CELAM, celebrada en Caracas, aprobó casi por unanimidad la propuesta de pedir al Santo Padre la celebración de una próxima Conferencia General y se realizó un primer sondeo sobre el tema. Hubo diversas proposiciones, pero como no era todavía el momento de definir temas, se dejó la cuestión para más adelante. Lo mismo sucedió con la propuesta de la Conferencia General, que se dejó para el período siguiente del CELAM. Con esta referencia histórica sobre los primeros pasos hacia la V Conferencia General, quisiera destacar algunos aspectos metodológicos que merecen atención, aún cuando en ese momento no se haya planteado explícitamente la cuestión del método. En primer lugar, el discernimiento, practicado por los obispos en comunión colegial sobre la necesidad y oportunidad de una reunión episcopal, es un dato que conviene rescatar para la cuestión del método. Este ejercicio de discernimiento y de comunión, fue una constante en todas las reuniones episcopales que se realizaron sea en preparación de Aparecida, sea durante los días de su realización. En este contexto, considero también de capital importancia el ejercicio de discernimiento, en comunión con la Pontificia Comisión para América Latina y la Secretaría de Estado, que se llevó a cabo para estudiar no sólo si era el momento de realizar una nueva Conferencia General, sino también su misma vigencia. El punto máximo del discernimiento se alcanzó con las palabras pronunciadas por el venerado Juan Pablo II, y luego por Su Santidad Benedicto XVI en favor de esta reunión episcopal. Este clima de discernimiento en comunión, cuyo ejercicio fue experimentado luego durante todo el proceso de Aparecida, es un dato muy importante para comprender la dinámica comunitaria y participativa general de la V Conferencia, y en este ámbito, el método ver-juzgar y actuar, en particular. En segundo lugar, el hecho de la casi unanimidad de opiniones a favor de un acontecimiento de esa naturaleza, resulta también importante. La unidad episcopal, el discernimiento en comunión y la unanimidad en los acuerdos, que reflejaban un amplio consenso sobre la necesidad de una Conferencia General, ya nos estaban colocando sobre los primeros pasos del método. En el ambiente se percibía la necesidad de comunión, de integración, y de trabajar nuevas síntesis, ante una realidad que se revelaba con graves síntomas de fragmentación, sobre todo de significado y de sentido. Con el correr del tiempo, se fue verificando cada vez más el ambiente de comunión y de unidad entre los obispos y de otros que colaboraron en la preparación de la V Conferencia. En tercer lugar, desde los comienzos de esta Conferencia, se quiso abrir al máximo la participación de todos en todas las etapas del proceso, primero en la fase de preparación y, después, en la de realización. Se insistió en la dimensión comunitaria de la participación, al punto que todo fiel cristiano podía contribuir al tema con su experiencia de fe y su reflexión, a condición de que estuviera inserto en alguno de los niveles de la comunidad eclesial: comunidades locales, diocesanas y organismos de las conferencias episcopales, e instituciones continentales con alguna vinculación eclesial. Así se establecía, al interior de la comunidad eclesial, el criterio de una efectiva inserción en la comunidad, como condición para participar. Además, con el afán de que nadie quedara excluido y para poder alcanzar a los sectores más sencillos de nuestro
  • 3. 3 pueblo, se confeccionaron fichas didácticas para facilitar la comprensión del primer texto4 , y se propusieron dinámicas para motivar la más amplia y eficiente participación de los miembros. Para ser fieles al espíritu comunitario y eclesial que se estableció para trabajar el Documento de Participación y las Fichas, se propuso recoger las aportaciones mediante síntesis que se elaboraran en las Iglesias particulares y luego en la Conferencia Episcopal. Se evitó expresamente la creación de un gran laboratorio de expertos, que recogiera directamente los aportes de las comunidades. Un equipo de peritos, respetando la riqueza y diversidad que ofrecían las conferencias episcopales, realizó la síntesis de sus contribuciones, cuyo resultado fue el Documento de Síntesis. Hay que añadir, que ese texto, junto con las síntesis completas de las Conferencias Episcopales, más otros aportes particulares y los subsidios que resultaron de muchos encuentros, congresos y seminarios realizados a nivel continental, fueron entregados a todos los participantes de la V Conferencia, con la intención de que no se perdiera nada de las valiosas contribuciones que llegaron de todos los sectores de la región. Y en cuarto lugar, el desarrollo de la Asamblea de Aparecida logró una participación muy amplia y de muy alto nivel. En realidad, el tema de la participación a lo largo de todo el proceso de la V Conferencia merecería un capítulo aparte. Sin embargo, recordaría, por ejemplo, que la dinámica de trabajo de la Asamblea fue elaborada, como propuesta para la Asamblea, con la participación de todos Presidentes de Conferencias Episcopales de América Latina y El Caribe. Esa dinámica establecía, entre otras cosas, que todos los asambleístas participaran en la elaboración del esquema de trabajo y la metodología para los días subsiguientes e identificaran los grandes temas. Expresamente, para asegurar la participación de todos, no se quiso partir de un documento de trabajo o de un esquema previamente establecido. La misma Asamblea, en espíritu de diálogo, de escucha y de apertura a todas las opiniones, avanzó en la construcción de su propia dinámica de trabajo, de metodología y en la elaboración de un pensamiento común; el recurso a la informática hizo posible la participación, en tiempo real, de muchas personas que enviaban sus aportes a través de los participantes durante las jornadas de Aparecida. El lugar propio para el discernimiento de esos aportes y de los que provenían de los participantes mismos, era el espacio comunitario de las Comisiones de trabajo en la Asamblea y la Asamblea misma. El espíritu participativo que se logró en Aparecida, no fue un hecho aislado o un fenómeno espontáneo, sino consecuencia del espíritu de oración, de comunión y de búsqueda en común, que precedieron aquellas memorables jornadas. Por último, el Santuario de Nuestra Señora Aparecida nos brindó un contexto espiritual y una vivencia de fe muy valiosos, mediante el encuentro diario con los numerosos peregrinos, porque se contaban por decenas de miles, la gran mayoría de condición humilde, sencillos, entusiastas, amantes de la Virgen, identificados con la Iglesia, participando con indecible gozo en las eucaristías diarias y contagiándonos la transparencia y fortaleza de su fe, su esperanza y su amor. Esta experiencia de comunión espiritual con nuestro pueblo, nos ha dado luz para profundizar con realismo en la comprensión cristiana del método ver-juzgar-actuar. 2.2. La fe como presupuesto 4 Se trata del Documento de Participación y las Fichas de trabajo, que se distribuyeron en toda la región con la finalidad de motivar la participación y la comunión de todos los sectores del Pueblo de Dios y conducirlos a un mayor compromiso misionero.
  • 4. 4 A propósito de la comprensión cristiana de nuestro método, rescatemos de entrada un aspecto esencial de la experiencia de fe vivida con motivo de Aparecida. Dijimos que tanto su preparación, como realización, fue una rica experiencia de comunión y participación. Hicimos un camino juntos, nos encontramos con nuestro pueblo creyente, vivimos con ellos y en nuestros trabajos la alegría de ser cristianos, discernimos el momento presente profundamente agradecidos a Dios, que nos ama en Jesús hasta el extremo de dar la vida, nos hace Iglesia y nos envía a la misión. Y también, gravemente preocupados por las incoherencias de los que creemos en Cristo y por el daño inmenso que sufre la mayoría de nuestro pueblo, atropellado en sus legítimos derechos a una vida digna y plena. La experiencia cristiana que compartimos y en la que nos encontramos impulsados a la misión, nos hizo sentir que hay algo más, que es anterior y más grande, que nos precede y acompaña, que no fue meramente resultado de nuestros esfuerzos, sino verdadera experiencia de gratuidad. Ese “algo más”, que es “anterior” y “más grande”, es Dios, la “realidad fundante”, como lo definió el Papa Benedicto XVI en el Discurso Inaugural de Aparecida, vale decir, es el contenido existencial cristiano que da razón y sentido al camino que hicimos juntos. Si es verdad que “el método se hace contenido”, así como “el camino se hace al andar”, también es verdad que no todo el contenido es meramente resultado del método, como tampoco todo el camino se hace sólo al andar. Hay “contenido” que precede al método y que hace posible que éste se convierta en original y único. Como también hay “camino” y precisamente porque lo hay, son posibles muchos “andares” particulares, originales y únicos, con reales posibilidades de convergencia y de comunión. Vistas las cosas desde el método, o si se prefiere, desde la imagen del andar, “el método” o el “andar” en ejercicio ofrecen elementos nuevos al contenido o al camino, para que éstos puedan “recrearse en fidelidad”. Si toda la verdad estuviera reducida al hecho de que “el método se hace contenido”, entonces, en rigor, no habría ni método ni contenido, es decir, no habría ni verdad ni camino. Todo se reduciría a innumerables métodos y caminos, sin posibilidades de verdadera convergencia y comunión. A lo sumo, se podría aspirar a construcciones parciales y transitorias, sujetas a consensos débiles y casi inevitablemente excluyentes. Si no hay un “contenido” que funde el método y que ambos se enriquezcan continuamente en el ejercicio, es decir “al andar”, el método dramáticamente se convierte en una propuesta fragmentada y con horizontes reducidos. El contenido otorga idoneidad al método, siempre y cuando el método esté en función del contenido y no a la inversa. Habría que añadir también que el contenido no es una especie de “amo y señor” del método, sino que debe cultivar respecto de éste una “conducta de apertura, de diálogo y de comunión”, para que en el camino pueda “recrearse en fidelidad”. Ahondando un poco más en este punto, que considero muy importante, recordemos el aporte que ofreció el Papa Benedicto XVI al tema de Aparecida. Al Santo Padre se debe la inclusión “en él” –“… para que nuestros pueblos en él tengan vida”– y la cita evangélica de Jn 14, 6: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Con esta contribución, el tema adquirió un claro y definitivo fundamento cristológico. Jesucristo es el “contenido” y el “método”, el fundamento que precede nuestros caminos, quien los hace verdaderos y les otorga su vida. El creyente vive, piensa, siente, actúa, alaba, adora, sufre y se alegra “por él, con él y en él”. Por eso, su existencia es esencialmente, existencia eucarística, es decir, existencia en alianza. Este fundamento hace que el creyente experimente su existencia en comunión, a tal punto que no puede ver, juzgar y actuar sino es en comunión. Lo mismo debe afirmarse de la comunidad de creyentes. En este sentido, cabe mencionar aquí, aún cuando nos adelantemos un poco, lo que dijo el
  • 5. 5 Papa en su Discurso Inaugural en Aparecida: “Dios es la realidad fundante. No un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano; es el Dios-con-nosotros, es el Dios del amor hasta la cruz”. En el Documento Conclusivo, encontramos otras referencias al método que aportan elementos, sobre todo bíblicos, para enriquecer la visión y experiencia creyente de la realidad5 . En este sentido, veamos un breve texto que habla acerca de una “síntesis única del método cristiano”: El evangelista Juan nos ha dejado plasmado el impacto que produjo la persona de Jesús en los dos primeros discípulos que lo encontraron, Juan y Andrés. Todo comienza con una pregunta: “¿qué buscan?” (Jn 1, 38). A esa pregunta siguió la invitación a vivir una experiencia: “vengan y lo verán” (Jn 1, 39). Esta narración permanecerá en la historia como síntesis única del método cristiano6 . Aquí subyace un inmenso caudal teológico de enorme proyección pastoral, que resulta útil a nuestro propósito, en cuanto nos proporciona los elementos fundamentales que le devolvieron la claridad y fuerza cristiana que tuvo nuestro método en sus orígenes. 2.3. El discípulo sujeto de la reflexión Con esta breve incursión sobre la cuestión del método, volvamos a la historia de los comienzos de la V Conferencia. Los datos que habíamos relevado: la unidad y comunión episcopal y el discernimiento, nos revelan algo del “contenido” que antecede al camino que se había empezado a transitar en la preparación de Aparecida. Ese contenido está conformado por la experiencia de fe, vivida en comunión eclesial, que precedió y fundó, iluminó, orientó y acompañó, tanto el camino de preparación, como el camino de celebración de la V Conferencia. En este sentido, podemos afirmar que la experiencia eclesial de fe es el contenido existencial que actúa en el devenir metodológico antes, durante y después. Veamos otro dato de los comienzos que nos ilustra sobre el particular. En febrero de 2004, con ocasión de la celebración del 25º aniversario de Puebla, los Presidentes de las 22 Conferencias Episcopales de América Latina y El Caribe, reflexionaron sobre el cambio que había experimentado el mundo y la Iglesia en América Latina. Así se quiso comprobar la necesidad y la novedad de los retos que enfrentaría la V Conferencia. El Cardenal Dom Cláudio Hummes nos acompañó en esta reflexión. También le pedimos a Mons. Jorge Jiménez, ex Presidente del CELAM, que nos hiciera presente el recorrido de las Conferencias Generales anteriores. Es decir, partimos del “ver”. Después, nos repartimos en cuatro comisiones, y todas ellas propusieron por unanimidad que el gran tema de la próxima Conferencia General tenía que ser el discipulado. No fue una deducción a partir de los grandes desafíos que surgieron de una situación muy diferente de la vivida en la Conferencia de Puebla, sino 5 Miramos a Jesús, el Maestro que formó personalmente a sus apóstoles y discípulos. Cristo nos da el método: “Vengan y vean” (Jn 1, 39), “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). (Documento Conclusivo, n. 276). “Jesús, al inicio de su ministerio, elige a los doce para vivir en comunión con Él (cf. Mc 3, 14). Para favorecer la comunión y evaluar la misión, Jesús les pide: “Vengan ustedes solos a un lugar deshabitado, para descansar un poco” (Mc 6, 31-32). En otras oportunidades, se encontrará con ellos para explicarles el misterio del Reino (cf. Mc. 4, 11.33-34). De la misma manera se comporta con el grupo de los setenta y dos discípulos (cf. Lc 10, 17-20). Al parecer, el encuentro a solas indica que Jesús quiere hablarles al corazón (cf. Os 2, 14). Hoy, también el encuentro de los discípulos con Jesús en la intimidad es indispensable para alimentar la vida comunitaria y la actividad misionera” (Documento Conclusivo, n. 154). 6 Ibídem, n. 244
  • 6. 6 más bien una intuición profética. El acento estaba decididamente colocado sobre el sujeto7 . Éste debía profundizar su experiencia de encuentro con el Señor, reconstruir su identidad de discípulo, insertarse en la comunidad eclesial y renovar su impulso misionero, para responder a los grandes desafíos del tiempo presente. La necesidad de “llegar con profundidad a la persona que se encuentra con el Señor” hace referencia a ese “contenido existencial”, esa “experiencia primera” sin la cual no es posible dar ningún paso en el camino cristiano. Se trata de recrear la experiencia de Dios que nos amó primero, de dejarse reconciliar por él y de ser evangelizados de nuevo. 3. La elaboración del Documento de Participación 3.1. La discusión sobre el método Luego del acuerdo que hubo sobre el tema del discipulado, se precisaron los grandes desafíos del tiempo presente y se enunciaron los principales núcleos teológico- pastorales relativos el tema. La cuestión del método comenzaba a emerger, aun cuando todavía no se había planteado en forma explícita. El primer escrito que se elaboró con el tema del discipulado, con sus núcleos teológico-pastorales y los principales desafíos a los que debía responder8 , dejaba entrever que en la práctica se estaba utilizando el clásico método ver-juzgar-actuar, con cierta libertad, lo cual insinuaba, ya desde entonces, que no había opiniones unánimes sobre la implementación del método. Creo que en ningún momento se cuestionó el método como tal. Sin embargo, como ya señalamos, hubo diversas opiniones y experiencias sobre el modo cómo se había empleado este método en algunos ambientes eclesiales de América Latina. Esta alerta sobre el método hizo posible luego una reflexión más detenida sobre el mismo. Podríamos decir, que el método ver-juzgar-actuar, se empezó a utilizar en la práctica y diría que de manera casi espontánea, desde el comienzo. Sin embargo, el planteo explícito para su implementación se produjo en la Presidencia del CELAM, en la Comisión Central de preparación de la V Conferencia General y en la Comisión de Redacción del Documento de Participación, cuando hubo que sistematizar, elaborar y redactar el material que se recogió de las contribuciones a ese documento. El primer esquema que se manejó para trabajar sobre ese material respondía a la visión de la realidad como primer paso, de modo que el capítulo “Al inicio del tercer milenio” estaba ubicado antes del capítulo sobre el discipulado: “Discípulos y misioneros de Jesucristo”. Sin embargo, y prácticamente concluida la redacción de este documento, pareció conveniente subrayar primero la identidad de quien mira el inicio del tercer milenio, de manera que pase luego a juzgar y a actuar. De allí se privilegió, en la primera parte del Documento de Participación, extensa por cierto, a rescatar primero la experiencia 7 “Mientras mantenemos las grandes metas de las Conferencias Generales anteriores con relación a la Nueva Evangelización, vemos necesario dar un paso más y llegar con profundidad a la persona que se encuentra con el Señor, llegar al sujeto que responderá a los grandes desafíos de nuestro tiempo. El término discípulo, de gran riqueza bíblica, nos abre el camino evangélico y eclesial para llegar a ese sujeto que se encuentra con Jesucristo vivo” (Documento de Participación, n. 44). 8 “Hacia una V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe”, Puebla de los Ángeles, 19 de febrero de 2004, fue una especie de prototexto, que luego sirvió como material de reflexión en las reuniones episcopales por regiones y en las Conferencias Episcopales del Continente, para profundizarlo y enriquecerlo con aportaciones, que más tarde sirvieron para la elaboración del Documento de Participación.
  • 7. 7 cristiana del discípulo, la belleza y felicidad de su identidad y vocación, (Capítulo I), la bondad de esa experiencia en nuestros pueblos desde la primera evangelización hasta nuestros días (Capítulo II), y la profundización de esa experiencia en la persona que acepta a Jesucristo, se inserta en la comunidad eclesial y se abre a la misión (Capítulo III). El capítulo siguiente (IV) trata sobre el tiempo presente y la responsabilidad que tienen los discípulos-misioneros respecto de este tiempo. Recién aquí se inserta el “ver” en los términos clásicos de los tres pasos. El último capítulo (V) se abre al actuar. El “juzgar”, que corresponde al ejercicio de iluminar evangélicamente la realidad, está presente en diversas partes del texto, pero sobre todo en el Capítulo III. En realidad, no se habían seguido los pasos del método ver-juzgar-actuar, porque el primer paso lo absorbió la preocupación sobre la idoneidad del sujeto que mira la realidad. 3.2. El uso de las ciencias humanas Llegados a este punto, es preciso que subrayemos la importancia que tienen las ciencias humanas para revelarnos los sorprendentes progresos que va logrando el ser humano en el esfuerzo por humanizar su existencia y abrirle horizontes insospechados, superando límites y mitigando sufrimientos. Pero, por otra parte, también nos sirven para tomar conciencia y asumir responsabilidades sobre las consecuencias dramáticas de una realidad en la cual vive el pecado, con estructuras injustas, con increencia y con graves atropellos a la dignidad de las personas. Esta realidad aparece con todo su dramatismo en el Documento de Participación, no siendo atenuada en nada por la visión creyente, sino, por el contrario, ese dramatismo se vuelve más real y más objetivo cuando es visto como un atentado al proyecto de Dios. Probablemente, la preocupación de quienes temían que se abandonara el tradicional método ver-juzgar-actuar, estaría fundada en el afán porque no se perdiera nada de la situación inhumana en la que viven cientos de miles de personas. La sospecha que recaía sobre la insistencia en la visión creyente de la realidad, era el temor de que el sujeto de esa visión cayera en una mirada espiritualista y desencarnada de la realidad. El Documento de Participación suscitó reacciones en ese sentido. Varios miembros de la Comisión de Redacción de ese texto, como también miembros de las demás instancias responsables, tenían observaciones sobre el modo de empleo de este método, en particular acerca del primer paso que consiste en “ver la realidad”. En efecto, no se percibía suficientemente el “contenido existencial cristiano” que debía configurar claramente la visión creyente de la realidad. Por eso, en ese momento se tenía la inquietud de rescatar y recrear la visión cristiana sobre los acontecimientos del tiempo presente. Esta inquietud no se contraponía a la valoración y al necesario recurso que se debía hacer a las ciencias humanas, indispensables y útiles para el análisis de la realidad. Lo que se echaba de menos era un sujeto (discípulo-misionero) con una experiencia cristiana fuerte y una profunda inserción eclesial, que supiera ver la realidad desde su experiencia creyente, y ofreciera esa perspectiva a la sociedad, perspectiva única y original, que sólo la persona que cree puede dar. En esto se juega la “objetividad” del mirar creyente sobre el tiempo presente. En el ejercicio del método hay que tener en cuenta que los tres pasos ver-juzgar- actuar, sobre todo los dos primeros, interactúan permanentemente. No se puede ver sin interpretar e interpretarse. Ver es interpretar, es decir, ver es hacer el esfuerzo de comprender lo que se está viendo y, además, de interpretarse el que está viendo. Por eso, todo análisis de la realidad es una interpretación de la misma y de los mismos que la interpretan. Los datos estadísticos pueden ser los mismos para unos y para otros, sin
  • 8. 8 embargo la interpretación de esos datos y la significación para la misión de quien sigue a Jesucristo, y las consecuencias que esa interpretación tiene para la acción, no son necesariamente iguales para todos. Depende del “contenido existencial” del que ve e interpreta los acontecimientos. El “contenido existencial cristiano”, es decir, la experiencia de la persona que se encontró con Jesucristo y la viva conciencia que adquirió y ya posee del proyecto de Dios acerca de la humanidad y de toda la creación, tiene un contenido existencial que le da unos elementos propios para interpretar la realidad y para comprenderse a sí mismo y a los otros, que no los tiene el que no posee esa experiencia. Lo mismo habría que afirmar cuando se trata de una comunidad creyente. Ésta tiene un contenido existencial cristiano, que la lleva a ver e interpretar la realidad desde la perspectiva creyente, que no la tiene un grupo de personas que no cree. Por eso, es imprescindible que los cristianos aportemos a la sociedad la visión cristiana del tiempo que nos toca vivir, porque somos sólo los creyentes en Jesucristo los que podemos contribuir con esa especificidad propia que tiene esta visión. Creo que no es necesario añadir que se trata de una perspectiva, que debe estar abierta al diálogo, sobre todo cuando se trata de encontrar caminos para construir juntos una vida más justa y más digna para todos. 3.3. Un método teológico - trinitario La polémica que dio lugar el Documento de Participación, en algunos sectores eclesiales sobre el método ver-juzgar-actuar, hizo posible un paso importante para rescatar el ejercicio cristiano de este método, sobre todo, porque se sintió la necesidad de profundizar el primer paso del ver. Como es lógico, si el primer paso está bien dado, asegura la bondad de los pasos que siguen. Entonces, nuestro método estaba pasando por un proceso de revisión y renovación, pero no de rechazo. Esto se pudo verificar luego en la Comisión de Redacción, que tuvo a cargo la elaboración del Documento de Síntesis. Si observamos el índice de este texto, vemos cómo se logra dar un paso importante en este método. Basta con ver los títulos que corresponden a las tres partes del documento y siguen respectivamente los pasos del método: I Miramos a nuestros pueblos a la luz del proyecto del Padre; II Jesucristo, fuente de vida digna y plena; III El Espíritu nos impulsa a ser discípulos misioneros. Como podemos ver, hubo incluso una intuición original de darle una dimensión trinitaria al método, colocando el ver en relación con la persona de Dios Padre; el juzgar con la persona de Dios Hijo; y el actuar con la persona de Dios Espíritu Santo. Destaquemos, para nuestro propósito, el primer título y prestemos atención al verbo mirar: se trata de ver la realidad desde Dios (miramos a nuestros pueblos a la luz del proyecto del Padre), lo cual coloca al creyente ante la actitud de cultivar una mirada creyente (a la luz del proyecto del Padre), sobre la realidad latinoamericana. Es muy ilustrativo y elocuente el texto sobre el método ver- juzgar-actuar, que encontramos en el Documento de Síntesis9 y que transcribimos a continuación. Este documento continúa la práctica del método “ver, juzgar y actuar”, utilizado en anteriores Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano. Muchas voces venidas de todo el Continente ofrecieron aportes y sugerencias en tal sentido, afirmando que este método ha colaborado a vivir más intensamente nuestra 9 Documento de Síntesis, nn. 34-39.
  • 9. 9 vocación y misión en la Iglesia, ha enriquecido el trabajo teológico y pastoral, y en general ha motivado a asumir nuestras responsabilidades ante las situaciones concretas de nuestro continente. Este método nos permite articular, de modo sistemático, la perspectiva creyente de ver la realidad; la asunción de criterios que provienen de la fe y de la razón para su discernimiento y valoración con simpatía crítica; y, en consecuencia, la proyección del actuar como discípulos misioneros de Jesucristo. La adhesión creyente, gozosa y confiada en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y la inserción eclesial, son presupuestos indispensables que garantizan la pertinencia de este método. Podemos decir que el “ver” de nuestro método está más inmediatamente vinculado a Dios Padre. Queremos ver siempre la realidad a la luz de su proyecto amoroso, manifestado en la creación y en la re-creación en su Hijo, Jesús. La “mirada” y la voluntad salvíficas del Padre buscan siempre sembrar y hacer crecer la vida, como asimismo defender la vida amenazada y resucitarla en la fuerza del Espíritu de su Hijo. El paso siguiente del método corresponde al momento del “juzgar”. El Verbo, Cabeza de la Creación y del mundo redimido, y el misterio de la Iglesia son la medida para valorar la realidad. Esto quiere decir que Jesucristo es irreductible a una mera teoría, a una mera ética o a un mero proyecto de desarrollo humano o social. Gracias a que nada ni nadie lo puede sustituir es que podemos proclamar con seguridad que él es el Señor de la vida y de la historia, vencedor del misterio de iniquidad y acontecimiento salvífico que nos hace capaces de emitir un juicio verdadero sobre la realidad, que salvaguarde la dignidad de las personas y de los pueblos. El último paso es el momento del “actuar”. Para el creyente, el Espíritu Santo nos impulsa a actuar y nos señala los rumbos del querer de Dios, expresados en líneas dinamizadoras coherentes con los clamores de nuestros pueblos y con la caridad de Cristo que nos apremia. La experiencia viva de la fe alimentada por la tradición y la comunión en la Iglesia católica, fundamento imprescindible de este método, ayuda a ampliar y profundizar la inteligencia de la realidad y el discernimiento de las situaciones, mientras nos exige saber dar razones de la esperanza que nos anima y nos confiere la audacia y sabiduría para actuar en bien de las personas y los pueblos. Las certezas de la fe saben acoger todos los signos de verdad, bien y belleza que se manifiestan en nuestra convivencia, más allá de todos los confines y pertenencias asociativas. Desde esta perspectiva, queremos contribuir, junto con muchos hombres y mujeres, a la búsqueda de las respuestas que demanda el actual momento histórico. Pocos meses después, en el Documento Conclusivo se recogieron las principales afirmaciones de lo que se ha dicho en el texto arriba citado10 . 10 “En continuidad con las anteriores Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, este documento hace uso del método ver, juzgar y actuar. Este método implica contemplar a Dios con los ojos de la fe a través de su Palabra revelada y el contacto vivificante de los Sacramentos, a fin de que, en la vida cotidiana, veamos la realidad que nos circunda a la luz de su providencia, la juzguemos según Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, y actuemos desde la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo y Sacramento universal de salvación, en la propagación del reino de Dios, que se siembra en esta tierra y que fructifica plenamente en el Cielo. Muchas voces, venidas de todo el Continente, ofrecieron aportes
  • 10. 10 Como podemos apreciar, hay una línea de continuidad en el período de preparación y luego en la celebración de la V Conferencia General, que muestra, por una parte, la aceptación del método ver-juzgar-actuar y, por otro lado, una cierta discontinuidad y superación que se logra gracias a una mayor profundización e inteligencia de la perspectiva cristiana que exige para el creyente la implementación de este método. De esta manera, se respondía a aquella necesidad que se sentía cuando se empezó a preparar esta Conferencia, de llegar en profundidad a la persona que se encuentra con el Señor para que, transformada por ese encuentro, su mirada fuera en verdad una mirada cristiana. 4. La opción metodológica tomada en Aparecida 4.1. La necesidad de explicitar la perspectiva Hay otro dato más, que complementa lo que estamos diciendo, y ayuda a la comprensión integral del mensaje de Aparecida. La necesidad de plantearse una visión de la realidad con ojos y corazón de discípulos de Jesucristo se hizo presente, de manera determinante, en una de las votaciones finales de la Asamblea. La comisión de redacción ya había entregado la tercera redacción del documento. En la primera parte, después de la introducción, y antes de proceder a “La mirada de los discípulos misioneros sobre la realidad”, ya aparecía un capítulo primero con el título “Los Discípulos Misioneros”, y los subtítulos: “Acción de gracias a Dios”, “La alegría de ser discípulos y misioneros de Jesucristo”, y “La misión de la Iglesia es evangelizar”. Un número consistente de miembros de la Conferencia quiso trasladar este capítulo primero a otra parte del documento. Un obispo presentó el objetivo de la moción: que se respetara en toda su pureza el método “ver-juzgar-actuar”. Propuso, entonces, que la primera parte del documento se iniciara, sin preámbulo alguno, con el capítulo que presenta la “Mirada de los discípulos misioneros sobre la realidad”. Por su parte, el presidente de la comisión de redacción explicó las razones que tuvo la comisión para ubicar en ese lugar, antes del “ver”, la evocación de nuestra vocación de discípulos misioneros, que viven en acción de gracias a Dios, con la alegría propia de su vocación, y conscientes de la misión evangelizadora de la Iglesia. Recordó que nuestra visión de la realidad nunca es ‘aséptica’, ya que nosotros la miramos como discípulos misioneros. Explicó, además, que es propio de nuestra espiritualidad cristiana, como emerge en las epístolas apostólicas, comenzar nuestras tareas e iniciar cada día dando gracias a Dios. Vino la votación. El 75% de los votantes quiso que la conciencia de ser discípulos misioneros y la gratitud por serlo fuera lo primero a la hora de “ver” la realidad. Invitaron así a mirar el mundo y la Iglesia en que vivimos, con ese ánimo y desde esa perspectiva: desde la razón iluminada por la fe, es decir, conscientes de nuestra vocación de discípulos misioneros de Jesucristo y con alegría, ya que el y sugerencias en tal sentido, afirmando que este método ha colaborado a vivir más intensamente nuestra vocación y misión en la Iglesia: ha enriquecido el trabajo teológico y pastoral, y, en general, ha motivado a asumir nuestras responsabilidades ante las situaciones concretas de nuestro continente. Este método nos permite articular, de modo sistemático, la perspectiva creyente de ver la realidad; la asunción de criterios que provienen de la fe y de la razón para su discernimiento y valoración con sentido crítico; y, en consecuencia, la proyección del actuar como discípulos misioneros de Jesucristo. La adhesión creyente, gozosa y confiada en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y la inserción eclesial, son presupuestos indispensables que garantizan la eficacia de este método” (Documento Conclusivo, n. 19).
  • 11. 11 corazón está sobrecogido por la gratitud. Esta decisión relacionó nuestra vida y nuestra misión con los apóstoles y los primeros cristianos, como lo expresa el Documento: Quienes se sintieron atraídos por la sabiduría de las palabras de Jesucristo, por la bondad de su trato y por el poder de sus milagros, por el asombro inusitado que despertaba su persona, acogieron el don de la fe y llegaron a ser discípulos de Jesús. Al salir de las tinieblas y de las sombras de muerte (cf. Lc 1, 79), su vida adquirió una plenitud extraordinaria: la de haber sido enriquecida con el don del Padre. Vivieron la historia de su pueblo y de su tiempo, y pasaron por los caminos del Imperio Romano, sin olvidar nunca el encuentro más importante y decisivo de su vida que los había llenado de luz, de fuerza y de esperanza: el encuentro con Jesús, su roca, su paz, su vida.11 Esta votación reflejaba la conciencia que tenía una mayoría cualificada de votantes sobre la necesidad de confesar explícitamente la alegría de ser cristianos, es decir, poner de manifiesto aquella adhesión creyente, gozosa y confiada en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y la inserción eclesial, como presupuestos indispensables que garanticen la eficacia de este método y asegurasen la visión cristiana de la realidad. De este modo, el primer capítulo del Documento es un bellísimo testimonio sobre el don ser cristianos, de poder vivirlo en comunidad y de anunciarlo con gozo a los demás, como aparece expresado en esta hermosa frase: Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo12 . Fue así que la decisión de abrir el documento, con una confesión gozosa de fe en Jesucristo y en la Iglesia, daba consistencia cristiana al primer paso del método que, para conservar su idoneidad de método cristiano, siempre exige “recomenzar desde Cristo”. Si prestamos atención a la primera parte –La vida de nuestros pueblos hoy– luego del capítulo I, introducido por aquella mayoría cualificada, el capítulo II, donde se entra de lleno al análisis de “la realidad que nos interpela como discípulos y misioneros”, lleva como título sugestivo: “Mirada de los Discípulos Misioneros sobre la Realidad”, para alejar cualquier duda sobre la perspectiva cristiana, desde la cual se pretende mirar la vida de nuestros pueblos en el tiempo presente. El mérito que tuvo Aparecida fue recuperar el valor cristiano de este método. El punto clave para su reposición consistió, precisamente, en lograr que el primer paso se abriera a una mirada creyente de la realidad, asegurando así una visión de fe sobre los pasos siguientes. Con esa introducción cristiana al método ver-juzgar-actuar, el Documento se estructuró en tres grandes partes que corresponden a esos tres pasos del método: La vida de nuestros pueblos hoy (ver); La vida de Jesucristo en los Discípulos Misioneros (juzgar); y, La vida de Jesucristo para nuestros pueblos (actuar). Antes de finalizar esta parte, y aprovechando que acabamos de mencionar los títulos de las tres partes del Documento, quisiera destacar cómo es impresionante ver que el texto de Aparecida irradia vida por todos lados. Es un texto que abre puertas y entusiasma, convoca a seguir participando, motiva a asumir responsabilidades, nos hace sentir Iglesia a todos y, sobre todo, nos impulsa con fuerza a la misión. La Iglesia siente un nuevo impulso de vida que le viene del Espíritu Santo y no puede menos que transformar ese impulso en misión “para que nuestros pueblos en él tengan vida”. Creo 11 Ibídem, n. 21 12 Ibídem, n. 29
  • 12. 12 que su lectura es atractiva precisamente porque despierta en los creyentes gozo y adhesión a los diversos planteos y orientaciones pastorales que allí se hacen. La lectura del documento impacta, porque el creyente intuye que necesita reencontrarse con la presencia viva de Jesucristo y recomenzar desde él. Y la Iglesia es cada vez más consciente del inmenso caudal de vida que le viene de Jesucristo, de su Palabra y de los sacramentos, de su presencia viva y de su fuerza transformadora y, en consecuencia, de la responsabilidad que les cabe a sus discípulos y discípulas acerca de la vida de las personas, de las comunidades, de los pueblos y del planeta en general. Esta conciencia cristiana, reavivada en Aparecida, se convierte en un aporte esencial para el ejercicio cristiano del método ver-juzgar-actuar. 4.2. Contemplar desde la bondad de Dios Como hemos dicho, en Aparecida hubo contribuciones sustanciales para revitalizar el método ver-juzgar-actuar. Esas contribuciones le aportaron claridad cristiana y ofrecieron algunos elementos teológicos y bíblicos claves para su ulterior reflexión y profundización. Un aporte esencial aparece en la reflexión del Papa en la Homilía de la Misa de apertura de la V Conferencia y, luego, en su Discurso Inaugural. Allí, el Santo Padre entregó elementos muy valiosos, que enriquecieron la visión creyente de la realidad y dejaron entrever que la fe no es obstáculo para cultivar una mirada objetiva sobre la realidad. Al contrario, la fe potencia todo lo humano, le da claridad y lo enriquece. Veamos algunas de esas afirmaciones del Discurso Inaugural, partiendo de la que citamos al comienzo y que coloca a Dios, como realidad fundante y decisiva para ver, juzgar y actuar en la vida. Esa realidad fundante, como veíamos, no es una idea, tampoco es una estrategia pastoral, es el “Dios con rostro humano”, el Dios-con- nosotros. El creyente no mira, juzga y actúa desde sí mismo, ni sólo junto con otros. Lo hace desde la experiencia del encuentro, porque en el origen de su existencia está la experiencia de comunión con el “Dios con rostro humano”, Jesucristo, en quien fuimos creados y redimidos. Desde esta experiencia de comunión contemplamos la realidad. Por eso, lo primero que “ve” –experimenta– el creyente es a Dios y su Amor entregado hasta la cruz. Ésta es la clave cristiana para ver y discernir la realidad. El creyente aprende esta mirada de Dios mismo, mientras se inicia en la insondable experiencia de haber sido amado primero. De la mano de la Biblia, desde las primeras páginas, vemos que Dios tiene una mirada buena sobre la realidad: “Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno” (Gen 1, 31). Mirada buena, no ingenua. La mirada buena de Dios no se contrapone a su visión profundamente crítica del drama humano de Caín y de la humanidad destrozada de Abel, puesta al descubierto con la tremenda pregunta: “¿Dónde está tu hermano Abel?” (Gen 4, 9). El vértice de bondad de esta mirada se refleja en el Crucificado, Jesucristo, el Hijo de Dios, con una mirada que perdona, redime y recrea. Esta mirada es posible porque la experiencia ontológica de Jesús es ser el amado del Padre. Porque “ve” –experimenta– a Dios, puede ver la belleza de la realidad, obra de Dios, y, al mismo tiempo, puede ver el drama de una humanidad que se levanta contra Dios, destrozada por el pecado, y gravemente irrespetuosa con la creación. El discípulo y la discípula de Jesucristo aprenden a tener esta mirada en la experiencia de comunión con él. En esta perspectiva se puede percibir que la visión cristiana de la realidad no separa la agudeza crítica, la alabanza, la gratitud y el compromiso transformador. El carácter cristiano del discernimiento, que coincide con el
  • 13. 13 momento del “juzgar”, se confirma cuando es vivido en comunión, una comunión que muchas veces puede contener el drama de la tensión y de la búsqueda fatigosa de la comunión, a ejemplo de Jesús, para quien el precio de la comunión fue la entrega de su vida en la cruz. La Iglesia y todos los que en ella nos reconocemos discípulos y discípulas de Jesucristo, no podemos menos que seguir su camino. Ahora se percibe mejor el amplio alcance que tienen las afirmaciones del Santo Padre: Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de “realidad” y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas13 . Y la segunda que nos sorprende por su conciso aterrizaje de humanidad: Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano14 . En este sentido, reflexionando sobre el lema de la Jornada Mundial de la Juventud del año 2005, el Papa partía de aquella imagen del hombre que, elevando la mirada por encima de sus asuntos y de su vida ordinaria, se pone en camino en busca de su destino esencial, de la verdad, de la vida verdadera, de Dios, y decía que esta imagen del hombre invitaba a ver el mundo no sólo como la materia bruta con la que podemos hacer algo, sino a tratar de descubrir en él la “caligrafía del creador”. Para ello es preciso que nuestros sentidos interiores se despierten y se hagan capaces de percibir las dimensiones más profundas de la realidad15 . Las afirmaciones que destacamos arriba, nos dan mucha claridad sobre el alcance de humanidad que caracteriza la visión que tiene el hombre creyente de la realidad. El alcance de humanidad, que aporta la percepción cristiana del tiempo presente, parte de Dios Creador y Dios con nosotros –la realidad fundante–, sus obras, entre ellas, el Evangelio, la historia de la Iglesia, evangelizada y evangelizadora, inserta en el maravilloso y amplio misterio del Reino, el oscuro mundo de la deshumanización y lejanía de Dios, del pecado y del “mysterium iniquitatis”. Se trata, en definitiva, de ver dónde está la luz y dónde las tinieblas, para colocarse en el camino de la verdad y de la vida, y afanarse por construir una vida digna y plena en Jesucristo. Esto nos invita a ponernos a la escucha de la revelación histórica, única que puede darnos la clave de lectura para el misterio silencioso de la creación, indicándonos concretamente el camino hacia el verdadero Señor del mundo y de la historia, que se oculta en la pobreza del establo de Belén16 . 4.3. Discernir en el Espíritu desde Cristo y su Reino Todo camino se derrumba sin el Camino, que es Cristo. Por eso el Papa dijo en Aparecida si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad17 . No es difícil percibir que el fundamento teológico del método cristiano ver- juzgar-actuar, es el conocimiento de Cristo y de su Reino de vida, de justicia, de paz y de gozo en el Espíritu Santo (cf. Rm 14, 17). Para colocarnos en los términos de Aparecida, podemos decir que se trata del conocimiento que adquiere el discípulo, 13 BENEDICTO XVI, Discurso Inaugural, Aparecida, 13 de mayo de 2007, n. 3. 14 Ibídem, n. 3 15 BENEDICTO XVI, Discurso a la Curia Romana, 22 de diciembre de 2005. 16 Ibídem 17 Ibídem, n. 3
  • 14. 14 elegido y llamado por el Maestro a “estar con él”, para aprender de él, y luego ser enviado por él a la misión (cf. Mc 3, 14). El Papa Benedicto XVI habló del método también en la Homilía de la Misa de Inauguración de la V Conferencia General, y propuso el “método original”. Se trata, dijo el Santo Padre, del método con el que actuamos en la Iglesia tanto en las pequeñas asambleas como en las grandes18 . En seguida aclaró que no es sólo una cuestión de modo de proceder; es el resultado de la misma naturaleza de la Iglesia, misterio de comunión con Cristo en el Espíritu Santo19 . ¿En qué consiste ese método? El Papa lo describe partiendo de los Hechos de los Apóstoles, donde se habla del sentido del discernimiento comunitario en torno a los grandes problemas, que la Iglesia encuentra a lo largo de su camino, y que son aclarados por los “Apóstoles” y por los “ancianos”, con la luz del Espíritu Santo, el cual recuerda la enseñanza de Jesucristo (Jn 14, 6), y así ayuda a la comunidad cristiana a caminar en la caridad hacia la verdad plena (cf. Jn 16, 13). Los jefes de la Iglesia discuten y se confrontan, pero siempre con una actitud de religiosa escucha de la palabra de Cristo en el Espíritu Santo. Por eso, al final pueden afirmar: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…” (Hch 15, 28). Ésta es la Iglesia: nosotros, la comunidad de fieles, el pueblo de Dios, con sus pastores, llamados a hacer de guías del camino; junto con el Espíritu Santo, Espíritu del Padre enviado en nombre del Hijo Jesús, Espíritu de Aquel que es el “mayor” de todos y que nos fue dado mediante Cristo, que se hizo el “menor” por nuestra causa. Espíritu Paráclito, Ad-vocatus, Defensor y Consolador. Él nos hace vivir en la presencia de Dios, en la escucha de su Palabra, sin inquietud ni temor, teniendo en el corazón la paz que Jesús nos dejó y que el mundo no puede dar (cf. Jn 14, 26-27)20 . El Papa prosiguió su reflexión explayándose sobre el contenido experiencial de este método, afirmando que el tiempo de la Iglesia es el tiempo del Espíritu Santo: Él es el Maestro que forma a los discípulos: los hace enamorarse de Jesús; los educa para que escuchen su palabra, para que contemplen su rostro; los configura con su humanidad bienaventurada, pobre de espíritu, afligida, mansa, sedienta de justicia, misericordiosa, pura de corazón, pacífica, perseguida a causa de la justicia (cf. Mt 5, 3-10). Así, gracias a la acción del Espíritu Santo, Jesús se convierte en el “camino” por donde avanza el discípulo21 . 4.4. Actuar como discípulos y verdaderos adoradores en “espíritu y verdad” Este “contenido” que conforma la identidad y vocación del discípulo se proyecta en envío misionero. Por eso, la Iglesia es enviada a difundir en el mundo la caridad de Cristo, –prosigue el Papa– para que los hombres y los pueblos “tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10) (…) La Iglesia se siente discípula y misionera de este Amor: 18 BENEDICTO XVI, Homilía de la Misa de Inauguración de la V Conferencia General, Aparecida, 13 de mayo de 2007. 19 Ibídem 20 Ibídem 21 Ibídem
  • 15. 15 misionera sólo en cuanto discípula, es decir, capaz de dejarse atraer siempre, con renovado asombro, por Dios que nos amó y nos ama primero (cf. 1 Jn 4, 10)22 . En resumen, la dinámica de este método parte de la experiencia de atracción irresistible de la persona de Cristo, quien por la fuerza de su amor, que culminó en el sacrificio de la cruz, atrae a todos hacia sí. La Iglesia, atraída por esa fuerza y asociada a Cristo, realiza su obra conformándose en espíritu y concretamente con la caridad de su Señor. Se siente convocada a repensar la relación con su Esposo, y llamada a vivir más coherentemente como discípula suya, como sucedió en Aparecida. ¿Qué es una reunión de este género, o de otras similares, sino un llamado del Esposo para atraer a su Iglesia más hacia sí, hacerle sentir su misericordia y su amor, para enviarla transformada y fortalecida, a anunciarlo con audacia a los demás y ser testigo de esa misericordia y de ese amor? En los términos del Discurso del Papa, podríamos decir que, mediante Aparecida, la Iglesia se sintió llamada a reconocer más a Dios, para conocer mejor la realidad y poder responder a ella de modo adecuado y realmente humano. El la medida que las comunidades cristianas fueron haciendo camino con este método, fue madurando la comprensión y la práctica de sus diversos momentos. La clásica tríada: ver-juzgar-actuar, se fue enriqueciendo, por ejemplo, en el “ver” con “contemplar”; en el “juzgar” con discernir, iluminar, comprender…; el actuar se abría a otros pasos como evaluar, celebrar. Aquí habría que añadir también “adorar” y no como un complemento menor, sino como una “actividad” principal. En coherencia con la afirmación de que Dios es la realidad fundante, el Papa señaló que antes que cualquier actividad y que cualquier cambio del mundo, debe estar la adoración. Sólo ella nos hace verdaderamente libres, sólo ella nos da los criterios para nuestra acción. Precisamente –concluye constatando– que en un mundo, en el que progresivamente se van perdiendo los criterios de orientación y existe el peligro de que cada uno se convierta en su propio criterio, es fundamental subrayar la adoración 23 . En esa línea de pensamiento, nuestro método alcanza su plenitud cristiana, cuando cualifica su itinerario con la adoración. Así es como este método cristiano debe ir precedido por la adoración, desarrollarse en adoración, y concluir adorando. Obviamente, se trata de la adoración verdadera, aquella que propuso Jesús a la Samaritana, cuando le anunció que “la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre” (Jn 4, 23). Se puede ver enseguida que se trata de una adoración con una fuerte incidencia en la transformación de la vida personal y social, y no tiene nada que ver con una falsa adoración que aleje a las personas de la realidad. En síntesis, el “actuar” cristiano de nuestro método, además de añadir la necesidad de evaluar y celebrar, llega a su momento más alto y más “activo” cuando logra “adorar”. Convengamos que la palabra “actuar” es algo restrictiva y sugiere casi exclusivamente una acción agresiva y transformadora de la realidad que ha sido previamente vista y juzgada. En cambio, si la realidad entera incluye a la realidad fundante, a las obras de Dios, a los santos, y a las graves vulneraciones provocadas por el hombre al Plan de Dios, la reacción del ser humano después de ver, no es sólo “actuar” en la acepción restrictiva del término. Es alabar y contemplar, llenarse de asombro y agradecer, para lanzarse a la misión, por desborde de gratitud y alegría, 22 Ibídem 23 BENEDICTO XVI, Discurso a miembros de la Curia Romana, 22 de diciembre de 2005.
  • 16. 16 colaborando con Dios, anunciando y denunciando, construyendo el Reino y destruyendo las estructuras de pecado. 5. Concluyendo La dinámica misionera de la Iglesia, y más concretamente la Misión Continental, como expresión histórica de esa dinámica en nuestro continente, tanto en sus pequeñas asambleas como en las grandes, está llamada a actuar en el espíritu de ese método, que no es sólo una cuestión de modo de proceder; es el resultado de la misma naturaleza de la Iglesia, misterio de comunión con Cristo en el Espíritu Santo24 . En el mismo sentido, cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8)25 . Lo hermoso es que todo esto quiere ocurrir con la pista metodológica que nos entregó el Papa: “El Espíritu Santo y nosotros”, no sólo ni en primer lugar como método de decisión (hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros), sino ante todo como estallido de alabanza y gratitud, con la misma actitud de Jesús, que al contemplar la obra del Padre, exclama: “Yo te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y a los entendidos y se las has revelado a los pequeños”. No se llega a la alabanza y a la adoración sino se parte de ellas, como tampoco se llega a la comunión sino se parte de la comunión. Por eso, es esencial al método cristiano, que su punto de partida sea una profunda experiencia de encuentro con Jesucristo en el “nosotros” de la Iglesia, que no es consecuencia de consensos, ni producto de cálculos, ni tampoco de estrategias pastorales, sino experiencia de absoluta gratuidad. Sólo desde este “contenido existencial cristiano” es posible imaginar una nueva audacia misionera. El método ver- juzgar-actuar será un instrumento útil a nuestras comunidades y colaborará en vivir más intensamente nuestra vocación y misión en la Iglesia, en la medida que nos ayude a ver a Dios, a dejarnos iluminar por él, y actuar en él que hace nuevas todas las cosas. Mons. Andrés Stanovnik Corrientes, 14 de marzo de 2008 24 BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa de Apertura de la V Conferencia General, Aparecida, 13 de mayo de 2007. 25 Documento Conclusivo, n. 145