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Diseño de la cubierta: Claudio Bado
Traducción: P. Jesús Izaguirre, OFMCap
© 2005, Verlag Butzon & Bercker, Kevelaer
© 2008, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN: 978-84-254-2555-4
La reproducción total ó parcial de esta obra sin el consentimiento expreso
de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
Imprenta: Reinbook
Depósito legal: B-23.085-2008
Printed in Spain -Impreso en España
Herder
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ÍNDICE
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
I. LA VIDA EN LA CASA-TORRE
(1194-1211) ............. .
1. Niñez y años juveniles de Clara " . . . . . . . . o o . . . . . . o
2. Proceso constitutivo de su carácter.
La formación de Clara . . . . . . . . . . . .......
3. Un abis1no social: Clara y Francisco <>O 0 <> D O 0 O
II. LA VOCACIÓN DECISIVA (1210-1211)
1.
2.
3.
Planes de fuga y pasos audaces
Un aliado: Francisco
Inés de Asís . . . . . . . . . . . . . .
III. LOS PRIMEROS TIEMPOS
EN SAN DAMIÁN
1.
2.
3.
U na comunidad innovadora ............. .
Ante las puertas de la ciudad .. .
La clausura. ¿Aislamiento
o restringido espacio vital? .............. .
13
15
23
27
35
37
45
51
57
59
65
77
fue inhumada en la misrna tun1ba en la que descansaba
Francisco desde hacía treinta años. Poco después se alza-
ría en este nüsmo lugar la tercera iglesia monumental de
la ciudad. Mientras tanto, en las postrin1erías de ese verano,
ason1aban los prin1eros grupos de peregrinos, que venían
de cerca y de lejos para rezar ante la tumba de Clara.
Durante la última semana de noviembre de aquel año
se reúne en San Danuán una ilustre comisión. El arzobispo
de Espoleta, Bartolomé Accorombani, se propone perso-
nalmente, ayudado por los Hermanos Menores Ángel y
León, el hermano Marco, visitador, y dos clérigos dioce-
sanos, investigar en nombre del papa la vida de Clara. Un
notario formaliza las declaraciones de quince hermanas, el
interrogatorio de toda la co1nunidad, el testin1onio de tres
respetables ciudadanos de Asís, de una amiga de juventud
de la santa y de un criado de la casa paterna. Hay pocas
mujeres de la Edad Media de las que se hayan conservado
infonnaciones tan objetivas. Se nos ofrece una mirada es-
crutadora sobre la juventud de una hija de la nobleza en el
palacio de su estirpe, revivimos su arriesgada fuga de la
jaula dorada y nos enteramos de su nueva vida con com-
pañeras en el pequeño convento, fuera de la ciudad, ante
las murallas. Una nurada de conjunto a las diversas expe-
riencias de Clara genera en las actas procesales un cuadro
muy completo y valioso: personas muy distintas declaran
páginas irrepetibles sobre esta ilustre mujer.
El esbozo de vida que presenta este libro enlaza, de doble
manera, con la maravillosa jornada de noviembre de 1253.
Por una parte, se apoya en un copioso archivo de docu-
mentos hoy bien conocidos. Por otra, dos autoras y un autor,
que parten de distintas experiencias vitales, intentan ilust-
rar conjuntamente la vida de Clara. Ancilla Rottger viste
el hábito de las hermanas de Clara, y, en calidad de abadesa
del monasterio de las Clarisas de Münster, considera la vida
y el servicio de la santa desde el interior de una comunidad
contemplativa. Martina Kreidler-Kos analiza, con la mirada
-10-
de una joven teóloga, esposa y madre, la gran figura de la
religiosa. En ese aspecto, se sitúa al lado de una testigo úni-
ca: Bona de Guelfuccio, que en aquella época era amiga
de Clara y se quedó «en el mundo». Al capuchino Niklaus
Kuster se le puede alinear con los hermanos, a los que la
vida itinerante llevó a lo largo y ancho de Europa, pasando
con frecuencia por San Damián: él acompaña a los grupos
que van tras las huellas de Clara, esforzándose por introdu-
cirlos en el escenario histórico de su vida.
Al contrario de tantos testigos que declararon ante el ar-
zobispo Bartolomeo, la abadesa de Münster, la teóloga de
Osnabrück y el historiador de Solothurn no han actuado
independientemente, sino que han recorrido juntos, a tra-
vés de diálogos fraternales, la trayectoria vital de Clara. El
fruto de esta afinidad ha sido publicado en un estudio cien-
tífico. Es un trabajo que ha hecho accesibles, en una síntesis
general, los resultados de la investigación mundial sobre
Clara. Muchas horas de animadas discusiones han mostrado
que San Damián tiene distintos accesos y que Clara recibe
todavía hoy a huéspedes sensibles. En nuestras diligencias
con personas de muy diversa índole, desde Austria hasta
Castilla, desde Westfalia hasta el centro de Italia, se nos ha
alentado a proseguir nuestra tarea y a extender los resulta-
dos de nuestras averiguaciones a círculos más amplios. Ese
deseo es el que quisiera satisfacer esta biografia. La her-
mana, la amiga y el hermano nos acompañan en las dis-
tintas etapas de la agitada vida de Clara. Los lectores más
informados conocerán ya la existencia de nuevos descu-
brimientos. La intención de nuestra exposición es com-
partirlos.
-11-
1.
NrÑEZ Y AÑOS JUVENILES DE CLARA
Normalmente nos imaginan1os a Clara de mujer adulta.
Olvidamos con frecuencia que lo que más tarde cristalizó
comenzó prin1.ero a formarse embrionariamente.
Clara no nos cuenta absolutamente nada sobre «su
tiempo en el siglo», como lla1na a sus años en el hogar fa-
nuliar. Parece que su recuerdo no le n1erecía mucha estima.
Para ella, lo único relevante sería su vida posterior en po-
breza, voluntarian1.ente elegida, y nada tiene de extraño
que, ante esta decisión audaz y radical, palidezca el corto
período de su juventud. Podría acaso considerarse una cu-
riosidad de nuestros días el interés por su niñez. Siempre
que irrun1.pimos en la juventud de un hombre o de una
mujer enlinente, la persona se hace inevitablemente más
cercana, un buen argumento para concentrarnos en sus
primeros años. Durante n1ucho tiempo, la figura de Clara
fue percibida a través de Francisco, su compañero de ca-
nlino, de modo que ella sólo entraba en la historia cuando
su vida interfería con la de él. En ese momento la joven
aristócrata tenía dieciocho años, pero ya se la podía consi-
derar una mujer adulta que tenía sus propios criterios.
El temprano itinerario de su vida se halla condicio-
nado, en primer lugar, según las fuentes, por una clave in-
terpretativa: todos -tanto los testigos en el proceso de ca-
nonización como el biógrafo- están convencidos de que
esta joven estaba adornada con todas las virtudes femeni-
nas y religiosas propias de su época. Rezaba mucho, le gus-
-15-
En el proceso, Bona relata que Clara la envió, en aque-
lla época, con una suma de dinero para los trabajadores
de la pequeña ennita rural de la Porciúncula, en la plani-
cie de Asís. Se refiere, indudablemente, a la reciente frater-
nidad de Francisco, que, desde el otoño de 1209, vivía allí
dedicado a un duro trabajo en el campo y en la ciudad. Bona
podía llevar a cabo este tipo de iniciativas confidenciales.Y
su declaración pone de manifiesto la n'lagnanimidad de
Clara. La joven noble no favorecía a los menesterosos in-
discriminadamente, sino que sabía bien a quién tenía que
apoyar. Entre ellos estaban aquellos locos sorprendentes,
famosos ya en la ciudad por haber dilapidado fortuna y
prestigio a fin de vivir en pobreza por amor a Cristo pobre.
Clara simpatizaba, desde n'luy temprano, con el discutido
movimiento en torno a Francisco, el hijo del comerciante
textil Pedro de Bernardone. Supo prescindir de la conside-
ración negativa que, en sus círculos familiares, oscurecía la
fama de un joven que, como Francisco, había abandonado
la casa paterna, y reservarse su propio criterio sobre esos
acontecimientos. Por lo demás, probablemente fue la joven
oriunda de la nobleza, no Francisco, quien proyectó la ini-
ciativa del encuentro. Francisco se mostraba más bien cauto
cuando se trataba de mujeres, ya fuese en relación a sí
mismo o respecto a sus hermanos. Era una empresa arries-
gada concebir estas relaciones de forma que quedasen fuera
de sospecha y de malévolos comentarios.
Independientemente de la historia de la herencia, hay
otros indicios de que Clara, en su juventud, ya era sobera-
namente autónoma en sus pensamientos.Tratamos de una
amistad que se remonta con seguridad al año 1205 y que
sentó los cimientos de un audaz proyecto común. La ter-
cera compañera de Clara, después de su hermana carnal
Inés y de su vecina Pacífica, es una dama de Perusa que
aparece en San Damián en septiembre de 1211.Testificó en
el proceso, pues al haber convivido en la misma casa, co-
noció bien a Clara. Si tenemos en cuenta las costumbres de
-18-
la nobleza, esta declaración sólo puede referirse al tiempo
del exilio de la farnilia de Clara en Perusa durante los pri-
meros años del siglo XIII. Bienvenida, natural de Perusa,
llega a ser compañera de Clara durante dos años, pues vive
en su casa con motivo de la guerra de Asís. Sin duda lle-
garon a intimar, pero, después de 1205, probablemente
nunca volvieron a verse. Además del espacio vital, también
compartieron sus proyectos de vida. ¿Cómo, si no, pudo co-
nocer la perusina detalles de la iniciativa que se realiza
siete años después, cuando Clara, Inés y Pacífica intentan
dar forma a su vocación fuera de las puertas de Asís? La
partida de Bienvenida de su ciudad natal, ¿no sugiere que
antes hubo algún intercambio de criterios y planes con
Clara? Los sueños de una búsqueda religiosa común fue-
ron suficientemente fuertes para restablecer contactos
años después y llevar probablemente a Bienvenida a su
tenaz decisión.
La habilidad de Clara para sustraerse a los prejuicios y
fórmulas de feminidad que la rodeaban se hace evidente en
otro aspecto que apenas traslucen las perspectivas hagiográ-
ficas: por amor a su divino esposo, Clara rechaza todas las
propuestas de matrimonio. El conflicto matrimonial, que
aparece en muchas vidas de santas de la Edad Media, dis-
curre en la historia de Clara con absoluta discreción. Nada
de autolesiones o pruebas espectaculares para eludir una
boda. N o se complica con esta cuestión. «No acepta nin-
guna propuesta», escribe su biógrafo (VidaCl 4). N o es
que se decida por la alternativa que le ofrece la sociedad
en lugar del matrimonio, como hacen tantas damas de su
clase. Clara no ingresa en un monasterio acomodado. Pro-
bablemente, su familia no le habría reprochado esa de-
cisión. Cerca de la ciudad se encontraba una de las más
prestigiosas y ricas abadías de benedictinas. Clara hubiera
hecho allí, según los criterios de su familia, una buena ca-
rrera. Pero ella prefiere una existencia sin seguridades, y
eso resulta incomprensible para el criterio común.
-19-
2.
PROCESO CONSTITUTIVO DE SU CARÁCTER.
LA FORMACIÓN DE CLARA
Clara crece en un horizonte vital cerrado, diseñado princi-
palmente para mujeres. Siendo ésta la situación existencial
externa de Clara, ¿cómo pudo desarrollar, en un aisla-
miento así, un perfil de tal naturaleza?
Clara recibió n'luchas cosas desde la cuna. Algunas flo-
taban en el arnbiente, como la irrupción de los rnovünien-
tos de pobreza y la fonna de vida de los beguinos, que se
extendían desde el norte de Europa y llegaron a penetrar en
Italia. Las n'luchachas de la nobleza crecían en una atn1ósfera
cortesana y caballeresca. También la pequeña Clara escu-
chaba -¿cómo no?- los relatos de las hazañas caballerescas
en el campo de batalla y en el campo del amor. De este
rnodo poético se le transmitían ideales de vida que la prepa-
raban para la dirección de un hogar caballeresco y la hacían
atractiva en la intimidad de las dependencias femeninas. El
mismo efecto modelador poseían las narraciones de la vida
de los santos. Las cartas de Clara a Inés de Praga pernliten
reconstruir su formación. Clara había aprendido a leer y a
escribir en latín, y lo hacía en un estilo brillante. Aprender
latín era un privilegio que compartía con las damas nobles
de su tiempo. Podemos reconocer algunas influencias en
sus cartas: la inspiración bíblica, la participación activa en la
liturgia de la Iglesia y la atenta lectura de la gran tradición
de la teología espiritual. Clara redactaba sus cartas correc-
tamente, lo que pernlite deducir su talento literario.
-23-
significación. Seguramente, la mayor de las hijas de Ortu-
lana se sentía interpelada y muy enriquecida con esas na-
rraciones. ¿No tendrá algo que ver el deseo de Clara de ir
a misiones -que se certifica tres veces en el Proceso- con
estas fascinantes narraciones de su n1adre? ¿Y sus preferen-
cias por practicar la sanación con el signo de la cruz y, en
general, su devoción al Crucificado, casi insólita en la época
del Románico, no pudieron ser expresión de esa influen-
cia? Ortulana debió de contar mil cosas de Tierra Santa y
de los santos lugares en los que el Rey de los Cielos hecho
hombre nació, vivió, caminó y cargó con la cruz.
Sobre la fonnación y educación de Clara no nos pode-
mos hacer más que una idea aproximada, puesto que las
fuentes guardan silencio sobre infinidad de detalles. Pero es
evidente que recibió una formación y una educación que
la capacitaron para desarrollar un perfil propio más allá del
cuadro estereotipado de una santa vida de n1ujer.
-26-
3.
UN ABISMO SOCIAL: CLARA Y FRANCISCO
Las páginas anteriores han dejado patente la autonomía,
profundidad y amplitud que la joven imprimió a su vida
desde sus más tiernos años. Francisco apenas apareció en
escena. Aseveramos que así sucedió aunque esto produzca
decepción y a pesar de que algunas películas románticas y
libros famosos ofrecen otra versión. Las leyendas popula-
res de Umbría, la imaginación de algunos poetas y las fan-
tasías de autores modernos han reunido a las dos grandes
figuras de Asís en una pareja íntima. Francisco y Clara se
habrían conocido en sus años juveniles y se complemen-
taron después en su búsqueda espiritual, hasta fusionar de
forma peculiar la ternura con el vigor (Leonardo Boff). Fran-
cisco destellaría como un astro luminoso, mientras Clara
quedaría relegada a la penumbra. Así aparece el joven co-
merciante Francisco en la famosa película de Franco Zef-
firelli: primero como hornbre radiante y luego como her-
mano que transmite un esplendor inusitado, capaz de hacer
hincarse de rodillas al poderoso Inocencia Clara, por el
contrario, se parece más bien a la luna: una discreta y silen-
ciosa criatura de tez pálida, sensible y suave. La conocida
película, que todavía hoy se exhibe en televisión, se titula
precisamente Hermano sol, hermana luna.
Pero ¿qué nos dicen las fuentes fidedignas? ¿Qué nos
muestra el conocimiento preciso del Asís de aquella época,
las sencillas inforn1aciones de sus compañeras y compañe-
ros, y los escritos. auténticos de San Damián? Lo que des-
-27-
sufrió su primera crisis. La tierna hija de los Favarone pasa
en la misma ciudad sus años de exilio sin apenas ver nada
de Perusa, encerrada en la jaula de oro familiar. Aun así,
Clara recibe una educación que amplía culturalmente su
mundo, más allá de lo que conoce el hijo del comerciante.
De regreso a Asís, una nueva etapa discurrirá paralela-
mente para los dos sin que lleguen a establecer contacto. El
rico hijo de Pedro de Bernardone, golpeado por la guerra,
la cárcel y la enfermedad, desea en 1204 dar un sentido
más profundo a su vida. Después del tratado de paz de fi-
nales de 1203, reconstruidos ya los palacios de la nobleza,
la joven aristócrata regresa a Asís con su familia, en 1205.
El mundo del joven comerciante prospera a pocos me-
tros de la casa de Clara, y, no obstante, hay que decir que
ambos están aún lejos. El negocio de telas de Bernardone,
los mercados del entorno, las fiestas con los an1igos, entre-
veradas de reuniones de gremios y asambleas populares, y
posible1nente la magia de algún amor se despliegan, fasci-
nantes y libremente, más allá de los gruesos n1uros que en-
cierran a Clara en una especie de clausura doméstica hasta
la edad núbiL
Clara muestra durante estos años -mucho antes que
Francisco- sensibilidad religiosa. Mientras Francisco, toda-
vía sin el rudo sayal, practica ya la mendicidad, Clara co-
mienza, mucho más joven, a llevar ásperos vestidos debajo
de las hermosas telas. Mientras a Francisco le impacta ver
la pobreza de los leprosos y del Crucificado fuera de Asís,
ella envía limosnas, sirviéndose de hábiles mensajeras, a
los pobres de la ciudad. Apenas saben nada uno del otro.
El hecho de que sus búsquedas personales alcancen des-
cubrimientos semejantes -en él, de camino; en ella, tras
gruesos muros de piedra- debemos atribuirlo a la misma .
atmósfera que respiran, en esa época, los espíritus más sen-
sibles: la nostalgia del movimiento evangélico de pobreza
que inunda gran parte de Francia, la región del Rin y el
norte de Italia.
-30-
Probablen1.ente, lo prin1ero que llan1a la atención de
Clara es la intervención abrupta del padre de Francisco,
que en 1206 deshereda públican1ente al joven cornerciante.
Sin duda, las mujeres del clan de los Favarone oyeron co-
lnentarios sobre el escandaloso proceso ante el palacio
episcopal, en la parte baja de la ciudad, y discutieron el su-
ceso entre ellas. Que la muchachita de trece años supiera
algo más o que viera a Francisco abandonar Asís provoca-
tivamente desnudo (escena sobredimensionada en la gran
pantalla) no lo refiere ninguna fuente. El regreso del des-
heredado a la cercanía de la ciudad motivó, meses n1.ás
tarde, nuevos comentarios. ¿Habría estimulado el penitente
voluntario a Clara en el propósito que ella ya se había fi-
jado de posponer los consabidos planes de su familia, para
después desbaratados decididamente?
Una declaración incidental en el proceso de canoniza-
ción nos permite adivinar el primer contacto probable
entre Clara y Francisco. Bona de Guelfuccio refiere que
su amiga le envió, con una detern1.inada suma de dinero, «a
los trabajadores que estaban en la iglesia de Santa María
de la Porciúncula» (PCl 17,7). Desde la torre-vivienda de
los Offreduccio, junto a la catedral, la mirada se extien-
de, por encima cie los tejados de la ciudad baja, hacia la
amplia llanura donde, en medio de un bosque de encinas,
se halla enclavada la solitaria capilla de Santa María de los
Ángeles. El pequeño terreno (Portiuncula, en latín) perte-
necía a los benedictinos de san Benito del monte Subasio,
quienes la pusieron a disposición de Francisco y su frater-
nidad después de su encuentro con Inocencio 111. Desde
subían los hermanos, en el invierno de 1209-1210, a la
ciudad, para trabajar, predicar y, en caso de necesidad, men-
digar, o se lanzaban a recorrer la Italia central con su estilo
de vida itinerante.
En este tiempo ingresa Rufino, un primo de Clara, en
la fraternidad primitiva. Poco antes alcanza la hija de los
Favarone la edad núbil y, con ello, adquiere mayor líber-
-31-
Tabla de santa Clara. Segunda escena
La peligrosa bajada.
Clara llega de noche junto a los hermanos.
Aventura una nueva vida en la Porciúncula.
-34-
II
LA VOCACIÓN DECISIVA
(1210-1211)
ton1ar en serio los desafíos del Evangelio, por ejerr1plo, la
dedicación a los pobres y las posibilidades de una activi-
dad religiosa que pudieran ofrecer según su clase social. En
la realización de sus deseos religiosos, Clara adopta muy
pronto un papel preponderante. Así se dice que envía a
Bona junto a los pobres o incluso a peregrinar. Clara tiene
más arraigada que las demás mujeres de su entorno la in-
quietud sobre la insuficiencia del estilo de vida elegido.
Los caminos habituales que llevaban al matrimonio o al
convento de religiosas no constituían una respuesta ade-
cuada a sus apremiantes preguntas.
Clara busca, por tanto, un consejero digno de crédito,
y lo encuentra en Francisco. Según el testimonio de su
amiga y aliada Borra en el proceso de canonización, Clara
toma la iniciativa de encontrarse con Francisco (Beatriz
dice lo contrario, pero cabe pensar que, probablemente,
la hermana menor repite lo que se contaba en la familia).
Parece que an1bos se buscan. Clara procede con preme-
ditación, no se deja arrebatar por ningún impulso, sino
que planifica con Bona los encuentros. Probablemente
las entrevistas tienen lugar entre el otoño y la primavera
de 1210-1211. Se desconoce hasta qué punto participan
las demás mujeres de la casa, si lo saben o si son cómpli-
ces. Bona sí lo sabe, ya que es la interlocutora de Clara en
la búsqueda del nuevo camino.
En esta fase de nueva orientación interna y externa,
Francisco asumió el papel de «director espiritual» de Clara.
La exposición del biógrafo -que fue sacerdote y más tarde
será capellán de 1as hermanas- debe interpretarse con rigor.
Tomás de Celano escribe: <<En aquella época, Clara confió
totalmente en el consejo de Francisco y lo eligió ante Dios
como guía en el curso emprendido por ella}>. Puesto que
Clara no sólo quiere fugarse, sino iniciar un nuevo rumbo,
y no encuentra un modelo femenino, necesita de mo-
mento el consejo de un innovador con experiencia. En el
ámbito de Asís se le ofrece la figura de Francisco, cuya
-38-
nueva forma de imitar a Cristo corresponde a la dirección
de la búsqueda de Clara.
La inusual escena de la liturgia del Domingo de
Ramos, en la que el obispo Guido II le entrega la rama, en
vez de que ella se acerque a retirarla, puede indicar el be-
neplácito del obispo al inicio de su búsqueda espiritual y
al comienzo de su aventura religiosa. En la noche de ese
Domingo de Ramos de 1211 (fechada el 27-28 de marzo,
según la nueva cronología de Giovanni Boccali), Clara
abandona, corriendo un gran riesgo, la casa paterna. Abre
una puerta lateral, asegurada con varios cerrojos; deja atrás
los muros protectores que, por un tiempo y en buena
honra, habían sido necesarios, y emprende su propio ca-
mino. Clara se va sola. Bona, su acompañante en las ante-
riores entrevistas con Francisco, se encuentra como pere-
grina en Roma. Se nos impone la sospecha de que -con1o
en las anteriores diligencias- esta ausencia de Bona fuera
dispuesta por la intervención directa de Clara. Es posible
que la fuga le pareciera a la antigua confidente demasiado
atrevida. Respecto a sus compañeras de juventud, nos pre-
guntamos por qué no se evade con ella su hern'lana Inés,
que la seguirá dieciséis días más tarde. Parece que Inés aún
no había decidido cuál sería su propia trayectoria. Algo de
eso resuena en la oración de Clara transmitida por el bió-
grafo Celano: «Para que a su hermana Inés, a la que había
dejado en casa, el mundo se le convierta en amargura y
Dios en dulzura; y que así, transformada, de la perspecti-
va de unas nupcias carnales se eleve al deseo de divino
amor, de modo que a una con ella se despose en virginidad
perpetua con el Esposo de la gloria}> (VidaCl 24).
Clara abandona la casa paterna y a su grupo de com-
pañeras, y su única compañera será la soledad. Está resuelta
a -dar sola los pasos sucesivos. Con la misma entereza, se
enfrenta a su estatus social: vende conscientetnente su he-
rencia, pero no a beneficio de su familia, para que no sean
<<burlados los pobres)>, como cuenta en el proceso sor Cris-
-39-
(luego Inés) la sigue, dieciséis días después de su fuga, y
Clara la recibe llena de alegría el día 12 de abril de 1211.
Un primer miembro se desprende del «grupo familiar de
dan1_as» y se inserta en el valiente movimiento de búsqueda.
Más tarde, tan1_bién se atreverán a dar este paso la rnadre de
Clara y la hermana menor.
La familia se conjura para redinlir a Catalina, la segunda
hermana, con una arnmosidad mucho más enconada, como
nos transmite Tomás de Celano. Ni siquiera la idea de un
asesinato habría sido capaz de intimidar a los caballeros en
su en1_peño de dinamitar las aspiraciones de la muchacha.
Pronto vieron desbaratados sus planes, pero la crispada in-
tervención pretendía también servir de escarmiento a las
otras mujeres de la casa.
Una vez superada esta segunda batalla, reaparece Fran-
cisco, que durante ese tiempo se había mantenido a una
distancia prudencial. Superada la confrontación con la fa-
milia, Francisco tonsuró con sus propias manos a Inés y,
junto con su hermana, «la instruyó en el camino del Señor»
(VidaCl 26). Con todo, la vida penitencial de las semirre-
ligiosas del Santo Ángel, un tanto libre, deja a Clara tan
insatisfecha como la tradicional vida monástica de las be-
nedictinas. Con Pacífica de Guelfuccío, su amiga que llega
igualmente de la nobleza asisiense, ambas hennanas aban-
donan la ermita de Panzo y, apoyándose en el consejo de
Francisco, inician una vida común en la iglesia de San Da-
mián. «Aquí, clavando ya en seguro el ancla de su espíritu,
no fluctúa más por posibles cambios de lugan>, escribe el
biógrafo (VidaGl 10). La búsqueda del camino, la lucha
con la familia, el servicio bajo las distintas formas de vida
religiosa, todo ello desemboca en una fundación propia:
San Damián. De momento han dado ya los pasos de la bús-
queda externa; la interna todavía debe desarrollarse.
-42-
Tabla de santa Clara. Tercera escena
Abrazar pobre al pobre Cristo.
Francisco corta los cabellos a Clara
como signo de que ella también quiere seguir
las huellas de Cristo.
-43-
años, en Un1bría, no habría sido tolerado, ni social ni ecle-
siásticamente, que Clara y su herrnana iniciasen un deam-
bular indiscrinlinado con los hermanos, semejante al apos-
tólico, pero tampoco era la ambición de Ciara llevar una
vida de ernútaña o encerrarse en un refugio. Francisco, por
el momento, le ofrece sólo la ayuda para dar el salto que
perniltía a una joven -con 1nayor ruptura social y econó-
mica que los hermanos- descender de la nobleza al despre-
cio y el desamparo social: Clara pasa de la nobílitas a la
vilitas.
Es casi seguro que Clara toma la iniciativa para con-
cretar el encuentro con Francisco. En sus secretos conci-
liábulos, los cuatro -Clara, escoltada por Bona, y Francisco
por Felipe Longo~ planifican la huida. La asocian, inlpri-
miéndole un sentido profundo, con el simbolisn1o del
Domingo de Ramos: la manera de entender la configura-
ción con su seguimiento de Jesús debe comenzar con la fies-
ta de su llegada aJerusalén, a la que seguirá la experiencia de
la Pasión. En su visión profética, Clara también inicia una
Semana Santa personal, un calvario lleno de conflictos dra-
máticos. Se ha sospechado, con buenas razones, que el
obispo de Asís animó en su propósito a la joven aristócrata,
discretamente, en la liturgia de Ramos, y que él mismo
pudo haberle facilitado la salida de la ciudad, cerrada y vi-
gilada, abriéndole las puertas de su palacio aquella noche.
Por otra parte, la circunstancia de que un obispo, pertene-
ciente a la nobleza, ayude a una hija de la nobleza en su
huida hacia el desamparo absoluto sólo puede explicarse si
Francisco aprovecha su relación anlÍstosa con Guido II y
lo convence para que facilite su plan. El hecho de que los
hermanos sepan cuándo y dónde pueden encontrar a Clara
y la acompañen a través del bosque nocturno hasta la Por-
ciúncula, sugiere un sofisticado plan de fuga. Al dejarse
cortar los cabellos por los hermanos, Clara ingresa en el
estado de penitente, todavía no en la fraternidad. La nueva
penitente, antes del filo del amanecer, previo acuerdo
-46-
co1nún, pide ser llevada a un lugar seguro. Posteriores pa-
ralelisinos con la prünera etapa de Francisco no pasan de
ser coincidencias, pero refuerzan el protagonisn1o de la
búsqueda de Clara, que los hermanos no pueden ignorar.
Así co1no el poverello, después de su dra1nática partida de
Asís, sirvió un tiempo en la cocina de un monasterio be-
nedictino, también la autodesposeída~hija de la nobleza será
sirvienta en un monasterio de benedictinas que, en caso
de persecución, le ofrece asilo eclesiástico. En el choque
violento con su familia a los pocos días, Clara se encuentra
tan sola como lo estuvo Francisco en el proceso ante el
obispo. Los hermanos no se dejan ver. La experiencia de
Francisco -«nadie me mostró lo que debía hacer» (Test 14)
-tan'lbién la vivió la joven de dieciocho años. El Altísimo
le mostraría el canlino, así como se lo mostró a los prüneros
hermanos. Con todo, los hermanos pern'lanecieron en
contacto con Clara. Francisco, Felipe Longo y Bernardo
de Quintaval la acompañan algunos días después -pasan-
do por delante de Asís- hasta el lugar en el que se encuen-
tran las hern1anas de Santo Ángel de Panzo.
Como después del violento choque en San Pablo de las
Abadesas siempre contaría con la oposición de la fan'lilia,
tiene que precaverse ante nuevos, posibles y abusivos ata-
ques. Los hermanos seguirán acompañando a Clara. Con
su conocimiento de la situación, la ayudan a seguir sus
pasos. Por primera vez va a emprender su propio camino
con una comunidad innovadora de mujeres al pie del
monte Subasio, fuera de las murallas. Cuando su hermana
n'lenor, Catalina, se suma a Clara, su fanillia reacciona más
violentamente aún. Tampoco entonces están presentes los
hermanos. ¿Es impotencia lo que, al parecer, obliga a Fran-
cisco a mantenerse distanciado durante las dramáticas se-
manas de búsqueda de Clara? Tomás de Celano deja tras-
lucir otro motivo: el respeto a la vocación personal de
Clara. Esta vocación debe esclarecerse desde su experiencia
más íntima y originaria de Dios: <<El Altísimo mismo>> le ha
-47-
Tabla de santa Clara. Cuarta escena
Perseguida y en peligro.
A finales de marzo, Clara es buscada
por hombres de su linaje
y encontrada entre las hermanas de San Pablo.
-50-
3.
INÉS DE Asís
En los relatos escritos o cinematográficos sobre los dos
grandes santos de Asís se conjetura cómo pudo haber ayu-
dado Francisco a Clara en aquel dramático tiempo pascual
del año 1211. Pero casi nadie pregunta qué papel pudie-
ron haber desempeñado sus confidentes fe1neninas. Éstas
se hallan presentes en casi todas las exposiciones -primero
como compañeras del hogar, después con1o hermanas-,
pero se las trata más o menos como comparsas.¿Qué pasó
entre sus amigas en los días anteriores y posteriores a la
noche de la fuga? ¿Cómo vivieron el episodio? ¿Lo res-
paldaron?
Se sosperha que la decisión de Clara de evadirse aquel
Domingo de Ramos no estuvo necesariamente arropa-
da por el consentimiento de las demás. ¿Por qué Clara
huye sola y busca su propio camino sin sus interlocutoras?
¿Dónde estaban en aquel momento? Bona de Guelfuccio,
su confidente y la primera cómplice activa de Clara, no está
cerca de ella. Más arriba presumimos que no debía de estar
totalmente de acuerdo (todavía) con la fuga de Clara.
¿Consideraba la escapada demasiado arriesgada y los planes
inmaduros? Es posible que Clara la hubiese alejado con
subterfugio de una peregrinación, para no verse cuestio-
nada por sus críticas.Tampoco está claro en qué mo1nento
Pacífica de Guelfuccio, hermana de Bona, se adhiere a
Clara. En las fuentes es la tercera n1_ujer que ingresa en este
movinuento, antes de que el grupo se traslade a San Da-
-51-
Pero ¿por qué no pern1.anecen an1bas hermanas y Pa-
cífica en la comunidad de Santo Ángel, después de haber
hallado en el bosque tanta felicidad y arnor? ¿Qué papel
desempeña el convento de Santo Ángel de Panzo en su
historia? ¿Fue este lugar sólo un bastidor en el últin1.o acto
del drama de la fuga de ambas hermanas? Muchos recelan,
apelando a una especulación negativa, que Clara e Inés tu-
vieron que distanciarse de esas damas por una razón dis-
tinta de la que las separó de las benedictinas, porque allí sí
había verdadera pobreza. Pero ¿cómo influyeron en Clara,
Inés y Pacífica? En todo caso, se encuentran aquí, por pri-
mera vez, con mujeres que avistaron en común una nueva
aurora espiritual. Las fuentes localizan la comunidad a tres
kilómetros al suroeste de Asís. En ningún caso funcionaba
con1..o monasterio, señal evidente de que mantenía una es-
tructura abierta. Sólo se cita allí una iglesia rural. Probable-
mente se trataba de mujeres penitentes, una de esas comu-
nidades, dificiles de interpretar, que surgen en nurnerosos
puntos, como la que pronto se establecerá en San Damián.
Pero, entonces, volven1.os a preguntar: ¿por qué Clara, Inés
y Pacífica no encuentran ahí su nuevo hogar?
Desde Santo Ángel de Panzo no se divisa la ciudad de
Asís. Desde allí no hay ninguna relación con la ciudad,
el mundo que Clara conoce. ¿In1plicaba este apartanliento
del mundo falta de solidaridad con él? Para Clara la vincu-
lación con su ciudad natal fue esencial durante toda su vida.
Seamos <<espejo y ejemplo}> para el mundo, escribe en
su Testamento, y con eso muestra que no quería aislarse.Y
cuando Asís se _ve a1nenazada por soldados mercenarios,
considera apropiado socorrer a la ciudad. Probablemente,
la vocación que sentían las tres primeras hermanas tenía
matices diferentes de la de las penitentes del Santo Ángel,
pero la diferencia no debía radicar en el concepto de la
pobreza.
Es posible que el impulso de esa vocación fuera tan
fuerte que efectivamente necesitara un lugar distinto para
-54-
desarrollarse. La llegada de dos hennanas que profesan las
mismas ideas y que buscan su carnino con la misma radi-
calidad, junto con el recuerdo de los coloquios íntimos en
las dependencias señorial~s de Asís y Perusa, aviva la espe-
ranza de tener m_ás compañeras.¿Clara e Inés lo vislumbra-
ban ya o quizá Inés llegó con la noticia de que no iban a
estar las dos solas? ¿No se vieron a sí nlismas con1.o una car-
ga demasiado pesada, física y espiritualmente, para las pe-
nitentes del bosque? Con esta esperanza que las llenaba de
alegría, Clara e Inés dieron nuevos pasos fuera de la exis-
tente comunidad acogedora.
Sugerencias para el momento actual
Hay momentos en los que no puedo desentenderme de
tomar una decisión sobre nli vida: o rechazo nli voz inte-
rior o la obedezco. Clara se distanció de las usuales cir-
cunstancias sociales y afrontó el desafío de la soledad.
¿Tengo yo el valor de emprender mi propio canlino?
Para recorrer el carnino que conduce a la plenitud,
tengo que desprehderme de muchas cosas que me dan se-
guridad en la vida cotidiana. ¿De qué me tengo que liberar
para conseguir sentirme libre?
Los obstáculos no deben detenernos ni desviarnos. Esas
resistencias son la oportunidad de 1nedir nuestras fuerzas y
aclarar los motivos por los que se ha elegido precisamente
ese camino. Las contrariedades, los problemas, nos invitan
a esperar todo de Dios y, al nlisn1..o tiempo, a poner nuestro
mayor empeño. ¿Cómo me las arreglo con las dificultades?
Claridad sobre el camino y actitud resuelta de reco-
rrerlo no siempre son suficientes. Clara advierte que se ne-
cesitan aliados. Ta1nbién en mi vida compañeros y aliadas
me alentaron o estuvieron a mi lado en los momentos de-
cisivos: seres humanos que me pusieron a las puertas de un
nuevo país y a quienes debo mis mejores pasos.
-55-
1.
UNA COMUNIDAD INNOVADORA
La primera mujer, por tanto, que se adhiere a Clara es Inés,
su hermana menor. En un principio, hasta cierto punto,
San Damián es una fundación familiar. Una ojeada sobre
las demás compañeras confirma esta impresión. La tercera
mujer que acompaña a las dos hermanas a San Damián es
Pacífica de Guelfuccio, que había convivido con ellas en
una casa vecina y era pariente lejana. Pacífica cuenta que
fueron muy amigas y confidentes en sus años de convi-
vencia. Después llegarán a San Damián otras mujeres a las
que Clara ya conocía: familiares como su madre, su her-
mana más pequeña, dos hijas de un primo, y amigas y com-
pañeras de juventud. Esta intimidad confiere a la nueva co-
munidad un carácter familiar y, a medida que pasa el
tiempo, la estimula a abrirse a otras mujeres. Pero estas mu-
jeres no sólo ingresan por sus vínculos familiares con Clara.
Pacífica, por ejemplo, ya había compartido largas peregri-
naciones, antes incluso del nacimiento de Clara. Ambas
mujeres, que ya se conocían bien, llegan a ser hermanas en
San Damián.
Pacífica, pariente lejana y la tercera en incorporarse,
tiene su propio criterio. Si analizamos sus declaraciones en
el proceso, observamos que su crónica es muy precisa, ya
que afirma que <<había entrado en religión junto con Clara,
y que casi noche y día, la mayor parte del tiempo, la servía»
(PCl 1,3). En el Testamento, Clara recuerda que, una cum
paucis sororibus, entró en la fraternidad de Francisco me-
-59-
traña, por tanto, que bajo el epígrafe de <<nlilagro>> del cues-
tionario del Tribunal aparezca una antigua anécdota.
Bienvenida de Perusa todavía vive cuando se desarrolla
el proceso de canonización y es interrogada como segundo
testigo. En su declaración hay algo que deben1.os observar
con atención. Es una época sin calendarios ni agendas.
Cuando se pregunta por una fecha, la mayoría de los tes-
tigos responde citando una época del año o la fiesta de al-
gún santo. Sin embargo, Bienvenida, después de más de
cuarenta años, conserva nítidamente en su memoria la
sucesión cronológica desde el comienzo. En dos ocasio-
nes refiere que ingresó en San Damián el mismo año que
Clara: Clara, el lunes de Semana Santa; ella, en el mes de
septiembre. Repite esta declaración cuando se le pregunta
formalmente por qué lo sabía. Responde:
[porque] había oído hablar de ella [Clara] antes de entrar en
religión, y que vivió con ella en la misma casa. Y desde que
entró en religión, había permanecido con ella hasta su
muerte, durante unos cuarenta y dos años, menos el tiempo
dicho antes, desde el lunes santo hasta septiembre (PCl, 2,2).
No es sólo, por tanto, la cronología lo que Bienvenida con-
serva en su memoria, sino la génesis de la comunidad, que
ve con nitidez ante sus ojos. Sabe con exactitud cuándo
comenzó todo, aunque ella no estuviera allí. Se presume
que Bienvenida lo sabe bien y que fue muy pronto infor-
mada. Antes de que ella llegara en septiembre a San Da-
mián y destruyera los vínculos con su pasada existencia, ya
tenía conocimiento de que Clara, Inés y Pacífica se habían
refugiado allí y estaban dispuestas a recibir a más hermanas.
Tiene que haber habido una serie de relaciones entre Asís
y Perusa que no se rompieron después del destierro de
Clara ni, sobre todo, después de su conversión.
Pacífica menciona además, entre estas hermanas, a Bal-
bina, que había sido abadesa enVallegloria, junto a Spello.
-62-
Pero ya había fallecido. De esta Balbina (en el Proceso hay
otras dos con el n1.is1no nombre) no sabemos nada. Ahora
bien, el nombre de esta comunidad de Vallegloria asoma
entre las primeras hern1.anas con asombrosa frecuencia.
Balbina permaneció allí hasta su muerte, probablemente
unos trece años; Pacífica, un año; y la hermana sucesora de
Clara en el cargo de abadesa en San Damián, sor Benita,
asumió después de la muerte de Balbina la dirección de la
comunidad de Spello durante varios años. Hay un inter-
cambio personal intenso entre la cercanaVallegloria y San
Damián.
Después de la muerte de Francisco -anticipándonos un
poco-, hacia 1227 se observa en San Damián una especie
de expansión eufórica. Balbina es destinada a Vallegloria,
Benita es nombrada abadesa de Siena el mismo año, e Inés,
cuya carta de despedida a Clara se conserva, es enviada,
probablemente a fines de 1228 o de 1229, a Monteluce de
Perusa. A los dieciséis años de la fundación de San Damián,
sus hermanas se alían en comunidades de la misma inspi-
ración en Umbría y toman la responsabilidad de una red
femenina en el movinuento nunorítico. Esta expansión de
las primeras, y ya experimentadas, hern'lanas debe inter-
pretarse como una nueva fase de la reciente co1nunidad.
Independientes y sabedoras de su valía, con una importante
reserva de personal, las hermanas de San Damián pueden
ápreciar dónde puede encajar, dentro del contorno, su
ejemplo, a fin de que la nueva vocación pueda contagiar a
otras. ¿No pregona Clara en su Testamento: <<Seamos espejo
y ejemplo para sus hijas y, al tiempo que para ellas, para
todo el mundo»? (TestCl 19-20).
Aunque San Damián haya comenzado como un pro-
yecto familiar, las hermanas mostrarán pronto que están
en condiciones de escudriñar el mundo que las rodea y
que, con el 1nayor sentido de responsabilidad, tienen un
vivo y premeditado interés en que su vocación se vaya ex-
pandiendo. Lo confirma la observación sobre las hermanas
-63-
«hermanas» en sentido canónico, de «monasterio» o de
vida propian'lente claustral.
Que San Dan'lián pertenece a un fecundo movimiento
franciscano de hermanas se deduce de la carta que Jacobo
de Vitry escribe a Flandes en el otoño de 1216. Esta cró-
nica de su viaje habla de varias comunidades de mujeres en
el ámbito ideológico de los <<frailes menores>>, que el pre-
lado francés denonüna <<hermanas menores». Cuenta que
viven «en hospicios cerca de las ciudades», pero que no pa-
recen desarrollar, en contraposición a los hermanos, nin-
guna dinámica itinerante. El hecho de que estas «hermanas
renuncian a toda propiedad» y, como los hermanos, «nada
aceptan sino que viven del trabajo de sus manos», los dis-
tingue de los monasterios clásicos, que tienen propiedades
y pueden sobrevivir sin obligar a las monjas a trabajos
serviles. Por otra parte, se distinguen de las nuevas formas
de vida de los beguinos y humillados, que trabajan con sus
propias manos pero aceptan donaciones importantes y tie-
nen propiedades. Como el papa Inocencio III, Jacobo de
Vitry elude el término sin duda inadecuado de monasterio.
Entiende que se topa con una «nueva realidad» de mujeres,
que conscientemente quieren vivir en albergues u hospi-
cios. Hospítia de carácter religioso existían entonces entre
los hu1nillados y los valdenses, y tuvieron una importante
significación social como centros de fraternidad y hospi-
talidad. Por lo que se ve, estas hermanas que se asientan en
la proximidad de algunas ciudades llevan comunitaria-
mente una vida de «peregrinas>> (RC18,2) en casas peque-
ñas, pobres y acogedoras que recuerdan más a hospicios
que a monasterios.
Las recientes excavaciones arqueológicas arrojan una
nueva luz sobre San Damián. La reconstrucción de la igle-
sia de 1211 revela un albergue u hospicio muy especial.
Según la primera hipótesis, la iglesita actual estaba origina-
riamente dividida por un muro de separación: un espacio
penumbroso con bóveda de cañón, entrada de aire y tube-
-66-
rías de agua (la actual nave de la iglesia), y, al lado, una pe-
queña iglesia de poca altura (el actual presbiterio). El com-
plejo fue completado con la vivienda del sacerdote que
ahí prestaba servicios y que, a su vez, había ingresado en la
fraternidad de Francisco.
Marina Righetti Tosti-Croce, autora de esta primera
hipótesis, supone la existencia de un viejo albergue en un
espacio cuadrangular que en esa época o quizá en otra an-
terior fue utilizado de lazareto. En favor de su tesis presenta
algunos indicios: la arquitectura disponía de ventilación y
conducción de agua. A esto se añade que la experiencia
de Francisco en 1206 en San Damián se halla estrecha-
mente relacionada con la atención de leprosos. El histo-
riador Arnaldo Fortín localiza una leprosería en el ámbito
de Rivotorto, sin indicación de referencias locales, pero
que podría corresponder a San Damián. Giovanni Boccali
observó hace años que San Damián poseía Inanantiales de
aguas termales y que en la Antigüedad había sido un lugar
de culto de una divinidad sanadora. Convertida al cristia-
nismo, la ciudad de Asís no prohibió las peregrinaciones a
este lugar cargado de historia, sino que lo dedicó a los san-
tos médicos Danüán y Cosme, dándole así un nuevo sen-
tido. Incluso en la Edad Media había funcionado allí un
albergue que recogía enfermos y necesitados de muchos
kilómetros a la redonda. Si es cierto que Clara se hospedó
con sus compañeras en un albergue, cualquiera que fuese
el destino que se le diera, podríamos pensar que se decidió
por una vida sedentaria pero abierta. Autores como Paul
Sabatier y los directores de cine Franco Zeffirelli y Liliana
Cavani recibirían un nuevo respaldo en su sospecha de que
las primeras compañeras de Clara se dedicaban al servicio
de los leprosos, aunque no dejaría de ser una hipótesis. La
historiadora milanesa Maria Pia Alberzoni ha demostrado,
con el ejemplo deVerona, que estas primitivas comunida-
des de hermanas presentan muy pronto rasgos caritativos
y pueden haber surgido en relación con hospitales o lepro-
-67-
dos dimensiones vitales en la primera etapa: efectivan1.ente,
Clara permite que el compañero de Francisco, enfermo
mental, duerma en su estancia personal de oración (el ora-
torio). Este testimonio es signo de hospitalidad y acceso
abierto a las dependencias interiores. Bienvenida vivía en
aquel tiempo «retirada», lo que supone un claustro protegido
dentro del ámbito de la construcción (PCl 2,15. Véase Regla
para los Eremitorios). Lo que se busca en San Damián, con
toda evidencia, es una vida sedentaria contemplativa y, al
mismo tiempo, social-caritativa, pero cerca de la ciudad.
En su Testamento, Clara inserta un testimonio peculiar
sobre el núcleo espiritual de la incipiente comunidad.
Después de haber mantenido su programa de vida durante
años, de haber defendido la comunidad y de conseguir
que se aprobara, la fundadora ve en esta forma vivendi re-
sumida su vocación. Francisco debe de haber redactado,
en 1212-1214, esta Forma de vida, expresando la vocación
de las hermanas en una sola frase. Hasta 1214, él es con-
siderado el auténtico responsable de la comunidad. En
realidad, sin embargo, la facultad «de recibir a las personas
en la obediencia» significa en la fraternitas primitiva inte-
grarlas totalmente en su propio movimiento. Clara ad-
vierte repetidas veces que ella <<ha prometido obediencia
a Francisco>>. Desde el momento en que su Regla dispone
que sus sucesoras -que canónicamente son abadesas-
deben prometer obediencia a los sucesores de Francis-
co, deja traslucir la visión franciscana de la obediencia. Ésta
no pretende una subordinación canónica. La promesa
hace que hombres y mujeres se conviertan en hennanos
capaces de «manifestar sus necesidades sin reparo» y de
servirse de una mística que desafía la comparación con
una madre (Rb, 6,7-9).
Si se confronta forma y contenido de aquel programa
comunitario con el que redactará, años después, el cardenal
Hugolino para comunidades de mujeres, se aprecia que la
función directora del poverello sobre sus hermanas es rela-
-70-
tiva. El cardenal se dirige en tanto que legislador, padre y
superior a sus «amadas hijas en Cristo».Ve en ellas frágiles
criaturas que deben ser custodiadas ante los peligros del
mundo. Carga con la responsabilidad de conducirlas al
recto camino y de preservarlas de los descarríos. Para ello
Hugolino dicta medidas de protección que a las lectoras
actuales se les han de antojar, inevitablemente, un régimen
carcelario. Otro tono muy distinto presenta laforma vivendi
ideada por Francisco. Mientras el grandilocuente cardenal
establece, «con toda brevedad», catorce capítulos con pres-
cripciones, el poverello se limita a una sola frase. Mientras_ el
cardenal se desvive con paternal solicitud por sus hijas
necesitadas de protección, Francisco pro1nete a sus herma-
nas cariñoso desvelo y apoyo incondicional, lo nusmo que
a sus hern1.anos. Mientras el prelado instruye a damas sin
experiencia, Francisco describe la vida autónon1.a de
discípulas de Cristo. En realidad, se desvanece totaln1.ente
su <<yo» ante el <<vosotras», y el Señor es el único que define
la vida de esta comunidad:
Ya que por inspiración divina os hicisteis hijas y siervas del al-
tísimo Rey y sumo Padre celestial, y os desposasteis con el Espí-
ritu Santo, eligiendo vivir según la perfección del santo Evan-
gelio, con1o los apóstoles (que lo dejaron todo y siguieron a
Jesús),[...] quiero y prometo tener siempre, por mí mismo y
por mis hermanos, un cuidado amoroso y una solicitud es-
pecial de vosotras como de ellos (RCl, 6,3-4).
Este texto lo entendió Clara como síntesis feliz de su
forma de vida. Por eso debemos profundizar minuciosa-
mente en este texto clave de San Damián. Ante todo hay
que destacar el respeto con que un hombre escribe sobre
una elección de vida estructurada para mujeres.
Con la misma reverencia que manifiesta Francisco en
su carta al hermano León, respeta también la relación ori-
ginaria personal de las hermanas con Dios. Nadie debe
-71-
Amadas
Espíritu santo
Esposo
¡:rno Padre
auténtico
Señor)
Hijas
Hermanas
Hermanas
Discípulas
Compaiieras
Cristo
Maestro (con
el Evangelio)
(de los hermmws 1 humanidad)
Hermanos
Apoyo fraterno
La promesa de pern'lanecer <<conectados» con las herrnanas,
tanto él como sus hennanos, ocupándose de ellas «siernpre
con un cuidado amoroso», imprimen en San Damián co-
lores fraternos. Consta que en el verano de 1212 se halla
presente el hermano Bentevenga con las cinco hennanas.
Vive allí en el servicio de éstas (PCl 1,5). Más tarde son
cuatro los que acon'lpañan a las hermanas en su vida coti-
diana. Construyen sus propias chozas de rnadera junto a la
iglesia, comparten la suerte de la comunidad de mujeres y
asumen determinadas tareas a su servicio. Además, muchos
hermanos pasan por San Damián, visitan la cruz que habló
a Francisco, cuentan sus andanzas y amplían el horizonte
de San Damián hasta los últimos confines de Europa.
Fiel a su origen histórico, obedeciendo a su inspiración,
y para no incurrir en descrédito, la comunidad de Clara se
decide por una vida sedentaria y renuncia a la itinerancia
evangélica. Sin ernbargo, queda a salvo la común vocación
de hern1anos y hermanas menores que viven la pobreza
radical uniendo soledad con solidaridad, retiro en el silen-
-74-
cio con apertura a la ciudad. La itinerancia de la vida evan-
gélica se expresa en San Damián interiorn'lente, en el ca-
ruino espiritual y místico. Clara se muestra en sus escritos
siempre carninando descalza y con un corazón ardiente en
pos de su Enarnorado. Los inforrnes de sus compañeras re-
flejan también la dimensión caritativa de San Danüán. Lo
mismo que los hermanos, las hermanas viven transidas de
un gran espíritu de solidaridad y abiertas a los menestero-
sos de la ciudad y del valle de Un'lbría.
-75-
char los aspectos positivos de una forma de vida retirada en
su nuevo camino? El problema de la clausura surge cuando
la Iglesia da otra definición de clausura y trata de itnpo-
nerla. Eso se puede apreciar ya un siglo antes, en el ejem-
plo de las n'lujeres Eloísa e Hildegarda de Bingen, y de los
hon'lbres Abelardo e Idung de Prüfening. Gisela Muschiol
detecta diferencias que podremos descubrir más tarde en
la divergente comprensión de la clausura entre Clara y Hu-
golino. Mientras las mujeres conciben una clausura prefe-
rentemente pasiva, idéntica para monjes y religiosas, los
hombres prescriben a los n'lonjes una clausura, en todo
caso, más suave, mientras que a las religiosas las recargan
con la mayor extensión 1complejidad posible. El riguroso
aislamiento debe asegurarse por una superposición de
clausuras que envuelve la totalidad de la vida cotidiana.
Abarca la conducta en la conversación y el silencio: tien'l-
pos perfectamente definidos para hablar y guardar silencio,
evitar ver y dejarse ver, separación de géneros, firme apar-
tamiento entre dentro y fuera. En los tipos de clausura de
los hombres se reducen las relaciones interhumanas a un
compartimiento aislado interior, donde la comunicación es
1nínirna. Las prescripciones de Hugolino sobre clausura
responden a esta doble estrategia.
Extraña que Clara, al contrario que Hugolino, no uti-
lice en sus escritos la noción de clausura. En su lugar usa
acepciones corno «dentro» o «en el monasterio». Sólo a
principios del siglo XIII adoptan significados distintos «mo-
nasterio>> y «clausura», que hasta entonces eran intercam-
biables. <<Clausura» es el espacio interior donde las herma-
nas tratan de vivir según el Evangelio. San Damián resulta
en esto un espacio en el que se despliegan múltiples rela-
ciones internas y externas. Esto indica la Tabla biográfica
en la basílica de Santa Clara: la abadía de San Pablo y la
ermita de Santo Ángel de Panzo aparecen sin ninguna re-
lación con la ciudad. Al fondo se ven edificios, sin puerta,
sólo con ventanas: lugares cerrados, apartados del mundo.
-78-
Las otras seis escenas de la tabla pintada que se desarrollan
en la capilla de la Porciúncula y en San Darnián represen-
tan reuniones de muchas personas y expresan una gran
vinculación con la ciudad. Porciúncula y San Damián
aparecen cercanos a la ciudad. Benedictinas y hermanas
de Santo Ángel, por el contrario, buscan el alejarniento del
mundo, una idea que no con'lparte Clara. Su comunidad se
ha ubicado intencionadamente a ochocientos n1etros de
las n1urallas de Asís.
Aquí se ha puesto de relieve que estas hermanas desa-
rrollan su vida evangélica con'lunitariarnente en la vecin-
dad de la ciudad, por lo tanto en conexión con la sociedad
terrena. La verdadera intención de la clausura vivida en
común en San Damián se puede presentir en el ejemplo
del espejo que Clara desarrolla en sus cartas y en su Testa-
mento. Más que en regulaciones externas y normas, la clau-
sura consiste en la comunicación comunitaria íntima de
las hermanas con Dios, en el ámbito interior de la vida
contemplativa, en el constante mirarse en el espejo que es
Cristo. Cuando Clara busca a Cristo en la soledad, no se
trata de una interioridad que detesta el <<siglo», que no per-
cibe a las otras religiosas ni alrnundo de más allá de la clau-
sura. El Testamento impulsa a las hermanas a ser espejo
y ejemplo unas para otras y para los demás hombres. Lo
vivido en la clausura está en relación con el mundo. «El
pequeño claustro contiene en sí un n'lundo sin fronteras»,
coinenta certeramente Marco Bartoli.
Para Clara el problerna no era la clausura en sí. No con-
tradecía su proyecto de vida. Clara se defendía sólo cuando
veía en peligro su autenticidad, y uno de esos peligros era
la política papal sobre las religiosas del movimiento paupe-
rístico. Ya Inocencio III desplegó una política monástica
que constreñía a todas las religiosas a una clausura estricta,
tuvieran carácter monástico o pertenecieran a comunida-
des de damas penitentes. Su plan no pudo llevarse a efecto,
pero su sucesor prosiguió con sus esfuerzos, hasta que el
-79-
ciones con los hombres y mujeres. ¿Tengo en mi vida es-
pacios protectores y tiempos en los que vivir y esclarecer
mis relaciones?
En contraposición a las monjas de San Pablo o a las pe-
nitentes de Santo Ángel, la comunidad de Clara busca la
proxirnidad de Asís: soledad y ciudad se enlazan en la vida
de las hennanas. La unión con Dios se traduce en amor al
prójimo. A San Damián llegan muchas personas en busca
de ayuda; las hermanas se prodigan en atenderlas, se preo-
cupan de sus penas y sus gozos.
¿Cómo conjugo yo la vida interior, los espacios interio-
res con el exterior? ¿Hasta qué punto me dejo interpelar
por los hombres y sus experiencias? ¿Cuál es la <<ciudad}> o
el ambiente .social donde estoy vinculado y con el que
tengo rnás obligaciones? ¿Cómo expreso mi solidaridad
con la sociedad en la que me encuentro?Y, al margen de
todo comprorniso, ¿no le vendría bien a mi vida distan-
cianüento y rn.irada crítica desde fuera de mi mundo social,
político y económico?
82-
Tabla de santa Clara:figura central
Clara, luz que irradia en la soledad.
La hermana sale libremente al encuentro
de visitantes y peregrinos.
-83-
1.
POLÍTICA ECLESIÁSTICA E INICIATIVAS NECESARIAS
La nueva comunidad no es ninguna isla familiar. San Da-
mián quiere ser un lugar abierto y lleno de vida en n1.edio
de la Iglesia. ¿Es posible?
Los años que transcurren entre 1216 y la 1nuerte de Fran-
cisco deben entenderse como años de consolidación de la
reciente comunidad femenina de San Damián. nún1ero de
hermanas se incrementaba, lenta pero constantemente, y ya
habían atinado a fijar su forma de vida. La forma de vida es
la expresión tangible de lo que aquellas damas entendían por
seguimiento de Cristo. Se podría pensar que se había alcan-
zado la tranquilidad y la paz en San Damián, que ya se habían
depuesto las controversias fanllliares. Eso se deduce de las
fuentes, y la supervivencia de la comunidad no permite con-
jeturar otra cosa. El reconocimiento cordial de Francisco
y sus hermanos, vivificado por una profunda comprensión y
simpatía, fue para las hermanas la base y la legitilnación de
su vida cotidiana.Y cuando se superaron las barreras y en-
contraron su lugar y sistema de vida, surgieron otras dificul-
tades. Éstas deben ser consideradas 1nás opresivas que las ene-
mistades procedentes de la clase alta o de la ciudad, ya que
los protagonistas de estos conflictos se sentían comprometi-
dos entre sí y especulaban sobre los misn1os valores.
Dos graves cuestiones sobre la identidad de San Da1nián
emergen en aquellos primeros años. Por un lado, la resolu-
ción del IV Concilio de Letrán, en noviembre de 1215,
según la cual las nuevas comunidades religiosas sólo podían
-87-
para dirigir sólidas adnlinistraciones don'lésticas ¿O pensaba
que, en vista de la estructura fan1iliar e íntin1a, y el corto
número de hermanas, eran adecuados tratanlientos más hu-
nllldes y ajustados a la igualdad de derechos? Piénsese que
en aquella época se certifica nominalmente la existencia
de siete o, cuando más, ocho hermanas en San Damián ¿Se
trata, por tanto, de que no quiere asunlir ninguna función
directiva, o de que básicamente no considera todavía opor-
tuno que esas estructuras se establezcan en su comunidad?
¿O hay que rastrear una tercera razón, que nos llevaría a un
gesto de hunlildad? ¿No sospecharía Clara que, si ella asu-
mía la dirección de San Danlián, su comunidad ascendería
de nivel, adquiriría poder y de esa manera incurriría en el
peligro de tener que salirse de la fraternítas (es decir, de la
federación fraterna de hermanos y hermanas)? ¿O presen-
tiría -debido a sus experiencias con el carisma benedictino
y las radicalizaciones canónicas- que, con la aceptación ofi-
cial de la responsabilidad suprerna, se imponen irreversi-
blemente las formas tradicionales n1onásticas? Aún es po-
sible una cuarta razón. De la declaración de Pacífica queda
claro que se pronuncia sobre un acto específico:
Dijo también esta testigo que, a los tres años de su vida en re-
ligión, la dicha madonna Clara, a ruegos e instancias de san
Francisco, que casi la obligó, aceptó el gobierno de las her-
manas. Preguntada cómo sabía eso, respondió que ella había
estado presente (PCl 1,6).
A Francisco le _encantaba poner en juego impresionantes
escenificaciones simbólicas. Permitía, de ese modo, que se
pudiera exteriorizar el giro producido en las estructuras
de la pequeña comunidad a las puertas de Asís. Desde en-
tonces hay oficialmente una responsable que, potencial-
mente al menos, pertenece a la esfera de la directiva ecle-
siástica. Precisamente por eso Clara se resigna a ese cambio
en el entramado jurídico, para obtener el reconocimiento
-90-
de la Iglesia y proteger así la identidad de su comunidad.
Como reacción al Concilio, Clara se perfila ostensible-
mente, a los pocos años de su espectacular huida, por se-
gunda vez, como una personalidad en condiciones de lu-
char por la fórmula institucional de su propio carisma y
de asumir altas responsabilidades. Esta observación debilita
el argumento de la inexperiencia. En su Testamento, Clara
certifica que ya en los primeros años obtuvo de Inocen-
cia III un sorprendente privilegio de credencial que con-
firma el perfil de San Damián: el <<Privilegio de la santa
pobreza». Reclama la autorización suprema de la Igle-
sia para esgrimir el privilegio de no verse obligada nun-
ca a aceptar un privilegio. Clara exige con ello que la
pobr~za vivida comunitariamente sea reconocida como
expresión de la vida evangélica y carisrna femenino.
De hecho, muchas comunidades intentaron, sirviéndose
de privilegios que otorgaban con frecuencia ventajas eco-
nómicas y propiedades, garantizar una firme seguridad
dentro de la Iglesia. Ahora bien, si la obtención de este Pri-
vilegio de pobreza no se produce siendo Clara abadesa,
debemos arrojar sobre el hecho una nueva luz. No se trata
solamente de un intento defensivo -protegerse contra un
influjo monástico después del Concilio-, sino que la ini-
ciativa debe interpretarse como un acto cargado de futuro.
SanDalTiián logra hacerse reconocer en su identidad irre-
nunciable sin verse afectado por las reformas canónicas. El
problema de la aceptación del título de abadesa incide con
mayor nitidez en el contexto de la política eclesiástica de
Gregario IX. Es en ese pontificado cuando se le aplica a
Clara, por primera vez, el título de abadesa.
La incomprensión de este papa fue lo que mantuvo ;:t
Clara en tensión, durante muchos años. Esta actitud, no
carente de buena voluntad, pero de consecuencias funes-
tas, colTIÍenza a manifestarse en los años 1218-1219. Esto
ocurre con las Constituciones (en realidad, una nueva
Regla monástica) que Gregorio, entonces Hugolino, car-
-91-
tro. . . a fin de abrazar a vuestro Esposo con un an'lor inco-
rruptible (Deus Pater qui vos, 1-4).
En esta concepción de la vida religiosa femenina el sujeto
activo es exclusivamente Dios. Pero no en el sentido de que
inspire a las damas una acción propia y decisiones transpa-
rentes, sino en que les arrebata aquellos rasgos esenciales
que Francisco había intuido en la vigorosa respuesta voca-
cional de las hermanas. En la carta papal, Dios las <<adopta»
bondadosamente como hijas, nada se dice de que ellas mis-
mas <<se conviertan» en hijas de Dios. Las damas aparecen
activas sólo en cuanto que se consagran como siervas del
Señor. En la Forma de vida de Francisco se dan rasgos dis-
tintos. Aquí, las hermanas son hijas del Padre celestial y sier-
vas del Supremo rey. Según el pontífice, no deben confiarse
autónomamente al Espíritu Santo como consortes y esposas,
sino que, por la acción del Espíritu Santo, deben ser despo-
sadas con Jesucristo. En realidad se retocan todas las imáge-
nes. Las hermanas deben encarnar la acreditada opción de
esposas de Cristo y no deben considerarse esposas del Es-
píritu o discípulas resueltas a seguir al Señor.
En esta carta, y ésta es su quintaesencia, acontece expre-
samente la inspiración divina. En el texto latino las alusio-
nes son evidentes. Pero la totalidad del proceso no implica
la inspiración divina, sino una particularidad muy especí-
fica: <<Para este fin>>, es decir, para que pueda consumarse la
adjudicación de opciones prefijadas por el papa.Y para su
concepto de vida contemplativa, de inspiración cisterciense
y no franciscana, se requiere la estricta clausura y el aisla-
miento del mundo.
Con esto esclarece inequívocamente el papa Gregorio
cómo quiere que se entiendan las comunidades de damas
pobres, bien porque lo ha pretendido expresamente, distan-
ciándose de laforma vivendi, bien porque las referencias son
casuales. Entiende a las hermanas como una pléyade de
hijas a él encomendadas que, aceptando su propuesta, se
-94-
preparan con docilidad, suave y ocultamente, allnatrimo-
nio espiritual con Dios. A la fecundidad de la vida evangé-
lica en este mundo, de la que Clara habla en sus cartas a
Inés (véase 3CtaCl 24-25), y que Clara quiere vivir, con1o
se rnuestra vigorosamente en su denodada lucha por una
regla para su orden, no se hace ninguna mención. Clara
no se va a sentir identificada, como tampoco sus hern1anas,
como veremos, con esas propuestas del papa, y tampoco
va a actuar contra el pontífice.
Documento de archivo: el Privilegio de la Pobreza
<<El Privilegio de la altísima Pobreza>>
En verano de 1228 el papa Gregorio IX visita San
Damián e incurre en conflicto con Clara. Original del
Privilegio de la Pobreza del 17 de septiembre de 1228.
-95-
ficción jurídica. Según esto, si San Damián deseara ha-
cer reconocer su Fonna de vida especial, a la que se adhie-
ren otras co1nunidades, a partir de 1216 serían necesarias
astucias legales. Según estos autores, para Francisco eso
no supondría ningún problema. En cambio, su hermana
Clara, de concepciones 1nás radicales, no hubiera podido
separar derecho y espíritu, exterioridad jurídica y vida in-
terior. Tomás de Celano es el único que informa sobre el
conflicto en torno al título de abadesa. El biógrafo lo fecha
en el cuarto año de San Damián, lo cual es política1nente
impensable y además una mala interpretación del testimo-
nio de sor Pacífica (VidaCl 12). Es dudoso, teniendo en
cuenta la problemática situación de las fuentes, que Fran-
cisco instigase realn1ente a Clara a una aceptación pura-
mente fonnal de la Regla benedictina. De todos modos,
antes de 1228 no se envían documentos eclesiásticos a San
Damián, que se dirijan a una abadesa.
Sí es evidente que Francisco motiva a Clara, al tercer
año y contra su voluntad, a la responsabilidad de dirigir la
joven comunidad. A diferencia de las religiosas de Santo
Domingo, el grupo de conventos ligados a San Damián se
desarrolla con autónoma responsabilidad. Ni capellanes fra-
ternos ni prelados de ninguna especie deben inmiscuirse
entre Dios y las hermanas. Ellas son hijas del Padre, com-
pañeras del Espíritu y discípulas de Cristo. Esto encaja con
la forma vivendi en que se desenvuelven los hermanos
menores destinados al servicio de las hermanas. En San
Damián, los frailes están sometidos a la autoridad de Clara.
Seguramente, fue decisión de Clara custodiar la voca-
ción original a la vida evangélica con un Privilegio de po-
breza. Así con1o Francisco había tenido éxito con el papa
siete años antes, Clara esperaba también que Inocencio
escuchase y le concediese comprensión, aliento y recono-
cimiento. Apenas es concebible que Clara se trasladase sola
a Perusa, como imaginan Paul Sabatier, David Flood y
Anton Rotzetter.Jacobo de Vitry pudo constatar en Perusa,
-98-
en ese núsn'lo verano, evidentes simpatías de «cardenales y
del papa» por <<los hermanos y hermanas menores». El cro-
nistaTomás de Eccleston certifica la presencia del poverello en
Perusa en ese 1nomento, quien incluso compartirá el dolor
por la muerte de Inocencia III. Para granjearse un éxito di-
plon1ático en la obtención de un privilegio tan insólito
como el de la pobreza, se necesita la interacción de todas las
fuerzas: iniciativa de Clara, relaciones del obispo Guido con
la curia y, quizá, la amistad de Francisco con el papa.
El segundo conflicto serio emerge, según las fuentes,
cuando el poverello trata de disuadir a Clara de sus rigurosas
fórmulas de ayuno. Algunas compañeras acuden angus-
tiadas a pedir auxilio a Francisco cuando ellas solas no
pueden conseguir nada. A Francisco le toca movilizar al
obispo Guido. No está claro cuándo sucede la interven-
ción: hasta 1228, San Damián pertenece a la jurisdicción
del obispo de Asís. Pero tanto el hermano como el obis-
po local se ven apremiados a intervenir, motivados por
una seria preocupación por la salud de Clara, que en 1224
enferma gravemente y es obligada a cuidarse con mayor
atención. Lo que sí se puede fechar con seguridad crono-
lógica es otro testin'lonio de la sensibilidad de Francisco.
Su exhortación cantada a San Damián, el Audite, poverelle,
invita a las hermanas, con ocasión de una estancia prolon-
gada en el lugar, a preocuparse profundamente por sí mis-
mas. Pero a diferencia de lo que ocurre en esta composi-
ción de la primavera de 1225, el poverello ya no duda, en
su intervención sobre el ayuno, en coartar la libertad
espiritual de Clara con la ayuda del obispo. Con ello se
entromete, afectando la Forma de vida escrita por Clara
dentro del diseño específico de su seguimiento de Cristo.
Esta intromisión nos remite a su «preocupación y amor»
fraterno-maternos. Como trasfondo, hay que recordar su
dolorosa experiencia: se había dado cuenta demasiado
tarde de la peligrosidad de su ascesis, que no podía ser
agradable a Dios ni ser verdaderamente liberadora.
-99-
3.
LA IDEA DE VIDA EN COMÚN DE CLARA
Como ya hemos indicado, a Clara la caracteriza cualquier
cosa menos un estilo señorial, reflejo de la estructura de la
dominación feudal, indiscutible, por ejemplo, en Hildegarda
de Bingen. Sobre có1no concibe la dirección en la fase ini-
cial de su comunidad podemos extraer conclusiones de dos
fuentes: por un lado, de su Regla, con1.o síntesis de su ex-
periencia de vida; por otro, de las declaraciones de las tes-
tigos del proceso de canonización. La idea que Clara tenía
sobre la dirección se parece a la de Francisco. En la cuarta
Admonición, el hermano denomina la función de dirigir
como <<oficio de lavatorio de los pies». Las declaraciones de
las hermanas en el proceso describen exactamente esta ima-
gen: Clara lava los pies a las hermanas, literalmente y en
un sentido superior. N o se trata de una actitud ascética o
de un ejercicio que se realiza para la propia humillación,
sino que es expresión de su amor a las hermanas. Es un
aprecio elevado, ante el que se inclina y con el que se sabe
en el camino de la vida evangélica. Las cree capaces de
fuerza y alegría en las iniciativas, y está convencida de su
mayoría de edad. Lo contrario del criterio que manifiesta
Hugolino. A diferencia de éste, Clara considera a las herma-
nas capacitadas y con criterio, por ejemplo, para saber si una
abadesa favorece o peljudica a la comunidad. Clara aplica la
correspondiente expresión de la Regla bulada de Francisco,
cuya capacidad de discernimiento, reservada a los ministros
y provinciales, an1plía a todo el círculo de hermanas.
-103-
temente, otras veces con nada, sino que Clara instituciona-
lizó la pobreza con el ayuno>>. En las pocas indicaciones
que Clara da en su Regla sobre el ayuno manifiesta, una
vez más, su respeto fundamental a la responsabilidad de
cada hermana. Su atención se vuelca, sobre todo, en los
débiles y enfermos, para los que establece excepciones.
Clara y sus hermanas vivían de lo que mendigaban, es
decir, no podían elegir la comida.
De ahí surgió la controversia sobre las disposiciones
para la forma de ayunar que Gregario IX impuso en su
preconcebida Orden de hermanas. ¿Cómo iban a poder
conseguir las hermanas tales víveres especiales de áyuno en
los días en que estaban prescritos, si vivían de lo que las
gentes compartían con ellas?
El talento de Clara de concebir y armonizar dirección
e iniciativa la in1pulsa a seguir prestando atención a Fran-
cisco y a los dignatarios eclesiásticos, pero sobre todo
escuchando la voz del Evangelio. Y para asegurarse la
imitación de la vida evangélica, siguiendo las huellas de
Jesús pobre, no elude los conflictos con esas destacadas
personas.
Sugerencias para el momento actual
Las relaciones entre Clara y Francisco conocen aproxima-
ciones y distanciamientos, obligaciones y crisis. Ambos
arriesgan controversias y las mantienen. ¿Cómo afronto
yo los conflictos- con otras personas? ¿Los esquivo? ¿Me
impongo a ellas? ¿Cedo bondadosamente o con displi-
cencia?
Francisco encuentra en San Damián un espacio íntimo
en el que descubre su debilidad. ¿Encuentro en mi vida
hombres y mujeres capaces de alentarme en los días acia-
gos, que soportan mis crisis internas y conocen mi lado
más débil?
-106-
En cuanto conviven varios seres humanos, se desarro-
llan estructuras. ¿En qué estructuras 1ne toca vivir? ¿Me
favorecen o me peljudican?
Clara pretende que sus hennanas crezcan hasta que, al
llegar a la mayoría de edad, sean n1ujeres capaces de asumir
su propia dirección en la vida. ¿Cómo me va a nú en la di-
rección de mi personalidad?
-107-
1.
«NO SIGAS SU CONSEJO.>>
CLARA Y GREGORIO IX
La intuición interna de una opción carisn'lática fundacio-
nal, encarnada en una práctica, se diferencia de la urdin'lbre
exterior de una teoría abstracta también en la vida con-
templativa de las monjas de clausura. Esto lo vivieron, cien
años antes, Eloísa e Hildegarda de Bingen en sus programas
de vida.Y esto lo recogieron posteriormente Clara y otras
tnujeres.Abreviando, se podría formular, con cierta provo-
cación: allí donde ha habido mujeres comprometidas que
intensificaron su vida en plena libertad, tratando de ser fér-
tiles en un ámbito interior reservado a Dios, los dignatarios
eclesiásticos, alarmados y con innegable celo paternal, in-
tentaron, por medio de normativas externas y de un rigu-
roso aislamiento, garantizar sólo algo externo: proteger su
virginidad. A partir de 1219, H ugolino impuso a las múl-
tiples iniciativas del nuevo movimiento religioso de muje-
res una Forma.de vida redactada por él «para monjas po-
bres de clausura>>. Comienza con una pomposa justificación
de la normativa y subraya la importancia salvífica de su
aceptación. La. Forma de vida de San Damián, en cambio,
se reduce a meras relaciones existenciales y, en esencia, re-
nuncia a toda norma prescriptiva. La Regla de santa Clara
empieza proyectando una amplia perspectiva de vida según
el Evangelio de <<nuestro Señor Jesucristo».
Entre Clara y Gregorio IX se dio una verdadera dis-
crepancia en el ejercicio de sus atribuciones, lo cual pro-
- 111-
Apenas cuatro años después de la muerte de Francisco,
el28 de septiembre de 1230, Gregorio IX, con la bula Quo
elongati (primera interpretación papal de la Regla minorí-
tica), trata de dirimir las cuestiones vitales de la Orden que
en el Capítulo General de Pentecostés causaban división
entre los hermanos. Gregario hace alusión en su bula a
que conoce las intenciones de Francisco porque fue su
confidente durante largo tiempo y porque le prestó sus
servicios, en calidad de cardenal protector, en la redacción
de la Regla y en la aprobación de ésta por el papa. Bajo la
presidencia del ministro generalJuan Parenti, la delegación
formula las preguntas ante el papa Gregario y el Sumo
Pontífice va respondiendo certeramente a las diversas in-
terpretaciones de la Regla y proclama que el Testamento
de Francisco no es vinculante. No se percibe, de momento,
una oposición o resistencia a la respuesta pontificia, al
menos de parte de los hermanos. La última de las preguntas
se refiere a las relaciones de los hermanos menores con la
nueva Orden de mujeres. Como en los otros puntos del
litigio, también aquí la interpretación del papa es restrictiva.
A los hermanos se les prohíbe toda relación con las comu-
nidades de hermanas que no estuvieran autorizadas por la
sede apostólica. Esto afecta directamente a Clara, y ella
reacciona: su vida se alimenta no sólo de pan, sino del in-
tercambio espiritual y litúrgico con los hermanos. La con-
secuencia sería (aunque algo provocativa) remitir a los
colectores de limosnas a su ministro y renunciar al «pan
del cuerpo». La amenaza práctica de una huelga de hambre
restaura la unidad fraterna de San Damián con los her-
manos.
El papa, que tanto había admirado a Clara, la vulnera en
sus dos aspiraciones más supremas: en la absoluta pobreza,
según la vida evangélica en los cauces de la espiritualidad
de Francisco, y en la solidaridad espiritual con los herma-
nos menores. Aquí se abrió más de un abismo entre las
perspectivas interna y externa: por encima de la valoración
-114-
positiva del carisma evangélico de Clara predomina en
actuación del papa, con toda evidencia, la pri~ridad de
la política de la Iglesia.
Es lógico que, en los años siguientes, Clara necesite la
alianza de otras mujeres, y la encuentra. Su compañera más
influyente en el canlino espiritual de la pobreza, Inés de
Praga, ingresa en 1230 (11 de junio) en el monasterio fun-
dado por ella misma en Praga.Ambas mujeres sólo se pue-
den comunicar por correo. Del período de 1235 a 1253 se
conservan cuatro cartas de Clara a Inés. Nos brindan tes-
timonios espirituales y documentan el florecimiento de
una profunda amistad espiritual. Por propia experiencia,
Clara recomienda, enfáticamente, en una segunda carta a
Inés, escrita probablemente entre 1235 y 1238, que pon-
dere bien por quién se deja aconsejar. La remite al ase-
soramiento del ministro general: «Y si alguien te dijere o
sugiriere algo que estorbe tu perfección, o que parezca
contrario a tu vocación divina, aunque estés en el deber de
respetarle, no sigas su consejo>> (2CtaCl 17). Parafraseando
a Clara, diríamos: en diftnitiva, respétalo, pero no le hagas caso.
Aunque sea el mismísimo papa.
En su comunicación fraterna con Inés, hay señales evi-
dentes de los polos que influyen en su vida: las orientacio-
nes sobre su camino las recibe de Dios y de Francisco, y
se las trasmite a Inés; y su camino lo encomienda a la vi-
gilancia de la Iglesia, a quien quiere servir responsable-
mente.
Inés comienza una larga correspondencia entre Praga
y Roma. La hija del rey de Bohemia, que constantemente
busca consejo en Clara ,en sus solicitudes ante el papa,
es apoyada eficientemente por su familia. Se entiende
que Gregario IX no va a rechazar sus peticiones, como
por ejen1plo la demanda de Inés de 1237 que lleva la re-
comendación calurosa, en carta adjunta, de su hermano
Wenceslao I, con alusiones a algunos favores políticos. El
papa intenta, una y otra vez, atenerse a su propio pro-
-115-
Tabla de santa Clara. Sexta escena
Repartir pan y vida.
A Clara y a sus hermanas les gusta dar a los demás
los pedazos de pan que les regalan en la ciudad.
-118-
2.
HERMANAS DE LA SEÑORA POBREZA:
CLARA E INÉS DE PRAGA
Se ha explicado ya que el voto de pobreza de Clara es como
la esencial cristalización de su camino de vida evangélica. Pre-
cisamente, las relaciones de Clara con Gregorio IX se hallan
entretejidas por la controversia sobre ese voto. Y la amistad
de Clara con Inés de Praga se halla vivificada por el denodado
esfuerzo cornún, contra los planes del papa -y, si es necesario,
contra él- de mantenerse firmes en la amada pobreza.
Inés de Praga irrumpe tarde en la vida de Clara. En 1235,
un año después de su ingreso en el convento de Praga fun-
dado por ella, se inicia la correspondencia entre ambas. Ini-
cialmente la princesa de Bohemia imprime a su fundación
un cuño hugoliniano, pero el interés por la experiencia
de San Damián la estimula a contactar con las hermanas de
Asís. Clara tiene cuarenta y dos años. El camino común se
encuentra jalonado por reiteradas y fuertes confrontaciones
con el papa Gregorio IX en torno a la cuestión de la po-
breza. En 1228, Clara supera sola esa colisión y resuelve a
su favor la controversia. Diez años más tarde, el con1por-
tamiento de Gregorio con Inés demuestra que la confir-
mación del Privilegio de la pobreza para San Damián había
sido una excepción tolerada. El papa no está interesado en
que las mujeres den forma independiente a sus experien-
cias de fe. Una Regla escrita por Inés sobre la base de
debates entre las mujeres es rechazada despectivamente.
Gregorio responde a la dignísima Inés que no debe dila-
pidar sus fuerzas en semejantes iniciativas privadas. ·
-119-
Tabla de santa Clara. Séptima escena (detalle)
¿Ves lo que yo veo?
Enferma y muchas veces <<amarrada>> a su lecho,
Clara irradia su luz más allá de los muros del convento.
-122-
3.
HERMANAS MENORES.
CLARA Y ELÍAS DE Asís
San Damián es una de las muchas comunidades de <<damas
pobres» o <<hermanas menores»; sin embargo, entre los con-
ventos de inspiración franciscana, el de Clara se ha mante-
nido en una posición peculiar que se manifiesta en dos
cosas: en la forma vivendi, en creciente tensión con la polí-
tica papal sobre la nueva Orden de monjas pobres, y en
relación privilegiada con los hermanos menores. Hasta 1227
pertenecen a San Damián algunos conventos vinculados
al pequeño círculo de comunidades, confiados al cuidado
de los hermanos. El distanciamiento terminante de los
conventos de monjas, como documenta la Regla definiti-
va para los hermanos menores y las informaciones de
compañeros de Francisco, no afecta a Asís. Pero la situación
privilegiada de las hermanas de Clara cambia dramática-
mente al final de 1227. Elegido Hugolino papa, bajo el
nombre de Gregario IX, desarrolla e impulsa enérgica-
mente, en los primeros años de pontificado, su política
claustral femenina, mencionando el problema de la pasto-
ral. El 14 de diciembre, en una solemne carta al <<querido
hijo» y ministro general de los hermanos menores, le pres-
cribe «asumir, en virtud de la obediencia, responsabilidad
jurídica sobre todas las hermanas cerradas y atenderlas
como si fueran sus ovejitas». Con esto, el hermano Juan
Parenti tendrá que designar hermanos, en el futuro, no
sólo para las pocas comunidades vinculadas a San Damián,
-123-
con la perfección a la que el Espíritu del Señor te ha lla-
mado.
Y, para avanzar con mayor seguridad
en el camino de la voluntad del Señor,
sigue los consejos de nuestro venerable padre el hermano
Elías,
ministro general; antepón su consejo al de todos los demás,
y tenlo por n1.ás preciado que cualquier regalo.
Y, si alguien te dijere o sugiriere algo
que estorbe tu perfección,
o que parezca contrario a tu vocación divina,
aunque estés en el deber de respetarle, no sigas su consejo,
sino abraza como virgen pobre a Cristo pobre.
Maria Pia Alberzoni explica la razón de la coincidencia de
criterios entre Clara y Elías por el fenómeno de un nuevo
tipo de <<hermanas menores» (sorores minores). Por lo que
se ve,junto a las monjas de clausura de corte hugoliniano
del Ordo Sancti Damiani pontificio y el pequeño círculo de
comunidades de San Damián existía un tercer tipo de co-
munidades libres y abiertas que todavía se denominaban
«hermanas menores>> y estaban vinculadas a hermanos me-
nores particulares. Una primera carta pontificia de 1241,
de no mucho después de la destitución de Elías, instaura
una dura persecución de estas <<minoritas» o «mujercillas»
(mulierculae). Su estilo de vida se orienta hacia la itineran-
cia de los hermanos adoptando formas de apostolado
caritativo y permitiendo a las hermanas llevar una vida
itinerante. La profesora milanesa Alberzoni conjetura que
Elías habría promovido y amparado a estas hermanas
franciscanas contra la política claustral de Gregorio IX.
Sólo después de su destitución, habrían podido iniciar el
papa y los posteriores generales la política de represión de
religiosas no sujetas a estricta clausura. Esta interesante
tesis tiene, sin embargo, tres puntos débiles: en primer
lugar, no se conservan fuentes que permitan deducir con-
-126-
clusiones sobre la postura de Elías respecto de las sorores
minores; otra pregunta que se in1pone es por qué el papa
Gregario deja transcurrir dos años desde la destitución de
su protector Elías hasta la persecución de estas minoritas;
y, en tercer lugar, no se ve qué importancia pudieran tener
estas hern1.anas menores itinerantes para San Damián. Los
edictos persecutorios papales consideran un escándalo el
que estas minoritas se apropien del hábito y del cordón de
la Orden de San Darnián, pero se refieren, en primer
término, a los n1_onasterios de clausura de la Orden papal
y no precisamente a la comunidad de San Damián, que
había defendido con éxito su propia Forn1.a de vida y su
arraigamiento en la orden de los menores. Es interesante
constatar que Clara se aparta resueltamente tanto de las
«damas encerradas» de Gregorio como de las sorores mino-
res. Después de 1234, ella se llama en sus cartas «sierva de
las damas pobres» y en los años cuarenta surgirá su Regla
para <<la orden de las hermanas pobres» (Ordo Sororum Pau-
perum).
En realidad, son los hermanos itinerantes los que man-
tienen la comunicación entre los monasterios de Clara y
propugnan fundaciones como la de Praga. Aquellos años
innovadores y agitados de la política eclesiástica en rela-
ción con las negociaciones entre Praga y Asís pertenecen
al período de gobier~o del hermano Elías, quien, más allá
de sus funciones asesoras, contribuyó a la buena comuni-
cación entre hermanas sedentarias. Clara debe su amistad
con Inés de Praga a los servicios de mensajería de los her-
manos, que, además de noticias, llevan y traen cartas de
Asís a Bohemia. Como ya veremos, después de la caída
de Elías en 1239, con los siguientes ministros generales,
pronto empiezan a agolparse siniestras nubes sobre San
Damián.
-127-
1.
«UN MISMO ESPÍRITU MOVÍA
A HERMANAS Y HERMANOS»
Las relaciones de Clara con los hermanos se van enfriando
sensiblemente después de la caída de Elías. ¿Cón1.o fue evo-
lucionando la historia de las relaciones fraternas?
San Dan:lián se siente acosado desde 1239 por la polí-
tica pontificia con las religiosas, al tiempo que crece la de-
silusión con la actitud tomada por los frailes menores. La
persecución que arrecia desde 1241 contra las hermanas
menores intranquiliza también a la comunidad de Clara.
El papa y los hermanos proceden unidos contra las herma-
nas que derivan del movimiento franciscano y rechazan
ostensiblemente la rígida clausura monástica con una vida
abierta al mundo. El primer edicto de persecución dice:
Algunas mujeres deambulan por ciudades y diócesis y afir-
lnan falsamente pertenecer a la Orden de San Damián. A fin
de· que las gentes den crédito a sus engañosas afinnaciones,
andan descalzas o se ciñen el hábito de esa orden.Algunas les
llaman «descalzas>>, otras «cordulatas>> y otras <<minoritas». Pero
las religiosas de San Damián viven en clausura perpetua por
haberse entregado a un servicio agradable a Dios.
BulaAd audientiam nostram (1241)
A este escrito pontificio le siguen, hasta 1261, otros cinco,
que, expedidos varias veces, llegan a los obispos de Europa
occidental.
-131-
lano menciona, como justificación, una cita de Francisco,
que no deja lugar a dudas sobre la relevancia de San Da-
mián: <<Un núsrno espíritu movía a las hermanas pobres y
a los hermanos a abrazar una nueva vida en el seguimiento
de Cristo» (2C 204).
biógrafo evita la expresión «hermanas» y habla de
<<damas>>, mientras que Clara llama a su Orden, con legis-
lación propia, sorores pauperes, para distinguirlas de las mon-
jas de clausura o <<mujeres encerradas>> del papa. Ambas
denominaciones se distancian de la de sorores minores, per-
seguidas en España, Francia y Alemania. Su peligrosa re-
nuncia a la estricta clausura pudo haber motivado que
Clara se apartase de la «indisciplina>> aborrecida eclesiásti-
camente de aquellas «hermanas menores» por medio de
referencias claras a cerrojos y verjas en su ordenamiento
de vida, sin necesidad de hablar de clausura o de vivirla en
sentido pontificio.
Mientras Inocencia IV sigue a su antecesor Grega-
rio IX y erige a Francisco como fundador de una segunda
Orden -la pontifical Orden damianita-, Clara reitera la
pertenencia de San Damián y de los pocos conventos que
se atienen a su estilo de vida a la primera Orden. La Regla
confirma esta situación: corrobora en sus primeras líneas la
«obediencia» a los «sucesores» de Francisco, que integra a
hermanas y hermanos en la misma fraternidad. Tanto ellos
como ellas visten el mismo hábito, rezan el oficio divino
de la misma manera, quieren vivir en pobreza radical de su
propio trabajo y no desean apropiarse de ninguna sede. En
la elección de la abadesa debe estar presente el ministro
general o el provincial, el visitador debe ser un hermano
menor, el cardenal protector debe ser común a hermanos
y hermanas, y cuatro hermanos deben vivir permanente-
Inente en San Damián. N o obstante, la dirección de la
Orden de hermanos y la de San Damián llegó a distan-
ciarse en los años cincuenta, a pesar de la llamada de
atención del Memorial y de la Regla de Clara. Es algo que
-134-
se revela en el hecho de que los franciscanos sólo incorpo-
ran oficialn1_ente en su Orden el día de fiesta de Clara,
canonizada en 1225, cinco años después.
Clara defiende la originalidad de su Forma de vida, que
se distingue por la pobreza radical en el seguimiento de
Cristo pobre por la solidaridad existencial con los herma-
nos y por la vida contemplativa abierta al servicio de los
hombres. Y lo hace contra una doble oposición: la de la
política pontificia monástica y la de la mentalidad moder-
nizante de la Orden de los hermanos. Recuerda a los pas-
tores de la Iglesia que desea «conservar en la santa pobreza
la pequeña grey que Dios Padre suscitó en la Iglesia>> para
que siguiera a Cristo pobre, «por la palabra y el ejemplo del
bienaventurado padre Francisco» (TestC144-47).A los her-
lll_anos se les recuerda la vocación con1.Ún y la solidaridad,
amor y cuidado reconocidos por Francisco (TestCl 24-
41 ,50). Inocencio IV confirma esto último, pues aprueba
la deseada unión de la Regla con los hermanos en todos
los niveles: desde las atenciones de un misn1.o ministro ge-
neral y el visitador fraterno, hasta la fraternidad local
servicio de las hermanas.
Largos años de lucha influyeron en la imagen que Clara
tenía del poverello. Ya no aparece en su Testamento y en la
Regla como hermano. aliado, sino como padre y santo. Él,
que había preparado con ella la huida y después brindó a
San Damián <<amor y cuidado», se transforma en los años
treinta y cuarenta en el aliado del cielo. La insistencia
de Clara en preservar la Forma de vida y la protección de
Francisco, «nuestro bienaventurado padre», opera simultá-
neamente en dos planos distintos. Sale al encuentro de la
prepotente política del papa y de su <<preocupación pater-
nal por las hijas encerradas)> con la fidelidad que debe a su
padre espiritual, y opone a la autoridad pontificia la auto-
ridad del fundador de la Orden, ya canonizada en el cielo.
De esta forma,-se confronta al pastor con el santo, y al papa
con el padre Francisco. Éste, que había renegado de las fun-
-135-
Tabla de santa Clara. Séptima escena
Hermanas terrenas y amigas celestiales.
El 8 de agosto de 1253, sor Bienvenida ve
con1o María viene del cielo acompañada de algunas
mujeres y le pone a Clara preciosos vestidos.
-138-
2.
CLARA Y SU REGLA
Clara se consideró a sí misma parte de la única Orden
franciscana. Una y otra vez nos llenan de admiración los
hombres y las 1nujeres cuyos logros y hallazgos se con-
vierten luego en algo habitual y evidente. La ampliación
de límites, la apertura de nuevos horizontes a las genera-
ciones futuras son intuiciones de hombres y mujeres ex-
traordinarios.
Es la primera mujer en la historia que redacta una
Regla y consigue la aprobación eclesiástica. En el curso de
su vida religiosa, la fundadora de San Damián no encontró
satisfacción en ninguna de las Reglas que se le proponían.
Ni la Regla Benedictina -por válida que fuera formal-
mente- ni las Constituciones de Hugolino ni la Regla
de Inocencia IV expresaban lo que constituía la auténtica
identidad y fuerza de San Damián. Clara se mantuvo
mucho tiempo activa en este asunto. En los primeros años
encomienda a Francisco redactar una Regla primitiva, una
forma vivendi para la pequeña comunidad originaria de
San Damián. En los años siguientes, tiene que enfrentarse
a una serie de maniobras pontificias que buscan integrar a
San Damián dentro del pontificio Ordo Sancti Damiani.
Se registran varias etapas en la historia del nacimiento
de su propia Regla, iniciada en sus primeros años religiosos.
Lo que ocurre en 1253 en su lecho de muerte será, posi-
blemente, el momento más emocionante, pero es sólo el
último acto de una larga historia.
-139-
ambas, Inés, abadesa del rn_onasterio real de Praga, fue la
prin1era que arriesgó una codificación escrita de su forma
de vida común.
El segundo modelo, valorado por primera vez por Fer-
nando Uribe, es la experiencia comunitaria, prolonga-
da por decenios, de las damas de San Darnián. No diseña
una regla ideal para el futuro, prescindiendo de lo que hasta
entonces se había practicado en San Damián, sino que
mantiene lo que se había acreditado como positivo en el
pasado. Eso ya es digno de consideración: apreciar la expe-
riencia de un grupo de mujeres de tal forma que se con-
vierta, para el futuro de las hermanas, en una forma vivendi
definitiva y jurídicamente aceptada. Clara lo intenta con
santa osadía, sin sentirse desanimada por anteriores expe-
riencias fracasadas. Ningún papa había considerado a las
mujeres capaces de encontrar por sí mismas su forma de
vida ni les había reconocido ese derecho.
Un nuevo hito en la historia de la Regla de Clara pa-
rece haber sido el modelo de Regla de Inocencio IV Pro-
bablemente este nuevo experimento pontificio de 1247
fue lo que finalmente indujo a Clara a coger la pluma. Al
final de su vida parece haberse dado cuenta, con toda evi-
dencia, de una cosa: hasta qué punto había sido ella misma
la garantía de la forma de vida de San Darnián.Y que tenía
que hacer algo para que, después de su muerte, no se per-
diera lo que constituía su propia cosecha. Por eso se dedica,
ya anciana, pero no rendida, a la tarea de redactar una
Forma de vida para las hermanas pobres.
El último acto en esta historia comienza en otoño
de 1252, cuando Clara recibe del cardenal protector Rei-
naldo la confirmación de su Regla. Es un éxito. Pero la
Iglesia tiene su jerarquía oficial, y Clara-lo aprecia con ins-
tinto realista. Por eso, aspira a una garantía definitiva.Tiene
que ser el mismo papa el que estampe su firma e imprima
su sello en el documento. Clara recibe esta oportunidad
con la visita que le hace .Inocencio IV en su lecho de
-142-
muerte. Parece que fue grande la in1presión que Clara pro-
dujo en el pontífice, residente en Asís con la curia en aquel
verano de 1253. Lo que sigue, o bien se considera una ca-
rrera contra el tiempo o se trata de una misteriosa síntesis
entre el deseo de vivir y la conquista de un ideal. Sólo un
día después de que pueda estrechar contra su pecho la bula
de confirmación, improvisada y extendida a toda prisa,
Clara muere rodeada de sus hermanas y algunos hermanos
Íntimos. Ha podido consu1nar el proyecto de su vida.Y eso
gracias a dos mujeres para las que la señora pobreza había
sido tan exquisita como para ella misn1a: Inés de Asís, que
estará a SlJ lado en las últin1as semanas de lucha, e Inés de
Praga, que le había facilitado el camino en este problema.
-143-
canonización. Clara quiere confiar a las hennanas su testi-
monio por escrito, el testimonio denso de un amor que
no puede hacer otra cosa que, amando con sus hennanas
y siendo pobre con ellas, ünitar y seguir al Señor p¿bre y
amante.
Las razones concretas para la redacción del Testamento
se hallan en estrecha relación con la coyuntura histórica. Es
plausible la datación de la Regla en los últin1os años de su
vida. Como la Regla, el Testamento de Clara fue escrito
probablemente después del 6 de agosto de 1247, cuando
Inocencio IV promulgó una nueva Regla para las herma-
nas y en ella contempló propiedades e ingresos fijos. El
proyecto de vida de Clara se exponía con esto al mayor
peligro. En la incertidumbre de si la Regla redactada
por ella obtendría la aprobación del papa, Clara pone de
relieve los elementos esenciales de su plan de vida: pobreza,
fraternidad, recogimiento en un pequeño lugar como San
Damián, fidelidad a la autoridad de la Iglesia romana y es-
trecha vinculación a la orden de los menores.
En cuanto al contenido, Chiara Augusta Lainati lo di-
vide en seis capítulos:
1. Apremio a mantenerse fieles en la vocación específica
(1-23).
2. Alusión a la libre elección de vidabajo la intervención de
Francisco y a los comienzos de la comunidad (24-36).
3. Decidido compromiso personal de aceptar la pobreza
absoluta, que las hermanas abrazaron voluntariamente
ante Dios y Francisco (37-55).
4. Vida en simplicidad evangélica, unidad fraterna y ser-
vicio recíproco (56-70).
5. Invitación a la fidelidad y a la oración por la fidelidad
(71-78).
6. Conclusión con la bendición de Clara (79).
Tres son los deseos fundamentales: se subrayan las buenas
relaciones de las hermanas con Francisco y los hermanos,
-146-
luego se encarece la permanencia en la pobreza, y por fin
se ratifica el arnor de las hermanas entre sí. La pobreza se
presenta como expresión de su amor a Cristo; por eso, Nik-
laus Kuster ha afirmado que el Testamento es, con razón,
una carta de amor. De igual manera que Francisco describe
la forma de vida de San Damián insistiendo en las relacio-
nes interpersonales (y no en normativas jurídicas), así hace
consistir Clara su plan de vida en la radical entrega de las
hermanas en su amor a Dios, en las relaciones entre sí y en
la unión con los hermanos.
Después de la muerte de Francisco, Clara se encuentra
cada vez más sola en su lucha a favor de su Propositum al-
tissimae paupertatis. ¿A quién o a qué pone en peligro la
pobreza de San Damián? El Testamento describe la per-
cepción que Clara tenía de la amenaza en círculos concén-
tricos que se van estrechando y que dejan entrever tan1.bién
riesgos internos. Peticiones fervorosas de apoyo van diri-
gidas a los dignatarios de la Iglesia, luego a los hennanos
menores y finalmente a las hern1anas. Corno los hermanos
de Francisco, también las hermanas de Clara habrían adop-
tado, probablemente, distintas posturas en relación a la
pobreza. No sólo podría aparecer amenazada la pobreza
de San Damián desde fuera, sino también desde el círcu-
lo interno de las hermanas. Alessandra Bartolomei Ro-
magnoli divulgó la tesis de que las últimas palabras de Clara
habían sido registradas sólo después de su muerte por
escrito. Pero la referencia en el Testamento a la ambigua
situación interna de la comunidad y la estructura del do-
cumento restan probabilidad a esta hipótesis.
Para Clara, San Damián es el lugar de su vocación, de
su amor vivido radicalmente, de su pertenencia a la frater-
nidad de Francisco. Sin embargo, considera posible, o quizá
lo presiente cuando escribe su última voluntad, que las
hermanas puedan abandonarlo ¿Quién pensaba en aquel
momento en un traslado? Es posible que, después de los
peligrosos asedios por las tropas imperiales en 1240 y 1241,
-147-
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  • 5. Diseño de la cubierta: Claudio Bado Traducción: P. Jesús Izaguirre, OFMCap © 2005, Verlag Butzon & Bercker, Kevelaer © 2008, Herder Editorial, S.L., Barcelona ISBN: 978-84-254-2555-4 La reproducción total ó parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente. Imprenta: Reinbook Depósito legal: B-23.085-2008 Printed in Spain -Impreso en España Herder www.herdereditorial.com ÍNDICE Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 I. LA VIDA EN LA CASA-TORRE (1194-1211) ............. . 1. Niñez y años juveniles de Clara " . . . . . . . . o o . . . . . . o 2. Proceso constitutivo de su carácter. La formación de Clara . . . . . . . . . . . ....... 3. Un abis1no social: Clara y Francisco <>O 0 <> D O 0 O II. LA VOCACIÓN DECISIVA (1210-1211) 1. 2. 3. Planes de fuga y pasos audaces Un aliado: Francisco Inés de Asís . . . . . . . . . . . . . . III. LOS PRIMEROS TIEMPOS EN SAN DAMIÁN 1. 2. 3. U na comunidad innovadora ............. . Ante las puertas de la ciudad .. . La clausura. ¿Aislamiento o restringido espacio vital? .............. . 13 15 23 27 35 37 45 51 57 59 65 77
  • 6.
  • 7. fue inhumada en la misrna tun1ba en la que descansaba Francisco desde hacía treinta años. Poco después se alza- ría en este nüsmo lugar la tercera iglesia monumental de la ciudad. Mientras tanto, en las postrin1erías de ese verano, ason1aban los prin1eros grupos de peregrinos, que venían de cerca y de lejos para rezar ante la tumba de Clara. Durante la última semana de noviembre de aquel año se reúne en San Danuán una ilustre comisión. El arzobispo de Espoleta, Bartolomé Accorombani, se propone perso- nalmente, ayudado por los Hermanos Menores Ángel y León, el hermano Marco, visitador, y dos clérigos dioce- sanos, investigar en nombre del papa la vida de Clara. Un notario formaliza las declaraciones de quince hermanas, el interrogatorio de toda la co1nunidad, el testin1onio de tres respetables ciudadanos de Asís, de una amiga de juventud de la santa y de un criado de la casa paterna. Hay pocas mujeres de la Edad Media de las que se hayan conservado infonnaciones tan objetivas. Se nos ofrece una mirada es- crutadora sobre la juventud de una hija de la nobleza en el palacio de su estirpe, revivimos su arriesgada fuga de la jaula dorada y nos enteramos de su nueva vida con com- pañeras en el pequeño convento, fuera de la ciudad, ante las murallas. Una nurada de conjunto a las diversas expe- riencias de Clara genera en las actas procesales un cuadro muy completo y valioso: personas muy distintas declaran páginas irrepetibles sobre esta ilustre mujer. El esbozo de vida que presenta este libro enlaza, de doble manera, con la maravillosa jornada de noviembre de 1253. Por una parte, se apoya en un copioso archivo de docu- mentos hoy bien conocidos. Por otra, dos autoras y un autor, que parten de distintas experiencias vitales, intentan ilust- rar conjuntamente la vida de Clara. Ancilla Rottger viste el hábito de las hermanas de Clara, y, en calidad de abadesa del monasterio de las Clarisas de Münster, considera la vida y el servicio de la santa desde el interior de una comunidad contemplativa. Martina Kreidler-Kos analiza, con la mirada -10- de una joven teóloga, esposa y madre, la gran figura de la religiosa. En ese aspecto, se sitúa al lado de una testigo úni- ca: Bona de Guelfuccio, que en aquella época era amiga de Clara y se quedó «en el mundo». Al capuchino Niklaus Kuster se le puede alinear con los hermanos, a los que la vida itinerante llevó a lo largo y ancho de Europa, pasando con frecuencia por San Damián: él acompaña a los grupos que van tras las huellas de Clara, esforzándose por introdu- cirlos en el escenario histórico de su vida. Al contrario de tantos testigos que declararon ante el ar- zobispo Bartolomeo, la abadesa de Münster, la teóloga de Osnabrück y el historiador de Solothurn no han actuado independientemente, sino que han recorrido juntos, a tra- vés de diálogos fraternales, la trayectoria vital de Clara. El fruto de esta afinidad ha sido publicado en un estudio cien- tífico. Es un trabajo que ha hecho accesibles, en una síntesis general, los resultados de la investigación mundial sobre Clara. Muchas horas de animadas discusiones han mostrado que San Damián tiene distintos accesos y que Clara recibe todavía hoy a huéspedes sensibles. En nuestras diligencias con personas de muy diversa índole, desde Austria hasta Castilla, desde Westfalia hasta el centro de Italia, se nos ha alentado a proseguir nuestra tarea y a extender los resulta- dos de nuestras averiguaciones a círculos más amplios. Ese deseo es el que quisiera satisfacer esta biografia. La her- mana, la amiga y el hermano nos acompañan en las dis- tintas etapas de la agitada vida de Clara. Los lectores más informados conocerán ya la existencia de nuevos descu- brimientos. La intención de nuestra exposición es com- partirlos. -11-
  • 8.
  • 9. 1. NrÑEZ Y AÑOS JUVENILES DE CLARA Normalmente nos imaginan1os a Clara de mujer adulta. Olvidamos con frecuencia que lo que más tarde cristalizó comenzó prin1.ero a formarse embrionariamente. Clara no nos cuenta absolutamente nada sobre «su tiempo en el siglo», como lla1na a sus años en el hogar fa- nuliar. Parece que su recuerdo no le n1erecía mucha estima. Para ella, lo único relevante sería su vida posterior en po- breza, voluntarian1.ente elegida, y nada tiene de extraño que, ante esta decisión audaz y radical, palidezca el corto período de su juventud. Podría acaso considerarse una cu- riosidad de nuestros días el interés por su niñez. Siempre que irrun1.pimos en la juventud de un hombre o de una mujer enlinente, la persona se hace inevitablemente más cercana, un buen argumento para concentrarnos en sus primeros años. Durante n1ucho tiempo, la figura de Clara fue percibida a través de Francisco, su compañero de ca- nlino, de modo que ella sólo entraba en la historia cuando su vida interfería con la de él. En ese momento la joven aristócrata tenía dieciocho años, pero ya se la podía consi- derar una mujer adulta que tenía sus propios criterios. El temprano itinerario de su vida se halla condicio- nado, en primer lugar, según las fuentes, por una clave in- terpretativa: todos -tanto los testigos en el proceso de ca- nonización como el biógrafo- están convencidos de que esta joven estaba adornada con todas las virtudes femeni- nas y religiosas propias de su época. Rezaba mucho, le gus- -15-
  • 10.
  • 11. En el proceso, Bona relata que Clara la envió, en aque- lla época, con una suma de dinero para los trabajadores de la pequeña ennita rural de la Porciúncula, en la plani- cie de Asís. Se refiere, indudablemente, a la reciente frater- nidad de Francisco, que, desde el otoño de 1209, vivía allí dedicado a un duro trabajo en el campo y en la ciudad. Bona podía llevar a cabo este tipo de iniciativas confidenciales.Y su declaración pone de manifiesto la n'lagnanimidad de Clara. La joven noble no favorecía a los menesterosos in- discriminadamente, sino que sabía bien a quién tenía que apoyar. Entre ellos estaban aquellos locos sorprendentes, famosos ya en la ciudad por haber dilapidado fortuna y prestigio a fin de vivir en pobreza por amor a Cristo pobre. Clara simpatizaba, desde n'luy temprano, con el discutido movimiento en torno a Francisco, el hijo del comerciante textil Pedro de Bernardone. Supo prescindir de la conside- ración negativa que, en sus círculos familiares, oscurecía la fama de un joven que, como Francisco, había abandonado la casa paterna, y reservarse su propio criterio sobre esos acontecimientos. Por lo demás, probablemente fue la joven oriunda de la nobleza, no Francisco, quien proyectó la ini- ciativa del encuentro. Francisco se mostraba más bien cauto cuando se trataba de mujeres, ya fuese en relación a sí mismo o respecto a sus hermanos. Era una empresa arries- gada concebir estas relaciones de forma que quedasen fuera de sospecha y de malévolos comentarios. Independientemente de la historia de la herencia, hay otros indicios de que Clara, en su juventud, ya era sobera- namente autónoma en sus pensamientos.Tratamos de una amistad que se remonta con seguridad al año 1205 y que sentó los cimientos de un audaz proyecto común. La ter- cera compañera de Clara, después de su hermana carnal Inés y de su vecina Pacífica, es una dama de Perusa que aparece en San Damián en septiembre de 1211.Testificó en el proceso, pues al haber convivido en la misma casa, co- noció bien a Clara. Si tenemos en cuenta las costumbres de -18- la nobleza, esta declaración sólo puede referirse al tiempo del exilio de la farnilia de Clara en Perusa durante los pri- meros años del siglo XIII. Bienvenida, natural de Perusa, llega a ser compañera de Clara durante dos años, pues vive en su casa con motivo de la guerra de Asís. Sin duda lle- garon a intimar, pero, después de 1205, probablemente nunca volvieron a verse. Además del espacio vital, también compartieron sus proyectos de vida. ¿Cómo, si no, pudo co- nocer la perusina detalles de la iniciativa que se realiza siete años después, cuando Clara, Inés y Pacífica intentan dar forma a su vocación fuera de las puertas de Asís? La partida de Bienvenida de su ciudad natal, ¿no sugiere que antes hubo algún intercambio de criterios y planes con Clara? Los sueños de una búsqueda religiosa común fue- ron suficientemente fuertes para restablecer contactos años después y llevar probablemente a Bienvenida a su tenaz decisión. La habilidad de Clara para sustraerse a los prejuicios y fórmulas de feminidad que la rodeaban se hace evidente en otro aspecto que apenas traslucen las perspectivas hagiográ- ficas: por amor a su divino esposo, Clara rechaza todas las propuestas de matrimonio. El conflicto matrimonial, que aparece en muchas vidas de santas de la Edad Media, dis- curre en la historia de Clara con absoluta discreción. Nada de autolesiones o pruebas espectaculares para eludir una boda. N o se complica con esta cuestión. «No acepta nin- guna propuesta», escribe su biógrafo (VidaCl 4). N o es que se decida por la alternativa que le ofrece la sociedad en lugar del matrimonio, como hacen tantas damas de su clase. Clara no ingresa en un monasterio acomodado. Pro- bablemente, su familia no le habría reprochado esa de- cisión. Cerca de la ciudad se encontraba una de las más prestigiosas y ricas abadías de benedictinas. Clara hubiera hecho allí, según los criterios de su familia, una buena ca- rrera. Pero ella prefiere una existencia sin seguridades, y eso resulta incomprensible para el criterio común. -19-
  • 12.
  • 13. 2. PROCESO CONSTITUTIVO DE SU CARÁCTER. LA FORMACIÓN DE CLARA Clara crece en un horizonte vital cerrado, diseñado princi- palmente para mujeres. Siendo ésta la situación existencial externa de Clara, ¿cómo pudo desarrollar, en un aisla- miento así, un perfil de tal naturaleza? Clara recibió n'luchas cosas desde la cuna. Algunas flo- taban en el arnbiente, como la irrupción de los rnovünien- tos de pobreza y la fonna de vida de los beguinos, que se extendían desde el norte de Europa y llegaron a penetrar en Italia. Las n'luchachas de la nobleza crecían en una atn1ósfera cortesana y caballeresca. También la pequeña Clara escu- chaba -¿cómo no?- los relatos de las hazañas caballerescas en el campo de batalla y en el campo del amor. De este rnodo poético se le transmitían ideales de vida que la prepa- raban para la dirección de un hogar caballeresco y la hacían atractiva en la intimidad de las dependencias femeninas. El mismo efecto modelador poseían las narraciones de la vida de los santos. Las cartas de Clara a Inés de Praga pernliten reconstruir su formación. Clara había aprendido a leer y a escribir en latín, y lo hacía en un estilo brillante. Aprender latín era un privilegio que compartía con las damas nobles de su tiempo. Podemos reconocer algunas influencias en sus cartas: la inspiración bíblica, la participación activa en la liturgia de la Iglesia y la atenta lectura de la gran tradición de la teología espiritual. Clara redactaba sus cartas correc- tamente, lo que pernlite deducir su talento literario. -23-
  • 14.
  • 15. significación. Seguramente, la mayor de las hijas de Ortu- lana se sentía interpelada y muy enriquecida con esas na- rraciones. ¿No tendrá algo que ver el deseo de Clara de ir a misiones -que se certifica tres veces en el Proceso- con estas fascinantes narraciones de su n1adre? ¿Y sus preferen- cias por practicar la sanación con el signo de la cruz y, en general, su devoción al Crucificado, casi insólita en la época del Románico, no pudieron ser expresión de esa influen- cia? Ortulana debió de contar mil cosas de Tierra Santa y de los santos lugares en los que el Rey de los Cielos hecho hombre nació, vivió, caminó y cargó con la cruz. Sobre la fonnación y educación de Clara no nos pode- mos hacer más que una idea aproximada, puesto que las fuentes guardan silencio sobre infinidad de detalles. Pero es evidente que recibió una formación y una educación que la capacitaron para desarrollar un perfil propio más allá del cuadro estereotipado de una santa vida de n1ujer. -26- 3. UN ABISMO SOCIAL: CLARA Y FRANCISCO Las páginas anteriores han dejado patente la autonomía, profundidad y amplitud que la joven imprimió a su vida desde sus más tiernos años. Francisco apenas apareció en escena. Aseveramos que así sucedió aunque esto produzca decepción y a pesar de que algunas películas románticas y libros famosos ofrecen otra versión. Las leyendas popula- res de Umbría, la imaginación de algunos poetas y las fan- tasías de autores modernos han reunido a las dos grandes figuras de Asís en una pareja íntima. Francisco y Clara se habrían conocido en sus años juveniles y se complemen- taron después en su búsqueda espiritual, hasta fusionar de forma peculiar la ternura con el vigor (Leonardo Boff). Fran- cisco destellaría como un astro luminoso, mientras Clara quedaría relegada a la penumbra. Así aparece el joven co- merciante Francisco en la famosa película de Franco Zef- firelli: primero como hornbre radiante y luego como her- mano que transmite un esplendor inusitado, capaz de hacer hincarse de rodillas al poderoso Inocencia Clara, por el contrario, se parece más bien a la luna: una discreta y silen- ciosa criatura de tez pálida, sensible y suave. La conocida película, que todavía hoy se exhibe en televisión, se titula precisamente Hermano sol, hermana luna. Pero ¿qué nos dicen las fuentes fidedignas? ¿Qué nos muestra el conocimiento preciso del Asís de aquella época, las sencillas inforn1aciones de sus compañeras y compañe- ros, y los escritos. auténticos de San Damián? Lo que des- -27-
  • 16.
  • 17. sufrió su primera crisis. La tierna hija de los Favarone pasa en la misma ciudad sus años de exilio sin apenas ver nada de Perusa, encerrada en la jaula de oro familiar. Aun así, Clara recibe una educación que amplía culturalmente su mundo, más allá de lo que conoce el hijo del comerciante. De regreso a Asís, una nueva etapa discurrirá paralela- mente para los dos sin que lleguen a establecer contacto. El rico hijo de Pedro de Bernardone, golpeado por la guerra, la cárcel y la enfermedad, desea en 1204 dar un sentido más profundo a su vida. Después del tratado de paz de fi- nales de 1203, reconstruidos ya los palacios de la nobleza, la joven aristócrata regresa a Asís con su familia, en 1205. El mundo del joven comerciante prospera a pocos me- tros de la casa de Clara, y, no obstante, hay que decir que ambos están aún lejos. El negocio de telas de Bernardone, los mercados del entorno, las fiestas con los an1igos, entre- veradas de reuniones de gremios y asambleas populares, y posible1nente la magia de algún amor se despliegan, fasci- nantes y libremente, más allá de los gruesos n1uros que en- cierran a Clara en una especie de clausura doméstica hasta la edad núbiL Clara muestra durante estos años -mucho antes que Francisco- sensibilidad religiosa. Mientras Francisco, toda- vía sin el rudo sayal, practica ya la mendicidad, Clara co- mienza, mucho más joven, a llevar ásperos vestidos debajo de las hermosas telas. Mientras a Francisco le impacta ver la pobreza de los leprosos y del Crucificado fuera de Asís, ella envía limosnas, sirviéndose de hábiles mensajeras, a los pobres de la ciudad. Apenas saben nada uno del otro. El hecho de que sus búsquedas personales alcancen des- cubrimientos semejantes -en él, de camino; en ella, tras gruesos muros de piedra- debemos atribuirlo a la misma . atmósfera que respiran, en esa época, los espíritus más sen- sibles: la nostalgia del movimiento evangélico de pobreza que inunda gran parte de Francia, la región del Rin y el norte de Italia. -30- Probablen1.ente, lo prin1ero que llan1a la atención de Clara es la intervención abrupta del padre de Francisco, que en 1206 deshereda públican1ente al joven cornerciante. Sin duda, las mujeres del clan de los Favarone oyeron co- lnentarios sobre el escandaloso proceso ante el palacio episcopal, en la parte baja de la ciudad, y discutieron el su- ceso entre ellas. Que la muchachita de trece años supiera algo más o que viera a Francisco abandonar Asís provoca- tivamente desnudo (escena sobredimensionada en la gran pantalla) no lo refiere ninguna fuente. El regreso del des- heredado a la cercanía de la ciudad motivó, meses n1.ás tarde, nuevos comentarios. ¿Habría estimulado el penitente voluntario a Clara en el propósito que ella ya se había fi- jado de posponer los consabidos planes de su familia, para después desbaratados decididamente? Una declaración incidental en el proceso de canoniza- ción nos permite adivinar el primer contacto probable entre Clara y Francisco. Bona de Guelfuccio refiere que su amiga le envió, con una detern1.inada suma de dinero, «a los trabajadores que estaban en la iglesia de Santa María de la Porciúncula» (PCl 17,7). Desde la torre-vivienda de los Offreduccio, junto a la catedral, la mirada se extien- de, por encima cie los tejados de la ciudad baja, hacia la amplia llanura donde, en medio de un bosque de encinas, se halla enclavada la solitaria capilla de Santa María de los Ángeles. El pequeño terreno (Portiuncula, en latín) perte- necía a los benedictinos de san Benito del monte Subasio, quienes la pusieron a disposición de Francisco y su frater- nidad después de su encuentro con Inocencio 111. Desde subían los hermanos, en el invierno de 1209-1210, a la ciudad, para trabajar, predicar y, en caso de necesidad, men- digar, o se lanzaban a recorrer la Italia central con su estilo de vida itinerante. En este tiempo ingresa Rufino, un primo de Clara, en la fraternidad primitiva. Poco antes alcanza la hija de los Favarone la edad núbil y, con ello, adquiere mayor líber- -31-
  • 18.
  • 19. Tabla de santa Clara. Segunda escena La peligrosa bajada. Clara llega de noche junto a los hermanos. Aventura una nueva vida en la Porciúncula. -34- II LA VOCACIÓN DECISIVA (1210-1211)
  • 20.
  • 21. ton1ar en serio los desafíos del Evangelio, por ejerr1plo, la dedicación a los pobres y las posibilidades de una activi- dad religiosa que pudieran ofrecer según su clase social. En la realización de sus deseos religiosos, Clara adopta muy pronto un papel preponderante. Así se dice que envía a Bona junto a los pobres o incluso a peregrinar. Clara tiene más arraigada que las demás mujeres de su entorno la in- quietud sobre la insuficiencia del estilo de vida elegido. Los caminos habituales que llevaban al matrimonio o al convento de religiosas no constituían una respuesta ade- cuada a sus apremiantes preguntas. Clara busca, por tanto, un consejero digno de crédito, y lo encuentra en Francisco. Según el testimonio de su amiga y aliada Borra en el proceso de canonización, Clara toma la iniciativa de encontrarse con Francisco (Beatriz dice lo contrario, pero cabe pensar que, probablemente, la hermana menor repite lo que se contaba en la familia). Parece que an1bos se buscan. Clara procede con preme- ditación, no se deja arrebatar por ningún impulso, sino que planifica con Bona los encuentros. Probablemente las entrevistas tienen lugar entre el otoño y la primavera de 1210-1211. Se desconoce hasta qué punto participan las demás mujeres de la casa, si lo saben o si son cómpli- ces. Bona sí lo sabe, ya que es la interlocutora de Clara en la búsqueda del nuevo camino. En esta fase de nueva orientación interna y externa, Francisco asumió el papel de «director espiritual» de Clara. La exposición del biógrafo -que fue sacerdote y más tarde será capellán de 1as hermanas- debe interpretarse con rigor. Tomás de Celano escribe: <<En aquella época, Clara confió totalmente en el consejo de Francisco y lo eligió ante Dios como guía en el curso emprendido por ella}>. Puesto que Clara no sólo quiere fugarse, sino iniciar un nuevo rumbo, y no encuentra un modelo femenino, necesita de mo- mento el consejo de un innovador con experiencia. En el ámbito de Asís se le ofrece la figura de Francisco, cuya -38- nueva forma de imitar a Cristo corresponde a la dirección de la búsqueda de Clara. La inusual escena de la liturgia del Domingo de Ramos, en la que el obispo Guido II le entrega la rama, en vez de que ella se acerque a retirarla, puede indicar el be- neplácito del obispo al inicio de su búsqueda espiritual y al comienzo de su aventura religiosa. En la noche de ese Domingo de Ramos de 1211 (fechada el 27-28 de marzo, según la nueva cronología de Giovanni Boccali), Clara abandona, corriendo un gran riesgo, la casa paterna. Abre una puerta lateral, asegurada con varios cerrojos; deja atrás los muros protectores que, por un tiempo y en buena honra, habían sido necesarios, y emprende su propio ca- mino. Clara se va sola. Bona, su acompañante en las ante- riores entrevistas con Francisco, se encuentra como pere- grina en Roma. Se nos impone la sospecha de que -con1o en las anteriores diligencias- esta ausencia de Bona fuera dispuesta por la intervención directa de Clara. Es posible que la fuga le pareciera a la antigua confidente demasiado atrevida. Respecto a sus compañeras de juventud, nos pre- guntamos por qué no se evade con ella su hern'lana Inés, que la seguirá dieciséis días más tarde. Parece que Inés aún no había decidido cuál sería su propia trayectoria. Algo de eso resuena en la oración de Clara transmitida por el bió- grafo Celano: «Para que a su hermana Inés, a la que había dejado en casa, el mundo se le convierta en amargura y Dios en dulzura; y que así, transformada, de la perspecti- va de unas nupcias carnales se eleve al deseo de divino amor, de modo que a una con ella se despose en virginidad perpetua con el Esposo de la gloria}> (VidaCl 24). Clara abandona la casa paterna y a su grupo de com- pañeras, y su única compañera será la soledad. Está resuelta a -dar sola los pasos sucesivos. Con la misma entereza, se enfrenta a su estatus social: vende conscientetnente su he- rencia, pero no a beneficio de su familia, para que no sean <<burlados los pobres)>, como cuenta en el proceso sor Cris- -39-
  • 22.
  • 23. (luego Inés) la sigue, dieciséis días después de su fuga, y Clara la recibe llena de alegría el día 12 de abril de 1211. Un primer miembro se desprende del «grupo familiar de dan1_as» y se inserta en el valiente movimiento de búsqueda. Más tarde, tan1_bién se atreverán a dar este paso la rnadre de Clara y la hermana menor. La familia se conjura para redinlir a Catalina, la segunda hermana, con una arnmosidad mucho más enconada, como nos transmite Tomás de Celano. Ni siquiera la idea de un asesinato habría sido capaz de intimidar a los caballeros en su en1_peño de dinamitar las aspiraciones de la muchacha. Pronto vieron desbaratados sus planes, pero la crispada in- tervención pretendía también servir de escarmiento a las otras mujeres de la casa. Una vez superada esta segunda batalla, reaparece Fran- cisco, que durante ese tiempo se había mantenido a una distancia prudencial. Superada la confrontación con la fa- milia, Francisco tonsuró con sus propias manos a Inés y, junto con su hermana, «la instruyó en el camino del Señor» (VidaCl 26). Con todo, la vida penitencial de las semirre- ligiosas del Santo Ángel, un tanto libre, deja a Clara tan insatisfecha como la tradicional vida monástica de las be- nedictinas. Con Pacífica de Guelfuccío, su amiga que llega igualmente de la nobleza asisiense, ambas hennanas aban- donan la ermita de Panzo y, apoyándose en el consejo de Francisco, inician una vida común en la iglesia de San Da- mián. «Aquí, clavando ya en seguro el ancla de su espíritu, no fluctúa más por posibles cambios de lugan>, escribe el biógrafo (VidaGl 10). La búsqueda del camino, la lucha con la familia, el servicio bajo las distintas formas de vida religiosa, todo ello desemboca en una fundación propia: San Damián. De momento han dado ya los pasos de la bús- queda externa; la interna todavía debe desarrollarse. -42- Tabla de santa Clara. Tercera escena Abrazar pobre al pobre Cristo. Francisco corta los cabellos a Clara como signo de que ella también quiere seguir las huellas de Cristo. -43-
  • 24.
  • 25. años, en Un1bría, no habría sido tolerado, ni social ni ecle- siásticamente, que Clara y su herrnana iniciasen un deam- bular indiscrinlinado con los hermanos, semejante al apos- tólico, pero tampoco era la ambición de Ciara llevar una vida de ernútaña o encerrarse en un refugio. Francisco, por el momento, le ofrece sólo la ayuda para dar el salto que perniltía a una joven -con 1nayor ruptura social y econó- mica que los hermanos- descender de la nobleza al despre- cio y el desamparo social: Clara pasa de la nobílitas a la vilitas. Es casi seguro que Clara toma la iniciativa para con- cretar el encuentro con Francisco. En sus secretos conci- liábulos, los cuatro -Clara, escoltada por Bona, y Francisco por Felipe Longo~ planifican la huida. La asocian, inlpri- miéndole un sentido profundo, con el simbolisn1o del Domingo de Ramos: la manera de entender la configura- ción con su seguimiento de Jesús debe comenzar con la fies- ta de su llegada aJerusalén, a la que seguirá la experiencia de la Pasión. En su visión profética, Clara también inicia una Semana Santa personal, un calvario lleno de conflictos dra- máticos. Se ha sospechado, con buenas razones, que el obispo de Asís animó en su propósito a la joven aristócrata, discretamente, en la liturgia de Ramos, y que él mismo pudo haberle facilitado la salida de la ciudad, cerrada y vi- gilada, abriéndole las puertas de su palacio aquella noche. Por otra parte, la circunstancia de que un obispo, pertene- ciente a la nobleza, ayude a una hija de la nobleza en su huida hacia el desamparo absoluto sólo puede explicarse si Francisco aprovecha su relación anlÍstosa con Guido II y lo convence para que facilite su plan. El hecho de que los hermanos sepan cuándo y dónde pueden encontrar a Clara y la acompañen a través del bosque nocturno hasta la Por- ciúncula, sugiere un sofisticado plan de fuga. Al dejarse cortar los cabellos por los hermanos, Clara ingresa en el estado de penitente, todavía no en la fraternidad. La nueva penitente, antes del filo del amanecer, previo acuerdo -46- co1nún, pide ser llevada a un lugar seguro. Posteriores pa- ralelisinos con la prünera etapa de Francisco no pasan de ser coincidencias, pero refuerzan el protagonisn1o de la búsqueda de Clara, que los hermanos no pueden ignorar. Así co1no el poverello, después de su dra1nática partida de Asís, sirvió un tiempo en la cocina de un monasterio be- nedictino, también la autodesposeída~hija de la nobleza será sirvienta en un monasterio de benedictinas que, en caso de persecución, le ofrece asilo eclesiástico. En el choque violento con su familia a los pocos días, Clara se encuentra tan sola como lo estuvo Francisco en el proceso ante el obispo. Los hermanos no se dejan ver. La experiencia de Francisco -«nadie me mostró lo que debía hacer» (Test 14) -tan'lbién la vivió la joven de dieciocho años. El Altísimo le mostraría el canlino, así como se lo mostró a los prüneros hermanos. Con todo, los hermanos pern'lanecieron en contacto con Clara. Francisco, Felipe Longo y Bernardo de Quintaval la acompañan algunos días después -pasan- do por delante de Asís- hasta el lugar en el que se encuen- tran las hern1anas de Santo Ángel de Panzo. Como después del violento choque en San Pablo de las Abadesas siempre contaría con la oposición de la fan'lilia, tiene que precaverse ante nuevos, posibles y abusivos ata- ques. Los hermanos seguirán acompañando a Clara. Con su conocimiento de la situación, la ayudan a seguir sus pasos. Por primera vez va a emprender su propio camino con una comunidad innovadora de mujeres al pie del monte Subasio, fuera de las murallas. Cuando su hermana n'lenor, Catalina, se suma a Clara, su fanillia reacciona más violentamente aún. Tampoco entonces están presentes los hermanos. ¿Es impotencia lo que, al parecer, obliga a Fran- cisco a mantenerse distanciado durante las dramáticas se- manas de búsqueda de Clara? Tomás de Celano deja tras- lucir otro motivo: el respeto a la vocación personal de Clara. Esta vocación debe esclarecerse desde su experiencia más íntima y originaria de Dios: <<El Altísimo mismo>> le ha -47-
  • 26.
  • 27. Tabla de santa Clara. Cuarta escena Perseguida y en peligro. A finales de marzo, Clara es buscada por hombres de su linaje y encontrada entre las hermanas de San Pablo. -50- 3. INÉS DE Asís En los relatos escritos o cinematográficos sobre los dos grandes santos de Asís se conjetura cómo pudo haber ayu- dado Francisco a Clara en aquel dramático tiempo pascual del año 1211. Pero casi nadie pregunta qué papel pudie- ron haber desempeñado sus confidentes fe1neninas. Éstas se hallan presentes en casi todas las exposiciones -primero como compañeras del hogar, después con1o hermanas-, pero se las trata más o menos como comparsas.¿Qué pasó entre sus amigas en los días anteriores y posteriores a la noche de la fuga? ¿Cómo vivieron el episodio? ¿Lo res- paldaron? Se sosperha que la decisión de Clara de evadirse aquel Domingo de Ramos no estuvo necesariamente arropa- da por el consentimiento de las demás. ¿Por qué Clara huye sola y busca su propio camino sin sus interlocutoras? ¿Dónde estaban en aquel momento? Bona de Guelfuccio, su confidente y la primera cómplice activa de Clara, no está cerca de ella. Más arriba presumimos que no debía de estar totalmente de acuerdo (todavía) con la fuga de Clara. ¿Consideraba la escapada demasiado arriesgada y los planes inmaduros? Es posible que Clara la hubiese alejado con subterfugio de una peregrinación, para no verse cuestio- nada por sus críticas.Tampoco está claro en qué mo1nento Pacífica de Guelfuccio, hermana de Bona, se adhiere a Clara. En las fuentes es la tercera n1_ujer que ingresa en este movinuento, antes de que el grupo se traslade a San Da- -51-
  • 28.
  • 29. Pero ¿por qué no pern1.anecen an1bas hermanas y Pa- cífica en la comunidad de Santo Ángel, después de haber hallado en el bosque tanta felicidad y arnor? ¿Qué papel desempeña el convento de Santo Ángel de Panzo en su historia? ¿Fue este lugar sólo un bastidor en el últin1.o acto del drama de la fuga de ambas hermanas? Muchos recelan, apelando a una especulación negativa, que Clara e Inés tu- vieron que distanciarse de esas damas por una razón dis- tinta de la que las separó de las benedictinas, porque allí sí había verdadera pobreza. Pero ¿cómo influyeron en Clara, Inés y Pacífica? En todo caso, se encuentran aquí, por pri- mera vez, con mujeres que avistaron en común una nueva aurora espiritual. Las fuentes localizan la comunidad a tres kilómetros al suroeste de Asís. En ningún caso funcionaba con1..o monasterio, señal evidente de que mantenía una es- tructura abierta. Sólo se cita allí una iglesia rural. Probable- mente se trataba de mujeres penitentes, una de esas comu- nidades, dificiles de interpretar, que surgen en nurnerosos puntos, como la que pronto se establecerá en San Damián. Pero, entonces, volven1.os a preguntar: ¿por qué Clara, Inés y Pacífica no encuentran ahí su nuevo hogar? Desde Santo Ángel de Panzo no se divisa la ciudad de Asís. Desde allí no hay ninguna relación con la ciudad, el mundo que Clara conoce. ¿In1plicaba este apartanliento del mundo falta de solidaridad con él? Para Clara la vincu- lación con su ciudad natal fue esencial durante toda su vida. Seamos <<espejo y ejemplo}> para el mundo, escribe en su Testamento, y con eso muestra que no quería aislarse.Y cuando Asís se _ve a1nenazada por soldados mercenarios, considera apropiado socorrer a la ciudad. Probablemente, la vocación que sentían las tres primeras hermanas tenía matices diferentes de la de las penitentes del Santo Ángel, pero la diferencia no debía radicar en el concepto de la pobreza. Es posible que el impulso de esa vocación fuera tan fuerte que efectivamente necesitara un lugar distinto para -54- desarrollarse. La llegada de dos hennanas que profesan las mismas ideas y que buscan su carnino con la misma radi- calidad, junto con el recuerdo de los coloquios íntimos en las dependencias señorial~s de Asís y Perusa, aviva la espe- ranza de tener m_ás compañeras.¿Clara e Inés lo vislumbra- ban ya o quizá Inés llegó con la noticia de que no iban a estar las dos solas? ¿No se vieron a sí nlismas con1.o una car- ga demasiado pesada, física y espiritualmente, para las pe- nitentes del bosque? Con esta esperanza que las llenaba de alegría, Clara e Inés dieron nuevos pasos fuera de la exis- tente comunidad acogedora. Sugerencias para el momento actual Hay momentos en los que no puedo desentenderme de tomar una decisión sobre nli vida: o rechazo nli voz inte- rior o la obedezco. Clara se distanció de las usuales cir- cunstancias sociales y afrontó el desafío de la soledad. ¿Tengo yo el valor de emprender mi propio canlino? Para recorrer el carnino que conduce a la plenitud, tengo que desprehderme de muchas cosas que me dan se- guridad en la vida cotidiana. ¿De qué me tengo que liberar para conseguir sentirme libre? Los obstáculos no deben detenernos ni desviarnos. Esas resistencias son la oportunidad de 1nedir nuestras fuerzas y aclarar los motivos por los que se ha elegido precisamente ese camino. Las contrariedades, los problemas, nos invitan a esperar todo de Dios y, al nlisn1..o tiempo, a poner nuestro mayor empeño. ¿Cómo me las arreglo con las dificultades? Claridad sobre el camino y actitud resuelta de reco- rrerlo no siempre son suficientes. Clara advierte que se ne- cesitan aliados. Ta1nbién en mi vida compañeros y aliadas me alentaron o estuvieron a mi lado en los momentos de- cisivos: seres humanos que me pusieron a las puertas de un nuevo país y a quienes debo mis mejores pasos. -55-
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  • 31. 1. UNA COMUNIDAD INNOVADORA La primera mujer, por tanto, que se adhiere a Clara es Inés, su hermana menor. En un principio, hasta cierto punto, San Damián es una fundación familiar. Una ojeada sobre las demás compañeras confirma esta impresión. La tercera mujer que acompaña a las dos hermanas a San Damián es Pacífica de Guelfuccio, que había convivido con ellas en una casa vecina y era pariente lejana. Pacífica cuenta que fueron muy amigas y confidentes en sus años de convi- vencia. Después llegarán a San Damián otras mujeres a las que Clara ya conocía: familiares como su madre, su her- mana más pequeña, dos hijas de un primo, y amigas y com- pañeras de juventud. Esta intimidad confiere a la nueva co- munidad un carácter familiar y, a medida que pasa el tiempo, la estimula a abrirse a otras mujeres. Pero estas mu- jeres no sólo ingresan por sus vínculos familiares con Clara. Pacífica, por ejemplo, ya había compartido largas peregri- naciones, antes incluso del nacimiento de Clara. Ambas mujeres, que ya se conocían bien, llegan a ser hermanas en San Damián. Pacífica, pariente lejana y la tercera en incorporarse, tiene su propio criterio. Si analizamos sus declaraciones en el proceso, observamos que su crónica es muy precisa, ya que afirma que <<había entrado en religión junto con Clara, y que casi noche y día, la mayor parte del tiempo, la servía» (PCl 1,3). En el Testamento, Clara recuerda que, una cum paucis sororibus, entró en la fraternidad de Francisco me- -59-
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  • 33. traña, por tanto, que bajo el epígrafe de <<nlilagro>> del cues- tionario del Tribunal aparezca una antigua anécdota. Bienvenida de Perusa todavía vive cuando se desarrolla el proceso de canonización y es interrogada como segundo testigo. En su declaración hay algo que deben1.os observar con atención. Es una época sin calendarios ni agendas. Cuando se pregunta por una fecha, la mayoría de los tes- tigos responde citando una época del año o la fiesta de al- gún santo. Sin embargo, Bienvenida, después de más de cuarenta años, conserva nítidamente en su memoria la sucesión cronológica desde el comienzo. En dos ocasio- nes refiere que ingresó en San Damián el mismo año que Clara: Clara, el lunes de Semana Santa; ella, en el mes de septiembre. Repite esta declaración cuando se le pregunta formalmente por qué lo sabía. Responde: [porque] había oído hablar de ella [Clara] antes de entrar en religión, y que vivió con ella en la misma casa. Y desde que entró en religión, había permanecido con ella hasta su muerte, durante unos cuarenta y dos años, menos el tiempo dicho antes, desde el lunes santo hasta septiembre (PCl, 2,2). No es sólo, por tanto, la cronología lo que Bienvenida con- serva en su memoria, sino la génesis de la comunidad, que ve con nitidez ante sus ojos. Sabe con exactitud cuándo comenzó todo, aunque ella no estuviera allí. Se presume que Bienvenida lo sabe bien y que fue muy pronto infor- mada. Antes de que ella llegara en septiembre a San Da- mián y destruyera los vínculos con su pasada existencia, ya tenía conocimiento de que Clara, Inés y Pacífica se habían refugiado allí y estaban dispuestas a recibir a más hermanas. Tiene que haber habido una serie de relaciones entre Asís y Perusa que no se rompieron después del destierro de Clara ni, sobre todo, después de su conversión. Pacífica menciona además, entre estas hermanas, a Bal- bina, que había sido abadesa enVallegloria, junto a Spello. -62- Pero ya había fallecido. De esta Balbina (en el Proceso hay otras dos con el n1.is1no nombre) no sabemos nada. Ahora bien, el nombre de esta comunidad de Vallegloria asoma entre las primeras hern1.anas con asombrosa frecuencia. Balbina permaneció allí hasta su muerte, probablemente unos trece años; Pacífica, un año; y la hermana sucesora de Clara en el cargo de abadesa en San Damián, sor Benita, asumió después de la muerte de Balbina la dirección de la comunidad de Spello durante varios años. Hay un inter- cambio personal intenso entre la cercanaVallegloria y San Damián. Después de la muerte de Francisco -anticipándonos un poco-, hacia 1227 se observa en San Damián una especie de expansión eufórica. Balbina es destinada a Vallegloria, Benita es nombrada abadesa de Siena el mismo año, e Inés, cuya carta de despedida a Clara se conserva, es enviada, probablemente a fines de 1228 o de 1229, a Monteluce de Perusa. A los dieciséis años de la fundación de San Damián, sus hermanas se alían en comunidades de la misma inspi- ración en Umbría y toman la responsabilidad de una red femenina en el movinuento nunorítico. Esta expansión de las primeras, y ya experimentadas, hern'lanas debe inter- pretarse como una nueva fase de la reciente co1nunidad. Independientes y sabedoras de su valía, con una importante reserva de personal, las hermanas de San Damián pueden ápreciar dónde puede encajar, dentro del contorno, su ejemplo, a fin de que la nueva vocación pueda contagiar a otras. ¿No pregona Clara en su Testamento: <<Seamos espejo y ejemplo para sus hijas y, al tiempo que para ellas, para todo el mundo»? (TestCl 19-20). Aunque San Damián haya comenzado como un pro- yecto familiar, las hermanas mostrarán pronto que están en condiciones de escudriñar el mundo que las rodea y que, con el 1nayor sentido de responsabilidad, tienen un vivo y premeditado interés en que su vocación se vaya ex- pandiendo. Lo confirma la observación sobre las hermanas -63-
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  • 35. «hermanas» en sentido canónico, de «monasterio» o de vida propian'lente claustral. Que San Dan'lián pertenece a un fecundo movimiento franciscano de hermanas se deduce de la carta que Jacobo de Vitry escribe a Flandes en el otoño de 1216. Esta cró- nica de su viaje habla de varias comunidades de mujeres en el ámbito ideológico de los <<frailes menores>>, que el pre- lado francés denonüna <<hermanas menores». Cuenta que viven «en hospicios cerca de las ciudades», pero que no pa- recen desarrollar, en contraposición a los hermanos, nin- guna dinámica itinerante. El hecho de que estas «hermanas renuncian a toda propiedad» y, como los hermanos, «nada aceptan sino que viven del trabajo de sus manos», los dis- tingue de los monasterios clásicos, que tienen propiedades y pueden sobrevivir sin obligar a las monjas a trabajos serviles. Por otra parte, se distinguen de las nuevas formas de vida de los beguinos y humillados, que trabajan con sus propias manos pero aceptan donaciones importantes y tie- nen propiedades. Como el papa Inocencio III, Jacobo de Vitry elude el término sin duda inadecuado de monasterio. Entiende que se topa con una «nueva realidad» de mujeres, que conscientemente quieren vivir en albergues u hospi- cios. Hospítia de carácter religioso existían entonces entre los hu1nillados y los valdenses, y tuvieron una importante significación social como centros de fraternidad y hospi- talidad. Por lo que se ve, estas hermanas que se asientan en la proximidad de algunas ciudades llevan comunitaria- mente una vida de «peregrinas>> (RC18,2) en casas peque- ñas, pobres y acogedoras que recuerdan más a hospicios que a monasterios. Las recientes excavaciones arqueológicas arrojan una nueva luz sobre San Damián. La reconstrucción de la igle- sia de 1211 revela un albergue u hospicio muy especial. Según la primera hipótesis, la iglesita actual estaba origina- riamente dividida por un muro de separación: un espacio penumbroso con bóveda de cañón, entrada de aire y tube- -66- rías de agua (la actual nave de la iglesia), y, al lado, una pe- queña iglesia de poca altura (el actual presbiterio). El com- plejo fue completado con la vivienda del sacerdote que ahí prestaba servicios y que, a su vez, había ingresado en la fraternidad de Francisco. Marina Righetti Tosti-Croce, autora de esta primera hipótesis, supone la existencia de un viejo albergue en un espacio cuadrangular que en esa época o quizá en otra an- terior fue utilizado de lazareto. En favor de su tesis presenta algunos indicios: la arquitectura disponía de ventilación y conducción de agua. A esto se añade que la experiencia de Francisco en 1206 en San Damián se halla estrecha- mente relacionada con la atención de leprosos. El histo- riador Arnaldo Fortín localiza una leprosería en el ámbito de Rivotorto, sin indicación de referencias locales, pero que podría corresponder a San Damián. Giovanni Boccali observó hace años que San Damián poseía Inanantiales de aguas termales y que en la Antigüedad había sido un lugar de culto de una divinidad sanadora. Convertida al cristia- nismo, la ciudad de Asís no prohibió las peregrinaciones a este lugar cargado de historia, sino que lo dedicó a los san- tos médicos Danüán y Cosme, dándole así un nuevo sen- tido. Incluso en la Edad Media había funcionado allí un albergue que recogía enfermos y necesitados de muchos kilómetros a la redonda. Si es cierto que Clara se hospedó con sus compañeras en un albergue, cualquiera que fuese el destino que se le diera, podríamos pensar que se decidió por una vida sedentaria pero abierta. Autores como Paul Sabatier y los directores de cine Franco Zeffirelli y Liliana Cavani recibirían un nuevo respaldo en su sospecha de que las primeras compañeras de Clara se dedicaban al servicio de los leprosos, aunque no dejaría de ser una hipótesis. La historiadora milanesa Maria Pia Alberzoni ha demostrado, con el ejemplo deVerona, que estas primitivas comunida- des de hermanas presentan muy pronto rasgos caritativos y pueden haber surgido en relación con hospitales o lepro- -67-
  • 36.
  • 37. dos dimensiones vitales en la primera etapa: efectivan1.ente, Clara permite que el compañero de Francisco, enfermo mental, duerma en su estancia personal de oración (el ora- torio). Este testimonio es signo de hospitalidad y acceso abierto a las dependencias interiores. Bienvenida vivía en aquel tiempo «retirada», lo que supone un claustro protegido dentro del ámbito de la construcción (PCl 2,15. Véase Regla para los Eremitorios). Lo que se busca en San Damián, con toda evidencia, es una vida sedentaria contemplativa y, al mismo tiempo, social-caritativa, pero cerca de la ciudad. En su Testamento, Clara inserta un testimonio peculiar sobre el núcleo espiritual de la incipiente comunidad. Después de haber mantenido su programa de vida durante años, de haber defendido la comunidad y de conseguir que se aprobara, la fundadora ve en esta forma vivendi re- sumida su vocación. Francisco debe de haber redactado, en 1212-1214, esta Forma de vida, expresando la vocación de las hermanas en una sola frase. Hasta 1214, él es con- siderado el auténtico responsable de la comunidad. En realidad, sin embargo, la facultad «de recibir a las personas en la obediencia» significa en la fraternitas primitiva inte- grarlas totalmente en su propio movimiento. Clara ad- vierte repetidas veces que ella <<ha prometido obediencia a Francisco>>. Desde el momento en que su Regla dispone que sus sucesoras -que canónicamente son abadesas- deben prometer obediencia a los sucesores de Francis- co, deja traslucir la visión franciscana de la obediencia. Ésta no pretende una subordinación canónica. La promesa hace que hombres y mujeres se conviertan en hennanos capaces de «manifestar sus necesidades sin reparo» y de servirse de una mística que desafía la comparación con una madre (Rb, 6,7-9). Si se confronta forma y contenido de aquel programa comunitario con el que redactará, años después, el cardenal Hugolino para comunidades de mujeres, se aprecia que la función directora del poverello sobre sus hermanas es rela- -70- tiva. El cardenal se dirige en tanto que legislador, padre y superior a sus «amadas hijas en Cristo».Ve en ellas frágiles criaturas que deben ser custodiadas ante los peligros del mundo. Carga con la responsabilidad de conducirlas al recto camino y de preservarlas de los descarríos. Para ello Hugolino dicta medidas de protección que a las lectoras actuales se les han de antojar, inevitablemente, un régimen carcelario. Otro tono muy distinto presenta laforma vivendi ideada por Francisco. Mientras el grandilocuente cardenal establece, «con toda brevedad», catorce capítulos con pres- cripciones, el poverello se limita a una sola frase. Mientras_ el cardenal se desvive con paternal solicitud por sus hijas necesitadas de protección, Francisco pro1nete a sus herma- nas cariñoso desvelo y apoyo incondicional, lo nusmo que a sus hern1.anos. Mientras el prelado instruye a damas sin experiencia, Francisco describe la vida autónon1.a de discípulas de Cristo. En realidad, se desvanece totaln1.ente su <<yo» ante el <<vosotras», y el Señor es el único que define la vida de esta comunidad: Ya que por inspiración divina os hicisteis hijas y siervas del al- tísimo Rey y sumo Padre celestial, y os desposasteis con el Espí- ritu Santo, eligiendo vivir según la perfección del santo Evan- gelio, con1o los apóstoles (que lo dejaron todo y siguieron a Jesús),[...] quiero y prometo tener siempre, por mí mismo y por mis hermanos, un cuidado amoroso y una solicitud es- pecial de vosotras como de ellos (RCl, 6,3-4). Este texto lo entendió Clara como síntesis feliz de su forma de vida. Por eso debemos profundizar minuciosa- mente en este texto clave de San Damián. Ante todo hay que destacar el respeto con que un hombre escribe sobre una elección de vida estructurada para mujeres. Con la misma reverencia que manifiesta Francisco en su carta al hermano León, respeta también la relación ori- ginaria personal de las hermanas con Dios. Nadie debe -71-
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  • 39. Amadas Espíritu santo Esposo ¡:rno Padre auténtico Señor) Hijas Hermanas Hermanas Discípulas Compaiieras Cristo Maestro (con el Evangelio) (de los hermmws 1 humanidad) Hermanos Apoyo fraterno La promesa de pern'lanecer <<conectados» con las herrnanas, tanto él como sus hennanos, ocupándose de ellas «siernpre con un cuidado amoroso», imprimen en San Damián co- lores fraternos. Consta que en el verano de 1212 se halla presente el hermano Bentevenga con las cinco hennanas. Vive allí en el servicio de éstas (PCl 1,5). Más tarde son cuatro los que acon'lpañan a las hermanas en su vida coti- diana. Construyen sus propias chozas de rnadera junto a la iglesia, comparten la suerte de la comunidad de mujeres y asumen determinadas tareas a su servicio. Además, muchos hermanos pasan por San Damián, visitan la cruz que habló a Francisco, cuentan sus andanzas y amplían el horizonte de San Damián hasta los últimos confines de Europa. Fiel a su origen histórico, obedeciendo a su inspiración, y para no incurrir en descrédito, la comunidad de Clara se decide por una vida sedentaria y renuncia a la itinerancia evangélica. Sin ernbargo, queda a salvo la común vocación de hern1anos y hermanas menores que viven la pobreza radical uniendo soledad con solidaridad, retiro en el silen- -74- cio con apertura a la ciudad. La itinerancia de la vida evan- gélica se expresa en San Damián interiorn'lente, en el ca- ruino espiritual y místico. Clara se muestra en sus escritos siempre carninando descalza y con un corazón ardiente en pos de su Enarnorado. Los inforrnes de sus compañeras re- flejan también la dimensión caritativa de San Danüán. Lo mismo que los hermanos, las hermanas viven transidas de un gran espíritu de solidaridad y abiertas a los menestero- sos de la ciudad y del valle de Un'lbría. -75-
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  • 41. char los aspectos positivos de una forma de vida retirada en su nuevo camino? El problema de la clausura surge cuando la Iglesia da otra definición de clausura y trata de itnpo- nerla. Eso se puede apreciar ya un siglo antes, en el ejem- plo de las n'lujeres Eloísa e Hildegarda de Bingen, y de los hon'lbres Abelardo e Idung de Prüfening. Gisela Muschiol detecta diferencias que podremos descubrir más tarde en la divergente comprensión de la clausura entre Clara y Hu- golino. Mientras las mujeres conciben una clausura prefe- rentemente pasiva, idéntica para monjes y religiosas, los hombres prescriben a los n'lonjes una clausura, en todo caso, más suave, mientras que a las religiosas las recargan con la mayor extensión 1complejidad posible. El riguroso aislamiento debe asegurarse por una superposición de clausuras que envuelve la totalidad de la vida cotidiana. Abarca la conducta en la conversación y el silencio: tien'l- pos perfectamente definidos para hablar y guardar silencio, evitar ver y dejarse ver, separación de géneros, firme apar- tamiento entre dentro y fuera. En los tipos de clausura de los hombres se reducen las relaciones interhumanas a un compartimiento aislado interior, donde la comunicación es 1nínirna. Las prescripciones de Hugolino sobre clausura responden a esta doble estrategia. Extraña que Clara, al contrario que Hugolino, no uti- lice en sus escritos la noción de clausura. En su lugar usa acepciones corno «dentro» o «en el monasterio». Sólo a principios del siglo XIII adoptan significados distintos «mo- nasterio>> y «clausura», que hasta entonces eran intercam- biables. <<Clausura» es el espacio interior donde las herma- nas tratan de vivir según el Evangelio. San Damián resulta en esto un espacio en el que se despliegan múltiples rela- ciones internas y externas. Esto indica la Tabla biográfica en la basílica de Santa Clara: la abadía de San Pablo y la ermita de Santo Ángel de Panzo aparecen sin ninguna re- lación con la ciudad. Al fondo se ven edificios, sin puerta, sólo con ventanas: lugares cerrados, apartados del mundo. -78- Las otras seis escenas de la tabla pintada que se desarrollan en la capilla de la Porciúncula y en San Darnián represen- tan reuniones de muchas personas y expresan una gran vinculación con la ciudad. Porciúncula y San Damián aparecen cercanos a la ciudad. Benedictinas y hermanas de Santo Ángel, por el contrario, buscan el alejarniento del mundo, una idea que no con'lparte Clara. Su comunidad se ha ubicado intencionadamente a ochocientos n1etros de las n1urallas de Asís. Aquí se ha puesto de relieve que estas hermanas desa- rrollan su vida evangélica con'lunitariarnente en la vecin- dad de la ciudad, por lo tanto en conexión con la sociedad terrena. La verdadera intención de la clausura vivida en común en San Damián se puede presentir en el ejemplo del espejo que Clara desarrolla en sus cartas y en su Testa- mento. Más que en regulaciones externas y normas, la clau- sura consiste en la comunicación comunitaria íntima de las hermanas con Dios, en el ámbito interior de la vida contemplativa, en el constante mirarse en el espejo que es Cristo. Cuando Clara busca a Cristo en la soledad, no se trata de una interioridad que detesta el <<siglo», que no per- cibe a las otras religiosas ni alrnundo de más allá de la clau- sura. El Testamento impulsa a las hermanas a ser espejo y ejemplo unas para otras y para los demás hombres. Lo vivido en la clausura está en relación con el mundo. «El pequeño claustro contiene en sí un n'lundo sin fronteras», coinenta certeramente Marco Bartoli. Para Clara el problerna no era la clausura en sí. No con- tradecía su proyecto de vida. Clara se defendía sólo cuando veía en peligro su autenticidad, y uno de esos peligros era la política papal sobre las religiosas del movimiento paupe- rístico. Ya Inocencio III desplegó una política monástica que constreñía a todas las religiosas a una clausura estricta, tuvieran carácter monástico o pertenecieran a comunida- des de damas penitentes. Su plan no pudo llevarse a efecto, pero su sucesor prosiguió con sus esfuerzos, hasta que el -79-
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  • 43. ciones con los hombres y mujeres. ¿Tengo en mi vida es- pacios protectores y tiempos en los que vivir y esclarecer mis relaciones? En contraposición a las monjas de San Pablo o a las pe- nitentes de Santo Ángel, la comunidad de Clara busca la proxirnidad de Asís: soledad y ciudad se enlazan en la vida de las hennanas. La unión con Dios se traduce en amor al prójimo. A San Damián llegan muchas personas en busca de ayuda; las hermanas se prodigan en atenderlas, se preo- cupan de sus penas y sus gozos. ¿Cómo conjugo yo la vida interior, los espacios interio- res con el exterior? ¿Hasta qué punto me dejo interpelar por los hombres y sus experiencias? ¿Cuál es la <<ciudad}> o el ambiente .social donde estoy vinculado y con el que tengo rnás obligaciones? ¿Cómo expreso mi solidaridad con la sociedad en la que me encuentro?Y, al margen de todo comprorniso, ¿no le vendría bien a mi vida distan- cianüento y rn.irada crítica desde fuera de mi mundo social, político y económico? 82- Tabla de santa Clara:figura central Clara, luz que irradia en la soledad. La hermana sale libremente al encuentro de visitantes y peregrinos. -83-
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  • 45. 1. POLÍTICA ECLESIÁSTICA E INICIATIVAS NECESARIAS La nueva comunidad no es ninguna isla familiar. San Da- mián quiere ser un lugar abierto y lleno de vida en n1.edio de la Iglesia. ¿Es posible? Los años que transcurren entre 1216 y la 1nuerte de Fran- cisco deben entenderse como años de consolidación de la reciente comunidad femenina de San Damián. nún1ero de hermanas se incrementaba, lenta pero constantemente, y ya habían atinado a fijar su forma de vida. La forma de vida es la expresión tangible de lo que aquellas damas entendían por seguimiento de Cristo. Se podría pensar que se había alcan- zado la tranquilidad y la paz en San Damián, que ya se habían depuesto las controversias fanllliares. Eso se deduce de las fuentes, y la supervivencia de la comunidad no permite con- jeturar otra cosa. El reconocimiento cordial de Francisco y sus hermanos, vivificado por una profunda comprensión y simpatía, fue para las hermanas la base y la legitilnación de su vida cotidiana.Y cuando se superaron las barreras y en- contraron su lugar y sistema de vida, surgieron otras dificul- tades. Éstas deben ser consideradas 1nás opresivas que las ene- mistades procedentes de la clase alta o de la ciudad, ya que los protagonistas de estos conflictos se sentían comprometi- dos entre sí y especulaban sobre los misn1os valores. Dos graves cuestiones sobre la identidad de San Da1nián emergen en aquellos primeros años. Por un lado, la resolu- ción del IV Concilio de Letrán, en noviembre de 1215, según la cual las nuevas comunidades religiosas sólo podían -87-
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  • 47. para dirigir sólidas adnlinistraciones don'lésticas ¿O pensaba que, en vista de la estructura fan1iliar e íntin1a, y el corto número de hermanas, eran adecuados tratanlientos más hu- nllldes y ajustados a la igualdad de derechos? Piénsese que en aquella época se certifica nominalmente la existencia de siete o, cuando más, ocho hermanas en San Damián ¿Se trata, por tanto, de que no quiere asunlir ninguna función directiva, o de que básicamente no considera todavía opor- tuno que esas estructuras se establezcan en su comunidad? ¿O hay que rastrear una tercera razón, que nos llevaría a un gesto de hunlildad? ¿No sospecharía Clara que, si ella asu- mía la dirección de San Danlián, su comunidad ascendería de nivel, adquiriría poder y de esa manera incurriría en el peligro de tener que salirse de la fraternítas (es decir, de la federación fraterna de hermanos y hermanas)? ¿O presen- tiría -debido a sus experiencias con el carisma benedictino y las radicalizaciones canónicas- que, con la aceptación ofi- cial de la responsabilidad suprerna, se imponen irreversi- blemente las formas tradicionales n1onásticas? Aún es po- sible una cuarta razón. De la declaración de Pacífica queda claro que se pronuncia sobre un acto específico: Dijo también esta testigo que, a los tres años de su vida en re- ligión, la dicha madonna Clara, a ruegos e instancias de san Francisco, que casi la obligó, aceptó el gobierno de las her- manas. Preguntada cómo sabía eso, respondió que ella había estado presente (PCl 1,6). A Francisco le _encantaba poner en juego impresionantes escenificaciones simbólicas. Permitía, de ese modo, que se pudiera exteriorizar el giro producido en las estructuras de la pequeña comunidad a las puertas de Asís. Desde en- tonces hay oficialmente una responsable que, potencial- mente al menos, pertenece a la esfera de la directiva ecle- siástica. Precisamente por eso Clara se resigna a ese cambio en el entramado jurídico, para obtener el reconocimiento -90- de la Iglesia y proteger así la identidad de su comunidad. Como reacción al Concilio, Clara se perfila ostensible- mente, a los pocos años de su espectacular huida, por se- gunda vez, como una personalidad en condiciones de lu- char por la fórmula institucional de su propio carisma y de asumir altas responsabilidades. Esta observación debilita el argumento de la inexperiencia. En su Testamento, Clara certifica que ya en los primeros años obtuvo de Inocen- cia III un sorprendente privilegio de credencial que con- firma el perfil de San Damián: el <<Privilegio de la santa pobreza». Reclama la autorización suprema de la Igle- sia para esgrimir el privilegio de no verse obligada nun- ca a aceptar un privilegio. Clara exige con ello que la pobr~za vivida comunitariamente sea reconocida como expresión de la vida evangélica y carisrna femenino. De hecho, muchas comunidades intentaron, sirviéndose de privilegios que otorgaban con frecuencia ventajas eco- nómicas y propiedades, garantizar una firme seguridad dentro de la Iglesia. Ahora bien, si la obtención de este Pri- vilegio de pobreza no se produce siendo Clara abadesa, debemos arrojar sobre el hecho una nueva luz. No se trata solamente de un intento defensivo -protegerse contra un influjo monástico después del Concilio-, sino que la ini- ciativa debe interpretarse como un acto cargado de futuro. SanDalTiián logra hacerse reconocer en su identidad irre- nunciable sin verse afectado por las reformas canónicas. El problema de la aceptación del título de abadesa incide con mayor nitidez en el contexto de la política eclesiástica de Gregario IX. Es en ese pontificado cuando se le aplica a Clara, por primera vez, el título de abadesa. La incomprensión de este papa fue lo que mantuvo ;:t Clara en tensión, durante muchos años. Esta actitud, no carente de buena voluntad, pero de consecuencias funes- tas, colTIÍenza a manifestarse en los años 1218-1219. Esto ocurre con las Constituciones (en realidad, una nueva Regla monástica) que Gregorio, entonces Hugolino, car- -91-
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  • 49. tro. . . a fin de abrazar a vuestro Esposo con un an'lor inco- rruptible (Deus Pater qui vos, 1-4). En esta concepción de la vida religiosa femenina el sujeto activo es exclusivamente Dios. Pero no en el sentido de que inspire a las damas una acción propia y decisiones transpa- rentes, sino en que les arrebata aquellos rasgos esenciales que Francisco había intuido en la vigorosa respuesta voca- cional de las hermanas. En la carta papal, Dios las <<adopta» bondadosamente como hijas, nada se dice de que ellas mis- mas <<se conviertan» en hijas de Dios. Las damas aparecen activas sólo en cuanto que se consagran como siervas del Señor. En la Forma de vida de Francisco se dan rasgos dis- tintos. Aquí, las hermanas son hijas del Padre celestial y sier- vas del Supremo rey. Según el pontífice, no deben confiarse autónomamente al Espíritu Santo como consortes y esposas, sino que, por la acción del Espíritu Santo, deben ser despo- sadas con Jesucristo. En realidad se retocan todas las imáge- nes. Las hermanas deben encarnar la acreditada opción de esposas de Cristo y no deben considerarse esposas del Es- píritu o discípulas resueltas a seguir al Señor. En esta carta, y ésta es su quintaesencia, acontece expre- samente la inspiración divina. En el texto latino las alusio- nes son evidentes. Pero la totalidad del proceso no implica la inspiración divina, sino una particularidad muy especí- fica: <<Para este fin>>, es decir, para que pueda consumarse la adjudicación de opciones prefijadas por el papa.Y para su concepto de vida contemplativa, de inspiración cisterciense y no franciscana, se requiere la estricta clausura y el aisla- miento del mundo. Con esto esclarece inequívocamente el papa Gregorio cómo quiere que se entiendan las comunidades de damas pobres, bien porque lo ha pretendido expresamente, distan- ciándose de laforma vivendi, bien porque las referencias son casuales. Entiende a las hermanas como una pléyade de hijas a él encomendadas que, aceptando su propuesta, se -94- preparan con docilidad, suave y ocultamente, allnatrimo- nio espiritual con Dios. A la fecundidad de la vida evangé- lica en este mundo, de la que Clara habla en sus cartas a Inés (véase 3CtaCl 24-25), y que Clara quiere vivir, con1o se rnuestra vigorosamente en su denodada lucha por una regla para su orden, no se hace ninguna mención. Clara no se va a sentir identificada, como tampoco sus hern1anas, como veremos, con esas propuestas del papa, y tampoco va a actuar contra el pontífice. Documento de archivo: el Privilegio de la Pobreza <<El Privilegio de la altísima Pobreza>> En verano de 1228 el papa Gregorio IX visita San Damián e incurre en conflicto con Clara. Original del Privilegio de la Pobreza del 17 de septiembre de 1228. -95-
  • 50.
  • 51. ficción jurídica. Según esto, si San Damián deseara ha- cer reconocer su Fonna de vida especial, a la que se adhie- ren otras co1nunidades, a partir de 1216 serían necesarias astucias legales. Según estos autores, para Francisco eso no supondría ningún problema. En cambio, su hermana Clara, de concepciones 1nás radicales, no hubiera podido separar derecho y espíritu, exterioridad jurídica y vida in- terior. Tomás de Celano es el único que informa sobre el conflicto en torno al título de abadesa. El biógrafo lo fecha en el cuarto año de San Damián, lo cual es política1nente impensable y además una mala interpretación del testimo- nio de sor Pacífica (VidaCl 12). Es dudoso, teniendo en cuenta la problemática situación de las fuentes, que Fran- cisco instigase realn1ente a Clara a una aceptación pura- mente fonnal de la Regla benedictina. De todos modos, antes de 1228 no se envían documentos eclesiásticos a San Damián, que se dirijan a una abadesa. Sí es evidente que Francisco motiva a Clara, al tercer año y contra su voluntad, a la responsabilidad de dirigir la joven comunidad. A diferencia de las religiosas de Santo Domingo, el grupo de conventos ligados a San Damián se desarrolla con autónoma responsabilidad. Ni capellanes fra- ternos ni prelados de ninguna especie deben inmiscuirse entre Dios y las hermanas. Ellas son hijas del Padre, com- pañeras del Espíritu y discípulas de Cristo. Esto encaja con la forma vivendi en que se desenvuelven los hermanos menores destinados al servicio de las hermanas. En San Damián, los frailes están sometidos a la autoridad de Clara. Seguramente, fue decisión de Clara custodiar la voca- ción original a la vida evangélica con un Privilegio de po- breza. Así con1o Francisco había tenido éxito con el papa siete años antes, Clara esperaba también que Inocencio escuchase y le concediese comprensión, aliento y recono- cimiento. Apenas es concebible que Clara se trasladase sola a Perusa, como imaginan Paul Sabatier, David Flood y Anton Rotzetter.Jacobo de Vitry pudo constatar en Perusa, -98- en ese núsn'lo verano, evidentes simpatías de «cardenales y del papa» por <<los hermanos y hermanas menores». El cro- nistaTomás de Eccleston certifica la presencia del poverello en Perusa en ese 1nomento, quien incluso compartirá el dolor por la muerte de Inocencia III. Para granjearse un éxito di- plon1ático en la obtención de un privilegio tan insólito como el de la pobreza, se necesita la interacción de todas las fuerzas: iniciativa de Clara, relaciones del obispo Guido con la curia y, quizá, la amistad de Francisco con el papa. El segundo conflicto serio emerge, según las fuentes, cuando el poverello trata de disuadir a Clara de sus rigurosas fórmulas de ayuno. Algunas compañeras acuden angus- tiadas a pedir auxilio a Francisco cuando ellas solas no pueden conseguir nada. A Francisco le toca movilizar al obispo Guido. No está claro cuándo sucede la interven- ción: hasta 1228, San Damián pertenece a la jurisdicción del obispo de Asís. Pero tanto el hermano como el obis- po local se ven apremiados a intervenir, motivados por una seria preocupación por la salud de Clara, que en 1224 enferma gravemente y es obligada a cuidarse con mayor atención. Lo que sí se puede fechar con seguridad crono- lógica es otro testin'lonio de la sensibilidad de Francisco. Su exhortación cantada a San Damián, el Audite, poverelle, invita a las hermanas, con ocasión de una estancia prolon- gada en el lugar, a preocuparse profundamente por sí mis- mas. Pero a diferencia de lo que ocurre en esta composi- ción de la primavera de 1225, el poverello ya no duda, en su intervención sobre el ayuno, en coartar la libertad espiritual de Clara con la ayuda del obispo. Con ello se entromete, afectando la Forma de vida escrita por Clara dentro del diseño específico de su seguimiento de Cristo. Esta intromisión nos remite a su «preocupación y amor» fraterno-maternos. Como trasfondo, hay que recordar su dolorosa experiencia: se había dado cuenta demasiado tarde de la peligrosidad de su ascesis, que no podía ser agradable a Dios ni ser verdaderamente liberadora. -99-
  • 52.
  • 53. 3. LA IDEA DE VIDA EN COMÚN DE CLARA Como ya hemos indicado, a Clara la caracteriza cualquier cosa menos un estilo señorial, reflejo de la estructura de la dominación feudal, indiscutible, por ejemplo, en Hildegarda de Bingen. Sobre có1no concibe la dirección en la fase ini- cial de su comunidad podemos extraer conclusiones de dos fuentes: por un lado, de su Regla, con1.o síntesis de su ex- periencia de vida; por otro, de las declaraciones de las tes- tigos del proceso de canonización. La idea que Clara tenía sobre la dirección se parece a la de Francisco. En la cuarta Admonición, el hermano denomina la función de dirigir como <<oficio de lavatorio de los pies». Las declaraciones de las hermanas en el proceso describen exactamente esta ima- gen: Clara lava los pies a las hermanas, literalmente y en un sentido superior. N o se trata de una actitud ascética o de un ejercicio que se realiza para la propia humillación, sino que es expresión de su amor a las hermanas. Es un aprecio elevado, ante el que se inclina y con el que se sabe en el camino de la vida evangélica. Las cree capaces de fuerza y alegría en las iniciativas, y está convencida de su mayoría de edad. Lo contrario del criterio que manifiesta Hugolino. A diferencia de éste, Clara considera a las herma- nas capacitadas y con criterio, por ejemplo, para saber si una abadesa favorece o peljudica a la comunidad. Clara aplica la correspondiente expresión de la Regla bulada de Francisco, cuya capacidad de discernimiento, reservada a los ministros y provinciales, an1plía a todo el círculo de hermanas. -103-
  • 54.
  • 55. temente, otras veces con nada, sino que Clara instituciona- lizó la pobreza con el ayuno>>. En las pocas indicaciones que Clara da en su Regla sobre el ayuno manifiesta, una vez más, su respeto fundamental a la responsabilidad de cada hermana. Su atención se vuelca, sobre todo, en los débiles y enfermos, para los que establece excepciones. Clara y sus hermanas vivían de lo que mendigaban, es decir, no podían elegir la comida. De ahí surgió la controversia sobre las disposiciones para la forma de ayunar que Gregario IX impuso en su preconcebida Orden de hermanas. ¿Cómo iban a poder conseguir las hermanas tales víveres especiales de áyuno en los días en que estaban prescritos, si vivían de lo que las gentes compartían con ellas? El talento de Clara de concebir y armonizar dirección e iniciativa la in1pulsa a seguir prestando atención a Fran- cisco y a los dignatarios eclesiásticos, pero sobre todo escuchando la voz del Evangelio. Y para asegurarse la imitación de la vida evangélica, siguiendo las huellas de Jesús pobre, no elude los conflictos con esas destacadas personas. Sugerencias para el momento actual Las relaciones entre Clara y Francisco conocen aproxima- ciones y distanciamientos, obligaciones y crisis. Ambos arriesgan controversias y las mantienen. ¿Cómo afronto yo los conflictos- con otras personas? ¿Los esquivo? ¿Me impongo a ellas? ¿Cedo bondadosamente o con displi- cencia? Francisco encuentra en San Damián un espacio íntimo en el que descubre su debilidad. ¿Encuentro en mi vida hombres y mujeres capaces de alentarme en los días acia- gos, que soportan mis crisis internas y conocen mi lado más débil? -106- En cuanto conviven varios seres humanos, se desarro- llan estructuras. ¿En qué estructuras 1ne toca vivir? ¿Me favorecen o me peljudican? Clara pretende que sus hennanas crezcan hasta que, al llegar a la mayoría de edad, sean n1ujeres capaces de asumir su propia dirección en la vida. ¿Cómo me va a nú en la di- rección de mi personalidad? -107-
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  • 57. 1. «NO SIGAS SU CONSEJO.>> CLARA Y GREGORIO IX La intuición interna de una opción carisn'lática fundacio- nal, encarnada en una práctica, se diferencia de la urdin'lbre exterior de una teoría abstracta también en la vida con- templativa de las monjas de clausura. Esto lo vivieron, cien años antes, Eloísa e Hildegarda de Bingen en sus programas de vida.Y esto lo recogieron posteriormente Clara y otras tnujeres.Abreviando, se podría formular, con cierta provo- cación: allí donde ha habido mujeres comprometidas que intensificaron su vida en plena libertad, tratando de ser fér- tiles en un ámbito interior reservado a Dios, los dignatarios eclesiásticos, alarmados y con innegable celo paternal, in- tentaron, por medio de normativas externas y de un rigu- roso aislamiento, garantizar sólo algo externo: proteger su virginidad. A partir de 1219, H ugolino impuso a las múl- tiples iniciativas del nuevo movimiento religioso de muje- res una Forma.de vida redactada por él «para monjas po- bres de clausura>>. Comienza con una pomposa justificación de la normativa y subraya la importancia salvífica de su aceptación. La. Forma de vida de San Damián, en cambio, se reduce a meras relaciones existenciales y, en esencia, re- nuncia a toda norma prescriptiva. La Regla de santa Clara empieza proyectando una amplia perspectiva de vida según el Evangelio de <<nuestro Señor Jesucristo». Entre Clara y Gregorio IX se dio una verdadera dis- crepancia en el ejercicio de sus atribuciones, lo cual pro- - 111-
  • 58.
  • 59. Apenas cuatro años después de la muerte de Francisco, el28 de septiembre de 1230, Gregorio IX, con la bula Quo elongati (primera interpretación papal de la Regla minorí- tica), trata de dirimir las cuestiones vitales de la Orden que en el Capítulo General de Pentecostés causaban división entre los hermanos. Gregario hace alusión en su bula a que conoce las intenciones de Francisco porque fue su confidente durante largo tiempo y porque le prestó sus servicios, en calidad de cardenal protector, en la redacción de la Regla y en la aprobación de ésta por el papa. Bajo la presidencia del ministro generalJuan Parenti, la delegación formula las preguntas ante el papa Gregario y el Sumo Pontífice va respondiendo certeramente a las diversas in- terpretaciones de la Regla y proclama que el Testamento de Francisco no es vinculante. No se percibe, de momento, una oposición o resistencia a la respuesta pontificia, al menos de parte de los hermanos. La última de las preguntas se refiere a las relaciones de los hermanos menores con la nueva Orden de mujeres. Como en los otros puntos del litigio, también aquí la interpretación del papa es restrictiva. A los hermanos se les prohíbe toda relación con las comu- nidades de hermanas que no estuvieran autorizadas por la sede apostólica. Esto afecta directamente a Clara, y ella reacciona: su vida se alimenta no sólo de pan, sino del in- tercambio espiritual y litúrgico con los hermanos. La con- secuencia sería (aunque algo provocativa) remitir a los colectores de limosnas a su ministro y renunciar al «pan del cuerpo». La amenaza práctica de una huelga de hambre restaura la unidad fraterna de San Damián con los her- manos. El papa, que tanto había admirado a Clara, la vulnera en sus dos aspiraciones más supremas: en la absoluta pobreza, según la vida evangélica en los cauces de la espiritualidad de Francisco, y en la solidaridad espiritual con los herma- nos menores. Aquí se abrió más de un abismo entre las perspectivas interna y externa: por encima de la valoración -114- positiva del carisma evangélico de Clara predomina en actuación del papa, con toda evidencia, la pri~ridad de la política de la Iglesia. Es lógico que, en los años siguientes, Clara necesite la alianza de otras mujeres, y la encuentra. Su compañera más influyente en el canlino espiritual de la pobreza, Inés de Praga, ingresa en 1230 (11 de junio) en el monasterio fun- dado por ella misma en Praga.Ambas mujeres sólo se pue- den comunicar por correo. Del período de 1235 a 1253 se conservan cuatro cartas de Clara a Inés. Nos brindan tes- timonios espirituales y documentan el florecimiento de una profunda amistad espiritual. Por propia experiencia, Clara recomienda, enfáticamente, en una segunda carta a Inés, escrita probablemente entre 1235 y 1238, que pon- dere bien por quién se deja aconsejar. La remite al ase- soramiento del ministro general: «Y si alguien te dijere o sugiriere algo que estorbe tu perfección, o que parezca contrario a tu vocación divina, aunque estés en el deber de respetarle, no sigas su consejo>> (2CtaCl 17). Parafraseando a Clara, diríamos: en diftnitiva, respétalo, pero no le hagas caso. Aunque sea el mismísimo papa. En su comunicación fraterna con Inés, hay señales evi- dentes de los polos que influyen en su vida: las orientacio- nes sobre su camino las recibe de Dios y de Francisco, y se las trasmite a Inés; y su camino lo encomienda a la vi- gilancia de la Iglesia, a quien quiere servir responsable- mente. Inés comienza una larga correspondencia entre Praga y Roma. La hija del rey de Bohemia, que constantemente busca consejo en Clara ,en sus solicitudes ante el papa, es apoyada eficientemente por su familia. Se entiende que Gregario IX no va a rechazar sus peticiones, como por ejen1plo la demanda de Inés de 1237 que lleva la re- comendación calurosa, en carta adjunta, de su hermano Wenceslao I, con alusiones a algunos favores políticos. El papa intenta, una y otra vez, atenerse a su propio pro- -115-
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  • 61. Tabla de santa Clara. Sexta escena Repartir pan y vida. A Clara y a sus hermanas les gusta dar a los demás los pedazos de pan que les regalan en la ciudad. -118- 2. HERMANAS DE LA SEÑORA POBREZA: CLARA E INÉS DE PRAGA Se ha explicado ya que el voto de pobreza de Clara es como la esencial cristalización de su camino de vida evangélica. Pre- cisamente, las relaciones de Clara con Gregorio IX se hallan entretejidas por la controversia sobre ese voto. Y la amistad de Clara con Inés de Praga se halla vivificada por el denodado esfuerzo cornún, contra los planes del papa -y, si es necesario, contra él- de mantenerse firmes en la amada pobreza. Inés de Praga irrumpe tarde en la vida de Clara. En 1235, un año después de su ingreso en el convento de Praga fun- dado por ella, se inicia la correspondencia entre ambas. Ini- cialmente la princesa de Bohemia imprime a su fundación un cuño hugoliniano, pero el interés por la experiencia de San Damián la estimula a contactar con las hermanas de Asís. Clara tiene cuarenta y dos años. El camino común se encuentra jalonado por reiteradas y fuertes confrontaciones con el papa Gregorio IX en torno a la cuestión de la po- breza. En 1228, Clara supera sola esa colisión y resuelve a su favor la controversia. Diez años más tarde, el con1por- tamiento de Gregorio con Inés demuestra que la confir- mación del Privilegio de la pobreza para San Damián había sido una excepción tolerada. El papa no está interesado en que las mujeres den forma independiente a sus experien- cias de fe. Una Regla escrita por Inés sobre la base de debates entre las mujeres es rechazada despectivamente. Gregorio responde a la dignísima Inés que no debe dila- pidar sus fuerzas en semejantes iniciativas privadas. · -119-
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  • 63. Tabla de santa Clara. Séptima escena (detalle) ¿Ves lo que yo veo? Enferma y muchas veces <<amarrada>> a su lecho, Clara irradia su luz más allá de los muros del convento. -122- 3. HERMANAS MENORES. CLARA Y ELÍAS DE Asís San Damián es una de las muchas comunidades de <<damas pobres» o <<hermanas menores»; sin embargo, entre los con- ventos de inspiración franciscana, el de Clara se ha mante- nido en una posición peculiar que se manifiesta en dos cosas: en la forma vivendi, en creciente tensión con la polí- tica papal sobre la nueva Orden de monjas pobres, y en relación privilegiada con los hermanos menores. Hasta 1227 pertenecen a San Damián algunos conventos vinculados al pequeño círculo de comunidades, confiados al cuidado de los hermanos. El distanciamiento terminante de los conventos de monjas, como documenta la Regla definiti- va para los hermanos menores y las informaciones de compañeros de Francisco, no afecta a Asís. Pero la situación privilegiada de las hermanas de Clara cambia dramática- mente al final de 1227. Elegido Hugolino papa, bajo el nombre de Gregario IX, desarrolla e impulsa enérgica- mente, en los primeros años de pontificado, su política claustral femenina, mencionando el problema de la pasto- ral. El 14 de diciembre, en una solemne carta al <<querido hijo» y ministro general de los hermanos menores, le pres- cribe «asumir, en virtud de la obediencia, responsabilidad jurídica sobre todas las hermanas cerradas y atenderlas como si fueran sus ovejitas». Con esto, el hermano Juan Parenti tendrá que designar hermanos, en el futuro, no sólo para las pocas comunidades vinculadas a San Damián, -123-
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  • 65. con la perfección a la que el Espíritu del Señor te ha lla- mado. Y, para avanzar con mayor seguridad en el camino de la voluntad del Señor, sigue los consejos de nuestro venerable padre el hermano Elías, ministro general; antepón su consejo al de todos los demás, y tenlo por n1.ás preciado que cualquier regalo. Y, si alguien te dijere o sugiriere algo que estorbe tu perfección, o que parezca contrario a tu vocación divina, aunque estés en el deber de respetarle, no sigas su consejo, sino abraza como virgen pobre a Cristo pobre. Maria Pia Alberzoni explica la razón de la coincidencia de criterios entre Clara y Elías por el fenómeno de un nuevo tipo de <<hermanas menores» (sorores minores). Por lo que se ve,junto a las monjas de clausura de corte hugoliniano del Ordo Sancti Damiani pontificio y el pequeño círculo de comunidades de San Damián existía un tercer tipo de co- munidades libres y abiertas que todavía se denominaban «hermanas menores>> y estaban vinculadas a hermanos me- nores particulares. Una primera carta pontificia de 1241, de no mucho después de la destitución de Elías, instaura una dura persecución de estas <<minoritas» o «mujercillas» (mulierculae). Su estilo de vida se orienta hacia la itineran- cia de los hermanos adoptando formas de apostolado caritativo y permitiendo a las hermanas llevar una vida itinerante. La profesora milanesa Alberzoni conjetura que Elías habría promovido y amparado a estas hermanas franciscanas contra la política claustral de Gregorio IX. Sólo después de su destitución, habrían podido iniciar el papa y los posteriores generales la política de represión de religiosas no sujetas a estricta clausura. Esta interesante tesis tiene, sin embargo, tres puntos débiles: en primer lugar, no se conservan fuentes que permitan deducir con- -126- clusiones sobre la postura de Elías respecto de las sorores minores; otra pregunta que se in1pone es por qué el papa Gregario deja transcurrir dos años desde la destitución de su protector Elías hasta la persecución de estas minoritas; y, en tercer lugar, no se ve qué importancia pudieran tener estas hern1.anas menores itinerantes para San Damián. Los edictos persecutorios papales consideran un escándalo el que estas minoritas se apropien del hábito y del cordón de la Orden de San Darnián, pero se refieren, en primer término, a los n1_onasterios de clausura de la Orden papal y no precisamente a la comunidad de San Damián, que había defendido con éxito su propia Forn1.a de vida y su arraigamiento en la orden de los menores. Es interesante constatar que Clara se aparta resueltamente tanto de las «damas encerradas» de Gregorio como de las sorores mino- res. Después de 1234, ella se llama en sus cartas «sierva de las damas pobres» y en los años cuarenta surgirá su Regla para <<la orden de las hermanas pobres» (Ordo Sororum Pau- perum). En realidad, son los hermanos itinerantes los que man- tienen la comunicación entre los monasterios de Clara y propugnan fundaciones como la de Praga. Aquellos años innovadores y agitados de la política eclesiástica en rela- ción con las negociaciones entre Praga y Asís pertenecen al período de gobier~o del hermano Elías, quien, más allá de sus funciones asesoras, contribuyó a la buena comuni- cación entre hermanas sedentarias. Clara debe su amistad con Inés de Praga a los servicios de mensajería de los her- manos, que, además de noticias, llevan y traen cartas de Asís a Bohemia. Como ya veremos, después de la caída de Elías en 1239, con los siguientes ministros generales, pronto empiezan a agolparse siniestras nubes sobre San Damián. -127-
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  • 67. 1. «UN MISMO ESPÍRITU MOVÍA A HERMANAS Y HERMANOS» Las relaciones de Clara con los hermanos se van enfriando sensiblemente después de la caída de Elías. ¿Cón1.o fue evo- lucionando la historia de las relaciones fraternas? San Dan:lián se siente acosado desde 1239 por la polí- tica pontificia con las religiosas, al tiempo que crece la de- silusión con la actitud tomada por los frailes menores. La persecución que arrecia desde 1241 contra las hermanas menores intranquiliza también a la comunidad de Clara. El papa y los hermanos proceden unidos contra las herma- nas que derivan del movimiento franciscano y rechazan ostensiblemente la rígida clausura monástica con una vida abierta al mundo. El primer edicto de persecución dice: Algunas mujeres deambulan por ciudades y diócesis y afir- lnan falsamente pertenecer a la Orden de San Damián. A fin de· que las gentes den crédito a sus engañosas afinnaciones, andan descalzas o se ciñen el hábito de esa orden.Algunas les llaman «descalzas>>, otras «cordulatas>> y otras <<minoritas». Pero las religiosas de San Damián viven en clausura perpetua por haberse entregado a un servicio agradable a Dios. BulaAd audientiam nostram (1241) A este escrito pontificio le siguen, hasta 1261, otros cinco, que, expedidos varias veces, llegan a los obispos de Europa occidental. -131-
  • 68.
  • 69. lano menciona, como justificación, una cita de Francisco, que no deja lugar a dudas sobre la relevancia de San Da- mián: <<Un núsrno espíritu movía a las hermanas pobres y a los hermanos a abrazar una nueva vida en el seguimiento de Cristo» (2C 204). biógrafo evita la expresión «hermanas» y habla de <<damas>>, mientras que Clara llama a su Orden, con legis- lación propia, sorores pauperes, para distinguirlas de las mon- jas de clausura o <<mujeres encerradas>> del papa. Ambas denominaciones se distancian de la de sorores minores, per- seguidas en España, Francia y Alemania. Su peligrosa re- nuncia a la estricta clausura pudo haber motivado que Clara se apartase de la «indisciplina>> aborrecida eclesiásti- camente de aquellas «hermanas menores» por medio de referencias claras a cerrojos y verjas en su ordenamiento de vida, sin necesidad de hablar de clausura o de vivirla en sentido pontificio. Mientras Inocencia IV sigue a su antecesor Grega- rio IX y erige a Francisco como fundador de una segunda Orden -la pontifical Orden damianita-, Clara reitera la pertenencia de San Damián y de los pocos conventos que se atienen a su estilo de vida a la primera Orden. La Regla confirma esta situación: corrobora en sus primeras líneas la «obediencia» a los «sucesores» de Francisco, que integra a hermanas y hermanos en la misma fraternidad. Tanto ellos como ellas visten el mismo hábito, rezan el oficio divino de la misma manera, quieren vivir en pobreza radical de su propio trabajo y no desean apropiarse de ninguna sede. En la elección de la abadesa debe estar presente el ministro general o el provincial, el visitador debe ser un hermano menor, el cardenal protector debe ser común a hermanos y hermanas, y cuatro hermanos deben vivir permanente- Inente en San Damián. N o obstante, la dirección de la Orden de hermanos y la de San Damián llegó a distan- ciarse en los años cincuenta, a pesar de la llamada de atención del Memorial y de la Regla de Clara. Es algo que -134- se revela en el hecho de que los franciscanos sólo incorpo- ran oficialn1_ente en su Orden el día de fiesta de Clara, canonizada en 1225, cinco años después. Clara defiende la originalidad de su Forma de vida, que se distingue por la pobreza radical en el seguimiento de Cristo pobre por la solidaridad existencial con los herma- nos y por la vida contemplativa abierta al servicio de los hombres. Y lo hace contra una doble oposición: la de la política pontificia monástica y la de la mentalidad moder- nizante de la Orden de los hermanos. Recuerda a los pas- tores de la Iglesia que desea «conservar en la santa pobreza la pequeña grey que Dios Padre suscitó en la Iglesia>> para que siguiera a Cristo pobre, «por la palabra y el ejemplo del bienaventurado padre Francisco» (TestC144-47).A los her- lll_anos se les recuerda la vocación con1.Ún y la solidaridad, amor y cuidado reconocidos por Francisco (TestCl 24- 41 ,50). Inocencio IV confirma esto último, pues aprueba la deseada unión de la Regla con los hermanos en todos los niveles: desde las atenciones de un misn1.o ministro ge- neral y el visitador fraterno, hasta la fraternidad local servicio de las hermanas. Largos años de lucha influyeron en la imagen que Clara tenía del poverello. Ya no aparece en su Testamento y en la Regla como hermano. aliado, sino como padre y santo. Él, que había preparado con ella la huida y después brindó a San Damián <<amor y cuidado», se transforma en los años treinta y cuarenta en el aliado del cielo. La insistencia de Clara en preservar la Forma de vida y la protección de Francisco, «nuestro bienaventurado padre», opera simultá- neamente en dos planos distintos. Sale al encuentro de la prepotente política del papa y de su <<preocupación pater- nal por las hijas encerradas)> con la fidelidad que debe a su padre espiritual, y opone a la autoridad pontificia la auto- ridad del fundador de la Orden, ya canonizada en el cielo. De esta forma,-se confronta al pastor con el santo, y al papa con el padre Francisco. Éste, que había renegado de las fun- -135-
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  • 71. Tabla de santa Clara. Séptima escena Hermanas terrenas y amigas celestiales. El 8 de agosto de 1253, sor Bienvenida ve con1o María viene del cielo acompañada de algunas mujeres y le pone a Clara preciosos vestidos. -138- 2. CLARA Y SU REGLA Clara se consideró a sí misma parte de la única Orden franciscana. Una y otra vez nos llenan de admiración los hombres y las 1nujeres cuyos logros y hallazgos se con- vierten luego en algo habitual y evidente. La ampliación de límites, la apertura de nuevos horizontes a las genera- ciones futuras son intuiciones de hombres y mujeres ex- traordinarios. Es la primera mujer en la historia que redacta una Regla y consigue la aprobación eclesiástica. En el curso de su vida religiosa, la fundadora de San Damián no encontró satisfacción en ninguna de las Reglas que se le proponían. Ni la Regla Benedictina -por válida que fuera formal- mente- ni las Constituciones de Hugolino ni la Regla de Inocencia IV expresaban lo que constituía la auténtica identidad y fuerza de San Damián. Clara se mantuvo mucho tiempo activa en este asunto. En los primeros años encomienda a Francisco redactar una Regla primitiva, una forma vivendi para la pequeña comunidad originaria de San Damián. En los años siguientes, tiene que enfrentarse a una serie de maniobras pontificias que buscan integrar a San Damián dentro del pontificio Ordo Sancti Damiani. Se registran varias etapas en la historia del nacimiento de su propia Regla, iniciada en sus primeros años religiosos. Lo que ocurre en 1253 en su lecho de muerte será, posi- blemente, el momento más emocionante, pero es sólo el último acto de una larga historia. -139-
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  • 73. ambas, Inés, abadesa del rn_onasterio real de Praga, fue la prin1era que arriesgó una codificación escrita de su forma de vida común. El segundo modelo, valorado por primera vez por Fer- nando Uribe, es la experiencia comunitaria, prolonga- da por decenios, de las damas de San Darnián. No diseña una regla ideal para el futuro, prescindiendo de lo que hasta entonces se había practicado en San Damián, sino que mantiene lo que se había acreditado como positivo en el pasado. Eso ya es digno de consideración: apreciar la expe- riencia de un grupo de mujeres de tal forma que se con- vierta, para el futuro de las hermanas, en una forma vivendi definitiva y jurídicamente aceptada. Clara lo intenta con santa osadía, sin sentirse desanimada por anteriores expe- riencias fracasadas. Ningún papa había considerado a las mujeres capaces de encontrar por sí mismas su forma de vida ni les había reconocido ese derecho. Un nuevo hito en la historia de la Regla de Clara pa- rece haber sido el modelo de Regla de Inocencio IV Pro- bablemente este nuevo experimento pontificio de 1247 fue lo que finalmente indujo a Clara a coger la pluma. Al final de su vida parece haberse dado cuenta, con toda evi- dencia, de una cosa: hasta qué punto había sido ella misma la garantía de la forma de vida de San Darnián.Y que tenía que hacer algo para que, después de su muerte, no se per- diera lo que constituía su propia cosecha. Por eso se dedica, ya anciana, pero no rendida, a la tarea de redactar una Forma de vida para las hermanas pobres. El último acto en esta historia comienza en otoño de 1252, cuando Clara recibe del cardenal protector Rei- naldo la confirmación de su Regla. Es un éxito. Pero la Iglesia tiene su jerarquía oficial, y Clara-lo aprecia con ins- tinto realista. Por eso, aspira a una garantía definitiva.Tiene que ser el mismo papa el que estampe su firma e imprima su sello en el documento. Clara recibe esta oportunidad con la visita que le hace .Inocencio IV en su lecho de -142- muerte. Parece que fue grande la in1presión que Clara pro- dujo en el pontífice, residente en Asís con la curia en aquel verano de 1253. Lo que sigue, o bien se considera una ca- rrera contra el tiempo o se trata de una misteriosa síntesis entre el deseo de vivir y la conquista de un ideal. Sólo un día después de que pueda estrechar contra su pecho la bula de confirmación, improvisada y extendida a toda prisa, Clara muere rodeada de sus hermanas y algunos hermanos Íntimos. Ha podido consu1nar el proyecto de su vida.Y eso gracias a dos mujeres para las que la señora pobreza había sido tan exquisita como para ella misn1a: Inés de Asís, que estará a SlJ lado en las últin1as semanas de lucha, e Inés de Praga, que le había facilitado el camino en este problema. -143-
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  • 75. canonización. Clara quiere confiar a las hennanas su testi- monio por escrito, el testimonio denso de un amor que no puede hacer otra cosa que, amando con sus hennanas y siendo pobre con ellas, ünitar y seguir al Señor p¿bre y amante. Las razones concretas para la redacción del Testamento se hallan en estrecha relación con la coyuntura histórica. Es plausible la datación de la Regla en los últin1os años de su vida. Como la Regla, el Testamento de Clara fue escrito probablemente después del 6 de agosto de 1247, cuando Inocencio IV promulgó una nueva Regla para las herma- nas y en ella contempló propiedades e ingresos fijos. El proyecto de vida de Clara se exponía con esto al mayor peligro. En la incertidumbre de si la Regla redactada por ella obtendría la aprobación del papa, Clara pone de relieve los elementos esenciales de su plan de vida: pobreza, fraternidad, recogimiento en un pequeño lugar como San Damián, fidelidad a la autoridad de la Iglesia romana y es- trecha vinculación a la orden de los menores. En cuanto al contenido, Chiara Augusta Lainati lo di- vide en seis capítulos: 1. Apremio a mantenerse fieles en la vocación específica (1-23). 2. Alusión a la libre elección de vidabajo la intervención de Francisco y a los comienzos de la comunidad (24-36). 3. Decidido compromiso personal de aceptar la pobreza absoluta, que las hermanas abrazaron voluntariamente ante Dios y Francisco (37-55). 4. Vida en simplicidad evangélica, unidad fraterna y ser- vicio recíproco (56-70). 5. Invitación a la fidelidad y a la oración por la fidelidad (71-78). 6. Conclusión con la bendición de Clara (79). Tres son los deseos fundamentales: se subrayan las buenas relaciones de las hermanas con Francisco y los hermanos, -146- luego se encarece la permanencia en la pobreza, y por fin se ratifica el arnor de las hermanas entre sí. La pobreza se presenta como expresión de su amor a Cristo; por eso, Nik- laus Kuster ha afirmado que el Testamento es, con razón, una carta de amor. De igual manera que Francisco describe la forma de vida de San Damián insistiendo en las relacio- nes interpersonales (y no en normativas jurídicas), así hace consistir Clara su plan de vida en la radical entrega de las hermanas en su amor a Dios, en las relaciones entre sí y en la unión con los hermanos. Después de la muerte de Francisco, Clara se encuentra cada vez más sola en su lucha a favor de su Propositum al- tissimae paupertatis. ¿A quién o a qué pone en peligro la pobreza de San Damián? El Testamento describe la per- cepción que Clara tenía de la amenaza en círculos concén- tricos que se van estrechando y que dejan entrever tan1.bién riesgos internos. Peticiones fervorosas de apoyo van diri- gidas a los dignatarios de la Iglesia, luego a los hennanos menores y finalmente a las hern1anas. Corno los hermanos de Francisco, también las hermanas de Clara habrían adop- tado, probablemente, distintas posturas en relación a la pobreza. No sólo podría aparecer amenazada la pobreza de San Damián desde fuera, sino también desde el círcu- lo interno de las hermanas. Alessandra Bartolomei Ro- magnoli divulgó la tesis de que las últimas palabras de Clara habían sido registradas sólo después de su muerte por escrito. Pero la referencia en el Testamento a la ambigua situación interna de la comunidad y la estructura del do- cumento restan probabilidad a esta hipótesis. Para Clara, San Damián es el lugar de su vocación, de su amor vivido radicalmente, de su pertenencia a la frater- nidad de Francisco. Sin embargo, considera posible, o quizá lo presiente cuando escribe su última voluntad, que las hermanas puedan abandonarlo ¿Quién pensaba en aquel momento en un traslado? Es posible que, después de los peligrosos asedios por las tropas imperiales en 1240 y 1241, -147-