El documento habla sobre el llamado de la Iglesia a vivir en pobreza y servir a los más necesitados, siguiendo el ejemplo de Jesucristo. También señala que durante la Cuaresma los cristianos deben reflexionar sobre si están del lado de los "crucificadores" o del "Crucificado", y acogerse a la misericordia de Dios mediante la confesión para prepararse a celebrar la Pascua. Finalmente, anima a los creyentes a aprovechar este tiempo para volver a Dios y vivir fielmente su
1. Arzobispado de Arequipa
Domingo
15 Marzo
del 2015
LA ColumnA
De Mons. Javier Del Río Alba
DE CRUCIFICADORES AL CRUCIFICADO
El Papa Francisco nos recordó hace un tiempo
que así como Jesucristo nos ha querido salvar
haciéndose pobre por nosotros, también la
Iglesia está llamada a cumplir su misión desde
la pobreza, personal y comunitaria, animada
por el Espíritu Santo. Esto significa que no es
propio de la Iglesia buscar el poder temporal ni
acumular riquezas o bienes materiales. Ni
siquiera hemos de poner nuestra confianza en
contar con una gran organización humana o
con una superestructura que no deje lugar al
Espíritu Santo. En este sentido, todo aquello
que tenga que ver con la Iglesia, desde los
medios materiales y humanos hasta sus
aspectos administrativos, sólo son admisibles
en la medida en que estén completamente
orientados a llevar la buena noticia del
Evangelio a todos los hombres, especialmente
a los más pobres y necesitados.
Como dijo el Papa: «A imitación de nuestro
Maestro, los cristianos estamos llamados a
mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas,
a hacernos cargo de ellas y a realizar obras
concretas a fin de aliviarlas». Algo similar dijo
el Papa Benedicto XVI al comenzar hace
algunos años su pontificado: No son los
crucificadores ni los opresores los que salvan
al mundo, sino que aquel que ha salvado al
mundo es el Crucificado, Jesús que cargó con
nuestros pecados y que muriendo por nosotros
nos obtuvo del Padre la salvación eterna. Del
mismo modo, los cristianos estamos llamados
a dar la vida por el mundo, un poco cada día, en
el lugar y estado de vida en que nos
encontremos. «Así mientras nosotros
morimos, el mundo recibe la vida», diría san
Pablo.
El tiempo de Cuaresma es un tiempo de gracia
para la conversión; es decir, un tiempo en el
cual, desde el Cielo, Dios nos envía su gracia
para hacer posible que reconozcamos
nuestros pecados, nos arrepintamos de ellos,
nos acojamos a su misericordia, volvamos a Él
y cambiemos de conducta. En este contexto, la
Cuaresma es propicia para que los cristianos
recordemos que por el bautismo hemos
entrado a formar parte de la Iglesia y, por tanto,
a participar activamente en su misión salvífica
en favor de todos los hombres. Y si esto es así,
debemos entonces preguntarnos cómo
estamos viviendo nuestra fe en la familia, en el
barrio, la sociedad, el centro de estudios o el
trabajo. ¿Nos dejamos llevar por el Espíritu de
Cristo? ¿En nuestra vida cotidiana, estamos
de parte de los crucificadores o del
Crucificado? ¿Amamos a Dios sobre toda las
cosas o amamos más a las riquezas, los
placeres y el poder? ¿Amamos al prójimo
como a nosotros mismos, somos solidarios
con los que sufren, comprensivos con las
personas que nos rodean y generosos con los
pobres; o por el contrario somos déspotas,
malgeniados y egoístas?
No tengamos miedo de reconocer si en algo
nos hemos alejado de Dios y del prójimo. Por el
contrario, aceptemos nuestra realidad y
aprovechemos estos días de Cuaresma para
volver a Dios, volver al amor que Él nos tiene y,
acogiéndonos a su perdón en el sacramento
de la Confesión, preparémonos para celebrar
la Semana Santa completamente dispuestos
para recibir la gracia que Dios nos enviará en la
Pascua. De esa manera podremos comenzar
una nueva etapa de nuestra vida, fieles a Dios
y fieles a los hermanos, y podremos
experimentar lo estupendo que es vivir de esa
manera.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa