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José Manuel Gómez Fernández 
«Breverías», aforismos y otros brebajes
Todo lector que sea hombre de dentro, humano, 
es, lector, autor de lo que lee y está leyendo. Esto 
que lees aquí, lector, te lo estás diciendo tú a ti 
mismo. Y si no es así es que ni lo lees. 
(Miguel de Unamuno: Cómo se hace una novela)
A mis padres, Cayetano y Manoli.
La lluvia tiene como fin primordial servir de inspiración al poeta, siempre 
que éste (por supuesto) no lleve paraguas. 
Tiene a veces el novelista la sensación de que la vida se le escapa por su 
literatura, de que ésta nunca puede reflejar el mundo, la sociedad cada vez 
más cambiante. Cuando termina la novela han cambiado él y la sociedad, 
de ahí el impulso de rehacer su obra, en un intento vano de simultanear su 
novela y su vida. De aquí proviene su temor al punto final. 
Érase un hombre a un móvil pegado... ¿Por qué un gran número de los 
usuarios de teléfonos móviles, como se ha comprobado recientemente en 
un estudio estadístico, los utilizan en un noventa por ciento de ocasiones 
para hablar de sus teléfonos móviles? 
Les diré a los que me acusen de conservadurismo que me da igual que lo 
hagan, que no dejaré de criticar el caciquismo del igualitarismo actual (hay 
que poner límites a la libertad porque hoy parece que tiene más derechos 
quien más se queja y grita).
¿Que me acusan de lo contrario? Pues me da igual también, porque no 
dejaré de criticar el excesivo neoliberalismo consumista de la actualidad y 
sus devastadoras consecuencias: la marginación en los barrios periféricos 
del capitalismo. 
Conversación con un lector incordioso: 
-Mire, yo también hago mis pinitos en esto de la escritura. He escrito ya 
dos ensayos aún inéditos que creo tienen puntos de semejanza con algunas 
ideas suyas: La teoría del error y La idea y el ejemplo. En el primero 
critico la idea de que hay que equivocarse para aprender, cuando está 
demostrado que es mejor favorecer el trabajo bien hecho que el error. En el 
segundo señalo que la principal diferencia entre la naturaleza del cerebro 
de un niño y el de un adulto se basa en que el primero se centra en 
ejemplos y el segundo en ideas. Así, para hablar de la educación, por 
ejemplo, un niño pondrá muchos ejemplos de maestros, profesores, clases 
y compañeros diferentes, mientras el adulto simplificará ese batiburrillo 
reduciéndolo a una serie de ideas (la disciplina, la importancia de la 
cultura, lo bien que está la educación ahora...). 
-Perdone, pero no creo que ahora la educación esté tan bien. Es más, 
creo que está peor que nunca, porque genera analfabetos funcionales que 
son los que sirven al sistema. 
-¡Otra sandez! ¿No será primero la gallina antes que el huevo? Dígame 
usted quién crea esos analfabetos: ¿no serán responsables la televisión que 
padecemos o la propia sociedad, que reduce sus niveles de exigencia y 
excelencia hasta límites nunca vistos? Mire usted, yo soy pedagogo y... 
-¿Pedagogo?, ¿que es usted un pedagogo? Pues esta conversación se ha 
terminado. 
- Pero oiga... ¡Es usted un reaccionario! [...] 
Cuentan que un día llegó una mujer al cementerio (parte superior). 
Llevaba un bolso que ocultaba un bote con las cenizas de su marido y de
su único hijo, muertos en accidente. Al llegar a la tumba de sus padres, 
abrió el bote, esparció las cenizas alrededor, sacó una pistola y se disparó 
en la sien. 
Cerró el ciclo de su vida. 
Cuentan que X no quería ser incinerado pero lo fue. X había sido forofo 
de un club de fútbol en vida y su hijo, después de muerto, lo continuaba 
llevando al campo y cuando marcaba alguien un gol con la pierna, el culo 
o incluso la mano, que para el caso es lo mismo, su hijo levantaba el bote y 
su padre y él hacían la ola. 
Ha ocurrido una terrible pérdida de los vínculos del hombre actual con la 
madre Naturaleza, con la tierra de la cual procede. Los niños de ciudad 
piensan que la leche la producen en fábricas igual que las galletas. 
Las leyendas urbanas de hoy, como la de aquel usuario de ordenador que 
confundió el receptáculo de CD-Rom (cederrón) de su aparato con un 
posavasos, son pésimas imitaciones de los cuentos tradicionales. La 
oralidad es la única característica común a ambos ciclos de leyendas. De 
todas maneras, estas leyendas urbanas aún demuestran el poder de la 
palabra, a pesar de su sencillez, y que el hombre, aunque se rodee de 
cemento y ladrillo, la necesita para tocar a los demás, al otro, para 
convencerse de que el infierno no son los otros. Ahí va otra recientemente 
escuchada: un hombre se monta en un ascensor en el que ya hay varias 
personas. Dice amablemente, como le enseñaron desde chico, “buenos 
días” y nadie le responde. Entonces añade “bueno, como aquí no hay nadie 
me voy a tirar un pedo”, y suelta un sonoro cuesco que deja atufados a 
vecinos tan maleducados. 
Ya el chiste ha dejado en buena manera de cumplir la función de 
entretener; al hacerse exclusivo de la televisión, perdió su fuerza e 
implantación entre la gente. Las leyendas de la sociedad de hoy nos vienen 
casi todas de la caja tonta, que acabó hace mucho tiempo con casi todas las 
tertulias vecinales.
Me pregunto a veces qué es lo que lleva a tantas personas a tener el 
deseo o necesidad de salir por la caja estúpida que es la televisión. Quizás 
sea el anhelo de permanencia, cuando ya no sirve aquello de tener un hijo 
(cada vez nacen menos), plantar un árbol (cada vez se destruyen más) y 
escribir un libro (cada vez tienen menos sustancia y menor relevancia). 
Es increíble el poco pudor que tiene el personal a la hora de contar los 
detalles más morbosos de la vida personal en televisión, detalles que 
quizás se avergonzaría de contar en la intimidad a algún conocido y que, 
ante ese espejo de breve fama que es la cámara, no tiene ningún tapujo en 
diseccionar. 
El crítico cumple su función, ocupa su sitio, como todas las piezas del 
puzle de la cultura libresca. Todos los escritores dicen no tenerlos en 
cuenta (ni leerlos siquiera), pero esperan como agua de mayo sus 
sentencias. 
Espero que mis críticos, si alguna vez los tengo, no lleguen al grado de 
despiadada eficacia de aquel colega suyo que firmó en un tabloide creo 
que británico una crítica más o menos parecida a ésta: “X ayer dio un 
recital de piano en tal sitio. ¿Por qué?”. 
No es mi intención demonizar al crítico. Al contrario: una de las visiones 
más hermosas de “lo que es” (o “viene siendo”) la literatura se la leí a uno 
de ellos. Emil Staiger pensaba que lo lírico o lo dramático no está 
vinculado solo a la literatura. Según él, puede surgir un impulso lírico 
contemplando un paisaje o un impulso dramático al presenciar una pelea. 
Según esto, todos somos autores, todos hacemos una literatura del 
sentimiento y no necesariamente de la escritura, una literatura en la vida y 
no siempre de la vida. Pocos somos los que inútilmente pretendemos 
conciliar el sentimiento con la palabra justa, huidiza.
Ya no existen los pueblos. Véase en este ejemplo tomado de la televisión: 
-¿Y de dónde dice usted que llama, señora? 
-¡De Torredonjimenooooooooooo! 
-¿De dónde? 
-De Torredonjimeno, Jaén –con voz resignada la señora-. 
-Ah, de Jaén, la señora llama de Jaén. 
¿Y qué decir de la imagen del cateto de pueblo, que aún perdura sin 
cambios entre los habitantes de la tierra del cemento? Vale, sigan pensando 
en esa imagen decimonónica del pobre pueblerino que llega a la gran urbe 
buscando el pan, pero sepan que en los pueblos todavía la gente no vive ni 
anda como autómatas, como esclavos del reloj. 
La nueva familia ultramoderna: 
El padre primero le explicó a Luis que el padre segundo lo había tenido a 
él con una madre-probeta, que después resulta que se había ido a vivir con 
una tía suya (del niño), con quien había tenido gemelas concebidas de los 
depósitos de algún banco de esperma. 
-Sí, eso lo sé. Pero papá primero, dime: ¿quién es la mamá de mi osito?, 
¿le hicieron una operación de cambio de sexo? 
El problema es que hoy en día la gente cree que ya no hay problemas. 
Alguien ha hablado del final de la historia, queriendo aludir sin duda al 
final de las ideologías revolucionarias. 
Todo parece ya inventado, descubierto, hollado, manido; no hay utopías 
que localizar en lontananza. Se acabaron los pasquines, las proclamas y los 
manifiestos. En esta sociedad adormecida, atomizada (y también atómica), 
atontada y bien cebada son las cajeras de los supermercados las que tienen 
que dictar las normas básicas de educación: “Por favor (el por favor es 
opcional), pasen por esta caja respetando el mismo orden”. Pero si llegas y 
no lo respetas no pasa nada. Nuestra lista de derechos aumentó en número
inversamente proporcional al de nuestras obligaciones. 
Al fin y al cabo, el que se queja por algo que considera injusto es el que 
se lleva el gato al agua, pero lo hará siempre, en un 99,99% de las 
ocasiones, pensando solamente en su interés egoísta. A los demás que les 
den. Y el amable y educado que pierda. 
Ayer presencié un caso curioso: un ciudadano cabreado había parado el 
tráfico en un paso de peatones y estaba dando un cursillo básico de normas 
de educación vial al conductor del coche que tenía delante, el cual –supuse 
yo por las trazas- había intentado pasar cuando aquel pobre caminante 
estaba atravesando la calle, con el consiguiente peligro para su integridad 
física y psíquica. 
-Mire usted, esta señal indica paso de peatones (decía señalando con un 
puntero inexistente el dibujito del peatón sobre el paso de cebra). ¿Sabe 
usted lo que es un peatón o se lo explico de nuevo? ¡¡Y estas rayitas de 
aquí debajo indican que el peatón que cruza en un paso de peatones como 
éste de aquí debe tener preferencia!! ¿Es usted capaz de establecer una 
relación entre esta señal y lo que representa, so merluzo? 
La nueva religión: 
“¿Cómo dices?, ¿que qué? (gritando) ¡Ah!, por la salud de tu madre, 
¿verdad, cariño? ¿Cuántos años tiene tu madre? Noventa, ¿eh? Espera, que 
voy a consultar con la bola... (apenas la mira) ¡Ah!, pues está mal de salud, 
¿eh?...” 
Los nuevos videntes son los oficiantes de la nueva religión, una religión 
más personal, más cercana a los problemas del hombre (y la mujer) de hoy, 
preocupada por su soledad infinita en la gran urbe y por los ceros de su 
cuenta corriente.
¡Dios! Acabo de entender los casos tan extraños que salen en estos 
últimos tiempos en televisión. A veces me asombro de mi estupidez. 
Esta tarde veía un programa de televisión (vulgo pograma) en el que los 
contertulianos eran modelos de pasarela: grandes bocas pintadas de rojo, 
escaparates de miel. Cambié de canal y diez minutos más tarde volví a la 
misma tertulia: ¡seguían hablando de lo mismo! ¿Y cuál era aquel tema 
que requería tan hondas y extensas discusiones? Pues la discusión estaba 
centrada en si era mejor llevar pestañas naturales o postizas. 
Me invadió una desagradable desazón. Pensé que los responsables de 
aquel bodrio no pensaban siquiera en transmitir ninguna información útil a 
la audiencia y menos en entretener. Su única idea era la de mantener 
durante bastante rato en primer plano la imagen de los turgentes senos 
(vulgo domingas) de aquellas señoritas, dejando embobada a la audiencia 
masculina e interesada por la última moda o por los avances de la cirugía 
plástica a la femenina, mientras los pases publicitarios engrosaban las 
arcas de la cadena. Pero -me hice una pregunta-, ¿si pusiesen a esa hora un 
documental o una película interesantes para gente inteligente, los 
espectadores no estaríamos más felices, teniendo que tragarnos los mismos 
anuncios y, además, sin esa desagradable sensación de haber perdido 
inútilmente minutos preciosos de nuestra corta vida? ¿No se educaría 
mejor a las futuras generaciones de ese modo, y no enfrentándolas desde 
muy temprano (me refiero con ello a la hora de emisión y a la corta edad 
de nuestros infantes) con la carga de hedonismo y frivolidad que nos 
invade? 
Por favor, devuélvanme los minutos que me ha robado la televisión-basura. 
Con ellos podría quizás componer dos libros mejores que éste, una 
obra de teatro, el guión de una película, aprender a tocar la guitarra o el 
piano, o tirarme en paracaídas, o qué sé yo. 
“Tú eres una guarra, y yo soy más guapa que tú porque mis tetas no son 
de plástico” (frase oída en el programa de televisión antes citado). 
Hay frases que resumen una época y ésta es una de ellas. Nuestra época, 
como casi todas las de crisis (en griego, ‘mutación’), se define, entre otras
cosas, por el individualismo y la competitividad más radicales. 
Luis Cernuda, uno de los mejores poetas del siglo XX en español – 
injustamente valorado a estas alturas-, tras la publicación de Donde habite 
el olvido (1932-33) se ruborizó al comprobar el extremo de desgarradora 
sinceridad que habían alcanzado sus versos, como bien demostró la 
profesora María Eva Rey en una reciente conferencia a la que asistí como 
invitado. 
Ese pudor extremo, propio de muchos escritores, se debe a que, mientras 
escriben, su obra es un depósito de emociones que consuela y reconforta, 
es una triaca que restaña sus heridas. La escritura es un proceso de diálogo 
del escritor consigo mismo, en una puesta en claro de sus tinieblas, al que 
se invita más tarde al lector como espectador. Al publicar, las palabras del 
autor, que habían sido para uno, son entonces para los lectores, hasta 
entonces una referencia envuelta en la indefinición. Las ideas se vuelven 
tinta sobre el papel y salen a la luz pública, expuestas a la crítica general 
acerca de ellas y de quien las escribió. 
El sexo, ese roce de siglos que nos quema con su desgaste, se ha 
convertido en el gran espectáculo con el que los medios de comunicación 
enmelan los estambres de sus imprentas, antenas y pantallas y tras el cual 
nos arrastramos como enjambre de abejas enardecidas. 
El cuento es el siguiente: en un juzgado fue comidilla reciente el caso de 
una pareja recién divorciada (una más de las que últimamente abundan) 
que dejó de convivir a resultas de descubrir ella en el ordenador doméstico 
un acceso directo a una página “para adultos” en Internet. El marido alegó 
que no había creado dicho acceso directo, afirmando que casualmente y 
sin querer había navegado por aquellos mares procelosos del deseo. Según 
él, desde algún islote sensual le habían colocado aquel regalito, aquel 
pornograma. 
Moraleja del cuento con moraleja: la empresa que gestionaba dicha 
página sicalíptica tuvo que hacer frente a los gastos del divorcio e 
indemnizar, además, a las dos partes (ambas en tratamiento psicológico),
comprobada su falta de escrúpulos en los negocios y su indiferencia ante 
los numerosos problemas de inestabilidad conyugal. 
El pisito está muy carito: después dicen que nadie trae hoy hijos al 
mundo. Pero ¡si el problema es dónde los metes! Después dirán que las 
parejas no quieren casarse o traer hijos al mundo. Y lo más triste es que la 
natalidad se reduce a una cuestión de ladrillos de más. 
Véase si no este ejemplo, tomado de una revista de ofertas inmobiliarias: 
“Piso de 30 metros cuadrados, zona céntrica [siempre están en zona 
céntrica, aunque estén al lado del aeropuerto], un dormitorio, a/a 
(traduzco: aire acondicionado), f/c (frío/calor), garaje, trastero, etc. 100 
millones, de euros, por supuesto”. 
¿Quiere uno un dormitorio más? Nada, pues engrose usted con unos seis 
millones más el presupuesto. 
“Venga a Clavón Bank, entrámpese para toda la vida con nuestro 
Hipotecazo”. (Encima cachondeo ). 
“Pobrecito, toda la vida trabajando y cuando ha pagado por fin su pisito 
y se ha jubilado, el canalla va y se muere”. 
Hablando de bancos, el otro día fui a uno de estos templos donde se rinde 
culto al becerro de oro. Me recibe el interventor muy amablemente y me 
explica, después de resolver el asunto que me llevó allí, que me conviene 
apuntarme a unos servicios que tiene el banco en Internet, y ante tanta 
amabilidad no dudo en hacerlo. Las claves de acceso que se pedían eran 
los nombres de los abuelos del cliente, y mientras le daba la información 
requerida me comentó que muchos clientes no eran capaces de recordarlos. 
Me quedé asombrado: ¿cómo el personal no recuerda el nombre de sus 
abuelos? 
Ese día estuve dándole vueltas a este asunto, que me pareció muy 
significativo. Concluí que la gente está perdiendo los vínculos con el
pasado, con la memoria. Solo se vive el presente más radical: aquí y ahora; 
no hay nada hacia atrás ni nada hacia delante. No somos ya producto de 
nadie, somos seres autónomos que viven y trabajan sin pensar en 
procedencia o trascendencia alguna. ¿Somos entonces mera existencia, sin 
la esencia de la memoria? 
El azul de primavera del cielo de aquel día se me antojó de una frialdad 
indescriptible. 
He encontrado un resto fósil del tratamiento de respeto usted. En los 
estadillos de banco aparece aún el posesivo su en lugar de tu, pero se 
aplica a un objeto extraño: “su respetada cuenta”. O sea, que el estimado o 
respetado no soy yo, sino mi cuenta corriente. Cuanto menos, curioso. 
Imagen del escritor bohemio: 
Francisco García (seudónimo: Francis Gar & Cía.) acababa de tomarse 
aquella mañana de inicios de primavera un bourbon. Era su bebida 
preferida por la sonoridad de su pronunciación y porque tenía el color más 
apropiado para formar un conjunto al lado de su panamá y su corbata de 
artista. Se sentaba desde hacía tiempo en la misma mesa de aquel café (y 
no cafetería) para escribir sus geniales versos, regados con alcohol y 
sahumados por su pitillo, al tiempo que ofrecía su perfil derecho (el bueno) 
al bullicio de la plebe de la calle. 
En aquel mismo momento comprobaba el saldo de su cuenta corriente 
tras el ingreso del último premio. De pronto sintió un dolor fortísimo en el 
pecho. 
(Mismo día. Noche. Habitación de un hospital. Dos personajes) 
-Pero, ¿sabe usted lo que me está pidiendo, doctor? 
-Sí, que deje de fumar y de beber. 
-¡Ja! ¡Pero si el alcohol y el tabaco son inherentes a mi imagen, a mi ser
de artista en suma! Y mire, tampoco puedo imaginarme sudando por esas 
rutas del colesterol bajando mis grasas junto a “marujas” de chándales 
horrorosos. 
-Mire, don Francisco: deseche usted de una vez por todas esa imagen de 
escritor maldito, bohemio, marginado y alcoholizado con que nos tiene 
más que acostumbrados a sus lectores de toda la vida. Ésa es una idea, 
como muchas otras, y eso usted lo sabe, heredada de muchos escritores 
románticos, los cuales consideraban que cuanto más radicales fuesen el 
escritor y su obra más calidad tendrían ambos. No confunda usted 
personajes underground con un hígado underground (en terminología 
médica, hecho polvo). 
Leo en una revista de sala de espera de dentista que existe un programa 
de ordenador (se descarga de Internet, como todo hoy) que permite a 
novelistas aficionados construir la trama de una novela a partir de una idea 
previa. 
En la misma revista de suso hallo la reseña de un libro escrito por un 
conocido presentador de televisión (¿tendrá negro su negro?) y no puedo 
evitar enlazar ambas afirmaciones: hoy en día publicar es más difícil que 
escribir, y eso que todo son facilidades para publicar. Cualquiera escribe 
hoy cualquier bodrio, pues lo hace el ordenador todo si se quiere (en el 
país de los ciegos el tuerto es rey, lo malo es que el tuerto es de silicio). 
Pero publicar..., publicar es otra cosa: tiene usted que ser alguien en 
televisión, un rostro conocido que venda una contraportada y planee una 
novela fílmica (pensada para el cine y el correspondiente merchandising, o 
mejor mercadeo, de videojuegos, etc.). Quizás en esta época Galdós, 
Unamuno o Azorín no hubiesen podido sacar sus escritos a la luz pública si 
no hubieran salido en la caja que atonta. 
Y no les basta a algunos presentadores de televisión con atontarnos desde 
los programitas de televisión. Además, se empeñan en hacerlo desde los 
teclados del ordenador. 
Entonemos una triste elegía por los miles y miles de manuscritos 
muertos en cajones (ataúdes) que nunca verán la luz y a los que estos 
diletantes de la pluma les roban la gloria. Claro que siempre es mejor 
renunciar a publicar un manuscrito pleno de verdad y autenticidad que 
editar miles y miles de páginas sin sustancia alguna. ¿O no?
La novela fílmica: 
Cada vez hay menos cine literario (el cual da especial relieve al texto, a 
las ideas) y más cine fílmico, ceñido al formalismo vacuo de las imágenes 
de video-clip. 
Duda cruel: los autores que nunca publicaron o los autores que 
publicaron y que luego apenas son leídos: ¿sufren ese silencio por su 
escasa calidad o debido a que un interesado velo prefiere ocultarlos por 
decir verdades? 
¿Y esa sensación que crean los medios de comunicación de que todo lo 
que transmiten nos debe resultar fundamental? Ya está bien de tanta 
hiperinformación que siembra el miedo a vivir en las gentes de bien. 
Miren ustedes: creo que deben ponerse límites entre el derecho a ser 
informados y el derecho a no ser molestados o manipulados con imágenes 
y textos morbosos e innecesarios. 
¿Que unos bárbaros queman un cajero, derriban una papelera, asesinan a 
alguien, desnudan a unos futbolistas en pleno campo o tiran un 
contenedor? Nada, pues ahí están las cámaras para mostrar el destrozo al 
momento de ocurrir, para envalentonar a los autores de la hazaña y meter 
el miedo en el cuerpo a la ciudadanía restante (que es mayoría, no lo 
olvidemos). 
Y luego sale ese presentador con cara de pardillo que dice con voz 
cándida: “esperemos que no cunda el ejemplo”. So ***, ¿cómo espera 
usted que no cunda el ejemplo si acaba de poner las imágenes de la 
barbarie? ¡Ah!, y no se meta usted con los medios de comunicación, ¿eh? 
Ellos nunca tienen culpa de nada, oiga. 
Conclusión: salen ganando como siempre los bárbaros (se da publicidad
gratuita a sus hazañas) y los medios (el morbo los alimenta), al tiempo que 
perdemos en tranquilidad los demás. Que informen, pero que lo hagan sin 
alimentar odios ni temores. La lente de la cámara es a veces más dañina 
que el objeto al que retrata. 
Y por otro lado, ¿qué dicen de esa televisión-estercolero que sacraliza la 
ausencia de esfuerzo y voluntad, el chiste fácil, el rascarse la barriga (u 
otras partes) y el dinero a la mano, junto con la pérdida de la intimidad, de 
la privacidad, ahondando en la confusión entre realidad y ficción, entre 
vida real e inventada? Pues, ¿qué hay que decir? Que la ve la gran mayoría 
de los espectadores, con lo que queda demostrada la altura de miras de la 
cultura de masas. 
Por desgracia, el mando a distancia del televisor (por antonomasia, el 
mando a distancia es siempre el del televisor) se parece cada vez más al 
fondo del escusado o W.C. El cambio de canal se ha convertido en una 
actividad escatológica: se trata de ver en qué cadena se defecan más y 
mejores heces mentales. 
La terrible soledad del escritor ante su libro impreso (¡gran asunto!): 
Cuando sus palabras dejan de ser solitarias y pasan por la imprenta se 
convierten en otra cosa, tienen otra luz y otras calidades. Serán entonces 
malinterpretadas algunas, otras interpretadas correctamente o a través de 
lentes distintas a las de su autor. A partir de entonces, la obra ya no 
pertenece a éste, pasa a ser de sus lectores. Son éstos los que la hacen. 
Es entonces cuando, tras el parto de su obra, el escritor cree descansar, 
sin darse cuenta aún de que su obra es ya otra y de que debería retocarla en 
algunas partes, cambiar comas, introducir adjetivos, suprimir ideas 
arriesgadas..., pero es imposible. El lector le ha arrebatado su novela. Tuvo 
todo el tiempo del mundo para construirla y ahora que la ha publicado no 
puede cambiar nada. Son los lectores y críticos quienes colocan la obra en 
su justo lugar, más allá de las ensoñaciones del autor. 
Más tarde, éste descubre que es imposible su novela, que decirlo todo 
(Hegel decía que lo propio de la narrativa es mostrar la “totalidad de los 
objetos”) es un ideal irrealizable y que, además, si lo consiguiese, nunca 
serían del todo entendidas sus palabras. 
Decirlo todo es imposible, como también lo es acabar la novela, porque
la vida de la que ésta es reflejo no acaba nunca. La literatura, como la vida, 
es siempre un borrador inconcluso. Ni en la vida ni en la literatura existen 
los puntos finales. 
¿Alguien ha hecho un estudio sociológico sobre los sitios de la lectura? 
Sería interesante saber dónde se leen los distintos géneros. En la cama los 
libros eróticos, en la cocina los de gastronomía, en el váter los 
escatológicos, en el garaje los de bricolaje, etc. ¿Y la poesía? Por supuesto, 
el mejor sitio para leer la poesía es en medio de la naturaleza, marco para 
la reflexión y el rito mágico de las palabras. 
Reflexión desde un tren nocturno: 
Somos destellos de luz con alma viajando sobre los raíles artificiales del 
tiempo. 
La muerte ausente: 
Vivimos en un mundo marcado por el enmascaramiento de los afectos 
(nadie siente, todos piedra) y por la ausencia de muerte (léase a Philippe 
Àries). La muerte es solo un espectáculo televisivo que a veces pasa 
delante de nuestras narices cuando se nos muere un vecino del que ni 
siquiera teníamos constancia de que hubiese vivido (y además nos 
enteramos de ello por una fría nota en el ascensor). 
Hasta hace poco tiempo siempre nos fue cercana la muerte por la 
fascinación de lo extraño y la catarsis dramática que provocaba. Es el tema 
más lírico y más dramático de todos. 
Lo que caracterizó a los primeros grupos humanos fue la experiencia de 
la finitud. Lo que caracteriza a nuestra civilización es la ausencia de una 
filosofía de la muerte.
La vida es una lucha constante por encontrar el equilibrio, mientras que 
la novela es una lucha, igual de inútil que la anterior, por encontrar la 
palabra oculta que nos une con la infancia perdida. Esas dos luchas, la 
lucha por vivir y la lucha por dejar constancia de lo vivido, son las que nos 
hacen ser humanos. 
Las Historias de la Literatura son también historias de los miedos de las 
generaciones: miedos a perder su esencia o estabilidad por una serie de 
cambios o problemas. La Literatura de las generaciones se construye entre 
un falso pasado glorioso tristemente añorado y un presente criticado por 
los cambios que provoca. 
Todo lo que ves ahora desaparecerá, y tú al final. Fugit irreparabile 
tempus. 
Juan Cromberger, mientras discutía airadamente con su mujer por la 
calle, como venía siendo habitual, contó treinta baldosas y se paró. Ajeno a 
las súplicas de ella, que intentó apartarlo de allí, se había quedado clavado 
en la trigésima baldosa porque había decidido no andar más. 
La gente se había parado curiosa a ver la discusión. Ella se fue 
desesperada a las tres horas llorando, viendo que era imposible 
convencerlo de que volviese a andar. Pasó una noche, pasaron tres. La 
cuarta noche le llovió bastante; su estómago hambriento le empezó a doler. 
Al séptimo día salió su foto en el periódico local y al día siguiente apareció 
su figura debilitada en un telediario nacional. 
La gente lo miraba intrigada, los niños le colocaban flores en la cabeza, 
los periodistas lo intentaban entrevistar inútilmente porque no quería nada, 
no reivindicaba nada, no se quejaba de nada. Solo quería quedarse en 
aquella trigésima baldosa, a la que llegó a tener tanto aprecio que quiso la 
colocasen encima de su tumba con el epitafio grabado con letras de oro 
“Ahí quedó”.
Tele-tienda: 
La señora había reclamado a la empresa distribuidora de Gom-Ex el 
importe de la compra de aquel producto de gimnasia, el cual le habían 
vendido como la solución ideal a los kilos de más. El problema había sido 
que los kilos de más de aquella oronda mujer eran innumerables y que, al 
intentar hacer la primera flexión con el aparatito, se había herniado en lo 
más profundo de su ser. 
[Esta vez no incluiré moraleja: el lector deberá adivinarla, si es que 
existe. Claro que, si no existe, ¿para qué el cuento?] 
Lo que caracteriza a nuestra época también es la pérdida de las fronteras, 
de los límites: lo indefinido de los lindes entre realidad y ficción, entre lo 
que debe y lo que no debe ser permitido o exigido... 
Nadie se atreve a poner límite alguno, porque eso supondría hacer un 
esfuerzo inhumano y ser criticado desde todos lados. 
Es más fácil mirar para otro lado y esperar que algo cambien las cosas y 
que nada nos salpique. Pero es verdad, ¡oh, sí!, que habrá un cambio en la 
sociedad (pos)moderna: un cambio hacia situaciones peores, hacia un 
fundamentalismo radical, hijo natural de la crispación existente 
(fundamentalismos los hay ya políticos, educativos, futbolísticos, 
artísticos, ecológicos, amoroso-sexuales, etc.). 
Mire usted, señor juez. Eran tres los niñ..., los niños que iban en la moto, 
los tres sin casco, los tres borrachos. Se caen los tres por adelantar 
incorrectamente mi bicicleta mientras iban riéndose sin prestar atención al 
tráfico..., ¿y usted me acusa a mí del delito de omisión de socorro? 
Han existido siempre buenas obras que no han triunfado porque no fue
idóneo el momento en que surgieron, pues se retrasaron o adelantaron 
demasiado. 
Sin embargo, mi empeño es ser leído por mis contemporáneos. No 
escribo para los lectores de dentro de cien años, aunque a éstos les pueda 
llegar muy hondo mi obra. 
Lo malo es que hoy no llegan al gran público ni las obras maestras de 
hace siglos. El Quijote, por ejemplo, es una obra para muy pocos elegidos 
en este mundo de necedades. 
Hoy apenas hay tiempo para esa visión del alma que supone la lectura, 
para el ensimismamiento que produce la imaginación de lo leído, mil veces 
mejor que millones de imágenes juntas. 
La educación libresca: 
¿El escritor debe educar? No, no creo que deba ser ése su papel 
prioritario. El mundo moderno, que crea seres humanos alienados para las 
grandes cadenas de producción y consumo, denosta la figura del profesor, 
reducida a la mínima expresión, payaso en medio de un baile de indios. Si 
se hace eso con quien debe merecer el mayor de los respetos y quien debe 
atesorar, para transmitirlo, el patrimonio de las generaciones, ¿qué no se 
hará con los escritores, a quien no es obligatorio atender? El mensaje 
educativo que pueden transmitir los escritores irá dirigido siempre a quien 
menos lo necesite. 
La Literatura sí debe ser, entre muchas otras cosas, denuncia ética de 
situaciones injustas o indeseables, pero no debe olvidar que su queja tendrá 
siempre eco entre un público más o menos cultivado que no necesita de 
adoctrinamientos morales. 
Creo con más fervor en el papel educativo que podría tener, y que no 
tiene, la televisión, pues llega a más gentes, que en el de los libros. 
Antes se homenajeaba a los artistas muertos (el club de los poetas 
muertos). La muerte era el momento a partir del cual se consideraban en la 
distancia sus obras. Sin embargo, algunos artistas empezaron a quejarse de
que no se los homenajeaba en vida por su obra, pero se pasó al extremo 
contrario. 
Hoy los artistas jóvenes tienen ya museo. Claro que eso de “artista” es 
un homenaje excesivo en algunos casos, pero ya se sabe que en el país de 
los ciegos... 
Por cierto: el diseño y la moda se equiparan al arte, pero (gran paradoja) 
en estos campos todo es hoy revival, repetición de moldes gastados. 
Lo primero que Pedro Pi leía del periódico era la sección de esquelas. 
Quería cerciorarse todas las mañanas de que su nombre no aparecía en 
ellas. Un día vio su nombre en una esquela por equivocación y se murió de 
la impresión. 
La Literatura, entendida como narración de sucesos, produce una 
distancia épica, una separación entre el hecho, quienes lo cuentan y 
quienes lo escuchan o leen. Esta distancia épica también provoca que los 
sucesos históricos, auténticos y veraces, se lean como ficciones. Por tanto, 
las obras literarias, que son pura invención, se presentan como un doble 
engaño, como una ficción duplicada. 
A veces estoy consumido por la fiebre de la escritura, por la sensación de 
transmitir algo escrito en mi alma hace siglos en un proceso de 
automatismo subconsciente, en una videncia que me cuesta sangre. El 
proceso de tránsito de la literatura en la vida (Rimbaud hablaba de la 
“alucinación simple”) a la literatura de la vida me hace erróneamente 
pensar que fijo palabras hace mucho tiempo creadas a la espera de ser 
escritas, en un tiempo antiguo antes de nacer yo. 
Esa vivencia febril de la escritura, esa fiebre del artista, dios creador, la 
reflejó magistralmente el poeta creacionista chileno Vicente Huidobro en 
su poema Arte poética, cuyo último verso es “El poeta es un pequeño
Dios” (léase en su libro El espejo de agua). 
La escritura, proceso entre consciente e inconsciente de transcripción de 
algo rumiado anteriormente, siempre llega tarde; es una vuelta de retraso a 
la rueda de la vida ya vivida. 
Las digresiones en la novela: 
Ante un mundo cambiante como el nuestro sólo valen visiones 
centrífugas, textos ex-céntricos, fragmentarismos cubistas. No hay visiones 
totalitarias que valgan en estos tiempos de confusión; es imposible reflejar 
toda la complejidad de la existencia, así que la digresión debe ser entonces 
una de las claves de la novela contemporánea. 
La digresión (junto con el paréntesis) es un intento inútil de eternizar la 
novela y la vida (ambas acaban porque llega el punto final y la muerte, y 
no porque quiera uno). Por otro lado, ¿no puede haber una visión global en 
el fragmentarismo, unidad en la variedad de digresiones? 
Dejar de escribir o no escribir es algo parecido a dejar de vivir en el caso 
de muchosa escritores. He leído de nuevo el magistral repertorio de locos 
de Vila-Matas, Bartleby y compañía, libro que mitifica el desequilibrio 
emocional en el Arte por lo que tiene en sí mismo de ruptura y de creación 
personal también. 
La desconfianza en las palabras es paralela a la desconfianza en la vida 
(consúltese en dicho repertorio el caso de Tolstói, el último y el más triste 
de todos). 
¿Viven más intensamente la vida los creadores? Quizás no, quizás su 
problema sea el querer buscar sentido a unas sensaciones fijándolas en el 
tiempo como en una fotografía.
O quizás sí vivan más profundamente la angustia de vivir, paralela a la 
angustia de escribir. Por eso, la mejor literatura tiene siempre un velo de 
tristeza innata. 
Las vidas de los escritores son a veces más interesantes que sus propias 
obras (no es mi caso). 
Rechªzº lºs jwegºs vrbªls xcsivºs. 
Definitivamente, nos cargamos la Tierra, señores. 
El poder es otro tema apasionante, base de muchos dramas de 
Shakespeare. El poder, o el deseo de poder en el mundo material tiene su 
correlato en el otro mundo. La sociedad del cementerio es clasista, aunque 
la muerte tenga un halo democrático que nos iguala a todos. Los panteones 
son los palacios de los muertos, algunos verdaderas obras de arte 
(pensemos en el Taj-Mahal o en las pirámides de Egipto). La verdad es que 
vemos como obras de arte a los panteones y cementerios (visiten, si no me 
creen, el parisino de Montparnasse). Cuando pagamos o traspasamos sin 
más la entrada no nos planteamos si estamos disgustando a los señores allí 
enterrados. 
La lectura, como la escritura, es un proceso de interpretación personal y, 
por tanto, falsamente objetivo, de unos contenidos. A veces las lecturas son 
doblemente falsas: esto sucede cuando se lee un texto no directamente, 
sino a través de referencias indirectas (reseñas, críticas, opiniones de
familiares o amigos...). La lectura indirecta, a pesar de su doble engaño, 
influye también en nuestra visión del mundo, aunque a veces no se 
corresponda con la que transmite la lectura directa. 
Sirven también a los autores las lecturas indirectas para aprovechar esas 
visiones personales de una obra ajena jamás leída en la fase de 
construcción de sus propias novelas. 
Cada lector podría también construir una Historia personal de los libros 
nunca leídos y hablar de cómo les influyó su no-lectura, es decir, de lo que 
piensan que podrían contener sus páginas. Mi lista la encabezaría Ramón 
Gómez de la Serna, excelente escritor apenas leído –hasta ahora- por mí, 
con El novelista (el protagonista es un autor que busca argumentos para su 
obra) y Los muertos y las muertas (con un título políticamente correcto 
avant la lettre). Se incluyen también en mi lista las obras de Rafael 
Cansinos-Asséns (creo haber descubierto finalmente que se escribe así su 
nombre). 
La mirada inocente, no contaminada, sobre las cosas y las personas debe 
ser la búsqueda continua de toda persona (especialmente de los artistas). 
Me refiero a la mirada del niño, esponja que todo lo absorbe, como si las 
cosas naciesen a la vez que fija en ellas sus ojos. 
Por el contrario, la mirada gastada sobre las cosas supone la muerte de la 
inocencia. La literatura es un intento de captar la esencia primigenia de un 
mundo recién creado, recién vivido, a la vez que recién nombrado, apenas 
manchado por el recuerdo y las comparaciones. Es, en suma, una vuelta a 
ese paraíso que fue la infancia, añorada eternidad a la que la idea del 
tiempo vino a poner límites odiosos. 
No puedo evitar en este punto imaginar la honda impresión que hubo de 
causar en un jovencísimo Juan Ramón Jiménez, despertado en medio de la 
noche, la noticia de la muerte de su padre, la cual lo arrancó del sueño feliz 
de la adolescencia para arrojarlo a la incertidumbre de la vida y a la 
hiperestesia de su poesía. 
Un tema característico de la novelística (bonita palabra) del siglo XIX es 
la contraposición campo (tradición) frente a ciudad (progreso). Los autores 
decimononos cargaban las tintas negativas o positivas en uno u otro sitio.
Hoy en día, cuando la cultura y la literatura del siglo XXI son 
eminentemente urbanas, cuando se despueblan los pueblos hasta el punto 
de perder sus identidades y sus nombres, solo queda reivindicar las raíces 
de la cultura campesina que todos llevamos dentro: 
La decadencia de las cosas, la herrumbre de la vida se siente más en los 
pueblos que en las ciudades, allí donde se vive más en armonía con el 
medio natural, donde el paso del sol, las estaciones o la luna nos deja en el 
alma un poso melancólico que nos incita a cuestionarnos frecuentemente 
las verdades ocultas del vivir. Allí el color límpido del cielo nos hace 
interrogarnos sobre nuestra propia esencia. 
En la ciudad, por el contrario, apenas hay tiempo para esta u otras 
zarandajas. Nadie levanta la cabeza allí para conocer la fase de la luna o la 
usa para conocerse a sí mismo. 
Todos somos plagiarios de ideas, pues es imposible ser del todo 
originales. Todos los escritores roban ideas sin ser conscientes de ello. A 
quien plagia palabras ajenas sin referirse a su autor se lo encarcela, pero el 
plagiario de ideas universales, quien imita a los clásicos con nuevos 
conceptos, debe ser respetado y ensalzado, y no vilipendiado por envidia 
insana. 
Hoy los autores del ámbito del famoseo han desvirtuado la literatura, 
haciendo destacar de ella los aspectos más superficiales y vulgares, con 
asuntos como el de los negros, los plagios o las cifras de venta. 
Mató al médico porque no le dio la baja y al profesor porque no aprobó a 
su hijo. ¡Viva la especialización individual! ¡Mueran las facultades! 
¿Es mejor que el escritor se repita o que se contradiga? Aún no he sabido 
resolver este asunto que me desvela. Pido ayuda a los lectores.
La revolución musical podría salvar al mundo. 
Aclaración al anterior apunte musical: cuando hablo de música quiero 
hacerlo de música de verdad, no de ruido. 
El chico del walk-man iba absorto y no me había visto. El caso es que se 
chocó conmigo y me hizo daño. Yo puedo entender que la gente prefiera 
hoy aislarse de los demás y vivir como seres autónomos, pero por favor: 
no avasallen al resto del mundo. 
De todas maneras, en este caso la pregunta es: ¿la gente sabe andar por la 
calle? 
El proceso de corrección de una novela supone una segunda creación de 
la misma, una vuelta al principio que nos hace ver las palabras ya escritas 
como diferentes, por lo que nos da una idea distinta de la obra. Por eso 
muchas novelas no resisten la primera corrección de sus autores: ha 
cambiado tanto su obra que apenas reconocen el impulso creador inicial, 
los motivos de la escritura. 
Pienso que la universalización y nivelación vulgarizadora de la clase 
media en los países desarrollados ha evitado conflictos tan traumáticos y 
desgarradores como los sufridos en el siglo XX, pero en nuestros países 
sufrimos ahora un consumismo borreguil que nos atonta. 
Por otro lado, algunas vías que intentan cambiar esta situación, en 
principio loables, entran peligrosamente en los terrenos del fanatismo y la 
agresión.
La verdad, aunque supuestamente no existe, casi siempre termina 
doliendo a alguien. 
Por favor, al subirse a los trenes (u otro medio de transporte): DEJEN 
SALIR ANTES DE ENTRAR. 
Terminar de leer o de escribir un libro supone “estar de luto”, porque 
algo ha muerto en nosotros al final de esa vivencia más o menos deleitosa. 
Algo muere en nosotros y algo nace también: la divina y sublimada 
conciencia de las cosas. 
Aún está por ver el impacto negativo del poder desestabilizador del sexo 
por el sexo, la idea del sexo como fin, la cual nos animaliza. 
Los buenos escritores ocultan su vida con sus buenas palabras. Los 
malos ocultan sus malas palabras con su vida. 
La informática es una actividad alienante: ¡tres horas para cambiar la 
letra a una frase! 
No existen ya las generaciones: lo comprobé esta mañana, cuando doña 
Paca Gutiérrez, con sus ochenta años de peso, cruzó un paso de peatones 
vestida con una minifalda rosa, un top negro ceñidísimo y una chaquetilla
de diseño. 
Su esqueleto se balanceaba al ritmo de la música que escuchaba en sus 
walk-man. 
¡Vivan los años bien llevados! 
Cerraron la librería de debajo de mi casa. Ahora ocupa su lugar una 
academia de Informática. Es el signo de los nuevos tiempos: ¡La letra ha 
muerto!, ¡viva el chip! 
Sé que a usted (querido lector), como a mí cuando leo, le gustan las 
descripciones detallistas y realistas, o al menos las echa de menos cuando 
no aparecen. Esas descripciones, caracterizadas por la lentitud y la 
morosidad, son herederas de la tradición literaria del Realismo 
decimonónico y pienso que hoy no tienen mucha cabida en las novelas 
contemporáneas. En esta época de tiempos acelerados y estresantes pierde 
un poco de sentido esa mirada al yo al mirar al mundo que es la 
descripción en la novela, o al menos la descripción de la que hablamos. 
Prefiero como lector las descripciones impresionistas y vagas que con 
rápido trazo presentan el motivo narrativo, sin abundar en demasiadas 
minucias. 
No hay tontería más grande que la de morirse si al final nos espera un 
pozo más negro que la más negra de las penas. La muerte, al fin y al cabo, 
piensan muchos que sólo es una vuelta al estado normal del universo, a la 
ausencia de movimiento que prima en la casi totalidad del éter. Desde 
luego, vista así la vida sería un accidente, un capricho de la naturaleza o de 
algún dios ebrio que nos materializa como seres hechos de tiempo con 
fecha de caducidad, igual que los yogures desnatados.
Motivos de la escritura: 
Mi infancia estuvo plagada de tebeos y de libros, de habitaciones que 
desaparecían por ensalmo al conjuro de la lectura y se convertían en 
pasillos subterráneos, remotas islas vírgenes, ríos profundos en la selva, 
lugares en los que se desataban las pasiones más extraordinarias y 
fantásticas. Esa vida imaginaria me llenaba con sus secretos, hechos para 
mi disfrute de niño lector, vida paralela que hacía que las tardes se 
convirtieran rápidamente en noches. Recuerdo aquellos inviernos con sus 
cristales de hielo en los charcos, las enfermedades de niño débil y siempre 
un libro al lado con el que pasarlas, el ojo largo rato inclinado hacia la 
página mágica, y una lágrima cayendo a la almohada. Y ya de noche el 
calor de las mantas entre las que, ya apagada la luz, en lucha contra las 
más frías ventiscas, buscaba el punto álgido, la rosa de los vientos, el Polo 
Sur. 
Carta ideal al director de cualquier periódico: 
Señor Director: 
Estoy harto de la Posmodernidad, de ese eufemismo estúpido que 
esconde el ocaso de las ideologías y el escepticismo radical de nuestros 
tiempos. Estoy harto de la ausencia de valores en las listas y estadísticas 
que a diario confeccionamos, de la violencia que encubre la carencia de 
pensamiento, del consumismo atroz que nos reduce el mundo al cristal del 
televisor, en el que nos venden el oro, el loro y el moro (“no piense, solo 
compre”, nos dicen), del mutis de los intelectuales que renuncian a la 
crítica y abandonan su intelecto (Intellectum tibi dabo...) en el altar del 
becerro de oro de nuestro tiempo. Estoy harto del fútbol como pan y circo 
que se nos ofrece para que no alborotemos, de la chulería generalizada, del 
“apártate que te piso”, del “yo soy más que nadie y no me chistes que te 
arreo”, del vecino que no me mira a la cara ni me agradece que le sujete la 
puerta para que pueda entrar cuando viene cargado del supermercado. 
Estoy harto de este tiempo de nula educación y chabacanería, de 
eufemismos infantiles como los que dictan lo políticamente correcto y el
pensamiento único globalizante de las narices, de la libertad mal entendida 
y del “aquí vale todo, sálvese quien pueda”. Dios nos libre de los idus de 
marzo del igualitarismo mal entendido. 
Estoy asqueado de todo esto y de mucho más (no me cabe tanto asco en 
el costado). De una sociedad que no es tal, porque la sociedad la 
representan hoy los medios de comunicación idiotizantes, y así nos va. De 
que los hombres más ricos del mundo posean el equivalente al producto 
interior bruto de países enteros de África. De la desidia a la hora de tratar 
estos temas, de los rayos y truenos que me dejan sordo en el cine, de la 
burocracia que denunció Larra, sin que nadie le hiciese caso al pobre, y de 
los niñatos/as de los ciclomotores/as. 
No tengo absolutamente nada en contra del fútbol: he practicado el juego 
inglés y me gusta mucho. Lo que no aguanto es el empacho televisivo de 
fútbol que ha terminado haciéndome odiar la dichosa pelotita, y, sobre 
todo, no soporto la idea de que ese empacho no tiene otra intención que la 
de conseguir que no pensemos todos en otra cosa, que compremos fútbol y 
vivamos fútbol. Seguro que alguno estará empezando a expulsar césped 
por secretas oquedades. 
Tengo la teoría de que la sociedad son hoy los medios de comunicación – 
sobre todo la televisión, medio desde el que se nos dicta todo-. Bien, pues 
si la sociedad es hoy la televisión y si ésta es solo fútbol, entonces la 
sociedad es fútbol. La conclusión lógica es que todos acabaremos pateados 
como el balón (silogismo perfecto, vive Dios que sí). 
Toda novela no es más que una carta con personajes y sin dirección 
conocida, un raro híbrido en el que se escribe a alguien (a los lectores) sin 
aparentemente tenerlo en cuenta. 
Diálogo literario (fragmentos):
-En mi opinión uno de los trabajos más penosos de la tarea de un 
novelista es, aparte de construir descripciones de paisajes, lugares y gentes 
(también pienso que lo más penoso de leer para el lector moderno), el de 
construir un personaje. ¿Para qué? Sí, ¿con qué motivo? El personaje no es 
otra cosa que un títere en movimiento accionado por el autor, su dios. 
Entonces, el personaje es reflejo de su autor, de algo que éste quiere 
representar como espejo de su pensamiento. El personaje es una idea. 
¿Para qué describir entonces sus facciones, hábitos y lugares si lo 
realmente importante es lo que hace y dice? ¿Por qué aún esa caduca 
manía realista, decimonónica de representar al pelo lo insustancial, lo que 
no perdura en la novela cuando ni siquiera nos creemos lo que hace o dice 
el protagonista?... 
-¿Quiere saber por qué la manía realista aún pervive? Pues por el 
sencillo motivo de que el lector necesita proyectarse en el relato, 
concebirse a sí mismo en la lectura igual que el autor lo hace en su 
escritura, y hacerlo reflejado en un personaje. Necesita aproximar el libro a 
su mundo personal, dar un sentido propio a las palabras del texto, 
despojarlas de su contenido neutro y caldearlas con su experiencia. Por eso 
autores como usted tendrán su cierto éxito, pero no podrán terminar con la 
novela tradicional... 
-Parece que al fin han terminado los experimentos con la novela y 
avanzamos hacia un futuro amable consistente en volver de nuevo a las 
formas de narrar del pasado. ¡Menos mal!... 
-Si por propia lógica, los sistemas democráticos actuales deben evitar la 
violencia, fruto de la libertad mal entendida y convertida en libertinaje, 
con medidas propias de estados represivos (véase Kubrick: La naranja 
mecánica, en Bibliografía), la novela, reflejo de la sociedad, terminará 
eliminando los experimentos liberadores modernos en aras de una nueva 
dictadura del autor... 
-El sistema actual, este estado del bienestar de unos elegidos, favorece la 
disgregación: de la familia, de las clases sociales, de los individuos. Quizás 
la palabra atomización sea más correcta. Todo el mundo está alienado por 
unos modos de producción y unos medios de comunicación esclavizantes, 
igual que en la época de Marx. La diferencia es que la gente tiene hoy el 
estómago lleno, lo cual no da pie a la revuelta ni a discusiones ideológicas
como las que abrieron el siglo XX; sí, lo sé, ahora me dirá que muchas de 
ellas fueron inútiles, basadas en una idea utópica de la naturaleza humana 
o en intereses particulares de grupos o partidos. Pero al menos había una 
polémica constante, una vida de las palabras, aunque, por desgracia, en 
muchas ocasiones derivaron las peleas dialécticas en confrontaciones 
violentas. Lo que ocurre ahora es que se han obviado las protestas, porque 
todo va estupendamente y no pasa nada, aunque pienso que siempre hay 
motivos para la queja. Por ejemplo, cuando hablamos de la gente, así, en 
general, lo hacemos de la minoría rica que domina a una gran mayoría de 
personas que no tiene voz en este planeta, los marginados, los oprimidos, 
los pobres sin tierra ni palabra. Pero sí que tienen voz los imbéciles sin 
oficio ni beneficio que nos escupen y se ríen de nosotros desde las 
pantallas de televisión. Me temo que un minuto de televisión-basura (“del 
tele”, como dicen muchos) tiene hoy en día más repercusión que una hora 
de lectura, sin entrar en aspectos cualitativos. ¿Usted dice que el nuestro es 
el sistema menos malo? Bueno, se lo admito, pero evidentemente, hay 
cosas que se pueden mejorar, y una de ellas es no mirar para otro lado. Yo 
soy un iluso en un mundo de escépticos que quiere que (utópicamente, lo 
sé, pero escribo para convencerme de que aún es posible pensar en la 
utopía), desde la unión de toda la humanidad, se solucionen todos los 
problemas que nos afligen, aunque soy el primer escéptico, y no conozco a 
ningún escéptico con sentido del humor... 
-¡Galdós era un genio en su clase, un notario de la sociedad de su época, 
autor de personajes que, por ejemplo, podían haber estado trabajando 
cuarenta años sentados en un pequeño cuarto! (véase Fortunata y Jacinta). 
Pero, ¿cómo plantar ahora una novela en medio del camino que lo recoja 
todo si ni siquiera sabemos cómo se llama el vecino del piso de arriba? 
(Eso sí, por Internet lo conocemos todo del amigo americano). ¡Hace falta 
una novela distinta, no ya otro género! Éste mismo vale, pero debe 
desempolvarse, orearse, salir a la calle y reflejar el tiempo que vuela de la 
modernidad, las prisas y el agobio por vivir de prisa, el tiempo como jaula, 
cárcel, del hombre moderno. El tiempo, la gran obsesión del novelista, 
igual que la luz para el pintor. ¡Si el tiempo no existe ya! Todo y nada es 
tiempo a la vez. No nos damos cuenta del tiempo que nos falta, sólo del 
que debemos soltar (sopa instantánea: solo en diez minutos; sus fotos en 
una hora; venga ya, compre ahora; y ni siquiera saboreamos la sopa, 
vemos las fotos, vemos a dónde vamos ni qué adminículo compramos)...
El autor se lava los dientes (en monólogo interior): 
Mala cara todavía. Debo comer más; últimamente escribo demasiado y 
no me cuido mucho. Pasta, cepillo, vaso de agua..., me gusta lo que he 
escrito, pero lo último..., eso de que en/con la muerte se paga toda la 
vida..., no sé, frotar los dientes, arriba y abajo, desde la encía hasta el 
diente, delante, detrás..., no me convence..., bueno, al fin y al cabo es lo 
que opina el compañero del protagonista..., arriba, abajo, enjuagar..., en el 
concepto que éste tiene de la muerte no entra pagar nada porque hayas sido 
de una u otra manera, delante, detrás, la muerte en aquel sitio es igual de 
desesperante para todos,... beber, escupir, frotar,... no hay un premio, un 
pago, una bula de salvación eterna allí abajo, delante, detrás, arriba, 
abajo, ...todos sufren aquel calvario del pensamiento...beber, escupir, 
bueno... lo dejaremos así, me gusta, mañana lo releeré, secar cepillo y 
boca, apagar luz, hasta mañana. Tras el embozo de la sábana: todos 
sufrimos, todos morimos, así que ¿para qué escribir monólogos interiores o 
cepillarse los dientes?.. 
Sueño delicioso del autor: 
(Dos hombres toman café en la barra de un bar. Su aspecto y su 
indumentaria parecen revelar que se trata de dos ilustrados. En la puerta, 
unos pocos jornaleros esperan en vano que el manijero los contrate. 
Llueve tras los grandes ventanales.) 
-Hoy tampoco hay trabajo en los campos embarrados. 
-No, las naranjas tendrán que esperar. 
-¿Viste anoche en televisión el programa de música clásica? 
-No, estuve viendo un documental interesantísimo acerca de los rosarios 
de la aurora en la región de Murcia. 
-Pues te perdiste un bolero de Ravel magistral. Y hoy emiten la 
repetición del programa del que te hablé ayer, la historia de la progresiva
desaparición de la cultura del subsidio y de la queja. 
-Interesantísima historia, lo tengo que ver sin falta. Bueno, te dejo que 
tengo que ensayar para el concierto de esta tarde y enviar dos correos 
electrónicos antes de ponerme a trabajar en mi novela. 
-Te acompaño hasta tu casa. Yo también tengo que irme. Hoy debo 
realizar bastantes análisis para completar un capítulo de mi tesis doctoral. 
-Adiós, Juan. 
-Con Dios, Juan. 
Juan no los ha oído marcharse. El camarero sale de la cocina, espera un 
rato a que se disuelva el grupo de jornaleros y secretamente enciende “el 
tele” oculto para disfrutar de sus oscuras, trasnochadas e irracionales 
pasiones onanistas. 
¡Qué bonito es soñar!.. 
Habría que afrontar una campaña de educación de las masas para 
erradicar los malos modales, porque pienso que sin ellos dejamos de ser 
personas y nos convertimos en bestias. A la gente hay que educarla y 
recordarle que antes de subir al tren hay que dejar bajar a los que en él 
llegan, o decir a los demás los buenos días, las buenas tardes, las buenas 
noches (según la posición del astro rey), y no esos hola con que parece que 
te perdonan la vida. Pero, ¡ah!, es una lucha inútil, ésa es una batalla 
perdida. Cuando oigo decir que se han perdido todos los valores respondo 
que no, que únicamente todos los buenos valores. ¿Ésos?, ésos ya no 
volverán, como las golondrinas de Bécquer. En dos generaciones escasas 
hemos regresado a la etiqueta de las cavernas. El arte rupestre de hoy está 
representado por los graffiti, a los que alguno incluso le ha buscado un 
indudable valor artístico. 
Las nuevas generaciones son las que interesan al sistema. No piensan, 
solo consumen; no brillan en sus estudios, pero no dan la lata quejándose 
con sentido. Quizá obedezca todo a una maquiavélica maniobra de la 
sociedad de consumo para lograr perpetuar la falta de pensamiento (ahora, 
creo, la llaman “pensamiento único”) y el consumo de bienes materiales
inútiles, sin sustancia alguna. Mercor, ergo sum. Compro, luego existo, ese 
es el lema del milenio que inauguramos. ¿Que los jóvenes rompen 
cristales, desobedecen a todo el mundo, -incluyendo a sus padres- y se 
orinan en plena calle sin respetar nada ni a nadie? Bueno, eso son 
consecuencias secundarias de su falta de seso, pero lo importante es que no 
piensen, que obedezcan los dictados de la moda y los de los políticos de 
turno. 
¡San Viernes!, ¡ea, a quemar la ciudad! Sacralizamos los puentes y 
acueductos, los fines de semana, las vacaciones, sin disfrutar de la larga 
maduración de los días y las estaciones. Entramos, sin darnos cuenta, en el 
ritmo frenético de los medios de comunicación al aborrecer como ellos lo 
hacen la asesina rutina. Nos convertimos en hombres-hormigas (y 
mujeres-hormigas, perdón), programados para trabajar y no pensar, para 
consumir lo inservible y no tener solidaridad hacia los demás. Una 
sociedad que abandona la buena educación y enseña urbanidad y civismo 
solo en las escuelas es una sociedad peligrosamente enferma. 
Me dan miedo las fusiones de empresas de comunicación por el peligro 
de la información falseada, de la desinformación única. 
La muerte es ahora solo un espectáculo que le ocurre siempre a los 
demás. La sola mención de la palabra hará huir de la conversación a 
cualquiera como si huyese de la peste. Lo que no sabe es que en esa huida 
se encontrará de bruces con la dama oscura, igual que el jardinero persa 
que, cuando la vio una mañana en el mercado, quiso huir de ella hacia 
Ispahán para encontrársela allí por la noche, donde ella lo esperaba en 
realidad.
Siempre pensé que el apoyo a las minorías, a las clases desfavorecidas 
(mujeres, negros, gitanos, minusválidos...), debía ser prioritario, pero 
siempre que no se desvirtuase el valor y los derechos de las mayorías. 
Ahora no: “Vamos a darle el trabajo porque es _____________ (rellénese 
con el nombre de la minoría históricamente vejada y marginada), 
pobrecito, bastante tiene con serlo”. Pero ¿qué pasa si el aspirante mejor 
capacitado para el trabajo no forma parte de ese colectivo? 
¡Discriminación positiva la llaman! La discriminación nunca puede ser 
positiva, señores, es simple y llanamente discriminación, sea del signo que 
sea. 
Duda de todo escritor: 
¿Cómo construyo un personaje si la misma noción de persona me parece 
que ya lleva mucho tiempo puesta en entredicho? 
Sí, la persona como depósito de emociones y valores, de humanidad en 
suma, es una especie en vías de extinción. En esta época enmascaramos los 
afectos, maquillamos el lenguaje para esconder realidades que evitamos y 
nos volvemos hacia adentro en un individualismo feroz que nos 
deshumaniza, en una huida frenética por vencer al tiempo en la que no 
notamos que es él quien nos vence. ¿A qué, entonces, recurrir a la trampa 
de construir un personaje si no es para hacer de él un títere sin conciencia 
en manos del autor, trasunto de una realidad deshumanizada, 
despersonalizada ? 
Los manifiestos: 
El escritor debe manifestarse sobre todo en su escritura, seguir 
escribiendo, sabiendo de antemano que su trabajo tiene la misma utilidad 
que el café del desayuno, simplemente mantenerlo vivo. Nada más. Los 
manifiestos quedaron ya atrás, ya nadie manifiesta nada importante a 
nadie. Los diccionarios de citas se quedaron anclados en la segunda mitad 
del siglo veinte.
Nadie parece que pueda inventar ahora un deporte en un arranque de 
locura, como pasó con el rugby. En una época como ésta, en la que nos 
rodeamos de tanta información (la mayoría sin desbastar ni interpretar), en 
que la humanidad evoluciona tan deprisa que apenas podemos asimilarlo, 
la relevancia de nuestras acciones individuales es cada vez menor (¿serán 
los robots los que, efectivamente, nos releven?). Por ello, los manifiestos 
se convierten en proclamas de cada persona para sí misma, con lo que 
dejan de ser manifiestos. La nueva sociedad de la información, del 
individualismo y del consumismo ha conseguido desligar al ser humano de 
la conciencia de pertenecer al mismo mundo de los demás, desligarlo de la 
presencia, no siempre amenazante, del otro. Con ello, actuamos todos 
como seres autónomos y autosuficientes, porque está mal visto pedir 
ayuda, consuelo o simplemente conversación a los demás (aunque a veces 
la necesitamos urgentemente en el maremágnum de la lucha diaria por 
sobrevivir en la jungla); no, ahora debe resolver uno mismo sus problemas 
sin contar con nadie, como si estuviese solo en el mundo. Todos estamos 
solos en el mundo ante las grandes preguntas y todos morimos solos, pero 
podría ser más confortador compartir la soledad (o la muerte) con los 
demás. Aún recuerdo cómo mi abuelo me hablaba de las tertulias con sus 
vecinos en las puertas de las casas hasta altas horas de la noche, cuando se 
podía dejar la puerta abierta sin ningún miedo. Por desgracia, la llegada de 
la televisión y el aumento de los robos (la mayoría producidos por el 
consumo de drogas para huir de una realidad monótona) terminaron por 
encerrar a la gente en sus casas, donde ahora vive temerosa de todo, aún 
más atemorizada por las imágenes que escupe la caja tonta, en un estado 
de ansiedad permanente, aislada de los demás. 
A pesar de la inutilidad de los manifiestos, consciente de la inutilidad del 
gesto, manifiesto a mí mismo mi propósito de seguir limpiándome y 
purgándome con mi escritura, aunque sepa que la literatura no sirve para 
nada útil (he ahí su mágico poder). ¡Literatura y fútbol!, ¡la inútil belleza 
de lo inservible!
Me pregunto cuál es hoy día el espacio de la vida cotidiana. ¿Qué es hoy 
ser de un sitio o de otro? En la era de la globalización y de las empresas 
multinacionales, ¿qué significa ser de este barrio o del de más allá? 
Cuando se borran las diferencias entre provincias, regiones y naciones, 
cuando las series de televisión españolas calcan el formato de las 
norteamericanas, cuando solo pequeños datos insignificantes dan cohesión 
a un determinado país (véase idioma, equipo nacional de fútbol y poco 
más) y el espacio global es el de la red de redes, los localismos quedan 
cada vez más como un pequeño reducto de la concepción romántica de la 
palabra “nación”. 
¿Ventajas, si hay alguna, de esa globalización? Pues el reducir al ridículo 
ideas caducas basadas en atribuir la felicidad máxima a tener un territorio, 
una lengua, una bandera y un himno gigante y extraño que sean superiores 
a los de otro cercano espacio opresor, odiado por una antigua historia de 
enfrentamientos, la cual es a menudo exagerada cuando no directamente 
inventada. Pienso en esos nacionalismos excluyentes que se destacan por 
su fanatismo lingüístico y su intolerancia y obcecación con respecto a todo 
lo que no entre en su limitada visión de embudo estrecho. ¿Ejemplos 
varios?: añádalos el lector a su gusto. Hay muchos. 
¿Inconvenientes? Sí, el otro extremo: el reducir todos los espacios 
diferentes a uno solo, todos los pensamientos a uno único, a una todas las 
lenguas. El peligro de anular la diferencia bien entendida y no manipulada, 
de considerar como único y verdadero lo que diga la sacrosanta caja tonta 
y su hija, la red de redes de Internet (¿por qué no Interred?). La amenaza 
de ver en estos medios el único espacio posible, el único foro de esta 
sociedad enferma de tedio y de crematolatría. 
Tanto el nacionalismo de boina y bastón como la globalización reducen 
el mundo a un espacio cerrado que no admite el gris entre dos únicos 
colores: blanco o negro. Reducen la esencia del ser humano a la posesión 
de un determinado mapa genético o a la ausencia de neuronas. 
Terrible dilema del escritor: esforzarse por querer comunicar a los demás 
algo que quizá sea entendido de mil maneras diferentes.
Se produce una inmensa paradoja (otra más) en la condición de todo 
novelista: el intento de aproximarse al pueblo, base del material de la 
novela (el intento de hacer una obra popular, como decía Cansinos- 
Asséns), se enfrenta al deseo del mismo escritor de realizar al mismo 
tiempo una obra elaborada, formalista, y, por tanto, impopular . 
Habría también otra paradoja más en el afán del escritor por transmitir 
ideas dirigidas a un pueblo que no las leerá nunca (se lee más la prensa 
deportiva en los cafés que preciosas cimas literarias). La lectura de novelas 
ha sido, y seguirá siendo una actividad minoritaria. 
Mi intención de reflejar en mis novelas la “nueva sociedad”, este terrible 
ciclón que quita de en medio a quien no se aparta de su camino y no se 
deja arrastrar con él, encuentra un muro en el empleo de una estructura o 
una expresión complicadas e irreales. La expresión total y libre del 
escritor en lucha con las convenciones del género novela. 
Esa dificultad la vio también, como muchas otras, Cervantes: si Sancho 
habla extraño (con un registro culto que no le corresponde) es porque tiene 
que hacerlo así en ese momento, obedeciendo la voz de su amo, el héroe 
de Lepanto. Y, sin embargo, Sancho es entonces tan Sancho como cuando 
obra a los pies de Rocinante y atufa a su otro amo, el de tinta y papel, en la 
aventura de los batanes. Sancho es pueblo en ambos casos, aunque al 
hablar con su mujer lo haga con la voz directa de don Miguel (o de Cide 
Hamete, delicioso invento del perspectivismo cervantino), aunque la 
plática de Sancho y Teresa Panza esté traducida a un registro literario 
(reléase en Quijote, II, 5). De nuevo, la patraña de la literatura, sus 
trampas, sus falsedades e imposturas, sus realidades inventadas, su 
irrealidad. 
¿Por qué o para qué tanta mentira gozosa, tanta falsedad necesaria, tanta 
irrealidad en tantas obras y durante tanto tiempo? ¿Qué empuja al hombre 
a escribir o a leer literatura? Quizás el hecho de que la literatura es 
producto del fracaso del anhelo de una perfección imposible, y como todo 
fracaso tiene la belleza de lo marchito, la verdad de todo engaño. 
Nihil nouum sub solem, nada nuevo bajo el rubio sol que calienta desde 
hace siglos, bajo la parrilla de San Lorenzo. La literatura no sucumbe a los 
cambios porque en ella nada cambia en esencia, porque se dirige a 
cualquier hombre de cualquier época, aunque sea para decir, con nuevas
palabras, lo que tantos y tantos autores que en el mundo han sido han 
dicho antes. La vida es una repetición constante de las mismas situaciones 
(aunque representadas por autores diferentes) y su reflejo, la literatura, es 
una repetición artística de la repetición que es la vida. 
¡Qué inquietudes las del hombre!, ¡qué sentimiento de finitud, ángel de 
grandes alas encadenado! Hecho de la misma naturaleza que los dioses y 
reducido al mismo nivel que la piedra del camino con la muerte. ¿Por qué 
no ser piedra entonces? Sin sentimientos, solo piedras insensibles al 
mundo y a sus vanidades, apariencias y especies, moléculas unidas sin 
humores que circulen ni células que piensen. Por otro lado, ¿por qué 
renunciar a la búsqueda de lo eterno para no ser, para ser solo existencia 
sin esencia? 
¿Qué literatura es auténtica? Si no lo somos las personas, ¿han de serlo 
los personajes? Incluso en el habla coloquial mezclamos una y otra vez 
estos dos conceptos, y no digamos en esos programas de cotilleo 
televisado con señora llorando al fondo, donde se confunden una y otra 
vez otro tipo de parejas: noticia y hecho, información y morbo, periodismo 
y rumor, todo adobado con una dicción infame (¡ah!, por favor, señores 
periodistas -o similares-, VO-CA-LI-CEN). 
¿Todo está escrito? ¿Nada nuevo bajo el sol, otra vez, como desde el 
inicio de los tiempos? Entonces, ¿para qué escribir? Vivir, sí, pero ¿para 
qué inventar otras vidas tan falsas como ésta, para qué construir un 
cementerio de palabras? ¿Dejar entonces que, simplemente, la Tierra y el 
Sol sigan su curso con o sin nosotros, sin plantearnos nada más? 
Dejarlo así entonces, ¿no? Acabar, enterrar en un cajón lo escrito, 
olvidarlo para siempre. Al fin y al cabo, ¿quién querría leerlo habiendo 
fútbol o telenovelas?
La indiferencia del universo debe ser llenada con palabras, con el verbo, 
con la idea. Sin verbo no somos nada, sólo un accidente de la naturaleza. 
Vivo mi vida sub specie litteraturae, desde el prisma de lo literario. 
Contemplo un brillo de sol en las cosas, unas hojas moviéndose a causa de 
una leve brisa, la vida, en fin, en sus más nimias y maravillosas 
manifestaciones, y lo hago siempre literariamente, con el deseo de 
comunicar a alguien la emoción provocada, de adornarla con palabras, y 
de emborronar, en suma, ese instante mágico con una tinta que apenas 
logra describir la maravilla que es vivir. 
Y sin embargo, ¡qué vida tan maravillosa transmite la verdadera 
literatura!, ¡qué falsedad tan verdadera!, ¡qué irrealidad tan profundamente 
auténtica! Y qué poco leemos. Arrumbamos joyas literarias en aras del 
culto a la imagen vacua e irrelevante. 
He leído hace poco lo siguiente: 
“La imagen sin mensaje (sin didactismo) como única fuente de 
información supone un deterioro del pensamiento y de la conciencia en 
mentes poco cultivadas o formadas -pero también en algunas que lo están-, 
debido a que la imagen no requiere una reflexión añadida a la misma. Su 
frialdad, su carencia de contenido ideológico envuelve al individuo, ser 
pasivo, anulando su capacidad de reacción. Por el contrario, la lectura y la 
escritura suponen el mismo proceso consciente e individual, proceso en el 
que se produce una apropiación activa de un contenido intelectual. El de la 
imagen sin mensaje es únicamente un contenido especular”. 
Aquellas reflexiones, insertas en un artículo de periódico, me llamaron la 
atención. Estaba de acuerdo con el autor de aquel texto: la imagen por la 
imagen (o para la imagen) anula el proceso individual, activo, consciente e 
intelectual del verbo, de la palabra, del símbolo, infinitamente más ricos en 
complejidad. La imagen sin mensaje, hija del siglo veinte, termina con la 
era de Gutenberg, con el papel y la tinta, termina con la reflexión y con la 
sensibilidad. El espectador pasivo de imágenes se contamina de un 
mensaje que no tiene apenas trascendencia. Es éste un tiempo de
hiperinformación audiovisual, la cual llena nuestras vidas con una 
tecnología superflua que consumimos sin darnos cuenta de lo que esconde 
en realidad: una desinformación atroz y salvaje. En esta era de Internet, de 
móviles de cuarta generación, de ordenadores supermegapotentes y de la 
leche en vinagre, sabemos lo que quieren que sepamos y nada más, 
mientras nos entretenemos con estos juguetitos de lujo. Pero es un mundo 
feliz al fin y al cabo. 
El ocio, hijo de esta cultura que genera toneladas de tedio, nos engancha 
con sus comodidades, sus colchones de plumas de oca y sus mandos a 
distancia, estrechando a cada paso nuestro ya limitado ángulo de visión. 
Se nos olvidan los problemas verdaderamente importantes, los 
existenciales, en ese afán por tener y no por ser, por ahorrar para consumir 
y trabajar para ahorrar para consumir, y así hasta el infinito. 
Vivimos en presente continuo y conjugando los verbos siempre en 
primera persona, sin vistas al pasado, olvidando que antes la vida era 
mucho más dura, más resignada, pero mucho más auténtica y humana. Sin 
radio, sin televisión, sin demás tonterías sin las que hoy seríamos 
incapaces de vivir, pero una vida más volcada hacia los demás, más 
natural, más sencilla. 
El autor de aquel artículo del periódico, un tal Anselmo Puchades, 
hablaba también en su escrito de la vida actual y de la esclavitud del 
hombre en la sociedad de consumo: 
“El nuevo esclavo (a la esclavitud de hogaño la llaman disponibilidad) 
trabaja en una multinacional catorce horas al día, come en la empresa, 
tiene dos coches y sobre él la amenaza constante y terrible de la 
productividad. Esclavo de su empresa, a la que debe dedicarse en cuerpo y 
alma, en su tiempo libre es hombre a un móvil pegado, trabajador en todo 
momento de su vida, y todo para recoger una mísera pensión en la que le 
dan cuatro duros (si no se muere antes de un infarto con cuarenta años). 
Cuando llega a su casa algún día a comer –si puede hacerlo- se deja alienar 
por las noticias del fútbol como único consuelo de sus desvelos. Siendo así 
estas circunstancias, ¿qué fue de la pobre filosofía?, ¿quién reflexiona en 
este tiempo de materialismo e individualismo canallescos y descarados?” 
Recuerdo que, mientras leía aquel interesante artículo, en la televisión (a 
la que no estaba prestando atención) dijo el presentador del telediario de la 
tarde (en realidad era el presentador de las noticias deportivas, digo..., 
perdón, futbolísticas). Las palabras mágicas: estas imágenes pueden herir 
su sensibilidad (¿o no las dijo?), y apareció desde un lejano lugar de Asia 
la cara destrozada por una bengala de un pobre espectador de un partido de
fútbol. 
Conversación soñada con Don Miguel de Unamuno: 
-¿Quién es usted? 
-Soy Don Miguel de Unamuno, aquí convocado por su escritura, 
estimado colega. Y creo que tengo suficientes capacidades para hablarle a 
usted del tema que a ambos nos apasiona: la literatura. 
-¡Don Miguel!, pero..., ¿usted no estaba muerto? 
-En cuerpo, solo en cuerpo, hijo mío. Mi alma vaga por el Parnaso y 
acude en el acto mismo de la lectura de mis escritos. 
-Pero en este instante yo no estaba leyéndolo a usted. 
-Sí, me estaba leyendo mentalmente, intentando descifrar mis 
pensamientos dispersos en mis obras, que sé que ha leído. El hecho de ser 
usted escritor me ha obligado a acudir a su escritura para hacerle alguna 
precisión. No es cierto que yo escribiese Cómo se hace una novela por un 
prurito intelectual únicamente. De haber sido así, no me hubiesen leído 
más de tres o cuatro personas. Es cierto que algo hay de afán intelectual 
en la génesis de esa obra, pero del positivo, del razonable, un afán por el 
culto a la cultura y al progreso humano, y nada de la pedantería 
cultiparlista de la que a veces usted habla, la cual critica acertadamente. 
-Bueno, ya que está aquí me encantaría charlar con usted un rato. 
-Me permiten solo unos minutos de escapada allá arriba (es un Parnaso 
más estricto de lo imaginado). Con mucho gusto charlaré con usted, pero 
tendré que hacerlo a partir de lo que ya escribiese en vida. 
-¿Por qué? 
-Porque se supone que estoy muerto, querido amigo, y solo a través de 
mis escritos podría comunicarme con usted en estos momentos. 
-Pero..., ¿no ha dicho antes algo...? 
-Sí, he dicho que rechazo esa idea suya del prurito intelectual, pero es lo 
único que podía decirle. Solo se me permite expresar una idea. 
-No sé qué es peor: poder escribir una novela entera y no poder 
comunicarla a nadie, o tener solo la posibilidad de transmitir una única 
idea, por muy rica que ésta sea. 
-Hay otra posibilidad mucho peor. 
-La de no poder escribir ni transmitir nada a nadie, ¿verdad? Ésa es la 
muerte auténtica, no las ficciones en que usted y yo vivimos (aunque en
su caso sea una vida solo de sus palabras) y con las que queremos borrar 
inútilmente esa nefasta situación ciertamente desagradable. Borrar la 
muerte, pero solo de la mente, no de la realidad, ¿verdad?. 
-Ya no puedo decirle más, porque he transmitido dos ideas y seré 
sancionado por ello (un mes sin salir, como en el colegio). ¡Con las ganas 
que yo tenía de vagar un poco por este valle de lágrimas, aun conociendo 
la imposibilidad de llenarlo ahora con un mar de palabras, de rellenar el 
horror vacui, el horror al vacío, con una maraña camaronera de ideas! 
Pero, ¡oh!..., ya he dicho bastante, más de dos ideas. Dos meses sin salir 
del Parnaso. Seguiré la conversación con usted a través de mis escritos. 
Hasta otra ocasión. 
El fantasma de don Miguel había aparecido en el duermevela de mi 
siesta y al momento se marchaba, aumentando las sanciones por su 
irremediable verborrea y dejándome con la palabra en la boca. En los días 
siguientes a esa aparición de mi ilustre colega, he releído su obra Cómo se 
hace una novela. Creo haber percibido un hilo de luz en sus ideas que 
conecta con las mías. He ahí que he tenido con Unamuno, sumo sacerdote 
del templo de la inteligencia de Minerva, sapiente búho de Salamanca, el 
siguiente diálogo basado en los escritos que él nos dejó en dicha novela de 
una novela: 
El autor: ¿Puede hacerse realidad, don Miguel, una novela sin personaje 
y, por tanto, sin acción? 
Unamuno: “Todo lector que leyendo una novela se preocupa de saber 
cómo acabarán los personajes de ella sin preocuparse de saber cómo 
acabará él, no merece que se satisfaga su curiosidad”. 
Aut. : ¿Soy yo, como autor, en realidad el personaje, el protagonista 
único? 
Una. : “Sí, toda novela, toda obra de ficción, todo poema, cuando es vivo, 
es autobiográfico”. (...) ”Todas las criaturas son su creador”. 
Aut. : La novela es lineal, un tiempo discontinuo, pero la vida, de la que 
aquélla es inútil reflejo, es continua, repetición circular. ¿No le parece así? 
Una. : “todas las [novelas] que se hacen (...) en rigor no acaban. Lo 
acabado, lo perfecto es la muerte, y la vida no puede morirse. El lector que 
busque novelas acabadas no merece ser mi lector; él está ya acabado antes 
de haberme leído”. (...) 
“Alguna vez me llego a Urruña, cuyo reló nos dice que todas las horas 
hieren y la última mata –vulnerant omnes, ultima necat-”. 
Aut. : Por tanto, el final es el principio y viceversa. Todo es círculo en la 
vida, pero la novela es una línea que no puede recoger esa simultánea
presencia de vidas paralelas en continua creación y recreación, ¿no?. 
Una. : “Y ese nirvana a que los indios se encaminan –y no hay más que el 
camino- ¿es algo distinto de la oscura vida natal intrauterina, del sueño sin 
ensueños, pero con inconsciente sentir de vida, de antes del nacimiento, 
pero después de la concepción?”. 
Aut. : Es la misma idea que reflejé cuando hice que el protagonista de 
una vieja e inédita novela mía soñase que moría otra vez para encontrar 
que, al final de su muerte, llegaba de nuevo su nacimiento. Una misma 
idea repetida, en otra vuelta a la rueda, por un autor distinto. Y, como todo 
es círculo en la vida y en la literatura, vuelvo al principio de esta 
conversación para preguntarle: ¿no deja de ser novela una narración sin 
acción? 
Una. : “La acción es contemplativa, la contemplación es activa”. 
Aut. : Buen juego de palabras, pero creo que aún no ha respondido del 
todo a mi pregunta. 
Una. : “Una novela, para ser viva, para ser vida, tiene que ser, como la 
vida misma, organismo y no mecanismo. (...) ...no es maquinaria lo que 
hay que mostrar, sino entrañas palpitantes de vida, calientes de sangre. Y 
eso se ve fuera”. 
Aut. : Así que la novela de un novelista tiene menos sentido que la 
novela convencional (si se puede hablar hoy de convención en este 
género). 
Una. : “Esto de levantar tapas de reló se queda para literatos que no son 
precisamente novelistas”. 
En este punto dejé la charla con don Miguel. Como en otras muchas 
cosas, tenía razón. 
Como dijo también Unamuno en otro momento, los mejores novelistas 
no saben lo que han puesto en sus novelas. ¿Cómo, entonces, hacer una 
novela de algo desconocido? Del siguiente modo: el autor construye su 
mundo, sus esquemas mentales o gráficos, y escribe al fin, pero lo hace la 
mayoría de las veces febrilmente, sin percibir del todo el fondo de sus 
líneas, palabras, comas y borrones. Por ello el crítico, desde la objetividad 
relativa que aporta la distancia, conoce mejor la obra ajena que el mismo 
autor de ella.
Si el ser humano es una unión de genes y símbolos y en ambos conjuntos 
se da la tradición y la transmutación, la literatura debe ser, como pálido 
espejo de lo humano, novedad y estatismo a la vez, acción y 
contemplación. Movamos los sedimentos del agua estancada, aunque solo 
sea para ver cómo lentamente vuelven los lodos a posarse en el fondo y 
disfrutemos así del cambio momentáneo que afianza las bases de lo 
antiguo. El futuro mueve así el pasado y la rueda humana sigue su curso, 
de nuevo, por siempre, amén. 
La Verdad: ¡terrible asunto! 
Muy a menudo no puedo evitar plantearme (esta es mi ruina, soy 
consciente de ello: plantearme cada dos por tres las cosas) el porqué de 
tanta acción en la novela. 
Y, sin embargo, diré que como lector me interesan las novelas en que 
predomina la acción. Una vez oí decir a un conocido escritor que él 
escribía los libros que realmente había querido leer. De ser esto así, yo seré 
una excepción a esa afirmación. Mi personalidad de lector disfruta con la 
intriga novelesca, la multiplicidad de acciones, el heroísmo, el movimiento 
épico de las batallas. Sin embargo, como autor me aburre escribir una 
trama lógicamente ordenada con su principio, desarrollo y desenlace, con 
las convenciones literarias de “y pensó de pronto nuestro héroe...”, del 
“querido lector” u otras similares. 
En realidad me gusta mucho Galdós, al que considero un maestro, pero 
como lector. Como autor prefiero leer, por ejemplo, a Unamuno, aunque 
reconozco lo árido de sus reflexiones. 
Escribo... ¿para qué? Pues para comunicar mis sentimientos, mis deseos... 
no los de otra persona, no las palabras escritas por una mente extraña a la 
mía. Cuando necesito otras palabras, acudo a la lectura. Sin embargo, mi 
yo-lector y mi yo-autor se funden en el acto de la escritura, en el que
convoco ideas propias y ajenas, explícitas o no, para darles una forma 
personal. 
La escritura es, en el fondo, una relectura del fondo de la mente, una 
reflexión honda acerca de ideas personales cuya base, ya sea original o 
extraña al autor, las conecta con el continuo universal de la cultura 
humana. 
Como autor prefiero la quietud, un quietismo reflexivo que me permite 
analizar mis pensamientos en el momento de escribirlos. ¿Para qué escribir 
sobre ajenas acciones ficticias si no lo hago antes primero sobre mis 
propias y auténticas realidades? 
Hace unos años de tantos limpiasillones del poder, que lo mismo vale 
para un ministerio que para un monasterio o una jaula de monos, ha pasado 
a la historia de la infamia al aseverar que se encargará de suprimir la 
Literatura de los planes de estudio de Bachillerato de su zona de acción 
(¡pobres bachilleres!). Alega el sujeto en cuestión que la Literatura es 
complicada y que, por tanto, no debe ser impuesta a los sufridos alumnos. 
No pude evitar pensar, cuando leí la sorprendente noticia, que aquel 
mandamás pretendía una maniobra de lavado de cerebro que borrase de las 
nuevas generaciones todo asomo de pensamiento, curiosidad intelectual o 
espíritu crítico. Me asombré al pensar esto, yo que a veces he pensado que 
la literatura no sirve para nada útil. ¿No son útiles entonces el 
pensamiento, la imaginación o la creatividad, todas virtudes desarrolladas 
por la literatura? 
¿Que es difícil o inútil la lectura? Pues se suprime, igual que se han 
suprimido tantos y tantos valores en aras del progreso o del negocio 
mercantilista y amoral, en busca de la sacrosanta rentabilidad inmediata. 
Las Matemáticas son igual de complicadas, pero ésas no se suprimen, pues 
permiten contar los beneficios económicos. Además, ¿no está ya la 
televisión? ¿Para qué se quiere tanto libro que nos obliga a estudiar 
ortografía y a pensar por nosotros mismos –con lo fatigoso que es eso-, 
aparte del dañino gasto de árboles para fabricar papel? Seamos ecologistas, 
veamos la televisión, que ya piensa por nosotros. 
¡Pues aviados estaremos!
En el mismo periódico en que leí aquella noticia del literaticidio me 
encontré días después con un artículo de don Anselmo Puchades, que era 
presentado como profesor de Estética. De entre sus reflexiones subrayé 
estas interesantes apreciaciones: 
“La sociedad de consumo no deja descansar al hombre: siempre hay que 
comprar lo último en ordenadores, en máquinas fotográficas, en cepillos de 
dientes, cafeteras, móviles..., y se nos hace creer que se hacen antiguos en 
poco tiempo y no nos sirven más (a veces se escachifollan poco tiempo 
después de la compra), que está caduco el chisme y quien se empeña en 
conservarlo. Siempre hay una última generación para todo aparato: la 
última generación en papel higiénico. 
Y, sin embargo, no nos damos cuenta de que, envueltos en esa montaña 
de chismes, no los disfrutamos. De que las fotos en blanco y negro son 
más bonitas que las de color, aunque sean más antiguas en la historia de la 
técnica. Nos empeñamos en recurrir al correo electrónico desechando la 
poesía misteriosa de la carta de toda la vida. Colmadas sus necesidades 
tecnológicas, el hombre de la sociedad mediática vive hoy envuelto en un 
bombardeo publicitario que afirma que vale más quien más aparatos de 
última generación tiene (a ser posible con colores chillones y musiquitas 
raras). 
(...) Y nos volvemos cada vez más imbéciles mientras los aparatos 
empiezan a pensar por nosotros: ¿quiere leer? ¿Para qué? La televisión 
colma las necesidades de imaginación, distracción e información. Además, 
nos evita tener que estudiar el engorroso alfabeto; pero si usted insiste en 
estudiar Hortografia, no se ocupe en hacerlo: nuestro estupendo programa 
de ordenador (para ser más pedante y anglófilo: software) le corrige 
directamente sus fallos, que dejan así de serlo. 
Mientras tanto, la mayor parte de la humanidad (que existe, aunque no 
tengan peso en los telediarios sus problemas) malvive rodeada de miseria, 
prostitución, guerras eternas olvidadas hace tiempo y corrupciones sin 
límite para mantener en perfecto estado nuestra preciosa sociedad 
materialista, en la que nuestro mayor problema es una televisión 
estropeada (probable causa de suicidio)”.
Conversación con Puchades (el autor del artículo antedicho) tras un 
encuentro casual con él: 
Hablé con él durante tres o cuatro cafés seguidos. Me pareció en 
principio un tipo interesante, a pesar de su adicción a la cafeína. Tenía más 
o menos mi edad y hasta un cierto parecido físico conmigo. Creía haber 
encontrado a una persona muy parecida a mí en ideas y carácter. Inició la 
conversación con un discurso demo-ledor: 
-Hoy se va a lo fácil, querido amigo. No se valora el esfuerzo ni la 
capacidad de sacrificio, y tampoco se enseña a aceptar la frustración. En 
realidad, no se valora nada bueno. Esas generaciones de jóvenes que 
invaden cada fin de semana las calles con sus motos y con sus alcoholes 
destilados... ¿qué es lo que buscan? Nada. Están viejos ya. Cuando llegan a 
los veinte años lo han probado todo, legal o ilegal, y ya solo buscan 
divertirse fastidiando. Mire, no hay nada más peligroso que un aburrido, 
¡pero mucho más que un fanático! El fanático tiene un ideal concreto; sabe 
contra qué lucha y hay un lado que siempre va a respetar. En cambio, el 
aburrido no respeta nada porque lucha contra todo para divertirse a su 
manera. 
-Lo peor es que se favorezca el aburrimiento desde arriba. 
-Efectivamente, que se favorezca o al menos se consienta. ¿No ha visto 
usted esas multitudes fanáticas del fútbol, que parecen simios dando voces, 
que destrozan todo lo que pillan cuando pierde su equipo y a veces 
también cuando gana? ¿No hay acaso otro entretenimiento que el de ver 
una pelota maltratada a puntapiés, y a veces también la cabeza de un 
hincha rival sufriendo los pescozones de los aficionados? 
-Ha tocado usted un tema clave. 
-Y tanto. ¿No se ha dado cuenta del bombo que se le da a esos partidos? 
-Mire, a mí me gusta el fútbol, o, mejor dicho, me gustaba hasta que se 
convirtió en plato único de todos los días. Considero que el fútbol ha 
refinado el instinto bélico del ser humano, aunque más que desde una 
perspectiva antropológica habría que estudiarlo desde su faceta religiosa, 
como recreo revelado por Dios a los hombres para su redención y la 
liberación de sus aflicciones. Lo que ocurre es que todo lo bueno, si se 
abusa de ello, harta. 
-A mí no me gusta nada el fútbol. Prefiero el elegante y aristocrático 
juego del lawn-tennis. 
-¿Del qué? 
-Perdone la pedantería: del tenis. Bueno, volviendo al tema del fútbol:
me parece insoportable, igual que a usted, el seguimiento que los medios 
de comunicación hacen del balompié. Primera noticia: Fulanovich 
(pronunciado de mil maneras diferentes) se ha partido un pie en un 
entrenamiento. ¡Dios!, ¡menuda noticia para el futuro del país! ¿Podremos 
ser felices a partir de ahora? ¿Y qué me dice del despliegue del abanico 
policial para contener a la masa enfervorizada? ¡Que se fastidien, hombre! 
Encima el Papá Estado, que no puede resolver todos los desajustes de la 
sociedad civil, tiene que gastarse dinero para controlar a los cuatro o cinco 
indocumentados que tiran botellas, monedas o cualquier cosa arrojadiza a 
lo que se mueva. Se paga a la policía para controlar a los que tiran objetos 
a la policía. ¡Menuda paradoja! 
-Y todo porque el seguimiento de las noticias del fútbol se ha convertido 
en la válvula de escape de las presiones de la sociedad. 
-Totalmente de acuerdo, y en un mecanismo perfectamente construido 
para evitar que se piense en otras cosas. 
-Panem et futbolem. 
-Amen. Urbi et orbi. ¿Y los papás de esas criaturas?, ¿en qué piensan?, o 
mejor: ¿en qué pensaban cuando las trajeron al mundo? Me refiero a los 
padres de esos jóvenes gamberros “botelloneros” (relacionados o no con el 
fútbol, pues muchos de los que se relacionan con éste sólo están abonados 
a la violencia). Esos niñatos que sólo piensan en cumplir el lema de sexo, 
drogas y rock and roll ¡menudos papás tendrán!, ¡menuda educación 
habrán recibido de ellos! 
Aquel tipo se iba cargando por momentos. Su cara empezó a tomar 
diversas tonalidades rosáceas hasta adquirir un rojo violento. Estaba 
totalmente exaltado. Me di cuenta de que era una de esas personas que 
empieza a conversar contigo y luego te roba la palabra a perpetuidad, para 
convertir el diálogo en monólogo, sin que te deje meter una sola cuña, todo 
para comunicar su única y verdadera verdad, a pesar de todo muy certera 
en algunos aspectos. 
Me molestan las personas así, por lo que, simulando un compromiso que 
había olvidado, me deslicé por la silla en busca de la salida al tiempo que 
me despedía apresuradamente de aquel personaje. Cuando salía de la 
cafetería lo miré de reojo y vi que su cara estaba más roja que nunca, quizá 
azorado al comprobar lo silencioso del local al haber cesado de alzar la 
voz.
La agresión publicitaria llega a extremos insospechados: el otro día me 
despertó de la siesta una amable señorita que me gritó las ventajas de una 
conexión a Internet baratísssima. Le contesté que pensaba recopilar firmas 
para llevar al Parlamento un Proyecto de Ley que impidiera llamar a un 
domicilio particular, excepto casos debidamente justificados, entre las 
cuatro y las seis de la tarde (y nunca en el caso de este maldito Tele-urge). 
La juventud –iba yo pienso a veces en mis paseos mientras me cruzo con 
varios impúberes que cargan con bolsas de licores varios en dirección 
hacia el ocaso- tiene que salir, divertirse, comunicarse, relacionarse. El 
problema es hablar de la juventud en general. Hay jóvenes y jóvenas (lo 
juro, lo he leído así en un texto que aún conservo). Sí, es verdad que los 
jóvenes de hoy son bastante apáticos, pasotas de todo, pero es que esta 
sociedad tampoco les da muchas alternativas: cásate (mínimo: 30 años), 
pon un piso (mínimo: 30 kilos), consigue un buen trabajo (que te 
esclavice), ten varios hijos (tiempo diario para educarlos: _¿?_), sé feliz 
(compra, compra, compra) y muérete a gusto al final (“no sin antes 
contratar nuestro magnífico plan de pensiones”). Con este plan, ¿quién 
quiere independizarse y adquirir responsabilidades? Es mejor continuar 
alienándose felizmente por la sociedad mediática, consumista y futbolera. 
Hace unos días, en una conversación con un taxista de los de antes (los 
de hoy apenas conservan conversación) sobre los macro-botellones, me di 
cuenta de que, por desgracia, hoy está muy extendido el tipo del radical. 
Aquel taxista tenía una visión estrecha del mundo, un hartazgo soberano, 
un “estoy ya hasta lo que dijimos”. La conversación del taxista me hizo 
reflexionar acerca de las actitudes extremas a las que lleva este mundo al 
revés: 
“El sábado se suben dos muchachas a las cinco de la mañana. Veo que 
una de ellas hace amago de vomitar. Le digo de buenas maneras que baje 
del coche para hacerlo fuera, y la niñata va y me dice: hijoputa, me estás 
insultando. La bajé a rastras del coche y le di un bofetón, el que no supo, o
no pudo o no quiso darle a tiempo su padre”. 
La sociedad se ha disgregado ya definitivamente, pensé mientras en el 
semáforo, al lado del taxi, paraba un coche fúnebre. 
Escribir cuesta trabajo, pero quizás sea la actividad con la que más 
disfruto, ya que con ella proyecto mi ser al exterior. Por eso vuelvo una y 
otra vez a escribir, me engancho a las palabras como al pecho de una 
madre que me nutre, me reinventa y me dota de alma mágica. Lo 
maravilloso de la escritura es que puedo ser en ella yo en mi máxima 
expresión o inventarme de nuevo como personaje de otra vida. Claro que 
esto último supone mentir, pero ¿acaso no es toda esta república de viento 
una absurda mentira? 
¡La palabra!, mágico sustituto de la realidad, a veces gloria, a veces 
miseria del escritor que pule una y otra vez, con esfuerzo, su obra. Escribir 
cuesta trabajo, sí, mucho trabajo. A veces salen las palabras a borbotones, 
anhelantes, precipitadas, risueñas, deseosas de comunicar, pero otras se 
esconden en los pliegues del cerebro recelosas, huidizas, indiferentes al 
esfuerzo de quien las busca. 
No creo en la Verdad con mayúsculas. La realidad es “poliédrica”, 
multiforme, como un conjunto de espejos superpuestos sobre un mar de 
reflejos. Solo existe para mí “mi” verdad, la que yo entiendo y percibo, 
pero ni siquiera ésa es fija. Es mutable, sujeta al error, a lo voluble y lo 
limitado de mi condición, a la fugacidad de mi materia. Mi verdad no es 
fija y no es eterna, y por lo tanto afirmo que no existe de forma 
permanente. 
Todo escritor debe cultivar el humor, buscar debajo de los guijarros 
argumentos graciosos y chistes que hagan más fluida la lectura de su obra. 
La risa es una salida decorosa del tedio.
“La grandeza de un escritor -dice mi amigo José María Jurado- no 
consiste en publicar, sino en seguir escribiendo”. Coincido plenamente con 
él. 
El tiempo a veces establece silencios prolongados en la literatura y en la 
vida. En muchas ocasiones, en la escritura, que es por naturaleza lineal, un 
solo punto y seguido esconde una pausa de meses, de sequía creativa que, 
a su término, obliga a releer lo anterior, quizá a rehacerlo, muchas veces a 
desecharlo. En una misma cuartilla tintas de distinto color señalan 
momentos diferentes en la vida del autor y, por tanto, en su literatura. 
Vida y Literatura..., ¡temas tan próximos y a la vez tan extraños! ¿Cuál 
influye en cuál?, ¿dónde se halla el soplo original? Vivimos hoy tan 
deprisa, con tanta urgencia, que consumimos literatura igual que esa 
hamburguesa que mata nuestra hambre, una literatura light para el autobús 
o el metro, hecha de retales, sin sustancia, sin vida, porque en ella no 
priman los silencios sino el ruido, no lo callado del vivir y del pensar, sino 
los fogonazos y los fuegos artificiales, los cuales son producto de la prisa y 
del deseo de hacer un producto (horrenda palabra) de consumo inmediato. 
Hoy cualquiera es escritor, basta con ser mínimamente conocido por culpa 
de la televisión, ese destello de imágenes artificiales en el que vivimos. 
Componemos miles de millones de palabras al día, leemos las palabras 
de nuestra tribu en un número infinito de veces..., pero apenas 
aprehendemos la palabra mágica, el rito de la Literatura con mayúsculas, 
sublime expresión de lo más profundamente humano. Preferimos llenar 
nuestras vidas de palabras como globalización, perfil o dinamizar, todas 
muy in, muy light y muy politically correct, pero vacías de alma y 
horribles en su forma. Son también palabras para consumir rápidamente, 
como las vidas de esos personajes de farándula que pululan por la pantalla 
de nuestro televisor. ¡Ellos son los verdaderos héroes de hoy en día y no
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  • 1. José Manuel Gómez Fernández «Breverías», aforismos y otros brebajes
  • 2. Todo lector que sea hombre de dentro, humano, es, lector, autor de lo que lee y está leyendo. Esto que lees aquí, lector, te lo estás diciendo tú a ti mismo. Y si no es así es que ni lo lees. (Miguel de Unamuno: Cómo se hace una novela)
  • 3. A mis padres, Cayetano y Manoli.
  • 4.
  • 5. La lluvia tiene como fin primordial servir de inspiración al poeta, siempre que éste (por supuesto) no lleve paraguas. Tiene a veces el novelista la sensación de que la vida se le escapa por su literatura, de que ésta nunca puede reflejar el mundo, la sociedad cada vez más cambiante. Cuando termina la novela han cambiado él y la sociedad, de ahí el impulso de rehacer su obra, en un intento vano de simultanear su novela y su vida. De aquí proviene su temor al punto final. Érase un hombre a un móvil pegado... ¿Por qué un gran número de los usuarios de teléfonos móviles, como se ha comprobado recientemente en un estudio estadístico, los utilizan en un noventa por ciento de ocasiones para hablar de sus teléfonos móviles? Les diré a los que me acusen de conservadurismo que me da igual que lo hagan, que no dejaré de criticar el caciquismo del igualitarismo actual (hay que poner límites a la libertad porque hoy parece que tiene más derechos quien más se queja y grita).
  • 6. ¿Que me acusan de lo contrario? Pues me da igual también, porque no dejaré de criticar el excesivo neoliberalismo consumista de la actualidad y sus devastadoras consecuencias: la marginación en los barrios periféricos del capitalismo. Conversación con un lector incordioso: -Mire, yo también hago mis pinitos en esto de la escritura. He escrito ya dos ensayos aún inéditos que creo tienen puntos de semejanza con algunas ideas suyas: La teoría del error y La idea y el ejemplo. En el primero critico la idea de que hay que equivocarse para aprender, cuando está demostrado que es mejor favorecer el trabajo bien hecho que el error. En el segundo señalo que la principal diferencia entre la naturaleza del cerebro de un niño y el de un adulto se basa en que el primero se centra en ejemplos y el segundo en ideas. Así, para hablar de la educación, por ejemplo, un niño pondrá muchos ejemplos de maestros, profesores, clases y compañeros diferentes, mientras el adulto simplificará ese batiburrillo reduciéndolo a una serie de ideas (la disciplina, la importancia de la cultura, lo bien que está la educación ahora...). -Perdone, pero no creo que ahora la educación esté tan bien. Es más, creo que está peor que nunca, porque genera analfabetos funcionales que son los que sirven al sistema. -¡Otra sandez! ¿No será primero la gallina antes que el huevo? Dígame usted quién crea esos analfabetos: ¿no serán responsables la televisión que padecemos o la propia sociedad, que reduce sus niveles de exigencia y excelencia hasta límites nunca vistos? Mire usted, yo soy pedagogo y... -¿Pedagogo?, ¿que es usted un pedagogo? Pues esta conversación se ha terminado. - Pero oiga... ¡Es usted un reaccionario! [...] Cuentan que un día llegó una mujer al cementerio (parte superior). Llevaba un bolso que ocultaba un bote con las cenizas de su marido y de
  • 7. su único hijo, muertos en accidente. Al llegar a la tumba de sus padres, abrió el bote, esparció las cenizas alrededor, sacó una pistola y se disparó en la sien. Cerró el ciclo de su vida. Cuentan que X no quería ser incinerado pero lo fue. X había sido forofo de un club de fútbol en vida y su hijo, después de muerto, lo continuaba llevando al campo y cuando marcaba alguien un gol con la pierna, el culo o incluso la mano, que para el caso es lo mismo, su hijo levantaba el bote y su padre y él hacían la ola. Ha ocurrido una terrible pérdida de los vínculos del hombre actual con la madre Naturaleza, con la tierra de la cual procede. Los niños de ciudad piensan que la leche la producen en fábricas igual que las galletas. Las leyendas urbanas de hoy, como la de aquel usuario de ordenador que confundió el receptáculo de CD-Rom (cederrón) de su aparato con un posavasos, son pésimas imitaciones de los cuentos tradicionales. La oralidad es la única característica común a ambos ciclos de leyendas. De todas maneras, estas leyendas urbanas aún demuestran el poder de la palabra, a pesar de su sencillez, y que el hombre, aunque se rodee de cemento y ladrillo, la necesita para tocar a los demás, al otro, para convencerse de que el infierno no son los otros. Ahí va otra recientemente escuchada: un hombre se monta en un ascensor en el que ya hay varias personas. Dice amablemente, como le enseñaron desde chico, “buenos días” y nadie le responde. Entonces añade “bueno, como aquí no hay nadie me voy a tirar un pedo”, y suelta un sonoro cuesco que deja atufados a vecinos tan maleducados. Ya el chiste ha dejado en buena manera de cumplir la función de entretener; al hacerse exclusivo de la televisión, perdió su fuerza e implantación entre la gente. Las leyendas de la sociedad de hoy nos vienen casi todas de la caja tonta, que acabó hace mucho tiempo con casi todas las tertulias vecinales.
  • 8. Me pregunto a veces qué es lo que lleva a tantas personas a tener el deseo o necesidad de salir por la caja estúpida que es la televisión. Quizás sea el anhelo de permanencia, cuando ya no sirve aquello de tener un hijo (cada vez nacen menos), plantar un árbol (cada vez se destruyen más) y escribir un libro (cada vez tienen menos sustancia y menor relevancia). Es increíble el poco pudor que tiene el personal a la hora de contar los detalles más morbosos de la vida personal en televisión, detalles que quizás se avergonzaría de contar en la intimidad a algún conocido y que, ante ese espejo de breve fama que es la cámara, no tiene ningún tapujo en diseccionar. El crítico cumple su función, ocupa su sitio, como todas las piezas del puzle de la cultura libresca. Todos los escritores dicen no tenerlos en cuenta (ni leerlos siquiera), pero esperan como agua de mayo sus sentencias. Espero que mis críticos, si alguna vez los tengo, no lleguen al grado de despiadada eficacia de aquel colega suyo que firmó en un tabloide creo que británico una crítica más o menos parecida a ésta: “X ayer dio un recital de piano en tal sitio. ¿Por qué?”. No es mi intención demonizar al crítico. Al contrario: una de las visiones más hermosas de “lo que es” (o “viene siendo”) la literatura se la leí a uno de ellos. Emil Staiger pensaba que lo lírico o lo dramático no está vinculado solo a la literatura. Según él, puede surgir un impulso lírico contemplando un paisaje o un impulso dramático al presenciar una pelea. Según esto, todos somos autores, todos hacemos una literatura del sentimiento y no necesariamente de la escritura, una literatura en la vida y no siempre de la vida. Pocos somos los que inútilmente pretendemos conciliar el sentimiento con la palabra justa, huidiza.
  • 9. Ya no existen los pueblos. Véase en este ejemplo tomado de la televisión: -¿Y de dónde dice usted que llama, señora? -¡De Torredonjimenooooooooooo! -¿De dónde? -De Torredonjimeno, Jaén –con voz resignada la señora-. -Ah, de Jaén, la señora llama de Jaén. ¿Y qué decir de la imagen del cateto de pueblo, que aún perdura sin cambios entre los habitantes de la tierra del cemento? Vale, sigan pensando en esa imagen decimonónica del pobre pueblerino que llega a la gran urbe buscando el pan, pero sepan que en los pueblos todavía la gente no vive ni anda como autómatas, como esclavos del reloj. La nueva familia ultramoderna: El padre primero le explicó a Luis que el padre segundo lo había tenido a él con una madre-probeta, que después resulta que se había ido a vivir con una tía suya (del niño), con quien había tenido gemelas concebidas de los depósitos de algún banco de esperma. -Sí, eso lo sé. Pero papá primero, dime: ¿quién es la mamá de mi osito?, ¿le hicieron una operación de cambio de sexo? El problema es que hoy en día la gente cree que ya no hay problemas. Alguien ha hablado del final de la historia, queriendo aludir sin duda al final de las ideologías revolucionarias. Todo parece ya inventado, descubierto, hollado, manido; no hay utopías que localizar en lontananza. Se acabaron los pasquines, las proclamas y los manifiestos. En esta sociedad adormecida, atomizada (y también atómica), atontada y bien cebada son las cajeras de los supermercados las que tienen que dictar las normas básicas de educación: “Por favor (el por favor es opcional), pasen por esta caja respetando el mismo orden”. Pero si llegas y no lo respetas no pasa nada. Nuestra lista de derechos aumentó en número
  • 10. inversamente proporcional al de nuestras obligaciones. Al fin y al cabo, el que se queja por algo que considera injusto es el que se lleva el gato al agua, pero lo hará siempre, en un 99,99% de las ocasiones, pensando solamente en su interés egoísta. A los demás que les den. Y el amable y educado que pierda. Ayer presencié un caso curioso: un ciudadano cabreado había parado el tráfico en un paso de peatones y estaba dando un cursillo básico de normas de educación vial al conductor del coche que tenía delante, el cual –supuse yo por las trazas- había intentado pasar cuando aquel pobre caminante estaba atravesando la calle, con el consiguiente peligro para su integridad física y psíquica. -Mire usted, esta señal indica paso de peatones (decía señalando con un puntero inexistente el dibujito del peatón sobre el paso de cebra). ¿Sabe usted lo que es un peatón o se lo explico de nuevo? ¡¡Y estas rayitas de aquí debajo indican que el peatón que cruza en un paso de peatones como éste de aquí debe tener preferencia!! ¿Es usted capaz de establecer una relación entre esta señal y lo que representa, so merluzo? La nueva religión: “¿Cómo dices?, ¿que qué? (gritando) ¡Ah!, por la salud de tu madre, ¿verdad, cariño? ¿Cuántos años tiene tu madre? Noventa, ¿eh? Espera, que voy a consultar con la bola... (apenas la mira) ¡Ah!, pues está mal de salud, ¿eh?...” Los nuevos videntes son los oficiantes de la nueva religión, una religión más personal, más cercana a los problemas del hombre (y la mujer) de hoy, preocupada por su soledad infinita en la gran urbe y por los ceros de su cuenta corriente.
  • 11. ¡Dios! Acabo de entender los casos tan extraños que salen en estos últimos tiempos en televisión. A veces me asombro de mi estupidez. Esta tarde veía un programa de televisión (vulgo pograma) en el que los contertulianos eran modelos de pasarela: grandes bocas pintadas de rojo, escaparates de miel. Cambié de canal y diez minutos más tarde volví a la misma tertulia: ¡seguían hablando de lo mismo! ¿Y cuál era aquel tema que requería tan hondas y extensas discusiones? Pues la discusión estaba centrada en si era mejor llevar pestañas naturales o postizas. Me invadió una desagradable desazón. Pensé que los responsables de aquel bodrio no pensaban siquiera en transmitir ninguna información útil a la audiencia y menos en entretener. Su única idea era la de mantener durante bastante rato en primer plano la imagen de los turgentes senos (vulgo domingas) de aquellas señoritas, dejando embobada a la audiencia masculina e interesada por la última moda o por los avances de la cirugía plástica a la femenina, mientras los pases publicitarios engrosaban las arcas de la cadena. Pero -me hice una pregunta-, ¿si pusiesen a esa hora un documental o una película interesantes para gente inteligente, los espectadores no estaríamos más felices, teniendo que tragarnos los mismos anuncios y, además, sin esa desagradable sensación de haber perdido inútilmente minutos preciosos de nuestra corta vida? ¿No se educaría mejor a las futuras generaciones de ese modo, y no enfrentándolas desde muy temprano (me refiero con ello a la hora de emisión y a la corta edad de nuestros infantes) con la carga de hedonismo y frivolidad que nos invade? Por favor, devuélvanme los minutos que me ha robado la televisión-basura. Con ellos podría quizás componer dos libros mejores que éste, una obra de teatro, el guión de una película, aprender a tocar la guitarra o el piano, o tirarme en paracaídas, o qué sé yo. “Tú eres una guarra, y yo soy más guapa que tú porque mis tetas no son de plástico” (frase oída en el programa de televisión antes citado). Hay frases que resumen una época y ésta es una de ellas. Nuestra época, como casi todas las de crisis (en griego, ‘mutación’), se define, entre otras
  • 12. cosas, por el individualismo y la competitividad más radicales. Luis Cernuda, uno de los mejores poetas del siglo XX en español – injustamente valorado a estas alturas-, tras la publicación de Donde habite el olvido (1932-33) se ruborizó al comprobar el extremo de desgarradora sinceridad que habían alcanzado sus versos, como bien demostró la profesora María Eva Rey en una reciente conferencia a la que asistí como invitado. Ese pudor extremo, propio de muchos escritores, se debe a que, mientras escriben, su obra es un depósito de emociones que consuela y reconforta, es una triaca que restaña sus heridas. La escritura es un proceso de diálogo del escritor consigo mismo, en una puesta en claro de sus tinieblas, al que se invita más tarde al lector como espectador. Al publicar, las palabras del autor, que habían sido para uno, son entonces para los lectores, hasta entonces una referencia envuelta en la indefinición. Las ideas se vuelven tinta sobre el papel y salen a la luz pública, expuestas a la crítica general acerca de ellas y de quien las escribió. El sexo, ese roce de siglos que nos quema con su desgaste, se ha convertido en el gran espectáculo con el que los medios de comunicación enmelan los estambres de sus imprentas, antenas y pantallas y tras el cual nos arrastramos como enjambre de abejas enardecidas. El cuento es el siguiente: en un juzgado fue comidilla reciente el caso de una pareja recién divorciada (una más de las que últimamente abundan) que dejó de convivir a resultas de descubrir ella en el ordenador doméstico un acceso directo a una página “para adultos” en Internet. El marido alegó que no había creado dicho acceso directo, afirmando que casualmente y sin querer había navegado por aquellos mares procelosos del deseo. Según él, desde algún islote sensual le habían colocado aquel regalito, aquel pornograma. Moraleja del cuento con moraleja: la empresa que gestionaba dicha página sicalíptica tuvo que hacer frente a los gastos del divorcio e indemnizar, además, a las dos partes (ambas en tratamiento psicológico),
  • 13. comprobada su falta de escrúpulos en los negocios y su indiferencia ante los numerosos problemas de inestabilidad conyugal. El pisito está muy carito: después dicen que nadie trae hoy hijos al mundo. Pero ¡si el problema es dónde los metes! Después dirán que las parejas no quieren casarse o traer hijos al mundo. Y lo más triste es que la natalidad se reduce a una cuestión de ladrillos de más. Véase si no este ejemplo, tomado de una revista de ofertas inmobiliarias: “Piso de 30 metros cuadrados, zona céntrica [siempre están en zona céntrica, aunque estén al lado del aeropuerto], un dormitorio, a/a (traduzco: aire acondicionado), f/c (frío/calor), garaje, trastero, etc. 100 millones, de euros, por supuesto”. ¿Quiere uno un dormitorio más? Nada, pues engrose usted con unos seis millones más el presupuesto. “Venga a Clavón Bank, entrámpese para toda la vida con nuestro Hipotecazo”. (Encima cachondeo ). “Pobrecito, toda la vida trabajando y cuando ha pagado por fin su pisito y se ha jubilado, el canalla va y se muere”. Hablando de bancos, el otro día fui a uno de estos templos donde se rinde culto al becerro de oro. Me recibe el interventor muy amablemente y me explica, después de resolver el asunto que me llevó allí, que me conviene apuntarme a unos servicios que tiene el banco en Internet, y ante tanta amabilidad no dudo en hacerlo. Las claves de acceso que se pedían eran los nombres de los abuelos del cliente, y mientras le daba la información requerida me comentó que muchos clientes no eran capaces de recordarlos. Me quedé asombrado: ¿cómo el personal no recuerda el nombre de sus abuelos? Ese día estuve dándole vueltas a este asunto, que me pareció muy significativo. Concluí que la gente está perdiendo los vínculos con el
  • 14. pasado, con la memoria. Solo se vive el presente más radical: aquí y ahora; no hay nada hacia atrás ni nada hacia delante. No somos ya producto de nadie, somos seres autónomos que viven y trabajan sin pensar en procedencia o trascendencia alguna. ¿Somos entonces mera existencia, sin la esencia de la memoria? El azul de primavera del cielo de aquel día se me antojó de una frialdad indescriptible. He encontrado un resto fósil del tratamiento de respeto usted. En los estadillos de banco aparece aún el posesivo su en lugar de tu, pero se aplica a un objeto extraño: “su respetada cuenta”. O sea, que el estimado o respetado no soy yo, sino mi cuenta corriente. Cuanto menos, curioso. Imagen del escritor bohemio: Francisco García (seudónimo: Francis Gar & Cía.) acababa de tomarse aquella mañana de inicios de primavera un bourbon. Era su bebida preferida por la sonoridad de su pronunciación y porque tenía el color más apropiado para formar un conjunto al lado de su panamá y su corbata de artista. Se sentaba desde hacía tiempo en la misma mesa de aquel café (y no cafetería) para escribir sus geniales versos, regados con alcohol y sahumados por su pitillo, al tiempo que ofrecía su perfil derecho (el bueno) al bullicio de la plebe de la calle. En aquel mismo momento comprobaba el saldo de su cuenta corriente tras el ingreso del último premio. De pronto sintió un dolor fortísimo en el pecho. (Mismo día. Noche. Habitación de un hospital. Dos personajes) -Pero, ¿sabe usted lo que me está pidiendo, doctor? -Sí, que deje de fumar y de beber. -¡Ja! ¡Pero si el alcohol y el tabaco son inherentes a mi imagen, a mi ser
  • 15. de artista en suma! Y mire, tampoco puedo imaginarme sudando por esas rutas del colesterol bajando mis grasas junto a “marujas” de chándales horrorosos. -Mire, don Francisco: deseche usted de una vez por todas esa imagen de escritor maldito, bohemio, marginado y alcoholizado con que nos tiene más que acostumbrados a sus lectores de toda la vida. Ésa es una idea, como muchas otras, y eso usted lo sabe, heredada de muchos escritores románticos, los cuales consideraban que cuanto más radicales fuesen el escritor y su obra más calidad tendrían ambos. No confunda usted personajes underground con un hígado underground (en terminología médica, hecho polvo). Leo en una revista de sala de espera de dentista que existe un programa de ordenador (se descarga de Internet, como todo hoy) que permite a novelistas aficionados construir la trama de una novela a partir de una idea previa. En la misma revista de suso hallo la reseña de un libro escrito por un conocido presentador de televisión (¿tendrá negro su negro?) y no puedo evitar enlazar ambas afirmaciones: hoy en día publicar es más difícil que escribir, y eso que todo son facilidades para publicar. Cualquiera escribe hoy cualquier bodrio, pues lo hace el ordenador todo si se quiere (en el país de los ciegos el tuerto es rey, lo malo es que el tuerto es de silicio). Pero publicar..., publicar es otra cosa: tiene usted que ser alguien en televisión, un rostro conocido que venda una contraportada y planee una novela fílmica (pensada para el cine y el correspondiente merchandising, o mejor mercadeo, de videojuegos, etc.). Quizás en esta época Galdós, Unamuno o Azorín no hubiesen podido sacar sus escritos a la luz pública si no hubieran salido en la caja que atonta. Y no les basta a algunos presentadores de televisión con atontarnos desde los programitas de televisión. Además, se empeñan en hacerlo desde los teclados del ordenador. Entonemos una triste elegía por los miles y miles de manuscritos muertos en cajones (ataúdes) que nunca verán la luz y a los que estos diletantes de la pluma les roban la gloria. Claro que siempre es mejor renunciar a publicar un manuscrito pleno de verdad y autenticidad que editar miles y miles de páginas sin sustancia alguna. ¿O no?
  • 16. La novela fílmica: Cada vez hay menos cine literario (el cual da especial relieve al texto, a las ideas) y más cine fílmico, ceñido al formalismo vacuo de las imágenes de video-clip. Duda cruel: los autores que nunca publicaron o los autores que publicaron y que luego apenas son leídos: ¿sufren ese silencio por su escasa calidad o debido a que un interesado velo prefiere ocultarlos por decir verdades? ¿Y esa sensación que crean los medios de comunicación de que todo lo que transmiten nos debe resultar fundamental? Ya está bien de tanta hiperinformación que siembra el miedo a vivir en las gentes de bien. Miren ustedes: creo que deben ponerse límites entre el derecho a ser informados y el derecho a no ser molestados o manipulados con imágenes y textos morbosos e innecesarios. ¿Que unos bárbaros queman un cajero, derriban una papelera, asesinan a alguien, desnudan a unos futbolistas en pleno campo o tiran un contenedor? Nada, pues ahí están las cámaras para mostrar el destrozo al momento de ocurrir, para envalentonar a los autores de la hazaña y meter el miedo en el cuerpo a la ciudadanía restante (que es mayoría, no lo olvidemos). Y luego sale ese presentador con cara de pardillo que dice con voz cándida: “esperemos que no cunda el ejemplo”. So ***, ¿cómo espera usted que no cunda el ejemplo si acaba de poner las imágenes de la barbarie? ¡Ah!, y no se meta usted con los medios de comunicación, ¿eh? Ellos nunca tienen culpa de nada, oiga. Conclusión: salen ganando como siempre los bárbaros (se da publicidad
  • 17. gratuita a sus hazañas) y los medios (el morbo los alimenta), al tiempo que perdemos en tranquilidad los demás. Que informen, pero que lo hagan sin alimentar odios ni temores. La lente de la cámara es a veces más dañina que el objeto al que retrata. Y por otro lado, ¿qué dicen de esa televisión-estercolero que sacraliza la ausencia de esfuerzo y voluntad, el chiste fácil, el rascarse la barriga (u otras partes) y el dinero a la mano, junto con la pérdida de la intimidad, de la privacidad, ahondando en la confusión entre realidad y ficción, entre vida real e inventada? Pues, ¿qué hay que decir? Que la ve la gran mayoría de los espectadores, con lo que queda demostrada la altura de miras de la cultura de masas. Por desgracia, el mando a distancia del televisor (por antonomasia, el mando a distancia es siempre el del televisor) se parece cada vez más al fondo del escusado o W.C. El cambio de canal se ha convertido en una actividad escatológica: se trata de ver en qué cadena se defecan más y mejores heces mentales. La terrible soledad del escritor ante su libro impreso (¡gran asunto!): Cuando sus palabras dejan de ser solitarias y pasan por la imprenta se convierten en otra cosa, tienen otra luz y otras calidades. Serán entonces malinterpretadas algunas, otras interpretadas correctamente o a través de lentes distintas a las de su autor. A partir de entonces, la obra ya no pertenece a éste, pasa a ser de sus lectores. Son éstos los que la hacen. Es entonces cuando, tras el parto de su obra, el escritor cree descansar, sin darse cuenta aún de que su obra es ya otra y de que debería retocarla en algunas partes, cambiar comas, introducir adjetivos, suprimir ideas arriesgadas..., pero es imposible. El lector le ha arrebatado su novela. Tuvo todo el tiempo del mundo para construirla y ahora que la ha publicado no puede cambiar nada. Son los lectores y críticos quienes colocan la obra en su justo lugar, más allá de las ensoñaciones del autor. Más tarde, éste descubre que es imposible su novela, que decirlo todo (Hegel decía que lo propio de la narrativa es mostrar la “totalidad de los objetos”) es un ideal irrealizable y que, además, si lo consiguiese, nunca serían del todo entendidas sus palabras. Decirlo todo es imposible, como también lo es acabar la novela, porque
  • 18. la vida de la que ésta es reflejo no acaba nunca. La literatura, como la vida, es siempre un borrador inconcluso. Ni en la vida ni en la literatura existen los puntos finales. ¿Alguien ha hecho un estudio sociológico sobre los sitios de la lectura? Sería interesante saber dónde se leen los distintos géneros. En la cama los libros eróticos, en la cocina los de gastronomía, en el váter los escatológicos, en el garaje los de bricolaje, etc. ¿Y la poesía? Por supuesto, el mejor sitio para leer la poesía es en medio de la naturaleza, marco para la reflexión y el rito mágico de las palabras. Reflexión desde un tren nocturno: Somos destellos de luz con alma viajando sobre los raíles artificiales del tiempo. La muerte ausente: Vivimos en un mundo marcado por el enmascaramiento de los afectos (nadie siente, todos piedra) y por la ausencia de muerte (léase a Philippe Àries). La muerte es solo un espectáculo televisivo que a veces pasa delante de nuestras narices cuando se nos muere un vecino del que ni siquiera teníamos constancia de que hubiese vivido (y además nos enteramos de ello por una fría nota en el ascensor). Hasta hace poco tiempo siempre nos fue cercana la muerte por la fascinación de lo extraño y la catarsis dramática que provocaba. Es el tema más lírico y más dramático de todos. Lo que caracterizó a los primeros grupos humanos fue la experiencia de la finitud. Lo que caracteriza a nuestra civilización es la ausencia de una filosofía de la muerte.
  • 19. La vida es una lucha constante por encontrar el equilibrio, mientras que la novela es una lucha, igual de inútil que la anterior, por encontrar la palabra oculta que nos une con la infancia perdida. Esas dos luchas, la lucha por vivir y la lucha por dejar constancia de lo vivido, son las que nos hacen ser humanos. Las Historias de la Literatura son también historias de los miedos de las generaciones: miedos a perder su esencia o estabilidad por una serie de cambios o problemas. La Literatura de las generaciones se construye entre un falso pasado glorioso tristemente añorado y un presente criticado por los cambios que provoca. Todo lo que ves ahora desaparecerá, y tú al final. Fugit irreparabile tempus. Juan Cromberger, mientras discutía airadamente con su mujer por la calle, como venía siendo habitual, contó treinta baldosas y se paró. Ajeno a las súplicas de ella, que intentó apartarlo de allí, se había quedado clavado en la trigésima baldosa porque había decidido no andar más. La gente se había parado curiosa a ver la discusión. Ella se fue desesperada a las tres horas llorando, viendo que era imposible convencerlo de que volviese a andar. Pasó una noche, pasaron tres. La cuarta noche le llovió bastante; su estómago hambriento le empezó a doler. Al séptimo día salió su foto en el periódico local y al día siguiente apareció su figura debilitada en un telediario nacional. La gente lo miraba intrigada, los niños le colocaban flores en la cabeza, los periodistas lo intentaban entrevistar inútilmente porque no quería nada, no reivindicaba nada, no se quejaba de nada. Solo quería quedarse en aquella trigésima baldosa, a la que llegó a tener tanto aprecio que quiso la colocasen encima de su tumba con el epitafio grabado con letras de oro “Ahí quedó”.
  • 20. Tele-tienda: La señora había reclamado a la empresa distribuidora de Gom-Ex el importe de la compra de aquel producto de gimnasia, el cual le habían vendido como la solución ideal a los kilos de más. El problema había sido que los kilos de más de aquella oronda mujer eran innumerables y que, al intentar hacer la primera flexión con el aparatito, se había herniado en lo más profundo de su ser. [Esta vez no incluiré moraleja: el lector deberá adivinarla, si es que existe. Claro que, si no existe, ¿para qué el cuento?] Lo que caracteriza a nuestra época también es la pérdida de las fronteras, de los límites: lo indefinido de los lindes entre realidad y ficción, entre lo que debe y lo que no debe ser permitido o exigido... Nadie se atreve a poner límite alguno, porque eso supondría hacer un esfuerzo inhumano y ser criticado desde todos lados. Es más fácil mirar para otro lado y esperar que algo cambien las cosas y que nada nos salpique. Pero es verdad, ¡oh, sí!, que habrá un cambio en la sociedad (pos)moderna: un cambio hacia situaciones peores, hacia un fundamentalismo radical, hijo natural de la crispación existente (fundamentalismos los hay ya políticos, educativos, futbolísticos, artísticos, ecológicos, amoroso-sexuales, etc.). Mire usted, señor juez. Eran tres los niñ..., los niños que iban en la moto, los tres sin casco, los tres borrachos. Se caen los tres por adelantar incorrectamente mi bicicleta mientras iban riéndose sin prestar atención al tráfico..., ¿y usted me acusa a mí del delito de omisión de socorro? Han existido siempre buenas obras que no han triunfado porque no fue
  • 21. idóneo el momento en que surgieron, pues se retrasaron o adelantaron demasiado. Sin embargo, mi empeño es ser leído por mis contemporáneos. No escribo para los lectores de dentro de cien años, aunque a éstos les pueda llegar muy hondo mi obra. Lo malo es que hoy no llegan al gran público ni las obras maestras de hace siglos. El Quijote, por ejemplo, es una obra para muy pocos elegidos en este mundo de necedades. Hoy apenas hay tiempo para esa visión del alma que supone la lectura, para el ensimismamiento que produce la imaginación de lo leído, mil veces mejor que millones de imágenes juntas. La educación libresca: ¿El escritor debe educar? No, no creo que deba ser ése su papel prioritario. El mundo moderno, que crea seres humanos alienados para las grandes cadenas de producción y consumo, denosta la figura del profesor, reducida a la mínima expresión, payaso en medio de un baile de indios. Si se hace eso con quien debe merecer el mayor de los respetos y quien debe atesorar, para transmitirlo, el patrimonio de las generaciones, ¿qué no se hará con los escritores, a quien no es obligatorio atender? El mensaje educativo que pueden transmitir los escritores irá dirigido siempre a quien menos lo necesite. La Literatura sí debe ser, entre muchas otras cosas, denuncia ética de situaciones injustas o indeseables, pero no debe olvidar que su queja tendrá siempre eco entre un público más o menos cultivado que no necesita de adoctrinamientos morales. Creo con más fervor en el papel educativo que podría tener, y que no tiene, la televisión, pues llega a más gentes, que en el de los libros. Antes se homenajeaba a los artistas muertos (el club de los poetas muertos). La muerte era el momento a partir del cual se consideraban en la distancia sus obras. Sin embargo, algunos artistas empezaron a quejarse de
  • 22. que no se los homenajeaba en vida por su obra, pero se pasó al extremo contrario. Hoy los artistas jóvenes tienen ya museo. Claro que eso de “artista” es un homenaje excesivo en algunos casos, pero ya se sabe que en el país de los ciegos... Por cierto: el diseño y la moda se equiparan al arte, pero (gran paradoja) en estos campos todo es hoy revival, repetición de moldes gastados. Lo primero que Pedro Pi leía del periódico era la sección de esquelas. Quería cerciorarse todas las mañanas de que su nombre no aparecía en ellas. Un día vio su nombre en una esquela por equivocación y se murió de la impresión. La Literatura, entendida como narración de sucesos, produce una distancia épica, una separación entre el hecho, quienes lo cuentan y quienes lo escuchan o leen. Esta distancia épica también provoca que los sucesos históricos, auténticos y veraces, se lean como ficciones. Por tanto, las obras literarias, que son pura invención, se presentan como un doble engaño, como una ficción duplicada. A veces estoy consumido por la fiebre de la escritura, por la sensación de transmitir algo escrito en mi alma hace siglos en un proceso de automatismo subconsciente, en una videncia que me cuesta sangre. El proceso de tránsito de la literatura en la vida (Rimbaud hablaba de la “alucinación simple”) a la literatura de la vida me hace erróneamente pensar que fijo palabras hace mucho tiempo creadas a la espera de ser escritas, en un tiempo antiguo antes de nacer yo. Esa vivencia febril de la escritura, esa fiebre del artista, dios creador, la reflejó magistralmente el poeta creacionista chileno Vicente Huidobro en su poema Arte poética, cuyo último verso es “El poeta es un pequeño
  • 23. Dios” (léase en su libro El espejo de agua). La escritura, proceso entre consciente e inconsciente de transcripción de algo rumiado anteriormente, siempre llega tarde; es una vuelta de retraso a la rueda de la vida ya vivida. Las digresiones en la novela: Ante un mundo cambiante como el nuestro sólo valen visiones centrífugas, textos ex-céntricos, fragmentarismos cubistas. No hay visiones totalitarias que valgan en estos tiempos de confusión; es imposible reflejar toda la complejidad de la existencia, así que la digresión debe ser entonces una de las claves de la novela contemporánea. La digresión (junto con el paréntesis) es un intento inútil de eternizar la novela y la vida (ambas acaban porque llega el punto final y la muerte, y no porque quiera uno). Por otro lado, ¿no puede haber una visión global en el fragmentarismo, unidad en la variedad de digresiones? Dejar de escribir o no escribir es algo parecido a dejar de vivir en el caso de muchosa escritores. He leído de nuevo el magistral repertorio de locos de Vila-Matas, Bartleby y compañía, libro que mitifica el desequilibrio emocional en el Arte por lo que tiene en sí mismo de ruptura y de creación personal también. La desconfianza en las palabras es paralela a la desconfianza en la vida (consúltese en dicho repertorio el caso de Tolstói, el último y el más triste de todos). ¿Viven más intensamente la vida los creadores? Quizás no, quizás su problema sea el querer buscar sentido a unas sensaciones fijándolas en el tiempo como en una fotografía.
  • 24. O quizás sí vivan más profundamente la angustia de vivir, paralela a la angustia de escribir. Por eso, la mejor literatura tiene siempre un velo de tristeza innata. Las vidas de los escritores son a veces más interesantes que sus propias obras (no es mi caso). Rechªzº lºs jwegºs vrbªls xcsivºs. Definitivamente, nos cargamos la Tierra, señores. El poder es otro tema apasionante, base de muchos dramas de Shakespeare. El poder, o el deseo de poder en el mundo material tiene su correlato en el otro mundo. La sociedad del cementerio es clasista, aunque la muerte tenga un halo democrático que nos iguala a todos. Los panteones son los palacios de los muertos, algunos verdaderas obras de arte (pensemos en el Taj-Mahal o en las pirámides de Egipto). La verdad es que vemos como obras de arte a los panteones y cementerios (visiten, si no me creen, el parisino de Montparnasse). Cuando pagamos o traspasamos sin más la entrada no nos planteamos si estamos disgustando a los señores allí enterrados. La lectura, como la escritura, es un proceso de interpretación personal y, por tanto, falsamente objetivo, de unos contenidos. A veces las lecturas son doblemente falsas: esto sucede cuando se lee un texto no directamente, sino a través de referencias indirectas (reseñas, críticas, opiniones de
  • 25. familiares o amigos...). La lectura indirecta, a pesar de su doble engaño, influye también en nuestra visión del mundo, aunque a veces no se corresponda con la que transmite la lectura directa. Sirven también a los autores las lecturas indirectas para aprovechar esas visiones personales de una obra ajena jamás leída en la fase de construcción de sus propias novelas. Cada lector podría también construir una Historia personal de los libros nunca leídos y hablar de cómo les influyó su no-lectura, es decir, de lo que piensan que podrían contener sus páginas. Mi lista la encabezaría Ramón Gómez de la Serna, excelente escritor apenas leído –hasta ahora- por mí, con El novelista (el protagonista es un autor que busca argumentos para su obra) y Los muertos y las muertas (con un título políticamente correcto avant la lettre). Se incluyen también en mi lista las obras de Rafael Cansinos-Asséns (creo haber descubierto finalmente que se escribe así su nombre). La mirada inocente, no contaminada, sobre las cosas y las personas debe ser la búsqueda continua de toda persona (especialmente de los artistas). Me refiero a la mirada del niño, esponja que todo lo absorbe, como si las cosas naciesen a la vez que fija en ellas sus ojos. Por el contrario, la mirada gastada sobre las cosas supone la muerte de la inocencia. La literatura es un intento de captar la esencia primigenia de un mundo recién creado, recién vivido, a la vez que recién nombrado, apenas manchado por el recuerdo y las comparaciones. Es, en suma, una vuelta a ese paraíso que fue la infancia, añorada eternidad a la que la idea del tiempo vino a poner límites odiosos. No puedo evitar en este punto imaginar la honda impresión que hubo de causar en un jovencísimo Juan Ramón Jiménez, despertado en medio de la noche, la noticia de la muerte de su padre, la cual lo arrancó del sueño feliz de la adolescencia para arrojarlo a la incertidumbre de la vida y a la hiperestesia de su poesía. Un tema característico de la novelística (bonita palabra) del siglo XIX es la contraposición campo (tradición) frente a ciudad (progreso). Los autores decimononos cargaban las tintas negativas o positivas en uno u otro sitio.
  • 26. Hoy en día, cuando la cultura y la literatura del siglo XXI son eminentemente urbanas, cuando se despueblan los pueblos hasta el punto de perder sus identidades y sus nombres, solo queda reivindicar las raíces de la cultura campesina que todos llevamos dentro: La decadencia de las cosas, la herrumbre de la vida se siente más en los pueblos que en las ciudades, allí donde se vive más en armonía con el medio natural, donde el paso del sol, las estaciones o la luna nos deja en el alma un poso melancólico que nos incita a cuestionarnos frecuentemente las verdades ocultas del vivir. Allí el color límpido del cielo nos hace interrogarnos sobre nuestra propia esencia. En la ciudad, por el contrario, apenas hay tiempo para esta u otras zarandajas. Nadie levanta la cabeza allí para conocer la fase de la luna o la usa para conocerse a sí mismo. Todos somos plagiarios de ideas, pues es imposible ser del todo originales. Todos los escritores roban ideas sin ser conscientes de ello. A quien plagia palabras ajenas sin referirse a su autor se lo encarcela, pero el plagiario de ideas universales, quien imita a los clásicos con nuevos conceptos, debe ser respetado y ensalzado, y no vilipendiado por envidia insana. Hoy los autores del ámbito del famoseo han desvirtuado la literatura, haciendo destacar de ella los aspectos más superficiales y vulgares, con asuntos como el de los negros, los plagios o las cifras de venta. Mató al médico porque no le dio la baja y al profesor porque no aprobó a su hijo. ¡Viva la especialización individual! ¡Mueran las facultades! ¿Es mejor que el escritor se repita o que se contradiga? Aún no he sabido resolver este asunto que me desvela. Pido ayuda a los lectores.
  • 27. La revolución musical podría salvar al mundo. Aclaración al anterior apunte musical: cuando hablo de música quiero hacerlo de música de verdad, no de ruido. El chico del walk-man iba absorto y no me había visto. El caso es que se chocó conmigo y me hizo daño. Yo puedo entender que la gente prefiera hoy aislarse de los demás y vivir como seres autónomos, pero por favor: no avasallen al resto del mundo. De todas maneras, en este caso la pregunta es: ¿la gente sabe andar por la calle? El proceso de corrección de una novela supone una segunda creación de la misma, una vuelta al principio que nos hace ver las palabras ya escritas como diferentes, por lo que nos da una idea distinta de la obra. Por eso muchas novelas no resisten la primera corrección de sus autores: ha cambiado tanto su obra que apenas reconocen el impulso creador inicial, los motivos de la escritura. Pienso que la universalización y nivelación vulgarizadora de la clase media en los países desarrollados ha evitado conflictos tan traumáticos y desgarradores como los sufridos en el siglo XX, pero en nuestros países sufrimos ahora un consumismo borreguil que nos atonta. Por otro lado, algunas vías que intentan cambiar esta situación, en principio loables, entran peligrosamente en los terrenos del fanatismo y la agresión.
  • 28. La verdad, aunque supuestamente no existe, casi siempre termina doliendo a alguien. Por favor, al subirse a los trenes (u otro medio de transporte): DEJEN SALIR ANTES DE ENTRAR. Terminar de leer o de escribir un libro supone “estar de luto”, porque algo ha muerto en nosotros al final de esa vivencia más o menos deleitosa. Algo muere en nosotros y algo nace también: la divina y sublimada conciencia de las cosas. Aún está por ver el impacto negativo del poder desestabilizador del sexo por el sexo, la idea del sexo como fin, la cual nos animaliza. Los buenos escritores ocultan su vida con sus buenas palabras. Los malos ocultan sus malas palabras con su vida. La informática es una actividad alienante: ¡tres horas para cambiar la letra a una frase! No existen ya las generaciones: lo comprobé esta mañana, cuando doña Paca Gutiérrez, con sus ochenta años de peso, cruzó un paso de peatones vestida con una minifalda rosa, un top negro ceñidísimo y una chaquetilla
  • 29. de diseño. Su esqueleto se balanceaba al ritmo de la música que escuchaba en sus walk-man. ¡Vivan los años bien llevados! Cerraron la librería de debajo de mi casa. Ahora ocupa su lugar una academia de Informática. Es el signo de los nuevos tiempos: ¡La letra ha muerto!, ¡viva el chip! Sé que a usted (querido lector), como a mí cuando leo, le gustan las descripciones detallistas y realistas, o al menos las echa de menos cuando no aparecen. Esas descripciones, caracterizadas por la lentitud y la morosidad, son herederas de la tradición literaria del Realismo decimonónico y pienso que hoy no tienen mucha cabida en las novelas contemporáneas. En esta época de tiempos acelerados y estresantes pierde un poco de sentido esa mirada al yo al mirar al mundo que es la descripción en la novela, o al menos la descripción de la que hablamos. Prefiero como lector las descripciones impresionistas y vagas que con rápido trazo presentan el motivo narrativo, sin abundar en demasiadas minucias. No hay tontería más grande que la de morirse si al final nos espera un pozo más negro que la más negra de las penas. La muerte, al fin y al cabo, piensan muchos que sólo es una vuelta al estado normal del universo, a la ausencia de movimiento que prima en la casi totalidad del éter. Desde luego, vista así la vida sería un accidente, un capricho de la naturaleza o de algún dios ebrio que nos materializa como seres hechos de tiempo con fecha de caducidad, igual que los yogures desnatados.
  • 30. Motivos de la escritura: Mi infancia estuvo plagada de tebeos y de libros, de habitaciones que desaparecían por ensalmo al conjuro de la lectura y se convertían en pasillos subterráneos, remotas islas vírgenes, ríos profundos en la selva, lugares en los que se desataban las pasiones más extraordinarias y fantásticas. Esa vida imaginaria me llenaba con sus secretos, hechos para mi disfrute de niño lector, vida paralela que hacía que las tardes se convirtieran rápidamente en noches. Recuerdo aquellos inviernos con sus cristales de hielo en los charcos, las enfermedades de niño débil y siempre un libro al lado con el que pasarlas, el ojo largo rato inclinado hacia la página mágica, y una lágrima cayendo a la almohada. Y ya de noche el calor de las mantas entre las que, ya apagada la luz, en lucha contra las más frías ventiscas, buscaba el punto álgido, la rosa de los vientos, el Polo Sur. Carta ideal al director de cualquier periódico: Señor Director: Estoy harto de la Posmodernidad, de ese eufemismo estúpido que esconde el ocaso de las ideologías y el escepticismo radical de nuestros tiempos. Estoy harto de la ausencia de valores en las listas y estadísticas que a diario confeccionamos, de la violencia que encubre la carencia de pensamiento, del consumismo atroz que nos reduce el mundo al cristal del televisor, en el que nos venden el oro, el loro y el moro (“no piense, solo compre”, nos dicen), del mutis de los intelectuales que renuncian a la crítica y abandonan su intelecto (Intellectum tibi dabo...) en el altar del becerro de oro de nuestro tiempo. Estoy harto del fútbol como pan y circo que se nos ofrece para que no alborotemos, de la chulería generalizada, del “apártate que te piso”, del “yo soy más que nadie y no me chistes que te arreo”, del vecino que no me mira a la cara ni me agradece que le sujete la puerta para que pueda entrar cuando viene cargado del supermercado. Estoy harto de este tiempo de nula educación y chabacanería, de eufemismos infantiles como los que dictan lo políticamente correcto y el
  • 31. pensamiento único globalizante de las narices, de la libertad mal entendida y del “aquí vale todo, sálvese quien pueda”. Dios nos libre de los idus de marzo del igualitarismo mal entendido. Estoy asqueado de todo esto y de mucho más (no me cabe tanto asco en el costado). De una sociedad que no es tal, porque la sociedad la representan hoy los medios de comunicación idiotizantes, y así nos va. De que los hombres más ricos del mundo posean el equivalente al producto interior bruto de países enteros de África. De la desidia a la hora de tratar estos temas, de los rayos y truenos que me dejan sordo en el cine, de la burocracia que denunció Larra, sin que nadie le hiciese caso al pobre, y de los niñatos/as de los ciclomotores/as. No tengo absolutamente nada en contra del fútbol: he practicado el juego inglés y me gusta mucho. Lo que no aguanto es el empacho televisivo de fútbol que ha terminado haciéndome odiar la dichosa pelotita, y, sobre todo, no soporto la idea de que ese empacho no tiene otra intención que la de conseguir que no pensemos todos en otra cosa, que compremos fútbol y vivamos fútbol. Seguro que alguno estará empezando a expulsar césped por secretas oquedades. Tengo la teoría de que la sociedad son hoy los medios de comunicación – sobre todo la televisión, medio desde el que se nos dicta todo-. Bien, pues si la sociedad es hoy la televisión y si ésta es solo fútbol, entonces la sociedad es fútbol. La conclusión lógica es que todos acabaremos pateados como el balón (silogismo perfecto, vive Dios que sí). Toda novela no es más que una carta con personajes y sin dirección conocida, un raro híbrido en el que se escribe a alguien (a los lectores) sin aparentemente tenerlo en cuenta. Diálogo literario (fragmentos):
  • 32. -En mi opinión uno de los trabajos más penosos de la tarea de un novelista es, aparte de construir descripciones de paisajes, lugares y gentes (también pienso que lo más penoso de leer para el lector moderno), el de construir un personaje. ¿Para qué? Sí, ¿con qué motivo? El personaje no es otra cosa que un títere en movimiento accionado por el autor, su dios. Entonces, el personaje es reflejo de su autor, de algo que éste quiere representar como espejo de su pensamiento. El personaje es una idea. ¿Para qué describir entonces sus facciones, hábitos y lugares si lo realmente importante es lo que hace y dice? ¿Por qué aún esa caduca manía realista, decimonónica de representar al pelo lo insustancial, lo que no perdura en la novela cuando ni siquiera nos creemos lo que hace o dice el protagonista?... -¿Quiere saber por qué la manía realista aún pervive? Pues por el sencillo motivo de que el lector necesita proyectarse en el relato, concebirse a sí mismo en la lectura igual que el autor lo hace en su escritura, y hacerlo reflejado en un personaje. Necesita aproximar el libro a su mundo personal, dar un sentido propio a las palabras del texto, despojarlas de su contenido neutro y caldearlas con su experiencia. Por eso autores como usted tendrán su cierto éxito, pero no podrán terminar con la novela tradicional... -Parece que al fin han terminado los experimentos con la novela y avanzamos hacia un futuro amable consistente en volver de nuevo a las formas de narrar del pasado. ¡Menos mal!... -Si por propia lógica, los sistemas democráticos actuales deben evitar la violencia, fruto de la libertad mal entendida y convertida en libertinaje, con medidas propias de estados represivos (véase Kubrick: La naranja mecánica, en Bibliografía), la novela, reflejo de la sociedad, terminará eliminando los experimentos liberadores modernos en aras de una nueva dictadura del autor... -El sistema actual, este estado del bienestar de unos elegidos, favorece la disgregación: de la familia, de las clases sociales, de los individuos. Quizás la palabra atomización sea más correcta. Todo el mundo está alienado por unos modos de producción y unos medios de comunicación esclavizantes, igual que en la época de Marx. La diferencia es que la gente tiene hoy el estómago lleno, lo cual no da pie a la revuelta ni a discusiones ideológicas
  • 33. como las que abrieron el siglo XX; sí, lo sé, ahora me dirá que muchas de ellas fueron inútiles, basadas en una idea utópica de la naturaleza humana o en intereses particulares de grupos o partidos. Pero al menos había una polémica constante, una vida de las palabras, aunque, por desgracia, en muchas ocasiones derivaron las peleas dialécticas en confrontaciones violentas. Lo que ocurre ahora es que se han obviado las protestas, porque todo va estupendamente y no pasa nada, aunque pienso que siempre hay motivos para la queja. Por ejemplo, cuando hablamos de la gente, así, en general, lo hacemos de la minoría rica que domina a una gran mayoría de personas que no tiene voz en este planeta, los marginados, los oprimidos, los pobres sin tierra ni palabra. Pero sí que tienen voz los imbéciles sin oficio ni beneficio que nos escupen y se ríen de nosotros desde las pantallas de televisión. Me temo que un minuto de televisión-basura (“del tele”, como dicen muchos) tiene hoy en día más repercusión que una hora de lectura, sin entrar en aspectos cualitativos. ¿Usted dice que el nuestro es el sistema menos malo? Bueno, se lo admito, pero evidentemente, hay cosas que se pueden mejorar, y una de ellas es no mirar para otro lado. Yo soy un iluso en un mundo de escépticos que quiere que (utópicamente, lo sé, pero escribo para convencerme de que aún es posible pensar en la utopía), desde la unión de toda la humanidad, se solucionen todos los problemas que nos afligen, aunque soy el primer escéptico, y no conozco a ningún escéptico con sentido del humor... -¡Galdós era un genio en su clase, un notario de la sociedad de su época, autor de personajes que, por ejemplo, podían haber estado trabajando cuarenta años sentados en un pequeño cuarto! (véase Fortunata y Jacinta). Pero, ¿cómo plantar ahora una novela en medio del camino que lo recoja todo si ni siquiera sabemos cómo se llama el vecino del piso de arriba? (Eso sí, por Internet lo conocemos todo del amigo americano). ¡Hace falta una novela distinta, no ya otro género! Éste mismo vale, pero debe desempolvarse, orearse, salir a la calle y reflejar el tiempo que vuela de la modernidad, las prisas y el agobio por vivir de prisa, el tiempo como jaula, cárcel, del hombre moderno. El tiempo, la gran obsesión del novelista, igual que la luz para el pintor. ¡Si el tiempo no existe ya! Todo y nada es tiempo a la vez. No nos damos cuenta del tiempo que nos falta, sólo del que debemos soltar (sopa instantánea: solo en diez minutos; sus fotos en una hora; venga ya, compre ahora; y ni siquiera saboreamos la sopa, vemos las fotos, vemos a dónde vamos ni qué adminículo compramos)...
  • 34. El autor se lava los dientes (en monólogo interior): Mala cara todavía. Debo comer más; últimamente escribo demasiado y no me cuido mucho. Pasta, cepillo, vaso de agua..., me gusta lo que he escrito, pero lo último..., eso de que en/con la muerte se paga toda la vida..., no sé, frotar los dientes, arriba y abajo, desde la encía hasta el diente, delante, detrás..., no me convence..., bueno, al fin y al cabo es lo que opina el compañero del protagonista..., arriba, abajo, enjuagar..., en el concepto que éste tiene de la muerte no entra pagar nada porque hayas sido de una u otra manera, delante, detrás, la muerte en aquel sitio es igual de desesperante para todos,... beber, escupir, frotar,... no hay un premio, un pago, una bula de salvación eterna allí abajo, delante, detrás, arriba, abajo, ...todos sufren aquel calvario del pensamiento...beber, escupir, bueno... lo dejaremos así, me gusta, mañana lo releeré, secar cepillo y boca, apagar luz, hasta mañana. Tras el embozo de la sábana: todos sufrimos, todos morimos, así que ¿para qué escribir monólogos interiores o cepillarse los dientes?.. Sueño delicioso del autor: (Dos hombres toman café en la barra de un bar. Su aspecto y su indumentaria parecen revelar que se trata de dos ilustrados. En la puerta, unos pocos jornaleros esperan en vano que el manijero los contrate. Llueve tras los grandes ventanales.) -Hoy tampoco hay trabajo en los campos embarrados. -No, las naranjas tendrán que esperar. -¿Viste anoche en televisión el programa de música clásica? -No, estuve viendo un documental interesantísimo acerca de los rosarios de la aurora en la región de Murcia. -Pues te perdiste un bolero de Ravel magistral. Y hoy emiten la repetición del programa del que te hablé ayer, la historia de la progresiva
  • 35. desaparición de la cultura del subsidio y de la queja. -Interesantísima historia, lo tengo que ver sin falta. Bueno, te dejo que tengo que ensayar para el concierto de esta tarde y enviar dos correos electrónicos antes de ponerme a trabajar en mi novela. -Te acompaño hasta tu casa. Yo también tengo que irme. Hoy debo realizar bastantes análisis para completar un capítulo de mi tesis doctoral. -Adiós, Juan. -Con Dios, Juan. Juan no los ha oído marcharse. El camarero sale de la cocina, espera un rato a que se disuelva el grupo de jornaleros y secretamente enciende “el tele” oculto para disfrutar de sus oscuras, trasnochadas e irracionales pasiones onanistas. ¡Qué bonito es soñar!.. Habría que afrontar una campaña de educación de las masas para erradicar los malos modales, porque pienso que sin ellos dejamos de ser personas y nos convertimos en bestias. A la gente hay que educarla y recordarle que antes de subir al tren hay que dejar bajar a los que en él llegan, o decir a los demás los buenos días, las buenas tardes, las buenas noches (según la posición del astro rey), y no esos hola con que parece que te perdonan la vida. Pero, ¡ah!, es una lucha inútil, ésa es una batalla perdida. Cuando oigo decir que se han perdido todos los valores respondo que no, que únicamente todos los buenos valores. ¿Ésos?, ésos ya no volverán, como las golondrinas de Bécquer. En dos generaciones escasas hemos regresado a la etiqueta de las cavernas. El arte rupestre de hoy está representado por los graffiti, a los que alguno incluso le ha buscado un indudable valor artístico. Las nuevas generaciones son las que interesan al sistema. No piensan, solo consumen; no brillan en sus estudios, pero no dan la lata quejándose con sentido. Quizá obedezca todo a una maquiavélica maniobra de la sociedad de consumo para lograr perpetuar la falta de pensamiento (ahora, creo, la llaman “pensamiento único”) y el consumo de bienes materiales
  • 36. inútiles, sin sustancia alguna. Mercor, ergo sum. Compro, luego existo, ese es el lema del milenio que inauguramos. ¿Que los jóvenes rompen cristales, desobedecen a todo el mundo, -incluyendo a sus padres- y se orinan en plena calle sin respetar nada ni a nadie? Bueno, eso son consecuencias secundarias de su falta de seso, pero lo importante es que no piensen, que obedezcan los dictados de la moda y los de los políticos de turno. ¡San Viernes!, ¡ea, a quemar la ciudad! Sacralizamos los puentes y acueductos, los fines de semana, las vacaciones, sin disfrutar de la larga maduración de los días y las estaciones. Entramos, sin darnos cuenta, en el ritmo frenético de los medios de comunicación al aborrecer como ellos lo hacen la asesina rutina. Nos convertimos en hombres-hormigas (y mujeres-hormigas, perdón), programados para trabajar y no pensar, para consumir lo inservible y no tener solidaridad hacia los demás. Una sociedad que abandona la buena educación y enseña urbanidad y civismo solo en las escuelas es una sociedad peligrosamente enferma. Me dan miedo las fusiones de empresas de comunicación por el peligro de la información falseada, de la desinformación única. La muerte es ahora solo un espectáculo que le ocurre siempre a los demás. La sola mención de la palabra hará huir de la conversación a cualquiera como si huyese de la peste. Lo que no sabe es que en esa huida se encontrará de bruces con la dama oscura, igual que el jardinero persa que, cuando la vio una mañana en el mercado, quiso huir de ella hacia Ispahán para encontrársela allí por la noche, donde ella lo esperaba en realidad.
  • 37. Siempre pensé que el apoyo a las minorías, a las clases desfavorecidas (mujeres, negros, gitanos, minusválidos...), debía ser prioritario, pero siempre que no se desvirtuase el valor y los derechos de las mayorías. Ahora no: “Vamos a darle el trabajo porque es _____________ (rellénese con el nombre de la minoría históricamente vejada y marginada), pobrecito, bastante tiene con serlo”. Pero ¿qué pasa si el aspirante mejor capacitado para el trabajo no forma parte de ese colectivo? ¡Discriminación positiva la llaman! La discriminación nunca puede ser positiva, señores, es simple y llanamente discriminación, sea del signo que sea. Duda de todo escritor: ¿Cómo construyo un personaje si la misma noción de persona me parece que ya lleva mucho tiempo puesta en entredicho? Sí, la persona como depósito de emociones y valores, de humanidad en suma, es una especie en vías de extinción. En esta época enmascaramos los afectos, maquillamos el lenguaje para esconder realidades que evitamos y nos volvemos hacia adentro en un individualismo feroz que nos deshumaniza, en una huida frenética por vencer al tiempo en la que no notamos que es él quien nos vence. ¿A qué, entonces, recurrir a la trampa de construir un personaje si no es para hacer de él un títere sin conciencia en manos del autor, trasunto de una realidad deshumanizada, despersonalizada ? Los manifiestos: El escritor debe manifestarse sobre todo en su escritura, seguir escribiendo, sabiendo de antemano que su trabajo tiene la misma utilidad que el café del desayuno, simplemente mantenerlo vivo. Nada más. Los manifiestos quedaron ya atrás, ya nadie manifiesta nada importante a nadie. Los diccionarios de citas se quedaron anclados en la segunda mitad del siglo veinte.
  • 38. Nadie parece que pueda inventar ahora un deporte en un arranque de locura, como pasó con el rugby. En una época como ésta, en la que nos rodeamos de tanta información (la mayoría sin desbastar ni interpretar), en que la humanidad evoluciona tan deprisa que apenas podemos asimilarlo, la relevancia de nuestras acciones individuales es cada vez menor (¿serán los robots los que, efectivamente, nos releven?). Por ello, los manifiestos se convierten en proclamas de cada persona para sí misma, con lo que dejan de ser manifiestos. La nueva sociedad de la información, del individualismo y del consumismo ha conseguido desligar al ser humano de la conciencia de pertenecer al mismo mundo de los demás, desligarlo de la presencia, no siempre amenazante, del otro. Con ello, actuamos todos como seres autónomos y autosuficientes, porque está mal visto pedir ayuda, consuelo o simplemente conversación a los demás (aunque a veces la necesitamos urgentemente en el maremágnum de la lucha diaria por sobrevivir en la jungla); no, ahora debe resolver uno mismo sus problemas sin contar con nadie, como si estuviese solo en el mundo. Todos estamos solos en el mundo ante las grandes preguntas y todos morimos solos, pero podría ser más confortador compartir la soledad (o la muerte) con los demás. Aún recuerdo cómo mi abuelo me hablaba de las tertulias con sus vecinos en las puertas de las casas hasta altas horas de la noche, cuando se podía dejar la puerta abierta sin ningún miedo. Por desgracia, la llegada de la televisión y el aumento de los robos (la mayoría producidos por el consumo de drogas para huir de una realidad monótona) terminaron por encerrar a la gente en sus casas, donde ahora vive temerosa de todo, aún más atemorizada por las imágenes que escupe la caja tonta, en un estado de ansiedad permanente, aislada de los demás. A pesar de la inutilidad de los manifiestos, consciente de la inutilidad del gesto, manifiesto a mí mismo mi propósito de seguir limpiándome y purgándome con mi escritura, aunque sepa que la literatura no sirve para nada útil (he ahí su mágico poder). ¡Literatura y fútbol!, ¡la inútil belleza de lo inservible!
  • 39. Me pregunto cuál es hoy día el espacio de la vida cotidiana. ¿Qué es hoy ser de un sitio o de otro? En la era de la globalización y de las empresas multinacionales, ¿qué significa ser de este barrio o del de más allá? Cuando se borran las diferencias entre provincias, regiones y naciones, cuando las series de televisión españolas calcan el formato de las norteamericanas, cuando solo pequeños datos insignificantes dan cohesión a un determinado país (véase idioma, equipo nacional de fútbol y poco más) y el espacio global es el de la red de redes, los localismos quedan cada vez más como un pequeño reducto de la concepción romántica de la palabra “nación”. ¿Ventajas, si hay alguna, de esa globalización? Pues el reducir al ridículo ideas caducas basadas en atribuir la felicidad máxima a tener un territorio, una lengua, una bandera y un himno gigante y extraño que sean superiores a los de otro cercano espacio opresor, odiado por una antigua historia de enfrentamientos, la cual es a menudo exagerada cuando no directamente inventada. Pienso en esos nacionalismos excluyentes que se destacan por su fanatismo lingüístico y su intolerancia y obcecación con respecto a todo lo que no entre en su limitada visión de embudo estrecho. ¿Ejemplos varios?: añádalos el lector a su gusto. Hay muchos. ¿Inconvenientes? Sí, el otro extremo: el reducir todos los espacios diferentes a uno solo, todos los pensamientos a uno único, a una todas las lenguas. El peligro de anular la diferencia bien entendida y no manipulada, de considerar como único y verdadero lo que diga la sacrosanta caja tonta y su hija, la red de redes de Internet (¿por qué no Interred?). La amenaza de ver en estos medios el único espacio posible, el único foro de esta sociedad enferma de tedio y de crematolatría. Tanto el nacionalismo de boina y bastón como la globalización reducen el mundo a un espacio cerrado que no admite el gris entre dos únicos colores: blanco o negro. Reducen la esencia del ser humano a la posesión de un determinado mapa genético o a la ausencia de neuronas. Terrible dilema del escritor: esforzarse por querer comunicar a los demás algo que quizá sea entendido de mil maneras diferentes.
  • 40. Se produce una inmensa paradoja (otra más) en la condición de todo novelista: el intento de aproximarse al pueblo, base del material de la novela (el intento de hacer una obra popular, como decía Cansinos- Asséns), se enfrenta al deseo del mismo escritor de realizar al mismo tiempo una obra elaborada, formalista, y, por tanto, impopular . Habría también otra paradoja más en el afán del escritor por transmitir ideas dirigidas a un pueblo que no las leerá nunca (se lee más la prensa deportiva en los cafés que preciosas cimas literarias). La lectura de novelas ha sido, y seguirá siendo una actividad minoritaria. Mi intención de reflejar en mis novelas la “nueva sociedad”, este terrible ciclón que quita de en medio a quien no se aparta de su camino y no se deja arrastrar con él, encuentra un muro en el empleo de una estructura o una expresión complicadas e irreales. La expresión total y libre del escritor en lucha con las convenciones del género novela. Esa dificultad la vio también, como muchas otras, Cervantes: si Sancho habla extraño (con un registro culto que no le corresponde) es porque tiene que hacerlo así en ese momento, obedeciendo la voz de su amo, el héroe de Lepanto. Y, sin embargo, Sancho es entonces tan Sancho como cuando obra a los pies de Rocinante y atufa a su otro amo, el de tinta y papel, en la aventura de los batanes. Sancho es pueblo en ambos casos, aunque al hablar con su mujer lo haga con la voz directa de don Miguel (o de Cide Hamete, delicioso invento del perspectivismo cervantino), aunque la plática de Sancho y Teresa Panza esté traducida a un registro literario (reléase en Quijote, II, 5). De nuevo, la patraña de la literatura, sus trampas, sus falsedades e imposturas, sus realidades inventadas, su irrealidad. ¿Por qué o para qué tanta mentira gozosa, tanta falsedad necesaria, tanta irrealidad en tantas obras y durante tanto tiempo? ¿Qué empuja al hombre a escribir o a leer literatura? Quizás el hecho de que la literatura es producto del fracaso del anhelo de una perfección imposible, y como todo fracaso tiene la belleza de lo marchito, la verdad de todo engaño. Nihil nouum sub solem, nada nuevo bajo el rubio sol que calienta desde hace siglos, bajo la parrilla de San Lorenzo. La literatura no sucumbe a los cambios porque en ella nada cambia en esencia, porque se dirige a cualquier hombre de cualquier época, aunque sea para decir, con nuevas
  • 41. palabras, lo que tantos y tantos autores que en el mundo han sido han dicho antes. La vida es una repetición constante de las mismas situaciones (aunque representadas por autores diferentes) y su reflejo, la literatura, es una repetición artística de la repetición que es la vida. ¡Qué inquietudes las del hombre!, ¡qué sentimiento de finitud, ángel de grandes alas encadenado! Hecho de la misma naturaleza que los dioses y reducido al mismo nivel que la piedra del camino con la muerte. ¿Por qué no ser piedra entonces? Sin sentimientos, solo piedras insensibles al mundo y a sus vanidades, apariencias y especies, moléculas unidas sin humores que circulen ni células que piensen. Por otro lado, ¿por qué renunciar a la búsqueda de lo eterno para no ser, para ser solo existencia sin esencia? ¿Qué literatura es auténtica? Si no lo somos las personas, ¿han de serlo los personajes? Incluso en el habla coloquial mezclamos una y otra vez estos dos conceptos, y no digamos en esos programas de cotilleo televisado con señora llorando al fondo, donde se confunden una y otra vez otro tipo de parejas: noticia y hecho, información y morbo, periodismo y rumor, todo adobado con una dicción infame (¡ah!, por favor, señores periodistas -o similares-, VO-CA-LI-CEN). ¿Todo está escrito? ¿Nada nuevo bajo el sol, otra vez, como desde el inicio de los tiempos? Entonces, ¿para qué escribir? Vivir, sí, pero ¿para qué inventar otras vidas tan falsas como ésta, para qué construir un cementerio de palabras? ¿Dejar entonces que, simplemente, la Tierra y el Sol sigan su curso con o sin nosotros, sin plantearnos nada más? Dejarlo así entonces, ¿no? Acabar, enterrar en un cajón lo escrito, olvidarlo para siempre. Al fin y al cabo, ¿quién querría leerlo habiendo fútbol o telenovelas?
  • 42. La indiferencia del universo debe ser llenada con palabras, con el verbo, con la idea. Sin verbo no somos nada, sólo un accidente de la naturaleza. Vivo mi vida sub specie litteraturae, desde el prisma de lo literario. Contemplo un brillo de sol en las cosas, unas hojas moviéndose a causa de una leve brisa, la vida, en fin, en sus más nimias y maravillosas manifestaciones, y lo hago siempre literariamente, con el deseo de comunicar a alguien la emoción provocada, de adornarla con palabras, y de emborronar, en suma, ese instante mágico con una tinta que apenas logra describir la maravilla que es vivir. Y sin embargo, ¡qué vida tan maravillosa transmite la verdadera literatura!, ¡qué falsedad tan verdadera!, ¡qué irrealidad tan profundamente auténtica! Y qué poco leemos. Arrumbamos joyas literarias en aras del culto a la imagen vacua e irrelevante. He leído hace poco lo siguiente: “La imagen sin mensaje (sin didactismo) como única fuente de información supone un deterioro del pensamiento y de la conciencia en mentes poco cultivadas o formadas -pero también en algunas que lo están-, debido a que la imagen no requiere una reflexión añadida a la misma. Su frialdad, su carencia de contenido ideológico envuelve al individuo, ser pasivo, anulando su capacidad de reacción. Por el contrario, la lectura y la escritura suponen el mismo proceso consciente e individual, proceso en el que se produce una apropiación activa de un contenido intelectual. El de la imagen sin mensaje es únicamente un contenido especular”. Aquellas reflexiones, insertas en un artículo de periódico, me llamaron la atención. Estaba de acuerdo con el autor de aquel texto: la imagen por la imagen (o para la imagen) anula el proceso individual, activo, consciente e intelectual del verbo, de la palabra, del símbolo, infinitamente más ricos en complejidad. La imagen sin mensaje, hija del siglo veinte, termina con la era de Gutenberg, con el papel y la tinta, termina con la reflexión y con la sensibilidad. El espectador pasivo de imágenes se contamina de un mensaje que no tiene apenas trascendencia. Es éste un tiempo de
  • 43. hiperinformación audiovisual, la cual llena nuestras vidas con una tecnología superflua que consumimos sin darnos cuenta de lo que esconde en realidad: una desinformación atroz y salvaje. En esta era de Internet, de móviles de cuarta generación, de ordenadores supermegapotentes y de la leche en vinagre, sabemos lo que quieren que sepamos y nada más, mientras nos entretenemos con estos juguetitos de lujo. Pero es un mundo feliz al fin y al cabo. El ocio, hijo de esta cultura que genera toneladas de tedio, nos engancha con sus comodidades, sus colchones de plumas de oca y sus mandos a distancia, estrechando a cada paso nuestro ya limitado ángulo de visión. Se nos olvidan los problemas verdaderamente importantes, los existenciales, en ese afán por tener y no por ser, por ahorrar para consumir y trabajar para ahorrar para consumir, y así hasta el infinito. Vivimos en presente continuo y conjugando los verbos siempre en primera persona, sin vistas al pasado, olvidando que antes la vida era mucho más dura, más resignada, pero mucho más auténtica y humana. Sin radio, sin televisión, sin demás tonterías sin las que hoy seríamos incapaces de vivir, pero una vida más volcada hacia los demás, más natural, más sencilla. El autor de aquel artículo del periódico, un tal Anselmo Puchades, hablaba también en su escrito de la vida actual y de la esclavitud del hombre en la sociedad de consumo: “El nuevo esclavo (a la esclavitud de hogaño la llaman disponibilidad) trabaja en una multinacional catorce horas al día, come en la empresa, tiene dos coches y sobre él la amenaza constante y terrible de la productividad. Esclavo de su empresa, a la que debe dedicarse en cuerpo y alma, en su tiempo libre es hombre a un móvil pegado, trabajador en todo momento de su vida, y todo para recoger una mísera pensión en la que le dan cuatro duros (si no se muere antes de un infarto con cuarenta años). Cuando llega a su casa algún día a comer –si puede hacerlo- se deja alienar por las noticias del fútbol como único consuelo de sus desvelos. Siendo así estas circunstancias, ¿qué fue de la pobre filosofía?, ¿quién reflexiona en este tiempo de materialismo e individualismo canallescos y descarados?” Recuerdo que, mientras leía aquel interesante artículo, en la televisión (a la que no estaba prestando atención) dijo el presentador del telediario de la tarde (en realidad era el presentador de las noticias deportivas, digo..., perdón, futbolísticas). Las palabras mágicas: estas imágenes pueden herir su sensibilidad (¿o no las dijo?), y apareció desde un lejano lugar de Asia la cara destrozada por una bengala de un pobre espectador de un partido de
  • 44. fútbol. Conversación soñada con Don Miguel de Unamuno: -¿Quién es usted? -Soy Don Miguel de Unamuno, aquí convocado por su escritura, estimado colega. Y creo que tengo suficientes capacidades para hablarle a usted del tema que a ambos nos apasiona: la literatura. -¡Don Miguel!, pero..., ¿usted no estaba muerto? -En cuerpo, solo en cuerpo, hijo mío. Mi alma vaga por el Parnaso y acude en el acto mismo de la lectura de mis escritos. -Pero en este instante yo no estaba leyéndolo a usted. -Sí, me estaba leyendo mentalmente, intentando descifrar mis pensamientos dispersos en mis obras, que sé que ha leído. El hecho de ser usted escritor me ha obligado a acudir a su escritura para hacerle alguna precisión. No es cierto que yo escribiese Cómo se hace una novela por un prurito intelectual únicamente. De haber sido así, no me hubiesen leído más de tres o cuatro personas. Es cierto que algo hay de afán intelectual en la génesis de esa obra, pero del positivo, del razonable, un afán por el culto a la cultura y al progreso humano, y nada de la pedantería cultiparlista de la que a veces usted habla, la cual critica acertadamente. -Bueno, ya que está aquí me encantaría charlar con usted un rato. -Me permiten solo unos minutos de escapada allá arriba (es un Parnaso más estricto de lo imaginado). Con mucho gusto charlaré con usted, pero tendré que hacerlo a partir de lo que ya escribiese en vida. -¿Por qué? -Porque se supone que estoy muerto, querido amigo, y solo a través de mis escritos podría comunicarme con usted en estos momentos. -Pero..., ¿no ha dicho antes algo...? -Sí, he dicho que rechazo esa idea suya del prurito intelectual, pero es lo único que podía decirle. Solo se me permite expresar una idea. -No sé qué es peor: poder escribir una novela entera y no poder comunicarla a nadie, o tener solo la posibilidad de transmitir una única idea, por muy rica que ésta sea. -Hay otra posibilidad mucho peor. -La de no poder escribir ni transmitir nada a nadie, ¿verdad? Ésa es la muerte auténtica, no las ficciones en que usted y yo vivimos (aunque en
  • 45. su caso sea una vida solo de sus palabras) y con las que queremos borrar inútilmente esa nefasta situación ciertamente desagradable. Borrar la muerte, pero solo de la mente, no de la realidad, ¿verdad?. -Ya no puedo decirle más, porque he transmitido dos ideas y seré sancionado por ello (un mes sin salir, como en el colegio). ¡Con las ganas que yo tenía de vagar un poco por este valle de lágrimas, aun conociendo la imposibilidad de llenarlo ahora con un mar de palabras, de rellenar el horror vacui, el horror al vacío, con una maraña camaronera de ideas! Pero, ¡oh!..., ya he dicho bastante, más de dos ideas. Dos meses sin salir del Parnaso. Seguiré la conversación con usted a través de mis escritos. Hasta otra ocasión. El fantasma de don Miguel había aparecido en el duermevela de mi siesta y al momento se marchaba, aumentando las sanciones por su irremediable verborrea y dejándome con la palabra en la boca. En los días siguientes a esa aparición de mi ilustre colega, he releído su obra Cómo se hace una novela. Creo haber percibido un hilo de luz en sus ideas que conecta con las mías. He ahí que he tenido con Unamuno, sumo sacerdote del templo de la inteligencia de Minerva, sapiente búho de Salamanca, el siguiente diálogo basado en los escritos que él nos dejó en dicha novela de una novela: El autor: ¿Puede hacerse realidad, don Miguel, una novela sin personaje y, por tanto, sin acción? Unamuno: “Todo lector que leyendo una novela se preocupa de saber cómo acabarán los personajes de ella sin preocuparse de saber cómo acabará él, no merece que se satisfaga su curiosidad”. Aut. : ¿Soy yo, como autor, en realidad el personaje, el protagonista único? Una. : “Sí, toda novela, toda obra de ficción, todo poema, cuando es vivo, es autobiográfico”. (...) ”Todas las criaturas son su creador”. Aut. : La novela es lineal, un tiempo discontinuo, pero la vida, de la que aquélla es inútil reflejo, es continua, repetición circular. ¿No le parece así? Una. : “todas las [novelas] que se hacen (...) en rigor no acaban. Lo acabado, lo perfecto es la muerte, y la vida no puede morirse. El lector que busque novelas acabadas no merece ser mi lector; él está ya acabado antes de haberme leído”. (...) “Alguna vez me llego a Urruña, cuyo reló nos dice que todas las horas hieren y la última mata –vulnerant omnes, ultima necat-”. Aut. : Por tanto, el final es el principio y viceversa. Todo es círculo en la vida, pero la novela es una línea que no puede recoger esa simultánea
  • 46. presencia de vidas paralelas en continua creación y recreación, ¿no?. Una. : “Y ese nirvana a que los indios se encaminan –y no hay más que el camino- ¿es algo distinto de la oscura vida natal intrauterina, del sueño sin ensueños, pero con inconsciente sentir de vida, de antes del nacimiento, pero después de la concepción?”. Aut. : Es la misma idea que reflejé cuando hice que el protagonista de una vieja e inédita novela mía soñase que moría otra vez para encontrar que, al final de su muerte, llegaba de nuevo su nacimiento. Una misma idea repetida, en otra vuelta a la rueda, por un autor distinto. Y, como todo es círculo en la vida y en la literatura, vuelvo al principio de esta conversación para preguntarle: ¿no deja de ser novela una narración sin acción? Una. : “La acción es contemplativa, la contemplación es activa”. Aut. : Buen juego de palabras, pero creo que aún no ha respondido del todo a mi pregunta. Una. : “Una novela, para ser viva, para ser vida, tiene que ser, como la vida misma, organismo y no mecanismo. (...) ...no es maquinaria lo que hay que mostrar, sino entrañas palpitantes de vida, calientes de sangre. Y eso se ve fuera”. Aut. : Así que la novela de un novelista tiene menos sentido que la novela convencional (si se puede hablar hoy de convención en este género). Una. : “Esto de levantar tapas de reló se queda para literatos que no son precisamente novelistas”. En este punto dejé la charla con don Miguel. Como en otras muchas cosas, tenía razón. Como dijo también Unamuno en otro momento, los mejores novelistas no saben lo que han puesto en sus novelas. ¿Cómo, entonces, hacer una novela de algo desconocido? Del siguiente modo: el autor construye su mundo, sus esquemas mentales o gráficos, y escribe al fin, pero lo hace la mayoría de las veces febrilmente, sin percibir del todo el fondo de sus líneas, palabras, comas y borrones. Por ello el crítico, desde la objetividad relativa que aporta la distancia, conoce mejor la obra ajena que el mismo autor de ella.
  • 47. Si el ser humano es una unión de genes y símbolos y en ambos conjuntos se da la tradición y la transmutación, la literatura debe ser, como pálido espejo de lo humano, novedad y estatismo a la vez, acción y contemplación. Movamos los sedimentos del agua estancada, aunque solo sea para ver cómo lentamente vuelven los lodos a posarse en el fondo y disfrutemos así del cambio momentáneo que afianza las bases de lo antiguo. El futuro mueve así el pasado y la rueda humana sigue su curso, de nuevo, por siempre, amén. La Verdad: ¡terrible asunto! Muy a menudo no puedo evitar plantearme (esta es mi ruina, soy consciente de ello: plantearme cada dos por tres las cosas) el porqué de tanta acción en la novela. Y, sin embargo, diré que como lector me interesan las novelas en que predomina la acción. Una vez oí decir a un conocido escritor que él escribía los libros que realmente había querido leer. De ser esto así, yo seré una excepción a esa afirmación. Mi personalidad de lector disfruta con la intriga novelesca, la multiplicidad de acciones, el heroísmo, el movimiento épico de las batallas. Sin embargo, como autor me aburre escribir una trama lógicamente ordenada con su principio, desarrollo y desenlace, con las convenciones literarias de “y pensó de pronto nuestro héroe...”, del “querido lector” u otras similares. En realidad me gusta mucho Galdós, al que considero un maestro, pero como lector. Como autor prefiero leer, por ejemplo, a Unamuno, aunque reconozco lo árido de sus reflexiones. Escribo... ¿para qué? Pues para comunicar mis sentimientos, mis deseos... no los de otra persona, no las palabras escritas por una mente extraña a la mía. Cuando necesito otras palabras, acudo a la lectura. Sin embargo, mi yo-lector y mi yo-autor se funden en el acto de la escritura, en el que
  • 48. convoco ideas propias y ajenas, explícitas o no, para darles una forma personal. La escritura es, en el fondo, una relectura del fondo de la mente, una reflexión honda acerca de ideas personales cuya base, ya sea original o extraña al autor, las conecta con el continuo universal de la cultura humana. Como autor prefiero la quietud, un quietismo reflexivo que me permite analizar mis pensamientos en el momento de escribirlos. ¿Para qué escribir sobre ajenas acciones ficticias si no lo hago antes primero sobre mis propias y auténticas realidades? Hace unos años de tantos limpiasillones del poder, que lo mismo vale para un ministerio que para un monasterio o una jaula de monos, ha pasado a la historia de la infamia al aseverar que se encargará de suprimir la Literatura de los planes de estudio de Bachillerato de su zona de acción (¡pobres bachilleres!). Alega el sujeto en cuestión que la Literatura es complicada y que, por tanto, no debe ser impuesta a los sufridos alumnos. No pude evitar pensar, cuando leí la sorprendente noticia, que aquel mandamás pretendía una maniobra de lavado de cerebro que borrase de las nuevas generaciones todo asomo de pensamiento, curiosidad intelectual o espíritu crítico. Me asombré al pensar esto, yo que a veces he pensado que la literatura no sirve para nada útil. ¿No son útiles entonces el pensamiento, la imaginación o la creatividad, todas virtudes desarrolladas por la literatura? ¿Que es difícil o inútil la lectura? Pues se suprime, igual que se han suprimido tantos y tantos valores en aras del progreso o del negocio mercantilista y amoral, en busca de la sacrosanta rentabilidad inmediata. Las Matemáticas son igual de complicadas, pero ésas no se suprimen, pues permiten contar los beneficios económicos. Además, ¿no está ya la televisión? ¿Para qué se quiere tanto libro que nos obliga a estudiar ortografía y a pensar por nosotros mismos –con lo fatigoso que es eso-, aparte del dañino gasto de árboles para fabricar papel? Seamos ecologistas, veamos la televisión, que ya piensa por nosotros. ¡Pues aviados estaremos!
  • 49. En el mismo periódico en que leí aquella noticia del literaticidio me encontré días después con un artículo de don Anselmo Puchades, que era presentado como profesor de Estética. De entre sus reflexiones subrayé estas interesantes apreciaciones: “La sociedad de consumo no deja descansar al hombre: siempre hay que comprar lo último en ordenadores, en máquinas fotográficas, en cepillos de dientes, cafeteras, móviles..., y se nos hace creer que se hacen antiguos en poco tiempo y no nos sirven más (a veces se escachifollan poco tiempo después de la compra), que está caduco el chisme y quien se empeña en conservarlo. Siempre hay una última generación para todo aparato: la última generación en papel higiénico. Y, sin embargo, no nos damos cuenta de que, envueltos en esa montaña de chismes, no los disfrutamos. De que las fotos en blanco y negro son más bonitas que las de color, aunque sean más antiguas en la historia de la técnica. Nos empeñamos en recurrir al correo electrónico desechando la poesía misteriosa de la carta de toda la vida. Colmadas sus necesidades tecnológicas, el hombre de la sociedad mediática vive hoy envuelto en un bombardeo publicitario que afirma que vale más quien más aparatos de última generación tiene (a ser posible con colores chillones y musiquitas raras). (...) Y nos volvemos cada vez más imbéciles mientras los aparatos empiezan a pensar por nosotros: ¿quiere leer? ¿Para qué? La televisión colma las necesidades de imaginación, distracción e información. Además, nos evita tener que estudiar el engorroso alfabeto; pero si usted insiste en estudiar Hortografia, no se ocupe en hacerlo: nuestro estupendo programa de ordenador (para ser más pedante y anglófilo: software) le corrige directamente sus fallos, que dejan así de serlo. Mientras tanto, la mayor parte de la humanidad (que existe, aunque no tengan peso en los telediarios sus problemas) malvive rodeada de miseria, prostitución, guerras eternas olvidadas hace tiempo y corrupciones sin límite para mantener en perfecto estado nuestra preciosa sociedad materialista, en la que nuestro mayor problema es una televisión estropeada (probable causa de suicidio)”.
  • 50. Conversación con Puchades (el autor del artículo antedicho) tras un encuentro casual con él: Hablé con él durante tres o cuatro cafés seguidos. Me pareció en principio un tipo interesante, a pesar de su adicción a la cafeína. Tenía más o menos mi edad y hasta un cierto parecido físico conmigo. Creía haber encontrado a una persona muy parecida a mí en ideas y carácter. Inició la conversación con un discurso demo-ledor: -Hoy se va a lo fácil, querido amigo. No se valora el esfuerzo ni la capacidad de sacrificio, y tampoco se enseña a aceptar la frustración. En realidad, no se valora nada bueno. Esas generaciones de jóvenes que invaden cada fin de semana las calles con sus motos y con sus alcoholes destilados... ¿qué es lo que buscan? Nada. Están viejos ya. Cuando llegan a los veinte años lo han probado todo, legal o ilegal, y ya solo buscan divertirse fastidiando. Mire, no hay nada más peligroso que un aburrido, ¡pero mucho más que un fanático! El fanático tiene un ideal concreto; sabe contra qué lucha y hay un lado que siempre va a respetar. En cambio, el aburrido no respeta nada porque lucha contra todo para divertirse a su manera. -Lo peor es que se favorezca el aburrimiento desde arriba. -Efectivamente, que se favorezca o al menos se consienta. ¿No ha visto usted esas multitudes fanáticas del fútbol, que parecen simios dando voces, que destrozan todo lo que pillan cuando pierde su equipo y a veces también cuando gana? ¿No hay acaso otro entretenimiento que el de ver una pelota maltratada a puntapiés, y a veces también la cabeza de un hincha rival sufriendo los pescozones de los aficionados? -Ha tocado usted un tema clave. -Y tanto. ¿No se ha dado cuenta del bombo que se le da a esos partidos? -Mire, a mí me gusta el fútbol, o, mejor dicho, me gustaba hasta que se convirtió en plato único de todos los días. Considero que el fútbol ha refinado el instinto bélico del ser humano, aunque más que desde una perspectiva antropológica habría que estudiarlo desde su faceta religiosa, como recreo revelado por Dios a los hombres para su redención y la liberación de sus aflicciones. Lo que ocurre es que todo lo bueno, si se abusa de ello, harta. -A mí no me gusta nada el fútbol. Prefiero el elegante y aristocrático juego del lawn-tennis. -¿Del qué? -Perdone la pedantería: del tenis. Bueno, volviendo al tema del fútbol:
  • 51. me parece insoportable, igual que a usted, el seguimiento que los medios de comunicación hacen del balompié. Primera noticia: Fulanovich (pronunciado de mil maneras diferentes) se ha partido un pie en un entrenamiento. ¡Dios!, ¡menuda noticia para el futuro del país! ¿Podremos ser felices a partir de ahora? ¿Y qué me dice del despliegue del abanico policial para contener a la masa enfervorizada? ¡Que se fastidien, hombre! Encima el Papá Estado, que no puede resolver todos los desajustes de la sociedad civil, tiene que gastarse dinero para controlar a los cuatro o cinco indocumentados que tiran botellas, monedas o cualquier cosa arrojadiza a lo que se mueva. Se paga a la policía para controlar a los que tiran objetos a la policía. ¡Menuda paradoja! -Y todo porque el seguimiento de las noticias del fútbol se ha convertido en la válvula de escape de las presiones de la sociedad. -Totalmente de acuerdo, y en un mecanismo perfectamente construido para evitar que se piense en otras cosas. -Panem et futbolem. -Amen. Urbi et orbi. ¿Y los papás de esas criaturas?, ¿en qué piensan?, o mejor: ¿en qué pensaban cuando las trajeron al mundo? Me refiero a los padres de esos jóvenes gamberros “botelloneros” (relacionados o no con el fútbol, pues muchos de los que se relacionan con éste sólo están abonados a la violencia). Esos niñatos que sólo piensan en cumplir el lema de sexo, drogas y rock and roll ¡menudos papás tendrán!, ¡menuda educación habrán recibido de ellos! Aquel tipo se iba cargando por momentos. Su cara empezó a tomar diversas tonalidades rosáceas hasta adquirir un rojo violento. Estaba totalmente exaltado. Me di cuenta de que era una de esas personas que empieza a conversar contigo y luego te roba la palabra a perpetuidad, para convertir el diálogo en monólogo, sin que te deje meter una sola cuña, todo para comunicar su única y verdadera verdad, a pesar de todo muy certera en algunos aspectos. Me molestan las personas así, por lo que, simulando un compromiso que había olvidado, me deslicé por la silla en busca de la salida al tiempo que me despedía apresuradamente de aquel personaje. Cuando salía de la cafetería lo miré de reojo y vi que su cara estaba más roja que nunca, quizá azorado al comprobar lo silencioso del local al haber cesado de alzar la voz.
  • 52. La agresión publicitaria llega a extremos insospechados: el otro día me despertó de la siesta una amable señorita que me gritó las ventajas de una conexión a Internet baratísssima. Le contesté que pensaba recopilar firmas para llevar al Parlamento un Proyecto de Ley que impidiera llamar a un domicilio particular, excepto casos debidamente justificados, entre las cuatro y las seis de la tarde (y nunca en el caso de este maldito Tele-urge). La juventud –iba yo pienso a veces en mis paseos mientras me cruzo con varios impúberes que cargan con bolsas de licores varios en dirección hacia el ocaso- tiene que salir, divertirse, comunicarse, relacionarse. El problema es hablar de la juventud en general. Hay jóvenes y jóvenas (lo juro, lo he leído así en un texto que aún conservo). Sí, es verdad que los jóvenes de hoy son bastante apáticos, pasotas de todo, pero es que esta sociedad tampoco les da muchas alternativas: cásate (mínimo: 30 años), pon un piso (mínimo: 30 kilos), consigue un buen trabajo (que te esclavice), ten varios hijos (tiempo diario para educarlos: _¿?_), sé feliz (compra, compra, compra) y muérete a gusto al final (“no sin antes contratar nuestro magnífico plan de pensiones”). Con este plan, ¿quién quiere independizarse y adquirir responsabilidades? Es mejor continuar alienándose felizmente por la sociedad mediática, consumista y futbolera. Hace unos días, en una conversación con un taxista de los de antes (los de hoy apenas conservan conversación) sobre los macro-botellones, me di cuenta de que, por desgracia, hoy está muy extendido el tipo del radical. Aquel taxista tenía una visión estrecha del mundo, un hartazgo soberano, un “estoy ya hasta lo que dijimos”. La conversación del taxista me hizo reflexionar acerca de las actitudes extremas a las que lleva este mundo al revés: “El sábado se suben dos muchachas a las cinco de la mañana. Veo que una de ellas hace amago de vomitar. Le digo de buenas maneras que baje del coche para hacerlo fuera, y la niñata va y me dice: hijoputa, me estás insultando. La bajé a rastras del coche y le di un bofetón, el que no supo, o
  • 53. no pudo o no quiso darle a tiempo su padre”. La sociedad se ha disgregado ya definitivamente, pensé mientras en el semáforo, al lado del taxi, paraba un coche fúnebre. Escribir cuesta trabajo, pero quizás sea la actividad con la que más disfruto, ya que con ella proyecto mi ser al exterior. Por eso vuelvo una y otra vez a escribir, me engancho a las palabras como al pecho de una madre que me nutre, me reinventa y me dota de alma mágica. Lo maravilloso de la escritura es que puedo ser en ella yo en mi máxima expresión o inventarme de nuevo como personaje de otra vida. Claro que esto último supone mentir, pero ¿acaso no es toda esta república de viento una absurda mentira? ¡La palabra!, mágico sustituto de la realidad, a veces gloria, a veces miseria del escritor que pule una y otra vez, con esfuerzo, su obra. Escribir cuesta trabajo, sí, mucho trabajo. A veces salen las palabras a borbotones, anhelantes, precipitadas, risueñas, deseosas de comunicar, pero otras se esconden en los pliegues del cerebro recelosas, huidizas, indiferentes al esfuerzo de quien las busca. No creo en la Verdad con mayúsculas. La realidad es “poliédrica”, multiforme, como un conjunto de espejos superpuestos sobre un mar de reflejos. Solo existe para mí “mi” verdad, la que yo entiendo y percibo, pero ni siquiera ésa es fija. Es mutable, sujeta al error, a lo voluble y lo limitado de mi condición, a la fugacidad de mi materia. Mi verdad no es fija y no es eterna, y por lo tanto afirmo que no existe de forma permanente. Todo escritor debe cultivar el humor, buscar debajo de los guijarros argumentos graciosos y chistes que hagan más fluida la lectura de su obra. La risa es una salida decorosa del tedio.
  • 54. “La grandeza de un escritor -dice mi amigo José María Jurado- no consiste en publicar, sino en seguir escribiendo”. Coincido plenamente con él. El tiempo a veces establece silencios prolongados en la literatura y en la vida. En muchas ocasiones, en la escritura, que es por naturaleza lineal, un solo punto y seguido esconde una pausa de meses, de sequía creativa que, a su término, obliga a releer lo anterior, quizá a rehacerlo, muchas veces a desecharlo. En una misma cuartilla tintas de distinto color señalan momentos diferentes en la vida del autor y, por tanto, en su literatura. Vida y Literatura..., ¡temas tan próximos y a la vez tan extraños! ¿Cuál influye en cuál?, ¿dónde se halla el soplo original? Vivimos hoy tan deprisa, con tanta urgencia, que consumimos literatura igual que esa hamburguesa que mata nuestra hambre, una literatura light para el autobús o el metro, hecha de retales, sin sustancia, sin vida, porque en ella no priman los silencios sino el ruido, no lo callado del vivir y del pensar, sino los fogonazos y los fuegos artificiales, los cuales son producto de la prisa y del deseo de hacer un producto (horrenda palabra) de consumo inmediato. Hoy cualquiera es escritor, basta con ser mínimamente conocido por culpa de la televisión, ese destello de imágenes artificiales en el que vivimos. Componemos miles de millones de palabras al día, leemos las palabras de nuestra tribu en un número infinito de veces..., pero apenas aprehendemos la palabra mágica, el rito de la Literatura con mayúsculas, sublime expresión de lo más profundamente humano. Preferimos llenar nuestras vidas de palabras como globalización, perfil o dinamizar, todas muy in, muy light y muy politically correct, pero vacías de alma y horribles en su forma. Son también palabras para consumir rápidamente, como las vidas de esos personajes de farándula que pululan por la pantalla de nuestro televisor. ¡Ellos son los verdaderos héroes de hoy en día y no