1. El
Azar:
un
milagro
al
revés
Paul
Virilio
Jorge
Echavarría
Carvajal
Departamento
de
estudios
filosóficos
y
culturales
Facultad
de
ciencias
humanas
y
económicas
Universidad
Nacional
de
Colombia
0. Catástrofes,
optimismo,
ruinas
Según
nos
relata
François
Walter
(
2008),
el
ilustrado
siglo
XVIII
vio
mermado
y
cuestionado
su
optimismo
racionalista
ante
una
serie
de
catástrofes,
de
emergencias
azarosas
y
caóticas:
Terremoto
de
Lisboa
en
1755,
otro
en
Messina
en
1783,
la
peste
de
Marsella
en
1720,
peste
en
Moscú
en
1771,
la
inundación
de
Grenoble
en
1733…
Numerosos
grabados
y
reacciones
escritas
se
conservan,
pero
especialmente
el
terremoto
de
Lisboa
conmueve
a
espíritus
como
el
de
Voltaire,
quien
compone
un
largo
poema
que
concluye:
“(…)
Nuestras
penas,
nuestros
pesares,
y
pérdidas,
sin
número
quedan.
Para
nosotros
el
pasado
sólo
es
un
triste
recuerdo;
El
presente
es
horrendo,
si
no
hay
porvenir,
Si
la
noche
de
la
tumba
el
ser
que
piensa,
destruye
Un
día
todo
estará
bien,
he
allí
nuestra
esperanza
Hoy
todo
está
bien,
he
allí
la
quimera
Los
sabios
me
engañaban,
y
sólo
Dios
tiene
razón.”
Esta
conmoción
tendrá
también
su
prolongación
en
el
naciente
siglo
XIX,
que
ve
impotente
como
el
naufragio
del
barco
“Medusa”,
empeñado
en
una
misión
colonial
en
África
naufraga
(1816)
sin
poder
cumplir
su
cometido
de
colonizar
Senegal1.
Hacinados
los
sobrevivientes
en
precarios
botes,
sin
agua
ni
comida,
se
verán
obligados
a
incurrir
en
el
canibalismo
para
sobrevivir,
hasta
su
rescate
doce
días
después:
sólo
hubo
doce
sobrevivientes,
lo
que
indignó
y
aterró
la
sociedad
francesa.
De
este
episodio
salió
la
gran
pintura
“Le
Radeau
de
la
Méduse”
(La
Balsa
de
la
Medusa),
en
1819,
pintada
por
Thédore
Gerícault
(Rouen
1791-‐
París
1824).
Con
gran
sutileza
y
empleando
una
retórica
grandilocuente
que
incluso
es
una
declaración
política
ante
la
decadencia
del
Imperio,
Gerícault,
quien
moriría
en
plena
juventud
al
caer
de
un
1
Partieron
del
puerto
de
Rochefort,
con
362
pasajeros,
junto
a
otras
tres,
la
corbeta
l’Echo,
la
gabarra
Loire,
y
el
bergantín
l’Argus,
bajo
el
mando
del
conde
de
Chaumareix
(Hugues
Duroy
de
Chaumareix),
un
oficial
inactivo
de
la
armada
durante
veinticinco
años,
y
a
cuya
incompetencia,
dando
órdenes
y
contraórdenes,
se
atribuyó
el
gran
desastre.
Tras
el
naufragio,
ante
las
costas
africanas,
el
2
de
julio
de
1816,
el
capitán,
contradiciendo
las
normas
y
costumbres
de
la
marina,
utilizó
los
botes
de
salvamento
para
sí
mismo
y
sus
oficiales,
dejando
a
su
suerte
a
un
grupo
de
unos
ciento
cuarenta
y
nueve
soldados.
(http://www.patasdeloro.com/spip.php?article6)
2. caballo,
realiza
la
pintura
más
importante
del
siglo
XIX
en
torno
a
esta
catástrofe,
instalada
en
ese
espíritu
romántico
que
glorifica
la
ruina,
lo
oscuro
e
instintivo.
Esta
contracara
del
romanticismo
optimista,
libertario,
producirá
una
abundante
iconografía
y
literatura
acerca
de
los
poderes
ocultos
del
caos
y
lo
bárbaro.
Precisamente,
cruzando
el
canal,
en
Inglaterra,
en
1830,
en
la
cima
de
su
carrera,
el
arquitecto
John
Soane
hizo
una
exposición
de
su
obra
en
la
Royal
Academy
de
Londres.
Soane
había
descubierto
en
Italia
la
obra
de
Piranesi
y
sus
lóbregas
cárceles.
Protegido
el
primer
ministro
y
arquitecto
oficial
de
la
corona,
Soane
realizó
diversas
obras
públicas
y
privadas
de
estilo
neoclásico,
incorporando
detalles
tomados
de
ruinas
clásicas2.
S
obra
cumbre
es
el
edificio
del
Banco
de
Inglaterra,
y
precisamente
para
la
exposición
de
1830,
encargó
a
Joseph
Michael
Gandy,
otro
arquitecto
y
pintor,
una
perspectiva
del
recientemente
terminado
edificio
del
Banco
en
ruinas.
Esta
sensibilidad
de
ver
tras
la
edificación
la
ruina
que
llegaría
esta
ser
irremediablemente,
ilustra
la
huella
profunda
de
las
sensibilidad
romántica,
que
se
replica
en
el
jardín
inglés,
al
que
se
siembran
ruinas
artificialmente
construidas
para
propiciar
la
melancólica
relación
con
el
pasado,
especie
de
“memento
mori”
del
siglo
XIX.
Este
espíritu
es,
de
algún
modo,
transnacional:
las
pinturas
del
alemán
Caspar
David
Friedrich
(1774-‐1840)
son
la
mejor
ilustración
de
tal
apego
estético
y
ético
a
la
ruina,
testigo
inerme
frente
al
destructor
paso
del
tiempo,
que
disuelve
las
formas
orgullosas
y
las
devuelve
a
la
tierra:
Friedrich
pinta
monasterios
hace
ya
tiempo
inhabitables,
naufragios
en
los
polos,
cementerios
que
escasamente
se
dejan
ver
entre
la
vegetación
y
las
murallas
derruidas,
ruinas
clásicas,
etc.
El
espíritu
romántico
nace
paralelamente
con
el
de
la
modernidad
lumínica,
la
de
la
ilustración:
de
algún
modo,
puede
afirmarse
que
al
contrario
de
su
oscuro
compañero,
la
modernidad
afirma
su
confianza
irrestricta
en
el
progreso
como
antídoto
de
la
fortuna,
la
voluntad
divina,
el
destino.
Su
proyecto
científico,
llevado
a
todos
los
ámbitos,
de
la
naturaleza
a
la
sociedad,
se
base
en
el
cálculo
de
riesgos:
cálculo
del
azar,
medida,
racionalización,
metrización
de
lo
imprevisto,
reducción
de
lo
indeterminado.
Corresponde
pues
a
un
momento
optimista,
eufórico…pero,
a
más
calculo
racional,
más
facetas
se
despliegan
como
desconocidas
y
revelando
el
futuro
como
incierto
y
riesgoso3.
Hoy
día,
el
viejo
sueño
de
la
modernidad
sólida
de
organizar,
controlar
y
diseñar
la
realidad
(sueño
utópico
tanto
de
derecha
como
de
izquierda)
ha
fracasado
rotundamente,
tras
los
muchos
experimentos
sociales
que
se
fueron
derrumbando
uno
a
uno.
1. Velocidad
y
cronopolítica
Estamos
ya
aceleradamente
lejos
de
la
politización
de
la
tecnología
de
velocidad
ferroviaria
que
aparece
con
Audibert,
el
ingeniero
de
ferrocarriles,
quien
decía
cuando
se
dieron
a
conocer
las
vías
férreas
en
el
siglo
XIX,
‘Si
logramos
hacer
que
los
trenes
lleguen
a
la
hora
en
punto,
habremos
dotado
a
la
humanidad
del
instrumento
más
eficaz
para
la
construcción
del
nuevo
mundo’
,
y
este
medio
se
llama
la
cronopolítica,
según
la
propuesta
de
Virilio.
No
debe
2
El
Sir
John
Soane's
Museum
conserva
su
legado,
en
el
distrito
de
Holborn
,
en
el
centro
de
Londres,
en
Lincoln's
Inn
Fields.
3
“Si
fuera
posible
representar
el
conocimiento
como
una
esfera
cuyo
volumen
aumenta
sin
cesar,
la
superficie
de
contacto
con
lo
desconocido
crecería
de
forma
desmesurada”
Francesco
di
Castri
3. olvidarse
que
el
reloj
de
bolsillo
fue
uno
de
los
primeros
objetos
que
sincronizó
los
tempos
de
todos
los
miembros
de
una
sociedad,
penetrando
rápidamente
y
haciéndose
el
objeto
de
deseo,
de
legado
y
de
posesión
más
valioso.
De
ese
reloj
a
la
cadena
de
montaje
y
a
la
realidad
transmitida
en
tiempo
real,
sólo
hay
de
por
medio
tecnologías
cada
vez
más
eficientes.4
El
sociólogo
alemán
contemporáneo
Ulrich
Beck
aclara
que
la
modernización
reflexiva,
la
de
nuestro
tiempo,
sucede
a
su
etapa
“simple”,
y
ello
lleva
a
la
autoconfrontación
de
la
modernidad
consigo
misma,
al
hacer
el
tránsito
de
sociedad
industrial
a
sociedad
de
riesgo:
emergen
siempre
consecuencias
colaterales
latentes.
La
expansión
de
opciones
que
nos
despliega
nuestro
mundo,
no
está
disociada
de
la
atribución
de
riesgos,
es
decir,
a
mayor
posibilidad
de
tomar
varias
decisiones,
se
despliegan
cada
vez
más
riesgos.
Empero,
los
riesgos
no
son
más
que
la
secularización
de
la
fortuna,
y
como
ella,
han
devenido
mitológicos:
hemos
pasado
de
un
destino
producido
metasocialmente
(
Dios,
la
naturaleza…)
a
un
destino
producido
socialmente.
Como
propone
Beriain
(1996),
de
la
sociedad
industrial
de
clases,
que
se
basa
en
la
producción
y
distribución
de
riqueza,
hemos
transitado
hacia
la
sociedad
de
riesgo,
ocupada
en
la
producción,
el
reparto
y
división
de
estos.
Estos
riesgos
son
los
que
en
la
óptima
teórica
de
Paul
Virilio
aparecen
denominados
como
accidentes,
los
que
tienen
un
estatuto
central
en
nuestro
imaginario
colectivo,
y
que
revelan,
de
paso,
la
necesidad
de
un
nuevo
modo
de
inteligencia,
no
basado
en
el
orgullo
tecnocientífico,
humillado
por
los
efectos
colaterales
e
imprevistos
de
su
actividad
en
el
mundo,
sino
en
la
responsabilidad.
En
casi
la
misma
tónica,
está
el
discurso
de
Jean-‐Pierre
Dupuy5,
un
“catastrofismo
ilustrado”
que
llama
a
considerar
el
desastre
inevitable
y
a
ponerlo
en
el
futuro,
planificando
para
el
postdesastre,
planteando
de
frente
la
“virtud
pedagógica
de
las
catástrofes”.
2. La
dromología,
la
guerra
y
la
política
La
obra
de
Paul
Virilio
(
1932),
hijo
de
un
padre
italiano
y
una
bretona,
está
marcada
por
la
guerra
relámpago
alemana
(Blitzkrieg)
durante
la
Segunda
Guerra
Mundial,
y
el
posterior
bombardeo
aliado
sobre
Nantes:
su
primer
interés
académico
son
las
ruinas
de
las
15000
fortificaciones
construidas
por
los
alemanes
sobre
la
costa
atlántica
para
repeler
la
invasión
aliada6.
Estas
ruinas
impresionan
su
sensibilidad
intelectual,
y
le
llevan
a
formular
la
ecuación
entre
guerra
y
progreso,
entre
velocidad
y
política,
que
servirán
como
marco
para
leer
nuestro
tiempo.
La
fenomenología
de
Husserl
y
de
Merleu-‐Ponty
serán
sus
compañeros
teóricos
en
esta
aventura:
la
sociedad
moderna
tiene
en
la
guerra,
productora
de
modelos
tecnológico
militares,
su
molde,
y
en
la
dromología7,
concepto
que
designa
la
aceleración
sin
pausa
de
esta
cultura,
su
motor.
4
Ver
De
Vries,
Jan.
La
revolución
industriosa.
Consumo
y
economía
desde
1650
hasta
el
presente.
Barcelona:
Crítica,
2009
(
pp.
15-‐17)
5
Jean-‐Pierre
Dupuy,
Pour
un
catastrophisme
éclairé.
Quand
l'impossible
est
certain,
Paris
:
Seuil,
2002,
216
p.,
y
también
Petite
métaphysique
des
tsunamis.
Paris:
Seuil,
2005,
107
p.
6
Bunker
Archaeology.
New
York:
Princeton
Architectural
Press,
1994
7
Ya
presente
en
la
observación
del
historiador
francés
Marc
Bloch:
“Una
característica,
especial
entre
todas,
contrapone
la
civilización
contemporánea
a
aquellas
que
le
han
precedido:
la
v elocidad.”
4. La
teoría
del
accidente8
de
Paul
Virilio
sugiere
que
cuando
se
crea
e
introduce
una
tecnología,
al
tiempo
se
engendran
las
fallas,
accidentes
y
errores
que
infectan
la
máquina.
Tecnología
y
accidente9
están
en
una
relación
dinámica:
en
tanto
más
compleja
es
la
tecnología,
más
evasivos
son
los
fallos
que
se
presentan
y
crean
un
mal
funcionamiento
absolutamente
imprevisible.
Así,
cada
nueva
tecnología
es
el
intento
por
ordenar
el
desorden
del
sistema
inducido
por
la
tecnología
dominante
anterior,
y
expulsar
la
influencia
caótica
del
accidente.
“El
accidente
es
un
milagro
invertido,
un
milagro
secular,
una
revelación.
Cuando
se
inventa
el
barco,
se
inventa
también
el
naufragio;
al
inventar
el
aeroplano,
se
inventa
el
accidente
aéreo;
cuando
se
inventa
la
electricidad,
se
inventa
la
electrocución…cada
tecnología
implica
su
propia
negatividad,
inventada
al
mismo
tiempo
que
el
progreso
tecnológico
(1999:
89).
Así,
frente
al
optimismo
moderno,
Virilio
replica:
«
…la
ciencia
ha
devenido
el
arsenal
de
los
accidentes
mayores,
la
gran
fábrica
de
las
catástrofes,
mientras
llegan
los
cataclismos
del
hiperterrorismo”.
Esta
tradición
de
mirar
el
accidente
tiene
un
largo
recorrido
en
filosofía:
para
Aristóteles,
el
accidente
es
lo
contingente,
aquello
que
puede
variar
sin
que
se
altere
la
sustancia10.
En
nuestro
tiempo,
y
de
mano
de
Virilio,
en
cambio,
la
aceleración
propia
de
la
mundialización
“globalizada”
ha
hecho
que
lo
invariable
sea
el
accidente
mientras
que
la
sustancia
se
ha
tornado
contingente.
Cada
nueva
producción
científica
es,
al
mismo
tiempo,
la
invención
de
un
nuevo
accidente
específico.
No
como
algo
“colateral”,
sino
como
un
componente
propio
que
revela
esa
nueva
sustancia.
Si
la
técnica
se
adelanta
y
toma
por
sorpresa
a
los
usuarios,
también
está
delante
de
la
mentalidad
de
sus
realizadores:
los
científicos
y
tecnólogos
no
ven
los
accidentes
que
sus
innovaciones
conllevan,
una
especie
de
ceguera
que
se
“cura”
cuando
el
accidente
revela
la
nueva
catástrofe.
La
velocidad
dromológica
supone
que
“Esta
circunstancia
determina,
a
su
vez,
una
segunda
característica:
el
accidente,
generalización
progresiva
de
acontecimientos
catastróficos
que
no
sólo
afectan
la
realidad
actual,
sino
que
también
son
causa
de
ansiedad
y
angustia
para
las
generaciones
venideras”,
según
explica
Virilio.
Así,
la
dromología
es
resposable
del
desarrolllo
exponencial
de
accidentes,
en
lo
que
podría
denominarse
una
industrialización
de
la
catástrofe.
De
este
modo,
una
sociedad
que
privilegia
la
velocidad
del
presente
-‐
en
tiempo
real
-‐
en
detrimento
tanto
del
pasado
y
del
futuro,
también
privilegia
el
accidente.
3. Ecos
literarios
La
obra
del
escritor
británico
J.G.
Ballard
(
1930-‐2009)
ilustra
e
forma
estupenda
la
visión
catastrófica
de
Virilio:
sus
novelas
y
cuentos
muestran
como
la
accidentalidad
automovilística
(
Crash,
197311)
supone
un
nuevo
erotismo
engendrado
en
corazón
del
accidente;
que
sequías
o
inundaciones
representan
parte
del
cuadro
del
futuro
de
nuestro
planeta
y
que
ello
hará
que
8
Incidente,
accidente,
catástrofe,
cataclismo:
lo
que
surge
de
modo
imprevisto,
ex
abrupto…
“Progreso
y
catástrofe
son
las
dos
caras
de
la
misma
moneda”
H.
Arendt
10
Accidente
como
“aparición
de
una
cualidad
de
la
cosa
que
se
hallaba
enmascarada
por
otra
de
sus
cualidades”,
P.
Valéry
11
Hay
una
película
que
lo
adapta,
de
David
Cronenberg,
1996
9
5. la
sustancia
de
este
se
revele
de
otras
maneras
(La
sequía,
1964
y
El
mundo
sumergido
,
1962),
o
que
nuestros
orgullosos
rascacielos
generen
catástrofes
sociales
que
harán
presente
el
estado
de
caos,
insospechado,
entre
sus
habitantes(
Rascacielos,
1975):
"La
espectacular
vista
de
la
terraza
siempre
recordaba
a
Laing
los
sentimientos
ambivalentes
que
el
paisaje
de
cemento
despertaba
en
él.
Era
obvio
que
parte
de
esta
seducción
había
que
atribuirla
al
hecho
de
que
éste
era
un
ambiente
construido
no
para
el
hombre
sino
para
la
ausencia
del
hombre“
"Los
habitantes
del
edificio
parecían
criaturas
de
un
zoológico
en
penumbras,
conviviendo
en
una
calma
hostil
y
atacándose
de
vez
en
cuando
en
fugaces
estallidos
de
ferocidad“
"El
aspecto
decadente
del
rascacielos
era
un
modelo
del
mundo
que
los
esperaba
en
el
futuro,
un
paisaje
más
allá
de
la
tecnología
donde
todo
estaba
en
ruinas".12
Su
cuento
“Catástrofe
aérea”13
,
muestra
la
emergencia
inevitablemente
caótica
del
accidente
con
el
avión
más
grade
del
mundo:
“La
noticia
de
que
el
avión
más
grande
del
mundo
se
había
hundido
en
el
mar
cerca
de
Mesina,
con
mil
pasajeros
a
bordo,
me
llegó
a
Nápoles,
donde
estaba
cubriendo
el
festival
de
cine.
Apenas
unos
pocos
minutos
más
tarde
de
que
las
primeras
informaciones
de
la
catástrofe
fueran
transmitidas
por
la
radio
(el
mayor
desastre
de
la
historia
de
la
aviación
mundial,
una
tragedia
similar
a
la
aniquilación
de
toda
una
ciudad),
mi
redactor
jefe
me
telefoneó
al
hotel.
-‐Si
aún
no
lo
has
hecho,
alquila
un
coche.
Baja
hasta
allí
y
ve
lo
que
puedes
conseguir.
Y,
esta
vez,
no
olvides
tu
cámara.
-‐No
habrá
nada
fotografiable
-‐hice
notar-‐.
Un
montón
de
maletas
flotando
en
el
agua.
-‐No
importa.
Es
el
primer
avión
de
este
tipo
que
se
estrella.
¡Pobres
diablos!
Eso
tenía
que
ocurrir
algún
día”
Virilio
propone,
en
un
acto
filosófico,
político
y
pedagógico,
la
creación
del
Museo
del
Accidente:
«Exponer
el
accidente,
todos
los
accidentes,
desde
el
más
banal
al
más
trágico,
de
las
catástrofes
naturales
a
los
accidentes
industriales
y
científicos,
pero
además
exponer
también
el
accidente
feliz,
del
golpe
de
suerte
al
flechazo
amoroso,
¡
y
hasta
el
golpe
de
gracia
!
Exponer
el
accidente
para
no
estar
sólo
expuestos
al
accidente.».
Esto
sale
como
deriva
de
la
exposición
"Ce
qui
arrive",
realizada
en
2003
en
la
Cartier
Foundation
for
Contemporary
Art.
Allí
fuer0n
convocados
para
mostrar
sus
versiones
de
este
museo
los
artistas
Svetlana
Alexievitch,
Dominic
Angereme,
Jem
Cohen,
Bruce
Conner,
Cai
Guo-‐Qiang,
Peter
Hutton,
Jonas
Mekas,
Aernout
Mik,
Tony
Ourler,
Artavazd
A.
Pelechian,
Nancy
Rubins,
Wolfang
Staehle,
Moira
Tierney,
Andrei
Ujica,
Stephen
Vitiello,
Lebbeus
Woods
y
Alexis
Rochas.
Virilio
va
refinando
su
pensamiento
en
torno
a
este
inevitable
compañero
de
la
tecnología,
y
muestra
la
necesidad
del
paso
de
una
“philosophie”
a
una
“philofolie”:
amor
a
lo
impensado
12
Barcelona,
EDHASA,
1982
The
Air
Disaster,
1975,
en
Nueva
Dimensión
#
139,
1981
13
6. radical,
donde
el
carácter
insensato
de
nuestros
actos
no
sólo
dejaría
de
alarmarnos
conscientemente,
sino
que
nos
embelesaría,
nos
seduciría…
4. De
los
terrores
del
siglo
XIX
a
los
nuestros:
accidente
y
política
La
sensibilidad
del
siglo
XVIII,
conmovida
por
la
emergencia
de
caos
y
azar
en
un
mundo
que
pretendía
científica
y
racionalmente
bajo
control,
tiene
un
reflejo
en
nuestra
contemporaneidad:
el
siglo
XXI
nace
bajo
el
signo
del
terror
ante
la
posible
falla
informática
del
cambio
de
milenio,
los
atentados
del
11
de
septiembre
de
2001
en
New
York,
el
Tsunami
de
2004
en
Indonesia,
los
atentados
en
Madrid
en
2004,
la
destrucción
de
Nueva
Orleans
después
del
huracán
Katrina
en
2005,
el
terremoto
en
Haití
2010,
el
pánico
por
la
supuesta
pandemia
virus
H1N1
a
partir
de
2006,
el
desastre
nuclear
en
Japón
2011,
los
pronosticados
efectos
nefastos
del
cambio
climático,
o
el
llamado
“Fin
del
mundo”
según
las
“profecías
mayas”
en
2012.
Esta
sensibilidad
de
desastre
que
nos
hermana
con
nuestros
abuelos
románticos,
muestra,
según
Walter
(2008)
una
continuidad
de
sensibilidades
y
reacciones
afectivas
frente
al
desastre,
al
azar:
autoincriminación
por
una
falta,
en
la
que
los
humanos
han
de
asumir
la
culpa
que
genera
sus
calamidades.
En
el
mundo
contemporáneo,
la
falta
sería
colectiva
e
inscrita
en
el
modo
de
vida,
desplazando
la
emergencia
del
azar
a
denunciar
la
irresponsabilidad
de
las
actividades
humanas.
En
lugar
de
actos
de
penitencia,
hoy
son
las
cumbres
globales
y
las
reuniones
el
escenario
de
expiación.
Ello
tal
seguramente
revela
a
la
secularización
como
el
mito
ilustrado
por
excelencia:
análisis
racional
no
se
muestra
superior
a
lo
simbólico,
lo
afectivo,
lo
emocional,
argumentos
que
surgen,
no
importa
dónde
o
en
qué
época,
frente
a
la
catástrofe
caotizante.
Así,
lo
emotivo
será
por
excelencia
la
puesta
en
escena
discursiva
de
la
catástrofe,
la
base
de
construcción
de
su
paisaje.
Sin
embargo,
anota
Virilio
que
hoy
reina
la
confusión
entre
atentado
y
accidente
tras
el
9-‐11:
cualidad
del
accidente
es
usada
como
arma:
en
este
sentido,
una
invención.
Pero
además,
estamos
en
el
umbral
de
cambiar
el
accidente
de
la
sustancia,
por
el
accidente
de
la
información14.
Tanto
la
democracia
liberal
como
los
totalitarismos,
frente
al
accidente,
no
son
tan
diferentes:
ambos
tratan
de
domesticar
el
accidente,
ahogando
lo
real:
represión
y
censura,
escamoteo
de
información,
mecanismos
de
la
tiranía,
o
saturación
de
información
catastrófica
hasta
el
acostumbramiento,
el
de
las
democracias.
El
pánico
anula
el
lugar
de
la
reflexión
y
los
medios
se
hacen
cargo,
no
ya
de
la
demanda
de
reflexión
colectiva,
sino
de
una
demanda
de
emoción
colectiva,
estrategia
que
también
conocen
y
usan
los
terroristas.
Aquí,
el
Museo
del
accidente
interviene
profilácticamente,
exponiendo
la
imposible
erradicación
y
evitación
del
accidente,
y
descubriendo
su
ocultamiento
mediático
al
advertir
acerca
de
la
posibilidad
de
una
catástrofe
universal
latente.
La
“sincronización
de
las
emociones
colectivas”15
(
democracia
de
emoción,
no
de
opinión,
favorecida
por
las
tecnologías
de
información
masiva)y
la
“administración
del
miedo
público”
14
The
Information
Bomb.
London:
Verso,
2000
(
hay
traducción
española)
“Hoy
vivimos
bajo
el
régimen
de
una
comunidad
de
emoción,
estamos
en
lo
que
he
llamado
un
comunismo
de
los
afectos:
resentir
la
misma
emoción,
en
el
mismo
instante.
El
11
de
septiembre
de
15
7. (el
pánico
como
argumento
central
de
la
política)
son
instrumentos
letales,
que
favorecen
la
manipulación
masiva,
en
detrimento
de
las
posibilidades
de
acción
política
eficaces:
“Siempre
se
infunde
miedo
en
nombre
del
bien”.
El
terror
es
la
concretización
de
la
ley
del
movimiento.
El
terror
es
hoy
indisociable
de
la
velocidad.
La
temática
de
la
velocidad
es
también
la
cuestión
de
la
sorpresa,
y
la
sorpresa
es
el
miedo.
La
crisis
financiera
mundial
que
estalló
en
2008
no
es
sólo
un
problema
financiero,
sino
un
derivado
de
la
velocidad.
Las
cotizaciones
automatizadas
entre
bancos,
realizadas
por
plataformas
automáticas,
jugaron
un
papel
central
en
la
crisis.
La
gestión
del
miedo
–a
la
bomba,
al
desastre
ecológico,
al
terrorismo,
al
desempleo,
al
inmigrante,
a
la
inseguridad–
se
ha
vuelto
el
principal
instrumento
de
gestión
política.
De
esa
estrategia
nació
otra
amenaza:
la
vigilancia,
el
seguimiento,
la
trazabilidad
de
los
individuos.
Hasta
podemos
pensar
que,
mañana,
la
noción
de
identidad,
de
documento
de
identidad,
será
remplazada
por
la
trazabilidad
de
las
personas,
como
pone
hoy
en
escena
ya
no
el
“Big
Brother”
de
Orwell,
sino
la
serie
de
TV
“Person
of
Interest”.
Una
vez
que
se
controlan
todos
los
movimientos
de
un
individuo,
la
cuestión
de
su
identidad
pierde
todo
interés.
Basta
con
recabar
informaciones
sobre
sus
movimientos
y
la
velocidad
para
localizar
la
persona
o
el
producto.
La
democracia
es
la
reflexión
común
y
no
el
reflejo
condicionado.
No
existe
opinión
política
sin
una
reflexión
común.
Pero
hoy
lo
que
domina
no
es
la
reflexión
sino
el
reflejo.
Lo
propio
de
la
instantaneidad
consiste
en
anular
la
reflexión
en
provecho
del
reflejo.
Virilio
propone
un
antídoto
irónico:
crear
un
“Ministerio
del
Tempo”
para,
como
en
la
música,
regular
los
ritmos
de
la
vida:
Debemos
reflexionar
sobre
el
ritmo.
Como
en
la
música,
nuestra
sociedad
debe
reencontrarse
con
el
ritmo.
La
música
encarna
perfectamente
una
política
de
la
velocidad.
A
través
de
los
tempos,
el
ritmo,
la
música
es
la
encarnación
misma
de
la
política
de
la
velocidad.
Debemos
elaborar
una
musicología
de
la
vida16.
El
problema
no
consiste
tanto
en
aminorar
la
velocidad,
sino
en
inventar
ritmos
sociales,
políticos
o
económicos
que
funcionen.
De
lo
contrario
terminaremos
en
la
inercia,
es
decir,
en
la
lentitud
y
la
parálisis
más
grandes
que
las
de
las
sociedades
del
pasado,
las
sociedades
sedentarias,
rurales.
De
hecho,
no
necesitamos
una
visión
revolucionaria
sino
una
suerte
de
fuerza
de
revelación.
En
síntesis,
Debemos
reflexionar
sobre
el
ritmo.
Como
en
la
música,
nuestra
sociedad
debe
reencontrarse
con
el
ritmo.
La
música
encarna
perfectamente
una
política
de
la
velocidad.
A
través
de
los
tempos,
el
ritmo,
la
música
es
la
encarnación
misma
de
la
política
de
la
velocidad.
Debemos
elaborar
una
musicología
de
la
vida.
El
problema
no
consiste
tanto
en
aminorar
la
velocidad,
sino
en
inventar
ritmos
sociales,
políticos
o
económicos
que
funcionen.
De
lo
contrario
terminaremos
en
la
inercia,
es
decir,
en
la
lentitud
y
la
parálisis
más
grandes
que
las
de
las
sociedades
del
pasado,
las
sociedades
sedentarias,
rurales.
De
hecho,
no
necesitamos
una
visión
revolucionaria
sino
una
suerte
de
fuerza
de
revelación.
2001,
delante
de
una
catástrofe
telúrica
equivalente
a
un
terremoto
o
un
tsunami,
el
planeta
estuvo
en
la
misma
sintonía
de
emoción”.
16
La
bella
herencia
pitagórica
reencontrada
en
nuestro
tiempo
por
John
Cage,
Michel
Serres,
Peter
Sloterdijk,
Gillo
Dorfles,
y,
por
supuesto,
Paul
Virilio…
8. En
síntesis,
surge
pues,
la
necesidad
de
un
ateísmo
tecnológico,
donde
la
propuesta
de
Virilio
tiene
sentido
concreto:
“tomar
el
accidente
en
serio,
pero
de
ningún
modo
a
lo
trágico,
pues
esto
implicaría
caer
en
el
nihilismo
y
pasar,
sin
transición,
de
la
euforia
de
la
sociedad
de
consumo
a
la
neurastenia
de
esa
sociedad
del
desamparo”.
Tomarlo
en
serio
sería
trabajar
en
favor
de
una
inteligencia
preventiva,
que
tuviera
en
cuenta
los
accidentes
implícitos
en
cada
innovación.
También
sería
fundamental
abrir
un
espacio
para
un
movimiento
“escatológico”
que,
desde
una
perspectiva
de
profundo
respeto
por
la
finitud
del
horizonte
humano,
pudiera
“hacer
frente
a
lo
imprevisible,
a
esa
Medusa
de
un
progreso
técnico
que
extermina
literalmente
al
mundo
entero”.
En
esta
tarea
se
puede
entrever
lo
que
el
alemán
Hans
Jonas,
en
otro
contexto
que
resuena
aquí,
denominó
"la
heurística
del
miedo",
la
convicción
de
que
la
acción
política
consiste
en
tomar
nota
de
los
peligros.
En
este
sentido,
el
trabajo
del
pensador
francés
contemporáneo
Henry
Pier
Jeudy17
supone
una
voz
complementaria,
cuando
caracteriza
nuestra
cultura
como
atrapada
por
el
deseo
de
catástrofe,
fascinada
por
el
accidente,
lo
anómico.
El
miedo
y
angustia
como
fundadores
contemporáneos
de
mitologías
e
imaginarios,
que
tratan
de
conciliar
lo
previsible
(orden)
con
lo
imprevisible
(accidente)
y
llevan
a
una
escenificación
permanente
del
desastre…hasta
que
este
se
produce
realmente
y
se
toma
como
destino:
consagración,
normalización
de
la
catástrofe.
El
papel
de
los
Mass
media,
tanto
informativos
como
productores
de
objetos
culturales
masivos,
será
el
refuerzo
a
la
inminencia
del
riesgo,
haciéndolo
como
representación
no
tanto
como
contenido:
Hacer
ver
y
hacer
creer.
¿Cómo
admitir
que
sólo
del
desastre
puede
provenir
la
metamorfosis?
:
deseo
de
catástrofe
como
tabú
inconfesable.
La
catástrofe
produce
un
efecto
de
espejo
social:
interrogación
y
reflexión
sobre
nosotros
mismos:
El
desastre
es,
principalmente,
una
parte
fundamental
de
las
culturas
y
mitologías.
Este
cuestiona
los
esquemas
organización
de
la
protección
y
de
la
seguridad
por
la
aparición
de
un
colapso
de
nuestras
representaciones
habituales
Vivimos
en
medio
de
una
obsesión
colectiva
por
la
catástrofe.
Y
esta
obsesión
es
permanente,
debido
a
la
idealización
de
la
gestión
de
riesgos
en
todo
el
mundo.
No
nos
percatamos
de
que
estamos
rodeados
por
un
discurso
de
precaución.
Pero
no
podemos
prever
ni
controlar
todo
lo
que
hay
y
lo
que
potencialmente
puede
presentarse.
Y
cuanto
más
creemos
que
los
riesgos
están
controlados,
más
vivimos
obsesionados
con
las
catástrofes.
Es
un
círculo
vicioso.
17
Jeudy,
Henry-‐Pierre.
Le
Désir
du
catastrophe.
Paris:
Aubier,
1990
9. BIBLIOGRAFÍA
Armitage,
John
(ed.)
Paul
Virilio:
From
Modernism
to
Hypermodernism
and
Beyond.
London:
Sage,
2000
De
Vries,
Jan.
La
revolución
industriosa.
Consumo
y
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desde
1650
hasta
el
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Barcelona:
Crítica,
2009
Dupuy,
Jean-‐Pierre.
Pour
un
catastrophisme
éclairé.
Quand
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est
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Paris
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Seuil,
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216
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-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐.
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2001
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London
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Routledge,
2007
Jeudy,
Henry-‐Pierre.
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Paris:
Aubier,
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Germán.
Globalización,
Cronopolítica
y
Propaganda
De
Guerra
:
Aproximación
al
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Crítico
de
Paul
Virilio.
Tesis
Doctoral.
Universitat
de
València,
2007
Pirela
Torres,
Alexis.
“La
estética
de
la
desaparición
y
la
ciudad
de
Paul
Virilio”
en
Utopía
y
praxis
latinoamericana.
Año
6
#
15,
2001.
Pp.
100-‐107
Portillo,Eloy,
Costa
Morata,
Pedro
y
Moreno,
Beatriz.
“Vigencia
de
Paul
Virilio:
la
crítica
de
la
tecnocracia
y
la
posibilidad
de
una
nueva
política”
en
Argumentos
de
Razón
Técnica,
nº
12,
2009,
pp.
183-‐191
Redhead,
Steve.
Paul
Virilio:
Theorist
for
an
Accelerated
Culture.
Edinburgh:
Edinburgh
University
Press,
2004
-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐
(ed.)
The
Paul
Virilio
Reader,
ed.,
Steve
Redhead.
Edinburgh:
Edinburgh
University
Press,
2004
-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐
Paul
Virilio:
Theorist
for
an
Accelerated
Culture,
Edinburgh:
Edinburgh
University
Press,
2004
Virilio,
Paul.
El
procedimiento
silencio.
Ed.
Paidós,
Buenos
Aires,
2001.
-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐.
La
inseguridad
del
territorio,
Buenos
Aires,
La
Marca,
1999
-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐.
El
cibermundo,
la
política
de
lo
peor,
Madrid,
Cátedra,
1999
-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐.
La
bomba
informática,
Madrid,
Cátedra,
1999
-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐-‐.
La
inercia
polar,
Madrid,
Trama,
1999
Wilson,
Louise.
“Cyberwar,
God
And
Television:
Interview
with
Paul
Virilio”
en
CTheory.
12/1/1994
(
disponible
en
http://www.ctheory.net/articles.aspx?id=62
)