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365 días con Francisco de Asís
Gianluigi Pasquale
2
Francisco ha dejado
el puesto a Cristo
En dos mil años de cristianismo sólo hay un hombre que, entre todos y todo, ha marcado
la historia de forma incomparable: Francisco de Asís. Frente a esta criatura pobre y
profundamente enamorada de Jesucristo, creyentes cristianos, fieles de otras religiones e
incluso los que dicen no creer encuentran una afinidad mágica, profesándole la misma
simpatía: y de esta forma tan natural. Precisamente hace ochocientos años, en 1209, con
sólo veintiocho años, aquel joven umbro que habría marcado para siempre la credibilidad
del cristianismo quiso ir ante el «señor papa» para pedirle permiso para «vivir conforme
al santo Evangelio»; es decir, para vivir exactamente como lo había hecho Jesucristo:
pobre, obediente, virgen. En 1209, después de algunos años, el ideal franciscano brillaba
con un resplandor comparable al de la aurora anaranjada de la mañana, disipando poco a
poco algunas de las sombras que preocupaban a la Iglesia del siglo XIII. La fraternidad se
extendió por toda Umbría. Aldeas y arrabales vieron llegar desde todas partes a algunos
de aquellos alegres compañeros vestidos con un tosco sayo, que cantaban a pleno
pulmón o bromeaban para atraer a la gente para anunciar la Buena Nueva. Francisco
llamaba a estos misioneros burlones los «juglares de Dios», como si el Señor bromeara
con las almas. Mendigaban el pan ofreciendo a cambio sus manos para hacer el heno,
barrer, lavar y, si sabían hacerlo, construir utensilios de madera. No aceptaban nunca
dinero y se alojaban como podían, a veces con el sacerdote, otras bajo una marquesina
en un granero o en un henil, y no era extraño que durmieran bajo las estrellas.
Se habituaron a ellos, del mismo modo que hoy en día estamos también
acostumbrados a encontrarnos quizá a un fraile franciscano por la calle en nuestro día a
día. Bien o mal acogidos, predicaban con el fervor de los neófitos y su fe obraba en
profundidad. Fueron profetas de un mundo nuevo en el que el rechazo a las riquezas y la
pasión por el Evangelio cambiaban la vida y traían felicidad a todos. Los nuevos frailes
iban de dos en dos por las calles, uno detrás de otro, y eran los mismos cuyos pasos oyó
un día san Francisco en una visión profética. No me resultó difícil pensar en esta visión
precisamente el verano pasado cuando, encontrándome en «San Francisco» (EE.UU.),
recordé cómo en 1769 fray Junípero Serra partió en su viaje hacia la alta California, en la
bahía de San Diego, donde fundó la primera de sus famosas misiones californianas,
Loreto, la capital de la baja y la alta California, rodeada, en lo sucesivo, por ciudades con
nombres «franciscanos»: San Diego, Los Ángeles, San Francisco, Sacramento, etcétera.
Aquellos comienzos del franciscanismo, hace ya ocho siglos, con su apariencia de
dulce anarquía, deben dejar paso a una Orden. Cada año, Francisco veía cómo se
duplicaba el número de frailes llegados desde todos los confines de la tierra, algunos de
3
los cuales estaban destinados a desempeñar un papel importante en una de las mayores
aventuras cristianas. Más sensibles que los hombres a la llamada mística, las mujeres
buscaron en San Damián la paz interior, amenazada por el desorden de un mundo
abocado a la violencia. La luz de san Francisco se extendió, así, hacia los primeros
conventos de monjas clarisas, fuertemente atraídas por la vida contemplativa de Cristo.
Un canto de dicha alzada al cielo también por todos aquellos otros seguidores, hombres y
mujeres, que, incluso no vistiendo el sayo, seguían deseando a lo largo de los siglos vivir
el espíritu de Francisco, los futuros «terciarios franciscanos», movimiento laical que aún
hoy sigue siendo el más difundido y más capilar de la Iglesia católica. Aquellos
comienzos fueron un momento destinado a no volver a repetirse nunca por completo. El
mismo flechazo, en efecto, no se produce dos veces. Veamos por qué.
Aquel día de primavera de 1209, cuya fecha exacta evitan incluso los historiadores
más prudentes, el papa Inocencio III estaba paseando a lo largo y a lo ancho del
Laterano, por la llamada galería del Espejo. El Laterano era entonces un símbolo de la
catolicidad de la Iglesia. Por una ironía que parece complacer a la historia, el día en que
san Francisco quiso presentarse ante el Papa, no había desde lo más profundo de Sicilia
hasta los confines del norte de Italia un hombre más ocupado ni más preocupado por este
personaje al que proclamaba príncipe de toda la tierra. Ahora, una de las ideas que se
agitaba con mayor insistencia bajo aquella tiara puntiaguda y dorada era la de acabar con
los extravíos de la Iglesia, lanzando por Europa una cruzada de renuncia y de pobreza.
Sin embargo, cuando Francisco y sus once compañeros comparecieron deseosos de
obtener del Papa el permiso para vivir según el «propósito de vida» evangélico que Dios
les inspiró, los mandó fuera, apartando así de su presencia al hombre providencial que
podía hacer triunfar su ideal más que ningún otro. Como es sabido, el Papa,
posteriormente, rojo y dorado como el sol en el ocaso, recordó un sueño que había
tenido poco tiempo antes, llenándolo de inquietud. Se veía dormido en su cama, con la
tiara en la cabeza; la basílica de San Juan de Letrán estaba peligrosamente inclinada hacia
un lado cuando, de repente, un pequeño monje del color de la tierra, con el aspecto de
un mendigo, apoyándose con la espalda, la sostuvo, impidiendo que se derrumbara. «Es
verdad –se dijo el Papa–, ¡aquel monje era Francisco de Asís!». ¿Cómo pudo no
escucharlo entonces? Una pregunta que también nosotros podemos hacernos hoy a
través de sus escritos y de las crónicas que los biógrafos han contado del Poverello,
vestido con el color de la tierra: es decir, la aurora que se había volcado en el ocaso de su
nueva venida.
He reunido esta recopilación de pensamientos diarios guiándome por los Escritos de
Francisco de Asís y por las demás Fuentes franciscanas, con el ánimo de quien es uno
de sus seguidores después de ochocientos años, pero sobre todo sabiendo que san
Francisco, además de ser el patrón de Italia, es el santo de los italianos, por el que yo
también me he visto totalmente hechizado, tal y como sucede con muchas otras personas
que, hoy en día, siguen vistiendo el sayo o llevando al cuello la «tau» franciscana, típico
símbolo de los franciscanos laicos. En realidad, si hace ochocientos años el Poverello fue
a ver al «señor papa» para pedirle permiso para vivir como Jesús, hace justo veinticinco
4
años, en el verano de 1983, con dieciséis años, me encontré por primera vez con un
humilde fraile capuchino, el padre Sisto Zarpellon, actual padre espiritual del colegio
«San Lorenzo da Brindisi» de Roma. No podré olvidar aquel colorido verano en el que
vi entrar en la pequeña iglesia de mi pueblo natal de Lerino, en Vicenza, a aquel fraile,
descalzo, con una barba larga y rizada, vestido con un rudo sayo: ¡era precisamente un
capuchino, es decir, un franciscano! Pensé: «Pero, ¿no habían desaparecido los
capuchinos de fray Cristóforo, el de la novela Los novios, que tan ávidamente había
estudiado precisamente en la escuela secundaria aquel año?». Sin embargo, aquel hijo de
Francisco estaba allí, en carne y hueso, llevando automáticamente Asís hasta mi casa. Y
me iluminó, trastocando mi existencia. Sí, porque, lleno de entusiasmo y con una voz
suavísima, en la homilía en la iglesia nos habló de su vocación y de su deseo de ser otro
Francisco, y todo esto sucedió durante los años de la II Guerra mundial. Pero me
convenció, sobre todo cuando, al acabar la homilía, se arrodilló en un respetuoso silencio
ante el tabernáculo para quizá «confiar» a Jesús algunos secretos. Entonces –sólo
entonces– comprendí que aquel franciscano de sonrisa radiante y vivos ojos que
irradiaban optimismo estaba, igual que el Poverello, enamorado de Jesús y, de repente,
me sentí «llamado» a seguirlos a los dos desde entonces con una felicidad que no ha
conocido igual. La felicidad de la existencia, aquella que todos desean, aunque no lo
digan.
Tras exactamente ochocientos años, existe una fuerte analogía entre los
contemporáneos de san Francisco y los hombres y las mujeres que nos encontramos con
ellos en nuestras calles: les une un hambre de algo «distinto», una inquietud del corazón
que no logra llenar el vacío de los placeres. Por esta razón, estoy seguro de que esta
estudiada colección que trata sobre Francisco y sus pensamientos nos ofrecerá su
reconfortante compañía cada día, extrayendo de nosotros la imagen de que el mañana
sólo es un huésped inquietante. Francisco, definido hasta por los papas como «otro
Cristo», porque «había ocupado su puesto»[1]
, entendió perfectamente que vivir el
Evangelio con pobreza de espíritu es la aventura más bella y más simple que se puede
elegir para la propia historia personal, para ser felices, convencidos de que, en el
«mañana», es a Jesús a quien esperamos. También Benedicto XVI nos invitó en 2007 a
dirigir nuestra atención a esa figura en la historia de la fe que ha transformado la
bienaventuranza de los pobres de espíritu «en la forma más intensa de existencia
humana: Francisco de Asís»[2]
. E incluso hace medio siglo, en 1959, el mismo Joseph
Ratzinger escribió que «en la Iglesia de los últimos tiempos se impondrá la forma de vivir
de san Francisco que, en su calidad de “simple” e “idiota”, sabía de Dios muchas más
cosas que todos los eruditos de su tiempo, ya que él lo amaba más»[3]
. Los últimos
tiempos para nosotros son el presente, es el día a día.Si hubiésemos vivido en compañía
de san Francisco de Asís, cada uno de nosotros, franciscano o no, habría hecho de su
vida un auténtico «cántico de las criaturas». Porque el secreto de la vida franciscana es
precisamente ese: que también las lágrimas de dolor se transformen, por amor a Jesús, en
lágrimas de alegría.
5
GIANLUIGI PASQUALE OFM Cap.
6
Fuentes y selección de textos
La presente antología de textos trata sobre la enorme colección de Fuentes franciscanas,
que recoge tanto los textos del propio san Francisco de Asís como los más antiguos
testimonios hagiográficos.
Los géneros representados en las fuentes primarias (escritos de san Francisco) van
desde los artículos de la Regla a las exhortaciones a los religiosos de la Orden, desde las
oraciones hasta los himnos, de las reflexiones a los testamentos espirituales. En el caso de
la literatura hagiográfica secundaria (escritos sobre san Francisco), encontramos
narraciones episódicas, discursos, perfiles psicológico-espirituales, relatos de milagros.
En relación con la variedad tipológica de los textos, la elección ha sido realizada
tratando de ofrecer la máxima variedad posible, sin descuidar ninguno de los momentos
biográficos más relevantes y decisivos del Santo, en privilegio, sobre todo, de su
espiritualidad, sus múltiples exhortaciones a la pobreza y a la humildad, los gestos
simbólicos y proféticos con los que ha encarnado la forma de Cristo, las penetrantes
palabras a través de las que se manifiestan, en cada caso, los estados del propio ánimo.
Cuidadosamente seleccionados de entre la amplia tipología de las más intensas páginas
espirituales de las Fuentes franciscanas, los textos han sido debidamente asignados a los
diferentes días del año buscando, dentro de lo posible, que estén en sintonía con las
celebraciones del año litúrgico. Esto se ha realizado, sobre todo, mediante asignaciones
precisas a las principales solemnidades y fiestas fijas (Navidad, Epifanía, Asunción,
Inmaculada, Natividad de María...) y algunas fiestas y memorias de santos, mientras que
en el caso de las fiestas móviles se ha tomado como referencia el calendario litúrgico de
2009, sobre todo para el período «fuerte» de Cuaresma-Pascua-Pentecostés,
subrayándolo, por ejemplo, con exhortaciones de carácter más marcadamente penitencial
y con reflexiones sobre la pasión y muerte de Jesús; los días de Cuaresma, con
asignaciones destinadas a días como el Miércoles de Ceniza, el Domingo de Ramos o el
Sagrado Triduo Pascual, pero teniendo en cuenta el arco de oscilación de la época
cuaresmal y pascual en los distintos años, de modo que pueda ofrecer en cualquier año
un conjunto de reflexiones que, en lugar de atenerse a un esquema rígido, abraza el
Misterio Pascual en su plenitud ya que, tal y como debe saber todo cristiano, los
momentos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús forman juntos una unidad
indivisible. En la época de Pascua y la secuencia de domingos sucesivos, se han asignado
cuidadosamente las solemnidades de Pentecostés, de la Trinidad y del Corpus Christi.
En general se ha tenido en cuenta la cronología de la vida de san Francisco,
concentrando, sobre todo, entre finales de septiembre y comienzos de octubre los
informes de los últimos momentos de la vida del Santo y sus palabras a los hermanos,
reservando para los días 3 y 4 de octubre las conmovedoras páginas de la Carta
7
encíclica de fray Elías, con la que se comunica el tránsito del querido Fundador.
Junto a san Francisco, encuentran una ubicación especial los textos significativos
referentes a santa Clara y a san Antonio de Padua, en los respectivos días de su memoria
litúrgica.
El resto de días y de épocas del año se han visto beneficiados, en ocasiones, por
indicaciones cronológicas, a menudo aproximativas, según los contextos ambientales
naturales descritos (por ejemplo, reservando a los meses estivales los episodios ligados al
calor, a la sed, a los trabajos agrícolas, al contacto con los animales, etc.; a la primavera
los momentos contemplativos de la naturaleza que expresan la bondad del Creador; y
también al invierno los hechos relacionados con el frío agotador debido a la pobreza de
las vestimentas, con el regalo de su propia capa a los pobres, con penitencias especiales
como la inmersión en el agua helada o en la nieve, etc).
En muchos casos se han tenido en cuenta cuáles son las condiciones psicológicas
«estacionales» que pueden hacer que se aprecien mejor y que se saque más provecho de
las exhortaciones, los consejos, las reflexiones, los testimonios de las vivencias de san
Francisco y de sus hermanos en general, con asignaciones que el lector atento podrá
reconocer en relación con el propio estado espiritual y con la propia sensibilidad.
En muchos casos se ha llevado a cabo en una serie de dos, tres o cuatro días una
reflexión más amplia sobre el Santo, subdividiéndola en porciones textuales para
conformar una unidad en cierto modo independiente pero, sin embargo, con textos
concadenados entre ellos.
Una decisión específica ha sido la de los textos referentes al inicio y al final del año,
una «apertura» y «clausura» significativas, ambas marcadas por las oraciones de san
Francisco: la primera, repartida en tres días, de alabanza y agradecimiento a Dios, parece
abrir el cofre de la creación como espacio rico y denso de positividad en el que todo
sucede dependiendo y bajo la atenta mirada de Dios; la última, una especie de
intensísimo testamento espiritual, una clase también de alabanza espiritual, que concluye
con la exhortación a «mantenerse en el bien hasta el final».
Cada texto está acompañado por la indicación del documento, con el número de
referencia de la colección de las Fuentes franciscanas (FF): Fuentes franciscanas:
escritos y biografías de san Francisco de Asís, crónicas y otros testimonios del primer
siglo franciscano, escritos y biografía de santa Clara de Asís, textos normativos de la
orden franciscana secular, edición de Ernesto Caroli, Edizioni Francescane, Padua
20042
. Además, en cada pasaje se ha insertado la cita bíblica correspondiente al pasaje
mencionado de las Sagradas Escrituras, allá donde aparezcan en los Escritos de y sobre
Francisco, tanto si aparece como glosa junto al texto de las Fuentes franciscanas como si
no.
Los documentos de los que se han extraído los pasajes reproducidos son:
a) Escritos de san Francisco
Regla no bulada.
Regla bulada.
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Testamento.
Testamento de Siena.
Regla para los Eremitorios.
Admoniciones.
Carta a los fieles.
Carta a todos los clérigos.
Carta a las autoridades.
Carta a toda la Orden.
Carta a un Ministro.
Primera carta a los fieles.
Oración ante el Crucifijo de San Damián.
Saludo a las virtudes.
Saludo a la bienaventurada Virgen
María.
Alabanzas del Dios Altísimo.
Bendición a Fray León.
Cántico del Hermano Sol.
Audite, Poverelle (a las damas pobres del monasterio de San Damián).
Exhortación a la alabanza de Dios.
Exposición del Padrenuestro.
Oración «Absorbeat».
De la verdadera y perfecta alegría.
Oficio de la Pasión del Señor.
b) Biografía, memorias y testimonios
Carta encíclica de fray Elías sobre la muerte de san Francisco.
TOMÁS DE CELANO, Vida de san Francisco (Vida primera); Memorial del deseo del
alma (Vida segunda); Tratado de los milagros de san Francisco.
SAN BUENAVENTURA, Leyenda mayor.
Leyenda de los tres compañeros.
Compilación de Asís (Leyenda de Perusa).
Espejo de perfección.
Las florecillas de san Francisco.
UBERTINO DA CASALE, El árbol de la vida.
9
Enero
10
1 de enero
Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey del cielo
y de la tierra, por ti mismo te damos gracias, porque, por tu santa voluntad y por tu
único Hijo con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y corporales, y a
nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos pusiste en el paraíso. Y nosotros caímos
por nuestra culpa. Y te damos gracias porque, así como por tu Hijo nos creaste, así, por
tu santo amor con el que nos amaste (cf Jn 17,26), hiciste que él, verdadero Dios y
verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen la beatísima santa María, y
quisiste que nosotros, cautivos, fuéramos redimidos por su cruz y su sangre y su muerte.
Y te damos gracias porque ese mismo Hijo tuyo vendrá en la gloria de su majestad a
enviar al fuego eterno a los malditos, que no hicieron penitencia y no te conocieron, y a
decir a todos los que te conocieron y adoraron y te sirvieron en penitencia: «Venid,
benditos de mi Padre, recibid el Reino que os está preparado desde el origen del
mundo» (Mt 25,34).
Y porque todos nosotros, miserables y pecadores, no somos dignos de nombrarte,
imploramos suplicantes que nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo amado, en quien bien te
complaciste (cf Mt 17,5), junto con el Espíritu Santo Paráclito, te dé gracias por todos
como a ti y a él os place, él que te basta siempre para todo y por quien tantas cosas nos
hiciste. Aleluya.
(Regla no bulada, XXIII: FF 63-66)
2 de enero
Y a la gloriosa madre, la beatísima María siempre Virgen, a los bienaventurados Miguel,
Gabriel y Rafael, y a todos los coros de los bienaventurados serafines, querubines,
tronos, dominaciones, principados, potestades, virtudes, ángeles, arcángeles, a los
bienaventurados Juan Bautista, Juan Evangelista, Pedro, Pablo, y a los bienaventurados
patriarcas, profetas, inocentes, apóstoles, evangelistas, discípulos, mártires, confesores,
vírgenes, a los bienaventurados Elías y Henoc, y a todos los santos que fueron y que
serán y que son, humildemente les suplicamos por tu amor que te den gracias por estas
cosas como te place, a ti, sumo y verdadero Dios, eterno y vivo, con tu Hijo carísimo,
nuestro Señor Jesucristo, y el Espíritu Santo Paráclito, por los siglos de los siglos.
Amén. Aleluya (Ap 19,3-4).
Y a todos los que quieren servir al Señor Dios dentro de la santa Iglesia católica y
apostólica, y a todas las órdenes siguientes: sacerdotes, diáconos, subdiáconos, acólitos,
exorcistas, lectores, ostiarios y todos los clérigos, todos los religiosos y religiosas, todos
los donados y postulantes, pobres y necesitados, reyes y príncipes, trabajadores y
agricultores, siervos y señores, todas las vírgenes y continentes y casadas, laicos, varones
y mujeres, todos los niños, adolescentes, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, todos
los pequeños y grandes, y todos los pueblos, gentes, tribus y lenguas (cf Ap 7,9), y
todas las naciones y todos los hombres en cualquier lugar de la tierra, que son y que
11
serán, humildemente les rogamos y suplicamos todos nosotros, los hermanos menores,
siervos inútiles (Lc 17,10), que todos perseveremos en la verdadera fe y penitencia,
porque, si no, ninguno puede salvarse.
(Regla no bulada, XXIII: FF 67-68)
3 de enero
Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda la
fuerza y fortaleza (Mc 12,30.33), con toda la inteligencia, con todas las fuerzas (Lc
10,27), con todo el esfuerzo, con todo el afecto, con los sentimientos más profundos,
con todos los deseos y voluntades al Señor Dios, que nos dio y nos da a todos nosotros
todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida, que nos creó, nos redimió y por su sola
misericordia nos salvará, que a nosotros, miserables y míseros, pútridos y hediondos,
ingratos y malos, nos hizo y nos hace todo bien.
Por consiguiente, ninguna otra cosa deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra
nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el solo verdadero Dios,
que es pleno bien, todo bien, total bien, verdadero y sumo bien, que sólo Él es bueno (cf
Lc 18,19), piadoso, manso, suave y dulce, que es el solo santo, justo, verdadero y recto,
que es el solo benigno, inocente, puro, de quien y por quien y en quien es todo el perdón,
toda la gracia, toda la gloria de todos los penitentes y de todos justos, de todos los
bienaventurados que gozan juntos en los cielos. Por consiguiente, que nada impida, que
nada separe, que nada se interponga. En todas partes, en todo lugar, a toda hora y en
todo tiempo, diariamente y de continuo, todos nosotros creamos verdadera y
humildemente, y tengamos en el corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos,
alabemos y bendigamos, glorifiquemos y ensalcemos sobremanera, magnifiquemos y
demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno, Trinidad y Unidad, Padre e Hijo y Espíritu
Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos los que creen y esperan en Él y lo
aman a Él, que es sin principio y sin fin, inmutable, invisible, inenarrable, inefable,
incomprensible, inescrutable, bendito, laudable, glorioso, ensalzado sobremanera,
sublime, excelso, suave, amable, deleitable y todo entero sobre todas las cosas deseable
por los siglos. Amén.
(Regla no bulada, XXIII: FF 69-71)
4 de enero
En toda predicación que hacía, antes de proponer la palabra de Dios a los presentes, les
deseaba la paz, diciéndoles: El Señor os dé la paz (2Tes 3,16). Anunciaba
devotísimamente y siempre esta paz a hombres y mujeres, a los que encontraba y a
quienes le buscaban. Debido a ello, muchos que rechazaban la paz y la salvación, con la
ayuda de Dios, abrazaron la paz de todo corazón y se convirtieron en hijos de la paz y en
émulos de la salvación eterna.
Entre estos, un hombre de Asís, de espíritu piadoso y humilde, fue quien primero
12
siguió devotamente al varón de Dios. A continuación abrazó esta misión de paz y corrió
gozosamente en pos del Santo, para ganarse el reino de los cielos, el hermano Bernardo.
Este había hospedado con frecuencia al bienaventurado Padre; habiendo observado y
comprobado su vida y costumbres, reconfortado con el aroma de su santidad, concibió el
temor de Dios y alumbró el espíritu de salvación. Lo había visto que, sin apenas dormir,
estaba en oración durante toda la noche, alabando al Señor y a la gloriosísima Virgen, su
madre; y se admiraba y se decía: «En verdad, este hombre es de Dios».
Se dio prisa, por esto, en vender todos sus bienes, y distribuyó a manos llenas su
precio entre los pobres, no entre sus parientes; y, abrazando la norma del camino más
perfecto, puso en práctica el consejo del santo Evangelio: Si quieres ser perfecto, ve,
vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y
sígueme (Mt 19,21). Llevado a feliz término todo esto, se unió a san Francisco en su
hábito y tenor de vida, y permaneció con él continuamente, hasta que, habiéndose
multiplicado los hermanos, pasó con la obediencia del piadoso Padre a otras regiones.
Su conversión a Dios sirvió de modelo, para quienes habían de convertirse en el
futuro, en cuanto a la venta de los bienes y su distribución entre los pobres. San
Francisco se gozó sobremanera con la llegada y conversión de hombre tan calificado, ya
que esto le demostraba que el Señor tenía cuidado de él, pues le daba un compañero
necesario y un amigo fiel.
(TOMÁS DE CELANO, Vida primera I, 10: FF 359-361)
5 de enero
Así pues, en cuanto llegó a oídos de muchos la noticia de la verdad, tanto de la sencilla
doctrina como de la vida del varón de Dios, algunos hombres, impresionados con su
ejemplo, comenzaron a animarse a hacer penitencia, y, tras abandonarlo todo, se unieron
a él, acomodándose a su vestido y vida.
El primero de entre ellos fue el venerable Bernardo, quien, hecho partícipe de la
vocación divina (cf Heb 3,1), mereció ser el primogénito del santo Padre tanto por la
prioridad del tiempo como por la prerrogativa de su santidad. En efecto, habiendo
descubierto Bernardo la santidad del siervo de Dios, decidió, a la luz de su ejemplo,
renunciar por completo al mundo, y acudió a consultar al Santo la manera de llevar a la
práctica su intención. Al oírlo, el siervo de Dios se llenó de una gran consolación del
Espíritu Santo por el alumbramiento de su primer vástago, y le dijo: «Es a Dios a quien
en esto debemos pedir consejo».
Así que, una vez amanecido, se dirigieron juntos a la iglesia de San Nicolás, donde,
tras una ferviente oración, Francisco, que rendía un culto especial a la Santa Trinidad,
abrió por tres veces el libro de los evangelios, pidiendo a Dios que, mediante un triple
testimonio, confirmase el santo propósito de Bernardo.
En la primera apertura del libro apareció aquel texto: Si quieres ser perfecto, anda,
vende todo lo que tienes y dalo a los pobres (Mt 19,21).
En la segunda: No toméis nada para el camino (Lc 9,3).
13
Finalmente, en la tercera se les presentaron estas palabras: El que quiera venirse
conmigo, que cargue con su cruz y me siga (Mt 16,24).
«Esta es –dijo el Santo– nuestra vida y regla, y la de todos aquellos que quieran unirse
a nuestra compañía. Por lo tanto, si quieres ser perfecto (Mt 19,21), vete y cumple lo
que has oído».
(BUENAVENTURA, Leyenda mayor, III, 3: FF 1053-1054)
6 de enero
Entre los diversos dones y carismas que obtuvo Francisco del generoso Dador de todo
bien, destaca, como una prerrogativa especial, el haber merecido crecer en las riquezas
de la simplicidad mediante su amor a la altísima pobreza. Considerando el Santo que esta
virtud había sido muy familiar al Hijo de Dios y al verla ahora rechazada casi en todo el
mundo, de tal modo se determinó a desposarse con ella mediante los lazos de un amor
eterno, que por su causa no sólo abandonó al padre y a la madre, sino que también se
desprendió de todos los bienes que pudiera poseer (cf Gén 2,24; Jer 31,3; Mc 10,7).
No hubo nadie tan ávido de oro como él de la pobreza, ni nadie fue jamás tan solícito
en guardar un tesoro como él en conservar esta perla evangélica. Nada había que le
alterase tanto como el ver en sus hermanos algo que no estuviera del todo en armonía
con la pobreza.
De hecho, respecto a su persona, se consideró rico con una túnica, la cuerda y los
calzones desde el principio de la fundación de la Religión hasta su muerte y vivió
contento sólo con eso.
Frecuentemente evocaba –no sin lágrimas– la pobreza de Cristo Jesús y de su madre;
y como fruto de sus reflexiones afirmaba ser la pobreza la reina de las virtudes, pues con
tal prestancia había resplandecido en el Rey de reyes y en la Reina, su madre.
Por eso, al preguntarle los hermanos en una reu-nión cuál era la virtud con la que
mejor se granjea la amistad de Cristo, respondió como quien descubre un secreto de su
corazón: «Sabed, hermanos, que la pobreza es el camino especial de salvación, como
que fomenta la humildad y es raíz de la perfección, y sus frutos –aunque ocultos– son
múltiples y variados. Esta virtud es el tesoro escondido del campo evangélico (Mt 13,44):
para comprarlo merece la pena vender todas las cosas, y las que no pueden venderse han
de estimarse por nada en comparación con tal tesoro».
(BUENAVENTURA, Leyenda mayor, VII, 1: FF 1117)
7 de enero
Sobre tu alma, te digo, como puedo, que todo aquello que te impide amar al Señor Dios,
y quienquiera que sea para ti un impedimento, trátese de frailes o de otros, aun cuando te
azotaran, debes tenerlo todo por gracia. Y así lo quieras y no otra cosa. Y tenlo esto por
verdadera obediencia al Señor Dios y a mí, porque sé firmemente que esta es verdadera
obediencia. Y ama a aquellos que te hacen esto. Y no quieras de ellos otra cosa, sino
14
cuanto el Señor te dé. Y ámalos en esto; y no quieras que sean mejores cristianos.
Y que esto sea para ti más que el eremitorio.
Y en esto quiero saber si tú amas al Señor y a mí, siervo suyo y tuyo, si hicieras esto,
a saber, que no haya hermano alguno en el mundo que haya pecado todo cuanto haya
podido pecar, que, después que haya visto tus ojos, no se marche jamás sin tu
misericordia, si pide misericordia. Y si él no pidiera misericordia, que tú le preguntes si
quiere misericordia. Y si mil veces pecara después delante de tus ojos, ámalo más que a
mí para esto, para que lo atraigas al Señor; y ten siempre misericordia de esos hermanos.
(Carta a un ministro: FF 234-235)
8 de enero
Fue él (san Francisco) efectivamente quien fundó la Orden de los Hermanos Menores y
quien le impuso ese nombre en las circunstancias que a continuación se refieren: se decía
en la Regla: «Y sean menores»; al escuchar esas palabras, en aquel preciso momento
exclamó: «Quiero que esta fraternidad se llame Orden de Hermanos Menores». Y, en
verdad, eran menores porque, sometidos a todos, buscaban siempre el último puesto y
trataban de emplearse en oficios que llevaran alguna apariencia de deshonra, a fin de
merecer, fundamentados así en la verdadera humildad, que en ellos se levantara en orden
perfecto el edificio espiritual de todas las virtudes.
De hecho, sobre el fundamento de la constancia se erigió la noble construcción de la
caridad, en que las piedras vivas, reunidas de todas las partes del mundo, formaron el
templo del Espíritu Santo. ¡En qué fuego tan grande ardían los nuevos discípulos de
Cristo! ¡Qué inmenso amor el que ellos tenían al piadoso grupo! Cuando se hallaban
juntos en algún lugar o cuando, como sucede, topaban unos con otros de camino, allí era
visible el amor espiritual que brotaba entre ellos y cómo difundían un afecto verdadero,
superior a todo otro amor. Amor que se manifestaba en los castos abrazos, en tiernos
afectos, en el ósculo santo, en la conversación agradable, en la risa modesta, en el rostro
festivo, en el ojo sencillo, en la actitud humilde, en la lengua benigna, en la respuesta
serena; eran concordes en el ideal, diligentes en el servicio, infatigables en las obras.
(TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 15: FF 386-387)
9 de enero
Por lo que un día dijo a sus hermanos: «La Orden y la vida de los hermanos menores es
un pequeño rebaño (cf Lc 12,32) que el Hijo de Dios pidió en estos últimos tiempos a su
Padre celestial, diciéndole: “Padre, yo quisiera que suscitaras y me dieras un pueblo
nuevo y humilde que en esta hora se distinga por su humildad y su pobreza de todos los
que le han precedido y que se contente con poseerme a mí solo”». El Padre dijo a su
Hijo amado: «Hijo, lo que pides queda cumplido».
«Por eso –añadió el bienaventurado Francisco–, quiso el Señor que los hermanos se
llamasen hermanos menores, pues ellos son este pueblo que el Hijo de Dios pidió a su
15
Padre, y del que el mismo Hijo de Dios dice en el Evangelio: No temáis, pequeño
rebaño, porque el Padre se ha complacido en daros el Reino (Lc 12,32); y también: Lo
que hicisteis a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt 25,40).
Sin duda, se ha de entender que el Señor habló así refiriéndose a todos los pobres
espirituales, pero principalmente predijo el nacimiento en su Iglesia de la Religión de los
hermanos menores».
Tal como le fue revelado al bienaventurado Francisco que su movimiento debía
llamarse el de los hermanos menores, hizo él insertar este nombre en la primera regla (1R
6,3) que presentó al señor papa Inocencio III, y que este aprobó y le concedió y luego
anunció a todos en el consistorio. El Señor le reveló también el saludo que debían
emplear los hermanos, como hizo consignar en su Testamento: «El Señor me reveló que
para saludar debía decir: “El Señor te dé la paz” (cf Núm 6,26)».
En los comienzos de la Religión, yendo de viaje el bienaventurado Francisco con un
hermano que fue uno de los doce primeros, este saludaba a los hombres y las mujeres
que se le cruzaban en el camino y a los que trabajaban en el campo diciéndoles: «El
Señor os dé la paz» (cf 2Tes 3,16). Las gentes quedaban asombradas, pues nunca
habían escuchado un saludo parecido de labios de ningún religioso. E incluso algunos, un
tanto molestos, preguntaban: «¿Qué significa esta manera de saludar?». El hermano
comenzó a avergonzarse y dijo al bienaventurado Francisco: «Hermano, permíteme
emplear otro saludo».
Pero el bienaventurado Francisco le respondió: «Déjales hablar así; ellos no captan el
sentido de las cosas de Dios. No te avergüences, hermano, pues te aseguro que hasta los
nobles y príncipes de este mundo ofrecerán sus respetos a ti y a los otros hermanos por
este modo de saludar». Y añadió: «¿No es maravilloso que el Señor haya querido tener
un pequeño pueblo, entre los muchos que le han precedido, que se contente con poseerle
a Él solo, altísimo y glorioso?».
(Compilación de Asís, 101: FF 1617-1619)
10 de enero
Al despreciar todo lo terreno y al no amarse a sí mismos con amor egoísta, centraban
todo el afecto en la comunidad y se esforzaban en darse a sí mismos para subvenir a las
necesidades de los hermanos. Deseaban reunirse, y reunidos se sentían felices; en
cambio, era penosa la ausencia; la separación, amarga, y dolorosa la partida. Pero nada
osaban anteponer a los preceptos de la santa obediencia aquellos obedientísimos
caballeros que, antes de que se hubiera concluido la palabra de la obediencia, estaban ya
prontos para cumplir lo ordenado. No hacían distinción en los preceptos; más bien,
evitando toda resistencia, se ponían, como con prisas, a cumplir lo mandado.
Eran seguidores de la altísima pobreza, pues nada poseían, ni amaban nada; por esta
razón, nada temían perder. Estaban contentos con una túnica sola, remendada a veces
por dentro y por fuera; no buscaban en ella elegancia, sino que, despreciando toda gala,
ostentaban vileza, para dar así a entender que estaban completamente crucificados para
16
el mundo. Ceñidos con una cuerda, llevaban calzones de burdo paño; y estaban resueltos
a continuar en la fidelidad a todo esto y a no tener otra cosa. En todas partes se sentían
seguros, sin temor a que los inquietase ni afán de que los distrajese; despreocupados
aguardaban al día siguiente; y cuando, con ocasión de los viajes, se encontraban a
menudo en situaciones incómodas, no se angustiaban pensando dónde habían de pasar la
noche. Pues cuando, en medio de los fríos más crudos, carecían muchas veces del
necesario albergue, se recogían en un horno o humildemente se guarecían de noche en
grutas o cuevas.
Durante el día iban a las casas de los leprosos o a otros lugares decorosos y quienes
sabían hacerlo trabajaban manualmente, sirviendo a todos humilde y devotamente.
Rehusaban cualquier oficio del que pudiera originarse escándalo; más bien, ocupados
siempre en obras santas y justas, honestos y útiles, eran ejemplo de paciencia y humildad
para cuantos trataban con ellos.
(TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 15: FF 387-389)
11 de enero
Amaban de tal modo la virtud de la paciencia, que preferían morar donde sufriesen
persecución en su carne que allí donde, conocida y alabada su virtud, pudieran ser
aliviados por las atenciones de la gente. Y así, muchas veces padecían afrentas y
oprobios, fueron desnudados, azotados, maniatados y encarcelados, sin que buscasen la
protección de nadie; y tan virilmente lo sobrellevaban, que de su boca no salían sino
cánticos de alabanza y gratitud.
Rarísima vez, por no decir nunca, cesaban en las alabanzas a Dios y en la oración. Se
examinaban constantemente, repasando cuanto habían hecho, y daban gracias a Dios por
el bien obrado, y reparaban con gemidos y lágrimas las negligencias y ligerezas. Se creían
abandonados de Dios si no gustaban de continuo la acostumbrada piedad en el espíritu de
devoción. Cuando querían darse a la oración, recurrían a ciertos medios que se habían
ingeniado: unos se apoyaban en cuerdas suspendidas, para que el sueño no turbara la
oración; otros se ceñían con instrumentos de hierro; algunos, en fin, se ponían piezas
mortificantes de madera. Si alguna vez, por excederse en el comer o el beber, quedaba
conturbada, como suele, la sobriedad, o si, por el cansancio del viaje, se habían
sobrepasado, aunque fuera poco, de lo estrictamente necesario, se castigaban duramente
con muchos días de abstinencia. En fin, tal era el rigor en reprimir los incentivos de la
carne, que no temían arrojarse desnudos sobre el hielo, ni revolcarse sobre zarzas hasta
quedar tintos en sangre.
(TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 15: FF 390-391)
12 de enero
Tanto despreciaban los bienes terrenales, que apenas consentían en aceptar lo necesario
para la vida, y, habituados a negarse toda comodidad, no se asustaban ante las más
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ásperas privaciones.
En medio de esta vida ejercitaban la paz y la mansedumbre con todos; intachables y
pacíficos en su comportamiento, evitaban con exquisita diligencia todo escándalo. Apenas
si hablaban cuando era necesario, y de su boca nunca salía palabra grosera ni ociosa,
para que en su vida y en sus relaciones no pudiera encontrarse nada que fuera indecente
o deshonesto. Eran disciplinados en todo su proceder; su andar era modesto; los sentidos
los traían tan mortificados, que no se permitían ni oír ni ver sino lo que se proponían de
intento. Llevaban sus ojos fijos en la tierra y tenían la mente clavada en el cielo. No
cabía en ellos envidia alguna, ni malicia, ni rencor, ni murmuración, ni sospecha, ni
amargura; reinaba una gran concordia y paz continua; la acción de gracias y cantos de
alabanza eran su ocupación.
Estas son las enseñanzas del piadoso Padre, con las que educaba a los nuevos hijos,
no tanto de palabra y con la lengua cuanto de obra y de verdad.
(TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 15: FF 392-393)
13 de enero
Hermanos, reflexionemos todos sobre lo que dice el Señor: Amad a vuestros enemigos y
haced el bien a los que os odian (cf Mt 5,44), porque nuestro Señor Jesucristo, cuyas
huellas debemos seguir (cf 1Pe 2,21), llamó amigo a quien lo traicionaba y se ofreció
espontáneamente a quienes lo crucificaron (cf Mt 26,50). Por lo tanto, son amigos
nuestros todos aquellos que injustamente nos acarrean tribulaciones y angustias, afrentas
e injurias, dolores y tormentos, martirio y muerte; a los cuales debemos amar mucho,
porque, por lo que nos acarrean, tenemos la vida eterna.
Y tengamos odio a nuestro cuerpo con sus vicios y pecados; porque el diablo quiere
arrebatarnos, mientras vivimos carnalmente, el amor de Jesucristo y la vida eterna, y
perderse a sí mismo junto con todos en el infierno; porque nosotros, por nuestra culpa,
somos hediondos, miserables y contrarios al bien, pero prontos y voluntariosos para el
mal, porque como dice el Señor en el Evangelio: Del corazón proceden y salen los malos
pensamientos, adulterios, fornicaciones, homicidios, hurtos, avaricia, maldad, dolo,
impudicia, envidia, falsos testimonios, blasfemia, insensatez. Todos estos males
proceden de dentro, del corazón del hombre (cf Mc 7,23), y estos son los que manchan
al hombre (Mt 15,19-20; Mc 7,21-23).
Pero ahora, después de haber abandonado el mundo, no tenemos ninguna otra cosa
que hacer sino seguir la voluntad del Señor y complacerle sólo a Él.
(Regla no bulada, XXII: FF 56-57)
14 de enero
Guardémonos mucho de ser tierra junto al camino, o tierra rocosa o llena de espinas,
según lo que dice el Señor en el Evangelio: La semilla es la palabra de Dios. Y la que
cayó junto al camino y fue pisoteada, son aquellos que oyen la Palabra y no la
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entienden; y al punto viene el diablo y arrebata lo que fue sembrado en sus corazones,
y quita de sus corazones la Palabra, no sea que creyendo se salven. Y la que cayó
sobre terreno rocoso, son aquellos que, al oír la Palabra, al instante la reciben con
gozo. Pero, llegada la tribulación y persecución por causa de la Palabra,
inmediatamente se escandalizan, y estos no tienen raíz en sí mismos, sino que son
inconstantes, porque creen por un tiempo y en el tiempo de la tentación retroceden. Y
la que cayó entre espinas, son aquellos que oyen la palabra de Dios, pero la
preocupación y las fatigas de este siglo y la falacia de las riquezas y las demás
concupiscencias, entrando en ellos, sofocan la Palabra y se quedan sin dar fruto. Y la
que fue sembrada en buen terreno, son aquellos que, oyendo la palabra con corazón
bueno y óptimo, la entienden y la retienen y producen fruto con perseverancia (Mt
13,19-23; Mc 4,15-20; Lc 8,11-15).
Y por eso nosotros los hermanos, como dice el Señor, dejemos que los muertos
entierren a sus muertos (Mt 8,22).
Y guardémonos mucho de la malicia y la sutileza de Satanás, que quiere que el
hombre no tenga su mente y su corazón dirigidos a Dios. Y dando vueltas, desea llevarse
el corazón del hombre so pretexto de alguna recompensa o ayuda, y sofocar en su
memoria la palabra y preceptos del Señor, queriendo cegar el corazón del hombre por
medio de los negocios y cuidados del siglo, y habitar allí, como dice el Señor: Cuando el
espíritu inmundo sale del hombre, anda vagando por lugares áridos y secos en busca
de descanso; y, al no encontrarlo, dice: Volveré a mi casa, de donde salí. Y al venir la
encuentra desocupada, barrida y adornada. Y va y toma a otros siete espíritus peores
que él, y, habiendo entrado, habitan allí, y las postrimerías de aquel hombre son
peores que los principios (Mt 12,43-45; Lc 11,24-26).
Por lo tanto, hermanos todos, guardémonos mucho de perder o apartar del Señor
nuestra mente y corazón so pretexto de alguna merced u obra o ayuda.
Mas en la santa caridad que es Dios (cf 1Jn 4,8.16), ruego a todos los hermanos,
tanto los ministros como los otros, que, removido todo impedimento y pospuesta toda
preocupación y solicitud, del mejor modo que puedan, hagan servir, amar, honrar y
adorar al Señor Dios con corazón limpio y mente pura, que es lo que Él busca sobre
todas las cosas.
(Regla no bulada, XXII: FF 58-60)
15 de enero
Y construyámosle siempre en nuestro interior habitación y morada a aquel que es Señor
Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, que dice: Vigilad, pues, orando en
todo tiempo, para que seáis considerados dignos de huir de todos los males que han de
venir, y de estar en pie ante el Hijo del Hombre. Y cuando estéis de pie para orar,
decid: Padre nuestro, que estás en el cielo (cf Mt 6,9; Mc 11,25; Lc 21,36). Y
adorémosle con puro corazón, porque es preciso orar siempre y no desfallecer; pues el
Padre busca tales adoradores. Dios es espíritu, y los que lo adoran es preciso que lo
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adoren en espíritu y verdad (Lc 18,1; Jn 4,23-24). Y recurramos a Él como al pastor y
obispo de nuestras almas (1Pe 2,25), que dice: Yo soy el buen pastor, que apaciento a
mis ovejas y doy mi alma por mis ovejas (Jn 10,11.15). Todos vosotros sois hermanos;
y no llaméis padre a ninguno de vosotros en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el
que está en el cielo. Ni os llaméis maestros; porque uno es vuestro maestro, el que está
en el cielo, [Cristo] (cf Mt 23,8-10). Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen
en vosotros, pediréis todo lo que queráis y se os dará. Dondequiera que hay dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos. He aquí que yo estoy con
vosotros hasta la consumación del siglo. Las palabras que os he hablado son espíritu y
vida. Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 15,7; Mt 18,20; 28,20; Jn 6,63; 14,6).
Retengamos, por consiguiente, las palabras, la vida y la doctrina y el santo Evangelio
de aquel que se dignó rogar por nosotros a su Padre y manifestarnos su nombre diciendo:
Padre, glorifica tu nombre, y glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti.
Padre, manifesté tu nombre a los hombres que me diste; porque las palabras que tú me
diste se las he dado a ellos; y ellos las han recibido, y han reconocido que salí de ti, y
han creído que tú me has enviado. Yo ruego por ellos, no por el mundo, sino por estos
que me diste, porque tuyos son y todas mis cosas tuyas son. Padre santo, guarda en tu
nombre a los que me diste, para que ellos sean uno como también nosotros. Hablo estas
cosas en el mundo para que tengan gozo en sí mismos. Yo les he dado tu Palabra; y el
mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No
te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno. Glorifícalos en la
verdad. Tu Palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, también yo los envié al
mundo. Y por estos me santifico a mí mismo, para que sean ellos santificados en la
verdad. No ruego solamente por estos, sino por aquellos que han de creer en mí por
medio de su Palabra, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que
tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí. Y les haré conocer tu nombre, para
que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos.
Padre, los que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén
conmigo, para que vean tu gloria en tu Reino (cf Jn 17,6-26). Amén.
(Regla no bulada, XXII: FF 61-62)
16 de enero
Recogíase el bienaventurado Francisco con los suyos en un lugar, próximo a la ciudad de
Asís, que se llamaba Rivotorto. Había allí una choza abandonada; en ella vivían los más
valerosos despreciadores de las grandes y lujosas viviendas y a su resguardo se defendían
de los aguaceros, pues, como decía el Santo, «se sube al cielo más rápido desde una
choza que desde un palacio».
Todos los hijos y hermanos vivían en aquel lugar con su Padre, padeciendo mucho y
careciendo de todo; privados muchísimas veces del alivio de un bocado de pan,
contentos con los nabos que mendigaban trabajosamente de una parte a otra por la
llanura de Asís. Aquel lugar era tan exageradamente reducido que difícilmente podían
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sentarse ni descansar. Con todo, «no se oía, por este motivo, murmuración o queja
alguna; más bien, con ánimo sereno y espíritu gozoso, conservaban la paciencia».
Todos los días, san Francisco practicaba con el mayor esmero un continuo examen de
sí mismo y de los suyos; no permitiendo en ellos nada que fuera peligroso, alejaba de sus
corazones toda negligencia. Riguroso en la disciplina, para defenderse a sí mismo
mantenía una vigilancia estricta. Si alguna vez la tentación de la carne le excitaba, cosa
natural, arrojábase en invierno a un pozo lleno de agua helada y permanecía en él hasta
que todo incentivo carnal hubiera desaparecido. Ni que decir tiene que ejemplo de tan
extraordinaria penitencia era seguido con inusitado fervor por los demás.
Les enseñaba no sólo a mortificar los vicios y reprimir los estímulos de la carne, sino
también los sentidos externos, por los cuales se introduce la muerte en el alma.
(TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 16: FF 394-396)
17 de enero
El predicador del Evangelio, Francisco, que predicaba a los incultos con recursos
materiales y sencillos, como quien sabía que la virtud es más necesaria que las palabras,
usaba, en cambio, con los espirituales y más capaces un lenguaje más vivo y profundo.
Sugería en pocas palabras lo que era inefable, y, acompañando las palabras con
inflamados gestos y movimientos, arrebataba por entero a los oyentes a las cosas del
cielo.
No echaba mano de esquemas previos, pues nunca planeaba sermones que a él no le
nacieran. El verdadero poder y sabiduría –Cristo– comunicaba a su lengua una palabra
eficaz (cf Sal 67,34).
Un médico docto y elocuente dijo en cierta ocasión: «La predicación de otros la
retengo palabra por palabra; se me escapan, en cambio, únicamente las que expresa san
Francisco. Y, si logro grabar algunas en la memoria, no me parecen ya las mismas que
sus labios destilaron (cf Cant 4,11)».
(TOMÁS DE CELANO, Vida segunda, II, 73: FF 694)
18 de enero
Cierto día que rezaba al Señor con mucho fervor, oyó esta respuesta: «Francisco, es
necesario que todo lo que, como hombre carnal, has amado y has deseado tener, lo
desprecies y aborrezcas, si quieres conocer mi voluntad. Y después que empieces a
probarlo, aquello que hasta el presente te parecía suave y deleitable, se convertirá para ti
en insoportable y amargo, y en aquello que antes te causaba horror, experimentarás gran
dulzura y suavidad inmensa».
Alegre y confortado con estas palabras del Señor, yendo un día a caballo por las
afueras de Asís, se cruzó en el camino con un leproso. Como el profundo horror por los
leprosos era habitual en él, haciéndose una gran violencia, bajó del caballo, le dio una
moneda y le besó la mano. Y, habiendo recibido del leproso el ósculo de paz, montó de
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nuevo a caballo y prosiguió su camino. Desde entonces empezó a despreciarse más y
más, hasta conseguir, con la gracia de Dios, la victoria total sobre sí mismo.
A los pocos días, tomando una gran cantidad de dinero, fue al hospital de los leprosos,
y, una vez que hubo reunido a todos, les fue dando a cada uno su limosna, al tiempo que
les besaba la mano. Al salir del hospital, lo que antes era para él repugnante, es decir, ver
y palpar a los leprosos, se le convirtió en dulzura. De tal manera le echaba atrás el ver los
leprosos, que, como él dijo, no sólo no quería verlos, sino que evitaba hasta el acercarse
al lazareto. Y si alguna vez le tocaba pasar cerca de sus casas o verlos, aunque la
compasión le indujese a darles limosna por medio de otra persona, siempre lo hacía
volviendo el rostro y tapándose la nariz con las manos. Mas por la gracia de Dios llegó a
ser tan familiar y amigo de los leprosos, que, como dice en su testamento, entre ellos
moraba y a ellos humildemente servía.
Transformado hacia el bien después de su visita a los leprosos, decía a un compañero
suyo, al que amaba con predilección y a quien llevaba consigo a lugares apartados, que
había encontrado un tesoro grande y precioso. Lleno de alegría este buen hombre iba de
buen grado con Francisco cuantas veces este lo llamaba. Francisco lo llevaba muchas
veces a una cueva cerca de Asís, y, dejando afuera al compañero que tanto anhelaba
poseer el tesoro, entraba él solo; y, penetrado de un nuevo y especial espíritu, suplicaba
en secreto al Padre, deseando que nadie supiera lo que hacía allí dentro, sino sólo Dios, a
quien consultaba asiduamente sobre el tesoro celestial que había de poseer.
(Leyenda de los Tres Compañeros, IV: FF 1407-1409)
19 de enero
El mismo fray Leonardo refirió allí mismo que cierto día el bienaventurado Francisco, en
Santa María, llamó a fray León y le dijo:
«Hermano León, escribe».
El cual respondió:
«Heme aquí preparado».
«Escribe –dijo– cuál es la verdadera alegría.
Viene un mensajero y dice que todos los maestros de París han ingresado en la Orden.
Escribe: No es la verdadera alegría.
Y que también lo han hecho todos los prelados ultramontanos, arzobispos y obispos; y
también, el rey de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: No es la verdadera alegría.
También, que mis frailes se fueron a los infieles y los convirtieron a todos a la fe;
también, que tengo tanta gracia de Dios que sano a los enfermos y hago muchos
milagros: Te digo que en todas estas cosas no está la verdadera alegría».
«Pero, ¿cuál es la verdadera alegría?».
«Vuelvo de Perusa y en una noche profunda llego aquí, y es el tiempo de un invierno
de lodos y tan frío, que se forman canelones del agua fría congelada en las extremidades
de la túnica, y hieren continuamente las piernas, y mana sangre de tales heridas.
Y todo envuelto en lodo y frío y hielo, llego a la puerta, y, después de haber golpeado
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y llamado por largo tiempo, viene el hermano y pregunta: ¿Quién es? Yo respondo: El
hermano Francisco.
Y él dice: Vete; no es hora decente de andar de camino; no entrarás.
E insistiendo yo de nuevo, me responde: Vete, tú eres un simple y un ignorante; ya no
vienes con nosotros; nosotros somos tantos y tales, que no te necesitamos.
Y yo de nuevo estoy de pie en la puerta y digo: Por amor de Dios, recogedme esta
noche.
Y él responde: No lo haré. Vete al lugar de los Crucíferos y pide allí.
Te digo que si hubiere tenido paciencia y no me hubiere alterado, que en esto está la
verdadera alegría y la verdadera virtud y la salvación del alma».
(De la verdadera y perfecta alegría,
en Las florecillas de san Francisco, VIII: FF 278)
20 de enero
Francisco, por sano o enfermo que estuviese, tenía tanta caridad y piedad no sólo hacia
sus hermanos, sino también hacia los pobres, sanos o enfermos, que, halagándonos
primero a nosotros, para que no nos disgustáramos, con gran gozo interior y exterior
daba a otros lo que necesitaba su propio cuerpo, y que los hermanos conseguían a veces
con gran solicitud y devoción; privaba a su cuerpo de cosas que le eran muy necesarias.
Por eso, el ministro general y su guardián le tenían mandado que no diera la túnica a
ningún hermano sin su permiso, pues algunas veces los hermanos se la pedían por
devoción, y él al momento se la daba. También sucedía que, al ver él a un hermano
enfermizo o mal vestido, a veces le daba su túnica; otras, como nunca llevó ni quiso
tener para sí más que una túnica, la partía, para dar un trozo al hermano y quedarse él
con el resto.
(Compilación de Asís, 89: FF 1625)
21 de enero
La piedad del Santo era aún mayor cuando consideraba el primer y común origen de
todos los seres, y llamaba a todas las criaturas –por más pequeñas que fueran– con los
nombres de hermano o hermana, pues sabía que todas ellas tenían con él un mismo
principio.
«Pero profesaba un afecto más dulce y entrañable a aquellas criaturas que por su
semejanza natural reflejan la mansedumbre de Cristo, y queda constancia de ello en la
Escritura. Muchas veces rescató corderos que eran llevados al matadero, recordando al
mansísimo Cordero, que quiso ser conducido a la muerte para redimir a los pecadores.
Hospedándose en cierta ocasión el siervo de Dios en el monasterio de San Verecundo,
del obispado de Gubbio, sucedió que aquella misma noche una ovejita parió un
corderillo. Había allí una cerda ferocísima que, sin ninguna compasión de la vida del
inocente animalito, lo mató de una salvaje dentellada.
Enterado de ello el piadoso padre, se sintió estremecido por una extraordinaria
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conmiseración, y, recordando al Cordero sin mancha, se lamentaba delante de todos por
la muerte del corderillo, exclamando:
«¡Ay de mí, hermano corderillo, animal inocente, que representas a Cristo entre los
hombres; maldita sea la impía que te mató; que ningún hombre ni bestia se aproveche de
su carne!».
¡Cosa admirable! Al instante comenzó a enfermar la cerda maléfica y, después de
haber pagado su acción con penosos sufrimientos durante tres días, terminó por
sucumbir al filo de la muerte vengadora.
Arrojada en la fosa del monasterio, permaneció allí largo tiempo, sin que a ningún
hambriento sirviera de comida. Considere, pues, la impiedad humana de qué forma será
al fin castigada, cuando con una muerte tan horrenda fue sancionada la ferocidad de una
bestia; reflexionen también los fieles devotos con qué admirable virtud y copiosa dulzura
estuvo adornada la piedad del siervo de Dios, que mereció incluso que los animales la
reconocieran a su modo.
(BUENAVENTURA, Leyenda mayor, VIII, 6: FF 1145-1146)
22 de enero
Un día, pasando de nuevo por la Marca (de Ancona) con el hermano Paolo, que gustoso
le acompañaba, se encontró en el camino con un hombre que iba al mercado, llevando
atados y colgados al hombro dos corderillos para venderlos. Al oírlos balar el biena-
venturado Francisco se conmovió y, acercándose, los acarició como madre que muestra
sus sentimientos de compasión con su hijo que llora. Y le preguntó al hombre aquel:
«¿Por qué haces sufrir a mis hermanos llevándolos así atados y colgados?». «Porque los
llevo al mercado –le respondió– para venderlos, pues ando mal de dinero». A esto le dijo
el Santo: «¿Qué será luego de ellos?». «Pues los compradores –replicó– los matarán y se
los comerán». «No lo quiera Dios –reac-cionó el Santo–. No se haga tal; toma este
manto que llevo a cambio de los corderos». Al punto le dio el hombre los corderos y
muy contento recibió el manto, ya que este valía mucho más. El Santo lo había recibido
prestado aquel mismo día, de manos de un amigo suyo, para defenderse del frío. Una
vez con los corderillos, se puso a pensar qué haría con ellos y, aconsejado por el
hermano que le acompañaba, resolvió dárselos al mismo hombre para que los cuidara,
con la orden de que jamás los vendiera ni les causara daño alguno, sino que los
conservara, los alimentara y los pastoreara con todo cuidado.
(TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 28: FF 457)
23 de enero
Oh, santísimo Padre nuestro (Mt 6,9): creador, redentor, consolador y salvador nuestro.
Que estás en el cielo (Mt 6,9): en los ángeles y en los santos; iluminándolos para el
conocimiento, porque tú, Señor, eres luz; inflamándolos para el amor, porque tú, Señor,
eres amor; habitando en ellos y colmándolos para la bienaventuranza, porque tú, Señor,
24
(Ex
eres sumo bien, eterno bien, del cual viene todo bien, sin el cual no hay ningún bien.
Santificado sea tu nombre (Mt 6,9): clarificada sea en nosotros tu noticia, para que
conozcamos cuál es la grandeza de tus beneficios, la largura de tus promesas, la
sublimidad de la majestad y la profundidad de los juicios.
Venga a nosotros tu Reino (Mt 6,10): para que tú reines en nosotros por la gracia y
nos hagas llegar a tu Reino, donde la visión de ti es manifiesta, la dilección de ti perfecta,
la compañía de ti bienaventurada, la fruición de ti sempiterna.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo (Mt 6,10): para que te amemos con
todo el corazón, pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con
toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y
con todas nuestras fuerzas, gastando todas nuestras fuerzas y los sentidos del alma y del
cuerpo en servicio de tu amor y no en otra cosa; y para que amemos a nuestro prójimo
como a nosotros mismos, atrayéndolos a todos a tu amor según nuestras fuerzas,
alegrándonos del bien de los otros como del nuestro y compadeciéndolos en sus males y
no dando a nadie ocasión alguna de tropiezo.
Danos hoy nuestro pan de cada día (Mt 6,11): tu amado Hijo, nuestro Señor
Jesucristo: para memoria e inteligencia y reverencia del amor que tuvo por nosotros, y de
lo que por nosotros dijo, hizo y padeció.
Perdona nuestras ofensas (Mt 6,12): por tu misericordia inefable, por la virtud de la
pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la santísima Virgen y de todos
tus elegidos.
Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mt 6,12): y lo que no
perdonamos por completo, haz tú, Señor, que lo perdonemos plenamente, para que, por
ti, amemos verdaderamente a los enemigos, y ante ti intercedamos por ellos
devotamente, no devolviendo a nadie mal por mal, y nos apliquemos a ser provechosos
para todos en ti.
No nos dejes caer en la tentación (Mt 6,13): oculta o manifiesta, repentina o
importuna.
Y líbranos del mal (Mt 6,13): pasado, presente y futuro.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y
siempre, por los siglos de los siglos.
Amén.
posición del Padrenuestro: FF 266-275)
24 de enero
Como la doctrina evangélica, salvadas excepciones singulares, dejaba mucho que desear
en todas partes en cuanto a la conducta de la mayoría, Francisco fue enviado por Dios
para dar, a imitación de los apóstoles, testimonio de la verdad a todos los hombres y en
todo el mundo. Así, sus enseñanzas pusieron en evidencia que la sabiduría del mundo
no era más que necedad, y en poco tiempo, siguiendo a Cristo y por medio de la
necedad de la predicación, atrajo a los hombres a la verdadera sabiduría divina (cf
25
1Cor 1,20-21).
Porque el nuevo evangelista de los últimos tiempos, como uno de los ríos del paraíso,
inundó el mundo entero con las aguas vivas del Evangelio y con sus obras predicó el
camino del Hijo de Dios y la doctrina de la verdad. Y así surgió en él, y por su medio
resurgió en toda la tierra, un inesperado fervor y un renacimiento de santidad: el germen
de la antigua religión renovó muy pronto a quienes estaban desde hace tiempo decrépitos
y acabados. Un espíritu nuevo se infundió sobre los corazones de los elegidos, y se
derramó en medio de ellos una saludable unción cuando este santo siervo de Cristo,
como astro celeste, irradió la luz de su original forma de vida y de sus prodigios.
Ha renovado los antiguos portentos cuando en el desierto de este mundo, con nuevo
orden, pero fiel al antiguo, se plantó la viña fructífera, portadora de flores suaves de
santas virtudes, que extiende por doquier los sarmientos de la santa religión.
Y aunque, como nosotros, era frágil, no se contentó, sin embargo, con el solo
cumplimiento de los preceptos comunes, sino que, ardiendo en fervorosísima caridad,
emprendió el camino de la perfección cabal, alcanzó la cima de la perfecta santidad y vio
el límite de toda perfección (Sal 118,96).
Por eso, las personas de toda clase, sexo y edad encuentran en él enseñanzas claras
de doctrina salvífica, así como espléndidos ejemplos de obras de santidad. Si algunos
quieren emprender cosas arduas y se esfuerzan aspirando a carismas más elevados de
caminos más excelentes, mírense en el espejo de su vida y aprenderán toda perfección.
Si otros, por el contrario, temerosos de lanzarse por rutas más difíciles y de escalar la
cumbre del monte, aspiran a cosas más humildes y llanas, también estos encontrarán en
él enseñanzas apropiadas. Quienes, en fin, buscan señales y milagros, contemplen su
santidad, y conseguirán cuanto pidan.
Y, ciertamente, su vida gloriosa añade una luz más esplendente a la perfección de los
primeros santos; lo prueba la pasión de Jesucristo y su cruz lo manifiesta colmadamente.
En efecto, el venerable Padre fue marcado con el sello de la pasión y cruz en cinco
partes de su cuerpo, como si hubiera estado colgado de la cruz con el Hijo de Dios. Gran
sacramento es este (Ef 5,32), que patentiza la sublimidad de la prerrogativa del amor;
pero encierra un arcano designio y un misterio venerando, que creemos es conocido de
Dios solamente y en parte revelado por el mismo Santo a cierta persona.
(TOMÁS DE CELANO, Vida primera, II, 1: FF 474-478)
25 de enero
Un día de invierno, san Francisco llevaba puesto, doblado en forma de manto, un paño
que le había prestado cierto amigo de los hermanos de Tívoli. Y, estando en el palacio del
obispo de Marsi, se le presentó una viejecita que pedía limosna. Enseguida soltó del
cuello el paño y se lo alargó –aunque no era suyo– a la viejecita, diciéndole: «Anda,
hazte un vestido, que bien lo necesitas». Sonrió la viejecita, y, sorprendida, no sé si de
temor o de gozo, tomó de las manos el paño. Se fue enseguida y, para no correr –si
tardaba– el peligro de que lo reclamasen, lo cortó con las tijeras.
26
Pero, al comprobar que el paño cortado no bastaba para una túnica, tornó a donde el
Santo, en las alas de la generosidad que había experimentado, y le hizo ver lo insuficiente
del paño. El Santo volvió los ojos al compañero, que llevaba a la espalda otro de igual
medida, y le dijo: «¿Oyes, hermano, lo que dice esta pobrecilla? Suframos el frío por
amor de Dios y da el paño a la pobrecilla para que complete la túnica». Dio él, dio
también el compañero; y, despojados el uno y el otro, vistieron a la viejecita.
(TOMÁS DE CELANO, Vida segunda, II, 53: FF 673)
26 de enero
En la ermita de los hermanos de Sarteano, el maligno, aquel que envidia siempre los
progresos de los hijos de Dios, osó tentar al Santo de este modo.
Veía que el Santo se santificaba más (cf Ap 22,11) y que no descuidaba por la de
ayer la ganancia de hoy. Una noche en que se daba a la oración en una celdilla, el
demonio lo llamó tres veces:
—Francisco, Francisco, Francisco.
—¿Qué quieres? –respondió este.
—No hay en el mundo –replicó aquel– ni un pecador a quien, si se convierte (cf Ez
33,9), no perdone el Señor; pero el que se mata a fuerza de penitencias, nunca jamás
hallará misericordia (cf Dan 3,39).
Enseguida, una revelación hizo ver al Santo la astucia del enemigo, que se había
esforzado para inducirlo a la tibieza. Pero, ¿qué más? El enemigo no desiste de presentar
nuevo combate. Y, viendo que no había acertado a ocultar el lazo, prepara otro: el
incentivo de la carne. Pero en vano, porque quien había descubierto la astucia del
espíritu, mal pudo ser engañado con el sofisma de la carne. El demonio desencadena,
pues, contra él una tentación terrible de lujuria. Mas el bienaventurado Padre, en cuanto
la siente, despojado del vestido, se azota sin piedad con una cuerda: «¡Ea, hermano
asno! –se dice–, te corresponde estar así, aguantar así los azotes. La túnica es de la
Orden, y no es lícito robarla; si quieres irte a otra parte, vete».
Mas como ve que las disciplinas no ahuyentan la tentación, y a pesar de tener todos
los miembros cárdenos, abre la celda, sale afuera al huerto y desnudo se mete entre la
mucha nieve. Y, tomando la nieve, la moldea entre sus manos y hace con ella siete
bloques a modo de monigotes. Poniéndose ante estos, comienza a hablar así el hombre:
«Mira, este mayor es tu mujer; estos otros cuatro son tus dos hijos y tus dos hijas; los
otros dos el criado y la criada que se necesitan para el servicio. Pero date prisa –
continúa– en vestir a todos, porque se mueren de frío. Y, si te molesta la multiplicada
atención que hay que prestarles, sirve con solicitud al Señor sólo».
El diablo huye al instante confuso y el Santo se vuelve a la celda glorificando al
Señor.
Un hermano piadoso que estaba en oración a aquella hora fue testigo de todo gracias a
la luz de la luna, que resplandecía más aquella noche. Mas el Santo, enterado después de
que el hermano lo había visto aquella noche, le mandó que, mientras él viviese, no
27
(TO
descubriera a nadie lo sucedido.
MÁS DE CELANO, Vida segunda, II, 82: FF 703)
27 de enero
A todos los reverendos y muy amados hermanos (...) el hermano Francisco, hombre vil y
caduco, vuestro pequeñuelo siervo, os desea salud en aquel que nos redimió y nos lavó
en su preciosísima sangre (cf Ap 1,5); al oír su nombre, adoradlo con temor y
reverencia, rostro en tierra (cf 2Esd 8,6); su nombre es Señor Jesucristo, Hijo del
Altísimo, que es bendito por los siglos (cf Lc 1,32; Rom 1,25).
Oíd, señores hijos y hermanos míos, y prestad oídos a mis palabras (He 2,14).
Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios (Is 55,3).
Guardad en todo vuestro corazón sus mandamientos y cumplid perfectamente sus
consejos.
Confesadlo, porque es bueno, y ensalzadlo en vuestras obras (Sal 135,1); porque por
esa razón os ha enviado al mundo entero, para que de palabra y de obra deis testimonio
de su voz y hagáis saber a todos que no hay omnipotente sino él (cf Tob 13,4).
Perseverad en la disciplina (Heb 12,7) y en la santa obediencia, y lo que le prometisteis
con bueno y firme propósito cumplidlo. Como a hijos se nos ofrece el Señor Dios (Heb
12,7).
Así pues, os ruego a todos vosotros, hermanos, besándoos los pies y con la caridad
que puedo, que manifestéis toda reverencia y todo honor, tanto cuanto podáis, al
santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, en el cual las cosas que hay en
los cielos y en la tierra han sido pacificadas y reconciliadas con el Dios omnipotente.
(Carta a toda la Orden: FF 215-217)
28 de enero
Ruego también en el Señor a todos mis hermanos sacerdotes, los que son y serán y
desean ser sacerdotes del Altísimo, que siempre que quieran celebrar la misa, lo hagan
simple y llanamente reverenciando el verdadero sacrificio del santísimo cuerpo y sangre
de nuestro Señor Jesucristo, con intención santa y limpia, y no por cosa alguna terrena ni
por temor o amor de hombre alguno, como para agradar a los hombres; sino que toda la
voluntad, en cuanto la gracia la ayude, se dirija a Dios, deseando agradar al solo sumo
Señor en persona, porque allí solo Él mismo obra como le place; porque, como Él mismo
dice: Haced esto en memoria mía (Lc 22,19) si alguno lo hace de otra manera, se
convierte en Judas, el traidor, y se hace reo del cuerpo y de la sangre del Señor (cf 1Cor
11,27).
Recordad, hermanos míos sacerdotes, lo que está escrito de la ley de Moisés, cuyo
transgresor, aun en cosas materiales, moría sin misericordia alguna por sentencia del
Señor. ¡Cuánto mayores y peores suplicios merecerá padecer quien pisotee al Hijo de
Dios y profane la sangre de la alianza, en la que fue santificado, y ultraje al Espíritu
28
de la gracia! (Heb 10,28-29). Pues el hombre desprecia, profana y pisotea al Cordero de
Dios cuando, como dice el Apóstol, no distingue (1Cor 11,29) ni discierne el santo pan
de Cristo de los otros alimentos y obras, y o bien lo come siendo indigno, o bien, aunque
sea digno, lo come vana e indignamente, siendo así que el Señor dice por el profeta:
Maldito el hombre que hace la obra de Dios fraudulentamente. Y a los sacerdotes que
no quieren poner esto en su corazón de veras los condena diciendo: Maldeciré vuestras
bendiciones (Mal 2,2).
(Carta a toda la Orden, II: FF 218-219)
29 de enero
Oídme, hermanos míos: Si se honra a la santísima Virgen tal y como se merece, porque
lo llevó en su santísimo seno; si el Bautista bienaventurado se estremeció y no se atreve a
tocar la cabeza santa de Dios; si el sepulcro, en el que yació por algún tiempo, es
venerado, ¡qué santo, justo y digno debe ser quien toca con sus manos, toma en su
corazón y en su boca y da a los demás para que lo tomen, al que ya no ha de morir, sino
que ha de vivir eternamente y ha sido glorificado, a quien los ángeles desean
contemplar! (1Pe 1,12).
Ved vuestra dignidad, hermanos sacerdotes, y sed santos, porque él es santo (cf Lev
19,2). Y así como el Señor Dios os ha honrado a vosotros sobre todos por causa de este
ministerio, así también vosotros, sobre todos, amadlo, reverenciadlo y honradlo. Gran
miseria y miserable debilidad, que cuando lo tenéis tan presente a él en persona, vosotros
os preocupéis de cualquier otra cosa en todo el mundo.
¡Tiemble el hombre entero, que se estremezca el mundo entero, y que el cielo exulte,
cuando sobre el altar, en las manos del sacerdote, está Cristo, el Hijo del Dios vivo (Jn
11,27)!
¡Oh admirable celsitud y asombrosa condescendencia! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh
sublimidad humilde, pues el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se
humilla, que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan!
Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante Él vuestros corazones (Sal
61,9); humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por Él. Por consiguiente,
nada de vosotros retengáis para vosotros, a fin de que os reciba todo enteros el que se os
ofrece todo entero.
(Carta a toda la Orden, II: FF 220-221)
30 de enero
San Francisco encontró una vez en Colle, condado de Perusa, a uno muy pobre, a quien
había conocido estando todavía en el mundo. Y le preguntó: «¿Cómo te va, hermano?».
El pobre, irritado, comenzó a maldecir contra su señor, que le había despojado de todos
los bienes. «Por culpa de mi señor –dijo–, a quien el Señor todopoderoso maldiga, lo
único que puedo es estar mal» (cf Gén 5,29).
29
Más compadecido del alma que del cuerpo del pobre, que persistía en su odio a
muerte, el biena-venturado Francisco le dijo: «Hermano, perdona a tu señor por amor de
Dios, para que libres a tu alma de la muerte eterna, y puede ser que te devuelva lo
arrebatado. Si no, tú, que has perdido tus bienes, perderás también tu alma». «No puedo
perdonar de ninguna manera –replicó el pobre–, si no me devuelve primero lo que se ha
llevado».
El bienaventurado Francisco, que llevaba puesto un manto, le dijo: «Mira: te doy este
manto y te pido que perdones a tu señor por amor del Señor Dios». Calmado y
conmovido por el favor, el pobre, en cuanto recibió el regalo, perdonó los agravios.
(TOMÁS DE CELANO, Vida segunda, II, 56: FF 676)
31 de enero
El padre de los pobres, el pobrecillo Francisco, identificado con todos los pobres, no
estaba tranquilo si veía otro más pobre que él; no era por deseo de vanagloria, sino por
afecto de verdadera compasión. Y si es verdad que estaba contento con una túnica
extremadamente mísera y áspera, con todo, muchas veces deseaba dividirla con otro
pobre. Movido de un gran afecto de piedad y queriendo este pobre riquísimo socorrer de
alguna manera a los pobres, en las noches más frías solicitaba de los ricos del mundo que
le dieran capas o pellicos. Como estos lo hicieran devotamente y más a gusto de lo que él
pedía de ellos, el bienaventurado Padre les decía: «Acepto recibirlo con esta condición:
que no esperéis verlo más en vuestras manos». Y al primer pobre que encontraba en el
camino lo vestía, gozoso y contento, con lo que había recibido.
No podía sufrir que algún pobre fuese despreciado, ni tampoco oír palabras de
maldición contra las criaturas. Ocurrió en cierta ocasión que un hermano ofendió a un
pobre que pedía limosna, diciéndole estas palabras injuriosas: «¡Ojo, que no seas un rico
y te hagas pasar por pobre!». Habiéndolo oído el padre de los pobres, san Francisco, se
dolió profundamente, y reprendió con severidad al hermano que así había hablado, y le
mandó que se desnudase delante del pobre y, besándole los pies, le pidiera perdón. Pues
solía decir: «Quien dice mal de un pobre, ofende a Cristo, de quien lleva la enseña de
nobleza y que se hizo pobre por nosotros en este mundo» (cf 2Cor 8,9). Por eso, si se
encontraba con pobres que llevaban leña u otro peso, por ayudarlos lo cargaba con
frecuencia sobre sus hombros, en extremo débiles.
(TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 28: FF 453-454)
30
Febrero
31
1 de febrero
El siervo de Dios Francisco, pequeño de talla, humilde de alma, menor por profesión,
estando en el mundo, escogió para sí y para los suyos una pequeña porción del mundo,
ya que no pudo servir de otro modo a Cristo sin tener algo del mundo. Pues no sin
presagio divino se había llamado desde la antigüedad Porciúncula este lugar que debía
caberles en suerte a los que nada querían tener del mundo.
Es de saber que había en el lugar una iglesia levantada en honor de la Virgen Madre,
que por su singular humildad mereció ser, después de su Hijo, cabeza de todos los
santos. La Orden de los Menores tuvo su origen en ella, y en ella, creciendo el número,
se alzó, como sobre cimiento estable, su noble edificio. El Santo amó este lugar sobre
todos los demás, y mandó que los hermanos tuviesen veneración especial por él, y quiso
que se conservase siempre como espejo de la Religión en humildad y pobreza altísima,
reservada a otros su propiedad, teniendo el Santo y los suyos el simple uso.
Se observaba en él la más estrecha disciplina en todo, tanto en el silencio y en el
trabajo como en las demás prescripciones regulares. No se admitían en él sino hermanos
especialmente escogidos, llamados de diversas partes, a quienes el Santo quería devotos
de veras para con Dios y del todo perfectos. Estaba también absolutamente prohibida la
entrada de seglares. No quería el Santo que los hermanos que moraban en él, y cuyo
número era limitado, buscasen, por ansia de novedades, el trato con los seglares, no
fuera que, abandonando la contemplación de las cosas del cielo, vinieran, por influencia
de charlatanes, a aficionarse a las de aquí abajo. A nadie se le permitía decir palabras
ociosas ni contar las que había oído. Y si alguna vez ocurría esto por culpa de algún
hermano, aprendiendo en el castigo, bien se precavía en adelante para que no volviera a
suceder lo mismo. Los moradores de aquel lugar estaban entregados sin cesar a las
alabanzas divinas día y noche y llevaban vida de ángeles, que difundía en torno
maravillosa fragancia.
Y con toda razón. Porque, según atestiguan antiguos moradores, el lugar se llamaba
también Santa María de los Ángeles. El dichoso padre solía decir que por revelación de
Dios sabía que la Virgen Santísima amaba con especial amor aquella iglesia entre todas
las construidas en su honor a lo ancho del mundo, y por eso el Santo la amaba más que a
todas.
(TOMÁS DE CELANO, Vida segunda, I, 12: FF 604-605)
2 de febrero
Lugar santo, en verdad, entre los lugares santos. Con razón es considerado digno de
grandes honores.
Dichoso en su sobrenombre; más dichoso en su nombre; su tercer nombre es ahora
augurio de favores.
Los ángeles difunden su luz en él; en él pasan las noches y cantan.
32
Después de arruinarse por completo esta iglesia, la restauró Francisco; fue una de las
tres que reparó el mismo padre.
La eligió el Padre cuando vistió el sayo. Fue aquí donde domó su cuerpo y lo obligó a
someterse al alma.
Dentro de este templo nació la Orden de los Menores cuando una multitud de varones
se puso a imitar el ejemplo del Padre.
Aquí fue donde Clara, esposa de Dios, se cortó por primera vez su cabellera y,
pisoteando las pompas del mundo, se dispuso a seguir a Cristo.
La Madre de Dios tuvo aquí el doble y glorioso alumbramiento de los hermanos y las
señoras, por los que volvió a derramar a Cristo por el mundo.
Aquí fue estrechado el ancho camino del viejo mundo y dilatada la virtud de la gente
por Dios llamada.
Compuesta la Regla, volvió a nacer la pobreza, se abdicó de los honores y volvió a
brillar la cruz.
Si Francisco se ve turbado y cansado, aquí recobra el sosiego y su alma se renueva.
Aquí se muestra la verdad de lo que se duda y además se le otorga lo que el mismo
Padre demanda.
(Espejo de perfección, IV, 84: FF 1781)
3 de febrero
Francisco se introdujo (fluxit) por completo, con el cuerpo y con la mente, dentro de las
cicatrices impresas por el Amado que se le había aparecido, y el amante se transformó en
el amado. Como el fuego tiene poder de separar y, consumiendo la materia terrenal,
siempre tiende hacia las cosas superiores, porque es su naturaleza elevarse hacia lo alto,
así el fuego del amor divino, consumiendo el corazón de Francisco y prendiendo su
carne, la inflamó y la configuró, arrastrándola hasta las zonas altas, de forma que se
cumplió en él aquello que él pidió que le ocurriera: «Te suplico, Señor (...)» (sigue la
oración Absorbeat).
(UBERTINO DA CASALE, El árbol de la vida, I: FF 2095)
4 de febrero
Te suplico, Señor,
que la fuerza abrasadora y meliflua de tu amor
absorba de tal modo mi mente
que la separe de todas las cosas que hay debajo del cielo,
para que yo muera por amor de tu amor,
ya que por amor de mi amor, tú te dignaste morir.
(Oración «Absorbeat»: FF 277)
5 de febrero
33
Francisco practicaba todas las devociones, porque gozaba de la unción del Espíritu (cf
Lc 4,18); sin embargo, profesaba un afecto especial hacia algunas formas específicas de
piedad.
Entre otras expresiones usuales en la conversación, no podía oír la del «amor de
Dios» sin conmoverse hondamente. En efecto, al oír mencionar el amor de Dios, de
súbito se excitaba, se impresionaba, se inflamaba, como si la voz que sonaba fuera tocara
como un plectro la cuerda íntima del corazón.
Solía decir que ofrecer ese censo a cambio de la limosna era una noble prodigalidad y
que cuantos lo tenían en menor estima que el dinero eran muy necios. Y cierto es que él
mismo observó inviolable hasta la muerte el propósito que –entretenido todavía en las
cosas del mundo– había hecho de no rechazar a ningún pobre que pidiera por amor de
Dios.
En una ocasión, no teniendo nada que dar a un pobre que pedía por amor de Dios,
toma con disimulo las tijeras y se apresta a partir la túnica. Y lo hubiera hecho de no
haberle sorprendido los hermanos, de quienes obtuvo que dieran otra cosa al pobre.
Solía decir: «Tenemos que amar mucho el amor del que nos ha amado mucho».
(TOMÁS DE CELANO, Vida segunda, II, 148: FF 784)
6 de febrero
Como se entregaba a la alegría espiritual, evitaba con cuidado la falsa, como quien sabía
bien que debe amarse con ardor cuanto perfecciona y ahuyentar con esmero cuanto
inficiona. Así, procuraba sofocar en germen la vanagloria, sin dejar subsistir ni por un
momento lo que es ofensa a los ojos de su Señor. De hecho muchas veces, cuando era
ensalzado, el aprecio se convertía en tristeza, doliéndose y gimiendo.
Un invierno en que por todo abrigo de su santo cuerpecillo llevaba una sola túnica con
refuerzos de burdos retazos, su guardián, que era también su compañero, adquirió una
piel de zorra y, presentándosela, le dijo: «Padre, padeces del bazo y del estómago; ruego
en el Señor a tu caridad que consientas que se cosa esta piel por dentro con la túnica. Y,
si no la quieres toda, deja al menos coserla a la altura del estómago».
«Si quieres que la lleve por dentro de la túnica –le respondió Francisco–, haz que un
retazo igual vaya también por fuera; que, cosido así por fuera, indique a los hombres la
piel que se esconde dentro». El hermano oye, pero no lo acepta; insiste, pero no logra
otra cosa. Cede al fin el guardián, y se cose retazo sobre retazo para hacer ver que
Francisco no quiere ser uno por fuera y otro por dentro.
¡Oh identidad de palabra y de vida! ¡El mismo por fuera y por dentro! ¡El mismo de
súbdito y de prelado! Tú que te gloriabas siempre en el Señor (1Cor 1,31), no querías
otra gloria ni de los extraños ni de los de casa. Y no se ofendan, por favor, los que llevan
pieles preciosas si digo que se lleva también piel por piel (cf Job 2,4), pues sabemos que
los despojados de la inocencia tuvieron que cubrirse con túnicas de piel (cf Gén 3,21).
(TOMÁS DE CELANO, Vida segunda, II, 93: FF 714)
34
7 de febrero
Bienaventurado el hombre que soporta a su prójimo según su fragilidad en aquello en que
querría ser soportado por él, si estuviera en un caso semejante.
Bienaventurado el siervo que devuelve todos los bienes al Señor Dios, porque quien
retiene algo para sí, esconde en sí el dinero de su Señor Dios, y lo que creía tener se le
quitará (cf Mt 25,18; Lc 8,18).
Bienaventurado el siervo que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y
exaltado por los hombres, que cuando es tenido por vil, simple y despreciado, porque el
hombre delante de Dios es lo que no es, y no más. ¡Ay de aquel religioso que ha sido
puesto en lo alto por los otros, y por su voluntad no quiere descender! Y bienaventurado
aquel siervo que no es puesto en lo alto por su voluntad, y siempre desea estar bajo los
pies de los otros.
Bienaventurado aquel religioso que no encuentra placer y alegría sino en las
santísimas palabras y obras del Señor, y con ellas conduce a los hombres al amor de Dios
con gozo y alegría. ¡Ay de aquel religioso que se deleita en las palabras ociosas y vanas y
con ellas conduce a los hombres a la risa!
Bienaventurado el siervo que, cuando habla, no manifiesta todas sus cosas con miras
a la recompensa, y no habla con ligereza, sino que prevé sabiamente lo que debe hablar y
responder. ¡Ay de aquel religioso que no guarda en su corazón los bienes que el Señor le
muestra y no los muestra a los otros con obras, sino que, con miras a la recompensa,
ansía más bien mostrarlos a los hombres con palabras! Él recibe su recompensa, y los
oyentes sacan poco fruto (cf Mt 6,2.16).
(Admoniciones, XVIII-XXI: FF 167-171)
8 de febrero
Bienaventurado el siervo que está dispuesto a soportar tan pacientemente la advertencia,
acusación y reprensión que procede de otro, como si procediera de sí mismo.
Bienaventurado el siervo que, reprendido, asiente benignamente, con vergüenza se
somete, humildemente confiesa y gozosamente satisface. Biena-venturado el siervo que
no es ligero para excusarse, sino que humildemente soporta la vergüenza y la reprensión
de un pecado, cuando no incurrió en culpa.
Bienaventurado el siervo a quien se encuentra tan humilde entre sus súbditos, como si
estuviera entre sus señores. Bienaventurado el siervo que permanece siempre bajo la
vara de la corrección. Es siervo fiel y prudente (cf Mt 24,45) el que, en todas sus
ofensas, no tarda en castigarse interiormente por la contrición y exteriormente por la
confesión y la satisfacción de obra.
Bienaventurado el siervo que ama tanto a su hermano cuando está enfermo, que no
puede recompensarle, como cuando está sano, que puede recompensarle.
Bienaventurado el siervo que ama y respeta tanto a su hermano cuando está lejos de
él, como cuando está con él, y no dice nada a su espalda, que no pueda decir con caridad
delante de él.
35
Bienaventurado el siervo que tiene fe en los clérigos que viven rectamente según la
forma de la Iglesia romana. Y, ¡ay de aquellos que los desprecian!; pues, aunque sean
pecadores, nadie, sin embargo, debe juzgarlos, porque sólo el Señor en persona se
reserva el juzgarlos.
Pues cuanto mayor es el ministerio que ellos tienen del santísimo cuerpo y sangre de
nuestro Señor Jesucristo, que ellos reciben y ellos solos administran a los demás, tanto
más pecado tienen los que pecan contra ellos, que los que pecan contra todos los demás
hombres de este mundo.
(Admoniciones, XXII-XXVI: FF 172-176)
9 de febrero
Francisco, a semejanza de Jesús, sintiendo que en el cuerpo estaba en el exilio lejano
del Señor (cf 2Cor 5,6), se volvió también exteriormente completamente insensible a los
deseos terrenales por el amor de Cristo Jesús; rezando sin interrupción, buscaba tener
siempre a Dios presente. La oración era la dicha del contemplador cuando, ya convertido
en conciudadano de los ángeles y vagando por las moradas eternas, contempló a sus
arcanos y, con un agitado deseo, contemplaba al Amado, del que solamente lo separaba
el frágil muro de la carne. Absorto en su acción, él fue su defensa. En todo lo que hacía,
desconfiando de su capacidad, imploraba con insistente oración que el bendito Jesús lo
dirigiera, e incitaba a los frailes a la oración con todos los medios que estaban a su
disposición. Además, él mismo se mostró siempre presto a sumergirse en la oración de
forma que, caminase o estuviese quieto, trabajara o descansara, parecía que siempre
estuviera absorto en la oración, tanto exterior como interiormente. Parecía que no sólo
dedicara a la oración el cuerpo y el corazón, sino también la acción y el tiempo.
(UBERTINO DA CASALE, El árbol de la vida, I: FF 2086)
10 de febrero
A veces se quedaba tan suspendido por el exceso de contemplación que, arrastrado fuera
de sí y de los sentidos humanos, no se percataba de cuanto sucedía en torno a él. Y,
puesto que el espíritu del hombre a través de la soledad se recoge sobre las cosas más
íntimas y el abrazo del Esposo es enemigo de las miradas de la multitud, fue a las iglesias
abandonadas, en busca de lugares solitarios para rezar durante la noche. Allí mantenía
terribles luchas con los demonios, que combatían contra él cuerpo a cuerpo en un intento
de impedirle que se concentrara en la oración; y triunfaba maravillosamente, quedando a
solas y en paz. Llenaba entonces los bosques de gemidos. Algunas veces los frailes lo
observaban, lo escuchaban interceder con un gran clamor ante Dios por los pecadores y
lloraba en voz alta, como si tuviera ante sí la pasión del Señor. Allí se le vio rezar durante
una noche con las manos extendidas en forma de cruz, con todo el cuerpo elevado desde
el suelo, mientras una pequeña nube iluminaba todo en torno a él, dando testimonio
maravilloso y evidente, en torno al cuerpo de la admirable iluminación que llenaba su
36
alma. Se abrieron ante él los secretos arcanos de la sabiduría de Dios. Allí aprendieron
las cosas que estaban escritas en la Regla y en su santísimo Testamento y todo lo que
mandó respetar a los hermanos. En efecto, como es más que evidente, la incansable
dedicación a la oración, unida al continuo ejercicio de la virtud, condujo al varón de Dios
a tal serenidad de su mente que, aunque no hubiese perecido por doctrina en las Sagradas
Escrituras, sin embargo, iluminado por el fulgor de la luz eterna, penetraba con admirable
agudeza en las verdades más profundas de la Escritura. Allí obtuvo del Señor un
luminoso espíritu de profecía, por el que, en su época, predijo muchas cosas futuras que
se cumplieron puntualmente según su palabra, tal y como se ilustra a través de muchas
pruebas en su leyenda.
Allí, de forma singular pero clarísima, recibió la revelación sobre el crecimiento de su
Orden y el camino que el propio Cristo quiso que recorrieran sus frailes, y el padre santo
mostraba continuamente este camino a los hermanos con la palabra y con el ejemplo. Y
también allí le fue revelado el peligroso camino que los frailes recorrieron. Y él, mientras
vivió, buscó de todas las formas posibles impedirlo e, incluso cuando estaba a punto de
atravesar el umbral del glorioso Jesús, tendido en su lecho de muerte, lo prohibió, de
forma inútil en lo que concierne a los perversos, ya que prevaleció su presuntuosa y
necia prudencia de la carne y su malicia obstinada; pero los hijos legítimos, a la luz de
sus palabras y de su santísimo Testamento, aunque ahora son pocos, avanzan siguiendo
las huellas de Jesucristo, aunque se vean perseguidos por los hijos que siguen a la carne.
(UBERTINO DA CASALE, El árbol de la vida, I: FF 2087-2088)
11 de febrero
En efecto, este padre santo, casi otro Abrahán, tuvo una progenie doble: por un lado la
de la esclava y, por el otro, la de la mujer libre (cf Gál 4,22ss).
Y los que han nacido de la esclava, han nacido según la carne y han caminado, en
la mayoría de los casos, muy abiertamente, siguiendo la prudencia de la carne. Pero los
que han nacido de la libre son los hijos de la promesa y no dudan que Cristo no ha
mentido a su siervo Francisco, y que el fiel siervo Francisco tampoco ha mentido en
aquellas cosas que escribió en la Regla y en su santo Testamento. Y, por lo tanto,
avanzando seguros a través de la altura de la Regla y la observancia literal de esta, no
tienen la más mínima duda de que contenga algo imposible o impracticable.
Pero, del mismo modo en que entonces el que nació según la carne persiguió al que
nació del espíritu, lo hacía ahora también (cf Gál 4,29). No es, en efecto, ahora menos
verdadero que entonces que este Ismael es cazador y lanza sus flechas en todas
direcciones contra los hijos legítimos y observadores de la Regla a través de
persecuciones, represiones, preceptos desordenados y duras sentencias. Pero, ¿qué dice
la Escritura? Aleja a la esclava y al hijo de esta, porque el hijo de la esclava no será
heredero junto al hijo de la libre (cf Gál 4,30), ya que se le dijo a Abrahán: Gracias a
Isaac tomará de ti el nombre nuestra estirpe (cf Gén 21,12).
Pedimos orando y con gemidos del corazón que se expulse a este ilegítimo hijo de la
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esclava, en cuanto a la observancia de la Regla; no por su herencia paterna, si quisiese
recorrer el camino de la Regla, sino por sus perversas obras y por la usurpación de un
nombre falso y por la persecución del heredero legítimo.
(UBERTINO DA CASALE, El árbol de la vida, I: FF 2089)
12 de febrero
Altísimo, glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta
y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento.
Amén.
(Oración ante el crucifijo: FF [276])
13 de febrero
Ante tal resolución, convencido el padre (de Francisco) de que no podía disuadir al hijo
del camino emprendido, (...) lo emplazó a comparecer ante el obispo de la ciudad, para
que, renunciando en sus manos a todos los bienes, le entregara cuanto poseía. A nada de
esto se opuso; al contrario, gozoso en extremo, se dio prisa con toda su alma para hacer
cuanto se le reclamaba.
Una vez en presencia del obispo, no sufre demora ni vacila por nada; más bien, sin
esperar palabra ni decirla, inmediatamente, quitándose y tirando todos sus vestidos, se los
devuelve al padre. Ni siquiera retiene los calzones, quedando ante todos del todo
desnudo. Percatándose el obispo de su espíritu y admirado de su fervor y constancia, se
levantó al momento y, acogiéndolo entre sus brazos, lo cubrió con su propio manto.
Comprendió claramente que se trataba de un designio divino y que los hechos del varón
de Dios que habían presenciado sus ojos encerraban un misterio. Estas son las razones
por las que en adelante será su protector. Y, animándolo y confortándolo, lo abrazó con
entrañas de caridad.
Helo ahí ya desnudo luchando con el desnudo; desechado cuanto es del mundo, sólo
de la divina justicia se acuerda. Se esfuerza así por menospreciar su vida, abandonando
todo cuidado de sí mismo, para que en este caminar peligroso se una a su pobreza la paz
y sólo la envoltura de la carne lo tenga separado, entretanto, de la visión de Dios.
(TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 6: FF 343-345)
14 de febrero
Cubierto de andrajos el que tiempo atrás vestía de escarlata, marchaba por el bosque
38
cantando en lengua francesa alabanzas al Señor; de improviso caen sobre él unos
ladrones. A la pregunta, que le dirigen con aire feroz, inquiriendo quién es, el varón de
Dios, seguro de sí mismo, con voz llena les responde: «Soy el pregonero del gran Rey;
¿qué queréis?». Ellos, sin más, le propinaron una buena sacudida y lo arrojaron a un
hoyo lleno de mucha nieve, diciéndole: «Descansa, rústico pregonero de Dios». Él,
revolviéndose de un lado para otro, sacudiéndose la nieve –ellos se habían marchado–,
de un salto se puso fuera del hoyo, y, lleno de gozo, comenzó a proclamar a plena voz,
por los bosques, las alabanzas del Creador de todas las cosas.
Así llegó, finalmente, a un monasterio, en el que permaneció varios días, sin más
vestido que un tosco blusón, trabajando como mozo de cocina, ansioso de saciar el
hambre siquiera con un poco de caldo. Y al no hallar un poco de compasión, y ante la
imposibilidad de hacerse, al menos, con un vestido viejo, salió de aquí no movido de
resentimiento, sino obligado por la necesidad, y llegó a la ciudad de Gubbio, donde un
antiguo amigo le dio una túnica. Como, pasado algún tiempo, se extendiese por todas
partes la fama del varón de Dios y se divulgase su nombre por los pueblos, el prior del
monasterio, recordando y reconociendo el trato que habían dado al varón de Dios, se
llegó a él y le suplicó, en nombre del Salvador, le perdonase a él y a los suyos.
(TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 7: FF 346-347)
15 de febrero
Después, el santo enamorado de la perfecta humildad se fue a donde los leprosos; vivía
con ellos y servía a todos por Dios con extremada delicadeza: lavaba sus cuerpos
infectados y curaba sus úlceras purulentas, tal y como él mismo refiere en su testamento:
«Como estaba en pecado, me parecía muy amargo ver leprosos; pero el Señor me
condujo en medio de ellos y practiqué con ellos la misericordia». En efecto, tan
repugnante le había sido la visión de los leprosos, como él decía, que en sus años de
vanidades, al divisar de lejos, a unas dos millas, sus casetas, se tapaba la nariz con las
manos. Sin embargo, una vez que, por gracia y virtud del Altísimo, comenzó a tener
santos y provechosos pensamientos, mientras aún permanecía en el siglo, se topó cierto
día con un leproso, y, superándose a sí mismo, se llegó a él y le dio un beso. Desde este
momento comenzó a tenerse más y más en menos, hasta que, por la misericordia del
Redentor, consiguió la total victoria sobre sí mismo.
También favorecía, aun viviendo en el mundo y siguiendo sus máximas, a otros
necesitados, alargándoles, a los que nada tenían, su mano generosa, y a los afligidos, el
afecto de su corazón. Pero en cierta ocasión le sucedió, contra su modo habitual de ser
–porque era en extremo cortés–, que despidió de malas formas a un pobre que le pedía
limosna; enseguida, arrepentido, comenzó a recriminarse dentro de sí, diciendo que negar
lo que se pide a quien pide en nombre de tan gran Rey es digno de todo vituperio y de
todo deshonor. Entonces tomó la determinación de no negar, en cuanto pudiese, nada a
nadie que le pidiese en nombre de Dios. Lo cumplió con toda diligencia, hasta el punto
de llegar a darse él mismo todo en cualquier forma, poniendo en práctica, antes de
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365 días con Francisco de Asís - Gianluigi Pasquale

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  • 2. 365 días con Francisco de Asís Gianluigi Pasquale 2
  • 3. Francisco ha dejado el puesto a Cristo En dos mil años de cristianismo sólo hay un hombre que, entre todos y todo, ha marcado la historia de forma incomparable: Francisco de Asís. Frente a esta criatura pobre y profundamente enamorada de Jesucristo, creyentes cristianos, fieles de otras religiones e incluso los que dicen no creer encuentran una afinidad mágica, profesándole la misma simpatía: y de esta forma tan natural. Precisamente hace ochocientos años, en 1209, con sólo veintiocho años, aquel joven umbro que habría marcado para siempre la credibilidad del cristianismo quiso ir ante el «señor papa» para pedirle permiso para «vivir conforme al santo Evangelio»; es decir, para vivir exactamente como lo había hecho Jesucristo: pobre, obediente, virgen. En 1209, después de algunos años, el ideal franciscano brillaba con un resplandor comparable al de la aurora anaranjada de la mañana, disipando poco a poco algunas de las sombras que preocupaban a la Iglesia del siglo XIII. La fraternidad se extendió por toda Umbría. Aldeas y arrabales vieron llegar desde todas partes a algunos de aquellos alegres compañeros vestidos con un tosco sayo, que cantaban a pleno pulmón o bromeaban para atraer a la gente para anunciar la Buena Nueva. Francisco llamaba a estos misioneros burlones los «juglares de Dios», como si el Señor bromeara con las almas. Mendigaban el pan ofreciendo a cambio sus manos para hacer el heno, barrer, lavar y, si sabían hacerlo, construir utensilios de madera. No aceptaban nunca dinero y se alojaban como podían, a veces con el sacerdote, otras bajo una marquesina en un granero o en un henil, y no era extraño que durmieran bajo las estrellas. Se habituaron a ellos, del mismo modo que hoy en día estamos también acostumbrados a encontrarnos quizá a un fraile franciscano por la calle en nuestro día a día. Bien o mal acogidos, predicaban con el fervor de los neófitos y su fe obraba en profundidad. Fueron profetas de un mundo nuevo en el que el rechazo a las riquezas y la pasión por el Evangelio cambiaban la vida y traían felicidad a todos. Los nuevos frailes iban de dos en dos por las calles, uno detrás de otro, y eran los mismos cuyos pasos oyó un día san Francisco en una visión profética. No me resultó difícil pensar en esta visión precisamente el verano pasado cuando, encontrándome en «San Francisco» (EE.UU.), recordé cómo en 1769 fray Junípero Serra partió en su viaje hacia la alta California, en la bahía de San Diego, donde fundó la primera de sus famosas misiones californianas, Loreto, la capital de la baja y la alta California, rodeada, en lo sucesivo, por ciudades con nombres «franciscanos»: San Diego, Los Ángeles, San Francisco, Sacramento, etcétera. Aquellos comienzos del franciscanismo, hace ya ocho siglos, con su apariencia de dulce anarquía, deben dejar paso a una Orden. Cada año, Francisco veía cómo se duplicaba el número de frailes llegados desde todos los confines de la tierra, algunos de 3
  • 4. los cuales estaban destinados a desempeñar un papel importante en una de las mayores aventuras cristianas. Más sensibles que los hombres a la llamada mística, las mujeres buscaron en San Damián la paz interior, amenazada por el desorden de un mundo abocado a la violencia. La luz de san Francisco se extendió, así, hacia los primeros conventos de monjas clarisas, fuertemente atraídas por la vida contemplativa de Cristo. Un canto de dicha alzada al cielo también por todos aquellos otros seguidores, hombres y mujeres, que, incluso no vistiendo el sayo, seguían deseando a lo largo de los siglos vivir el espíritu de Francisco, los futuros «terciarios franciscanos», movimiento laical que aún hoy sigue siendo el más difundido y más capilar de la Iglesia católica. Aquellos comienzos fueron un momento destinado a no volver a repetirse nunca por completo. El mismo flechazo, en efecto, no se produce dos veces. Veamos por qué. Aquel día de primavera de 1209, cuya fecha exacta evitan incluso los historiadores más prudentes, el papa Inocencio III estaba paseando a lo largo y a lo ancho del Laterano, por la llamada galería del Espejo. El Laterano era entonces un símbolo de la catolicidad de la Iglesia. Por una ironía que parece complacer a la historia, el día en que san Francisco quiso presentarse ante el Papa, no había desde lo más profundo de Sicilia hasta los confines del norte de Italia un hombre más ocupado ni más preocupado por este personaje al que proclamaba príncipe de toda la tierra. Ahora, una de las ideas que se agitaba con mayor insistencia bajo aquella tiara puntiaguda y dorada era la de acabar con los extravíos de la Iglesia, lanzando por Europa una cruzada de renuncia y de pobreza. Sin embargo, cuando Francisco y sus once compañeros comparecieron deseosos de obtener del Papa el permiso para vivir según el «propósito de vida» evangélico que Dios les inspiró, los mandó fuera, apartando así de su presencia al hombre providencial que podía hacer triunfar su ideal más que ningún otro. Como es sabido, el Papa, posteriormente, rojo y dorado como el sol en el ocaso, recordó un sueño que había tenido poco tiempo antes, llenándolo de inquietud. Se veía dormido en su cama, con la tiara en la cabeza; la basílica de San Juan de Letrán estaba peligrosamente inclinada hacia un lado cuando, de repente, un pequeño monje del color de la tierra, con el aspecto de un mendigo, apoyándose con la espalda, la sostuvo, impidiendo que se derrumbara. «Es verdad –se dijo el Papa–, ¡aquel monje era Francisco de Asís!». ¿Cómo pudo no escucharlo entonces? Una pregunta que también nosotros podemos hacernos hoy a través de sus escritos y de las crónicas que los biógrafos han contado del Poverello, vestido con el color de la tierra: es decir, la aurora que se había volcado en el ocaso de su nueva venida. He reunido esta recopilación de pensamientos diarios guiándome por los Escritos de Francisco de Asís y por las demás Fuentes franciscanas, con el ánimo de quien es uno de sus seguidores después de ochocientos años, pero sobre todo sabiendo que san Francisco, además de ser el patrón de Italia, es el santo de los italianos, por el que yo también me he visto totalmente hechizado, tal y como sucede con muchas otras personas que, hoy en día, siguen vistiendo el sayo o llevando al cuello la «tau» franciscana, típico símbolo de los franciscanos laicos. En realidad, si hace ochocientos años el Poverello fue a ver al «señor papa» para pedirle permiso para vivir como Jesús, hace justo veinticinco 4
  • 5. años, en el verano de 1983, con dieciséis años, me encontré por primera vez con un humilde fraile capuchino, el padre Sisto Zarpellon, actual padre espiritual del colegio «San Lorenzo da Brindisi» de Roma. No podré olvidar aquel colorido verano en el que vi entrar en la pequeña iglesia de mi pueblo natal de Lerino, en Vicenza, a aquel fraile, descalzo, con una barba larga y rizada, vestido con un rudo sayo: ¡era precisamente un capuchino, es decir, un franciscano! Pensé: «Pero, ¿no habían desaparecido los capuchinos de fray Cristóforo, el de la novela Los novios, que tan ávidamente había estudiado precisamente en la escuela secundaria aquel año?». Sin embargo, aquel hijo de Francisco estaba allí, en carne y hueso, llevando automáticamente Asís hasta mi casa. Y me iluminó, trastocando mi existencia. Sí, porque, lleno de entusiasmo y con una voz suavísima, en la homilía en la iglesia nos habló de su vocación y de su deseo de ser otro Francisco, y todo esto sucedió durante los años de la II Guerra mundial. Pero me convenció, sobre todo cuando, al acabar la homilía, se arrodilló en un respetuoso silencio ante el tabernáculo para quizá «confiar» a Jesús algunos secretos. Entonces –sólo entonces– comprendí que aquel franciscano de sonrisa radiante y vivos ojos que irradiaban optimismo estaba, igual que el Poverello, enamorado de Jesús y, de repente, me sentí «llamado» a seguirlos a los dos desde entonces con una felicidad que no ha conocido igual. La felicidad de la existencia, aquella que todos desean, aunque no lo digan. Tras exactamente ochocientos años, existe una fuerte analogía entre los contemporáneos de san Francisco y los hombres y las mujeres que nos encontramos con ellos en nuestras calles: les une un hambre de algo «distinto», una inquietud del corazón que no logra llenar el vacío de los placeres. Por esta razón, estoy seguro de que esta estudiada colección que trata sobre Francisco y sus pensamientos nos ofrecerá su reconfortante compañía cada día, extrayendo de nosotros la imagen de que el mañana sólo es un huésped inquietante. Francisco, definido hasta por los papas como «otro Cristo», porque «había ocupado su puesto»[1] , entendió perfectamente que vivir el Evangelio con pobreza de espíritu es la aventura más bella y más simple que se puede elegir para la propia historia personal, para ser felices, convencidos de que, en el «mañana», es a Jesús a quien esperamos. También Benedicto XVI nos invitó en 2007 a dirigir nuestra atención a esa figura en la historia de la fe que ha transformado la bienaventuranza de los pobres de espíritu «en la forma más intensa de existencia humana: Francisco de Asís»[2] . E incluso hace medio siglo, en 1959, el mismo Joseph Ratzinger escribió que «en la Iglesia de los últimos tiempos se impondrá la forma de vivir de san Francisco que, en su calidad de “simple” e “idiota”, sabía de Dios muchas más cosas que todos los eruditos de su tiempo, ya que él lo amaba más»[3] . Los últimos tiempos para nosotros son el presente, es el día a día.Si hubiésemos vivido en compañía de san Francisco de Asís, cada uno de nosotros, franciscano o no, habría hecho de su vida un auténtico «cántico de las criaturas». Porque el secreto de la vida franciscana es precisamente ese: que también las lágrimas de dolor se transformen, por amor a Jesús, en lágrimas de alegría. 5
  • 7. Fuentes y selección de textos La presente antología de textos trata sobre la enorme colección de Fuentes franciscanas, que recoge tanto los textos del propio san Francisco de Asís como los más antiguos testimonios hagiográficos. Los géneros representados en las fuentes primarias (escritos de san Francisco) van desde los artículos de la Regla a las exhortaciones a los religiosos de la Orden, desde las oraciones hasta los himnos, de las reflexiones a los testamentos espirituales. En el caso de la literatura hagiográfica secundaria (escritos sobre san Francisco), encontramos narraciones episódicas, discursos, perfiles psicológico-espirituales, relatos de milagros. En relación con la variedad tipológica de los textos, la elección ha sido realizada tratando de ofrecer la máxima variedad posible, sin descuidar ninguno de los momentos biográficos más relevantes y decisivos del Santo, en privilegio, sobre todo, de su espiritualidad, sus múltiples exhortaciones a la pobreza y a la humildad, los gestos simbólicos y proféticos con los que ha encarnado la forma de Cristo, las penetrantes palabras a través de las que se manifiestan, en cada caso, los estados del propio ánimo. Cuidadosamente seleccionados de entre la amplia tipología de las más intensas páginas espirituales de las Fuentes franciscanas, los textos han sido debidamente asignados a los diferentes días del año buscando, dentro de lo posible, que estén en sintonía con las celebraciones del año litúrgico. Esto se ha realizado, sobre todo, mediante asignaciones precisas a las principales solemnidades y fiestas fijas (Navidad, Epifanía, Asunción, Inmaculada, Natividad de María...) y algunas fiestas y memorias de santos, mientras que en el caso de las fiestas móviles se ha tomado como referencia el calendario litúrgico de 2009, sobre todo para el período «fuerte» de Cuaresma-Pascua-Pentecostés, subrayándolo, por ejemplo, con exhortaciones de carácter más marcadamente penitencial y con reflexiones sobre la pasión y muerte de Jesús; los días de Cuaresma, con asignaciones destinadas a días como el Miércoles de Ceniza, el Domingo de Ramos o el Sagrado Triduo Pascual, pero teniendo en cuenta el arco de oscilación de la época cuaresmal y pascual en los distintos años, de modo que pueda ofrecer en cualquier año un conjunto de reflexiones que, en lugar de atenerse a un esquema rígido, abraza el Misterio Pascual en su plenitud ya que, tal y como debe saber todo cristiano, los momentos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús forman juntos una unidad indivisible. En la época de Pascua y la secuencia de domingos sucesivos, se han asignado cuidadosamente las solemnidades de Pentecostés, de la Trinidad y del Corpus Christi. En general se ha tenido en cuenta la cronología de la vida de san Francisco, concentrando, sobre todo, entre finales de septiembre y comienzos de octubre los informes de los últimos momentos de la vida del Santo y sus palabras a los hermanos, reservando para los días 3 y 4 de octubre las conmovedoras páginas de la Carta 7
  • 8. encíclica de fray Elías, con la que se comunica el tránsito del querido Fundador. Junto a san Francisco, encuentran una ubicación especial los textos significativos referentes a santa Clara y a san Antonio de Padua, en los respectivos días de su memoria litúrgica. El resto de días y de épocas del año se han visto beneficiados, en ocasiones, por indicaciones cronológicas, a menudo aproximativas, según los contextos ambientales naturales descritos (por ejemplo, reservando a los meses estivales los episodios ligados al calor, a la sed, a los trabajos agrícolas, al contacto con los animales, etc.; a la primavera los momentos contemplativos de la naturaleza que expresan la bondad del Creador; y también al invierno los hechos relacionados con el frío agotador debido a la pobreza de las vestimentas, con el regalo de su propia capa a los pobres, con penitencias especiales como la inmersión en el agua helada o en la nieve, etc). En muchos casos se han tenido en cuenta cuáles son las condiciones psicológicas «estacionales» que pueden hacer que se aprecien mejor y que se saque más provecho de las exhortaciones, los consejos, las reflexiones, los testimonios de las vivencias de san Francisco y de sus hermanos en general, con asignaciones que el lector atento podrá reconocer en relación con el propio estado espiritual y con la propia sensibilidad. En muchos casos se ha llevado a cabo en una serie de dos, tres o cuatro días una reflexión más amplia sobre el Santo, subdividiéndola en porciones textuales para conformar una unidad en cierto modo independiente pero, sin embargo, con textos concadenados entre ellos. Una decisión específica ha sido la de los textos referentes al inicio y al final del año, una «apertura» y «clausura» significativas, ambas marcadas por las oraciones de san Francisco: la primera, repartida en tres días, de alabanza y agradecimiento a Dios, parece abrir el cofre de la creación como espacio rico y denso de positividad en el que todo sucede dependiendo y bajo la atenta mirada de Dios; la última, una especie de intensísimo testamento espiritual, una clase también de alabanza espiritual, que concluye con la exhortación a «mantenerse en el bien hasta el final». Cada texto está acompañado por la indicación del documento, con el número de referencia de la colección de las Fuentes franciscanas (FF): Fuentes franciscanas: escritos y biografías de san Francisco de Asís, crónicas y otros testimonios del primer siglo franciscano, escritos y biografía de santa Clara de Asís, textos normativos de la orden franciscana secular, edición de Ernesto Caroli, Edizioni Francescane, Padua 20042 . Además, en cada pasaje se ha insertado la cita bíblica correspondiente al pasaje mencionado de las Sagradas Escrituras, allá donde aparezcan en los Escritos de y sobre Francisco, tanto si aparece como glosa junto al texto de las Fuentes franciscanas como si no. Los documentos de los que se han extraído los pasajes reproducidos son: a) Escritos de san Francisco Regla no bulada. Regla bulada. 8
  • 9. Testamento. Testamento de Siena. Regla para los Eremitorios. Admoniciones. Carta a los fieles. Carta a todos los clérigos. Carta a las autoridades. Carta a toda la Orden. Carta a un Ministro. Primera carta a los fieles. Oración ante el Crucifijo de San Damián. Saludo a las virtudes. Saludo a la bienaventurada Virgen María. Alabanzas del Dios Altísimo. Bendición a Fray León. Cántico del Hermano Sol. Audite, Poverelle (a las damas pobres del monasterio de San Damián). Exhortación a la alabanza de Dios. Exposición del Padrenuestro. Oración «Absorbeat». De la verdadera y perfecta alegría. Oficio de la Pasión del Señor. b) Biografía, memorias y testimonios Carta encíclica de fray Elías sobre la muerte de san Francisco. TOMÁS DE CELANO, Vida de san Francisco (Vida primera); Memorial del deseo del alma (Vida segunda); Tratado de los milagros de san Francisco. SAN BUENAVENTURA, Leyenda mayor. Leyenda de los tres compañeros. Compilación de Asís (Leyenda de Perusa). Espejo de perfección. Las florecillas de san Francisco. UBERTINO DA CASALE, El árbol de la vida. 9
  • 11. 1 de enero Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey del cielo y de la tierra, por ti mismo te damos gracias, porque, por tu santa voluntad y por tu único Hijo con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y corporales, y a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos pusiste en el paraíso. Y nosotros caímos por nuestra culpa. Y te damos gracias porque, así como por tu Hijo nos creaste, así, por tu santo amor con el que nos amaste (cf Jn 17,26), hiciste que él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen la beatísima santa María, y quisiste que nosotros, cautivos, fuéramos redimidos por su cruz y su sangre y su muerte. Y te damos gracias porque ese mismo Hijo tuyo vendrá en la gloria de su majestad a enviar al fuego eterno a los malditos, que no hicieron penitencia y no te conocieron, y a decir a todos los que te conocieron y adoraron y te sirvieron en penitencia: «Venid, benditos de mi Padre, recibid el Reino que os está preparado desde el origen del mundo» (Mt 25,34). Y porque todos nosotros, miserables y pecadores, no somos dignos de nombrarte, imploramos suplicantes que nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo amado, en quien bien te complaciste (cf Mt 17,5), junto con el Espíritu Santo Paráclito, te dé gracias por todos como a ti y a él os place, él que te basta siempre para todo y por quien tantas cosas nos hiciste. Aleluya. (Regla no bulada, XXIII: FF 63-66) 2 de enero Y a la gloriosa madre, la beatísima María siempre Virgen, a los bienaventurados Miguel, Gabriel y Rafael, y a todos los coros de los bienaventurados serafines, querubines, tronos, dominaciones, principados, potestades, virtudes, ángeles, arcángeles, a los bienaventurados Juan Bautista, Juan Evangelista, Pedro, Pablo, y a los bienaventurados patriarcas, profetas, inocentes, apóstoles, evangelistas, discípulos, mártires, confesores, vírgenes, a los bienaventurados Elías y Henoc, y a todos los santos que fueron y que serán y que son, humildemente les suplicamos por tu amor que te den gracias por estas cosas como te place, a ti, sumo y verdadero Dios, eterno y vivo, con tu Hijo carísimo, nuestro Señor Jesucristo, y el Espíritu Santo Paráclito, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya (Ap 19,3-4). Y a todos los que quieren servir al Señor Dios dentro de la santa Iglesia católica y apostólica, y a todas las órdenes siguientes: sacerdotes, diáconos, subdiáconos, acólitos, exorcistas, lectores, ostiarios y todos los clérigos, todos los religiosos y religiosas, todos los donados y postulantes, pobres y necesitados, reyes y príncipes, trabajadores y agricultores, siervos y señores, todas las vírgenes y continentes y casadas, laicos, varones y mujeres, todos los niños, adolescentes, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, todos los pequeños y grandes, y todos los pueblos, gentes, tribus y lenguas (cf Ap 7,9), y todas las naciones y todos los hombres en cualquier lugar de la tierra, que son y que 11
  • 12. serán, humildemente les rogamos y suplicamos todos nosotros, los hermanos menores, siervos inútiles (Lc 17,10), que todos perseveremos en la verdadera fe y penitencia, porque, si no, ninguno puede salvarse. (Regla no bulada, XXIII: FF 67-68) 3 de enero Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda la fuerza y fortaleza (Mc 12,30.33), con toda la inteligencia, con todas las fuerzas (Lc 10,27), con todo el esfuerzo, con todo el afecto, con los sentimientos más profundos, con todos los deseos y voluntades al Señor Dios, que nos dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida, que nos creó, nos redimió y por su sola misericordia nos salvará, que a nosotros, miserables y míseros, pútridos y hediondos, ingratos y malos, nos hizo y nos hace todo bien. Por consiguiente, ninguna otra cosa deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el solo verdadero Dios, que es pleno bien, todo bien, total bien, verdadero y sumo bien, que sólo Él es bueno (cf Lc 18,19), piadoso, manso, suave y dulce, que es el solo santo, justo, verdadero y recto, que es el solo benigno, inocente, puro, de quien y por quien y en quien es todo el perdón, toda la gracia, toda la gloria de todos los penitentes y de todos justos, de todos los bienaventurados que gozan juntos en los cielos. Por consiguiente, que nada impida, que nada separe, que nada se interponga. En todas partes, en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, diariamente y de continuo, todos nosotros creamos verdadera y humildemente, y tengamos en el corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y ensalcemos sobremanera, magnifiquemos y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno, Trinidad y Unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos los que creen y esperan en Él y lo aman a Él, que es sin principio y sin fin, inmutable, invisible, inenarrable, inefable, incomprensible, inescrutable, bendito, laudable, glorioso, ensalzado sobremanera, sublime, excelso, suave, amable, deleitable y todo entero sobre todas las cosas deseable por los siglos. Amén. (Regla no bulada, XXIII: FF 69-71) 4 de enero En toda predicación que hacía, antes de proponer la palabra de Dios a los presentes, les deseaba la paz, diciéndoles: El Señor os dé la paz (2Tes 3,16). Anunciaba devotísimamente y siempre esta paz a hombres y mujeres, a los que encontraba y a quienes le buscaban. Debido a ello, muchos que rechazaban la paz y la salvación, con la ayuda de Dios, abrazaron la paz de todo corazón y se convirtieron en hijos de la paz y en émulos de la salvación eterna. Entre estos, un hombre de Asís, de espíritu piadoso y humilde, fue quien primero 12
  • 13. siguió devotamente al varón de Dios. A continuación abrazó esta misión de paz y corrió gozosamente en pos del Santo, para ganarse el reino de los cielos, el hermano Bernardo. Este había hospedado con frecuencia al bienaventurado Padre; habiendo observado y comprobado su vida y costumbres, reconfortado con el aroma de su santidad, concibió el temor de Dios y alumbró el espíritu de salvación. Lo había visto que, sin apenas dormir, estaba en oración durante toda la noche, alabando al Señor y a la gloriosísima Virgen, su madre; y se admiraba y se decía: «En verdad, este hombre es de Dios». Se dio prisa, por esto, en vender todos sus bienes, y distribuyó a manos llenas su precio entre los pobres, no entre sus parientes; y, abrazando la norma del camino más perfecto, puso en práctica el consejo del santo Evangelio: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme (Mt 19,21). Llevado a feliz término todo esto, se unió a san Francisco en su hábito y tenor de vida, y permaneció con él continuamente, hasta que, habiéndose multiplicado los hermanos, pasó con la obediencia del piadoso Padre a otras regiones. Su conversión a Dios sirvió de modelo, para quienes habían de convertirse en el futuro, en cuanto a la venta de los bienes y su distribución entre los pobres. San Francisco se gozó sobremanera con la llegada y conversión de hombre tan calificado, ya que esto le demostraba que el Señor tenía cuidado de él, pues le daba un compañero necesario y un amigo fiel. (TOMÁS DE CELANO, Vida primera I, 10: FF 359-361) 5 de enero Así pues, en cuanto llegó a oídos de muchos la noticia de la verdad, tanto de la sencilla doctrina como de la vida del varón de Dios, algunos hombres, impresionados con su ejemplo, comenzaron a animarse a hacer penitencia, y, tras abandonarlo todo, se unieron a él, acomodándose a su vestido y vida. El primero de entre ellos fue el venerable Bernardo, quien, hecho partícipe de la vocación divina (cf Heb 3,1), mereció ser el primogénito del santo Padre tanto por la prioridad del tiempo como por la prerrogativa de su santidad. En efecto, habiendo descubierto Bernardo la santidad del siervo de Dios, decidió, a la luz de su ejemplo, renunciar por completo al mundo, y acudió a consultar al Santo la manera de llevar a la práctica su intención. Al oírlo, el siervo de Dios se llenó de una gran consolación del Espíritu Santo por el alumbramiento de su primer vástago, y le dijo: «Es a Dios a quien en esto debemos pedir consejo». Así que, una vez amanecido, se dirigieron juntos a la iglesia de San Nicolás, donde, tras una ferviente oración, Francisco, que rendía un culto especial a la Santa Trinidad, abrió por tres veces el libro de los evangelios, pidiendo a Dios que, mediante un triple testimonio, confirmase el santo propósito de Bernardo. En la primera apertura del libro apareció aquel texto: Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres (Mt 19,21). En la segunda: No toméis nada para el camino (Lc 9,3). 13
  • 14. Finalmente, en la tercera se les presentaron estas palabras: El que quiera venirse conmigo, que cargue con su cruz y me siga (Mt 16,24). «Esta es –dijo el Santo– nuestra vida y regla, y la de todos aquellos que quieran unirse a nuestra compañía. Por lo tanto, si quieres ser perfecto (Mt 19,21), vete y cumple lo que has oído». (BUENAVENTURA, Leyenda mayor, III, 3: FF 1053-1054) 6 de enero Entre los diversos dones y carismas que obtuvo Francisco del generoso Dador de todo bien, destaca, como una prerrogativa especial, el haber merecido crecer en las riquezas de la simplicidad mediante su amor a la altísima pobreza. Considerando el Santo que esta virtud había sido muy familiar al Hijo de Dios y al verla ahora rechazada casi en todo el mundo, de tal modo se determinó a desposarse con ella mediante los lazos de un amor eterno, que por su causa no sólo abandonó al padre y a la madre, sino que también se desprendió de todos los bienes que pudiera poseer (cf Gén 2,24; Jer 31,3; Mc 10,7). No hubo nadie tan ávido de oro como él de la pobreza, ni nadie fue jamás tan solícito en guardar un tesoro como él en conservar esta perla evangélica. Nada había que le alterase tanto como el ver en sus hermanos algo que no estuviera del todo en armonía con la pobreza. De hecho, respecto a su persona, se consideró rico con una túnica, la cuerda y los calzones desde el principio de la fundación de la Religión hasta su muerte y vivió contento sólo con eso. Frecuentemente evocaba –no sin lágrimas– la pobreza de Cristo Jesús y de su madre; y como fruto de sus reflexiones afirmaba ser la pobreza la reina de las virtudes, pues con tal prestancia había resplandecido en el Rey de reyes y en la Reina, su madre. Por eso, al preguntarle los hermanos en una reu-nión cuál era la virtud con la que mejor se granjea la amistad de Cristo, respondió como quien descubre un secreto de su corazón: «Sabed, hermanos, que la pobreza es el camino especial de salvación, como que fomenta la humildad y es raíz de la perfección, y sus frutos –aunque ocultos– son múltiples y variados. Esta virtud es el tesoro escondido del campo evangélico (Mt 13,44): para comprarlo merece la pena vender todas las cosas, y las que no pueden venderse han de estimarse por nada en comparación con tal tesoro». (BUENAVENTURA, Leyenda mayor, VII, 1: FF 1117) 7 de enero Sobre tu alma, te digo, como puedo, que todo aquello que te impide amar al Señor Dios, y quienquiera que sea para ti un impedimento, trátese de frailes o de otros, aun cuando te azotaran, debes tenerlo todo por gracia. Y así lo quieras y no otra cosa. Y tenlo esto por verdadera obediencia al Señor Dios y a mí, porque sé firmemente que esta es verdadera obediencia. Y ama a aquellos que te hacen esto. Y no quieras de ellos otra cosa, sino 14
  • 15. cuanto el Señor te dé. Y ámalos en esto; y no quieras que sean mejores cristianos. Y que esto sea para ti más que el eremitorio. Y en esto quiero saber si tú amas al Señor y a mí, siervo suyo y tuyo, si hicieras esto, a saber, que no haya hermano alguno en el mundo que haya pecado todo cuanto haya podido pecar, que, después que haya visto tus ojos, no se marche jamás sin tu misericordia, si pide misericordia. Y si él no pidiera misericordia, que tú le preguntes si quiere misericordia. Y si mil veces pecara después delante de tus ojos, ámalo más que a mí para esto, para que lo atraigas al Señor; y ten siempre misericordia de esos hermanos. (Carta a un ministro: FF 234-235) 8 de enero Fue él (san Francisco) efectivamente quien fundó la Orden de los Hermanos Menores y quien le impuso ese nombre en las circunstancias que a continuación se refieren: se decía en la Regla: «Y sean menores»; al escuchar esas palabras, en aquel preciso momento exclamó: «Quiero que esta fraternidad se llame Orden de Hermanos Menores». Y, en verdad, eran menores porque, sometidos a todos, buscaban siempre el último puesto y trataban de emplearse en oficios que llevaran alguna apariencia de deshonra, a fin de merecer, fundamentados así en la verdadera humildad, que en ellos se levantara en orden perfecto el edificio espiritual de todas las virtudes. De hecho, sobre el fundamento de la constancia se erigió la noble construcción de la caridad, en que las piedras vivas, reunidas de todas las partes del mundo, formaron el templo del Espíritu Santo. ¡En qué fuego tan grande ardían los nuevos discípulos de Cristo! ¡Qué inmenso amor el que ellos tenían al piadoso grupo! Cuando se hallaban juntos en algún lugar o cuando, como sucede, topaban unos con otros de camino, allí era visible el amor espiritual que brotaba entre ellos y cómo difundían un afecto verdadero, superior a todo otro amor. Amor que se manifestaba en los castos abrazos, en tiernos afectos, en el ósculo santo, en la conversación agradable, en la risa modesta, en el rostro festivo, en el ojo sencillo, en la actitud humilde, en la lengua benigna, en la respuesta serena; eran concordes en el ideal, diligentes en el servicio, infatigables en las obras. (TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 15: FF 386-387) 9 de enero Por lo que un día dijo a sus hermanos: «La Orden y la vida de los hermanos menores es un pequeño rebaño (cf Lc 12,32) que el Hijo de Dios pidió en estos últimos tiempos a su Padre celestial, diciéndole: “Padre, yo quisiera que suscitaras y me dieras un pueblo nuevo y humilde que en esta hora se distinga por su humildad y su pobreza de todos los que le han precedido y que se contente con poseerme a mí solo”». El Padre dijo a su Hijo amado: «Hijo, lo que pides queda cumplido». «Por eso –añadió el bienaventurado Francisco–, quiso el Señor que los hermanos se llamasen hermanos menores, pues ellos son este pueblo que el Hijo de Dios pidió a su 15
  • 16. Padre, y del que el mismo Hijo de Dios dice en el Evangelio: No temáis, pequeño rebaño, porque el Padre se ha complacido en daros el Reino (Lc 12,32); y también: Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt 25,40). Sin duda, se ha de entender que el Señor habló así refiriéndose a todos los pobres espirituales, pero principalmente predijo el nacimiento en su Iglesia de la Religión de los hermanos menores». Tal como le fue revelado al bienaventurado Francisco que su movimiento debía llamarse el de los hermanos menores, hizo él insertar este nombre en la primera regla (1R 6,3) que presentó al señor papa Inocencio III, y que este aprobó y le concedió y luego anunció a todos en el consistorio. El Señor le reveló también el saludo que debían emplear los hermanos, como hizo consignar en su Testamento: «El Señor me reveló que para saludar debía decir: “El Señor te dé la paz” (cf Núm 6,26)». En los comienzos de la Religión, yendo de viaje el bienaventurado Francisco con un hermano que fue uno de los doce primeros, este saludaba a los hombres y las mujeres que se le cruzaban en el camino y a los que trabajaban en el campo diciéndoles: «El Señor os dé la paz» (cf 2Tes 3,16). Las gentes quedaban asombradas, pues nunca habían escuchado un saludo parecido de labios de ningún religioso. E incluso algunos, un tanto molestos, preguntaban: «¿Qué significa esta manera de saludar?». El hermano comenzó a avergonzarse y dijo al bienaventurado Francisco: «Hermano, permíteme emplear otro saludo». Pero el bienaventurado Francisco le respondió: «Déjales hablar así; ellos no captan el sentido de las cosas de Dios. No te avergüences, hermano, pues te aseguro que hasta los nobles y príncipes de este mundo ofrecerán sus respetos a ti y a los otros hermanos por este modo de saludar». Y añadió: «¿No es maravilloso que el Señor haya querido tener un pequeño pueblo, entre los muchos que le han precedido, que se contente con poseerle a Él solo, altísimo y glorioso?». (Compilación de Asís, 101: FF 1617-1619) 10 de enero Al despreciar todo lo terreno y al no amarse a sí mismos con amor egoísta, centraban todo el afecto en la comunidad y se esforzaban en darse a sí mismos para subvenir a las necesidades de los hermanos. Deseaban reunirse, y reunidos se sentían felices; en cambio, era penosa la ausencia; la separación, amarga, y dolorosa la partida. Pero nada osaban anteponer a los preceptos de la santa obediencia aquellos obedientísimos caballeros que, antes de que se hubiera concluido la palabra de la obediencia, estaban ya prontos para cumplir lo ordenado. No hacían distinción en los preceptos; más bien, evitando toda resistencia, se ponían, como con prisas, a cumplir lo mandado. Eran seguidores de la altísima pobreza, pues nada poseían, ni amaban nada; por esta razón, nada temían perder. Estaban contentos con una túnica sola, remendada a veces por dentro y por fuera; no buscaban en ella elegancia, sino que, despreciando toda gala, ostentaban vileza, para dar así a entender que estaban completamente crucificados para 16
  • 17. el mundo. Ceñidos con una cuerda, llevaban calzones de burdo paño; y estaban resueltos a continuar en la fidelidad a todo esto y a no tener otra cosa. En todas partes se sentían seguros, sin temor a que los inquietase ni afán de que los distrajese; despreocupados aguardaban al día siguiente; y cuando, con ocasión de los viajes, se encontraban a menudo en situaciones incómodas, no se angustiaban pensando dónde habían de pasar la noche. Pues cuando, en medio de los fríos más crudos, carecían muchas veces del necesario albergue, se recogían en un horno o humildemente se guarecían de noche en grutas o cuevas. Durante el día iban a las casas de los leprosos o a otros lugares decorosos y quienes sabían hacerlo trabajaban manualmente, sirviendo a todos humilde y devotamente. Rehusaban cualquier oficio del que pudiera originarse escándalo; más bien, ocupados siempre en obras santas y justas, honestos y útiles, eran ejemplo de paciencia y humildad para cuantos trataban con ellos. (TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 15: FF 387-389) 11 de enero Amaban de tal modo la virtud de la paciencia, que preferían morar donde sufriesen persecución en su carne que allí donde, conocida y alabada su virtud, pudieran ser aliviados por las atenciones de la gente. Y así, muchas veces padecían afrentas y oprobios, fueron desnudados, azotados, maniatados y encarcelados, sin que buscasen la protección de nadie; y tan virilmente lo sobrellevaban, que de su boca no salían sino cánticos de alabanza y gratitud. Rarísima vez, por no decir nunca, cesaban en las alabanzas a Dios y en la oración. Se examinaban constantemente, repasando cuanto habían hecho, y daban gracias a Dios por el bien obrado, y reparaban con gemidos y lágrimas las negligencias y ligerezas. Se creían abandonados de Dios si no gustaban de continuo la acostumbrada piedad en el espíritu de devoción. Cuando querían darse a la oración, recurrían a ciertos medios que se habían ingeniado: unos se apoyaban en cuerdas suspendidas, para que el sueño no turbara la oración; otros se ceñían con instrumentos de hierro; algunos, en fin, se ponían piezas mortificantes de madera. Si alguna vez, por excederse en el comer o el beber, quedaba conturbada, como suele, la sobriedad, o si, por el cansancio del viaje, se habían sobrepasado, aunque fuera poco, de lo estrictamente necesario, se castigaban duramente con muchos días de abstinencia. En fin, tal era el rigor en reprimir los incentivos de la carne, que no temían arrojarse desnudos sobre el hielo, ni revolcarse sobre zarzas hasta quedar tintos en sangre. (TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 15: FF 390-391) 12 de enero Tanto despreciaban los bienes terrenales, que apenas consentían en aceptar lo necesario para la vida, y, habituados a negarse toda comodidad, no se asustaban ante las más 17
  • 18. ásperas privaciones. En medio de esta vida ejercitaban la paz y la mansedumbre con todos; intachables y pacíficos en su comportamiento, evitaban con exquisita diligencia todo escándalo. Apenas si hablaban cuando era necesario, y de su boca nunca salía palabra grosera ni ociosa, para que en su vida y en sus relaciones no pudiera encontrarse nada que fuera indecente o deshonesto. Eran disciplinados en todo su proceder; su andar era modesto; los sentidos los traían tan mortificados, que no se permitían ni oír ni ver sino lo que se proponían de intento. Llevaban sus ojos fijos en la tierra y tenían la mente clavada en el cielo. No cabía en ellos envidia alguna, ni malicia, ni rencor, ni murmuración, ni sospecha, ni amargura; reinaba una gran concordia y paz continua; la acción de gracias y cantos de alabanza eran su ocupación. Estas son las enseñanzas del piadoso Padre, con las que educaba a los nuevos hijos, no tanto de palabra y con la lengua cuanto de obra y de verdad. (TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 15: FF 392-393) 13 de enero Hermanos, reflexionemos todos sobre lo que dice el Señor: Amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os odian (cf Mt 5,44), porque nuestro Señor Jesucristo, cuyas huellas debemos seguir (cf 1Pe 2,21), llamó amigo a quien lo traicionaba y se ofreció espontáneamente a quienes lo crucificaron (cf Mt 26,50). Por lo tanto, son amigos nuestros todos aquellos que injustamente nos acarrean tribulaciones y angustias, afrentas e injurias, dolores y tormentos, martirio y muerte; a los cuales debemos amar mucho, porque, por lo que nos acarrean, tenemos la vida eterna. Y tengamos odio a nuestro cuerpo con sus vicios y pecados; porque el diablo quiere arrebatarnos, mientras vivimos carnalmente, el amor de Jesucristo y la vida eterna, y perderse a sí mismo junto con todos en el infierno; porque nosotros, por nuestra culpa, somos hediondos, miserables y contrarios al bien, pero prontos y voluntariosos para el mal, porque como dice el Señor en el Evangelio: Del corazón proceden y salen los malos pensamientos, adulterios, fornicaciones, homicidios, hurtos, avaricia, maldad, dolo, impudicia, envidia, falsos testimonios, blasfemia, insensatez. Todos estos males proceden de dentro, del corazón del hombre (cf Mc 7,23), y estos son los que manchan al hombre (Mt 15,19-20; Mc 7,21-23). Pero ahora, después de haber abandonado el mundo, no tenemos ninguna otra cosa que hacer sino seguir la voluntad del Señor y complacerle sólo a Él. (Regla no bulada, XXII: FF 56-57) 14 de enero Guardémonos mucho de ser tierra junto al camino, o tierra rocosa o llena de espinas, según lo que dice el Señor en el Evangelio: La semilla es la palabra de Dios. Y la que cayó junto al camino y fue pisoteada, son aquellos que oyen la Palabra y no la 18
  • 19. entienden; y al punto viene el diablo y arrebata lo que fue sembrado en sus corazones, y quita de sus corazones la Palabra, no sea que creyendo se salven. Y la que cayó sobre terreno rocoso, son aquellos que, al oír la Palabra, al instante la reciben con gozo. Pero, llegada la tribulación y persecución por causa de la Palabra, inmediatamente se escandalizan, y estos no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes, porque creen por un tiempo y en el tiempo de la tentación retroceden. Y la que cayó entre espinas, son aquellos que oyen la palabra de Dios, pero la preocupación y las fatigas de este siglo y la falacia de las riquezas y las demás concupiscencias, entrando en ellos, sofocan la Palabra y se quedan sin dar fruto. Y la que fue sembrada en buen terreno, son aquellos que, oyendo la palabra con corazón bueno y óptimo, la entienden y la retienen y producen fruto con perseverancia (Mt 13,19-23; Mc 4,15-20; Lc 8,11-15). Y por eso nosotros los hermanos, como dice el Señor, dejemos que los muertos entierren a sus muertos (Mt 8,22). Y guardémonos mucho de la malicia y la sutileza de Satanás, que quiere que el hombre no tenga su mente y su corazón dirigidos a Dios. Y dando vueltas, desea llevarse el corazón del hombre so pretexto de alguna recompensa o ayuda, y sofocar en su memoria la palabra y preceptos del Señor, queriendo cegar el corazón del hombre por medio de los negocios y cuidados del siglo, y habitar allí, como dice el Señor: Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda vagando por lugares áridos y secos en busca de descanso; y, al no encontrarlo, dice: Volveré a mi casa, de donde salí. Y al venir la encuentra desocupada, barrida y adornada. Y va y toma a otros siete espíritus peores que él, y, habiendo entrado, habitan allí, y las postrimerías de aquel hombre son peores que los principios (Mt 12,43-45; Lc 11,24-26). Por lo tanto, hermanos todos, guardémonos mucho de perder o apartar del Señor nuestra mente y corazón so pretexto de alguna merced u obra o ayuda. Mas en la santa caridad que es Dios (cf 1Jn 4,8.16), ruego a todos los hermanos, tanto los ministros como los otros, que, removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación y solicitud, del mejor modo que puedan, hagan servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con corazón limpio y mente pura, que es lo que Él busca sobre todas las cosas. (Regla no bulada, XXII: FF 58-60) 15 de enero Y construyámosle siempre en nuestro interior habitación y morada a aquel que es Señor Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, que dice: Vigilad, pues, orando en todo tiempo, para que seáis considerados dignos de huir de todos los males que han de venir, y de estar en pie ante el Hijo del Hombre. Y cuando estéis de pie para orar, decid: Padre nuestro, que estás en el cielo (cf Mt 6,9; Mc 11,25; Lc 21,36). Y adorémosle con puro corazón, porque es preciso orar siempre y no desfallecer; pues el Padre busca tales adoradores. Dios es espíritu, y los que lo adoran es preciso que lo 19
  • 20. adoren en espíritu y verdad (Lc 18,1; Jn 4,23-24). Y recurramos a Él como al pastor y obispo de nuestras almas (1Pe 2,25), que dice: Yo soy el buen pastor, que apaciento a mis ovejas y doy mi alma por mis ovejas (Jn 10,11.15). Todos vosotros sois hermanos; y no llaméis padre a ninguno de vosotros en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que está en el cielo. Ni os llaméis maestros; porque uno es vuestro maestro, el que está en el cielo, [Cristo] (cf Mt 23,8-10). Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis todo lo que queráis y se os dará. Dondequiera que hay dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos. He aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo. Las palabras que os he hablado son espíritu y vida. Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 15,7; Mt 18,20; 28,20; Jn 6,63; 14,6). Retengamos, por consiguiente, las palabras, la vida y la doctrina y el santo Evangelio de aquel que se dignó rogar por nosotros a su Padre y manifestarnos su nombre diciendo: Padre, glorifica tu nombre, y glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Padre, manifesté tu nombre a los hombres que me diste; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos; y ellos las han recibido, y han reconocido que salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Yo ruego por ellos, no por el mundo, sino por estos que me diste, porque tuyos son y todas mis cosas tuyas son. Padre santo, guarda en tu nombre a los que me diste, para que ellos sean uno como también nosotros. Hablo estas cosas en el mundo para que tengan gozo en sí mismos. Yo les he dado tu Palabra; y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno. Glorifícalos en la verdad. Tu Palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, también yo los envié al mundo. Y por estos me santifico a mí mismo, para que sean ellos santificados en la verdad. No ruego solamente por estos, sino por aquellos que han de creer en mí por medio de su Palabra, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí. Y les haré conocer tu nombre, para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos. Padre, los que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean tu gloria en tu Reino (cf Jn 17,6-26). Amén. (Regla no bulada, XXII: FF 61-62) 16 de enero Recogíase el bienaventurado Francisco con los suyos en un lugar, próximo a la ciudad de Asís, que se llamaba Rivotorto. Había allí una choza abandonada; en ella vivían los más valerosos despreciadores de las grandes y lujosas viviendas y a su resguardo se defendían de los aguaceros, pues, como decía el Santo, «se sube al cielo más rápido desde una choza que desde un palacio». Todos los hijos y hermanos vivían en aquel lugar con su Padre, padeciendo mucho y careciendo de todo; privados muchísimas veces del alivio de un bocado de pan, contentos con los nabos que mendigaban trabajosamente de una parte a otra por la llanura de Asís. Aquel lugar era tan exageradamente reducido que difícilmente podían 20
  • 21. sentarse ni descansar. Con todo, «no se oía, por este motivo, murmuración o queja alguna; más bien, con ánimo sereno y espíritu gozoso, conservaban la paciencia». Todos los días, san Francisco practicaba con el mayor esmero un continuo examen de sí mismo y de los suyos; no permitiendo en ellos nada que fuera peligroso, alejaba de sus corazones toda negligencia. Riguroso en la disciplina, para defenderse a sí mismo mantenía una vigilancia estricta. Si alguna vez la tentación de la carne le excitaba, cosa natural, arrojábase en invierno a un pozo lleno de agua helada y permanecía en él hasta que todo incentivo carnal hubiera desaparecido. Ni que decir tiene que ejemplo de tan extraordinaria penitencia era seguido con inusitado fervor por los demás. Les enseñaba no sólo a mortificar los vicios y reprimir los estímulos de la carne, sino también los sentidos externos, por los cuales se introduce la muerte en el alma. (TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 16: FF 394-396) 17 de enero El predicador del Evangelio, Francisco, que predicaba a los incultos con recursos materiales y sencillos, como quien sabía que la virtud es más necesaria que las palabras, usaba, en cambio, con los espirituales y más capaces un lenguaje más vivo y profundo. Sugería en pocas palabras lo que era inefable, y, acompañando las palabras con inflamados gestos y movimientos, arrebataba por entero a los oyentes a las cosas del cielo. No echaba mano de esquemas previos, pues nunca planeaba sermones que a él no le nacieran. El verdadero poder y sabiduría –Cristo– comunicaba a su lengua una palabra eficaz (cf Sal 67,34). Un médico docto y elocuente dijo en cierta ocasión: «La predicación de otros la retengo palabra por palabra; se me escapan, en cambio, únicamente las que expresa san Francisco. Y, si logro grabar algunas en la memoria, no me parecen ya las mismas que sus labios destilaron (cf Cant 4,11)». (TOMÁS DE CELANO, Vida segunda, II, 73: FF 694) 18 de enero Cierto día que rezaba al Señor con mucho fervor, oyó esta respuesta: «Francisco, es necesario que todo lo que, como hombre carnal, has amado y has deseado tener, lo desprecies y aborrezcas, si quieres conocer mi voluntad. Y después que empieces a probarlo, aquello que hasta el presente te parecía suave y deleitable, se convertirá para ti en insoportable y amargo, y en aquello que antes te causaba horror, experimentarás gran dulzura y suavidad inmensa». Alegre y confortado con estas palabras del Señor, yendo un día a caballo por las afueras de Asís, se cruzó en el camino con un leproso. Como el profundo horror por los leprosos era habitual en él, haciéndose una gran violencia, bajó del caballo, le dio una moneda y le besó la mano. Y, habiendo recibido del leproso el ósculo de paz, montó de 21
  • 22. nuevo a caballo y prosiguió su camino. Desde entonces empezó a despreciarse más y más, hasta conseguir, con la gracia de Dios, la victoria total sobre sí mismo. A los pocos días, tomando una gran cantidad de dinero, fue al hospital de los leprosos, y, una vez que hubo reunido a todos, les fue dando a cada uno su limosna, al tiempo que les besaba la mano. Al salir del hospital, lo que antes era para él repugnante, es decir, ver y palpar a los leprosos, se le convirtió en dulzura. De tal manera le echaba atrás el ver los leprosos, que, como él dijo, no sólo no quería verlos, sino que evitaba hasta el acercarse al lazareto. Y si alguna vez le tocaba pasar cerca de sus casas o verlos, aunque la compasión le indujese a darles limosna por medio de otra persona, siempre lo hacía volviendo el rostro y tapándose la nariz con las manos. Mas por la gracia de Dios llegó a ser tan familiar y amigo de los leprosos, que, como dice en su testamento, entre ellos moraba y a ellos humildemente servía. Transformado hacia el bien después de su visita a los leprosos, decía a un compañero suyo, al que amaba con predilección y a quien llevaba consigo a lugares apartados, que había encontrado un tesoro grande y precioso. Lleno de alegría este buen hombre iba de buen grado con Francisco cuantas veces este lo llamaba. Francisco lo llevaba muchas veces a una cueva cerca de Asís, y, dejando afuera al compañero que tanto anhelaba poseer el tesoro, entraba él solo; y, penetrado de un nuevo y especial espíritu, suplicaba en secreto al Padre, deseando que nadie supiera lo que hacía allí dentro, sino sólo Dios, a quien consultaba asiduamente sobre el tesoro celestial que había de poseer. (Leyenda de los Tres Compañeros, IV: FF 1407-1409) 19 de enero El mismo fray Leonardo refirió allí mismo que cierto día el bienaventurado Francisco, en Santa María, llamó a fray León y le dijo: «Hermano León, escribe». El cual respondió: «Heme aquí preparado». «Escribe –dijo– cuál es la verdadera alegría. Viene un mensajero y dice que todos los maestros de París han ingresado en la Orden. Escribe: No es la verdadera alegría. Y que también lo han hecho todos los prelados ultramontanos, arzobispos y obispos; y también, el rey de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: No es la verdadera alegría. También, que mis frailes se fueron a los infieles y los convirtieron a todos a la fe; también, que tengo tanta gracia de Dios que sano a los enfermos y hago muchos milagros: Te digo que en todas estas cosas no está la verdadera alegría». «Pero, ¿cuál es la verdadera alegría?». «Vuelvo de Perusa y en una noche profunda llego aquí, y es el tiempo de un invierno de lodos y tan frío, que se forman canelones del agua fría congelada en las extremidades de la túnica, y hieren continuamente las piernas, y mana sangre de tales heridas. Y todo envuelto en lodo y frío y hielo, llego a la puerta, y, después de haber golpeado 22
  • 23. y llamado por largo tiempo, viene el hermano y pregunta: ¿Quién es? Yo respondo: El hermano Francisco. Y él dice: Vete; no es hora decente de andar de camino; no entrarás. E insistiendo yo de nuevo, me responde: Vete, tú eres un simple y un ignorante; ya no vienes con nosotros; nosotros somos tantos y tales, que no te necesitamos. Y yo de nuevo estoy de pie en la puerta y digo: Por amor de Dios, recogedme esta noche. Y él responde: No lo haré. Vete al lugar de los Crucíferos y pide allí. Te digo que si hubiere tenido paciencia y no me hubiere alterado, que en esto está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salvación del alma». (De la verdadera y perfecta alegría, en Las florecillas de san Francisco, VIII: FF 278) 20 de enero Francisco, por sano o enfermo que estuviese, tenía tanta caridad y piedad no sólo hacia sus hermanos, sino también hacia los pobres, sanos o enfermos, que, halagándonos primero a nosotros, para que no nos disgustáramos, con gran gozo interior y exterior daba a otros lo que necesitaba su propio cuerpo, y que los hermanos conseguían a veces con gran solicitud y devoción; privaba a su cuerpo de cosas que le eran muy necesarias. Por eso, el ministro general y su guardián le tenían mandado que no diera la túnica a ningún hermano sin su permiso, pues algunas veces los hermanos se la pedían por devoción, y él al momento se la daba. También sucedía que, al ver él a un hermano enfermizo o mal vestido, a veces le daba su túnica; otras, como nunca llevó ni quiso tener para sí más que una túnica, la partía, para dar un trozo al hermano y quedarse él con el resto. (Compilación de Asís, 89: FF 1625) 21 de enero La piedad del Santo era aún mayor cuando consideraba el primer y común origen de todos los seres, y llamaba a todas las criaturas –por más pequeñas que fueran– con los nombres de hermano o hermana, pues sabía que todas ellas tenían con él un mismo principio. «Pero profesaba un afecto más dulce y entrañable a aquellas criaturas que por su semejanza natural reflejan la mansedumbre de Cristo, y queda constancia de ello en la Escritura. Muchas veces rescató corderos que eran llevados al matadero, recordando al mansísimo Cordero, que quiso ser conducido a la muerte para redimir a los pecadores. Hospedándose en cierta ocasión el siervo de Dios en el monasterio de San Verecundo, del obispado de Gubbio, sucedió que aquella misma noche una ovejita parió un corderillo. Había allí una cerda ferocísima que, sin ninguna compasión de la vida del inocente animalito, lo mató de una salvaje dentellada. Enterado de ello el piadoso padre, se sintió estremecido por una extraordinaria 23
  • 24. conmiseración, y, recordando al Cordero sin mancha, se lamentaba delante de todos por la muerte del corderillo, exclamando: «¡Ay de mí, hermano corderillo, animal inocente, que representas a Cristo entre los hombres; maldita sea la impía que te mató; que ningún hombre ni bestia se aproveche de su carne!». ¡Cosa admirable! Al instante comenzó a enfermar la cerda maléfica y, después de haber pagado su acción con penosos sufrimientos durante tres días, terminó por sucumbir al filo de la muerte vengadora. Arrojada en la fosa del monasterio, permaneció allí largo tiempo, sin que a ningún hambriento sirviera de comida. Considere, pues, la impiedad humana de qué forma será al fin castigada, cuando con una muerte tan horrenda fue sancionada la ferocidad de una bestia; reflexionen también los fieles devotos con qué admirable virtud y copiosa dulzura estuvo adornada la piedad del siervo de Dios, que mereció incluso que los animales la reconocieran a su modo. (BUENAVENTURA, Leyenda mayor, VIII, 6: FF 1145-1146) 22 de enero Un día, pasando de nuevo por la Marca (de Ancona) con el hermano Paolo, que gustoso le acompañaba, se encontró en el camino con un hombre que iba al mercado, llevando atados y colgados al hombro dos corderillos para venderlos. Al oírlos balar el biena- venturado Francisco se conmovió y, acercándose, los acarició como madre que muestra sus sentimientos de compasión con su hijo que llora. Y le preguntó al hombre aquel: «¿Por qué haces sufrir a mis hermanos llevándolos así atados y colgados?». «Porque los llevo al mercado –le respondió– para venderlos, pues ando mal de dinero». A esto le dijo el Santo: «¿Qué será luego de ellos?». «Pues los compradores –replicó– los matarán y se los comerán». «No lo quiera Dios –reac-cionó el Santo–. No se haga tal; toma este manto que llevo a cambio de los corderos». Al punto le dio el hombre los corderos y muy contento recibió el manto, ya que este valía mucho más. El Santo lo había recibido prestado aquel mismo día, de manos de un amigo suyo, para defenderse del frío. Una vez con los corderillos, se puso a pensar qué haría con ellos y, aconsejado por el hermano que le acompañaba, resolvió dárselos al mismo hombre para que los cuidara, con la orden de que jamás los vendiera ni les causara daño alguno, sino que los conservara, los alimentara y los pastoreara con todo cuidado. (TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 28: FF 457) 23 de enero Oh, santísimo Padre nuestro (Mt 6,9): creador, redentor, consolador y salvador nuestro. Que estás en el cielo (Mt 6,9): en los ángeles y en los santos; iluminándolos para el conocimiento, porque tú, Señor, eres luz; inflamándolos para el amor, porque tú, Señor, eres amor; habitando en ellos y colmándolos para la bienaventuranza, porque tú, Señor, 24
  • 25. (Ex eres sumo bien, eterno bien, del cual viene todo bien, sin el cual no hay ningún bien. Santificado sea tu nombre (Mt 6,9): clarificada sea en nosotros tu noticia, para que conozcamos cuál es la grandeza de tus beneficios, la largura de tus promesas, la sublimidad de la majestad y la profundidad de los juicios. Venga a nosotros tu Reino (Mt 6,10): para que tú reines en nosotros por la gracia y nos hagas llegar a tu Reino, donde la visión de ti es manifiesta, la dilección de ti perfecta, la compañía de ti bienaventurada, la fruición de ti sempiterna. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo (Mt 6,10): para que te amemos con todo el corazón, pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, gastando todas nuestras fuerzas y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio de tu amor y no en otra cosa; y para que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, atrayéndolos a todos a tu amor según nuestras fuerzas, alegrándonos del bien de los otros como del nuestro y compadeciéndolos en sus males y no dando a nadie ocasión alguna de tropiezo. Danos hoy nuestro pan de cada día (Mt 6,11): tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo: para memoria e inteligencia y reverencia del amor que tuvo por nosotros, y de lo que por nosotros dijo, hizo y padeció. Perdona nuestras ofensas (Mt 6,12): por tu misericordia inefable, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la santísima Virgen y de todos tus elegidos. Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mt 6,12): y lo que no perdonamos por completo, haz tú, Señor, que lo perdonemos plenamente, para que, por ti, amemos verdaderamente a los enemigos, y ante ti intercedamos por ellos devotamente, no devolviendo a nadie mal por mal, y nos apliquemos a ser provechosos para todos en ti. No nos dejes caer en la tentación (Mt 6,13): oculta o manifiesta, repentina o importuna. Y líbranos del mal (Mt 6,13): pasado, presente y futuro. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. posición del Padrenuestro: FF 266-275) 24 de enero Como la doctrina evangélica, salvadas excepciones singulares, dejaba mucho que desear en todas partes en cuanto a la conducta de la mayoría, Francisco fue enviado por Dios para dar, a imitación de los apóstoles, testimonio de la verdad a todos los hombres y en todo el mundo. Así, sus enseñanzas pusieron en evidencia que la sabiduría del mundo no era más que necedad, y en poco tiempo, siguiendo a Cristo y por medio de la necedad de la predicación, atrajo a los hombres a la verdadera sabiduría divina (cf 25
  • 26. 1Cor 1,20-21). Porque el nuevo evangelista de los últimos tiempos, como uno de los ríos del paraíso, inundó el mundo entero con las aguas vivas del Evangelio y con sus obras predicó el camino del Hijo de Dios y la doctrina de la verdad. Y así surgió en él, y por su medio resurgió en toda la tierra, un inesperado fervor y un renacimiento de santidad: el germen de la antigua religión renovó muy pronto a quienes estaban desde hace tiempo decrépitos y acabados. Un espíritu nuevo se infundió sobre los corazones de los elegidos, y se derramó en medio de ellos una saludable unción cuando este santo siervo de Cristo, como astro celeste, irradió la luz de su original forma de vida y de sus prodigios. Ha renovado los antiguos portentos cuando en el desierto de este mundo, con nuevo orden, pero fiel al antiguo, se plantó la viña fructífera, portadora de flores suaves de santas virtudes, que extiende por doquier los sarmientos de la santa religión. Y aunque, como nosotros, era frágil, no se contentó, sin embargo, con el solo cumplimiento de los preceptos comunes, sino que, ardiendo en fervorosísima caridad, emprendió el camino de la perfección cabal, alcanzó la cima de la perfecta santidad y vio el límite de toda perfección (Sal 118,96). Por eso, las personas de toda clase, sexo y edad encuentran en él enseñanzas claras de doctrina salvífica, así como espléndidos ejemplos de obras de santidad. Si algunos quieren emprender cosas arduas y se esfuerzan aspirando a carismas más elevados de caminos más excelentes, mírense en el espejo de su vida y aprenderán toda perfección. Si otros, por el contrario, temerosos de lanzarse por rutas más difíciles y de escalar la cumbre del monte, aspiran a cosas más humildes y llanas, también estos encontrarán en él enseñanzas apropiadas. Quienes, en fin, buscan señales y milagros, contemplen su santidad, y conseguirán cuanto pidan. Y, ciertamente, su vida gloriosa añade una luz más esplendente a la perfección de los primeros santos; lo prueba la pasión de Jesucristo y su cruz lo manifiesta colmadamente. En efecto, el venerable Padre fue marcado con el sello de la pasión y cruz en cinco partes de su cuerpo, como si hubiera estado colgado de la cruz con el Hijo de Dios. Gran sacramento es este (Ef 5,32), que patentiza la sublimidad de la prerrogativa del amor; pero encierra un arcano designio y un misterio venerando, que creemos es conocido de Dios solamente y en parte revelado por el mismo Santo a cierta persona. (TOMÁS DE CELANO, Vida primera, II, 1: FF 474-478) 25 de enero Un día de invierno, san Francisco llevaba puesto, doblado en forma de manto, un paño que le había prestado cierto amigo de los hermanos de Tívoli. Y, estando en el palacio del obispo de Marsi, se le presentó una viejecita que pedía limosna. Enseguida soltó del cuello el paño y se lo alargó –aunque no era suyo– a la viejecita, diciéndole: «Anda, hazte un vestido, que bien lo necesitas». Sonrió la viejecita, y, sorprendida, no sé si de temor o de gozo, tomó de las manos el paño. Se fue enseguida y, para no correr –si tardaba– el peligro de que lo reclamasen, lo cortó con las tijeras. 26
  • 27. Pero, al comprobar que el paño cortado no bastaba para una túnica, tornó a donde el Santo, en las alas de la generosidad que había experimentado, y le hizo ver lo insuficiente del paño. El Santo volvió los ojos al compañero, que llevaba a la espalda otro de igual medida, y le dijo: «¿Oyes, hermano, lo que dice esta pobrecilla? Suframos el frío por amor de Dios y da el paño a la pobrecilla para que complete la túnica». Dio él, dio también el compañero; y, despojados el uno y el otro, vistieron a la viejecita. (TOMÁS DE CELANO, Vida segunda, II, 53: FF 673) 26 de enero En la ermita de los hermanos de Sarteano, el maligno, aquel que envidia siempre los progresos de los hijos de Dios, osó tentar al Santo de este modo. Veía que el Santo se santificaba más (cf Ap 22,11) y que no descuidaba por la de ayer la ganancia de hoy. Una noche en que se daba a la oración en una celdilla, el demonio lo llamó tres veces: —Francisco, Francisco, Francisco. —¿Qué quieres? –respondió este. —No hay en el mundo –replicó aquel– ni un pecador a quien, si se convierte (cf Ez 33,9), no perdone el Señor; pero el que se mata a fuerza de penitencias, nunca jamás hallará misericordia (cf Dan 3,39). Enseguida, una revelación hizo ver al Santo la astucia del enemigo, que se había esforzado para inducirlo a la tibieza. Pero, ¿qué más? El enemigo no desiste de presentar nuevo combate. Y, viendo que no había acertado a ocultar el lazo, prepara otro: el incentivo de la carne. Pero en vano, porque quien había descubierto la astucia del espíritu, mal pudo ser engañado con el sofisma de la carne. El demonio desencadena, pues, contra él una tentación terrible de lujuria. Mas el bienaventurado Padre, en cuanto la siente, despojado del vestido, se azota sin piedad con una cuerda: «¡Ea, hermano asno! –se dice–, te corresponde estar así, aguantar así los azotes. La túnica es de la Orden, y no es lícito robarla; si quieres irte a otra parte, vete». Mas como ve que las disciplinas no ahuyentan la tentación, y a pesar de tener todos los miembros cárdenos, abre la celda, sale afuera al huerto y desnudo se mete entre la mucha nieve. Y, tomando la nieve, la moldea entre sus manos y hace con ella siete bloques a modo de monigotes. Poniéndose ante estos, comienza a hablar así el hombre: «Mira, este mayor es tu mujer; estos otros cuatro son tus dos hijos y tus dos hijas; los otros dos el criado y la criada que se necesitan para el servicio. Pero date prisa – continúa– en vestir a todos, porque se mueren de frío. Y, si te molesta la multiplicada atención que hay que prestarles, sirve con solicitud al Señor sólo». El diablo huye al instante confuso y el Santo se vuelve a la celda glorificando al Señor. Un hermano piadoso que estaba en oración a aquella hora fue testigo de todo gracias a la luz de la luna, que resplandecía más aquella noche. Mas el Santo, enterado después de que el hermano lo había visto aquella noche, le mandó que, mientras él viviese, no 27
  • 28. (TO descubriera a nadie lo sucedido. MÁS DE CELANO, Vida segunda, II, 82: FF 703) 27 de enero A todos los reverendos y muy amados hermanos (...) el hermano Francisco, hombre vil y caduco, vuestro pequeñuelo siervo, os desea salud en aquel que nos redimió y nos lavó en su preciosísima sangre (cf Ap 1,5); al oír su nombre, adoradlo con temor y reverencia, rostro en tierra (cf 2Esd 8,6); su nombre es Señor Jesucristo, Hijo del Altísimo, que es bendito por los siglos (cf Lc 1,32; Rom 1,25). Oíd, señores hijos y hermanos míos, y prestad oídos a mis palabras (He 2,14). Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios (Is 55,3). Guardad en todo vuestro corazón sus mandamientos y cumplid perfectamente sus consejos. Confesadlo, porque es bueno, y ensalzadlo en vuestras obras (Sal 135,1); porque por esa razón os ha enviado al mundo entero, para que de palabra y de obra deis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay omnipotente sino él (cf Tob 13,4). Perseverad en la disciplina (Heb 12,7) y en la santa obediencia, y lo que le prometisteis con bueno y firme propósito cumplidlo. Como a hijos se nos ofrece el Señor Dios (Heb 12,7). Así pues, os ruego a todos vosotros, hermanos, besándoos los pies y con la caridad que puedo, que manifestéis toda reverencia y todo honor, tanto cuanto podáis, al santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, en el cual las cosas que hay en los cielos y en la tierra han sido pacificadas y reconciliadas con el Dios omnipotente. (Carta a toda la Orden: FF 215-217) 28 de enero Ruego también en el Señor a todos mis hermanos sacerdotes, los que son y serán y desean ser sacerdotes del Altísimo, que siempre que quieran celebrar la misa, lo hagan simple y llanamente reverenciando el verdadero sacrificio del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, con intención santa y limpia, y no por cosa alguna terrena ni por temor o amor de hombre alguno, como para agradar a los hombres; sino que toda la voluntad, en cuanto la gracia la ayude, se dirija a Dios, deseando agradar al solo sumo Señor en persona, porque allí solo Él mismo obra como le place; porque, como Él mismo dice: Haced esto en memoria mía (Lc 22,19) si alguno lo hace de otra manera, se convierte en Judas, el traidor, y se hace reo del cuerpo y de la sangre del Señor (cf 1Cor 11,27). Recordad, hermanos míos sacerdotes, lo que está escrito de la ley de Moisés, cuyo transgresor, aun en cosas materiales, moría sin misericordia alguna por sentencia del Señor. ¡Cuánto mayores y peores suplicios merecerá padecer quien pisotee al Hijo de Dios y profane la sangre de la alianza, en la que fue santificado, y ultraje al Espíritu 28
  • 29. de la gracia! (Heb 10,28-29). Pues el hombre desprecia, profana y pisotea al Cordero de Dios cuando, como dice el Apóstol, no distingue (1Cor 11,29) ni discierne el santo pan de Cristo de los otros alimentos y obras, y o bien lo come siendo indigno, o bien, aunque sea digno, lo come vana e indignamente, siendo así que el Señor dice por el profeta: Maldito el hombre que hace la obra de Dios fraudulentamente. Y a los sacerdotes que no quieren poner esto en su corazón de veras los condena diciendo: Maldeciré vuestras bendiciones (Mal 2,2). (Carta a toda la Orden, II: FF 218-219) 29 de enero Oídme, hermanos míos: Si se honra a la santísima Virgen tal y como se merece, porque lo llevó en su santísimo seno; si el Bautista bienaventurado se estremeció y no se atreve a tocar la cabeza santa de Dios; si el sepulcro, en el que yació por algún tiempo, es venerado, ¡qué santo, justo y digno debe ser quien toca con sus manos, toma en su corazón y en su boca y da a los demás para que lo tomen, al que ya no ha de morir, sino que ha de vivir eternamente y ha sido glorificado, a quien los ángeles desean contemplar! (1Pe 1,12). Ved vuestra dignidad, hermanos sacerdotes, y sed santos, porque él es santo (cf Lev 19,2). Y así como el Señor Dios os ha honrado a vosotros sobre todos por causa de este ministerio, así también vosotros, sobre todos, amadlo, reverenciadlo y honradlo. Gran miseria y miserable debilidad, que cuando lo tenéis tan presente a él en persona, vosotros os preocupéis de cualquier otra cosa en todo el mundo. ¡Tiemble el hombre entero, que se estremezca el mundo entero, y que el cielo exulte, cuando sobre el altar, en las manos del sacerdote, está Cristo, el Hijo del Dios vivo (Jn 11,27)! ¡Oh admirable celsitud y asombrosa condescendencia! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, pues el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se humilla, que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan! Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante Él vuestros corazones (Sal 61,9); humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por Él. Por consiguiente, nada de vosotros retengáis para vosotros, a fin de que os reciba todo enteros el que se os ofrece todo entero. (Carta a toda la Orden, II: FF 220-221) 30 de enero San Francisco encontró una vez en Colle, condado de Perusa, a uno muy pobre, a quien había conocido estando todavía en el mundo. Y le preguntó: «¿Cómo te va, hermano?». El pobre, irritado, comenzó a maldecir contra su señor, que le había despojado de todos los bienes. «Por culpa de mi señor –dijo–, a quien el Señor todopoderoso maldiga, lo único que puedo es estar mal» (cf Gén 5,29). 29
  • 30. Más compadecido del alma que del cuerpo del pobre, que persistía en su odio a muerte, el biena-venturado Francisco le dijo: «Hermano, perdona a tu señor por amor de Dios, para que libres a tu alma de la muerte eterna, y puede ser que te devuelva lo arrebatado. Si no, tú, que has perdido tus bienes, perderás también tu alma». «No puedo perdonar de ninguna manera –replicó el pobre–, si no me devuelve primero lo que se ha llevado». El bienaventurado Francisco, que llevaba puesto un manto, le dijo: «Mira: te doy este manto y te pido que perdones a tu señor por amor del Señor Dios». Calmado y conmovido por el favor, el pobre, en cuanto recibió el regalo, perdonó los agravios. (TOMÁS DE CELANO, Vida segunda, II, 56: FF 676) 31 de enero El padre de los pobres, el pobrecillo Francisco, identificado con todos los pobres, no estaba tranquilo si veía otro más pobre que él; no era por deseo de vanagloria, sino por afecto de verdadera compasión. Y si es verdad que estaba contento con una túnica extremadamente mísera y áspera, con todo, muchas veces deseaba dividirla con otro pobre. Movido de un gran afecto de piedad y queriendo este pobre riquísimo socorrer de alguna manera a los pobres, en las noches más frías solicitaba de los ricos del mundo que le dieran capas o pellicos. Como estos lo hicieran devotamente y más a gusto de lo que él pedía de ellos, el bienaventurado Padre les decía: «Acepto recibirlo con esta condición: que no esperéis verlo más en vuestras manos». Y al primer pobre que encontraba en el camino lo vestía, gozoso y contento, con lo que había recibido. No podía sufrir que algún pobre fuese despreciado, ni tampoco oír palabras de maldición contra las criaturas. Ocurrió en cierta ocasión que un hermano ofendió a un pobre que pedía limosna, diciéndole estas palabras injuriosas: «¡Ojo, que no seas un rico y te hagas pasar por pobre!». Habiéndolo oído el padre de los pobres, san Francisco, se dolió profundamente, y reprendió con severidad al hermano que así había hablado, y le mandó que se desnudase delante del pobre y, besándole los pies, le pidiera perdón. Pues solía decir: «Quien dice mal de un pobre, ofende a Cristo, de quien lleva la enseña de nobleza y que se hizo pobre por nosotros en este mundo» (cf 2Cor 8,9). Por eso, si se encontraba con pobres que llevaban leña u otro peso, por ayudarlos lo cargaba con frecuencia sobre sus hombros, en extremo débiles. (TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 28: FF 453-454) 30
  • 32. 1 de febrero El siervo de Dios Francisco, pequeño de talla, humilde de alma, menor por profesión, estando en el mundo, escogió para sí y para los suyos una pequeña porción del mundo, ya que no pudo servir de otro modo a Cristo sin tener algo del mundo. Pues no sin presagio divino se había llamado desde la antigüedad Porciúncula este lugar que debía caberles en suerte a los que nada querían tener del mundo. Es de saber que había en el lugar una iglesia levantada en honor de la Virgen Madre, que por su singular humildad mereció ser, después de su Hijo, cabeza de todos los santos. La Orden de los Menores tuvo su origen en ella, y en ella, creciendo el número, se alzó, como sobre cimiento estable, su noble edificio. El Santo amó este lugar sobre todos los demás, y mandó que los hermanos tuviesen veneración especial por él, y quiso que se conservase siempre como espejo de la Religión en humildad y pobreza altísima, reservada a otros su propiedad, teniendo el Santo y los suyos el simple uso. Se observaba en él la más estrecha disciplina en todo, tanto en el silencio y en el trabajo como en las demás prescripciones regulares. No se admitían en él sino hermanos especialmente escogidos, llamados de diversas partes, a quienes el Santo quería devotos de veras para con Dios y del todo perfectos. Estaba también absolutamente prohibida la entrada de seglares. No quería el Santo que los hermanos que moraban en él, y cuyo número era limitado, buscasen, por ansia de novedades, el trato con los seglares, no fuera que, abandonando la contemplación de las cosas del cielo, vinieran, por influencia de charlatanes, a aficionarse a las de aquí abajo. A nadie se le permitía decir palabras ociosas ni contar las que había oído. Y si alguna vez ocurría esto por culpa de algún hermano, aprendiendo en el castigo, bien se precavía en adelante para que no volviera a suceder lo mismo. Los moradores de aquel lugar estaban entregados sin cesar a las alabanzas divinas día y noche y llevaban vida de ángeles, que difundía en torno maravillosa fragancia. Y con toda razón. Porque, según atestiguan antiguos moradores, el lugar se llamaba también Santa María de los Ángeles. El dichoso padre solía decir que por revelación de Dios sabía que la Virgen Santísima amaba con especial amor aquella iglesia entre todas las construidas en su honor a lo ancho del mundo, y por eso el Santo la amaba más que a todas. (TOMÁS DE CELANO, Vida segunda, I, 12: FF 604-605) 2 de febrero Lugar santo, en verdad, entre los lugares santos. Con razón es considerado digno de grandes honores. Dichoso en su sobrenombre; más dichoso en su nombre; su tercer nombre es ahora augurio de favores. Los ángeles difunden su luz en él; en él pasan las noches y cantan. 32
  • 33. Después de arruinarse por completo esta iglesia, la restauró Francisco; fue una de las tres que reparó el mismo padre. La eligió el Padre cuando vistió el sayo. Fue aquí donde domó su cuerpo y lo obligó a someterse al alma. Dentro de este templo nació la Orden de los Menores cuando una multitud de varones se puso a imitar el ejemplo del Padre. Aquí fue donde Clara, esposa de Dios, se cortó por primera vez su cabellera y, pisoteando las pompas del mundo, se dispuso a seguir a Cristo. La Madre de Dios tuvo aquí el doble y glorioso alumbramiento de los hermanos y las señoras, por los que volvió a derramar a Cristo por el mundo. Aquí fue estrechado el ancho camino del viejo mundo y dilatada la virtud de la gente por Dios llamada. Compuesta la Regla, volvió a nacer la pobreza, se abdicó de los honores y volvió a brillar la cruz. Si Francisco se ve turbado y cansado, aquí recobra el sosiego y su alma se renueva. Aquí se muestra la verdad de lo que se duda y además se le otorga lo que el mismo Padre demanda. (Espejo de perfección, IV, 84: FF 1781) 3 de febrero Francisco se introdujo (fluxit) por completo, con el cuerpo y con la mente, dentro de las cicatrices impresas por el Amado que se le había aparecido, y el amante se transformó en el amado. Como el fuego tiene poder de separar y, consumiendo la materia terrenal, siempre tiende hacia las cosas superiores, porque es su naturaleza elevarse hacia lo alto, así el fuego del amor divino, consumiendo el corazón de Francisco y prendiendo su carne, la inflamó y la configuró, arrastrándola hasta las zonas altas, de forma que se cumplió en él aquello que él pidió que le ocurriera: «Te suplico, Señor (...)» (sigue la oración Absorbeat). (UBERTINO DA CASALE, El árbol de la vida, I: FF 2095) 4 de febrero Te suplico, Señor, que la fuerza abrasadora y meliflua de tu amor absorba de tal modo mi mente que la separe de todas las cosas que hay debajo del cielo, para que yo muera por amor de tu amor, ya que por amor de mi amor, tú te dignaste morir. (Oración «Absorbeat»: FF 277) 5 de febrero 33
  • 34. Francisco practicaba todas las devociones, porque gozaba de la unción del Espíritu (cf Lc 4,18); sin embargo, profesaba un afecto especial hacia algunas formas específicas de piedad. Entre otras expresiones usuales en la conversación, no podía oír la del «amor de Dios» sin conmoverse hondamente. En efecto, al oír mencionar el amor de Dios, de súbito se excitaba, se impresionaba, se inflamaba, como si la voz que sonaba fuera tocara como un plectro la cuerda íntima del corazón. Solía decir que ofrecer ese censo a cambio de la limosna era una noble prodigalidad y que cuantos lo tenían en menor estima que el dinero eran muy necios. Y cierto es que él mismo observó inviolable hasta la muerte el propósito que –entretenido todavía en las cosas del mundo– había hecho de no rechazar a ningún pobre que pidiera por amor de Dios. En una ocasión, no teniendo nada que dar a un pobre que pedía por amor de Dios, toma con disimulo las tijeras y se apresta a partir la túnica. Y lo hubiera hecho de no haberle sorprendido los hermanos, de quienes obtuvo que dieran otra cosa al pobre. Solía decir: «Tenemos que amar mucho el amor del que nos ha amado mucho». (TOMÁS DE CELANO, Vida segunda, II, 148: FF 784) 6 de febrero Como se entregaba a la alegría espiritual, evitaba con cuidado la falsa, como quien sabía bien que debe amarse con ardor cuanto perfecciona y ahuyentar con esmero cuanto inficiona. Así, procuraba sofocar en germen la vanagloria, sin dejar subsistir ni por un momento lo que es ofensa a los ojos de su Señor. De hecho muchas veces, cuando era ensalzado, el aprecio se convertía en tristeza, doliéndose y gimiendo. Un invierno en que por todo abrigo de su santo cuerpecillo llevaba una sola túnica con refuerzos de burdos retazos, su guardián, que era también su compañero, adquirió una piel de zorra y, presentándosela, le dijo: «Padre, padeces del bazo y del estómago; ruego en el Señor a tu caridad que consientas que se cosa esta piel por dentro con la túnica. Y, si no la quieres toda, deja al menos coserla a la altura del estómago». «Si quieres que la lleve por dentro de la túnica –le respondió Francisco–, haz que un retazo igual vaya también por fuera; que, cosido así por fuera, indique a los hombres la piel que se esconde dentro». El hermano oye, pero no lo acepta; insiste, pero no logra otra cosa. Cede al fin el guardián, y se cose retazo sobre retazo para hacer ver que Francisco no quiere ser uno por fuera y otro por dentro. ¡Oh identidad de palabra y de vida! ¡El mismo por fuera y por dentro! ¡El mismo de súbdito y de prelado! Tú que te gloriabas siempre en el Señor (1Cor 1,31), no querías otra gloria ni de los extraños ni de los de casa. Y no se ofendan, por favor, los que llevan pieles preciosas si digo que se lleva también piel por piel (cf Job 2,4), pues sabemos que los despojados de la inocencia tuvieron que cubrirse con túnicas de piel (cf Gén 3,21). (TOMÁS DE CELANO, Vida segunda, II, 93: FF 714) 34
  • 35. 7 de febrero Bienaventurado el hombre que soporta a su prójimo según su fragilidad en aquello en que querría ser soportado por él, si estuviera en un caso semejante. Bienaventurado el siervo que devuelve todos los bienes al Señor Dios, porque quien retiene algo para sí, esconde en sí el dinero de su Señor Dios, y lo que creía tener se le quitará (cf Mt 25,18; Lc 8,18). Bienaventurado el siervo que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y exaltado por los hombres, que cuando es tenido por vil, simple y despreciado, porque el hombre delante de Dios es lo que no es, y no más. ¡Ay de aquel religioso que ha sido puesto en lo alto por los otros, y por su voluntad no quiere descender! Y bienaventurado aquel siervo que no es puesto en lo alto por su voluntad, y siempre desea estar bajo los pies de los otros. Bienaventurado aquel religioso que no encuentra placer y alegría sino en las santísimas palabras y obras del Señor, y con ellas conduce a los hombres al amor de Dios con gozo y alegría. ¡Ay de aquel religioso que se deleita en las palabras ociosas y vanas y con ellas conduce a los hombres a la risa! Bienaventurado el siervo que, cuando habla, no manifiesta todas sus cosas con miras a la recompensa, y no habla con ligereza, sino que prevé sabiamente lo que debe hablar y responder. ¡Ay de aquel religioso que no guarda en su corazón los bienes que el Señor le muestra y no los muestra a los otros con obras, sino que, con miras a la recompensa, ansía más bien mostrarlos a los hombres con palabras! Él recibe su recompensa, y los oyentes sacan poco fruto (cf Mt 6,2.16). (Admoniciones, XVIII-XXI: FF 167-171) 8 de febrero Bienaventurado el siervo que está dispuesto a soportar tan pacientemente la advertencia, acusación y reprensión que procede de otro, como si procediera de sí mismo. Bienaventurado el siervo que, reprendido, asiente benignamente, con vergüenza se somete, humildemente confiesa y gozosamente satisface. Biena-venturado el siervo que no es ligero para excusarse, sino que humildemente soporta la vergüenza y la reprensión de un pecado, cuando no incurrió en culpa. Bienaventurado el siervo a quien se encuentra tan humilde entre sus súbditos, como si estuviera entre sus señores. Bienaventurado el siervo que permanece siempre bajo la vara de la corrección. Es siervo fiel y prudente (cf Mt 24,45) el que, en todas sus ofensas, no tarda en castigarse interiormente por la contrición y exteriormente por la confesión y la satisfacción de obra. Bienaventurado el siervo que ama tanto a su hermano cuando está enfermo, que no puede recompensarle, como cuando está sano, que puede recompensarle. Bienaventurado el siervo que ama y respeta tanto a su hermano cuando está lejos de él, como cuando está con él, y no dice nada a su espalda, que no pueda decir con caridad delante de él. 35
  • 36. Bienaventurado el siervo que tiene fe en los clérigos que viven rectamente según la forma de la Iglesia romana. Y, ¡ay de aquellos que los desprecian!; pues, aunque sean pecadores, nadie, sin embargo, debe juzgarlos, porque sólo el Señor en persona se reserva el juzgarlos. Pues cuanto mayor es el ministerio que ellos tienen del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, que ellos reciben y ellos solos administran a los demás, tanto más pecado tienen los que pecan contra ellos, que los que pecan contra todos los demás hombres de este mundo. (Admoniciones, XXII-XXVI: FF 172-176) 9 de febrero Francisco, a semejanza de Jesús, sintiendo que en el cuerpo estaba en el exilio lejano del Señor (cf 2Cor 5,6), se volvió también exteriormente completamente insensible a los deseos terrenales por el amor de Cristo Jesús; rezando sin interrupción, buscaba tener siempre a Dios presente. La oración era la dicha del contemplador cuando, ya convertido en conciudadano de los ángeles y vagando por las moradas eternas, contempló a sus arcanos y, con un agitado deseo, contemplaba al Amado, del que solamente lo separaba el frágil muro de la carne. Absorto en su acción, él fue su defensa. En todo lo que hacía, desconfiando de su capacidad, imploraba con insistente oración que el bendito Jesús lo dirigiera, e incitaba a los frailes a la oración con todos los medios que estaban a su disposición. Además, él mismo se mostró siempre presto a sumergirse en la oración de forma que, caminase o estuviese quieto, trabajara o descansara, parecía que siempre estuviera absorto en la oración, tanto exterior como interiormente. Parecía que no sólo dedicara a la oración el cuerpo y el corazón, sino también la acción y el tiempo. (UBERTINO DA CASALE, El árbol de la vida, I: FF 2086) 10 de febrero A veces se quedaba tan suspendido por el exceso de contemplación que, arrastrado fuera de sí y de los sentidos humanos, no se percataba de cuanto sucedía en torno a él. Y, puesto que el espíritu del hombre a través de la soledad se recoge sobre las cosas más íntimas y el abrazo del Esposo es enemigo de las miradas de la multitud, fue a las iglesias abandonadas, en busca de lugares solitarios para rezar durante la noche. Allí mantenía terribles luchas con los demonios, que combatían contra él cuerpo a cuerpo en un intento de impedirle que se concentrara en la oración; y triunfaba maravillosamente, quedando a solas y en paz. Llenaba entonces los bosques de gemidos. Algunas veces los frailes lo observaban, lo escuchaban interceder con un gran clamor ante Dios por los pecadores y lloraba en voz alta, como si tuviera ante sí la pasión del Señor. Allí se le vio rezar durante una noche con las manos extendidas en forma de cruz, con todo el cuerpo elevado desde el suelo, mientras una pequeña nube iluminaba todo en torno a él, dando testimonio maravilloso y evidente, en torno al cuerpo de la admirable iluminación que llenaba su 36
  • 37. alma. Se abrieron ante él los secretos arcanos de la sabiduría de Dios. Allí aprendieron las cosas que estaban escritas en la Regla y en su santísimo Testamento y todo lo que mandó respetar a los hermanos. En efecto, como es más que evidente, la incansable dedicación a la oración, unida al continuo ejercicio de la virtud, condujo al varón de Dios a tal serenidad de su mente que, aunque no hubiese perecido por doctrina en las Sagradas Escrituras, sin embargo, iluminado por el fulgor de la luz eterna, penetraba con admirable agudeza en las verdades más profundas de la Escritura. Allí obtuvo del Señor un luminoso espíritu de profecía, por el que, en su época, predijo muchas cosas futuras que se cumplieron puntualmente según su palabra, tal y como se ilustra a través de muchas pruebas en su leyenda. Allí, de forma singular pero clarísima, recibió la revelación sobre el crecimiento de su Orden y el camino que el propio Cristo quiso que recorrieran sus frailes, y el padre santo mostraba continuamente este camino a los hermanos con la palabra y con el ejemplo. Y también allí le fue revelado el peligroso camino que los frailes recorrieron. Y él, mientras vivió, buscó de todas las formas posibles impedirlo e, incluso cuando estaba a punto de atravesar el umbral del glorioso Jesús, tendido en su lecho de muerte, lo prohibió, de forma inútil en lo que concierne a los perversos, ya que prevaleció su presuntuosa y necia prudencia de la carne y su malicia obstinada; pero los hijos legítimos, a la luz de sus palabras y de su santísimo Testamento, aunque ahora son pocos, avanzan siguiendo las huellas de Jesucristo, aunque se vean perseguidos por los hijos que siguen a la carne. (UBERTINO DA CASALE, El árbol de la vida, I: FF 2087-2088) 11 de febrero En efecto, este padre santo, casi otro Abrahán, tuvo una progenie doble: por un lado la de la esclava y, por el otro, la de la mujer libre (cf Gál 4,22ss). Y los que han nacido de la esclava, han nacido según la carne y han caminado, en la mayoría de los casos, muy abiertamente, siguiendo la prudencia de la carne. Pero los que han nacido de la libre son los hijos de la promesa y no dudan que Cristo no ha mentido a su siervo Francisco, y que el fiel siervo Francisco tampoco ha mentido en aquellas cosas que escribió en la Regla y en su santo Testamento. Y, por lo tanto, avanzando seguros a través de la altura de la Regla y la observancia literal de esta, no tienen la más mínima duda de que contenga algo imposible o impracticable. Pero, del mismo modo en que entonces el que nació según la carne persiguió al que nació del espíritu, lo hacía ahora también (cf Gál 4,29). No es, en efecto, ahora menos verdadero que entonces que este Ismael es cazador y lanza sus flechas en todas direcciones contra los hijos legítimos y observadores de la Regla a través de persecuciones, represiones, preceptos desordenados y duras sentencias. Pero, ¿qué dice la Escritura? Aleja a la esclava y al hijo de esta, porque el hijo de la esclava no será heredero junto al hijo de la libre (cf Gál 4,30), ya que se le dijo a Abrahán: Gracias a Isaac tomará de ti el nombre nuestra estirpe (cf Gén 21,12). Pedimos orando y con gemidos del corazón que se expulse a este ilegítimo hijo de la 37
  • 38. esclava, en cuanto a la observancia de la Regla; no por su herencia paterna, si quisiese recorrer el camino de la Regla, sino por sus perversas obras y por la usurpación de un nombre falso y por la persecución del heredero legítimo. (UBERTINO DA CASALE, El árbol de la vida, I: FF 2089) 12 de febrero Altísimo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento. Amén. (Oración ante el crucifijo: FF [276]) 13 de febrero Ante tal resolución, convencido el padre (de Francisco) de que no podía disuadir al hijo del camino emprendido, (...) lo emplazó a comparecer ante el obispo de la ciudad, para que, renunciando en sus manos a todos los bienes, le entregara cuanto poseía. A nada de esto se opuso; al contrario, gozoso en extremo, se dio prisa con toda su alma para hacer cuanto se le reclamaba. Una vez en presencia del obispo, no sufre demora ni vacila por nada; más bien, sin esperar palabra ni decirla, inmediatamente, quitándose y tirando todos sus vestidos, se los devuelve al padre. Ni siquiera retiene los calzones, quedando ante todos del todo desnudo. Percatándose el obispo de su espíritu y admirado de su fervor y constancia, se levantó al momento y, acogiéndolo entre sus brazos, lo cubrió con su propio manto. Comprendió claramente que se trataba de un designio divino y que los hechos del varón de Dios que habían presenciado sus ojos encerraban un misterio. Estas son las razones por las que en adelante será su protector. Y, animándolo y confortándolo, lo abrazó con entrañas de caridad. Helo ahí ya desnudo luchando con el desnudo; desechado cuanto es del mundo, sólo de la divina justicia se acuerda. Se esfuerza así por menospreciar su vida, abandonando todo cuidado de sí mismo, para que en este caminar peligroso se una a su pobreza la paz y sólo la envoltura de la carne lo tenga separado, entretanto, de la visión de Dios. (TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 6: FF 343-345) 14 de febrero Cubierto de andrajos el que tiempo atrás vestía de escarlata, marchaba por el bosque 38
  • 39. cantando en lengua francesa alabanzas al Señor; de improviso caen sobre él unos ladrones. A la pregunta, que le dirigen con aire feroz, inquiriendo quién es, el varón de Dios, seguro de sí mismo, con voz llena les responde: «Soy el pregonero del gran Rey; ¿qué queréis?». Ellos, sin más, le propinaron una buena sacudida y lo arrojaron a un hoyo lleno de mucha nieve, diciéndole: «Descansa, rústico pregonero de Dios». Él, revolviéndose de un lado para otro, sacudiéndose la nieve –ellos se habían marchado–, de un salto se puso fuera del hoyo, y, lleno de gozo, comenzó a proclamar a plena voz, por los bosques, las alabanzas del Creador de todas las cosas. Así llegó, finalmente, a un monasterio, en el que permaneció varios días, sin más vestido que un tosco blusón, trabajando como mozo de cocina, ansioso de saciar el hambre siquiera con un poco de caldo. Y al no hallar un poco de compasión, y ante la imposibilidad de hacerse, al menos, con un vestido viejo, salió de aquí no movido de resentimiento, sino obligado por la necesidad, y llegó a la ciudad de Gubbio, donde un antiguo amigo le dio una túnica. Como, pasado algún tiempo, se extendiese por todas partes la fama del varón de Dios y se divulgase su nombre por los pueblos, el prior del monasterio, recordando y reconociendo el trato que habían dado al varón de Dios, se llegó a él y le suplicó, en nombre del Salvador, le perdonase a él y a los suyos. (TOMÁS DE CELANO, Vida primera, I, 7: FF 346-347) 15 de febrero Después, el santo enamorado de la perfecta humildad se fue a donde los leprosos; vivía con ellos y servía a todos por Dios con extremada delicadeza: lavaba sus cuerpos infectados y curaba sus úlceras purulentas, tal y como él mismo refiere en su testamento: «Como estaba en pecado, me parecía muy amargo ver leprosos; pero el Señor me condujo en medio de ellos y practiqué con ellos la misericordia». En efecto, tan repugnante le había sido la visión de los leprosos, como él decía, que en sus años de vanidades, al divisar de lejos, a unas dos millas, sus casetas, se tapaba la nariz con las manos. Sin embargo, una vez que, por gracia y virtud del Altísimo, comenzó a tener santos y provechosos pensamientos, mientras aún permanecía en el siglo, se topó cierto día con un leproso, y, superándose a sí mismo, se llegó a él y le dio un beso. Desde este momento comenzó a tenerse más y más en menos, hasta que, por la misericordia del Redentor, consiguió la total victoria sobre sí mismo. También favorecía, aun viviendo en el mundo y siguiendo sus máximas, a otros necesitados, alargándoles, a los que nada tenían, su mano generosa, y a los afligidos, el afecto de su corazón. Pero en cierta ocasión le sucedió, contra su modo habitual de ser –porque era en extremo cortés–, que despidió de malas formas a un pobre que le pedía limosna; enseguida, arrepentido, comenzó a recriminarse dentro de sí, diciendo que negar lo que se pide a quien pide en nombre de tan gran Rey es digno de todo vituperio y de todo deshonor. Entonces tomó la determinación de no negar, en cuanto pudiese, nada a nadie que le pidiese en nombre de Dios. Lo cumplió con toda diligencia, hasta el punto de llegar a darse él mismo todo en cualquier forma, poniendo en práctica, antes de 39