El documento habla de un ermitaño que vivía en soledad dedicado a la oración y la penitencia. Cuando la gente le preguntaba por qué decía tener mucho que hacer, él explicó que debía "domar" y entrenar diferentes animales que representaban partes de sí mismo: sus ojos, manos, pies, lengua y corazón, para mantenerlos bajo control y evitar que hicieran daño. El ermitaño usaba esta metáfora para enseñar que debemos vigilar y disciplinar nuestros propios impulsos y acciones