Los clorofluorocarbonos (CFC) utilizados en aerosoles y equipos de refrigeración se elevan a la atmósfera superior donde se descomponen, liberando átomos de cloro que destruyen la capa de ozono. En la década de 1980, los científicos descubrieron un gran agujero en la capa de ozono sobre la Antártida y un adelgazamiento sobre el Ártico, debido al uso indiscriminado de CFC en las décadas anteriores.