El salmo describe al hombre bienaventurado de Dios como aquel que no sigue los consejos de los malos ni camina por el camino de los pecadores, sino que se deleita en la ley de Dios y la medita día y noche. Este hombre será como un árbol plantado junto a aguas, que da fruto a su tiempo y siempre prospera, a diferencia de los malos.