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Introducción
A principios del siglo XX, Dale
Carnegie comenzó a recoger testi-
monios directos e indirectos de
cientos de personas para observar
la forma en que asumían sus vidas,
se enfrentaban a sus problemas y
lograban salir adelante en las más
diversas situaciones. Esta recopila-
ción, integrada por el diálogo abier-
to con los miles de estudiantes que
acudían a sus cursos, por la lectura
incansable de cientos de biografías
de grandes personajes históricos y
la entrevista directa con otras
muchas personalidades de su país,
le permitió publicar en 1936 una
obra que, con el tiempo, ha adqui-
rido la condición de clásica: CÓMO
GANAR AMIGOS E INFLUIR SOBRE LAS PERSO-
NAS, traducida a 25 idiomas y con
más de 21 millones de ejemplares
vendidos. Este libro legendario,
pionero en su género, es uno de los
más leídos de la historia y continúa
siendo un referente continuo para
el marketing moderno.
En la década siguiente, Carnegie
siguió adelante con sus exploracio-
nes sobre la forma en que la gente
gestionaba sus propias vidas y publi-
Título del Libro: Cómo disfrutar de la vida
y del trabajo
Autor: Dale Carnegie
Fecha de Publicación: 2 Enero 1990
Editorial: Pocket
Nº Páginas: 224
ISBN: 9780671708269
Contenido
Introducción.
Pag 1
Algunos caminos hacia la tran-
quilidad.
Pag 2
Técnicas fundamentales para
tratar con las personas.
Pag 4
Logre que los demás piensen
como usted.
Pag 5
Técnicas sencillas para ejercer
el liderazgo.
Pag 7
Conclusión.
Pag 7
EL AUTOR: Dale Carnegie nació en el seno de una familia pobre de
Missouri en 1888 y, tras desplazarse a Nueva York en su juventud,
comenzó a trabajar como profesor de oratoria en escuelas nocturnas.
Así surgió el “Curso Dale Carnegie”, que le permitió afinar sus habilida-
des y conocimientos, al tiempo que iba recopilando historias verídicas
de la forma en que los alumnos resolvían sus problemas.
En la actualidad, los cursos de Dale Carnegie sobre management, ora-
toria en público, ventas, liderazgo y habilidades interpersonales son
impartidos por entrenadores franquiciados en más de 75 países y en 25
lenguas diferentes, y por ellos han pasado más de siete millones de per-
sonas.
Cómo Disfrutar de la
Vida y del Trabajo
Leader Summaries © 2009. Resumen autorizado de: How To Enjoy Your Life And Your Job por Dale Carnegie,
Pocket © 2009.
Cómo disfrutar de la vida y del trabajo
có una nueva obra: en ella recogía
una serie de técnicas básicas y de
comprobado éxito para afrontar las
preocupaciones y encontrar el pla-
cer de la vida. Se trata, en esta oca-
sión, de CÓMO SUPRIMIR LAS PREOCUPACIO-
NES Y DISFRUTAR DE LA VIDA, que ha llega-
do a vender más de seis millones de
copias en el mundo.
Los herederos del legado Carnegie,
bajo la dirección de su propia espo-
sa, extrajeron los capítulos más sig-
nificativos de ambas obras para
aquellas personas que quieran
encontrar principios concretos y
sencillos que les ayuden a encontrar
el placer en el trabajo y en la vida.
A fin de cuentas, todos nosotros
pasamos la mayor parte de nuestras
vidas en el trabajo, cualquiera que
éste sea, por lo que la preocupación
por maximizar el disfrute en ese
espacio y hacer del trabajo una
experiencia provechosa no dista
mucho de la preocupación por lle-
var una vida feliz. Las siguientes
reglas apuntan hacia ese fin.
Algunos caminos hacia la
tranquilidad
Si se analizara la sangre de un obre-
ro al final de su jornada, se la
encontraría colmada por las toxinas
de la fatiga. Si, por el contrario, se
tomara la del cerebro de Albert
Einstein tras un arduo día de refle-
xiones científicas, es muy probable
que en ella no se detectara ninguna
de esas toxinas. Desde el plano físi-
co, el cerebro es incansable; al
cabo de ocho o doce horas de haber
iniciado una tarea, puede seguir
desempeñándola tan bien como al
principio. Tal como afirma J. A.
Hadfield en THE PSYCHOLOGY OF POWER,
el origen de la fatiga es mental: el
aburrimiento, el tedio, el resenti-
miento, la sensación de inutilidad,
esos son los factores de riesgo que
afectan al desempeño del trabaja-
dor sedentario. Si usted busca pro-
curarse la tranquilidad y despertar
su interés por la vida, hará bien es
seguir estas sencillas pautas para
alejar los efectos nocivos del hastío
y el inconformismo:
Encuéntrese y sea usted mismo.
Los psicólogos lo saben muy bien:
detrás de muchas neurosis, de mul-
titud de complejos y hasta de las
patologías psicóticas más severas,
se esconde una de las mayores tra-
gedias humanas, la de querer ser
alguien y algo distinto de la persona
que se es. Se trata de una de las
mayores causas de infelicidad que,
tal como dijera hace más de un
siglo el doctor James Gordon Gilkey,
es un problema “tan viejo como el
mundo y tan universal como la vida
humana”.
Diariamente, nos encontramos con
hombres y mujeres que se esfuerzan
por imitar a otros, y sacrifican en
este esfuerzo su propia autentici-
dad. Pero no hay que ser muy pers-
picaz para saber que nadie quiere
una moneda falsa. Paul Boynton,
quien fuera director de personal de
la Socony Vacuum Company, llegó a
entrevistar a más de sesenta mil
candidatos y, según él, el error más
frecuente y más grave de quienes
solicitan un empleo es el de no ser
ellos mismos: “En lugar de actuar
naturalmente y ser totalmente
francos, con frecuencia intentan dar
las respuestas que creen que uno
quiere oír”.
Cada individuo es algo inédito en el
mundo. Por aquí nunca había pasa-
do y nunca volverá a pasar nadie
igual a usted. Por ello, si de desta-
car por la originalidad se trata,
basta con explorar al máximo la
propia diferencia. Le guste o no,
usted sólo puede cantar lo que es,
sólo puede pintar lo que es, sólo
puede escribir lo que es. Así lo dijo
sir Walter Raleigh: “No puedo escri-
bir un libro de Shakespeare, pero sí
puedo escribir un libro mío”. Para
quienes desearían ser como otros o
se limitan a imitarlos, actuando
como monos, conviene recordar
estas otras palabras de Emerson:
“La envidia es ignorancia y la imita-
ción, suicidio“. En lugar de que lo
consuma la angustia de no ser como
los otros, es hora de explorar su
enorme equipaje de facultades,
muchas veces ocultas o desaprove-
chadas.
Cuatro buenos hábitos de traba-
jo. Estos cuatro hábitos de trabajo
son sencillos de implementar y los
efectos en su estado anímico y en su
energía resultarán inapreciables:
Despeje su escritorio de todos los
documentos, excepto los relacio-
nados con el problema que tiene
entre manos en ese momento. La
simple visión de una mesa atesta-
da de papeles, documentos,
informes por hacer y correos sin
contestar puede ser el detonante
de una angustia paralizadora. Y
como decía Charles Evans
Hughes, presidente del Tribunal
Supremo de los Estados Unidos,
“los hombres no mueren por
exceso de trabajo. Mueren por
dispersión y preocupación”.
Haga las cosas por orden de
importancia. Aunque le cueste
trabajo hacerlo o vaya en contra
de sus tendencias o costumbres,
un buen plan para priorizar lo
más importante vale muchísimo
más que improvisar sobre la mar-
cha.
Cuando se enfrente a un proble-
ma, resuélvalo en el acto si cuen-
ta con la información suficiente
para tomar una decisión. Cuenta
H. P. Howell, miembro de la junta
directiva de U. S. Steel, que allí
las reuniones solían girar en
torno a discusiones intermina-
bles, tras las cuales no se llegaba
a ninguna conclusión, obligándo-
les a todos a posponer el encuen-
tro y llevarse trabajo a sus casas.
Por fortuna, él logró persuadir a
sus compañeros para que los pro-
blemas se abordaran de uno en
uno, y en cada caso se llegara a
una decisión, sin rodeos ni dila-
ciones. Y el resultado fue sor-
prendente. En adelante, todos
los asuntos parecían resolverse
en las juntas y ya no era necesa-
rio llevarse una pila de informes
y una serie de incógnitas que
jamás se resolverían.
Aprenda a organizar, delegar y
supervisar. Es cierto que delegar
en la persona equivocada puede
acarrear grandes desastres, pero
es aún más cierto que abstenerse
de delegar es fuente certera de
preocupaciones, tensiones y fati-
gas. El sitio donde usted encon-
trará con más facilidad a perso-
1
2
3
4
Cómo disfrutar de la vida y del trabajo
nas jóvenes que han levantado
grandes empresas, pero que han
sido incapaces de delegar respon-
sabilidades importantes, es en
las secciones necrológicas de los
periódicos.
Aleje el aburrimiento y evite el
cansancio. De acuerdo con un infor-
me de la revista Archives of
Psychology, en el que se narra un
experimento liderado por Joseph E.
Barmack, los estudiantes que fueron
sometidos a un conjunto de pruebas
deliberadamente aburridas se sintie-
ron cansados, se quejaron de dolores
de cabeza y llegaron incluso a irri-
tarse. Al evaluar sus procesos meta-
bólicos, se encontró que su presión
sanguínea y su consumo de oxígeno
decrecían con el aburrimiento, y que
el mismo metabolismo se aceleraba
en cuanto la misma persona comen-
zaba a sentir interés y placer por el
trabajo. En otros experimentos
sobre la fatiga, realizados por el
doctor Edward Thorndike, de
Columbia, se mantuvo despiertos a
varios jóvenes durante casi una
semana, manteniendo vivo su interés
en algo. El resultado, según sus pro-
pias conclusiones, es que “el aburri-
miento es la única causa real de la
disminución del trabajo”.
Observe que usted raramente se
cansa cuando hace algo que le
resulta muy interesante y atractivo.
De igual forma, si pone entusiasmo
en su trabajo combatirá el aburri-
miento y, al hacerlo, reducirá la
fatiga y alejará las preocupaciones.
Incluso si su trabajo le parece abu-
rrido, haga como si no lo fuera y
trate de encontrarle el lado diverti-
do. Como ese chico que vendía
helados y en lugar de sucumbir en el
aburrimiento y las quejas, decidió
interesarse por los procesos anexos
al helado, y tras hacerse un experto
en los productos y procesos quími-
cos que intervienen en su elabora-
ción, llegó a ganar un concurso para
universitarios sobre los usos del
cacao y el chocolate. Y así, disfru-
tando de una tarea aparentemente
trivial, fue pasando a asumir retos
cada vez mayores. Es la misma lógi-
ca de aquel fabricante de tornillos
que se imponía continuos retos,
como la cantidad de tornillos que
haría en una hora, o de aquel ame-
ricano, vendedor a domicilio, que
con un francés muy precario se
dedicaba en París a la venta puerta
a puerta, imaginándose que cada
vez interpretaba un papel teatral
ante un público diferente.
Si hace usted como si disfrutara de
su trabajo, entonces le será mucho
más fácil disfrutarlo y, además, tra-
bajará más rápido y será más pro-
ductivo. El influjo de nuestra forma
de percibir las cosas en la vida real
no es un descubrimiento novedoso;
Marco Aurelio lo describió hace die-
ciocho siglos en sus MEDITACIONES:
“Nuestra vida es obra de nuestros
pensamientos”.
Si quiere evitar la fatiga, que a su
vez es caldo de cultivo para las pre-
ocupaciones, procúrese también
descanso y relajación. Según el doc-
tor Edmund Jacobson, director del
Laboratorio de Fisiología Clínica de
la Universidad de Chicago, cual-
quier estado nervioso o emocional
“desaparece en presencia de un
completo descanso”. Aprenda a
relajarse en el trabajo y en casa.
Deje que sus músculos y su cuerpo
entero descansen. No requerirá
mayores esfuerzos, pues la relaja-
ción no es otra cosa que la ausencia
de toda tensión y esfuerzo.
Valore lo que tiene. ¿Vendería
usted sus piernas o sus ojos por mil
millones de dólares? ¿Cuánto pedi-
ría por su familia? ¿Cuánto por sus
amigos? Sume todas las partidas y
comprobará que no está usted dis-
puesto a vender todo lo que tiene ni
por toda la riqueza junta de los diez
mayores magnates. Entonces detén-
gase y pregúntese: “¿Por qué dia-
blos me preocupo?”. Y rápidamente
comprenderá que sus motivos son
insignificantes.
Hay una frase milenaria que convie-
ne recordar: “Estaba triste porque
no tenía zapatos, hasta que en la
calle encontré a un hombre que no
tenía pies”. Eddie Rickenbacker,
que sobrevivió veintiún días en una
balsa salvavidas perdido en el
Océano Pacífico, comprendió muy
bien su significado, tal como lo puso
de relieve, después de su rescate,
al afirmar que “si se tiene el agua
necesaria para beber y toda la
comida necesaria para alimentarse,
nunca hay que quejarse de nada”.
Los que no hemos sobrevivido a un
naufragio o a una tragedia semejan-
te, desatendemos con frecuencia el
valor de lo que tenemos en la vida.
Para Schopenhauer, una de las
mayores tragedias de nuestra condi-
ción humana está cifrada en esa
amarga tendencia a no pensar casi
nunca en lo que tenemos, pero
siempre en lo que nos falta. Y son
muchos los que sólo aprenden a
vivir de verdad en el momento en
que se enteran de que van a morir.
Pero el que no deja de gruñir y pro-
testar, no sólo arriesga su salud
mental y física, sino también su
hogar, sus negocios y sus amigos.
Relativice las críticas. Cuando era
príncipe de Gales, a sus catorce
años, el rey Eduardo VIII asistía a
una suerte de escuela naval en
Denvonshire, donde recibía una
estricta formación. Cierto día, uno
de los oficiales lo encontró llorando
y tras indagar sobre las causas, supo
que unos cadetes lo habían patea-
do. El director del colegio llamó a
los muchachos y, tras aclararles que
el príncipe no los había acusado, les
preguntó los motivos de la agresión.
Entonces estos confesaron que,
cuando fueran oficiales de marina,
querían poder decir que habían
pateado al rey. Una respuesta muy
elocuente que refleja el sentido
oculto de las críticas y las agresio-
nes: si no somos nadie para los
demás, entonces no se tomarán la
molestia de molernos a palos o de
descargar en nuestra contra su
fogoso arsenal de invectivas. En
pocas palabras: detrás de cada crí-
tica injusta suele esconderse un
elogio encubierto.
Cuando alguien se destaca entre la
masa, nunca quedará a salvo de ser
censurado. Los demás hablarán de
él. Y muchas veces hablarán mal,
movidos por los celos y por la envi-
dia. Schopenhauer lo sintetizó hace
años: “El vulgo disfruta enorme-
mente con los defectos y las locuras
de los grandes hombres”. Las agre-
siones más violentas y desmedidas,
como las críticas injustificadas que
siempre recaen sobre todo persona-
je público, no dicen generalmente
nada cierto del agredido, pero sí
revelan grandes verdades del agre-
sor.
Cómo disfrutar de la vida y del trabajo
Nadie puede impedir que lo criti-
quen injustamente, pero cualquiera
puede hacer que las críticas injus-
tas dejen de afectarle. Esto lo supo
el mayor Smedley Butler después de
muchos años de sufrir por el raudal
de reproches que se lanzaban en su
contra. Finalmente, curtido por la
experiencia, podía sostener lo
siguiente: “Cuando alguien me mal-
dice ahora ni siquiera vuelvo la
cabeza para ver quién está hablan-
do”. ¿Qué gana quien colma de
importancia todos los dardos y fle-
chas que le lanzan desde lejos?
Esto no significa que haya que evi-
tar o reprochar toda crítica. Por el
contrario, en los juicios bieninten-
cionados hay una fuente inagotable
de sabiduría y como nadie es per-
fecto, todos necesitamos de ellos
para mejorar. Pero sí hay que hacer
caso omiso a las infinitas críticas
injustificadas que recaen de forma
sistemática sobre todo aquel que se
destaque.
Hay dos fórmulas de denotado
alcance para lograr esto. Una está
condensada en las palabras de
Matthew C. Brush, presidente de la
American International
Corporation: “He adoptado como
norma hacerlo todo lo mejor que sé
y puedo y, después, abrir mi viejo
paraguas y dejar que la lluvia caiga
sobre él y no sobre mí”. La otra se
la enseñó a Charles Schwab un viejo
alemán que trabajaba en sus talle-
res siderúrgicos. Después de que sus
compañeros lo hubieran arrojado al
río tras una discusión sobre la gue-
rra, Schwab se acercó él, que
seguía empapado y cubierto de
lodo, y quiso saber cuál había sido
su reacción y cómo había respondi-
do a sus agresores, ante lo cual el
viejo respondió: “Me reí y nada
más”. Ríase y nada más: verá la
rapidez con que sus contrincantes
pierden todo argumento y la pronti-
tud con que las riñas se desvane-
cen.
Técnicas fundamentales
para tratar con las personas
Mientras ciento cincuenta agentes y
oficiales de la policía de Nueva York
disparaban contra el piso en que se
encontraba escondido “Dos
Pistolas” Crowley, este legendario
“asesino de policías”, considerado
como uno de los criminales más
peligrosos en la historia de Nueva
York, escribió una carta dirigida “a
quien corresponda” entre cuyas
manchas de sangre se podía leer:
“Bajo estas ropas tengo un corazón
cansado, pero bondadoso, un cora-
zón que no haría daño a nadie”.
Estas palabras, escritas por el
mismo hombre que había baleado a
sangre fría a tantos policías, son el
pan de cada día en los pasillos de
las cárceles. Tal parece ser la natu-
raleza humana, y no sería exagera-
do decir que de cada cien personas,
noventa y nueve son incapaces de
criticarse a sí mismas, por grandes
que sean sus errores: al tiempo que
mantienen una imagen elevada de
sí mismas, achacan a los demás la
culpa de todos los males. Porque a
la dificultad para la autocrítica se
junta la facilidad para criticar a los
otros, aprovechando para ello el
más mínimo pretexto.
Si toda la gente se considera tan
perfecta y tan buena, entonces la
posibilidad de que alguien reciba
las críticas con agrado es infinita-
mente pequeña. De ahí que la críti-
ca sea peligrosa, pues lesiona el
orgullo de los otros, afecta su senti-
do de la importancia y hace emer-
ger su resentimiento. Y no sólo es
peligrosa, sino que también es
inútil, pues en lugar de provocar
cambios duraderos, pone al critica-
do en actitud defensiva y por lo
común, tratando de justificarse.
El reconocido psicólogo B. F. Skinner
demostró con sus experimentos
sobre la conducta que un animal
aprende mucho más rápido cuando
se le premia por sus buenas conduc-
tas que cuando se le castiga por su
mal comportamiento. Y los estudios
posteriores han extendido estas
conclusiones a los seres humanos.
En lugar de censurar a la gente,
conviene tratar de comprenderla.
Cualquiera puede criticar, censurar
y quejarse, y casi todos los tontos lo
hacen. Pero se necesita carácter y
dominio de sí mismo para ser com-
prensivo y capaz de perdonar.
Después de sufrir un accidente que
casi le cuesta la vida y la de su tri-
pulación de no haber sido por su
pericia, Bob Hoover, un famoso pilo-
to norteamericano, revisó personal-
mente el tanque de combustible y
confirmó su sospecha de que lo
habían cargado con combustible de
reactor en lugar de gasolina común.
Entonces se dirigió al aeropuerto y
pidió ver al mecánico encargado del
avión. Cuando éste llegó, enfermo
de angustia y consciente de su error
imperdonable, Hoover no le riñó, ni
siquiera lo criticó. Le puso el brazo
en los hombros y le dijo: “Para
demostrarle que estoy seguro de
que nunca volverá a hacerlo, quiero
que mañana se ocupe de mi F-51”.
Sigmund Freud, padre del psicoaná-
lisis, enseñaba lo siguiente: “Todo
lo que usted y yo hacemos surge de
dos motivos: el impulso sexual y el
deseo de ser grande”. En el mismo
sentido, John Dewey, el notable
pedagogo norteamericano, sostenía
que el impulso más profundo de la
naturaleza humana es “el deseo de
ser importante”. La mejor forma de
conocer y comprender a una perso-
na radica, pues, en saber cómo
satisfacer ese deseo de ser impor-
tante. Y así como alguno se hizo lla-
mar “Almirante del Océano y Virrey
de las Indias”, y otros han exigido
que se les trate de “Su Grandeza, el
excelentísimo señor Presidente”,
así también los manicomios están
llenos de sujetos que han encontra-
do en la locura la importancia que
en la cordura se les ha negado.
Si algunas personas tienen tanta sed
de importancia que llegan a la
demencia, imagine por un instante
los milagros que usted puede lograr
con tan sólo ofrecerle al prójimo
una honrada apreciación de su
importancia. Charles Schwab, pri-
mer presidente de la United States
Steel Company, que era diestro
como pocos en este arte, definía su
éxito con estas sencillas palabras:
“Si algo me gusta, soy caluroso en
mi aprobación y generoso en mis
elogios”.
Deje de pensar en usted por unos
minutos y comience a observar las
cualidades de quienes lo rodean.
Entonces podrá reconocer sus forta-
lezas y apreciarlas de forma since-
ra. Y con el mismo rigor con el que
alimenta los cuerpos de sus hijos,
podrá alimentar la estima de todos
sus semejantes. Esa era la fórmula
Cómo disfrutar de la vida y del trabajo
de Emerson, cuyo prestigio personal
no le impedía demostrar aprecio
honrado y sincero por las demás
personas: “Todo hombre que conoz-
co es superior a mí en algún senti-
do. En ese sentido, aprendo de él”.
Usted puede ganar más amigos en
dos meses interesándose de verdad
por ellos de los que podría ganar en
dos años intentando que los demás
se interesen por usted. Hace cerca
de veintidós siglos, el poeta romano
Publilio Syro ya conocía este meca-
nismo: “Nos interesan los demás
cuando se interesan por nosotros”.
Eso lo saben muy bien los perros,
que logran ganarse la vida con sólo
demostrar cariño hacia sus dueños,
pues saben que los humanos, inde-
pendientemente de cualquier rango
o jerarquía, gustan de aquellos que
los admiran o que simplemente se
alegran por su compañía. Haga la
prueba de saludar a los demás con
ánimo y entusiasmo, demostrándo-
les el gusto que le da verlos, y
podrá observar los resultados.
Incluso las personas más prestigio-
sas y ocupadas sucumben ante el
interés genuino por ellos. Cuando
Dale Carnegie dirigía un curso de
literatura en un instituto de
Brooklyn, quiso invitar a algunos de
los escritores más reconocidos a dar
una conferencia y exponer sus
ideas. Para ello, redactó una carta
junto con sus alumnos manifestán-
dole a cada escritor la admiración
que sentían por sus obras y cuánto
les interesaría poder escucharle.
Cada carta iba firmada por unas
ciento cincuenta personas y en
todas ellas se decía que comprendí-
an las dificultades para desplazarse
hasta el instituto, pero que en todo
caso agradecerían mucho si les
enviaban por escrito las respuestas
a algunas cuestiones. A estos escri-
tores les gustó tanto la carta que no
tuvieron ningún problema en dejar
de lado sus tareas y llegarse hasta
Brooklyn.
En realidad no se trata de nada
nuevo. Es lo que Zoroastro enseñó a
sus discípulos persas hace tres mil
años, lo mismo que Confucio predi-
có en China, Buda a orillas del
Ganges y Lao Tsé en el valle del
Han. Es aquello que Jesús enseñó en
las montañas de Judea hace casi
veinte siglos: “Haz al prójimo lo
que quieras que el prójimo te haga
a ti”. Casi todas las personas con las
que tropieza se sienten superiores a
usted en algún sentido; un camino
seguro para llegarles al corazón es
hacerles comprender, de algún
modo muy sutil, que usted reconoce
su importancia y la reconoce since-
ramente.
Disraeli, uno de los hombres más
astutos que han gobernado el
Imperio Británico, afirmaba lo
siguiente: “Hábleles a las personas
de ellos mismos y lo escucharán
durante horas”. Pregúntese siem-
pre qué hay en la otra persona que
se pueda admirar honradamente y
no tenga escrúpulos en mencionar-
lo. Cuando Donald McMahon, arqui-
tecto de jardines, se encontraba en
casa de un prestigioso juez planean-
do la restructuración de su jardín,
tuvo la oportunidad de conocer a
sus perros y se acercó para decirle:
“Señor juez, tiene usted una her-
mosa afición”, elogiando luego a los
animales y felicitándolo por los pre-
mios que habían ganado. El efecto
fue sorprendente. Ese mismo juez
que se había mostrado seco y dis-
tante lo invitó a conocer la perrera,
le habló durante una hora del tema
explicándole los detalles más minu-
ciosos y, al final, antes de despedir-
se, le preguntó si tenía hijos y, ante
la respuesta afirmativa, le ofreció
un cachorro como regalo. A
McMahon le bastó con un simple
comentario para fraguarse la amis-
tad del juez y, de paso, llevarse a
casa un cachorro que valía cientos
de dólares.
“Si hay un secreto del éxito –decía
Henry Ford–, reside en la capacidad
para apreciar el punto de vista del
prójimo y ver las cosas desde ese
punto de vista como desde el pro-
pio”. Si quiere que los otros se inte-
resen por algo, póngase en su posi-
ción, piense qué les gusta, hábleles
de lo que desean y muéstreles cómo
conseguirlo. Haga como aquellos
padres cuyo hijo tenía la mala cos-
tumbre de mojar la cama y siempre
le echaba la culpa a su abuela, que
dormía con él. En lugar de repren-
derle, se detuvieron a reflexionar
sobre cuáles eran los deseos del
niño. No les costó comprender que
él quería sentirse mayor, y que eso
significaba tener una cama propia y
dormir con un pijama, como su
padre. La madre lo llevó a una tien-
da para que él mismo los escogiera
y, al instalar la cama en su cuarto,
en medio de la emoción, su padre
se limitó a decirle: “¿No vas a mojar
esta cama, verdad?”. “Por supuesto
que no”, respondió el niño irguién-
dose de orgullo y, en efecto, el pro-
blema quedó superado.
Cuando quiera usted conseguir que
alguien haga algo, sólo habrá un
medio para ello y es el de hacer que
esa persona quiera hacerlo, el de
darle a entender la forma en que
ese algo le puede favorecer a él
mismo. Intentar persuadir a alguien
para hacer algo, limitándose a mos-
trarle las ventajas que ese algo
tiene para uno mismo, difícilmente
logrará despertar su entusiasmo.
Todo vendedor podrá corroborar
que la mejor forma para convencer
a alguien de realizar una compra
consiste en indagar sobre sus nece-
sidades y ofrecerle productos o ser-
vicios que le ayuden a resolver sus
propios problemas.
Logre que los demás
piensen como usted
Woodrow Wilson, presidente de los
Estados Unidos durante la Primera
Guerra Mundial y que desempeñó un
rol crucial en la resolución de la
misma –por lo que fue galardonado
con el premio Nobel de la Paz-, sen-
tenció lo siguiente: “Si vienes hacia
mí con los puños cerrados creo
poder prometerte que los míos se
cerrarán más rápido que los tuyos”,
y agregó que cuando la aproxima-
ción es respetuosa y busca un diálo-
go genuino, se advertirá rápidamen-
te que las diferencias entre las dos
partes nunca son tan grandes como
se pensaba, y los puntos en común,
en cambio, son mucho mayores de
lo esperado.
Lincoln sabía muy bien que “se
atrapan más moscas con una gota
de miel que con un barril de hiel”,
y todas las grandes anécdotas de su
vida contribuyen a corroborar su
pensamiento de que la suavidad y la
amistad son más poderosas que la
furia y la fuerza. Si quiere usted
evitar que los otros le cierren sus
Cómo disfrutar de la vida y del trabajo
puertas, entonces acérquese a ellos
de forma amigable, incluso frente a
aquellos con quienes tiene motivos
para estar molesto.
Así, cuando hable con alguien, no
empiece discutiendo los puntos
divergentes. Por el contrario,
empiece por destacar, y siga desta-
cando, todas aquellas cosas en las
cuales están de acuerdo. A lo largo
de la conversación, continúe acen-
tuando los puntos en común y trate
de hacer ver que, en el fondo, los
dos persiguen los mismos propósi-
tos. Cada “sí” que usted obtenga de
su interlocutor es una puerta que se
le abre. Cada “no”, por el contrario,
será un obstáculo difícil de sortear,
pues cuando alguien da una negati-
va por respuesta, todo su orgullo le
exigirá ser consecuente consigo
mismo y difícilmente se retractará.
“Tal vez comprenda más tarde que
ese “no” fue un error –según explica
el profesor Overstreet–, pero de
todos modos tiene que tener en
cuenta su preciado orgullo”.
Hace 24 siglos, mientras deambula-
ba por las plazas de Atenas,
Sócrates se propuso evidenciar las
contradicciones en que incurrían los
que se creían poseedores de la ver-
dad. Él sabía muy bien que si les lle-
gaba con críticas y refutaciones,
ninguno estaría dispuesto a dialogar
con él y el ejercicio sería de escaso
provecho. Por eso Sócrates se limi-
taba a formular preguntas. Y siem-
pre comenzaba por preguntar aque-
llas cosas con las cuales sabía que
su interlocutor estaría de acuerdo.
Luego seguía ganando una afirma-
ción tras otra, acumulando una
abundante cantidad de “síes” a su
favor, hasta que por fin, casi sin
darse cuenta, su adversario se veía
llegando a una conclusión que pocos
minutos antes habría rechazado
enérgicamente.
Sócrates no pretendía hacer valer
su propia verdad. De hecho, él
mismo repetía a sus discípulos su
clásico “sólo sé que no sé nada”. Si
usted sigue considerando que es
más inteligente que Sócrates, y que
siempre lleva la razón, entonces en
vez de perder el tiempo cuestionan-
do los errores ajenos, debería estar
disfrutando de los millones de dóla-
res que le garantizaría el hecho de
nunca errar, ni en las apuestas ni en
los negocios.
Aunque tenemos una extraña ten-
dencia a pensar que si no llevamos
la razón siempre, al menos la tene-
mos la mayor parte de las veces, en
realidad somos mucho más falibles
de lo que estamos dispuestos a
aceptar. Así como no nos gusta que
nuestros errores se hagan públicos,
tampoco sacamos nada con repro-
char a otros sus propias faltas.
Cuando, por ejemplo, usted le dice
a otra persona que está equivocada
y luego añade un “le voy a demos-
trar cómo es en verdad”, lo que
está insinuando es que usted es más
listo que ella y, antes de terminar su
primera frase, ya se habrá ganado
un adversario.
Sólo llega lejos quien pisa con suavi-
dad. Si le resulta imperativo corre-
gir a otro, hágalo con sutileza, con
tal destreza que nadie piense que lo
está haciendo. Incluso si está seguro
de que el otro se equivoca, le resul-
tará muchísimo más provechoso
comenzar por una frase como “bien,
escuche, yo pienso de otro modo,
aunque quizá me equivoque”.
Cuando alguien comete un error, a
veces lo admite para sus adentros. Y
si se le sabe llegar con suavidad y
con tacto, quizá lo admita ante los
demás e incluso llegue a enorgulle-
cerse de su franqueza y ecuanimi-
dad al hacerlo. Benjamin Franklin,
uno de los hombres más capaces y
diplomáticos de la historia nortea-
mericana, escribió: “La forma
modesta en que exponía mis opinio-
nes les procuraba una recepción
más pronta y menor contradicción”.
Muy poco se obtiene de una discu-
sión, sea ésta con un cliente, con el
cónyuge o con algún adversario. R.
V. Crowley, vendedor de una gran
empresa de maderas de Nueva York,
llegó a comprender un día que su
compañía perdía mucho dinero
debido a las discusiones que él
ganaba. Si lo que usted quiere es
ganar afecto o respeto o amistades,
entonces es preferible que se abs-
tenga de ganar peleas. Recuerde
estas sabias palabras de Alexander
Pope: “Se ha de enseñar a los hom-
bres como si no se les enseñara, y
proponerles cosas ignoradas como si
fueran olvidadas”.
Quizás usted no se gane un recono-
cimiento público por su genialidad,
pero si logra hacer que otras perso-
nas se apropien de sus propias
ideas, entonces éstas tendrán
mucha mayor posibilidad de reali-
zarse. Las palabras que pronunció el
sabio chino Lao Tsé hace veinticinco
siglos recogen esta actitud y encie-
rran una sabiduría inigualable: “La
razón por la cual los ríos y los
mares reciben el homenaje de cien
torrentes de la montaña es que se
mantienen por debajo de ellos”. Al
fin y al cabo, a nadie le gusta que lo
obliguen a hacer las cosas y todos
preferimos hacer aquellas que sen-
timos como propias.
Esto fue lo que comprendió Eugene
Wesson tras perder incontables con-
tratos por su afán de originalidad.
Cada vez que visitaba a uno de los
grandes estilistas de Nueva York,
Wesson, que vendía modelos para
fabricación de textiles, salía sin
hacer ninguna venta. Después de un
centenar de intentos, este hombre
decidió cambiar su estrategia: acu-
dió a un comprador con unos dibu-
jos a medio hacer y le pidió el favor
de que le ayudara a terminarlos. El
comprador le dijo que los dejara allí
unos días y, transcurridos estos, le
dio algunas indicaciones sobre la
mejor forma de completarlos.
Wesson regresó con los dibujos aca-
bados para presentarlos nuevamen-
te. Todos ellos fueron aceptados por
el cliente. Desde ese momento, a
este diseñador le bastó con dejarle
sentir a su cliente que las ideas
eran de él para tener garantizado el
contrato más constante y lucrativo
de su vida.
De la misma forma en que la gente
prefiere hacer aquello que conside-
ra suyo, las personas también se
inclinan por aquellas alternativas
que consideran más nobles. Por
esto, si su propósito es influir en el
comportamiento de alguien, detén-
gase un instante a pensar en un
motivo bueno y digno por el cual una
persona realizaría determinada
acción, y presénteselo de esa mane-
ra. Así lo hacía Cyrus H. K. Curtis
antes de convertirse en un prestigio-
so editor: para que su revista obtu-
viera artículos de escritores presti-
giosos a quienes no estaba en condi-
ciones de pagar una suma razona-
ble, se limitó a ofrecerles un cheque
de cien dólares que no iría para
Cómo disfrutar de la vida y del trabajo
ellos, sino para una institución de
caridad. Asimismo, cuando Lord
Northcliffe encontraba en los diarios
una fotografía suya que no quería
que se publicara, escribía una carta
al director, y tras hablarle del respe-
to y el amor que todos tenemos por
la madre, le decía: “Le ruego que no
vuelva a publicar esa fotografía
mía. A mi madre no le gusta”.
Técnicas sencillas para
ejercer el liderazgo
Un buen líder sabe llamar la aten-
ción sobre los errores de otros e
influir en sus comportamientos, de
forma indirecta y sutil, evitando las
reacciones airadas y los resentimien-
tos que pueden suscitar en muchas
personas las críticas u órdenes direc-
tas. Los ejemplos prácticos que se
presentan a continuación recogen
algunas valiosas técnicas para asegu-
rarse de que los otros quieran coope-
rar, en lugar de rebelarse.
En cierta ocasión, mientras Charles
Schwab pasaba por uno de los talle-
res metalúrgicos a su cargo, encon-
tró a un grupo de obreros fumando
bajo un letrero que decía
“Prohibido fumar”. Su reacción,
entonces, fue ejemplar; en vez de
increparlos, se acercó a ellos y le
ofreció un cigarrillo a cada uno,
diciéndoles calurosamente: “Les
agradeceré mucho, amigos, que
fumen estos afuera”. Es una simple
cuestión de tacto, que hace efecti-
va la comunicación en todos los
niveles.
Cuando Lyman Abbot fue invitado a
pronunciar un discurso con ocasión
de la muerte del prominente Henry
Ward Beecher, escribió con muchísi-
mo esmero unas palabras solemnes,
que una vez concluidas leyó ante su
esposa. Aunque ésta se percató de
que el discurso era muy pobre y sólo
lograría despertar bostezos en el
auditorio, se limitó a sugerirle de
forma elogiosa que ese discurso
sería un excelente artículo para una
revista literaria. Abbot lo compren-
dió inmediatamente, rasgó los
papeles y el día de la ceremonia
pronunció una efusiva prédica sin
usar siquiera notas para ello.
En ciertas ocasiones, la mejor forma
de corregir a otra persona consiste
en aludir primero a los propios erro-
res antes de criticar los del otro,
pues para cualquier persona será
mucho más fácil escuchar una lista
de sus propios defectos cuando esta
viene de alguien que ha admitido,
con humildad, los suyos propios.
Esto lo supo muy bien E. G.
Dillistone, ingeniero de Brandon, en
Canadá, quien sabía que una simple
reprimenda no bastaría para que su
nueva secretaria dejara de incurrir
en tantos errores de ortografía. Él
mismo, como muchos ingenieros, se
había enfrentado personalmente a
ese problema y por eso había decidi-
do utilizar una pequeña libreta alfa-
betizada en la que anotaba el modo
correcto de escribir ciertas pala-
bras. Así, a la siguiente carta plaga-
da de faltas, se acercó a su secreta-
ria y, tras decirle que había encon-
trado una palabra que creía mal
escrita, le explicó que él mismo
siempre tenía problemas con esa
palabra; así le contó, a continua-
ción, que por eso había confecciona-
do un pequeño diccionario personal,
que sacó de su bolsillo para consul-
tar la forma correcta del término.
Dillistone nunca supo si ella había
copiado luego su sistema, pero lo
cierto es que los errores comenza-
ron a disminuir de forma acelerada.
En lugar de dar órdenes e imponer
reprimendas, un líder sabe motivar
a los otros con las pautas indicadas,
haciendo las preguntas correctas y
despertando su motivación. Esto fue
lo que hizo Ian Macdonald, director
general de una pequeña empresa
especializada en piezas para máqui-
nas, cuando recibió una lucrativa
oferta por un pedido muy grande,
pero con un plazo de entrega tan
restringido que difícilmente lograría
cumplir. Antes de aceptar y firmar el
contrato, Macdonald convocó una
reunión general y les explicó a sus
empleados la situación, aclarándo-
les los beneficios que para la com-
pañía supondría el hecho de aceptar
dicha propuesta. Después les pre-
guntó acerca de si se les ocurrían
algunas ideas sobre cómo ajustar los
procesos de producción para llegar a
cumplir con la entrega. Todos los
empleados aportaron, entonces, sus
opiniones y asumieron como propio
el reto, sintiendo que podían hacer-
lo. En efecto, el contrato fue acep-
tado y las piezas fabricadas y entre-
gadas en la fecha pactada.
Finalmente, si no quiere ganarse la
enemistad o el rencor del otro, per-
mítale siempre salvar su prestigio.
En cierta ocasión, la General
Electric Company se vio en la peno-
sa obligación de retirar a Charles
Steinmetz de la dirección del
departamento de cálculos, pues
aunque se trataba de un genio de
primer orden en todo lo relacionado
con la electricidad, su labor en ese
cargo directivo estaba siendo deplo-
rable. El problema era que la com-
pañía no quería perder bajo ningu-
na circunstancia a un hombre tan
valioso y, para poner las cosas aún
más complicadas, todos sabían que
se trataba de una persona muy sen-
sible. Entonces se les ocurrió una
idea magnifica. Le ofrecieron a
Steinmetz el pomposo cargo de
“Ingeniero Consultor de la General
Electric Company”, permitiéndole
que dejara el puesto que venía ocu-
pando y se mantuviera en la compa-
ñía haciendo aquello en lo cual era
una figura destacadísima y, de paso,
salvando su propia reputación al
sentir aquello como un homenaje.
Conclusión
El prestigioso psicólogo Alfred Adler,
discípulo de Freud, sostuvo lo
siguiente:“El individuo que no se
interesa por sus semejantes es
quien tiene las mayores dificulta-
des en la vida y causa las mayores
heridas a los demás. De esos indivi-
duos surgen todos los fracasos
humanos”.
Muchas veces nuestra propia cegue-
ra individualista nos inclina a des-
cuidar las relaciones con los otros en
el afanoso intento por alcanzar
nuestras metas. Pero si algo tienen
en común todas estas pautas para
enfrentar las situaciones cotidianas
y tener una vida plácida y valiosa, es
la forma en que resaltan la impor-
tancia de asumir la perspectiva del
otro; sin sacrificar por ello la propia
autenticidad, en el mismo intento
por satisfacer los intereses legítimos
de los demás podremos alcanzar
nuestros propios propósitos.

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¿Como disfrutar de la vida?

  • 1. Introducción A principios del siglo XX, Dale Carnegie comenzó a recoger testi- monios directos e indirectos de cientos de personas para observar la forma en que asumían sus vidas, se enfrentaban a sus problemas y lograban salir adelante en las más diversas situaciones. Esta recopila- ción, integrada por el diálogo abier- to con los miles de estudiantes que acudían a sus cursos, por la lectura incansable de cientos de biografías de grandes personajes históricos y la entrevista directa con otras muchas personalidades de su país, le permitió publicar en 1936 una obra que, con el tiempo, ha adqui- rido la condición de clásica: CÓMO GANAR AMIGOS E INFLUIR SOBRE LAS PERSO- NAS, traducida a 25 idiomas y con más de 21 millones de ejemplares vendidos. Este libro legendario, pionero en su género, es uno de los más leídos de la historia y continúa siendo un referente continuo para el marketing moderno. En la década siguiente, Carnegie siguió adelante con sus exploracio- nes sobre la forma en que la gente gestionaba sus propias vidas y publi- Título del Libro: Cómo disfrutar de la vida y del trabajo Autor: Dale Carnegie Fecha de Publicación: 2 Enero 1990 Editorial: Pocket Nº Páginas: 224 ISBN: 9780671708269 Contenido Introducción. Pag 1 Algunos caminos hacia la tran- quilidad. Pag 2 Técnicas fundamentales para tratar con las personas. Pag 4 Logre que los demás piensen como usted. Pag 5 Técnicas sencillas para ejercer el liderazgo. Pag 7 Conclusión. Pag 7 EL AUTOR: Dale Carnegie nació en el seno de una familia pobre de Missouri en 1888 y, tras desplazarse a Nueva York en su juventud, comenzó a trabajar como profesor de oratoria en escuelas nocturnas. Así surgió el “Curso Dale Carnegie”, que le permitió afinar sus habilida- des y conocimientos, al tiempo que iba recopilando historias verídicas de la forma en que los alumnos resolvían sus problemas. En la actualidad, los cursos de Dale Carnegie sobre management, ora- toria en público, ventas, liderazgo y habilidades interpersonales son impartidos por entrenadores franquiciados en más de 75 países y en 25 lenguas diferentes, y por ellos han pasado más de siete millones de per- sonas. Cómo Disfrutar de la Vida y del Trabajo Leader Summaries © 2009. Resumen autorizado de: How To Enjoy Your Life And Your Job por Dale Carnegie, Pocket © 2009.
  • 2. Cómo disfrutar de la vida y del trabajo có una nueva obra: en ella recogía una serie de técnicas básicas y de comprobado éxito para afrontar las preocupaciones y encontrar el pla- cer de la vida. Se trata, en esta oca- sión, de CÓMO SUPRIMIR LAS PREOCUPACIO- NES Y DISFRUTAR DE LA VIDA, que ha llega- do a vender más de seis millones de copias en el mundo. Los herederos del legado Carnegie, bajo la dirección de su propia espo- sa, extrajeron los capítulos más sig- nificativos de ambas obras para aquellas personas que quieran encontrar principios concretos y sencillos que les ayuden a encontrar el placer en el trabajo y en la vida. A fin de cuentas, todos nosotros pasamos la mayor parte de nuestras vidas en el trabajo, cualquiera que éste sea, por lo que la preocupación por maximizar el disfrute en ese espacio y hacer del trabajo una experiencia provechosa no dista mucho de la preocupación por lle- var una vida feliz. Las siguientes reglas apuntan hacia ese fin. Algunos caminos hacia la tranquilidad Si se analizara la sangre de un obre- ro al final de su jornada, se la encontraría colmada por las toxinas de la fatiga. Si, por el contrario, se tomara la del cerebro de Albert Einstein tras un arduo día de refle- xiones científicas, es muy probable que en ella no se detectara ninguna de esas toxinas. Desde el plano físi- co, el cerebro es incansable; al cabo de ocho o doce horas de haber iniciado una tarea, puede seguir desempeñándola tan bien como al principio. Tal como afirma J. A. Hadfield en THE PSYCHOLOGY OF POWER, el origen de la fatiga es mental: el aburrimiento, el tedio, el resenti- miento, la sensación de inutilidad, esos son los factores de riesgo que afectan al desempeño del trabaja- dor sedentario. Si usted busca pro- curarse la tranquilidad y despertar su interés por la vida, hará bien es seguir estas sencillas pautas para alejar los efectos nocivos del hastío y el inconformismo: Encuéntrese y sea usted mismo. Los psicólogos lo saben muy bien: detrás de muchas neurosis, de mul- titud de complejos y hasta de las patologías psicóticas más severas, se esconde una de las mayores tra- gedias humanas, la de querer ser alguien y algo distinto de la persona que se es. Se trata de una de las mayores causas de infelicidad que, tal como dijera hace más de un siglo el doctor James Gordon Gilkey, es un problema “tan viejo como el mundo y tan universal como la vida humana”. Diariamente, nos encontramos con hombres y mujeres que se esfuerzan por imitar a otros, y sacrifican en este esfuerzo su propia autentici- dad. Pero no hay que ser muy pers- picaz para saber que nadie quiere una moneda falsa. Paul Boynton, quien fuera director de personal de la Socony Vacuum Company, llegó a entrevistar a más de sesenta mil candidatos y, según él, el error más frecuente y más grave de quienes solicitan un empleo es el de no ser ellos mismos: “En lugar de actuar naturalmente y ser totalmente francos, con frecuencia intentan dar las respuestas que creen que uno quiere oír”. Cada individuo es algo inédito en el mundo. Por aquí nunca había pasa- do y nunca volverá a pasar nadie igual a usted. Por ello, si de desta- car por la originalidad se trata, basta con explorar al máximo la propia diferencia. Le guste o no, usted sólo puede cantar lo que es, sólo puede pintar lo que es, sólo puede escribir lo que es. Así lo dijo sir Walter Raleigh: “No puedo escri- bir un libro de Shakespeare, pero sí puedo escribir un libro mío”. Para quienes desearían ser como otros o se limitan a imitarlos, actuando como monos, conviene recordar estas otras palabras de Emerson: “La envidia es ignorancia y la imita- ción, suicidio“. En lugar de que lo consuma la angustia de no ser como los otros, es hora de explorar su enorme equipaje de facultades, muchas veces ocultas o desaprove- chadas. Cuatro buenos hábitos de traba- jo. Estos cuatro hábitos de trabajo son sencillos de implementar y los efectos en su estado anímico y en su energía resultarán inapreciables: Despeje su escritorio de todos los documentos, excepto los relacio- nados con el problema que tiene entre manos en ese momento. La simple visión de una mesa atesta- da de papeles, documentos, informes por hacer y correos sin contestar puede ser el detonante de una angustia paralizadora. Y como decía Charles Evans Hughes, presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, “los hombres no mueren por exceso de trabajo. Mueren por dispersión y preocupación”. Haga las cosas por orden de importancia. Aunque le cueste trabajo hacerlo o vaya en contra de sus tendencias o costumbres, un buen plan para priorizar lo más importante vale muchísimo más que improvisar sobre la mar- cha. Cuando se enfrente a un proble- ma, resuélvalo en el acto si cuen- ta con la información suficiente para tomar una decisión. Cuenta H. P. Howell, miembro de la junta directiva de U. S. Steel, que allí las reuniones solían girar en torno a discusiones intermina- bles, tras las cuales no se llegaba a ninguna conclusión, obligándo- les a todos a posponer el encuen- tro y llevarse trabajo a sus casas. Por fortuna, él logró persuadir a sus compañeros para que los pro- blemas se abordaran de uno en uno, y en cada caso se llegara a una decisión, sin rodeos ni dila- ciones. Y el resultado fue sor- prendente. En adelante, todos los asuntos parecían resolverse en las juntas y ya no era necesa- rio llevarse una pila de informes y una serie de incógnitas que jamás se resolverían. Aprenda a organizar, delegar y supervisar. Es cierto que delegar en la persona equivocada puede acarrear grandes desastres, pero es aún más cierto que abstenerse de delegar es fuente certera de preocupaciones, tensiones y fati- gas. El sitio donde usted encon- trará con más facilidad a perso- 1 2 3 4
  • 3. Cómo disfrutar de la vida y del trabajo nas jóvenes que han levantado grandes empresas, pero que han sido incapaces de delegar respon- sabilidades importantes, es en las secciones necrológicas de los periódicos. Aleje el aburrimiento y evite el cansancio. De acuerdo con un infor- me de la revista Archives of Psychology, en el que se narra un experimento liderado por Joseph E. Barmack, los estudiantes que fueron sometidos a un conjunto de pruebas deliberadamente aburridas se sintie- ron cansados, se quejaron de dolores de cabeza y llegaron incluso a irri- tarse. Al evaluar sus procesos meta- bólicos, se encontró que su presión sanguínea y su consumo de oxígeno decrecían con el aburrimiento, y que el mismo metabolismo se aceleraba en cuanto la misma persona comen- zaba a sentir interés y placer por el trabajo. En otros experimentos sobre la fatiga, realizados por el doctor Edward Thorndike, de Columbia, se mantuvo despiertos a varios jóvenes durante casi una semana, manteniendo vivo su interés en algo. El resultado, según sus pro- pias conclusiones, es que “el aburri- miento es la única causa real de la disminución del trabajo”. Observe que usted raramente se cansa cuando hace algo que le resulta muy interesante y atractivo. De igual forma, si pone entusiasmo en su trabajo combatirá el aburri- miento y, al hacerlo, reducirá la fatiga y alejará las preocupaciones. Incluso si su trabajo le parece abu- rrido, haga como si no lo fuera y trate de encontrarle el lado diverti- do. Como ese chico que vendía helados y en lugar de sucumbir en el aburrimiento y las quejas, decidió interesarse por los procesos anexos al helado, y tras hacerse un experto en los productos y procesos quími- cos que intervienen en su elabora- ción, llegó a ganar un concurso para universitarios sobre los usos del cacao y el chocolate. Y así, disfru- tando de una tarea aparentemente trivial, fue pasando a asumir retos cada vez mayores. Es la misma lógi- ca de aquel fabricante de tornillos que se imponía continuos retos, como la cantidad de tornillos que haría en una hora, o de aquel ame- ricano, vendedor a domicilio, que con un francés muy precario se dedicaba en París a la venta puerta a puerta, imaginándose que cada vez interpretaba un papel teatral ante un público diferente. Si hace usted como si disfrutara de su trabajo, entonces le será mucho más fácil disfrutarlo y, además, tra- bajará más rápido y será más pro- ductivo. El influjo de nuestra forma de percibir las cosas en la vida real no es un descubrimiento novedoso; Marco Aurelio lo describió hace die- ciocho siglos en sus MEDITACIONES: “Nuestra vida es obra de nuestros pensamientos”. Si quiere evitar la fatiga, que a su vez es caldo de cultivo para las pre- ocupaciones, procúrese también descanso y relajación. Según el doc- tor Edmund Jacobson, director del Laboratorio de Fisiología Clínica de la Universidad de Chicago, cual- quier estado nervioso o emocional “desaparece en presencia de un completo descanso”. Aprenda a relajarse en el trabajo y en casa. Deje que sus músculos y su cuerpo entero descansen. No requerirá mayores esfuerzos, pues la relaja- ción no es otra cosa que la ausencia de toda tensión y esfuerzo. Valore lo que tiene. ¿Vendería usted sus piernas o sus ojos por mil millones de dólares? ¿Cuánto pedi- ría por su familia? ¿Cuánto por sus amigos? Sume todas las partidas y comprobará que no está usted dis- puesto a vender todo lo que tiene ni por toda la riqueza junta de los diez mayores magnates. Entonces detén- gase y pregúntese: “¿Por qué dia- blos me preocupo?”. Y rápidamente comprenderá que sus motivos son insignificantes. Hay una frase milenaria que convie- ne recordar: “Estaba triste porque no tenía zapatos, hasta que en la calle encontré a un hombre que no tenía pies”. Eddie Rickenbacker, que sobrevivió veintiún días en una balsa salvavidas perdido en el Océano Pacífico, comprendió muy bien su significado, tal como lo puso de relieve, después de su rescate, al afirmar que “si se tiene el agua necesaria para beber y toda la comida necesaria para alimentarse, nunca hay que quejarse de nada”. Los que no hemos sobrevivido a un naufragio o a una tragedia semejan- te, desatendemos con frecuencia el valor de lo que tenemos en la vida. Para Schopenhauer, una de las mayores tragedias de nuestra condi- ción humana está cifrada en esa amarga tendencia a no pensar casi nunca en lo que tenemos, pero siempre en lo que nos falta. Y son muchos los que sólo aprenden a vivir de verdad en el momento en que se enteran de que van a morir. Pero el que no deja de gruñir y pro- testar, no sólo arriesga su salud mental y física, sino también su hogar, sus negocios y sus amigos. Relativice las críticas. Cuando era príncipe de Gales, a sus catorce años, el rey Eduardo VIII asistía a una suerte de escuela naval en Denvonshire, donde recibía una estricta formación. Cierto día, uno de los oficiales lo encontró llorando y tras indagar sobre las causas, supo que unos cadetes lo habían patea- do. El director del colegio llamó a los muchachos y, tras aclararles que el príncipe no los había acusado, les preguntó los motivos de la agresión. Entonces estos confesaron que, cuando fueran oficiales de marina, querían poder decir que habían pateado al rey. Una respuesta muy elocuente que refleja el sentido oculto de las críticas y las agresio- nes: si no somos nadie para los demás, entonces no se tomarán la molestia de molernos a palos o de descargar en nuestra contra su fogoso arsenal de invectivas. En pocas palabras: detrás de cada crí- tica injusta suele esconderse un elogio encubierto. Cuando alguien se destaca entre la masa, nunca quedará a salvo de ser censurado. Los demás hablarán de él. Y muchas veces hablarán mal, movidos por los celos y por la envi- dia. Schopenhauer lo sintetizó hace años: “El vulgo disfruta enorme- mente con los defectos y las locuras de los grandes hombres”. Las agre- siones más violentas y desmedidas, como las críticas injustificadas que siempre recaen sobre todo persona- je público, no dicen generalmente nada cierto del agredido, pero sí revelan grandes verdades del agre- sor.
  • 4. Cómo disfrutar de la vida y del trabajo Nadie puede impedir que lo criti- quen injustamente, pero cualquiera puede hacer que las críticas injus- tas dejen de afectarle. Esto lo supo el mayor Smedley Butler después de muchos años de sufrir por el raudal de reproches que se lanzaban en su contra. Finalmente, curtido por la experiencia, podía sostener lo siguiente: “Cuando alguien me mal- dice ahora ni siquiera vuelvo la cabeza para ver quién está hablan- do”. ¿Qué gana quien colma de importancia todos los dardos y fle- chas que le lanzan desde lejos? Esto no significa que haya que evi- tar o reprochar toda crítica. Por el contrario, en los juicios bieninten- cionados hay una fuente inagotable de sabiduría y como nadie es per- fecto, todos necesitamos de ellos para mejorar. Pero sí hay que hacer caso omiso a las infinitas críticas injustificadas que recaen de forma sistemática sobre todo aquel que se destaque. Hay dos fórmulas de denotado alcance para lograr esto. Una está condensada en las palabras de Matthew C. Brush, presidente de la American International Corporation: “He adoptado como norma hacerlo todo lo mejor que sé y puedo y, después, abrir mi viejo paraguas y dejar que la lluvia caiga sobre él y no sobre mí”. La otra se la enseñó a Charles Schwab un viejo alemán que trabajaba en sus talle- res siderúrgicos. Después de que sus compañeros lo hubieran arrojado al río tras una discusión sobre la gue- rra, Schwab se acercó él, que seguía empapado y cubierto de lodo, y quiso saber cuál había sido su reacción y cómo había respondi- do a sus agresores, ante lo cual el viejo respondió: “Me reí y nada más”. Ríase y nada más: verá la rapidez con que sus contrincantes pierden todo argumento y la pronti- tud con que las riñas se desvane- cen. Técnicas fundamentales para tratar con las personas Mientras ciento cincuenta agentes y oficiales de la policía de Nueva York disparaban contra el piso en que se encontraba escondido “Dos Pistolas” Crowley, este legendario “asesino de policías”, considerado como uno de los criminales más peligrosos en la historia de Nueva York, escribió una carta dirigida “a quien corresponda” entre cuyas manchas de sangre se podía leer: “Bajo estas ropas tengo un corazón cansado, pero bondadoso, un cora- zón que no haría daño a nadie”. Estas palabras, escritas por el mismo hombre que había baleado a sangre fría a tantos policías, son el pan de cada día en los pasillos de las cárceles. Tal parece ser la natu- raleza humana, y no sería exagera- do decir que de cada cien personas, noventa y nueve son incapaces de criticarse a sí mismas, por grandes que sean sus errores: al tiempo que mantienen una imagen elevada de sí mismas, achacan a los demás la culpa de todos los males. Porque a la dificultad para la autocrítica se junta la facilidad para criticar a los otros, aprovechando para ello el más mínimo pretexto. Si toda la gente se considera tan perfecta y tan buena, entonces la posibilidad de que alguien reciba las críticas con agrado es infinita- mente pequeña. De ahí que la críti- ca sea peligrosa, pues lesiona el orgullo de los otros, afecta su senti- do de la importancia y hace emer- ger su resentimiento. Y no sólo es peligrosa, sino que también es inútil, pues en lugar de provocar cambios duraderos, pone al critica- do en actitud defensiva y por lo común, tratando de justificarse. El reconocido psicólogo B. F. Skinner demostró con sus experimentos sobre la conducta que un animal aprende mucho más rápido cuando se le premia por sus buenas conduc- tas que cuando se le castiga por su mal comportamiento. Y los estudios posteriores han extendido estas conclusiones a los seres humanos. En lugar de censurar a la gente, conviene tratar de comprenderla. Cualquiera puede criticar, censurar y quejarse, y casi todos los tontos lo hacen. Pero se necesita carácter y dominio de sí mismo para ser com- prensivo y capaz de perdonar. Después de sufrir un accidente que casi le cuesta la vida y la de su tri- pulación de no haber sido por su pericia, Bob Hoover, un famoso pilo- to norteamericano, revisó personal- mente el tanque de combustible y confirmó su sospecha de que lo habían cargado con combustible de reactor en lugar de gasolina común. Entonces se dirigió al aeropuerto y pidió ver al mecánico encargado del avión. Cuando éste llegó, enfermo de angustia y consciente de su error imperdonable, Hoover no le riñó, ni siquiera lo criticó. Le puso el brazo en los hombros y le dijo: “Para demostrarle que estoy seguro de que nunca volverá a hacerlo, quiero que mañana se ocupe de mi F-51”. Sigmund Freud, padre del psicoaná- lisis, enseñaba lo siguiente: “Todo lo que usted y yo hacemos surge de dos motivos: el impulso sexual y el deseo de ser grande”. En el mismo sentido, John Dewey, el notable pedagogo norteamericano, sostenía que el impulso más profundo de la naturaleza humana es “el deseo de ser importante”. La mejor forma de conocer y comprender a una perso- na radica, pues, en saber cómo satisfacer ese deseo de ser impor- tante. Y así como alguno se hizo lla- mar “Almirante del Océano y Virrey de las Indias”, y otros han exigido que se les trate de “Su Grandeza, el excelentísimo señor Presidente”, así también los manicomios están llenos de sujetos que han encontra- do en la locura la importancia que en la cordura se les ha negado. Si algunas personas tienen tanta sed de importancia que llegan a la demencia, imagine por un instante los milagros que usted puede lograr con tan sólo ofrecerle al prójimo una honrada apreciación de su importancia. Charles Schwab, pri- mer presidente de la United States Steel Company, que era diestro como pocos en este arte, definía su éxito con estas sencillas palabras: “Si algo me gusta, soy caluroso en mi aprobación y generoso en mis elogios”. Deje de pensar en usted por unos minutos y comience a observar las cualidades de quienes lo rodean. Entonces podrá reconocer sus forta- lezas y apreciarlas de forma since- ra. Y con el mismo rigor con el que alimenta los cuerpos de sus hijos, podrá alimentar la estima de todos sus semejantes. Esa era la fórmula
  • 5. Cómo disfrutar de la vida y del trabajo de Emerson, cuyo prestigio personal no le impedía demostrar aprecio honrado y sincero por las demás personas: “Todo hombre que conoz- co es superior a mí en algún senti- do. En ese sentido, aprendo de él”. Usted puede ganar más amigos en dos meses interesándose de verdad por ellos de los que podría ganar en dos años intentando que los demás se interesen por usted. Hace cerca de veintidós siglos, el poeta romano Publilio Syro ya conocía este meca- nismo: “Nos interesan los demás cuando se interesan por nosotros”. Eso lo saben muy bien los perros, que logran ganarse la vida con sólo demostrar cariño hacia sus dueños, pues saben que los humanos, inde- pendientemente de cualquier rango o jerarquía, gustan de aquellos que los admiran o que simplemente se alegran por su compañía. Haga la prueba de saludar a los demás con ánimo y entusiasmo, demostrándo- les el gusto que le da verlos, y podrá observar los resultados. Incluso las personas más prestigio- sas y ocupadas sucumben ante el interés genuino por ellos. Cuando Dale Carnegie dirigía un curso de literatura en un instituto de Brooklyn, quiso invitar a algunos de los escritores más reconocidos a dar una conferencia y exponer sus ideas. Para ello, redactó una carta junto con sus alumnos manifestán- dole a cada escritor la admiración que sentían por sus obras y cuánto les interesaría poder escucharle. Cada carta iba firmada por unas ciento cincuenta personas y en todas ellas se decía que comprendí- an las dificultades para desplazarse hasta el instituto, pero que en todo caso agradecerían mucho si les enviaban por escrito las respuestas a algunas cuestiones. A estos escri- tores les gustó tanto la carta que no tuvieron ningún problema en dejar de lado sus tareas y llegarse hasta Brooklyn. En realidad no se trata de nada nuevo. Es lo que Zoroastro enseñó a sus discípulos persas hace tres mil años, lo mismo que Confucio predi- có en China, Buda a orillas del Ganges y Lao Tsé en el valle del Han. Es aquello que Jesús enseñó en las montañas de Judea hace casi veinte siglos: “Haz al prójimo lo que quieras que el prójimo te haga a ti”. Casi todas las personas con las que tropieza se sienten superiores a usted en algún sentido; un camino seguro para llegarles al corazón es hacerles comprender, de algún modo muy sutil, que usted reconoce su importancia y la reconoce since- ramente. Disraeli, uno de los hombres más astutos que han gobernado el Imperio Británico, afirmaba lo siguiente: “Hábleles a las personas de ellos mismos y lo escucharán durante horas”. Pregúntese siem- pre qué hay en la otra persona que se pueda admirar honradamente y no tenga escrúpulos en mencionar- lo. Cuando Donald McMahon, arqui- tecto de jardines, se encontraba en casa de un prestigioso juez planean- do la restructuración de su jardín, tuvo la oportunidad de conocer a sus perros y se acercó para decirle: “Señor juez, tiene usted una her- mosa afición”, elogiando luego a los animales y felicitándolo por los pre- mios que habían ganado. El efecto fue sorprendente. Ese mismo juez que se había mostrado seco y dis- tante lo invitó a conocer la perrera, le habló durante una hora del tema explicándole los detalles más minu- ciosos y, al final, antes de despedir- se, le preguntó si tenía hijos y, ante la respuesta afirmativa, le ofreció un cachorro como regalo. A McMahon le bastó con un simple comentario para fraguarse la amis- tad del juez y, de paso, llevarse a casa un cachorro que valía cientos de dólares. “Si hay un secreto del éxito –decía Henry Ford–, reside en la capacidad para apreciar el punto de vista del prójimo y ver las cosas desde ese punto de vista como desde el pro- pio”. Si quiere que los otros se inte- resen por algo, póngase en su posi- ción, piense qué les gusta, hábleles de lo que desean y muéstreles cómo conseguirlo. Haga como aquellos padres cuyo hijo tenía la mala cos- tumbre de mojar la cama y siempre le echaba la culpa a su abuela, que dormía con él. En lugar de repren- derle, se detuvieron a reflexionar sobre cuáles eran los deseos del niño. No les costó comprender que él quería sentirse mayor, y que eso significaba tener una cama propia y dormir con un pijama, como su padre. La madre lo llevó a una tien- da para que él mismo los escogiera y, al instalar la cama en su cuarto, en medio de la emoción, su padre se limitó a decirle: “¿No vas a mojar esta cama, verdad?”. “Por supuesto que no”, respondió el niño irguién- dose de orgullo y, en efecto, el pro- blema quedó superado. Cuando quiera usted conseguir que alguien haga algo, sólo habrá un medio para ello y es el de hacer que esa persona quiera hacerlo, el de darle a entender la forma en que ese algo le puede favorecer a él mismo. Intentar persuadir a alguien para hacer algo, limitándose a mos- trarle las ventajas que ese algo tiene para uno mismo, difícilmente logrará despertar su entusiasmo. Todo vendedor podrá corroborar que la mejor forma para convencer a alguien de realizar una compra consiste en indagar sobre sus nece- sidades y ofrecerle productos o ser- vicios que le ayuden a resolver sus propios problemas. Logre que los demás piensen como usted Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial y que desempeñó un rol crucial en la resolución de la misma –por lo que fue galardonado con el premio Nobel de la Paz-, sen- tenció lo siguiente: “Si vienes hacia mí con los puños cerrados creo poder prometerte que los míos se cerrarán más rápido que los tuyos”, y agregó que cuando la aproxima- ción es respetuosa y busca un diálo- go genuino, se advertirá rápidamen- te que las diferencias entre las dos partes nunca son tan grandes como se pensaba, y los puntos en común, en cambio, son mucho mayores de lo esperado. Lincoln sabía muy bien que “se atrapan más moscas con una gota de miel que con un barril de hiel”, y todas las grandes anécdotas de su vida contribuyen a corroborar su pensamiento de que la suavidad y la amistad son más poderosas que la furia y la fuerza. Si quiere usted evitar que los otros le cierren sus
  • 6. Cómo disfrutar de la vida y del trabajo puertas, entonces acérquese a ellos de forma amigable, incluso frente a aquellos con quienes tiene motivos para estar molesto. Así, cuando hable con alguien, no empiece discutiendo los puntos divergentes. Por el contrario, empiece por destacar, y siga desta- cando, todas aquellas cosas en las cuales están de acuerdo. A lo largo de la conversación, continúe acen- tuando los puntos en común y trate de hacer ver que, en el fondo, los dos persiguen los mismos propósi- tos. Cada “sí” que usted obtenga de su interlocutor es una puerta que se le abre. Cada “no”, por el contrario, será un obstáculo difícil de sortear, pues cuando alguien da una negati- va por respuesta, todo su orgullo le exigirá ser consecuente consigo mismo y difícilmente se retractará. “Tal vez comprenda más tarde que ese “no” fue un error –según explica el profesor Overstreet–, pero de todos modos tiene que tener en cuenta su preciado orgullo”. Hace 24 siglos, mientras deambula- ba por las plazas de Atenas, Sócrates se propuso evidenciar las contradicciones en que incurrían los que se creían poseedores de la ver- dad. Él sabía muy bien que si les lle- gaba con críticas y refutaciones, ninguno estaría dispuesto a dialogar con él y el ejercicio sería de escaso provecho. Por eso Sócrates se limi- taba a formular preguntas. Y siem- pre comenzaba por preguntar aque- llas cosas con las cuales sabía que su interlocutor estaría de acuerdo. Luego seguía ganando una afirma- ción tras otra, acumulando una abundante cantidad de “síes” a su favor, hasta que por fin, casi sin darse cuenta, su adversario se veía llegando a una conclusión que pocos minutos antes habría rechazado enérgicamente. Sócrates no pretendía hacer valer su propia verdad. De hecho, él mismo repetía a sus discípulos su clásico “sólo sé que no sé nada”. Si usted sigue considerando que es más inteligente que Sócrates, y que siempre lleva la razón, entonces en vez de perder el tiempo cuestionan- do los errores ajenos, debería estar disfrutando de los millones de dóla- res que le garantizaría el hecho de nunca errar, ni en las apuestas ni en los negocios. Aunque tenemos una extraña ten- dencia a pensar que si no llevamos la razón siempre, al menos la tene- mos la mayor parte de las veces, en realidad somos mucho más falibles de lo que estamos dispuestos a aceptar. Así como no nos gusta que nuestros errores se hagan públicos, tampoco sacamos nada con repro- char a otros sus propias faltas. Cuando, por ejemplo, usted le dice a otra persona que está equivocada y luego añade un “le voy a demos- trar cómo es en verdad”, lo que está insinuando es que usted es más listo que ella y, antes de terminar su primera frase, ya se habrá ganado un adversario. Sólo llega lejos quien pisa con suavi- dad. Si le resulta imperativo corre- gir a otro, hágalo con sutileza, con tal destreza que nadie piense que lo está haciendo. Incluso si está seguro de que el otro se equivoca, le resul- tará muchísimo más provechoso comenzar por una frase como “bien, escuche, yo pienso de otro modo, aunque quizá me equivoque”. Cuando alguien comete un error, a veces lo admite para sus adentros. Y si se le sabe llegar con suavidad y con tacto, quizá lo admita ante los demás e incluso llegue a enorgulle- cerse de su franqueza y ecuanimi- dad al hacerlo. Benjamin Franklin, uno de los hombres más capaces y diplomáticos de la historia nortea- mericana, escribió: “La forma modesta en que exponía mis opinio- nes les procuraba una recepción más pronta y menor contradicción”. Muy poco se obtiene de una discu- sión, sea ésta con un cliente, con el cónyuge o con algún adversario. R. V. Crowley, vendedor de una gran empresa de maderas de Nueva York, llegó a comprender un día que su compañía perdía mucho dinero debido a las discusiones que él ganaba. Si lo que usted quiere es ganar afecto o respeto o amistades, entonces es preferible que se abs- tenga de ganar peleas. Recuerde estas sabias palabras de Alexander Pope: “Se ha de enseñar a los hom- bres como si no se les enseñara, y proponerles cosas ignoradas como si fueran olvidadas”. Quizás usted no se gane un recono- cimiento público por su genialidad, pero si logra hacer que otras perso- nas se apropien de sus propias ideas, entonces éstas tendrán mucha mayor posibilidad de reali- zarse. Las palabras que pronunció el sabio chino Lao Tsé hace veinticinco siglos recogen esta actitud y encie- rran una sabiduría inigualable: “La razón por la cual los ríos y los mares reciben el homenaje de cien torrentes de la montaña es que se mantienen por debajo de ellos”. Al fin y al cabo, a nadie le gusta que lo obliguen a hacer las cosas y todos preferimos hacer aquellas que sen- timos como propias. Esto fue lo que comprendió Eugene Wesson tras perder incontables con- tratos por su afán de originalidad. Cada vez que visitaba a uno de los grandes estilistas de Nueva York, Wesson, que vendía modelos para fabricación de textiles, salía sin hacer ninguna venta. Después de un centenar de intentos, este hombre decidió cambiar su estrategia: acu- dió a un comprador con unos dibu- jos a medio hacer y le pidió el favor de que le ayudara a terminarlos. El comprador le dijo que los dejara allí unos días y, transcurridos estos, le dio algunas indicaciones sobre la mejor forma de completarlos. Wesson regresó con los dibujos aca- bados para presentarlos nuevamen- te. Todos ellos fueron aceptados por el cliente. Desde ese momento, a este diseñador le bastó con dejarle sentir a su cliente que las ideas eran de él para tener garantizado el contrato más constante y lucrativo de su vida. De la misma forma en que la gente prefiere hacer aquello que conside- ra suyo, las personas también se inclinan por aquellas alternativas que consideran más nobles. Por esto, si su propósito es influir en el comportamiento de alguien, detén- gase un instante a pensar en un motivo bueno y digno por el cual una persona realizaría determinada acción, y presénteselo de esa mane- ra. Así lo hacía Cyrus H. K. Curtis antes de convertirse en un prestigio- so editor: para que su revista obtu- viera artículos de escritores presti- giosos a quienes no estaba en condi- ciones de pagar una suma razona- ble, se limitó a ofrecerles un cheque de cien dólares que no iría para
  • 7. Cómo disfrutar de la vida y del trabajo ellos, sino para una institución de caridad. Asimismo, cuando Lord Northcliffe encontraba en los diarios una fotografía suya que no quería que se publicara, escribía una carta al director, y tras hablarle del respe- to y el amor que todos tenemos por la madre, le decía: “Le ruego que no vuelva a publicar esa fotografía mía. A mi madre no le gusta”. Técnicas sencillas para ejercer el liderazgo Un buen líder sabe llamar la aten- ción sobre los errores de otros e influir en sus comportamientos, de forma indirecta y sutil, evitando las reacciones airadas y los resentimien- tos que pueden suscitar en muchas personas las críticas u órdenes direc- tas. Los ejemplos prácticos que se presentan a continuación recogen algunas valiosas técnicas para asegu- rarse de que los otros quieran coope- rar, en lugar de rebelarse. En cierta ocasión, mientras Charles Schwab pasaba por uno de los talle- res metalúrgicos a su cargo, encon- tró a un grupo de obreros fumando bajo un letrero que decía “Prohibido fumar”. Su reacción, entonces, fue ejemplar; en vez de increparlos, se acercó a ellos y le ofreció un cigarrillo a cada uno, diciéndoles calurosamente: “Les agradeceré mucho, amigos, que fumen estos afuera”. Es una simple cuestión de tacto, que hace efecti- va la comunicación en todos los niveles. Cuando Lyman Abbot fue invitado a pronunciar un discurso con ocasión de la muerte del prominente Henry Ward Beecher, escribió con muchísi- mo esmero unas palabras solemnes, que una vez concluidas leyó ante su esposa. Aunque ésta se percató de que el discurso era muy pobre y sólo lograría despertar bostezos en el auditorio, se limitó a sugerirle de forma elogiosa que ese discurso sería un excelente artículo para una revista literaria. Abbot lo compren- dió inmediatamente, rasgó los papeles y el día de la ceremonia pronunció una efusiva prédica sin usar siquiera notas para ello. En ciertas ocasiones, la mejor forma de corregir a otra persona consiste en aludir primero a los propios erro- res antes de criticar los del otro, pues para cualquier persona será mucho más fácil escuchar una lista de sus propios defectos cuando esta viene de alguien que ha admitido, con humildad, los suyos propios. Esto lo supo muy bien E. G. Dillistone, ingeniero de Brandon, en Canadá, quien sabía que una simple reprimenda no bastaría para que su nueva secretaria dejara de incurrir en tantos errores de ortografía. Él mismo, como muchos ingenieros, se había enfrentado personalmente a ese problema y por eso había decidi- do utilizar una pequeña libreta alfa- betizada en la que anotaba el modo correcto de escribir ciertas pala- bras. Así, a la siguiente carta plaga- da de faltas, se acercó a su secreta- ria y, tras decirle que había encon- trado una palabra que creía mal escrita, le explicó que él mismo siempre tenía problemas con esa palabra; así le contó, a continua- ción, que por eso había confecciona- do un pequeño diccionario personal, que sacó de su bolsillo para consul- tar la forma correcta del término. Dillistone nunca supo si ella había copiado luego su sistema, pero lo cierto es que los errores comenza- ron a disminuir de forma acelerada. En lugar de dar órdenes e imponer reprimendas, un líder sabe motivar a los otros con las pautas indicadas, haciendo las preguntas correctas y despertando su motivación. Esto fue lo que hizo Ian Macdonald, director general de una pequeña empresa especializada en piezas para máqui- nas, cuando recibió una lucrativa oferta por un pedido muy grande, pero con un plazo de entrega tan restringido que difícilmente lograría cumplir. Antes de aceptar y firmar el contrato, Macdonald convocó una reunión general y les explicó a sus empleados la situación, aclarándo- les los beneficios que para la com- pañía supondría el hecho de aceptar dicha propuesta. Después les pre- guntó acerca de si se les ocurrían algunas ideas sobre cómo ajustar los procesos de producción para llegar a cumplir con la entrega. Todos los empleados aportaron, entonces, sus opiniones y asumieron como propio el reto, sintiendo que podían hacer- lo. En efecto, el contrato fue acep- tado y las piezas fabricadas y entre- gadas en la fecha pactada. Finalmente, si no quiere ganarse la enemistad o el rencor del otro, per- mítale siempre salvar su prestigio. En cierta ocasión, la General Electric Company se vio en la peno- sa obligación de retirar a Charles Steinmetz de la dirección del departamento de cálculos, pues aunque se trataba de un genio de primer orden en todo lo relacionado con la electricidad, su labor en ese cargo directivo estaba siendo deplo- rable. El problema era que la com- pañía no quería perder bajo ningu- na circunstancia a un hombre tan valioso y, para poner las cosas aún más complicadas, todos sabían que se trataba de una persona muy sen- sible. Entonces se les ocurrió una idea magnifica. Le ofrecieron a Steinmetz el pomposo cargo de “Ingeniero Consultor de la General Electric Company”, permitiéndole que dejara el puesto que venía ocu- pando y se mantuviera en la compa- ñía haciendo aquello en lo cual era una figura destacadísima y, de paso, salvando su propia reputación al sentir aquello como un homenaje. Conclusión El prestigioso psicólogo Alfred Adler, discípulo de Freud, sostuvo lo siguiente:“El individuo que no se interesa por sus semejantes es quien tiene las mayores dificulta- des en la vida y causa las mayores heridas a los demás. De esos indivi- duos surgen todos los fracasos humanos”. Muchas veces nuestra propia cegue- ra individualista nos inclina a des- cuidar las relaciones con los otros en el afanoso intento por alcanzar nuestras metas. Pero si algo tienen en común todas estas pautas para enfrentar las situaciones cotidianas y tener una vida plácida y valiosa, es la forma en que resaltan la impor- tancia de asumir la perspectiva del otro; sin sacrificar por ello la propia autenticidad, en el mismo intento por satisfacer los intereses legítimos de los demás podremos alcanzar nuestros propios propósitos.