Este documento contiene una colección de breves reflexiones y observaciones sobre temas variados como la literatura, la sociedad actual y los medios de comunicación. En general, critica el exceso de consumismo, la banalización de la cultura a través de la televisión y la pérdida de valores e identidad en las sociedades modernas.
2. Todo lector que sea hombre de dentro, humano,
es, lector, autor de lo que lee y está leyendo. Esto
que lees aquí, lector, te lo estás diciendo tú a ti
mismo. Y si no es así es que ni lo lees.
(Miguel de Unamuno: Cómo se hace una novela)
5. La lluvia tiene como fin primordial servir de inspiración al poeta, siempre
que éste (por supuesto) no lleve paraguas.
Tiene a veces el novelista la sensación de que la vida se le escapa por su
literatura, de que ésta nunca puede reflejar el mundo, la sociedad cada vez
más cambiante. Cuando termina la novela han cambiado él y la sociedad,
de ahí el impulso de rehacer su obra, en un intento vano de simultanear su
novela y su vida. De aquí proviene su temor al punto final.
Érase un hombre a un móvil pegado... ¿Por qué un gran número de los
usuarios de teléfonos móviles, como se ha comprobado recientemente en
un estudio estadístico, los utilizan en un noventa por ciento de ocasiones
para hablar de sus teléfonos móviles?
Les diré a los que me acusen de conservadurismo que me da igual que lo
hagan, que no dejaré de criticar el caciquismo del igualitarismo actual (hay
que poner límites a la libertad porque hoy parece que tiene más derechos
quien más se queja y grita).
6. ¿Que me acusan de lo contrario? Pues me da igual también, porque no
dejaré de criticar el excesivo neoliberalismo consumista de la actualidad y
sus devastadoras consecuencias: la marginación en los barrios periféricos
del capitalismo.
Conversación con un lector incordioso:
-Mire, yo también hago mis pinitos en esto de la escritura. He escrito ya
dos ensayos aún inéditos que creo tienen puntos de semejanza con algunas
ideas suyas: La teoría del error y La idea y el ejemplo. En el primero
critico la idea de que hay que equivocarse para aprender, cuando está
demostrado que es mejor favorecer el trabajo bien hecho que el error. En el
segundo señalo que la principal diferencia entre la naturaleza del cerebro
de un niño y el de un adulto se basa en que el primero se centra en
ejemplos y el segundo en ideas. Así, para hablar de la educación, por
ejemplo, un niño pondrá muchos ejemplos de maestros, profesores, clases
y compañeros diferentes, mientras el adulto simplificará ese batiburrillo
reduciéndolo a una serie de ideas (la disciplina, la importancia de la
cultura, lo bien que está la educación ahora...).
-Perdone, pero no creo que ahora la educación esté tan bien. Es más,
creo que está peor que nunca, porque genera analfabetos funcionales que
son los que sirven al sistema.
-¡Otra sandez! ¿No será primero la gallina antes que el huevo? Dígame
usted quién crea esos analfabetos: ¿no serán responsables la televisión que
padecemos o la propia sociedad, que reduce sus niveles de exigencia y
excelencia hasta límites nunca vistos? Mire usted, yo soy pedagogo y...
-¿Pedagogo?, ¿que es usted un pedagogo? Pues esta conversación se ha
terminado.
- Pero oiga... ¡Es usted un reaccionario! [...]
Cuentan que un día llegó una mujer al cementerio (parte superior).
Llevaba un bolso que ocultaba un bote con las cenizas de su marido y de
7. su único hijo, muertos en accidente. Al llegar a la tumba de sus padres,
abrió el bote, esparció las cenizas alrededor, sacó una pistola y se disparó
en la sien.
Cerró el ciclo de su vida.
Cuentan que X no quería ser incinerado pero lo fue. X había sido forofo
de un club de fútbol en vida y su hijo, después de muerto, lo continuaba
llevando al campo y cuando marcaba alguien un gol con la pierna, el culo
o incluso la mano, que para el caso es lo mismo, su hijo levantaba el bote y
su padre y él hacían la ola.
Ha ocurrido una terrible pérdida de los vínculos del hombre actual con la
madre Naturaleza, con la tierra de la cual procede. Los niños de ciudad
piensan que la leche la producen en fábricas igual que las galletas.
Las leyendas urbanas de hoy, como la de aquel usuario de ordenador que
confundió el receptáculo de CD-Rom (cederrón) de su aparato con un
posavasos, son pésimas imitaciones de los cuentos tradicionales. La
oralidad es la única característica común a ambos ciclos de leyendas. De
todas maneras, estas leyendas urbanas aún demuestran el poder de la
palabra, a pesar de su sencillez, y que el hombre, aunque se rodee de
cemento y ladrillo, la necesita para tocar a los demás, al otro, para
convencerse de que el infierno no son los otros. Ahí va otra recientemente
escuchada: un hombre se monta en un ascensor en el que ya hay varias
personas. Dice amablemente, como le enseñaron desde chico, “buenos
días” y nadie le responde. Entonces añade “bueno, como aquí no hay nadie
me voy a tirar un pedo”, y suelta un sonoro cuesco que deja atufados a
vecinos tan maleducados.
Ya el chiste ha dejado en buena manera de cumplir la función de
entretener; al hacerse exclusivo de la televisión, perdió su fuerza e
implantación entre la gente. Las leyendas de la sociedad de hoy nos vienen
casi todas de la caja tonta, que acabó hace mucho tiempo con casi todas las
tertulias vecinales.
8. Me pregunto a veces qué es lo que lleva a tantas personas a tener el
deseo o necesidad de salir por la caja estúpida que es la televisión. Quizás
sea el anhelo de permanencia, cuando ya no sirve aquello de tener un hijo
(cada vez nacen menos), plantar un árbol (cada vez se destruyen más) y
escribir un libro (cada vez tienen menos sustancia y menor relevancia).
Es increíble el poco pudor que tiene el personal a la hora de contar los
detalles más morbosos de la vida personal en televisión, detalles que
quizás se avergonzaría de contar en la intimidad a algún conocido y que,
ante ese espejo de breve fama que es la cámara, no tiene ningún tapujo en
diseccionar.
El crítico cumple su función, ocupa su sitio, como todas las piezas del
puzle de la cultura libresca. Todos los escritores dicen no tenerlos en
cuenta (ni leerlos siquiera), pero esperan como agua de mayo sus
sentencias.
Espero que mis críticos, si alguna vez los tengo, no lleguen al grado de
despiadada eficacia de aquel colega suyo que firmó en un tabloide creo
que británico una crítica más o menos parecida a ésta: “X ayer dio un
recital de piano en tal sitio. ¿Por qué?”.
No es mi intención demonizar al crítico. Al contrario: una de las visiones
más hermosas de “lo que es” (o “viene siendo”) la literatura se la leí a uno
de ellos. Emil Staiger pensaba que lo lírico o lo dramático no está
vinculado solo a la literatura. Según él, puede surgir un impulso lírico
contemplando un paisaje o un impulso dramático al presenciar una pelea.
Según esto, todos somos autores, todos hacemos una literatura del
sentimiento y no necesariamente de la escritura, una literatura en la vida y
no siempre de la vida. Pocos somos los que inútilmente pretendemos
conciliar el sentimiento con la palabra justa, huidiza.
9. Ya no existen los pueblos. Véase en este ejemplo tomado de la televisión:
-¿Y de dónde dice usted que llama, señora?
-¡De Torredonjimenooooooooooo!
-¿De dónde?
-De Torredonjimeno, Jaén –con voz resignada la señora-.
-Ah, de Jaén, la señora llama de Jaén.
¿Y qué decir de la imagen del cateto de pueblo, que aún perdura sin
cambios entre los habitantes de la tierra del cemento? Vale, sigan pensando
en esa imagen decimonónica del pobre pueblerino que llega a la gran urbe
buscando el pan, pero sepan que en los pueblos todavía la gente no vive ni
anda como autómatas, como esclavos del reloj.
La nueva familia ultramoderna:
El padre primero le explicó a Luis que el padre segundo lo había tenido a
él con una madre-probeta, que después resulta que se había ido a vivir con
una tía suya (del niño), con quien había tenido gemelas concebidas de los
depósitos de algún banco de esperma.
-Sí, eso lo sé. Pero papá primero, dime: ¿quién es la mamá de mi osito?,
¿le hicieron una operación de cambio de sexo?
El problema es que hoy en día la gente cree que ya no hay problemas.
Alguien ha hablado del final de la historia, queriendo aludir sin duda al
final de las ideologías revolucionarias.
Todo parece ya inventado, descubierto, hollado, manido; no hay utopías
que localizar en lontananza. Se acabaron los pasquines, las proclamas y los
manifiestos. En esta sociedad adormecida, atomizada (y también atómica),
atontada y bien cebada son las cajeras de los supermercados las que tienen
que dictar las normas básicas de educación: “Por favor (el por favor es
opcional), pasen por esta caja respetando el mismo orden”. Pero si llegas y
no lo respetas no pasa nada. Nuestra lista de derechos aumentó en número
10. inversamente proporcional al de nuestras obligaciones.
Al fin y al cabo, el que se queja por algo que considera injusto es el que
se lleva el gato al agua, pero lo hará siempre, en un 99,99% de las
ocasiones, pensando solamente en su interés egoísta. A los demás que les
den. Y el amable y educado que pierda.
Ayer presencié un caso curioso: un ciudadano cabreado había parado el
tráfico en un paso de peatones y estaba dando un cursillo básico de normas
de educación vial al conductor del coche que tenía delante, el cual –supuse
yo por las trazas- había intentado pasar cuando aquel pobre caminante
estaba atravesando la calle, con el consiguiente peligro para su integridad
física y psíquica.
-Mire usted, esta señal indica paso de peatones (decía señalando con un
puntero inexistente el dibujito del peatón sobre el paso de cebra). ¿Sabe
usted lo que es un peatón o se lo explico de nuevo? ¡¡Y estas rayitas de
aquí debajo indican que el peatón que cruza en un paso de peatones como
éste de aquí debe tener preferencia!! ¿Es usted capaz de establecer una
relación entre esta señal y lo que representa, so merluzo?
La nueva religión:
“¿Cómo dices?, ¿que qué? (gritando) ¡Ah!, por la salud de tu madre,
¿verdad, cariño? ¿Cuántos años tiene tu madre? Noventa, ¿eh? Espera, que
voy a consultar con la bola... (apenas la mira) ¡Ah!, pues está mal de salud,
¿eh?...”
Los nuevos videntes son los oficiantes de la nueva religión, una religión
más personal, más cercana a los problemas del hombre (y la mujer) de hoy,
preocupada por su soledad infinita en la gran urbe y por los ceros de su
cuenta corriente.
11. ¡Dios! Acabo de entender los casos tan extraños que salen en estos
últimos tiempos en televisión. A veces me asombro de mi estupidez.
Esta tarde veía un programa de televisión (vulgo pograma) en el que los
contertulianos eran modelos de pasarela: grandes bocas pintadas de rojo,
escaparates de miel. Cambié de canal y diez minutos más tarde volví a la
misma tertulia: ¡seguían hablando de lo mismo! ¿Y cuál era aquel tema
que requería tan hondas y extensas discusiones? Pues la discusión estaba
centrada en si era mejor llevar pestañas naturales o postizas.
Me invadió una desagradable desazón. Pensé que los responsables de
aquel bodrio no pensaban siquiera en transmitir ninguna información útil a
la audiencia y menos en entretener. Su única idea era la de mantener
durante bastante rato en primer plano la imagen de los turgentes senos
(vulgo domingas) de aquellas señoritas, dejando embobada a la audiencia
masculina e interesada por la última moda o por los avances de la cirugía
plástica a la femenina, mientras los pases publicitarios engrosaban las
arcas de la cadena. Pero -me hice una pregunta-, ¿si pusiesen a esa hora un
documental o una película interesantes para gente inteligente, los
espectadores no estaríamos más felices, teniendo que tragarnos los mismos
anuncios y, además, sin esa desagradable sensación de haber perdido
inútilmente minutos preciosos de nuestra corta vida? ¿No se educaría
mejor a las futuras generaciones de ese modo, y no enfrentándolas desde
muy temprano (me refiero con ello a la hora de emisión y a la corta edad
de nuestros infantes) con la carga de hedonismo y frivolidad que nos
invade?
Por favor, devuélvanme los minutos que me ha robado la televisión-basura.
Con ellos podría quizás componer dos libros mejores que éste, una
obra de teatro, el guión de una película, aprender a tocar la guitarra o el
piano, o tirarme en paracaídas, o qué sé yo.
“Tú eres una guarra, y yo soy más guapa que tú porque mis tetas no son
de plástico” (frase oída en el programa de televisión antes citado).
Hay frases que resumen una época y ésta es una de ellas. Nuestra época,
como casi todas las de crisis (en griego, ‘mutación’), se define, entre otras
12. cosas, por el individualismo y la competitividad más radicales.
Luis Cernuda, uno de los mejores poetas del siglo XX en español –
injustamente valorado a estas alturas-, tras la publicación de Donde habite
el olvido (1932-33) se ruborizó al comprobar el extremo de desgarradora
sinceridad que habían alcanzado sus versos, como bien demostró la
profesora María Eva Rey en una reciente conferencia a la que asistí como
invitado.
Ese pudor extremo, propio de muchos escritores, se debe a que, mientras
escriben, su obra es un depósito de emociones que consuela y reconforta,
es una triaca que restaña sus heridas. La escritura es un proceso de diálogo
del escritor consigo mismo, en una puesta en claro de sus tinieblas, al que
se invita más tarde al lector como espectador. Al publicar, las palabras del
autor, que habían sido para uno, son entonces para los lectores, hasta
entonces una referencia envuelta en la indefinición. Las ideas se vuelven
tinta sobre el papel y salen a la luz pública, expuestas a la crítica general
acerca de ellas y de quien las escribió.
El sexo, ese roce de siglos que nos quema con su desgaste, se ha
convertido en el gran espectáculo con el que los medios de comunicación
enmelan los estambres de sus imprentas, antenas y pantallas y tras el cual
nos arrastramos como enjambre de abejas enardecidas.
El cuento es el siguiente: en un juzgado fue comidilla reciente el caso de
una pareja recién divorciada (una más de las que últimamente abundan)
que dejó de convivir a resultas de descubrir ella en el ordenador doméstico
un acceso directo a una página “para adultos” en Internet. El marido alegó
que no había creado dicho acceso directo, afirmando que casualmente y
sin querer había navegado por aquellos mares procelosos del deseo. Según
él, desde algún islote sensual le habían colocado aquel regalito, aquel
pornograma.
Moraleja del cuento con moraleja: la empresa que gestionaba dicha
página sicalíptica tuvo que hacer frente a los gastos del divorcio e
indemnizar, además, a las dos partes (ambas en tratamiento psicológico),
13. comprobada su falta de escrúpulos en los negocios y su indiferencia ante
los numerosos problemas de inestabilidad conyugal.
El pisito está muy carito: después dicen que nadie trae hoy hijos al
mundo. Pero ¡si el problema es dónde los metes! Después dirán que las
parejas no quieren casarse o traer hijos al mundo. Y lo más triste es que la
natalidad se reduce a una cuestión de ladrillos de más.
Véase si no este ejemplo, tomado de una revista de ofertas inmobiliarias:
“Piso de 30 metros cuadrados, zona céntrica [siempre están en zona
céntrica, aunque estén al lado del aeropuerto], un dormitorio, a/a
(traduzco: aire acondicionado), f/c (frío/calor), garaje, trastero, etc. 100
millones, de euros, por supuesto”.
¿Quiere uno un dormitorio más? Nada, pues engrose usted con unos seis
millones más el presupuesto.
“Venga a Clavón Bank, entrámpese para toda la vida con nuestro
Hipotecazo”. (Encima cachondeo ).
“Pobrecito, toda la vida trabajando y cuando ha pagado por fin su pisito
y se ha jubilado, el canalla va y se muere”.
Hablando de bancos, el otro día fui a uno de estos templos donde se rinde
culto al becerro de oro. Me recibe el interventor muy amablemente y me
explica, después de resolver el asunto que me llevó allí, que me conviene
apuntarme a unos servicios que tiene el banco en Internet, y ante tanta
amabilidad no dudo en hacerlo. Las claves de acceso que se pedían eran
los nombres de los abuelos del cliente, y mientras le daba la información
requerida me comentó que muchos clientes no eran capaces de recordarlos.
Me quedé asombrado: ¿cómo el personal no recuerda el nombre de sus
abuelos?
Ese día estuve dándole vueltas a este asunto, que me pareció muy
significativo. Concluí que la gente está perdiendo los vínculos con el
14. pasado, con la memoria. Solo se vive el presente más radical: aquí y ahora;
no hay nada hacia atrás ni nada hacia delante. No somos ya producto de
nadie, somos seres autónomos que viven y trabajan sin pensar en
procedencia o trascendencia alguna. ¿Somos entonces mera existencia, sin
la esencia de la memoria?
El azul de primavera del cielo de aquel día se me antojó de una frialdad
indescriptible.
He encontrado un resto fósil del tratamiento de respeto usted. En los
estadillos de banco aparece aún el posesivo su en lugar de tu, pero se
aplica a un objeto extraño: “su respetada cuenta”. O sea, que el estimado o
respetado no soy yo, sino mi cuenta corriente. Cuanto menos, curioso.
Imagen del escritor bohemio:
Francisco García (seudónimo: Francis Gar & Cía.) acababa de tomarse
aquella mañana de inicios de primavera un bourbon. Era su bebida
preferida por la sonoridad de su pronunciación y porque tenía el color más
apropiado para formar un conjunto al lado de su panamá y su corbata de
artista. Se sentaba desde hacía tiempo en la misma mesa de aquel café (y
no cafetería) para escribir sus geniales versos, regados con alcohol y
sahumados por su pitillo, al tiempo que ofrecía su perfil derecho (el bueno)
al bullicio de la plebe de la calle.
En aquel mismo momento comprobaba el saldo de su cuenta corriente
tras el ingreso del último premio. De pronto sintió un dolor fortísimo en el
pecho.
(Mismo día. Noche. Habitación de un hospital. Dos personajes)
-Pero, ¿sabe usted lo que me está pidiendo, doctor?
-Sí, que deje de fumar y de beber.
-¡Ja! ¡Pero si el alcohol y el tabaco son inherentes a mi imagen, a mi ser
15. de artista en suma! Y mire, tampoco puedo imaginarme sudando por esas
rutas del colesterol bajando mis grasas junto a “marujas” de chándales
horrorosos.
-Mire, don Francisco: deseche usted de una vez por todas esa imagen de
escritor maldito, bohemio, marginado y alcoholizado con que nos tiene
más que acostumbrados a sus lectores de toda la vida. Ésa es una idea,
como muchas otras, y eso usted lo sabe, heredada de muchos escritores
románticos, los cuales consideraban que cuanto más radicales fuesen el
escritor y su obra más calidad tendrían ambos. No confunda usted
personajes underground con un hígado underground (en terminología
médica, hecho polvo).
Leo en una revista de sala de espera de dentista que existe un programa
de ordenador (se descarga de Internet, como todo hoy) que permite a
novelistas aficionados construir la trama de una novela a partir de una idea
previa.
En la misma revista de suso hallo la reseña de un libro escrito por un
conocido presentador de televisión (¿tendrá negro su negro?) y no puedo
evitar enlazar ambas afirmaciones: hoy en día publicar es más difícil que
escribir, y eso que todo son facilidades para publicar. Cualquiera escribe
hoy cualquier bodrio, pues lo hace el ordenador todo si se quiere (en el
país de los ciegos el tuerto es rey, lo malo es que el tuerto es de silicio).
Pero publicar..., publicar es otra cosa: tiene usted que ser alguien en
televisión, un rostro conocido que venda una contraportada y planee una
novela fílmica (pensada para el cine y el correspondiente merchandising, o
mejor mercadeo, de videojuegos, etc.). Quizás en esta época Galdós,
Unamuno o Azorín no hubiesen podido sacar sus escritos a la luz pública si
no hubieran salido en la caja que atonta.
Y no les basta a algunos presentadores de televisión con atontarnos desde
los programitas de televisión. Además, se empeñan en hacerlo desde los
teclados del ordenador.
Entonemos una triste elegía por los miles y miles de manuscritos
muertos en cajones (ataúdes) que nunca verán la luz y a los que estos
diletantes de la pluma les roban la gloria. Claro que siempre es mejor
renunciar a publicar un manuscrito pleno de verdad y autenticidad que
editar miles y miles de páginas sin sustancia alguna. ¿O no?
16. La novela fílmica:
Cada vez hay menos cine literario (el cual da especial relieve al texto, a
las ideas) y más cine fílmico, ceñido al formalismo vacuo de las imágenes
de video-clip.
Duda cruel: los autores que nunca publicaron o los autores que
publicaron y que luego apenas son leídos: ¿sufren ese silencio por su
escasa calidad o debido a que un interesado velo prefiere ocultarlos por
decir verdades?
¿Y esa sensación que crean los medios de comunicación de que todo lo
que transmiten nos debe resultar fundamental? Ya está bien de tanta
hiperinformación que siembra el miedo a vivir en las gentes de bien.
Miren ustedes: creo que deben ponerse límites entre el derecho a ser
informados y el derecho a no ser molestados o manipulados con imágenes
y textos morbosos e innecesarios.
¿Que unos bárbaros queman un cajero, derriban una papelera, asesinan a
alguien, desnudan a unos futbolistas en pleno campo o tiran un
contenedor? Nada, pues ahí están las cámaras para mostrar el destrozo al
momento de ocurrir, para envalentonar a los autores de la hazaña y meter
el miedo en el cuerpo a la ciudadanía restante (que es mayoría, no lo
olvidemos).
Y luego sale ese presentador con cara de pardillo que dice con voz
cándida: “esperemos que no cunda el ejemplo”. So ***, ¿cómo espera
usted que no cunda el ejemplo si acaba de poner las imágenes de la
barbarie? ¡Ah!, y no se meta usted con los medios de comunicación, ¿eh?
Ellos nunca tienen culpa de nada, oiga.
Conclusión: salen ganando como siempre los bárbaros (se da publicidad
17. gratuita a sus hazañas) y los medios (el morbo los alimenta), al tiempo que
perdemos en tranquilidad los demás. Que informen, pero que lo hagan sin
alimentar odios ni temores. La lente de la cámara es a veces más dañina
que el objeto al que retrata.
Y por otro lado, ¿qué dicen de esa televisión-estercolero que sacraliza la
ausencia de esfuerzo y voluntad, el chiste fácil, el rascarse la barriga (u
otras partes) y el dinero a la mano, junto con la pérdida de la intimidad, de
la privacidad, ahondando en la confusión entre realidad y ficción, entre
vida real e inventada? Pues, ¿qué hay que decir? Que la ve la gran mayoría
de los espectadores, con lo que queda demostrada la altura de miras de la
cultura de masas.
Por desgracia, el mando a distancia del televisor (por antonomasia, el
mando a distancia es siempre el del televisor) se parece cada vez más al
fondo del escusado o W.C. El cambio de canal se ha convertido en una
actividad escatológica: se trata de ver en qué cadena se defecan más y
mejores heces mentales.
La terrible soledad del escritor ante su libro impreso (¡gran asunto!):
Cuando sus palabras dejan de ser solitarias y pasan por la imprenta se
convierten en otra cosa, tienen otra luz y otras calidades. Serán entonces
malinterpretadas algunas, otras interpretadas correctamente o a través de
lentes distintas a las de su autor. A partir de entonces, la obra ya no
pertenece a éste, pasa a ser de sus lectores. Son éstos los que la hacen.
Es entonces cuando, tras el parto de su obra, el escritor cree descansar,
sin darse cuenta aún de que su obra es ya otra y de que debería retocarla en
algunas partes, cambiar comas, introducir adjetivos, suprimir ideas
arriesgadas..., pero es imposible. El lector le ha arrebatado su novela. Tuvo
todo el tiempo del mundo para construirla y ahora que la ha publicado no
puede cambiar nada. Son los lectores y críticos quienes colocan la obra en
su justo lugar, más allá de las ensoñaciones del autor.
Más tarde, éste descubre que es imposible su novela, que decirlo todo
(Hegel decía que lo propio de la narrativa es mostrar la “totalidad de los
objetos”) es un ideal irrealizable y que, además, si lo consiguiese, nunca
serían del todo entendidas sus palabras.
Decirlo todo es imposible, como también lo es acabar la novela, porque
18. la vida de la que ésta es reflejo no acaba nunca. La literatura, como la vida,
es siempre un borrador inconcluso. Ni en la vida ni en la literatura existen
los puntos finales.
¿Alguien ha hecho un estudio sociológico sobre los sitios de la lectura?
Sería interesante saber dónde se leen los distintos géneros. En la cama los
libros eróticos, en la cocina los de gastronomía, en el váter los
escatológicos, en el garaje los de bricolaje, etc. ¿Y la poesía? Por supuesto,
el mejor sitio para leer la poesía es en medio de la naturaleza, marco para
la reflexión y el rito mágico de las palabras.
Reflexión desde un tren nocturno:
Somos destellos de luz con alma viajando sobre los raíles artificiales del
tiempo.
La muerte ausente:
Vivimos en un mundo marcado por el enmascaramiento de los afectos
(nadie siente, todos piedra) y por la ausencia de muerte (léase a Philippe
Àries). La muerte es solo un espectáculo televisivo que a veces pasa
delante de nuestras narices cuando se nos muere un vecino del que ni
siquiera teníamos constancia de que hubiese vivido (y además nos
enteramos de ello por una fría nota en el ascensor).
Hasta hace poco tiempo siempre nos fue cercana la muerte por la
fascinación de lo extraño y la catarsis dramática que provocaba. Es el tema
más lírico y más dramático de todos.
Lo que caracterizó a los primeros grupos humanos fue la experiencia de
la finitud. Lo que caracteriza a nuestra civilización es la ausencia de una
filosofía de la muerte.
19. La vida es una lucha constante por encontrar el equilibrio, mientras que
la novela es una lucha, igual de inútil que la anterior, por encontrar la
palabra oculta que nos une con la infancia perdida. Esas dos luchas, la
lucha por vivir y la lucha por dejar constancia de lo vivido, son las que nos
hacen ser humanos.
Las Historias de la Literatura son también historias de los miedos de las
generaciones: miedos a perder su esencia o estabilidad por una serie de
cambios o problemas. La Literatura de las generaciones se construye entre
un falso pasado glorioso tristemente añorado y un presente criticado por
los cambios que provoca.
Todo lo que ves ahora desaparecerá, y tú al final. Fugit irreparabile
tempus.
Juan Cromberger, mientras discutía airadamente con su mujer por la
calle, como venía siendo habitual, contó treinta baldosas y se paró. Ajeno a
las súplicas de ella, que intentó apartarlo de allí, se había quedado clavado
en la trigésima baldosa porque había decidido no andar más.
La gente se había parado curiosa a ver la discusión. Ella se fue
desesperada a las tres horas llorando, viendo que era imposible
convencerlo de que volviese a andar. Pasó una noche, pasaron tres. La
cuarta noche le llovió bastante; su estómago hambriento le empezó a doler.
Al séptimo día salió su foto en el periódico local y al día siguiente apareció
su figura debilitada en un telediario nacional.
La gente lo miraba intrigada, los niños le colocaban flores en la cabeza,
los periodistas lo intentaban entrevistar inútilmente porque no quería nada,
no reivindicaba nada, no se quejaba de nada. Solo quería quedarse en
aquella trigésima baldosa, a la que llegó a tener tanto aprecio que quiso la
colocasen encima de su tumba con el epitafio grabado con letras de oro
“Ahí quedó”.
20. Tele-tienda:
La señora había reclamado a la empresa distribuidora de Gom-Ex el
importe de la compra de aquel producto de gimnasia, el cual le habían
vendido como la solución ideal a los kilos de más. El problema había sido
que los kilos de más de aquella oronda mujer eran innumerables y que, al
intentar hacer la primera flexión con el aparatito, se había herniado en lo
más profundo de su ser.
[Esta vez no incluiré moraleja: el lector deberá adivinarla, si es que
existe. Claro que, si no existe, ¿para qué el cuento?]
Lo que caracteriza a nuestra época también es la pérdida de las fronteras,
de los límites: lo indefinido de los lindes entre realidad y ficción, entre lo
que debe y lo que no debe ser permitido o exigido...
Nadie se atreve a poner límite alguno, porque eso supondría hacer un
esfuerzo inhumano y ser criticado desde todos lados.
Es más fácil mirar para otro lado y esperar que algo cambien las cosas y
que nada nos salpique. Pero es verdad, ¡oh, sí!, que habrá un cambio en la
sociedad (pos)moderna: un cambio hacia situaciones peores, hacia un
fundamentalismo radical, hijo natural de la crispación existente
(fundamentalismos los hay ya políticos, educativos, futbolísticos,
artísticos, ecológicos, amoroso-sexuales, etc.).
Mire usted, señor juez. Eran tres los niñ..., los niños que iban en la moto,
los tres sin casco, los tres borrachos. Se caen los tres por adelantar
incorrectamente mi bicicleta mientras iban riéndose sin prestar atención al
tráfico..., ¿y usted me acusa a mí del delito de omisión de socorro?
Han existido siempre buenas obras que no han triunfado porque no fue
21. idóneo el momento en que surgieron, pues se retrasaron o adelantaron
demasiado.
Sin embargo, mi empeño es ser leído por mis contemporáneos. No
escribo para los lectores de dentro de cien años, aunque a éstos les pueda
llegar muy hondo mi obra.
Lo malo es que hoy no llegan al gran público ni las obras maestras de
hace siglos. El Quijote, por ejemplo, es una obra para muy pocos elegidos
en este mundo de necedades.
Hoy apenas hay tiempo para esa visión del alma que supone la lectura,
para el ensimismamiento que produce la imaginación de lo leído, mil veces
mejor que millones de imágenes juntas.
La educación libresca:
¿El escritor debe educar? No, no creo que deba ser ése su papel
prioritario. El mundo moderno, que crea seres humanos alienados para las
grandes cadenas de producción y consumo, denosta la figura del profesor,
reducida a la mínima expresión, payaso en medio de un baile de indios. Si
se hace eso con quien debe merecer el mayor de los respetos y quien debe
atesorar, para transmitirlo, el patrimonio de las generaciones, ¿qué no se
hará con los escritores, a quien no es obligatorio atender? El mensaje
educativo que pueden transmitir los escritores irá dirigido siempre a quien
menos lo necesite.
La Literatura sí debe ser, entre muchas otras cosas, denuncia ética de
situaciones injustas o indeseables, pero no debe olvidar que su queja tendrá
siempre eco entre un público más o menos cultivado que no necesita de
adoctrinamientos morales.
Creo con más fervor en el papel educativo que podría tener, y que no
tiene, la televisión, pues llega a más gentes, que en el de los libros.
Antes se homenajeaba a los artistas muertos (el club de los poetas
muertos). La muerte era el momento a partir del cual se consideraban en la
distancia sus obras. Sin embargo, algunos artistas empezaron a quejarse de
22. que no se los homenajeaba en vida por su obra, pero se pasó al extremo
contrario.
Hoy los artistas jóvenes tienen ya museo. Claro que eso de “artista” es
un homenaje excesivo en algunos casos, pero ya se sabe que en el país de
los ciegos...
Por cierto: el diseño y la moda se equiparan al arte, pero (gran paradoja)
en estos campos todo es hoy revival, repetición de moldes gastados.
Lo primero que Pedro Pi leía del periódico era la sección de esquelas.
Quería cerciorarse todas las mañanas de que su nombre no aparecía en
ellas. Un día vio su nombre en una esquela por equivocación y se murió de
la impresión.
La Literatura, entendida como narración de sucesos, produce una
distancia épica, una separación entre el hecho, quienes lo cuentan y
quienes lo escuchan o leen. Esta distancia épica también provoca que los
sucesos históricos, auténticos y veraces, se lean como ficciones. Por tanto,
las obras literarias, que son pura invención, se presentan como un doble
engaño, como una ficción duplicada.
A veces estoy consumido por la fiebre de la escritura, por la sensación de
transmitir algo escrito en mi alma hace siglos en un proceso de
automatismo subconsciente, en una videncia que me cuesta sangre. El
proceso de tránsito de la literatura en la vida (Rimbaud hablaba de la
“alucinación simple”) a la literatura de la vida me hace erróneamente
pensar que fijo palabras hace mucho tiempo creadas a la espera de ser
escritas, en un tiempo antiguo antes de nacer yo.
Esa vivencia febril de la escritura, esa fiebre del artista, dios creador, la
reflejó magistralmente el poeta creacionista chileno Vicente Huidobro en
su poema Arte poética, cuyo último verso es “El poeta es un pequeño
23. Dios” (léase en su libro El espejo de agua).
La escritura, proceso entre consciente e inconsciente de transcripción de
algo rumiado anteriormente, siempre llega tarde; es una vuelta de retraso a
la rueda de la vida ya vivida.
Las digresiones en la novela:
Ante un mundo cambiante como el nuestro sólo valen visiones
centrífugas, textos ex-céntricos, fragmentarismos cubistas. No hay visiones
totalitarias que valgan en estos tiempos de confusión; es imposible reflejar
toda la complejidad de la existencia, así que la digresión debe ser entonces
una de las claves de la novela contemporánea.
La digresión (junto con el paréntesis) es un intento inútil de eternizar la
novela y la vida (ambas acaban porque llega el punto final y la muerte, y
no porque quiera uno). Por otro lado, ¿no puede haber una visión global en
el fragmentarismo, unidad en la variedad de digresiones?
Dejar de escribir o no escribir es algo parecido a dejar de vivir en el caso
de muchosa escritores. He leído de nuevo el magistral repertorio de locos
de Vila-Matas, Bartleby y compañía, libro que mitifica el desequilibrio
emocional en el Arte por lo que tiene en sí mismo de ruptura y de creación
personal también.
La desconfianza en las palabras es paralela a la desconfianza en la vida
(consúltese en dicho repertorio el caso de Tolstói, el último y el más triste
de todos).
¿Viven más intensamente la vida los creadores? Quizás no, quizás su
problema sea el querer buscar sentido a unas sensaciones fijándolas en el
tiempo como en una fotografía.
24. O quizás sí vivan más profundamente la angustia de vivir, paralela a la
angustia de escribir. Por eso, la mejor literatura tiene siempre un velo de
tristeza innata.
Las vidas de los escritores son a veces más interesantes que sus propias
obras (no es mi caso).
Rechªzº lºs jwegºs vrbªls xcsivºs.
Definitivamente, nos cargamos la Tierra, señores.
El poder es otro tema apasionante, base de muchos dramas de
Shakespeare. El poder, o el deseo de poder en el mundo material tiene su
correlato en el otro mundo. La sociedad del cementerio es clasista, aunque
la muerte tenga un halo democrático que nos iguala a todos. Los panteones
son los palacios de los muertos, algunos verdaderas obras de arte
(pensemos en el Taj-Mahal o en las pirámides de Egipto). La verdad es que
vemos como obras de arte a los panteones y cementerios (visiten, si no me
creen, el parisino de Montparnasse). Cuando pagamos o traspasamos sin
más la entrada no nos planteamos si estamos disgustando a los señores allí
enterrados.
La lectura, como la escritura, es un proceso de interpretación personal y,
por tanto, falsamente objetivo, de unos contenidos. A veces las lecturas son
doblemente falsas: esto sucede cuando se lee un texto no directamente,
sino a través de referencias indirectas (reseñas, críticas, opiniones de
25. familiares o amigos...). La lectura indirecta, a pesar de su doble engaño,
influye también en nuestra visión del mundo, aunque a veces no se
corresponda con la que transmite la lectura directa.
Sirven también a los autores las lecturas indirectas para aprovechar esas
visiones personales de una obra ajena jamás leída en la fase de
construcción de sus propias novelas.
Cada lector podría también construir una Historia personal de los libros
nunca leídos y hablar de cómo les influyó su no-lectura, es decir, de lo que
piensan que podrían contener sus páginas. Mi lista la encabezaría Ramón
Gómez de la Serna, excelente escritor apenas leído –hasta ahora- por mí,
con El novelista (el protagonista es un autor que busca argumentos para su
obra) y Los muertos y las muertas (con un título políticamente correcto
avant la lettre). Se incluyen también en mi lista las obras de Rafael
Cansinos-Asséns (creo haber descubierto finalmente que se escribe así su
nombre).
La mirada inocente, no contaminada, sobre las cosas y las personas debe
ser la búsqueda continua de toda persona (especialmente de los artistas).
Me refiero a la mirada del niño, esponja que todo lo absorbe, como si las
cosas naciesen a la vez que fija en ellas sus ojos.
Por el contrario, la mirada gastada sobre las cosas supone la muerte de la
inocencia. La literatura es un intento de captar la esencia primigenia de un
mundo recién creado, recién vivido, a la vez que recién nombrado, apenas
manchado por el recuerdo y las comparaciones. Es, en suma, una vuelta a
ese paraíso que fue la infancia, añorada eternidad a la que la idea del
tiempo vino a poner límites odiosos.
No puedo evitar en este punto imaginar la honda impresión que hubo de
causar en un jovencísimo Juan Ramón Jiménez, despertado en medio de la
noche, la noticia de la muerte de su padre, la cual lo arrancó del sueño feliz
de la adolescencia para arrojarlo a la incertidumbre de la vida y a la
hiperestesia de su poesía.
Un tema característico de la novelística (bonita palabra) del siglo XIX es
la contraposición campo (tradición) frente a ciudad (progreso). Los autores
decimononos cargaban las tintas negativas o positivas en uno u otro sitio.
26. Hoy en día, cuando la cultura y la literatura del siglo XXI son
eminentemente urbanas, cuando se despueblan los pueblos hasta el punto
de perder sus identidades y sus nombres, solo queda reivindicar las raíces
de la cultura campesina que todos llevamos dentro:
La decadencia de las cosas, la herrumbre de la vida se siente más en los
pueblos que en las ciudades, allí donde se vive más en armonía con el
medio natural, donde el paso del sol, las estaciones o la luna nos deja en el
alma un poso melancólico que nos incita a cuestionarnos frecuentemente
las verdades ocultas del vivir. Allí el color límpido del cielo nos hace
interrogarnos sobre nuestra propia esencia.
En la ciudad, por el contrario, apenas hay tiempo para esta u otras
zarandajas. Nadie levanta la cabeza allí para conocer la fase de la luna o la
usa para conocerse a sí mismo.
Todos somos plagiarios de ideas, pues es imposible ser del todo
originales. Todos los escritores roban ideas sin ser conscientes de ello. A
quien plagia palabras ajenas sin referirse a su autor se lo encarcela, pero el
plagiario de ideas universales, quien imita a los clásicos con nuevos
conceptos, debe ser respetado y ensalzado, y no vilipendiado por envidia
insana.
Hoy los autores del ámbito del famoseo han desvirtuado la literatura,
haciendo destacar de ella los aspectos más superficiales y vulgares, con
asuntos como el de los negros, los plagios o las cifras de venta.
Mató al médico porque no le dio la baja y al profesor porque no aprobó a
su hijo. ¡Viva la especialización individual! ¡Mueran las facultades!
¿Es mejor que el escritor se repita o que se contradiga? Aún no he sabido
resolver este asunto que me desvela. Pido ayuda a los lectores.
27. La revolución musical podría salvar al mundo.
Aclaración al anterior apunte musical: cuando hablo de música quiero
hacerlo de música de verdad, no de ruido.
El chico del walk-man iba absorto y no me había visto. El caso es que se
chocó conmigo y me hizo daño. Yo puedo entender que la gente prefiera
hoy aislarse de los demás y vivir como seres autónomos, pero por favor:
no avasallen al resto del mundo.
De todas maneras, en este caso la pregunta es: ¿la gente sabe andar por la
calle?
El proceso de corrección de una novela supone una segunda creación de
la misma, una vuelta al principio que nos hace ver las palabras ya escritas
como diferentes, por lo que nos da una idea distinta de la obra. Por eso
muchas novelas no resisten la primera corrección de sus autores: ha
cambiado tanto su obra que apenas reconocen el impulso creador inicial,
los motivos de la escritura.
Pienso que la universalización y nivelación vulgarizadora de la clase
media en los países desarrollados ha evitado conflictos tan traumáticos y
desgarradores como los sufridos en el siglo XX, pero en nuestros países
sufrimos ahora un consumismo borreguil que nos atonta.
Por otro lado, algunas vías que intentan cambiar esta situación, en
principio loables, entran peligrosamente en los terrenos del fanatismo y la
agresión.
28. La verdad, aunque supuestamente no existe, casi siempre termina
doliendo a alguien.
Por favor, al subirse a los trenes (u otro medio de transporte): DEJEN
SALIR ANTES DE ENTRAR.
Terminar de leer o de escribir un libro supone “estar de luto”, porque
algo ha muerto en nosotros al final de esa vivencia más o menos deleitosa.
Algo muere en nosotros y algo nace también: la divina y sublimada
conciencia de las cosas.
Aún está por ver el impacto negativo del poder desestabilizador del sexo
por el sexo, la idea del sexo como fin, la cual nos animaliza.
Los buenos escritores ocultan su vida con sus buenas palabras. Los
malos ocultan sus malas palabras con su vida.
La informática es una actividad alienante: ¡tres horas para cambiar la
letra a una frase!
No existen ya las generaciones: lo comprobé esta mañana, cuando doña
Paca Gutiérrez, con sus ochenta años de peso, cruzó un paso de peatones
vestida con una minifalda rosa, un top negro ceñidísimo y una chaquetilla
29. de diseño.
Su esqueleto se balanceaba al ritmo de la música que escuchaba en sus
walk-man.
¡Vivan los años bien llevados!
Cerraron la librería de debajo de mi casa. Ahora ocupa su lugar una
academia de Informática. Es el signo de los nuevos tiempos: ¡La letra ha
muerto!, ¡viva el chip!
Sé que a usted (querido lector), como a mí cuando leo, le gustan las
descripciones detallistas y realistas, o al menos las echa de menos cuando
no aparecen. Esas descripciones, caracterizadas por la lentitud y la
morosidad, son herederas de la tradición literaria del Realismo
decimonónico y pienso que hoy no tienen mucha cabida en las novelas
contemporáneas. En esta época de tiempos acelerados y estresantes pierde
un poco de sentido esa mirada al yo al mirar al mundo que es la
descripción en la novela, o al menos la descripción de la que hablamos.
Prefiero como lector las descripciones impresionistas y vagas que con
rápido trazo presentan el motivo narrativo, sin abundar en demasiadas
minucias.
No hay tontería más grande que la de morirse si al final nos espera un
pozo más negro que la más negra de las penas. La muerte, al fin y al cabo,
piensan muchos que sólo es una vuelta al estado normal del universo, a la
ausencia de movimiento que prima en la casi totalidad del éter. Desde
luego, vista así la vida sería un accidente, un capricho de la naturaleza o de
algún dios ebrio que nos materializa como seres hechos de tiempo con
fecha de caducidad, igual que los yogures desnatados.
30. Motivos de la escritura:
Mi infancia estuvo plagada de tebeos y de libros, de habitaciones que
desaparecían por ensalmo al conjuro de la lectura y se convertían en
pasillos subterráneos, remotas islas vírgenes, ríos profundos en la selva,
lugares en los que se desataban las pasiones más extraordinarias y
fantásticas. Esa vida imaginaria me llenaba con sus secretos, hechos para
mi disfrute de niño lector, vida paralela que hacía que las tardes se
convirtieran rápidamente en noches. Recuerdo aquellos inviernos con sus
cristales de hielo en los charcos, las enfermedades de niño débil y siempre
un libro al lado con el que pasarlas, el ojo largo rato inclinado hacia la
página mágica, y una lágrima cayendo a la almohada. Y ya de noche el
calor de las mantas entre las que, ya apagada la luz, en lucha contra las
más frías ventiscas, buscaba el punto álgido, la rosa de los vientos, el Polo
Sur.
Carta ideal al director de cualquier periódico:
Señor Director:
Estoy harto de la Posmodernidad, de ese eufemismo estúpido que
esconde el ocaso de las ideologías y el escepticismo radical de nuestros
tiempos. Estoy harto de la ausencia de valores en las listas y estadísticas
que a diario confeccionamos, de la violencia que encubre la carencia de
pensamiento, del consumismo atroz que nos reduce el mundo al cristal del
televisor, en el que nos venden el oro, el loro y el moro (“no piense, solo
compre”, nos dicen), del mutis de los intelectuales que renuncian a la
crítica y abandonan su intelecto (Intellectum tibi dabo...) en el altar del
becerro de oro de nuestro tiempo. Estoy harto del fútbol como pan y circo
que se nos ofrece para que no alborotemos, de la chulería generalizada, del
“apártate que te piso”, del “yo soy más que nadie y no me chistes que te
arreo”, del vecino que no me mira a la cara ni me agradece que le sujete la
puerta para que pueda entrar cuando viene cargado del supermercado.
Estoy harto de este tiempo de nula educación y chabacanería, de
eufemismos infantiles como los que dictan lo políticamente correcto y el
31. pensamiento único globalizante de las narices, de la libertad mal entendida
y del “aquí vale todo, sálvese quien pueda”. Dios nos libre de los idus de
marzo del igualitarismo mal entendido.
Estoy asqueado de todo esto y de mucho más (no me cabe tanto asco en
el costado). De una sociedad que no es tal, porque la sociedad la
representan hoy los medios de comunicación idiotizantes, y así nos va. De
que los hombres más ricos del mundo posean el equivalente al producto
interior bruto de países enteros de África. De la desidia a la hora de tratar
estos temas, de los rayos y truenos que me dejan sordo en el cine, de la
burocracia que denunció Larra, sin que nadie le hiciese caso al pobre, y de
los niñatos/as de los ciclomotores/as.
No tengo absolutamente nada en contra del fútbol: he practicado el juego
inglés y me gusta mucho. Lo que no aguanto es el empacho televisivo de
fútbol que ha terminado haciéndome odiar la dichosa pelotita, y, sobre
todo, no soporto la idea de que ese empacho no tiene otra intención que la
de conseguir que no pensemos todos en otra cosa, que compremos fútbol y
vivamos fútbol. Seguro que alguno estará empezando a expulsar césped
por secretas oquedades.
Tengo la teoría de que la sociedad son hoy los medios de comunicación –
sobre todo la televisión, medio desde el que se nos dicta todo-. Bien, pues
si la sociedad es hoy la televisión y si ésta es solo fútbol, entonces la
sociedad es fútbol. La conclusión lógica es que todos acabaremos pateados
como el balón (silogismo perfecto, vive Dios que sí).
Toda novela no es más que una carta con personajes y sin dirección
conocida, un raro híbrido en el que se escribe a alguien (a los lectores) sin
aparentemente tenerlo en cuenta.
Diálogo literario (fragmentos):
32. -En mi opinión uno de los trabajos más penosos de la tarea de un
novelista es, aparte de construir descripciones de paisajes, lugares y gentes
(también pienso que lo más penoso de leer para el lector moderno), el de
construir un personaje. ¿Para qué? Sí, ¿con qué motivo? El personaje no es
otra cosa que un títere en movimiento accionado por el autor, su dios.
Entonces, el personaje es reflejo de su autor, de algo que éste quiere
representar como espejo de su pensamiento. El personaje es una idea.
¿Para qué describir entonces sus facciones, hábitos y lugares si lo
realmente importante es lo que hace y dice? ¿Por qué aún esa caduca
manía realista, decimonónica de representar al pelo lo insustancial, lo que
no perdura en la novela cuando ni siquiera nos creemos lo que hace o dice
el protagonista?...
-¿Quiere saber por qué la manía realista aún pervive? Pues por el
sencillo motivo de que el lector necesita proyectarse en el relato,
concebirse a sí mismo en la lectura igual que el autor lo hace en su
escritura, y hacerlo reflejado en un personaje. Necesita aproximar el libro a
su mundo personal, dar un sentido propio a las palabras del texto,
despojarlas de su contenido neutro y caldearlas con su experiencia. Por eso
autores como usted tendrán su cierto éxito, pero no podrán terminar con la
novela tradicional...
-Parece que al fin han terminado los experimentos con la novela y
avanzamos hacia un futuro amable consistente en volver de nuevo a las
formas de narrar del pasado. ¡Menos mal!...
-Si por propia lógica, los sistemas democráticos actuales deben evitar la
violencia, fruto de la libertad mal entendida y convertida en libertinaje,
con medidas propias de estados represivos (véase Kubrick: La naranja
mecánica, en Bibliografía), la novela, reflejo de la sociedad, terminará
eliminando los experimentos liberadores modernos en aras de una nueva
dictadura del autor...
-El sistema actual, este estado del bienestar de unos elegidos, favorece la
disgregación: de la familia, de las clases sociales, de los individuos. Quizás
la palabra atomización sea más correcta. Todo el mundo está alienado por
unos modos de producción y unos medios de comunicación esclavizantes,
igual que en la época de Marx. La diferencia es que la gente tiene hoy el
estómago lleno, lo cual no da pie a la revuelta ni a discusiones ideológicas
33. como las que abrieron el siglo XX; sí, lo sé, ahora me dirá que muchas de
ellas fueron inútiles, basadas en una idea utópica de la naturaleza humana
o en intereses particulares de grupos o partidos. Pero al menos había una
polémica constante, una vida de las palabras, aunque, por desgracia, en
muchas ocasiones derivaron las peleas dialécticas en confrontaciones
violentas. Lo que ocurre ahora es que se han obviado las protestas, porque
todo va estupendamente y no pasa nada, aunque pienso que siempre hay
motivos para la queja. Por ejemplo, cuando hablamos de la gente, así, en
general, lo hacemos de la minoría rica que domina a una gran mayoría de
personas que no tiene voz en este planeta, los marginados, los oprimidos,
los pobres sin tierra ni palabra. Pero sí que tienen voz los imbéciles sin
oficio ni beneficio que nos escupen y se ríen de nosotros desde las
pantallas de televisión. Me temo que un minuto de televisión-basura (“del
tele”, como dicen muchos) tiene hoy en día más repercusión que una hora
de lectura, sin entrar en aspectos cualitativos. ¿Usted dice que el nuestro es
el sistema menos malo? Bueno, se lo admito, pero evidentemente, hay
cosas que se pueden mejorar, y una de ellas es no mirar para otro lado. Yo
soy un iluso en un mundo de escépticos que quiere que (utópicamente, lo
sé, pero escribo para convencerme de que aún es posible pensar en la
utopía), desde la unión de toda la humanidad, se solucionen todos los
problemas que nos afligen, aunque soy el primer escéptico, y no conozco a
ningún escéptico con sentido del humor...
-¡Galdós era un genio en su clase, un notario de la sociedad de su época,
autor de personajes que, por ejemplo, podían haber estado trabajando
cuarenta años sentados en un pequeño cuarto! (véase Fortunata y Jacinta).
Pero, ¿cómo plantar ahora una novela en medio del camino que lo recoja
todo si ni siquiera sabemos cómo se llama el vecino del piso de arriba?
(Eso sí, por Internet lo conocemos todo del amigo americano). ¡Hace falta
una novela distinta, no ya otro género! Éste mismo vale, pero debe
desempolvarse, orearse, salir a la calle y reflejar el tiempo que vuela de la
modernidad, las prisas y el agobio por vivir de prisa, el tiempo como jaula,
cárcel, del hombre moderno. El tiempo, la gran obsesión del novelista,
igual que la luz para el pintor. ¡Si el tiempo no existe ya! Todo y nada es
tiempo a la vez. No nos damos cuenta del tiempo que nos falta, sólo del
que debemos soltar (sopa instantánea: solo en diez minutos; sus fotos en
una hora; venga ya, compre ahora; y ni siquiera saboreamos la sopa,
vemos las fotos, vemos a dónde vamos ni qué adminículo compramos)...
34. El autor se lava los dientes (en monólogo interior):
Mala cara todavía. Debo comer más; últimamente escribo demasiado y
no me cuido mucho. Pasta, cepillo, vaso de agua..., me gusta lo que he
escrito, pero lo último..., eso de que en/con la muerte se paga toda la
vida..., no sé, frotar los dientes, arriba y abajo, desde la encía hasta el
diente, delante, detrás..., no me convence..., bueno, al fin y al cabo es lo
que opina el compañero del protagonista..., arriba, abajo, enjuagar..., en el
concepto que éste tiene de la muerte no entra pagar nada porque hayas sido
de una u otra manera, delante, detrás, la muerte en aquel sitio es igual de
desesperante para todos,... beber, escupir, frotar,... no hay un premio, un
pago, una bula de salvación eterna allí abajo, delante, detrás, arriba,
abajo, ...todos sufren aquel calvario del pensamiento...beber, escupir,
bueno... lo dejaremos así, me gusta, mañana lo releeré, secar cepillo y
boca, apagar luz, hasta mañana. Tras el embozo de la sábana: todos
sufrimos, todos morimos, así que ¿para qué escribir monólogos interiores o
cepillarse los dientes?..
Sueño delicioso del autor:
(Dos hombres toman café en la barra de un bar. Su aspecto y su
indumentaria parecen revelar que se trata de dos ilustrados. En la puerta,
unos pocos jornaleros esperan en vano que el manijero los contrate.
Llueve tras los grandes ventanales.)
-Hoy tampoco hay trabajo en los campos embarrados.
-No, las naranjas tendrán que esperar.
-¿Viste anoche en televisión el programa de música clásica?
-No, estuve viendo un documental interesantísimo acerca de los rosarios
de la aurora en la región de Murcia.
-Pues te perdiste un bolero de Ravel magistral. Y hoy emiten la
repetición del programa del que te hablé ayer, la historia de la progresiva
35. desaparición de la cultura del subsidio y de la queja.
-Interesantísima historia, lo tengo que ver sin falta. Bueno, te dejo que
tengo que ensayar para el concierto de esta tarde y enviar dos correos
electrónicos antes de ponerme a trabajar en mi novela.
-Te acompaño hasta tu casa. Yo también tengo que irme. Hoy debo
realizar bastantes análisis para completar un capítulo de mi tesis doctoral.
-Adiós, Juan.
-Con Dios, Juan.
Juan no los ha oído marcharse. El camarero sale de la cocina, espera un
rato a que se disuelva el grupo de jornaleros y secretamente enciende “el
tele” oculto para disfrutar de sus oscuras, trasnochadas e irracionales
pasiones onanistas.
¡Qué bonito es soñar!..
Habría que afrontar una campaña de educación de las masas para
erradicar los malos modales, porque pienso que sin ellos dejamos de ser
personas y nos convertimos en bestias. A la gente hay que educarla y
recordarle que antes de subir al tren hay que dejar bajar a los que en él
llegan, o decir a los demás los buenos días, las buenas tardes, las buenas
noches (según la posición del astro rey), y no esos hola con que parece que
te perdonan la vida. Pero, ¡ah!, es una lucha inútil, ésa es una batalla
perdida. Cuando oigo decir que se han perdido todos los valores respondo
que no, que únicamente todos los buenos valores. ¿Ésos?, ésos ya no
volverán, como las golondrinas de Bécquer. En dos generaciones escasas
hemos regresado a la etiqueta de las cavernas. El arte rupestre de hoy está
representado por los graffiti, a los que alguno incluso le ha buscado un
indudable valor artístico.
Las nuevas generaciones son las que interesan al sistema. No piensan,
solo consumen; no brillan en sus estudios, pero no dan la lata quejándose
con sentido. Quizá obedezca todo a una maquiavélica maniobra de la
sociedad de consumo para lograr perpetuar la falta de pensamiento (ahora,
creo, la llaman “pensamiento único”) y el consumo de bienes materiales
36. inútiles, sin sustancia alguna. Mercor, ergo sum. Compro, luego existo, ese
es el lema del milenio que inauguramos. ¿Que los jóvenes rompen
cristales, desobedecen a todo el mundo, -incluyendo a sus padres- y se
orinan en plena calle sin respetar nada ni a nadie? Bueno, eso son
consecuencias secundarias de su falta de seso, pero lo importante es que no
piensen, que obedezcan los dictados de la moda y los de los políticos de
turno.
¡San Viernes!, ¡ea, a quemar la ciudad! Sacralizamos los puentes y
acueductos, los fines de semana, las vacaciones, sin disfrutar de la larga
maduración de los días y las estaciones. Entramos, sin darnos cuenta, en el
ritmo frenético de los medios de comunicación al aborrecer como ellos lo
hacen la asesina rutina. Nos convertimos en hombres-hormigas (y
mujeres-hormigas, perdón), programados para trabajar y no pensar, para
consumir lo inservible y no tener solidaridad hacia los demás. Una
sociedad que abandona la buena educación y enseña urbanidad y civismo
solo en las escuelas es una sociedad peligrosamente enferma.
Me dan miedo las fusiones de empresas de comunicación por el peligro
de la información falseada, de la desinformación única.
La muerte es ahora solo un espectáculo que le ocurre siempre a los
demás. La sola mención de la palabra hará huir de la conversación a
cualquiera como si huyese de la peste. Lo que no sabe es que en esa huida
se encontrará de bruces con la dama oscura, igual que el jardinero persa
que, cuando la vio una mañana en el mercado, quiso huir de ella hacia
Ispahán para encontrársela allí por la noche, donde ella lo esperaba en
realidad.
37. Siempre pensé que el apoyo a las minorías, a las clases desfavorecidas
(mujeres, negros, gitanos, minusválidos...), debía ser prioritario, pero
siempre que no se desvirtuase el valor y los derechos de las mayorías.
Ahora no: “Vamos a darle el trabajo porque es _____________ (rellénese
con el nombre de la minoría históricamente vejada y marginada),
pobrecito, bastante tiene con serlo”. Pero ¿qué pasa si el aspirante mejor
capacitado para el trabajo no forma parte de ese colectivo?
¡Discriminación positiva la llaman! La discriminación nunca puede ser
positiva, señores, es simple y llanamente discriminación, sea del signo que
sea.
Duda de todo escritor:
¿Cómo construyo un personaje si la misma noción de persona me parece
que ya lleva mucho tiempo puesta en entredicho?
Sí, la persona como depósito de emociones y valores, de humanidad en
suma, es una especie en vías de extinción. En esta época enmascaramos los
afectos, maquillamos el lenguaje para esconder realidades que evitamos y
nos volvemos hacia adentro en un individualismo feroz que nos
deshumaniza, en una huida frenética por vencer al tiempo en la que no
notamos que es él quien nos vence. ¿A qué, entonces, recurrir a la trampa
de construir un personaje si no es para hacer de él un títere sin conciencia
en manos del autor, trasunto de una realidad deshumanizada,
despersonalizada ?
Los manifiestos:
El escritor debe manifestarse sobre todo en su escritura, seguir
escribiendo, sabiendo de antemano que su trabajo tiene la misma utilidad
que el café del desayuno, simplemente mantenerlo vivo. Nada más. Los
manifiestos quedaron ya atrás, ya nadie manifiesta nada importante a
nadie. Los diccionarios de citas se quedaron anclados en la segunda mitad
del siglo veinte.
38. Nadie parece que pueda inventar ahora un deporte en un arranque de
locura, como pasó con el rugby. En una época como ésta, en la que nos
rodeamos de tanta información (la mayoría sin desbastar ni interpretar), en
que la humanidad evoluciona tan deprisa que apenas podemos asimilarlo,
la relevancia de nuestras acciones individuales es cada vez menor (¿serán
los robots los que, efectivamente, nos releven?). Por ello, los manifiestos
se convierten en proclamas de cada persona para sí misma, con lo que
dejan de ser manifiestos. La nueva sociedad de la información, del
individualismo y del consumismo ha conseguido desligar al ser humano de
la conciencia de pertenecer al mismo mundo de los demás, desligarlo de la
presencia, no siempre amenazante, del otro. Con ello, actuamos todos
como seres autónomos y autosuficientes, porque está mal visto pedir
ayuda, consuelo o simplemente conversación a los demás (aunque a veces
la necesitamos urgentemente en el maremágnum de la lucha diaria por
sobrevivir en la jungla); no, ahora debe resolver uno mismo sus problemas
sin contar con nadie, como si estuviese solo en el mundo. Todos estamos
solos en el mundo ante las grandes preguntas y todos morimos solos, pero
podría ser más confortador compartir la soledad (o la muerte) con los
demás. Aún recuerdo cómo mi abuelo me hablaba de las tertulias con sus
vecinos en las puertas de las casas hasta altas horas de la noche, cuando se
podía dejar la puerta abierta sin ningún miedo. Por desgracia, la llegada de
la televisión y el aumento de los robos (la mayoría producidos por el
consumo de drogas para huir de una realidad monótona) terminaron por
encerrar a la gente en sus casas, donde ahora vive temerosa de todo, aún
más atemorizada por las imágenes que escupe la caja tonta, en un estado
de ansiedad permanente, aislada de los demás.
A pesar de la inutilidad de los manifiestos, consciente de la inutilidad del
gesto, manifiesto a mí mismo mi propósito de seguir limpiándome y
purgándome con mi escritura, aunque sepa que la literatura no sirve para
nada útil (he ahí su mágico poder). ¡Literatura y fútbol!, ¡la inútil belleza
de lo inservible!
39. Me pregunto cuál es hoy día el espacio de la vida cotidiana. ¿Qué es hoy
ser de un sitio o de otro? En la era de la globalización y de las empresas
multinacionales, ¿qué significa ser de este barrio o del de más allá?
Cuando se borran las diferencias entre provincias, regiones y naciones,
cuando las series de televisión españolas calcan el formato de las
norteamericanas, cuando solo pequeños datos insignificantes dan cohesión
a un determinado país (véase idioma, equipo nacional de fútbol y poco
más) y el espacio global es el de la red de redes, los localismos quedan
cada vez más como un pequeño reducto de la concepción romántica de la
palabra “nación”.
¿Ventajas, si hay alguna, de esa globalización? Pues el reducir al ridículo
ideas caducas basadas en atribuir la felicidad máxima a tener un territorio,
una lengua, una bandera y un himno gigante y extraño que sean superiores
a los de otro cercano espacio opresor, odiado por una antigua historia de
enfrentamientos, la cual es a menudo exagerada cuando no directamente
inventada. Pienso en esos nacionalismos excluyentes que se destacan por
su fanatismo lingüístico y su intolerancia y obcecación con respecto a todo
lo que no entre en su limitada visión de embudo estrecho. ¿Ejemplos
varios?: añádalos el lector a su gusto. Hay muchos.
¿Inconvenientes? Sí, el otro extremo: el reducir todos los espacios
diferentes a uno solo, todos los pensamientos a uno único, a una todas las
lenguas. El peligro de anular la diferencia bien entendida y no manipulada,
de considerar como único y verdadero lo que diga la sacrosanta caja tonta
y su hija, la red de redes de Internet (¿por qué no Interred?). La amenaza
de ver en estos medios el único espacio posible, el único foro de esta
sociedad enferma de tedio y de crematolatría.
Tanto el nacionalismo de boina y bastón como la globalización reducen
el mundo a un espacio cerrado que no admite el gris entre dos únicos
colores: blanco o negro. Reducen la esencia del ser humano a la posesión
de un determinado mapa genético o a la ausencia de neuronas.
Terrible dilema del escritor: esforzarse por querer comunicar a los demás
algo que quizá sea entendido de mil maneras diferentes.
40. Se produce una inmensa paradoja (otra más) en la condición de todo
novelista: el intento de aproximarse al pueblo, base del material de la
novela (el intento de hacer una obra popular, como decía Cansinos-
Asséns), se enfrenta al deseo del mismo escritor de realizar al mismo
tiempo una obra elaborada, formalista, y, por tanto, impopular .
Habría también otra paradoja más en el afán del escritor por transmitir
ideas dirigidas a un pueblo que no las leerá nunca (se lee más la prensa
deportiva en los cafés que preciosas cimas literarias). La lectura de novelas
ha sido, y seguirá siendo una actividad minoritaria.
Mi intención de reflejar en mis novelas la “nueva sociedad”, este terrible
ciclón que quita de en medio a quien no se aparta de su camino y no se
deja arrastrar con él, encuentra un muro en el empleo de una estructura o
una expresión complicadas e irreales. La expresión total y libre del
escritor en lucha con las convenciones del género novela.
Esa dificultad la vio también, como muchas otras, Cervantes: si Sancho
habla extraño (con un registro culto que no le corresponde) es porque tiene
que hacerlo así en ese momento, obedeciendo la voz de su amo, el héroe
de Lepanto. Y, sin embargo, Sancho es entonces tan Sancho como cuando
obra a los pies de Rocinante y atufa a su otro amo, el de tinta y papel, en la
aventura de los batanes. Sancho es pueblo en ambos casos, aunque al
hablar con su mujer lo haga con la voz directa de don Miguel (o de Cide
Hamete, delicioso invento del perspectivismo cervantino), aunque la
plática de Sancho y Teresa Panza esté traducida a un registro literario
(reléase en Quijote, II, 5). De nuevo, la patraña de la literatura, sus
trampas, sus falsedades e imposturas, sus realidades inventadas, su
irrealidad.
¿Por qué o para qué tanta mentira gozosa, tanta falsedad necesaria, tanta
irrealidad en tantas obras y durante tanto tiempo? ¿Qué empuja al hombre
a escribir o a leer literatura? Quizás el hecho de que la literatura es
producto del fracaso del anhelo de una perfección imposible, y como todo
fracaso tiene la belleza de lo marchito, la verdad de todo engaño.
Nihil nouum sub solem, nada nuevo bajo el rubio sol que calienta desde
hace siglos, bajo la parrilla de San Lorenzo. La literatura no sucumbe a los
cambios porque en ella nada cambia en esencia, porque se dirige a
cualquier hombre de cualquier época, aunque sea para decir, con nuevas
41. palabras, lo que tantos y tantos autores que en el mundo han sido han
dicho antes. La vida es una repetición constante de las mismas situaciones
(aunque representadas por autores diferentes) y su reflejo, la literatura, es
una repetición artística de la repetición que es la vida.
¡Qué inquietudes las del hombre!, ¡qué sentimiento de finitud, ángel de
grandes alas encadenado! Hecho de la misma naturaleza que los dioses y
reducido al mismo nivel que la piedra del camino con la muerte. ¿Por qué
no ser piedra entonces? Sin sentimientos, solo piedras insensibles al
mundo y a sus vanidades, apariencias y especies, moléculas unidas sin
humores que circulen ni células que piensen. Por otro lado, ¿por qué
renunciar a la búsqueda de lo eterno para no ser, para ser solo existencia
sin esencia?
¿Qué literatura es auténtica? Si no lo somos las personas, ¿han de serlo
los personajes? Incluso en el habla coloquial mezclamos una y otra vez
estos dos conceptos, y no digamos en esos programas de cotilleo
televisado con señora llorando al fondo, donde se confunden una y otra
vez otro tipo de parejas: noticia y hecho, información y morbo, periodismo
y rumor, todo adobado con una dicción infame (¡ah!, por favor, señores
periodistas -o similares-, VO-CA-LI-CEN).
¿Todo está escrito? ¿Nada nuevo bajo el sol, otra vez, como desde el
inicio de los tiempos? Entonces, ¿para qué escribir? Vivir, sí, pero ¿para
qué inventar otras vidas tan falsas como ésta, para qué construir un
cementerio de palabras? ¿Dejar entonces que, simplemente, la Tierra y el
Sol sigan su curso con o sin nosotros, sin plantearnos nada más?
Dejarlo así entonces, ¿no? Acabar, enterrar en un cajón lo escrito,
olvidarlo para siempre. Al fin y al cabo, ¿quién querría leerlo habiendo
fútbol o telenovelas?
42. La indiferencia del universo debe ser llenada con palabras, con el verbo,
con la idea. Sin verbo no somos nada, sólo un accidente de la naturaleza.
Vivo mi vida sub specie litteraturae, desde el prisma de lo literario.
Contemplo un brillo de sol en las cosas, unas hojas moviéndose a causa de
una leve brisa, la vida, en fin, en sus más nimias y maravillosas
manifestaciones, y lo hago siempre literariamente, con el deseo de
comunicar a alguien la emoción provocada, de adornarla con palabras, y
de emborronar, en suma, ese instante mágico con una tinta que apenas
logra describir la maravilla que es vivir.
Y sin embargo, ¡qué vida tan maravillosa transmite la verdadera
literatura!, ¡qué falsedad tan verdadera!, ¡qué irrealidad tan profundamente
auténtica! Y qué poco leemos. Arrumbamos joyas literarias en aras del
culto a la imagen vacua e irrelevante.
He leído hace poco lo siguiente:
“La imagen sin mensaje (sin didactismo) como única fuente de
información supone un deterioro del pensamiento y de la conciencia en
mentes poco cultivadas o formadas -pero también en algunas que lo están-,
debido a que la imagen no requiere una reflexión añadida a la misma. Su
frialdad, su carencia de contenido ideológico envuelve al individuo, ser
pasivo, anulando su capacidad de reacción. Por el contrario, la lectura y la
escritura suponen el mismo proceso consciente e individual, proceso en el
que se produce una apropiación activa de un contenido intelectual. El de la
imagen sin mensaje es únicamente un contenido especular”.
Aquellas reflexiones, insertas en un artículo de periódico, me llamaron la
atención. Estaba de acuerdo con el autor de aquel texto: la imagen por la
imagen (o para la imagen) anula el proceso individual, activo, consciente e
intelectual del verbo, de la palabra, del símbolo, infinitamente más ricos en
complejidad. La imagen sin mensaje, hija del siglo veinte, termina con la
era de Gutenberg, con el papel y la tinta, termina con la reflexión y con la
sensibilidad. El espectador pasivo de imágenes se contamina de un
mensaje que no tiene apenas trascendencia. Es éste un tiempo de
43. hiperinformación audiovisual, la cual llena nuestras vidas con una
tecnología superflua que consumimos sin darnos cuenta de lo que esconde
en realidad: una desinformación atroz y salvaje. En esta era de Internet, de
móviles de cuarta generación, de ordenadores supermegapotentes y de la
leche en vinagre, sabemos lo que quieren que sepamos y nada más,
mientras nos entretenemos con estos juguetitos de lujo. Pero es un mundo
feliz al fin y al cabo.
El ocio, hijo de esta cultura que genera toneladas de tedio, nos engancha
con sus comodidades, sus colchones de plumas de oca y sus mandos a
distancia, estrechando a cada paso nuestro ya limitado ángulo de visión.
Se nos olvidan los problemas verdaderamente importantes, los
existenciales, en ese afán por tener y no por ser, por ahorrar para consumir
y trabajar para ahorrar para consumir, y así hasta el infinito.
Vivimos en presente continuo y conjugando los verbos siempre en
primera persona, sin vistas al pasado, olvidando que antes la vida era
mucho más dura, más resignada, pero mucho más auténtica y humana. Sin
radio, sin televisión, sin demás tonterías sin las que hoy seríamos
incapaces de vivir, pero una vida más volcada hacia los demás, más
natural, más sencilla.
El autor de aquel artículo del periódico, un tal Anselmo Puchades,
hablaba también en su escrito de la vida actual y de la esclavitud del
hombre en la sociedad de consumo:
“El nuevo esclavo (a la esclavitud de hogaño la llaman disponibilidad)
trabaja en una multinacional catorce horas al día, come en la empresa,
tiene dos coches y sobre él la amenaza constante y terrible de la
productividad. Esclavo de su empresa, a la que debe dedicarse en cuerpo y
alma, en su tiempo libre es hombre a un móvil pegado, trabajador en todo
momento de su vida, y todo para recoger una mísera pensión en la que le
dan cuatro duros (si no se muere antes de un infarto con cuarenta años).
Cuando llega a su casa algún día a comer –si puede hacerlo- se deja alienar
por las noticias del fútbol como único consuelo de sus desvelos. Siendo así
estas circunstancias, ¿qué fue de la pobre filosofía?, ¿quién reflexiona en
este tiempo de materialismo e individualismo canallescos y descarados?”
Recuerdo que, mientras leía aquel interesante artículo, en la televisión (a
la que no estaba prestando atención) dijo el presentador del telediario de la
tarde (en realidad era el presentador de las noticias deportivas, digo...,
perdón, futbolísticas). Las palabras mágicas: estas imágenes pueden herir
su sensibilidad (¿o no las dijo?), y apareció desde un lejano lugar de Asia
la cara destrozada por una bengala de un pobre espectador de un partido de
44. fútbol.
Conversación soñada con Don Miguel de Unamuno:
-¿Quién es usted?
-Soy Don Miguel de Unamuno, aquí convocado por su escritura,
estimado colega. Y creo que tengo suficientes capacidades para hablarle a
usted del tema que a ambos nos apasiona: la literatura.
-¡Don Miguel!, pero..., ¿usted no estaba muerto?
-En cuerpo, solo en cuerpo, hijo mío. Mi alma vaga por el Parnaso y
acude en el acto mismo de la lectura de mis escritos.
-Pero en este instante yo no estaba leyéndolo a usted.
-Sí, me estaba leyendo mentalmente, intentando descifrar mis
pensamientos dispersos en mis obras, que sé que ha leído. El hecho de ser
usted escritor me ha obligado a acudir a su escritura para hacerle alguna
precisión. No es cierto que yo escribiese Cómo se hace una novela por un
prurito intelectual únicamente. De haber sido así, no me hubiesen leído
más de tres o cuatro personas. Es cierto que algo hay de afán intelectual
en la génesis de esa obra, pero del positivo, del razonable, un afán por el
culto a la cultura y al progreso humano, y nada de la pedantería
cultiparlista de la que a veces usted habla, la cual critica acertadamente.
-Bueno, ya que está aquí me encantaría charlar con usted un rato.
-Me permiten solo unos minutos de escapada allá arriba (es un Parnaso
más estricto de lo imaginado). Con mucho gusto charlaré con usted, pero
tendré que hacerlo a partir de lo que ya escribiese en vida.
-¿Por qué?
-Porque se supone que estoy muerto, querido amigo, y solo a través de
mis escritos podría comunicarme con usted en estos momentos.
-Pero..., ¿no ha dicho antes algo...?
-Sí, he dicho que rechazo esa idea suya del prurito intelectual, pero es lo
único que podía decirle. Solo se me permite expresar una idea.
-No sé qué es peor: poder escribir una novela entera y no poder
comunicarla a nadie, o tener solo la posibilidad de transmitir una única
idea, por muy rica que ésta sea.
-Hay otra posibilidad mucho peor.
-La de no poder escribir ni transmitir nada a nadie, ¿verdad? Ésa es la
muerte auténtica, no las ficciones en que usted y yo vivimos (aunque en
45. su caso sea una vida solo de sus palabras) y con las que queremos borrar
inútilmente esa nefasta situación ciertamente desagradable. Borrar la
muerte, pero solo de la mente, no de la realidad, ¿verdad?.
-Ya no puedo decirle más, porque he transmitido dos ideas y seré
sancionado por ello (un mes sin salir, como en el colegio). ¡Con las ganas
que yo tenía de vagar un poco por este valle de lágrimas, aun conociendo
la imposibilidad de llenarlo ahora con un mar de palabras, de rellenar el
horror vacui, el horror al vacío, con una maraña camaronera de ideas!
Pero, ¡oh!..., ya he dicho bastante, más de dos ideas. Dos meses sin salir
del Parnaso. Seguiré la conversación con usted a través de mis escritos.
Hasta otra ocasión.
El fantasma de don Miguel había aparecido en el duermevela de mi
siesta y al momento se marchaba, aumentando las sanciones por su
irremediable verborrea y dejándome con la palabra en la boca. En los días
siguientes a esa aparición de mi ilustre colega, he releído su obra Cómo se
hace una novela. Creo haber percibido un hilo de luz en sus ideas que
conecta con las mías. He ahí que he tenido con Unamuno, sumo sacerdote
del templo de la inteligencia de Minerva, sapiente búho de Salamanca, el
siguiente diálogo basado en los escritos que él nos dejó en dicha novela de
una novela:
El autor: ¿Puede hacerse realidad, don Miguel, una novela sin personaje
y, por tanto, sin acción?
Unamuno: “Todo lector que leyendo una novela se preocupa de saber
cómo acabarán los personajes de ella sin preocuparse de saber cómo
acabará él, no merece que se satisfaga su curiosidad”.
Aut. : ¿Soy yo, como autor, en realidad el personaje, el protagonista
único?
Una. : “Sí, toda novela, toda obra de ficción, todo poema, cuando es vivo,
es autobiográfico”. (...) ”Todas las criaturas son su creador”.
Aut. : La novela es lineal, un tiempo discontinuo, pero la vida, de la que
aquélla es inútil reflejo, es continua, repetición circular. ¿No le parece así?
Una. : “todas las [novelas] que se hacen (...) en rigor no acaban. Lo
acabado, lo perfecto es la muerte, y la vida no puede morirse. El lector que
busque novelas acabadas no merece ser mi lector; él está ya acabado antes
de haberme leído”. (...)
“Alguna vez me llego a Urruña, cuyo reló nos dice que todas las horas
hieren y la última mata –vulnerant omnes, ultima necat-”.
Aut. : Por tanto, el final es el principio y viceversa. Todo es círculo en la
vida, pero la novela es una línea que no puede recoger esa simultánea
46. presencia de vidas paralelas en continua creación y recreación, ¿no?.
Una. : “Y ese nirvana a que los indios se encaminan –y no hay más que el
camino- ¿es algo distinto de la oscura vida natal intrauterina, del sueño sin
ensueños, pero con inconsciente sentir de vida, de antes del nacimiento,
pero después de la concepción?”.
Aut. : Es la misma idea que reflejé cuando hice que el protagonista de
una vieja e inédita novela mía soñase que moría otra vez para encontrar
que, al final de su muerte, llegaba de nuevo su nacimiento. Una misma
idea repetida, en otra vuelta a la rueda, por un autor distinto. Y, como todo
es círculo en la vida y en la literatura, vuelvo al principio de esta
conversación para preguntarle: ¿no deja de ser novela una narración sin
acción?
Una. : “La acción es contemplativa, la contemplación es activa”.
Aut. : Buen juego de palabras, pero creo que aún no ha respondido del
todo a mi pregunta.
Una. : “Una novela, para ser viva, para ser vida, tiene que ser, como la
vida misma, organismo y no mecanismo. (...) ...no es maquinaria lo que
hay que mostrar, sino entrañas palpitantes de vida, calientes de sangre. Y
eso se ve fuera”.
Aut. : Así que la novela de un novelista tiene menos sentido que la
novela convencional (si se puede hablar hoy de convención en este
género).
Una. : “Esto de levantar tapas de reló se queda para literatos que no son
precisamente novelistas”.
En este punto dejé la charla con don Miguel. Como en otras muchas
cosas, tenía razón.
Como dijo también Unamuno en otro momento, los mejores novelistas
no saben lo que han puesto en sus novelas. ¿Cómo, entonces, hacer una
novela de algo desconocido? Del siguiente modo: el autor construye su
mundo, sus esquemas mentales o gráficos, y escribe al fin, pero lo hace la
mayoría de las veces febrilmente, sin percibir del todo el fondo de sus
líneas, palabras, comas y borrones. Por ello el crítico, desde la objetividad
relativa que aporta la distancia, conoce mejor la obra ajena que el mismo
autor de ella.
47. Si el ser humano es una unión de genes y símbolos y en ambos conjuntos
se da la tradición y la transmutación, la literatura debe ser, como pálido
espejo de lo humano, novedad y estatismo a la vez, acción y
contemplación. Movamos los sedimentos del agua estancada, aunque solo
sea para ver cómo lentamente vuelven los lodos a posarse en el fondo y
disfrutemos así del cambio momentáneo que afianza las bases de lo
antiguo. El futuro mueve así el pasado y la rueda humana sigue su curso,
de nuevo, por siempre, amén.
La Verdad: ¡terrible asunto!
Muy a menudo no puedo evitar plantearme (esta es mi ruina, soy
consciente de ello: plantearme cada dos por tres las cosas) el porqué de
tanta acción en la novela.
Y, sin embargo, diré que como lector me interesan las novelas en que
predomina la acción. Una vez oí decir a un conocido escritor que él
escribía los libros que realmente había querido leer. De ser esto así, yo seré
una excepción a esa afirmación. Mi personalidad de lector disfruta con la
intriga novelesca, la multiplicidad de acciones, el heroísmo, el movimiento
épico de las batallas. Sin embargo, como autor me aburre escribir una
trama lógicamente ordenada con su principio, desarrollo y desenlace, con
las convenciones literarias de “y pensó de pronto nuestro héroe...”, del
“querido lector” u otras similares.
En realidad me gusta mucho Galdós, al que considero un maestro, pero
como lector. Como autor prefiero leer, por ejemplo, a Unamuno, aunque
reconozco lo árido de sus reflexiones.
Escribo... ¿para qué? Pues para comunicar mis sentimientos, mis deseos...
no los de otra persona, no las palabras escritas por una mente extraña a la
mía. Cuando necesito otras palabras, acudo a la lectura. Sin embargo, mi
yo-lector y mi yo-autor se funden en el acto de la escritura, en el que
48. convoco ideas propias y ajenas, explícitas o no, para darles una forma
personal.
La escritura es, en el fondo, una relectura del fondo de la mente, una
reflexión honda acerca de ideas personales cuya base, ya sea original o
extraña al autor, las conecta con el continuo universal de la cultura
humana.
Como autor prefiero la quietud, un quietismo reflexivo que me permite
analizar mis pensamientos en el momento de escribirlos. ¿Para qué escribir
sobre ajenas acciones ficticias si no lo hago antes primero sobre mis
propias y auténticas realidades?
Hace unos años de tantos limpiasillones del poder, que lo mismo vale
para un ministerio que para un monasterio o una jaula de monos, ha pasado
a la historia de la infamia al aseverar que se encargará de suprimir la
Literatura de los planes de estudio de Bachillerato de su zona de acción
(¡pobres bachilleres!). Alega el sujeto en cuestión que la Literatura es
complicada y que, por tanto, no debe ser impuesta a los sufridos alumnos.
No pude evitar pensar, cuando leí la sorprendente noticia, que aquel
mandamás pretendía una maniobra de lavado de cerebro que borrase de las
nuevas generaciones todo asomo de pensamiento, curiosidad intelectual o
espíritu crítico. Me asombré al pensar esto, yo que a veces he pensado que
la literatura no sirve para nada útil. ¿No son útiles entonces el
pensamiento, la imaginación o la creatividad, todas virtudes desarrolladas
por la literatura?
¿Que es difícil o inútil la lectura? Pues se suprime, igual que se han
suprimido tantos y tantos valores en aras del progreso o del negocio
mercantilista y amoral, en busca de la sacrosanta rentabilidad inmediata.
Las Matemáticas son igual de complicadas, pero ésas no se suprimen, pues
permiten contar los beneficios económicos. Además, ¿no está ya la
televisión? ¿Para qué se quiere tanto libro que nos obliga a estudiar
ortografía y a pensar por nosotros mismos –con lo fatigoso que es eso-,
aparte del dañino gasto de árboles para fabricar papel? Seamos ecologistas,
veamos la televisión, que ya piensa por nosotros.
¡Pues aviados estaremos!
49. En el mismo periódico en que leí aquella noticia del literaticidio me
encontré días después con un artículo de don Anselmo Puchades, que era
presentado como profesor de Estética. De entre sus reflexiones subrayé
estas interesantes apreciaciones:
“La sociedad de consumo no deja descansar al hombre: siempre hay que
comprar lo último en ordenadores, en máquinas fotográficas, en cepillos de
dientes, cafeteras, móviles..., y se nos hace creer que se hacen antiguos en
poco tiempo y no nos sirven más (a veces se escachifollan poco tiempo
después de la compra), que está caduco el chisme y quien se empeña en
conservarlo. Siempre hay una última generación para todo aparato: la
última generación en papel higiénico.
Y, sin embargo, no nos damos cuenta de que, envueltos en esa montaña
de chismes, no los disfrutamos. De que las fotos en blanco y negro son
más bonitas que las de color, aunque sean más antiguas en la historia de la
técnica. Nos empeñamos en recurrir al correo electrónico desechando la
poesía misteriosa de la carta de toda la vida. Colmadas sus necesidades
tecnológicas, el hombre de la sociedad mediática vive hoy envuelto en un
bombardeo publicitario que afirma que vale más quien más aparatos de
última generación tiene (a ser posible con colores chillones y musiquitas
raras).
(...) Y nos volvemos cada vez más imbéciles mientras los aparatos
empiezan a pensar por nosotros: ¿quiere leer? ¿Para qué? La televisión
colma las necesidades de imaginación, distracción e información. Además,
nos evita tener que estudiar el engorroso alfabeto; pero si usted insiste en
estudiar Hortografia, no se ocupe en hacerlo: nuestro estupendo programa
de ordenador (para ser más pedante y anglófilo: software) le corrige
directamente sus fallos, que dejan así de serlo.
Mientras tanto, la mayor parte de la humanidad (que existe, aunque no
tengan peso en los telediarios sus problemas) malvive rodeada de miseria,
prostitución, guerras eternas olvidadas hace tiempo y corrupciones sin
límite para mantener en perfecto estado nuestra preciosa sociedad
materialista, en la que nuestro mayor problema es una televisión
estropeada (probable causa de suicidio)”.
50. Conversación con Puchades (el autor del artículo antedicho) tras un
encuentro casual con él:
Hablé con él durante tres o cuatro cafés seguidos. Me pareció en
principio un tipo interesante, a pesar de su adicción a la cafeína. Tenía más
o menos mi edad y hasta un cierto parecido físico conmigo. Creía haber
encontrado a una persona muy parecida a mí en ideas y carácter. Inició la
conversación con un discurso demo-ledor:
-Hoy se va a lo fácil, querido amigo. No se valora el esfuerzo ni la
capacidad de sacrificio, y tampoco se enseña a aceptar la frustración. En
realidad, no se valora nada bueno. Esas generaciones de jóvenes que
invaden cada fin de semana las calles con sus motos y con sus alcoholes
destilados... ¿qué es lo que buscan? Nada. Están viejos ya. Cuando llegan a
los veinte años lo han probado todo, legal o ilegal, y ya solo buscan
divertirse fastidiando. Mire, no hay nada más peligroso que un aburrido,
¡pero mucho más que un fanático! El fanático tiene un ideal concreto; sabe
contra qué lucha y hay un lado que siempre va a respetar. En cambio, el
aburrido no respeta nada porque lucha contra todo para divertirse a su
manera.
-Lo peor es que se favorezca el aburrimiento desde arriba.
-Efectivamente, que se favorezca o al menos se consienta. ¿No ha visto
usted esas multitudes fanáticas del fútbol, que parecen simios dando voces,
que destrozan todo lo que pillan cuando pierde su equipo y a veces
también cuando gana? ¿No hay acaso otro entretenimiento que el de ver
una pelota maltratada a puntapiés, y a veces también la cabeza de un
hincha rival sufriendo los pescozones de los aficionados?
-Ha tocado usted un tema clave.
-Y tanto. ¿No se ha dado cuenta del bombo que se le da a esos partidos?
-Mire, a mí me gusta el fútbol, o, mejor dicho, me gustaba hasta que se
convirtió en plato único de todos los días. Considero que el fútbol ha
refinado el instinto bélico del ser humano, aunque más que desde una
perspectiva antropológica habría que estudiarlo desde su faceta religiosa,
como recreo revelado por Dios a los hombres para su redención y la
liberación de sus aflicciones. Lo que ocurre es que todo lo bueno, si se
abusa de ello, harta.
-A mí no me gusta nada el fútbol. Prefiero el elegante y aristocrático
juego del lawn-tennis.
-¿Del qué?
-Perdone la pedantería: del tenis. Bueno, volviendo al tema del fútbol:
51. me parece insoportable, igual que a usted, el seguimiento que los medios
de comunicación hacen del balompié. Primera noticia: Fulanovich
(pronunciado de mil maneras diferentes) se ha partido un pie en un
entrenamiento. ¡Dios!, ¡menuda noticia para el futuro del país! ¿Podremos
ser felices a partir de ahora? ¿Y qué me dice del despliegue del abanico
policial para contener a la masa enfervorizada? ¡Que se fastidien, hombre!
Encima el Papá Estado, que no puede resolver todos los desajustes de la
sociedad civil, tiene que gastarse dinero para controlar a los cuatro o cinco
indocumentados que tiran botellas, monedas o cualquier cosa arrojadiza a
lo que se mueva. Se paga a la policía para controlar a los que tiran objetos
a la policía. ¡Menuda paradoja!
-Y todo porque el seguimiento de las noticias del fútbol se ha convertido
en la válvula de escape de las presiones de la sociedad.
-Totalmente de acuerdo, y en un mecanismo perfectamente construido
para evitar que se piense en otras cosas.
-Panem et futbolem.
-Amen. Urbi et orbi. ¿Y los papás de esas criaturas?, ¿en qué piensan?, o
mejor: ¿en qué pensaban cuando las trajeron al mundo? Me refiero a los
padres de esos jóvenes gamberros “botelloneros” (relacionados o no con el
fútbol, pues muchos de los que se relacionan con éste sólo están abonados
a la violencia). Esos niñatos que sólo piensan en cumplir el lema de sexo,
drogas y rock and roll ¡menudos papás tendrán!, ¡menuda educación
habrán recibido de ellos!
Aquel tipo se iba cargando por momentos. Su cara empezó a tomar
diversas tonalidades rosáceas hasta adquirir un rojo violento. Estaba
totalmente exaltado. Me di cuenta de que era una de esas personas que
empieza a conversar contigo y luego te roba la palabra a perpetuidad, para
convertir el diálogo en monólogo, sin que te deje meter una sola cuña, todo
para comunicar su única y verdadera verdad, a pesar de todo muy certera
en algunos aspectos.
Me molestan las personas así, por lo que, simulando un compromiso que
había olvidado, me deslicé por la silla en busca de la salida al tiempo que
me despedía apresuradamente de aquel personaje. Cuando salía de la
cafetería lo miré de reojo y vi que su cara estaba más roja que nunca, quizá
azorado al comprobar lo silencioso del local al haber cesado de alzar la
voz.
52. La agresión publicitaria llega a extremos insospechados: el otro día me
despertó de la siesta una amable señorita que me gritó las ventajas de una
conexión a Internet baratísssima. Le contesté que pensaba recopilar firmas
para llevar al Parlamento un Proyecto de Ley que impidiera llamar a un
domicilio particular, excepto casos debidamente justificados, entre las
cuatro y las seis de la tarde (y nunca en el caso de este maldito Tele-urge).
La juventud –iba yo pienso a veces en mis paseos mientras me cruzo con
varios impúberes que cargan con bolsas de licores varios en dirección
hacia el ocaso- tiene que salir, divertirse, comunicarse, relacionarse. El
problema es hablar de la juventud en general. Hay jóvenes y jóvenas (lo
juro, lo he leído así en un texto que aún conservo). Sí, es verdad que los
jóvenes de hoy son bastante apáticos, pasotas de todo, pero es que esta
sociedad tampoco les da muchas alternativas: cásate (mínimo: 30 años),
pon un piso (mínimo: 30 kilos), consigue un buen trabajo (que te
esclavice), ten varios hijos (tiempo diario para educarlos: _¿?_), sé feliz
(compra, compra, compra) y muérete a gusto al final (“no sin antes
contratar nuestro magnífico plan de pensiones”). Con este plan, ¿quién
quiere independizarse y adquirir responsabilidades? Es mejor continuar
alienándose felizmente por la sociedad mediática, consumista y futbolera.
Hace unos días, en una conversación con un taxista de los de antes (los
de hoy apenas conservan conversación) sobre los macro-botellones, me di
cuenta de que, por desgracia, hoy está muy extendido el tipo del radical.
Aquel taxista tenía una visión estrecha del mundo, un hartazgo soberano,
un “estoy ya hasta lo que dijimos”. La conversación del taxista me hizo
reflexionar acerca de las actitudes extremas a las que lleva este mundo al
revés:
“El sábado se suben dos muchachas a las cinco de la mañana. Veo que
una de ellas hace amago de vomitar. Le digo de buenas maneras que baje
del coche para hacerlo fuera, y la niñata va y me dice: hijoputa, me estás
insultando. La bajé a rastras del coche y le di un bofetón, el que no supo, o
53. no pudo o no quiso darle a tiempo su padre”.
La sociedad se ha disgregado ya definitivamente, pensé mientras en el
semáforo, al lado del taxi, paraba un coche fúnebre.
Escribir cuesta trabajo, pero quizás sea la actividad con la que más
disfruto, ya que con ella proyecto mi ser al exterior. Por eso vuelvo una y
otra vez a escribir, me engancho a las palabras como al pecho de una
madre que me nutre, me reinventa y me dota de alma mágica. Lo
maravilloso de la escritura es que puedo ser en ella yo en mi máxima
expresión o inventarme de nuevo como personaje de otra vida. Claro que
esto último supone mentir, pero ¿acaso no es toda esta república de viento
una absurda mentira?
¡La palabra!, mágico sustituto de la realidad, a veces gloria, a veces
miseria del escritor que pule una y otra vez, con esfuerzo, su obra. Escribir
cuesta trabajo, sí, mucho trabajo. A veces salen las palabras a borbotones,
anhelantes, precipitadas, risueñas, deseosas de comunicar, pero otras se
esconden en los pliegues del cerebro recelosas, huidizas, indiferentes al
esfuerzo de quien las busca.
No creo en la Verdad con mayúsculas. La realidad es “poliédrica”,
multiforme, como un conjunto de espejos superpuestos sobre un mar de
reflejos. Solo existe para mí “mi” verdad, la que yo entiendo y percibo,
pero ni siquiera ésa es fija. Es mutable, sujeta al error, a lo voluble y lo
limitado de mi condición, a la fugacidad de mi materia. Mi verdad no es
fija y no es eterna, y por lo tanto afirmo que no existe de forma
permanente.
Todo escritor debe cultivar el humor, buscar debajo de los guijarros
argumentos graciosos y chistes que hagan más fluida la lectura de su obra.
La risa es una salida decorosa del tedio.
54. “La grandeza de un escritor -dice mi amigo José María Jurado- no
consiste en publicar, sino en seguir escribiendo”. Coincido plenamente con
él.
El tiempo a veces establece silencios prolongados en la literatura y en la
vida. En muchas ocasiones, en la escritura, que es por naturaleza lineal, un
solo punto y seguido esconde una pausa de meses, de sequía creativa que,
a su término, obliga a releer lo anterior, quizá a rehacerlo, muchas veces a
desecharlo. En una misma cuartilla tintas de distinto color señalan
momentos diferentes en la vida del autor y, por tanto, en su literatura.
Vida y Literatura..., ¡temas tan próximos y a la vez tan extraños! ¿Cuál
influye en cuál?, ¿dónde se halla el soplo original? Vivimos hoy tan
deprisa, con tanta urgencia, que consumimos literatura igual que esa
hamburguesa que mata nuestra hambre, una literatura light para el autobús
o el metro, hecha de retales, sin sustancia, sin vida, porque en ella no
priman los silencios sino el ruido, no lo callado del vivir y del pensar, sino
los fogonazos y los fuegos artificiales, los cuales son producto de la prisa y
del deseo de hacer un producto (horrenda palabra) de consumo inmediato.
Hoy cualquiera es escritor, basta con ser mínimamente conocido por culpa
de la televisión, ese destello de imágenes artificiales en el que vivimos.
Componemos miles de millones de palabras al día, leemos las palabras
de nuestra tribu en un número infinito de veces..., pero apenas
aprehendemos la palabra mágica, el rito de la Literatura con mayúsculas,
sublime expresión de lo más profundamente humano. Preferimos llenar
nuestras vidas de palabras como globalización, perfil o dinamizar, todas
muy in, muy light y muy politically correct, pero vacías de alma y
horribles en su forma. Son también palabras para consumir rápidamente,
como las vidas de esos personajes de farándula que pululan por la pantalla
de nuestro televisor. ¡Ellos son los verdaderos héroes de hoy en día y no