El ermitaño explica que aunque vive solo, tiene mucho que hacer para domar a dos animales internos: sus ojos y manos. También debe enseñar a sus pies a estar quietos ante el sufrimiento y vigilar de cerca su lengua para evitar que hiera a otros con sus palabras. Su mayor reto es domar a su corazón, que desea ser el rey por encima de todo.