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EL NIÑO DE LA CREUETA
por Jose Ángel Planillo
Relato ganador del XLIV Certamen literario de narrativa
Joan Fuster, del Ajuntament d'Almenara, 2022
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EL NIÑO DE LA CREUETA
por Jose Ángel Planillo
El sol comenzaba a asomar por el horizonte, tras varios cantos del gallo
que vivía en la parte trasera de la pequeña cabaña y ponía orden en el corral,
donde convivía con dos gallinas y una cabra. No era el único que con sus
cantos había roto el alba y despertaba a los habitantes del pequeño villorrio
construido alrededor de la ermita de la Virgen de la Torre, rodeado del
Mediterráneo y de varias lagunas de agua dulce por todos sus puntos
cardinales.
A aquellas horas, varios vecinos llevaban rato despiertos preparando los
enseres, redes y barcas para salir a faenar al mar, a ver si la suerte les permitía
traer los canastos llenos de bacalao y sardinas con los que obtener unas
buenas monedas. El que no tenía medios para salir a aguas abiertas, probaba
suerte en las extensas lagunas que desde Murviedro hasta Nules ocupaban la
franja costera y rodeaban el caserío. Extensos marjales donde además de
algún pato, podría tratar de capturar lucios y anguilas, que también tenían
buena aceptación y venta en el mercado del martes, en la lonja de algún
pueblo vecino, en los conventos de los dominicos de Nuestra Señora del
Rosario de Almenara o del Santo Sepulcro y Pie de la Cruz de los servitas de
Quart, o a otros pescadores de los alrededores, cuyas necesidades
comerciales les obligaba a conseguir unas cantidades que no siempre lograban
obtener.
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Y es que desde hacía unos años, se había establecido una colaboración
simbólica entre los pescadores del Grao de Moncófar y los que faenaban en el
entorno de la marjal de Almenara, de manera que en lugar de hacerse
competencia buscaban la forma más ventajosa de obtener beneficio, pues
todos ellos subían su género por sus propios “caminos de pescadores” hacia
los pueblos de la Baronías de Estivella, Segart, Torres Torres o Algar, e incluso
hasta la ciudad episcopal de Segorbe y caseríos del Condado de Jérica,
lugares que requerían una mayor cantidad de pescado fresco para cumplir los
preceptos de ayuno de los religiosos que abundaban en ermitas, conventos,
iglesias y la propia catedral segobricense.
Por eso, cuando alguno sabía que tenía una venta asegurada, los
demás le vendían sus capturas a sabiendas que el género tenía salida y pronta
remuneración. Y en este sentido, eran los moncofinos los que jugaban con
ventaja, ya que gracias a un privilegio real de Martín I que les facultaba a
suministrar en exclusiva a los cartujos de Valldecrist dos veces por semana
pescado fresco -pues estos religiosos no comían otro tipo de carne-, no eran
pocos los pescadores del entorno los que les entregaban sus mercancías para
cubrir la gran demanda de aquellos, con la garantía que siempre volvían con
bolsas de dinero y los cestos vacíos, a diferencia de muchos de los arrieros
que subían a vender por su cuenta a los demás pueblos y aldeas, y en
ocasiones tenían que malvender o tirar el pescado por no poder darle salida.
Toda esta actividad era observada desde una de las cabañas por el
pequeño Luis, que disfrutaba viendo trajinar a aquellos hombres de mar cargar
lo justo y necesario en sus barcas, arrastrarlas hacia la orilla, y primero a remo
y luego a vela aprovechando la brisa, adentrarse en el mar hasta perderlos de
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vista en el horizonte donde tirarían sus redes de pesca. Vivía con la esperanza
de que alguno le contase, cuando regresara al atardecer, qué le había ocurrido
a su padre. Aquel se marchó como ellos hacía ya seis primaveras, pero no
volvió.
Desde entonces en casa subsistían como buenamente podían su madre,
su hermana y el abuelo Olfo, ya fuera cuidando de la ermita, cosiendo redes,
limpiando, salando o ahumando pescado, embreando las barcas, o ayudando
en la pesca, en la cosecha del arroz o de melones de las cercanas marjales. Él
echaba una mano en lo que podía, pero a su tierna edad molestaba más que
aportaba, y sus mayores no hacían más que rezar para encontrar a algún
pescador que le quisiera enseñar el oficio; poder meterlo como aprendiz en
algún taller para ahorrarse una ración que a veces faltaba en casa mientras se
formase; o descubrir una tarea donde pese a su escasos años fuera de
provecho. Pero a sus ocho veranos nadie parecía estar dispuesto a hacerle un
hueco en sus barcas ni en ningún obrador. Unos porque no querían asumir
riesgos y que la desgracia se cebase todavía más con aquella apreciada
familia. Otros porque veían al niño demasiado disperso en lo que se le
intentaba enseñar, pues le gustaba más frecuentar la torre de vigilancia con los
soldados y escuchar los relatos que unos u otros le contaban, que aprender las
artes de cualquier oficio.
Sin embargo, pese a subsistir entre aquellas humildes cabañas
construidas entre marjales, donde eran frecuentes las enfermedades y
únicamente se podían comunicar por enfangados caminos de tierra con otros
caseríos próximos, o por el Camí de la Mar con la población a la que
pertenecían, el saberse protegidos por la cercana Torre del Estany; la ermita de
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Nuestra Señora de la Torre erigida tras el hallazgo de una imagen de la Virgen
por un soldado, y a la que se encomendaban tanto ellos como los vecinos de
los pueblos próximos que hasta ella se desplazaban en romería; y por los
viejos muros de piedra del castillo con sus dos torres albarranas, que recibían
el cariñoso apelativo del Agüelet y la Agüeleta por su antigüedad, y por cuyas
funciones de vigilancia tomaba nombre el lugar, además de serviles de guía a
quienes desde aguas adentro regresaban a tierra tras una dura jornada de
pesca.
Precisamente, la lejanía a la costa de estas torres motivó que en tiempos
de Carlos I, ante las continuas incursiones piratas que no solían tener piedad
con los vecinos de aldeas ubicadas junto al mar como ésta, se construyese una
red de atalayas costeras a las que pertenecía tanto el torreón que se erguía
como principal edificio del lugar, como otras próximas al litoral ubicadas en
Moncófar, Canet y Murviedro, donde una guarnición de soldados velaba por
impedir este tipo de peligros y evitar que los corsarios pudieran cargar agua
dulce en las lagunas.
Todavía quedaba en la memoria colectiva alguno de los ataques que
habían sufrido tiempo atrás en la vecina Chilches, cuando en 1518 fue atacada
por el pirata Barbarroja, en 1526 por los moriscos sublevados de la Sierra de
Espadán, y en 1527 y 1583 nuevamente por los piratas berberiscos. En una de
las ocasiones, tras saquear la iglesia y llevarse las formas sagradas,
asesinaron a varios de sus vecinos y se adentraron en tierra, sembrando el
terror por allá donde pasaron.
Este tipo de hazañas eran las que entusiasmaban al pequeño Luis, que
no cejaba de insistir a su abuelo que se las relatara una y otra vez, y que él
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entrelazaba en su fecunda imaginación sin importar que hubiesen ocurrido
unas y otras con siglos de diferencia.
- Abuelo, cuénteme otra vez la historia de cómo Juan de Prócida, el gran
capitán que dio origen al linaje de los Señores de Almenara, ganó a los
musulmanes en la batalla de Ludiente en febrero de 1239 y se quiso traer las
hostias sagradas de las que había brotado sangre después de que los
moriscos las profanaran y se las llevaran a Argel.
- ¡Luisín! O prestas atención a las cosas que te cuento, o de seguir así de
despistado no lograrás aprender ningún oficio cuando seas mayor. Has de
estar más atento, retener cada palabra que te cuento, y aprendértela bien sin
mezclar las historias. Si al menos pudiera conseguir papel y los útiles que se
requieren, trataría de enseñarte a leer y escribir, ya que don Zacarías, el
párroco de la ermita, no parece querer hacerlo. Así que esmérate y no
inventes.
- Sí, ya me contó que usted tuvo una cuidada educación en el palacio gracias a
que su padre le puso ese nombre tan raro que tiene, que fue el de dos de los
primeros señores de Almenara. Gracias a aquella treta logró llamar la atención
del anterior conde para entrar a servir en el Palacio y no don Zacarías, que
desde entonces no parece tenerle en gran aprecio. Sin embargo, tras la
desaparición de mi padre, tuvo que venir a esta casita para ayudar a mi madre,
mi hermana y a mi a salir adelante -recordó el niño la lección que había
marcado el devenir de la familia. No obstante, el chiquillo seguía con lo suyo-.
Pero siempre me he preguntado ¿Ese Olfo qué era, hijo o nieto de aquel noble
veneciano…?
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- Siciliano, Luisín, siciliano…
- Eso, siciliano. ¿Era entonces el descendiente de aquel noble siciliano que a
las órdenes del rey Jaime I estuvo presente en el Castillo de Chío, en Ludiente,
cuando se produjo el milagro de los corporales y que intentó traerse la mula a
la que cargaron los pedacitos consagrados y sangrientos de Nuestro Señor…?
- ¡Mira que eres bruto! Como te escuche hablar así don Zacarías ya tiene una
excusa más para excomulgarnos.
- ¿Por qué? ¿No me contó que tras esconderlas el sacerdote para no ser
profanadas por los moros, al acabar la batalla con triunfo de los nuestros, éstas
aparecieron llenas de sangre?
- Sí, pero porque aquellas seis hostias preparadas para la comunión de los
capitanes aparecieron pegadas a los corporales que las protegían dentro de su
relicario, por lo que los allí presentes pensaron lo que había hecho sudar a
aquellos pequeños discos consagrados era sangre de Nuestro Señor
Jesucristo, y todos quisieron conservarlos como recuerdo de aquel suceso.
- Pues más o menos lo que he dicho yo. Y entonces buscaron a la burra para
que las trajera hasta aquí.
- ¡Virgen del Rosario, por favor, intercede porque este mocoso tan tozudo entre
en razón! Estás mezclando las churras con las merinas, y así no vamos a
ningún lado. –respondió algo enfadado el abuelo, en vista que su curioso nieto
cada vez estaba enredando más aquel episodio de la reconquista-. Te lo voy a
resumir, a ver si así te quedas con lo importante.
Y de nuevo el abuelo sucumbía a los caprichos de su nieto y le volvía a
narrar aquella batalla acontecida tras la toma de Valencia, en un momento en
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que el rey conquistador tuvo que partir hacia Montpellier y dejó la defensa del
nuevo reino en manos de sus capitanes, que en una de las batallas se vieron
envueltos en el prodigioso lance que dio origen a los Corporales de Daroca y la
vinculación que con ellos tenía el Conde de Almenara.
-...Y ante el valor que puso el noble siciliano, aunque algunos lo hacen
napolitano, Giovanni da Prócida, el rey Jaime I le entregará el lugar de
Ludiente. Y fue tanto lo que le marcó aquel suceso que con el tiempo mandó
construir una ermita en el lugar donde ocurrió el milagro, que todavía sigue en
pie. -concluyó el relato tantas veces repetido a su nieto, que con los ojos
abiertos de par en par trataba de absorber todas aquellas enseñanzas-. Así
que a ver si te queda claro que no fue Juan de Próxida el primer Señor de
Almenara, sino que ese honor fue para su hijo, Francisco de Próxida y
Fasanella, que en el año del Señor de 1292 le compraría al rey Jaime II de
Aragón el Señorío de Almenara por 220.000 sueldos valencianos. ¿Lo
entendiste bien ahora?
- O sea, que entonces no vino por aquí la burra con las hostias milagrosas–
Insistió de nuevo el chiquillo.
- No, Luisín. La burra que tú dices al llegar a Murviedro enfiló río arriba camino
de Daroca, dejando a su paso un sinfín de fenómenos curiosos. Pero… -dejó
en suspense el abuelo, mientras sonreía al ver la cara de ansiedad que ponía
su nieto, que barruntaba que ahora le iba a contar algo nuevo-. Sí hay una cosa
que tiene relación con nuestros Condes y tu obsesión por los Corporales.
- ¡¡Cuéntemela abuelo!! Por favor, y prometo que no lo olvidaré más –rogaba el
niño sin tener muy claro el poder cumplir su promesa.
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- Mira, aquél primer Señor de Almenara casó con María de Vidaure, parienta de
la que fue tercera esposa de Jaime I, Teresa Gil de Vidaure, a quien el rey
conquistador había regalado el Señorío de Jérica, dando origen a una
poderosa familia siempre cercana a la Casa Real. Resulta que por las tierras
de los Jérica también pasó la burra que portaba los Corporales y acontecieron
algunos milagros, que llevaron a que tanto nuestro Francisco de Próxida como
su esposa fueran muy devotos de esas reliquias. Por ello, y siendo que su
padre, el primer Señor de Ludiente, había alzado allí un ermitorio, él no quiso
ser menos y en su nuevo señorío mando labrar una cruz de madera en
memoria de aquel hecho.
- ¿Dónde abuelo, dónde? Porque aquí en Almenara tenemos una en nuestro
Camino del Mar… Aunque esa es de piedra -dijo entusiasmado el muchacho.
- Mira que te gusta ese precioso y antiquísimo crucero, Luisín. Cada vez
entiendo más por qué estás tan obstinado con esta historia –afirmó cariñoso el
abuelo con una tierna sonrisa, al recordar como cada vez que subían al pueblo,
el zagal se quedaba hipnotizado observando la preciosa hechura de aquella
cruz gótica-. Resulta que, con los años, aquella humilde cruz de madera del
primer Señor de Almenara fue sustituida por otra toda elaborada en piedra, a la
que se le esculpió en una de sus caras la figura del Cristo crucificado y por la
otra la imagen de la Virgen, mientras que en los brazos aparecen a un lado las
figuras de los ángeles, y en el otro los Santos Juanes, titulares de la parroquia.
La cruz a la que hacía referencia el abuelo era un precioso crucero
gótico que en origen tenía 75 cm de alto por 60 cm de ancho, y era sostenida
por un fuste o columna octogonal de cerca de dos metros de altura, que surgía
de un triple graderío creciente de planta circular, siendo la tercera grada de
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ocho piezas, la segunda de once y la que quedaba a ras de tierra compuesta
por diecisiete piezas, todas de piedra caliza, aunque alguna había de rodeno.
- ¡¡Anda!! ¡Ahora todo me cuadra, abuelo! ¿Usted ve como sí presto atención?
Lo que pasa es que como son tantos datos y no puedo apuntármelo, me lio.
- A ver ¿A qué conclusión has llegado, Luisín? –Preguntó temeroso un
resignado Olfo, presintiendo que de nuevo su nieto trastocaría todo lo recitado-.
- Que de algo me sonaba que los Corporales tenían que ver con Almenara. ¡Y
no vea cómo me alegra que sea a través de la bonita cruz del Camí de la Mar!.
Lo que no sabía era que a nuestro primer Señor de Almenara, Juan de Prócida,
y al primer Conde de Almenara, Juan de Próxida y Centelles, se les había
hecho santos y por eso están representados en esa cruz y dedicó la iglesia.
- ¡Luisín! ¡Mira que eres bruto! –Dijo el abuelo echándose las manos a la
cabeza, pero sorprendido de la memoria del crio que, pese a andar errado,
había logrado llegar a aquel razonamiento. Nunca se le había ocurrido pensar
que el patronímico de los dos Próxida que habían comprado y elevado el
señorío a condado, pudiera tener relación con la advocación del templo
parroquial, y sobre tal cuestión estuvo reflexionando una vez el chiquillo había
huído de la cabaña para evitarse alguna bronca de su abuelo ante aquella
aparente barbaridad que había pronunciado.
- - -
Horas después, cuando el capellán de la ermita se acercó para realizar
la misa, el abuelo Olfo esperó a que finalizase el oficio y todos se marcharan,
para acercarse hasta él.
- Don Zacarías, ¿da su permiso? –preguntó tratando de ser respetuoso. Pese a
la rivalidad que entre ellos existió en el pasado, Olfo intentaba guardarle el
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respeto que se le debía como sacerdote para evitar mayores rencores de los
que ya le profesaba- Quisiera preguntarle por una cuestión de la que hemos
estado hablando mi nieto y yo sobre la parroquia.
- Claro, pasa Olfo. ¿Ya has decidido meter a Luisín como monaguillo? Así
tendrá algo mejor que hacer que ir por ahí inventando cuentos.
- No piense así de Luisín, don Zacarías. Le agradecería mucho que pudiera
hacer algo por la educación del mozo, que desde luego para lo joven que es,
apunta maneras. No estaría de más que le ayudase a aprender a leer y
escribir, si bien, ahora mismo sus manos hacen más falta en casa que en la
parroquia, que es de lo que yo quería hablar…
- Ya veo que te das cuenta que la mejor manera de educar al chiquillo es
dejándolo a mi cargo. Lo educaré en las enseñanzas de la Iglesia, que tanto
provecho hicieron en cierto momento de mi vida en que se me negó una mejor
formación de forma injusta. -Contestó con tono rencoroso el sacerdote,
sabiendo regodeándose ahora de su poder ante su antaño rival-. Pero si tanta
falta hace la ayuda del crio para salir adelante, puedo contactar con unos
arrieros, a quienes seguro les servirá para guiar las mulas en sus viajes. Mejor
que sea de provecho, que estar todo el día molestando a unos y otros para que
le cuenten historias. Con eso no se llenará el estómago.
Escuchar aquellas palabras en boca del párroco lo que estaban
removiendo eran las entrañas de Olfo, a quien le costaba contenerse y no
contestar de malas formas a aquel que tanto se empeñaba en alejarlo de su
nieto. Sin embargo, su ofrecimiento le hizo pensar que tal vez no fuese tan
mala la idea que había tenido, pero no junto a quienes el cura le estaba
sugiriendo, que estaba seguro no eran la mejor opción.
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- Gracias, don Zacarias. No descarto su oferta y le agradezco su preocupación
por mi nieto. Pero realmente lo que le quería preguntar era otra cosa. ¿A qué
se debe que nuestra iglesia parroquial esté dedicada a los Santos Juanes?
¿Existe algún documento en que se haga referencia a este asunto?
- Vaya, vaya, vaya... ¿así que ahora te interesan las cosas de la iglesia? Pues
ya podías haberte inclinado por ella hace unos años. Qué distinto hubiera sido
todo ¿no crees?. ¿No encontraste respuesta a eso en el palacio, entre tanto
libro y pergamino? Me temo que ya sé de dónde le sale esa vena preguntona al
joven Luisín. De tal palo...
- Bueno, veo que hoy no es el mejor día para poder conversar. Tampoco es
algo que me quite el sueño, y como entiendo que no lo sabes, ya iré tocando
otras puertas más receptivas para resolver mis inquietudes sin tu colaboración.
-Se atrevió a desafiar a su viejo antagonista, retirándole incluso el tratamiento
que merecía. Pero don Zacarías estaba tan enfurruñado que ni se percató de
esa falta de respeto de Olfo, y únicamente se limitó a tirarlo de la parroquia de
forma despectiva.
- Pues ves con tu barca a surcar otro mar y que el diablo ilumine tu inteligencia,
ya que Dios tiene mejores asuntos y fieles a los que amparar.
- - -
Unos días después, aprovechando que Olfo tuvo que subir al pueblo a
por un género que precisaban en casa, decidió visitar a un viejo compañero de
sus tiempos al servicio del Conde. Tras la conversación sobre el futuro de su
nieto con don Zacarías, varias ideas le habían pasado por la cabeza para
encarrilar su destino, antes que dejarlo en manos de aquel rencoroso cura.
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- ¡Vicente! ¿Cómo estás? -dijo entrando por la puerta trasera de la casa donde
vivía aquel otro viejo criado retirado, que preparaba su animal y carreta para
marchar a algún recado.
- ¡Hombre, Olfo!¡Qué alegría verte! ¿Qué tarea te ha traído al pueblo alejándote
de las cabañas del mar y de tu Luisín? ¡Ya estará hecho un hombretón!
- Pues mira, ahora que lo mentas, de él venía a hablarte si tienes un momento,
que te veo algo atareado.
- Sí, marcho a por unos encargos a Murviedro, pero por ti me puedo demorar
unos minutos. ¿Le ha pasado algo al chaval?
Olfo le contó la conversación mantenida con el párroco en la ermita y la
propuesta que le había hecho para emplearlo como mulero. Pero ante los
recelos que le despertaba, quiso plantearle la razón por la que acudía a verlo.
- El caso, Vicente es si podrías llevarlo como acompañante para que vaya
aprendiendo caminos, cómo es el trato con animales y con otras personas
ajenas a su círculo, y de paso te pueda echar una mano en el oficio pues, con
los años que ya cargas, seguro te será de ayuda.-sondeó Olfo.
- ¡Ay, Olfo! Bien sabes que el tiempo pasa para todos y estos huesos me hacen
renquear, pero no sé si podré serte de ayuda. Cada vez salgo menos. La edad
y la competencia hacen estragos. Algún viaje a Murviedro o a Segorbe a lo
sumo gracias a algún conocido, y porque algunos todavía me aprecian de
nuestros tiempos en la casa condal. Pero...
- Mira, sólo te pido que te lo lleves un par de veces. Os vendrá bien a ambos. Y
si ves que el chiquillo no se acopla o molesta más que colabora, lo traes para
casa y ya está. Prefiero confiártelo a ti que a quienes haya pensado ese viejo
amargado de don Zacarías. -insitió Olfo casi suplicando.
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- Venga, que no se diga que no lo vamos a intentar. Así me dará conversación,
que con tantas horas por los mundos de Dios, y dado que el mulo no responde
a mis pláticas, me hará más amenos los viajes.
- ¡Ah! Si conversación es lo que buscas, te aseguro que no te va a faltar
-respondió jocoso Olfo-. Además, quien mejor que tú para contarle viejas
historias a ese zagal que parece más hambriento de conocimientos que de
vituallas. ¿Cuándo te lo traigo?
- El próximo lunes, al alba, debo partir hacia Segorbe a llevar parte de lo que he
de recoger en Murviedro. Si estáis aquí a esa hora, me lo subiré al pescante.
- Sea entonces. Muchas gracias Vicente. Sabía que podía contar contigo. Poco
es lo que puedo hacer por ti, pero si me necesitas... Ya sabes dónde
encontrarme.
- Pues ya que lo dices, si el lunes le traes a Rosario un poco de pescado fresco
y un par de melones, seré yo casi quien estará en deuda contigo.
- Dalo por hecho. Nos vemos el lunes entonces. Y dale recuerdos a Rosario de
mi parte. Le seleccionaré personalmente los mejores del huerto para ella.
- - -
La mañana del lunes partía del recinto amurallado de Almenara una
carreta con un joven Luisín a bordo acompañando a un asustado Vicente, que
no sabía cómo iba a responder aquel ayudante tan poco experimentado. Pero
la alegría y expectación que observaba en el niño era tal, que le daba vitalidad
y le hacía sonreír al descubrir como el chiquillo miraba todo ojiplático, porque
hasta entonces el lugar más lejano de su cabaña marinera que había visitado
era la iglesia parroquial de Almenara con motivo de las fiestas mayores.
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Por eso, al llegar a la altura del barranco del Arquet, por donde tenía
intención de tomar el camino que remontaba su cauce hacia el Camino Real de
Aragón, la reacción del pequeño le pilló desprevenido. Al ver el enorme mojón
que se erigía junto al camino, empezó a preguntar sin casi parar.
- ¡Ostras, Vicente, ¿qué es eso?! ¿Por qué se ha construido esta torre tan rara
junto a la carretera?¿
- Ja, ja, ja -rio por la ocurrencia Vicente-. No es una torre, hombre. Se llama
mojón y se alzan para delimitar muchas cosas. A éste en concreto se le conoce
como el Mojón de los cuatro obispos, porque hace mucho tiempo, allá por el
siglo XIV, en este punto se reunieron los mitrados de Valencia, Tortosa y Teruel
con el Arzobispo de Tarragona para proclamar los límites de las distintas
diócesis y pactar las fronteras eclesiásticas del Reino de Valencia y los de la
Orden de Santa María de Montesa, creada por el rey Jaime II tras abolirse la
Orden del Temple.
- ¿Ese rey Jaime II es el que le vendió a Francisco de Próxida el Señorío de
Almenara? Me lo contó el abuelo... -Preguntó Luisín al escuchar un nombre
conocido con el que poder asimilar temporalmente lo que le contaba Vicente.
- Caray que memoria, joven Luis. La has heredado de él sin duda, que siempre
fue muy espabilado en las lecciones que recibíamos en la casa del Conde. Sí,
ese mismo monarca es. Como te decía, en aquellos tiempos tuvo lugar el
encuentro en el que decidió que este barranco, que se interna entre las
montañas hasta llegar al Hospital de Árguinas, entre Segorbe y Murviedro,
sirviese de límite entre las Diócesis de Valencia, Segorbe y Tortosa, que es a la
que pertenece Almenara. Y como recuerdo y a modo de frontera, se alzó este
monolito de forma cónica adornado con cuatro escudos de Aragón de piedra
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empotrados en el monumento. -Le explicó al pequeño, que trataba de recordar
todas esas enseñanzas en su mente-. Pero si éste te ha sorprendido, espera
un poquito, que en menos de media legua te va a encantar otro monumento
que nos recuerda un momento de nuestra historia.
Al ver el interés que ponía el chiquillo, tomó la decisión de desviarse de
la ruta que iba a tomar aguas arriba del barranco hasta el molino del Arap, y
continuar por el Camino Real de Valencia en busca de la llamada Cruz de la
Victoria, levantada sobre una pequeña capilla de base triangular junto a la
calzada. Descubrió que contar sus conocimientos a alguien que los valoraba le
causaba una agradable sensación. Y total, llegar más tarde a su destino
tampoco le iba a causar mayor problema, pues los recibirían de igual forma.
Lo que no se esperaba fue la pregunta que le soltó emocionado Luisín
en cuanto atisbó el monumento y la cruz.
- ¡Anda! ¿Por aquí también pasó la burra de los Corporales?
- ¿Cómo? ¡No, hombre! Ya me había dicho Olfo que tenías cierta obsesión por
este tema, pero has de saber que hay muchos motivos por los que construir
cruces en las orillas de los caminos. Desde conmemorar acontecimientos
ocurridos cerca de ellas, como es el caso, como para reforzar la fe de los
peregrinos, o incluso para delimitar territorios o jurisdicciones, como hemos
visto antes, aunque aquello no fuera una cruz. Y las hay de muchas formas y
tamaños.
La cara que puso Luisín no supo catalogar si era de estupor, de
decepción o de estar procesando la respuesta dada. Por ello, para que el
chiquillo no se quedase tan cariacontecido, decidió contarle la batalla que allí
tuvo lugar casi tres siglos atrás.
16
- Verás, esta cruz recuerda una gran batalla ocurrida en estas tierras por las
que ahora circulamos. Si la que tan bien conoces del Castillo de Xio sirvió para
vencer a los musulmanes durante la reconquista, ésta logró tumbar las
aspiraciones del pueblo llano y burgués de poder gobernarse sin mediación de
los nobles. Aquí tuvo lugar el 18 de julio de 1521 la batalla clave que puso fin a
la Guerra de las Germanías, un conflicto que levantó en armas a todo el Reino
de Valencia durante la regencia de Carlos I de España. Se trató de una
revuelta de carácter gremial y popular contra la nobleza, al ver los primeros que
perdían fuerza frente a la pujanza de comerciantes extranjeros, el aumento de
impuestos, los continuos ataques de los piratas berberiscos a las costas, etc...
Por eso, al abandonar la ciudad de Valencia los nobles y autoridades locales
para evitar la peste que en ella se había declarado en 1519, la población de la
capital decidió organizarse en una junta de gobierno llamada los trece (por ser
este el número de los gremios) y reclamar la administración municipal
redactando un acta de constitución que se envió al rey, correspondido por otro
de los nobles instándole a venir a Valencia a jurar los fueros para apaciguar a
la población.
- ¿Quiere decir que los pescadores hubiéramos podido decidir sobre el
gobierno de Almenara en lugar del Conde? -le interrumpió Luisín, demostrando
que tenía una mente muy abierta para la edad que tenía.
- Más o menos. De haber ganado los agermanados, tal vez un representante
de la cofradía de pescadores de Almenara hubiera formado parte del gobierno
local. Pero desde entonces a nuestros días pasaron muchas cosas para que
esa situación se hubiera podido dar. -reflexionó Vicente más para sí que para el
chiaval, que esperaba que siguiese con la narración-. Pero bueno, sigo con lo
17
que te estaba contando. Aquella revuelta también tenía matices anti islámicos,
ya que los moriscos, agricultores y artesanos cualificados que cultivaban las
tierras de la nobleza y les pagaban grandes sumas de dinero en concepto de
impuestos, se consideraban aliados de los Señores, pues eran protegidos por
ellos frente a los ataques de la plebe cristiana cuando ésta quería castigar las
fuentes de ingresos de la nobleza. Así que para tratar de frenar este asalto
popular y recobrar el orden establecido, el rey ordenó al Duque de Segorbe que
tratase de poner paz y acabase con el motín. Y tras varios enfrentamientos
previos, donde los agermanados ganaron alguna batalla pero sufrieron más
derrotas, ambos ejércitos se prepararon para la batalla que aquí tuvo lugar.
- Pero entonces, ¿quiere decir que el Duque de Segorbe se enfrentó a los
trabajadores de los gremios y del pueblo? ¿Cristianos contra cristianos? ¿Qué
barbaridad es esa?
– Qué inocente eres, Luisín. La historia está llena de guerras injustas en
que unos pocos poderosos se enfrentan a los más débiles para imponer su
voluntad, movilizando para ello a gentes que nada tienen que ver con el
conflicto pero que perderán sus vidas por causas que no van con ellos. Aunque
en ocasiones, los débiles, cansados de sufrir humillaciones y vejaciones, se
alzan contra los poderosos para defender las causas que consideran justas,
aun a costa de sus vidas. A eso se le llaman guerras civiles, y en este país
hemos tenido ya demasiadas. Solo espero que cuando crezcas no tengas que
vivir ninguna, pues las perspectivas de futuro no son muy halagüeñas. Pero no
quiero ni asustarte ni ser pájaro de mal agüero ¿Dónde nos hemos quedado?
18
- En que el Duque de Segorbe se iba a enfrentar a los agermanados -respondió
raudo el niño, que no entendía las últimas palabras de Vicente, y sólo tenía
ganas que le relatara esa gran batalla que tuvo cerca de Almenara-.
- Cierto. Ocurrió que las tropas del duque de Segorbe, Alfonso de Aragón, que
constaban de 1.500 infantes y 110 jinetes bien preparados y armados, salieron
de Almenara buscando un ataque frontal. Por su parte los agermanados venían
desde Murviedro con 8.000 soldados comandados por Joan Sisó, que tan
confiado estaba en lograr la victoria que ordenó partir a sus tropas antes del
desayuno, y las dividió en tres columnas: una debía marchar hacia Almenara
por la costa, otra por esta carretera y la tercera por el camino de la Vall de
Segó para atacar desde allí a la retaguardia de los nobles. El duque, que había
enviado exploradores a caballo para estar al tanto de los movimientos del
enemigo, al observar el despliegue, también optó por fraccionar sus tropas en
tres columnas, lanzando la caballería mora contra el ala que marchaba hacia
los Valles.
- ¿Entonces también habían moros? Me está liando Vicente...
- A ver, más que moros eran moriscos. Eran los musulmanes que habían
quedado supuestamente bautizados trabajando las tierras de los nobles, y que
como te he explicado antes, pagaban unos jugosos impuestos a los nobles a
cambio que éstos hiciesen la vista gorda y les permitiesen seguir con el culto a
Mahoma.
- Ah, vale. ¿Y qué pasó entonces?
- Que mientras los agermanados se dedicaron a perseguir, acorralar y
masacrar a los moriscos, la caballería y arcabuceros ducales atacaron a la
columna central del cuerpo gremial, haciéndoles retroceder y desordenar su
19
formación, y lanzándose después en su persecución, hasta acorralarlos en
aquella cima, que se llama por su forma Pic dels Corbs, donde terminaron
rindiéndose completamente extenuados a las tres de la tarde, pues estaban sin
comer ni beber desde muy temprano, cuando contemplaron como las tropas
que desde la costa debían socorrerles, al ser conscientes del desastre,
regresaban a Murviedro abandonándolos a su suerte.
- ¡Cobardes! No se puede dejar tirados a los compañeros cuando están en
desventaja. Hay que ayudarse unos a otros, como hacemos en el mar cuando
alguien pierde a uno de los suyos tragado por el agua.
- Tienes un gran corazón, Luisín, pero la vida es más complicada. Como dice
un refrán, en el amor y en la guerra, todo vale. Y aquí ese acto de cobardía
tuvo sus consecuencias para la causa agermanada, que vio como caía poco
después la Junta de los Trece, y sus cabecillas eran duramente represaliados y
ejecutados por la Virreina doña Germana de Foix, que dictó más de 800
condenas de muerte para evitar que situaciones como ésta se repitieran en el
futuro.
- Entonces, ¿por eso levantaron esta cruz? ¿Para que el pueblo no olvide que
no se debe levantar contra los poderosos?
- Algo así, Luisín. Es un recuerdo del triunfo de las tropas realistas en aquella
jornada, y que erigió el consell de la ciudad de Valencia en junio de 1542, de
ahí que lleve los escudos de la ciudad en el monumento, como puedes ver.
Y bajaron del carro para observar de cerca aquel monumento con forma
de prisma triangular rematado por una cruz de tipo renacentista en la que
figuraban el Cristo crucificado y la Virgen María por sendas caras, y que en la
parte que daba al Camino Real tenía abierta una capillita central con dos
20
bancos de obra a los lados. En las otras dos fachadas aparecían sendos
escudos de la ciudad de Valencia en forma de losange, para perpetuar que en
aquel momento era Señora del territorio, ya que Murviedro estaba bajo su
jurisdicción.
- Qué pena que una cruz tan bonita y parecida a nuestra Creueta tenga una
historia tan triste e injusta en torno a ella. ¿Y dices que existen más cruces
erigidas por más motivos? ¿Vamos a ver alguna más en nuestro camino?
- Sí, ahora continuaremos hasta el lugar de Petrés, donde tomaremos el
Camino Viejo de Teruel para ir en busca de nuestro destino. Durante la marcha
tendrás ocasión de contemplar alguna de estas cruces que tanto te gustan en
Torres Torres, que dispone de una a cada lado del caserío, o en Segorbe,
donde sé que disfrutarás de ver una en concreto.
- Y la ciudad que se ve al fondo ¿Cuál es? ¿la famosa Murviedro? ¿Vamos a
entrar en ella? -quiso saber Luisín, que esperaba más historias que aprender.
- Hoy no, que ya nos hemos desviado demasiado. Pero si en este viaje te
portas bien y me ayudas, te prometo que en otra ocasión te llevaré hasta allí.
Ahora descansa y vayámonos que ya hemos perdido tiempo en llegar a nuestro
destino.
- Pues cuéntame alguna hazaña sobre la ciudad. El abuelo dice que es muy
antigua e importante y seguro que sabes de algún hecho que me puedas narrar
-insistía el pequeño.
- Bueno, vale. Yo te cuento una historia sobre la antigua Saguntum, pero tú te
relajas y me escuchas.
Y empezó a narrarle parte de lo que recordaba sobre la heroica
resistencia de los saguntinos o arsetanos ante las tropas del general cartaginés
21
Aníbal Barca, que los mantuvo asediados durante nueve meses doscientos
antes de que naciera Jesucristo, y cómo sus moradores prefirieron entregarse
a las llamas del fuego que caer ante el enemigo, que arrasó la ciudad y se llevó
presos a los supervivientes. Y que debido a aquella fidelidad a los romanos,
cuando aquellos lograron derrotar a los africanos, reconstruyeron la urbe
convirtiéndola en una de las más importantes de la costa mediterránea.
Pero pese a la interesante narración, el madrugón que Luis se había
dado para acudir a la cita con Vicente e iniciarse en este empleo le pasó
factura. Luchaba por no cerrar los ojos, pero terminó vencido por el sueño,
quedándose dormido sobre el ancho hombro de Vicente, que no sabía quien de
los dos disfrutaba más de aquel viaje, si el pequeño o él mismo.
- Luisín, despierta. Nos acercamos a Torres Torres, y además de poder ver su
castillo de cerca, tan diferente al nuestro, podrás contemplar las dos cruces que
posee a cada lado de su caserío y que, antes que me preguntes, nada tienen
que ver con la mula de los corporales, aunque sí pasó por aquí.
La primera la encontraron en el cruce que el Camino Real de Aragón
formaba con el que bajaba a Almenara, por donde deberían haber subido.
Databa de la época foral, y en su entorno solían parar los carreteros que, como
ellos, subían desde Murviedro o Valencia.
- Paremos un rato junto a ella para comer algo antes de entrar al pueblo. Y de
paso puedes preguntarles a los aquí presentes si conocen alguna leyenda
sobre esta vieja villa y sus poderosos Señores, los Vallterra.
- Me gusta más nuestra cruz de Almenara, o la de la Victoria que me has
enseñado esta mañana. ¿Por qué esta no es tan bonita?
22
- Mozo, que no te oigan los vecinos, que no se lo tomarán muy bien. -le dijo un
carretero al oír la pregunta del curioso chiquillo-. Cada ciudad construye estas
protecciones según los recursos que poseen tanto sus consejos municipales,
los Señores o los mecenas que las mandan levantar. Esta es antigua, y sirve
de orientación a los de nuestro oficio para saber dónde está el camino que baja
hasta Almenara. Pero de paso nos recuerda que los caminos son peligrosos y
hay que rezar para que Dios nos proteja en los mismos. Y a los vecinos les
sirve para encomendar sus almas al Altísimo al salir de la protección de sus
murallas, y agradecerle su regreso al llegar a ellas. Al otro lado del caserío
encontrarás otra muy similar, que recibe a los que bajan desde Aragón y llegan
a la villa. Aquella es algo más antigua que ésta, y se parece muchísimo a otra
que existe a media legua de Segorbe.
- Pero si tantas cruces hay ¿Por qué no todos los pueblos tienen? ¿O es que
en esos le tienen menos devoción a Dios? -preguntó asombrado el chiquillo,
despertando las risas de los allí presentes.
- Vicente, menudo acompañante te has buscado. No te aburrirás con él
explicándole todo lo que le falta por conocer. Ahora que, chaval, escucha todo
lo que ese viejo te cuente, que mejor maestro no vas a encontrar.
Y así es cómo es cómo dejaronr atrás la capital de la Baronía de Torres
Torres, no sin antes echar un vistazo a sus viejos baños árabes, que
sorprendieron al chiquillo porque no entendía por qué los moros se habían de
lavar tanto, y menos por puro placer, dándoles tema de conversación para unas
cuantas leguas.
---
23
Se acercaba la hora de Completas cuando apareció en el horizonte la
ciudad episcopal y ducal, flanqueada por los dos cerros que la vieron nacer. De
fondo se escuchan los tañidos de los bronces de sus muchos campanarios,
que venían proyectados entre el valle que formaban las montañas de las
sierras Calderona y Espadán, todo él dotado de una fértil vega donde
abundaban los frutales y hortalizas. Aquel estratégico enclave convertía a
Segorbe en centro neurálgico de las comunicaciones entre Aragón y Valencia,
al tiempo que desde ella nacían toda una red de caminos que conducían a las
diferentes villas y lugares de su comarca.
Como les había anunciado el carretero, a media legua de la ciudad, junto
a una enorme masía y poco antes de llegar al lugar de Geldo, se alzaba otra
preciosa cruz de piedra que rápidamente puso en guardia al pequeño Luis, que
ya acusaba parte del cansancio de tantas horas subido en aquel carro.
- Vicente, ¿y esta bonita cruz que se alza junto al Camino Real, qué nos
indica? Porque queda lejos de la ciudad para que sirva para lo que me han
contado en Torres Torres... ¿Acaso tiene algo que ver con el camino que nace
junto a ella?
- Muy buena observación, joven Luis. Esta cruz tiene un doble significado, y
además, para nosotros es muy importante. Se trata de una Cruz de Media
Legua, que es la distancia que nos separa de la ciudad. Cuando alguien
comete algún delito en aquella y sus autoridades lo condenan a destierro, el
condenado no podrá pasar más allá de esta cruz sin caer en riesgo de caer
preso, por lo que posee una función jurisdiccional. Sin embargo, el camino que
has observado que parte tras ella es por lo que nos interesa a nosotros, ya que
por él es por donde el pescado que capturan en el mar o en nuestra marjal
24
llega hasta quienes nos lo compran. Desde esta cruz parte el Camino de
Pescadores que utilizan los arrieros de Moncofar para llevar el pescado hasta
la Cartuja de Valldecrist, la más importante de esa orden religiosa en la
península, donde les compran todo su género dos veces por semana desde
que el rey Martín I de Aragón, fundador del convento, les concediese ese
privilegio de exclusividad en 1407. Y como a veces nuestros vecinos no tienen
suficiente mercancía para servir a los cartujos, nos la compran a nosotros, y a
veces nos toca subirlo también.
- Sí, eso se lo he oído a veces a los pescadores de Almenara, pero no pensaba
que estaba tan lejos este convento. -dijo sorprendido el chiquillo-.
- Claro, por eso para que no se les estropee vosotros lo ahumáis o ponéis en
salazón; para que les llegue con relativa calidad. Sólo algunos arrieros suben
con recuas de animales con el pescado fresco cargado en cestos o toneles, y
realizan la larga travesía de más de 9 leguas casi del tirón y por la noche para
evitar los calores diurnos. Contra más fresco llega el género, más valor tiene, y
los frailes lo pagan muy bien.
- ¿Por qué? ¿Acaso no tienen otra cosa para comer? Si precisamente los
frailes que conozco flacos no están.
- Luis, cuida este tipo de comentarios cuando estés con más personas, que te
puedes meter en líos. -Le reprendió ligeramente Vicente, para que aprendiera a
controlar sus pensamientos-. Precisamente esta orden religiosa se caracteriza,
entre otras muchas cosas, como la de no hablar o no salir de sus muros entre
otras, por alimentarse solamente a base de pescado, huevos, lácteos y
verduras. Tienen prohibido el consumo de carne de animales terrestre por ser
25
fruto del pecado carnal, a diferencia de los peces, que brotan espontáneamente
del agua, libres de mácula.
- ¿Libres de qué? Me da a mi que esos frailes no han visto lo complicado que
es pescar a estos escurridizos peces tanto en el mar como en los marjales. Eso
que salen así, sin más, del agua no se lo creen ni ellos.
- No hombre, quiere decir que como no saben cómo se reproducen los peces
en el agua, pues nadie vemos qué hacen ahí abajo, piensan que nacen como
por arte de magia.
- Sí claro. Y de los huevos que vemos en los marjales ¿qué salen?
- Bueno, no los critiques, que gracias a ellos comemos muchos de nosotros, y
además esta noche dormiremos en su hospedería, pues lo que llevamos en el
carro es un encargo del procurador del convento. Ahora vamos a azuzar a este
viejo mulo, a ver si nos hace llegar hasta sus puertas antes que anochezca, y
nos dan alojamiento. Pero allí, compórtate.
---
La falta de mundo del pequeño Luis quedó reflejada al contemplar la
cerca que cerraba los dominios de aquel monasterio. Su extensión era más
grande que su poblado marítimo, y casi igualaba si no superaba la del caserío
de Almenara. Tras ella se adivinaban cuidados campos y multitud de
construcciones, aunque el ocaso no permitía distinguir a sus moradores ni los
árboles que cultivaban.
Tras enfilar una alargada recta flanqueada por esbeltos cipreses,
llegaron a decorado portalón de madera que permanecía cerrado, y tiraron de
una cadenita. En algún lugar se escuchó el agudo sonido de una campanilla, y
tras unos minutos de espera, ante ellos apareció un esmirriado hombrecillo
26
vestido con un hábito blanco lleno de manchas, casi calvo, y con una larga
barba que le llegaba hasta medio pecho.
- La paz sea con vosotros hermanos ¿Quién osa en estas horas de retiro
molestar el silencio de los cartujos? -dijo entreabriendo una pequeña
portezuela-.
- La paz sea contigo, hermano Sebastián. Veo que la vista no te permite
reconocer a un viejo colaborador de esta orden. ¿O tal vez te confunda la joven
compañía que hoy traigo conmigo?
- ¡Amigo Vicente! Ahora que escucho tu voz te reconozco. La edad y la luz del
ocaso previa al anochecer hacen que mi vista falle. Santa Lucía me la proteja.
¿qué os trae por aquí?
- Traemos un encargo del padre procurador desde Murviedro. Y dadas las
horas, te agradecería que nos dejaras entrar a pasar la noche en la hospedería
y acomodaras tanto a nuestra montura como a nosotros, al tiempo que nos
procurases algo de comer. Varias complicaciones en el camino han retrasado
nuestra llegada, aunque sé que aquí siempre soy bien recibido.
- Pasad, que no se diga que los cartujos no practicamos la virtud de la
hospitalidad. Además, hace un rato se han servido las colaciones a los padres,
y creo que algo habrá por la cocina con lo que podáis reconstituir el cuerpo,
pues por vuestro espíritu ya rezamos nosotros día y noche.
Tras estas palabras, abrió aquellas enormes puertas, que pese a su
tamaño apenas hicieron ruido, y accedieron a un precioso patio ajardinado en
el que destacaba un enorme pórtico frente a un majestuoso templo coronado
por una enorme cúpula junto a la que se levantaba una torre espadaña con
varias campanas.
27
Vicente, ante el asombro del chiquillo, le dio un pequeño pescozón para
que reaccionara y le ayudase a meter el carro y la mula en las caballerizas
monacales, que quedaban en un edificio ubicado a la izquierda de aquel patio.
En el mismo caserón se les daría habitación, ascendiendo hasta ella a través
de unas escaleras que daban a una gran sala amueblada con varios bancos y
mesas, donde el hermano Sebastián les dijo que esperaran hasta que les
sirviera la cena. Y no se demoró mucho en llegar. Hasta ellos llegó cargado con
una bandeja donde portaba una libra de pan, dos escudillas en las que se
veían hortalizas, atún y huevos, y un par de vasos de vino.
- Tomad hermanos, comed y retiraros después a descansar, pues hasta
mañana al Ángelus no os atenderá el padre procurador. Yo si me permitís me
retiro a mi celda, que ya debería estar descansando antes que suene la
llamada a Maitines a media noche. Id con Dios.
Y se retiró por una portezuela dejando a los dos viajeros devorando
aquellas viandas, que según le explicó mientras comían Vicente a Luis, era lo
que repartían a cada uno de los cientos de pobres que se acercaban
diariamente hasta las puertas del convento.
- Pues qué lástima no quede este monasterio más cerca de Almenara. Con lo
que nos dan aquí no pasaríamos tantas necesidades en casa.- Dijo en tono
inocente-. Yo no he visto un plato tan lleno en mi vida, y menos un pan tan
blanco.
- Esta cartuja es una de las más importantes de la orden en los reinos de
España. Poseen muchísimas propiedades y grandes extensiones de tierra
donde pacen miles de cabezas de ganado de la que aprovechan únicamente
sus pieles para hacer pergaminos y la lana para comercializar con los paños
28
que de ella confeccionan. Aunque recientemente han transformado el batán de
paños en una fábrica de papel, para obtener este preciado material que ellos
emplean para realizar copias de libros. También disponen de varias masías en
las que cultivan viñas, cereales y olivos, por lo que nos les falta el vino, el pan
ni el aceite. Y aunque predican la austeridad y pobreza, desde luego, viven
mucho mejor que la mayoría de los mortales.
- Sí que deben de obtener producción, para abastecer a tanta gente como hay
en este convento. ¡Pero si es casi más grande que algunos de los lugares por
los que hemos pasado!
- No creas todo lo que veas, Luis. En el interior de estos muros apenas habrán
70 personas, y la mayor parte de ellos están en lo que se llama la zona de
procura, es decir, donde viven los trabajadores de los frailes. Religiosos sólo
habrán unos 30 o 40. De ellos, 24 viven encerrados en las celdas del claustro...
- ¿Que están presos, y por eso viven en celdas?
- A ver, no es lo mismo una celda monacal, que una mazmorra de castigo. Sus
celdas casi son como las casas que ves en Almenara, pero rodeadas de un
jardín. Pero pese a estar unas adosadas a otras, los cartujos no se comunican
entre sí. Hacen voto de silencio, pues tratan de imitar a los eremitas del
desierto, o a los ermitaños que cuidan de las ermitas, saliendo sólo de ellas
para ir a rezar al templo que has visto al entrar varias veces al día. Es más, ves
terminando de comer, que dentro de un rato sonarán las campanas para llamar
a oración a los frailes. Si te despiertas y te asomas por la ventana, tal vez veas
la procesión de los mismos por los pasillos porticados que ves enfrente hasta la
iglesia, donde cantarán los maitines y laudes durante buena parte de la noche,
29
para luego volver a sus lechos y levantarse al toque del ángelus para volver a
rezar en la iglesia.
- Vaya vida más rara. No hablan, no duermen, solo rezan, comen solo pescado,
aunque ya veo que hambre no pasan... Creo que prefiero seguir viajando
contigo y conocer más historias como las que me cuentas. Por cierto. Esta
mañana me dijiste que vería una cruz que tenía que ver con los corporales.
¿Está aquí?
- Virgen de la Cueva Santa, qué chiquillo más tenaz con sus cosas. Mañana,
antes de volver para Almenara, pasaremos por la ciudad de Segorbe a recoger
un encargo y de paso, te mostraré la dichosa cruz. ¿Contento?
- Solo una pregunta más ¿Esa Virgen de la Cueva Santa a la que te aclamas
es a la que cantamos cuando queremos que llueva?
- La misma, y además, debes saber que su santuario no queda lejos de aquí, y
que fueron los frailes de esta cartuja quienes elaboraron la talla de la Virgen.
Mañana le pediremos una al procurador, que seguro te la regala con mucho
gusto. Pero ahora a dormir, que ya es tarde.
---
A la mañana siguiente, la cara de Luisín daba muestras de haber
descansado muy poco. No le hizo falta preguntar a Vicente para deducir que el
chiquillo se había levantado a ver a los frailes camino de la Iglesia Mayor, y que
la impresión causada no había sido muy agradable. Sus hábitos blancos y el
titilar de las velas provocando enormes sombras le debieron parecer
tenebrosos espectros que le helarían la sangre. Eso sí, con el copioso
desayuno que les sirvió el hermano Sebastián pareció recuperar el color en sus
30
mejillas. Mucho se quejaba de los cartujos, pero bien que disfrutaba de la
comida que le servían.
- Ahora te tocará esperar en el patio mientras hago entrega de lo que le he
traído al padre procurador. Disfruta de la belleza de la fachada de la iglesia,
donde encontrarás los escudos de los monarcas que la fundaron, la esculturas
de los patronos de la casa, y preciosos arcos de piedra en las bóvedas del atrio
que protege el bello conjunto escultórico.
Y allí quedó, admirando cómo el ser humano era capaz de convertir la
piedra en figuras tan preciosas, de gran tamaño como las que ahora tenía ante
sí, o minuciosas como las de su admirada creueta de Almenara. ¿Cómo sería
la cruz que le había dicho verían en Segorbe? Tendría que esperar y tratar de
calmarse para no alterar a Vicente, que tan bien se estaba portando con él.
Este salió del edificio que quedaba frente a la hospedería junto a otro
fraile vestido de blanco, con quien tras cruzar unas palabras, regresó de nuevo
al interior del edificio para salir con una pequeña imagen de yeso en la mano
que entregó a Vicente, y por los gestos, entendió el joven que sería la de la
Virgen de la Cueva Santa de la que habían hablado la noche anterior.
- Toma Luis, un regalo del padre Gil. Es una talla de Nuestra Señora de la
Cueva Santa, para que la coloques en tu cabaña y le reces para que te guie en
la vida y ayude a vislumbrar tu camino. Es para ti, por lo que deberás cuidarla
poniendo mucho cuidado, pues es de yeso, y por tanto frágil y puede romperse.
Y le entregó aquella pequeña imagen blanca de poco más de un palmo
de alta y medio de ancha, que el niño tomó con sumo cuidado, con gran
emoción, pues era la primera vez que alguien le regalaba algo tan valioso.
31
- Entretanto, fíjate en aquella cruz que se otea sobre la montaña que se
observa ante la puerta del monasterio recortada contra el cielo. Nos marca el
camino a seguir para llegar al Santuario de la Cueva Santa, el cual se adivina
desde su posición. Es otro de los usos que tienen las cruces, el de marcar
lugares de culto desde emplazamientos en los que se observan. En estas
tierras son abundantes tanto las cruces como pequeñas capillas alzadas en
puntos desde los que se ve en lontananza el santuario mariano. Tal vez, más
adelante, te lleve hasta él. Pero ahora nos vamos para Segorbe, donde
llevaremos lo que me han cargado en el carro los cartujos, y tras cargar de
nuevo la carreta para aprovechar el viaje, regresaremos a casa, pasando junto
a esa otra cruz que tantas ganas de ver.
El corto trayecto siguiendo el denominado Camino de los Pobres que
unía la ciudad de Segorbe con el Valle de Cánovas donde se erigió la cartuja
en 1385, se le hizo larguísimo a Luisín. Por suerte, le tocó ayudar en la carga y
descarga de las mercancías que transportaban, y con ello mantuvo la mente
algo distraída. Y todavía no habían tocado las campanas el ángelus del
mediodía, cuando ya salían por el Portal de Valencia, y bordeando la muralla,
sortearon el antiguo Colegio de Jesuitas para tomar una amplia vía que
descendía pegado a los muros del que ahora se había convertido en Seminario
diocesano. Y allí, precisamente pegada al muro de lo que suponía sería el
huerto del mismo, se erigía una pequeña cruz.
- Creo que poco voy a contarte que no sepas de cómo tuvo lugar el prodigio
que dio lugar a la creación de unas reliquias muy veneradas en Aragón,
conocidas como las Corporales. Pero sí que puedo decirte que la historia sería
muy distinta si, aquella burra blanca sacada de tierra musulmana que partió de
32
Ludiente con las reliquias sobre su costillar y fue soltada a su libre albedrío,
hubiese terminado su camino aquí y no en Daroca. Según cuenta la tradición,
al llegar a este lugar perseguida de la enorme comitiva que la acompañaba, la
mula se detuvo a descansar por estar muy agotada. Aquella larga parada tuvo
una gran resonancia en la ciudad, conocedora de antemano del contenido de
las alforjas y de algunos de los prodigios y milagros que envolvían a las
Sagradas Formas. Pero las esperanzas de los segorbinos se vinieron abajo
cuando, a duras penas, la mula se logró alzar temblorosa, y prosiguió su
camino hacia Aragón. Aún así, para conmemorar el suceso se decidió colocar
en este lugar donde descansó esta pequeña cruz, que como puedes apreciar,
no es tan bonita como la nuestra, pero tiene un mayor simbolismo.
La visión de tan pobre cruz, que él había imaginado más decorada y
grande que su apreciada Creueta por estar ubicada en tan noble ciudad y ante
tal suceso, lo dejó muy abatido y decepcionado. Desde luego, aquel viaje le
había permitido conocer a Vicente, que le estaba relatando y enseñando un
sinfín de historias y leyendas vinculadas a los territorios por los que habían
transitado en esas dos intensas jornadas. Aprendió que existían más tipos de
cruces que la que tanto admirada junto al Camino del Mar, y que éstas podían
tener diferentes formas y significados, más allá del religioso que se le suponía.
Descubrió que le encantaría aprender a tallar la piedra para crear en ellas las
preciosas figuras y filigranas que había admirado en las cruces o en la fachada
el templo de aquel poderoso monasterio. Y tal vez, para aprender, sería
interesante intentar reproducir imágenes de aquella pequeña imagen de la
Virgen que le habían regalado, y por la que comenzaba a sentir algo que no
tenía muy claro qué era. Tal vez su madre o el abuelo Olfo le podrían explicar
33
cómo hacerlo, al tiempo que escucharían sus aventuras, o le explicaban qué
era esa nueva sensación que sentía en su interior.
Tan ensimismado estaba en sus pensamientos, que apenas cruzó
palabra con Vicente en todo el trayecto de vuelta. Aquel, ante el mutismo del
chaval, optó por tomar el camino más corto para llegar lo más pronto posible a
casa. Él también hacía balance de aquella primera toma de contacto con el
muchacho. Le agradaba su compañía, el poder compartir viaje con alguien con
tantas ganas de aprender. Tal vez sería buena idea hacer caso a su viejo
amigo Olfo y enseñarle el oficio durante los pocos años en los que su salud le
permitiese seguir viajando. Pero la juventud de Luis era un impedimento. No
obstante, estaba dispuesto a llevarlo consigo a partir de entonces si el chaval
estaba de acuerdo. Los días que no saliesen de ruta, trataría de enseñarle a
leer y escribir, aptitudes que eran de vital importancia para desempeñar este
trabajo. Y no le cabía duda que si lograba que el niño al menos se soltara en
estas habilidades, le sería de gran provecho para el futuro, y más teniendo en
cuenta su curiosidad y ganas de aprender. Quien sabe si algún día recopilaría
en un volumen todas aquellas historias que tanto su abuelo como él le iban
contando que habían acontecido ya fuera en Almenara o en los pueblos del
entorno.
De momento, ese destino lo dejaría en manos de su venerada Virgen de
la Cueva Santa, que presidía la fachada de su casa, y por la que Luisín parecía
sentir algo especial como había observado durante el viaje de regreso. Pero de
momento, por alguna extraña razón que todavía desconocía, aquel muchacho
era aquella preciosa cruz de piedra labrada ubicada a las afueras de la
población, próxima al camino que baja a las cabañas donde había crecido y
34
vivía junto a los suyos, la que le cautivaba y despertaba gran admiración. A
saber qué tramaría su joven mente cada vez que pasaba junto a ella, pues le
era imposible no deleitarse mirándola, rodeándola, y memorizando cada
pequeño detalle de la misma. Desde luego, este Luisín era el niño de la
Creueta. Así lo llamaría cariñosamente a partir de entonces.
FIN
35
36

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La historia del Niño de la Creueta

  • 1. EL NIÑO DE LA CREUETA por Jose Ángel Planillo Relato ganador del XLIV Certamen literario de narrativa Joan Fuster, del Ajuntament d'Almenara, 2022 1
  • 2. EL NIÑO DE LA CREUETA por Jose Ángel Planillo El sol comenzaba a asomar por el horizonte, tras varios cantos del gallo que vivía en la parte trasera de la pequeña cabaña y ponía orden en el corral, donde convivía con dos gallinas y una cabra. No era el único que con sus cantos había roto el alba y despertaba a los habitantes del pequeño villorrio construido alrededor de la ermita de la Virgen de la Torre, rodeado del Mediterráneo y de varias lagunas de agua dulce por todos sus puntos cardinales. A aquellas horas, varios vecinos llevaban rato despiertos preparando los enseres, redes y barcas para salir a faenar al mar, a ver si la suerte les permitía traer los canastos llenos de bacalao y sardinas con los que obtener unas buenas monedas. El que no tenía medios para salir a aguas abiertas, probaba suerte en las extensas lagunas que desde Murviedro hasta Nules ocupaban la franja costera y rodeaban el caserío. Extensos marjales donde además de algún pato, podría tratar de capturar lucios y anguilas, que también tenían buena aceptación y venta en el mercado del martes, en la lonja de algún pueblo vecino, en los conventos de los dominicos de Nuestra Señora del Rosario de Almenara o del Santo Sepulcro y Pie de la Cruz de los servitas de Quart, o a otros pescadores de los alrededores, cuyas necesidades comerciales les obligaba a conseguir unas cantidades que no siempre lograban obtener. 2
  • 3. Y es que desde hacía unos años, se había establecido una colaboración simbólica entre los pescadores del Grao de Moncófar y los que faenaban en el entorno de la marjal de Almenara, de manera que en lugar de hacerse competencia buscaban la forma más ventajosa de obtener beneficio, pues todos ellos subían su género por sus propios “caminos de pescadores” hacia los pueblos de la Baronías de Estivella, Segart, Torres Torres o Algar, e incluso hasta la ciudad episcopal de Segorbe y caseríos del Condado de Jérica, lugares que requerían una mayor cantidad de pescado fresco para cumplir los preceptos de ayuno de los religiosos que abundaban en ermitas, conventos, iglesias y la propia catedral segobricense. Por eso, cuando alguno sabía que tenía una venta asegurada, los demás le vendían sus capturas a sabiendas que el género tenía salida y pronta remuneración. Y en este sentido, eran los moncofinos los que jugaban con ventaja, ya que gracias a un privilegio real de Martín I que les facultaba a suministrar en exclusiva a los cartujos de Valldecrist dos veces por semana pescado fresco -pues estos religiosos no comían otro tipo de carne-, no eran pocos los pescadores del entorno los que les entregaban sus mercancías para cubrir la gran demanda de aquellos, con la garantía que siempre volvían con bolsas de dinero y los cestos vacíos, a diferencia de muchos de los arrieros que subían a vender por su cuenta a los demás pueblos y aldeas, y en ocasiones tenían que malvender o tirar el pescado por no poder darle salida. Toda esta actividad era observada desde una de las cabañas por el pequeño Luis, que disfrutaba viendo trajinar a aquellos hombres de mar cargar lo justo y necesario en sus barcas, arrastrarlas hacia la orilla, y primero a remo y luego a vela aprovechando la brisa, adentrarse en el mar hasta perderlos de 3
  • 4. vista en el horizonte donde tirarían sus redes de pesca. Vivía con la esperanza de que alguno le contase, cuando regresara al atardecer, qué le había ocurrido a su padre. Aquel se marchó como ellos hacía ya seis primaveras, pero no volvió. Desde entonces en casa subsistían como buenamente podían su madre, su hermana y el abuelo Olfo, ya fuera cuidando de la ermita, cosiendo redes, limpiando, salando o ahumando pescado, embreando las barcas, o ayudando en la pesca, en la cosecha del arroz o de melones de las cercanas marjales. Él echaba una mano en lo que podía, pero a su tierna edad molestaba más que aportaba, y sus mayores no hacían más que rezar para encontrar a algún pescador que le quisiera enseñar el oficio; poder meterlo como aprendiz en algún taller para ahorrarse una ración que a veces faltaba en casa mientras se formase; o descubrir una tarea donde pese a su escasos años fuera de provecho. Pero a sus ocho veranos nadie parecía estar dispuesto a hacerle un hueco en sus barcas ni en ningún obrador. Unos porque no querían asumir riesgos y que la desgracia se cebase todavía más con aquella apreciada familia. Otros porque veían al niño demasiado disperso en lo que se le intentaba enseñar, pues le gustaba más frecuentar la torre de vigilancia con los soldados y escuchar los relatos que unos u otros le contaban, que aprender las artes de cualquier oficio. Sin embargo, pese a subsistir entre aquellas humildes cabañas construidas entre marjales, donde eran frecuentes las enfermedades y únicamente se podían comunicar por enfangados caminos de tierra con otros caseríos próximos, o por el Camí de la Mar con la población a la que pertenecían, el saberse protegidos por la cercana Torre del Estany; la ermita de 4
  • 5. Nuestra Señora de la Torre erigida tras el hallazgo de una imagen de la Virgen por un soldado, y a la que se encomendaban tanto ellos como los vecinos de los pueblos próximos que hasta ella se desplazaban en romería; y por los viejos muros de piedra del castillo con sus dos torres albarranas, que recibían el cariñoso apelativo del Agüelet y la Agüeleta por su antigüedad, y por cuyas funciones de vigilancia tomaba nombre el lugar, además de serviles de guía a quienes desde aguas adentro regresaban a tierra tras una dura jornada de pesca. Precisamente, la lejanía a la costa de estas torres motivó que en tiempos de Carlos I, ante las continuas incursiones piratas que no solían tener piedad con los vecinos de aldeas ubicadas junto al mar como ésta, se construyese una red de atalayas costeras a las que pertenecía tanto el torreón que se erguía como principal edificio del lugar, como otras próximas al litoral ubicadas en Moncófar, Canet y Murviedro, donde una guarnición de soldados velaba por impedir este tipo de peligros y evitar que los corsarios pudieran cargar agua dulce en las lagunas. Todavía quedaba en la memoria colectiva alguno de los ataques que habían sufrido tiempo atrás en la vecina Chilches, cuando en 1518 fue atacada por el pirata Barbarroja, en 1526 por los moriscos sublevados de la Sierra de Espadán, y en 1527 y 1583 nuevamente por los piratas berberiscos. En una de las ocasiones, tras saquear la iglesia y llevarse las formas sagradas, asesinaron a varios de sus vecinos y se adentraron en tierra, sembrando el terror por allá donde pasaron. Este tipo de hazañas eran las que entusiasmaban al pequeño Luis, que no cejaba de insistir a su abuelo que se las relatara una y otra vez, y que él 5
  • 6. entrelazaba en su fecunda imaginación sin importar que hubiesen ocurrido unas y otras con siglos de diferencia. - Abuelo, cuénteme otra vez la historia de cómo Juan de Prócida, el gran capitán que dio origen al linaje de los Señores de Almenara, ganó a los musulmanes en la batalla de Ludiente en febrero de 1239 y se quiso traer las hostias sagradas de las que había brotado sangre después de que los moriscos las profanaran y se las llevaran a Argel. - ¡Luisín! O prestas atención a las cosas que te cuento, o de seguir así de despistado no lograrás aprender ningún oficio cuando seas mayor. Has de estar más atento, retener cada palabra que te cuento, y aprendértela bien sin mezclar las historias. Si al menos pudiera conseguir papel y los útiles que se requieren, trataría de enseñarte a leer y escribir, ya que don Zacarías, el párroco de la ermita, no parece querer hacerlo. Así que esmérate y no inventes. - Sí, ya me contó que usted tuvo una cuidada educación en el palacio gracias a que su padre le puso ese nombre tan raro que tiene, que fue el de dos de los primeros señores de Almenara. Gracias a aquella treta logró llamar la atención del anterior conde para entrar a servir en el Palacio y no don Zacarías, que desde entonces no parece tenerle en gran aprecio. Sin embargo, tras la desaparición de mi padre, tuvo que venir a esta casita para ayudar a mi madre, mi hermana y a mi a salir adelante -recordó el niño la lección que había marcado el devenir de la familia. No obstante, el chiquillo seguía con lo suyo-. Pero siempre me he preguntado ¿Ese Olfo qué era, hijo o nieto de aquel noble veneciano…? 6
  • 7. - Siciliano, Luisín, siciliano… - Eso, siciliano. ¿Era entonces el descendiente de aquel noble siciliano que a las órdenes del rey Jaime I estuvo presente en el Castillo de Chío, en Ludiente, cuando se produjo el milagro de los corporales y que intentó traerse la mula a la que cargaron los pedacitos consagrados y sangrientos de Nuestro Señor…? - ¡Mira que eres bruto! Como te escuche hablar así don Zacarías ya tiene una excusa más para excomulgarnos. - ¿Por qué? ¿No me contó que tras esconderlas el sacerdote para no ser profanadas por los moros, al acabar la batalla con triunfo de los nuestros, éstas aparecieron llenas de sangre? - Sí, pero porque aquellas seis hostias preparadas para la comunión de los capitanes aparecieron pegadas a los corporales que las protegían dentro de su relicario, por lo que los allí presentes pensaron lo que había hecho sudar a aquellos pequeños discos consagrados era sangre de Nuestro Señor Jesucristo, y todos quisieron conservarlos como recuerdo de aquel suceso. - Pues más o menos lo que he dicho yo. Y entonces buscaron a la burra para que las trajera hasta aquí. - ¡Virgen del Rosario, por favor, intercede porque este mocoso tan tozudo entre en razón! Estás mezclando las churras con las merinas, y así no vamos a ningún lado. –respondió algo enfadado el abuelo, en vista que su curioso nieto cada vez estaba enredando más aquel episodio de la reconquista-. Te lo voy a resumir, a ver si así te quedas con lo importante. Y de nuevo el abuelo sucumbía a los caprichos de su nieto y le volvía a narrar aquella batalla acontecida tras la toma de Valencia, en un momento en 7
  • 8. que el rey conquistador tuvo que partir hacia Montpellier y dejó la defensa del nuevo reino en manos de sus capitanes, que en una de las batallas se vieron envueltos en el prodigioso lance que dio origen a los Corporales de Daroca y la vinculación que con ellos tenía el Conde de Almenara. -...Y ante el valor que puso el noble siciliano, aunque algunos lo hacen napolitano, Giovanni da Prócida, el rey Jaime I le entregará el lugar de Ludiente. Y fue tanto lo que le marcó aquel suceso que con el tiempo mandó construir una ermita en el lugar donde ocurrió el milagro, que todavía sigue en pie. -concluyó el relato tantas veces repetido a su nieto, que con los ojos abiertos de par en par trataba de absorber todas aquellas enseñanzas-. Así que a ver si te queda claro que no fue Juan de Próxida el primer Señor de Almenara, sino que ese honor fue para su hijo, Francisco de Próxida y Fasanella, que en el año del Señor de 1292 le compraría al rey Jaime II de Aragón el Señorío de Almenara por 220.000 sueldos valencianos. ¿Lo entendiste bien ahora? - O sea, que entonces no vino por aquí la burra con las hostias milagrosas– Insistió de nuevo el chiquillo. - No, Luisín. La burra que tú dices al llegar a Murviedro enfiló río arriba camino de Daroca, dejando a su paso un sinfín de fenómenos curiosos. Pero… -dejó en suspense el abuelo, mientras sonreía al ver la cara de ansiedad que ponía su nieto, que barruntaba que ahora le iba a contar algo nuevo-. Sí hay una cosa que tiene relación con nuestros Condes y tu obsesión por los Corporales. - ¡¡Cuéntemela abuelo!! Por favor, y prometo que no lo olvidaré más –rogaba el niño sin tener muy claro el poder cumplir su promesa. 8
  • 9. - Mira, aquél primer Señor de Almenara casó con María de Vidaure, parienta de la que fue tercera esposa de Jaime I, Teresa Gil de Vidaure, a quien el rey conquistador había regalado el Señorío de Jérica, dando origen a una poderosa familia siempre cercana a la Casa Real. Resulta que por las tierras de los Jérica también pasó la burra que portaba los Corporales y acontecieron algunos milagros, que llevaron a que tanto nuestro Francisco de Próxida como su esposa fueran muy devotos de esas reliquias. Por ello, y siendo que su padre, el primer Señor de Ludiente, había alzado allí un ermitorio, él no quiso ser menos y en su nuevo señorío mando labrar una cruz de madera en memoria de aquel hecho. - ¿Dónde abuelo, dónde? Porque aquí en Almenara tenemos una en nuestro Camino del Mar… Aunque esa es de piedra -dijo entusiasmado el muchacho. - Mira que te gusta ese precioso y antiquísimo crucero, Luisín. Cada vez entiendo más por qué estás tan obstinado con esta historia –afirmó cariñoso el abuelo con una tierna sonrisa, al recordar como cada vez que subían al pueblo, el zagal se quedaba hipnotizado observando la preciosa hechura de aquella cruz gótica-. Resulta que, con los años, aquella humilde cruz de madera del primer Señor de Almenara fue sustituida por otra toda elaborada en piedra, a la que se le esculpió en una de sus caras la figura del Cristo crucificado y por la otra la imagen de la Virgen, mientras que en los brazos aparecen a un lado las figuras de los ángeles, y en el otro los Santos Juanes, titulares de la parroquia. La cruz a la que hacía referencia el abuelo era un precioso crucero gótico que en origen tenía 75 cm de alto por 60 cm de ancho, y era sostenida por un fuste o columna octogonal de cerca de dos metros de altura, que surgía de un triple graderío creciente de planta circular, siendo la tercera grada de 9
  • 10. ocho piezas, la segunda de once y la que quedaba a ras de tierra compuesta por diecisiete piezas, todas de piedra caliza, aunque alguna había de rodeno. - ¡¡Anda!! ¡Ahora todo me cuadra, abuelo! ¿Usted ve como sí presto atención? Lo que pasa es que como son tantos datos y no puedo apuntármelo, me lio. - A ver ¿A qué conclusión has llegado, Luisín? –Preguntó temeroso un resignado Olfo, presintiendo que de nuevo su nieto trastocaría todo lo recitado-. - Que de algo me sonaba que los Corporales tenían que ver con Almenara. ¡Y no vea cómo me alegra que sea a través de la bonita cruz del Camí de la Mar!. Lo que no sabía era que a nuestro primer Señor de Almenara, Juan de Prócida, y al primer Conde de Almenara, Juan de Próxida y Centelles, se les había hecho santos y por eso están representados en esa cruz y dedicó la iglesia. - ¡Luisín! ¡Mira que eres bruto! –Dijo el abuelo echándose las manos a la cabeza, pero sorprendido de la memoria del crio que, pese a andar errado, había logrado llegar a aquel razonamiento. Nunca se le había ocurrido pensar que el patronímico de los dos Próxida que habían comprado y elevado el señorío a condado, pudiera tener relación con la advocación del templo parroquial, y sobre tal cuestión estuvo reflexionando una vez el chiquillo había huído de la cabaña para evitarse alguna bronca de su abuelo ante aquella aparente barbaridad que había pronunciado. - - - Horas después, cuando el capellán de la ermita se acercó para realizar la misa, el abuelo Olfo esperó a que finalizase el oficio y todos se marcharan, para acercarse hasta él. - Don Zacarías, ¿da su permiso? –preguntó tratando de ser respetuoso. Pese a la rivalidad que entre ellos existió en el pasado, Olfo intentaba guardarle el 10
  • 11. respeto que se le debía como sacerdote para evitar mayores rencores de los que ya le profesaba- Quisiera preguntarle por una cuestión de la que hemos estado hablando mi nieto y yo sobre la parroquia. - Claro, pasa Olfo. ¿Ya has decidido meter a Luisín como monaguillo? Así tendrá algo mejor que hacer que ir por ahí inventando cuentos. - No piense así de Luisín, don Zacarías. Le agradecería mucho que pudiera hacer algo por la educación del mozo, que desde luego para lo joven que es, apunta maneras. No estaría de más que le ayudase a aprender a leer y escribir, si bien, ahora mismo sus manos hacen más falta en casa que en la parroquia, que es de lo que yo quería hablar… - Ya veo que te das cuenta que la mejor manera de educar al chiquillo es dejándolo a mi cargo. Lo educaré en las enseñanzas de la Iglesia, que tanto provecho hicieron en cierto momento de mi vida en que se me negó una mejor formación de forma injusta. -Contestó con tono rencoroso el sacerdote, sabiendo regodeándose ahora de su poder ante su antaño rival-. Pero si tanta falta hace la ayuda del crio para salir adelante, puedo contactar con unos arrieros, a quienes seguro les servirá para guiar las mulas en sus viajes. Mejor que sea de provecho, que estar todo el día molestando a unos y otros para que le cuenten historias. Con eso no se llenará el estómago. Escuchar aquellas palabras en boca del párroco lo que estaban removiendo eran las entrañas de Olfo, a quien le costaba contenerse y no contestar de malas formas a aquel que tanto se empeñaba en alejarlo de su nieto. Sin embargo, su ofrecimiento le hizo pensar que tal vez no fuese tan mala la idea que había tenido, pero no junto a quienes el cura le estaba sugiriendo, que estaba seguro no eran la mejor opción. 11
  • 12. - Gracias, don Zacarias. No descarto su oferta y le agradezco su preocupación por mi nieto. Pero realmente lo que le quería preguntar era otra cosa. ¿A qué se debe que nuestra iglesia parroquial esté dedicada a los Santos Juanes? ¿Existe algún documento en que se haga referencia a este asunto? - Vaya, vaya, vaya... ¿así que ahora te interesan las cosas de la iglesia? Pues ya podías haberte inclinado por ella hace unos años. Qué distinto hubiera sido todo ¿no crees?. ¿No encontraste respuesta a eso en el palacio, entre tanto libro y pergamino? Me temo que ya sé de dónde le sale esa vena preguntona al joven Luisín. De tal palo... - Bueno, veo que hoy no es el mejor día para poder conversar. Tampoco es algo que me quite el sueño, y como entiendo que no lo sabes, ya iré tocando otras puertas más receptivas para resolver mis inquietudes sin tu colaboración. -Se atrevió a desafiar a su viejo antagonista, retirándole incluso el tratamiento que merecía. Pero don Zacarías estaba tan enfurruñado que ni se percató de esa falta de respeto de Olfo, y únicamente se limitó a tirarlo de la parroquia de forma despectiva. - Pues ves con tu barca a surcar otro mar y que el diablo ilumine tu inteligencia, ya que Dios tiene mejores asuntos y fieles a los que amparar. - - - Unos días después, aprovechando que Olfo tuvo que subir al pueblo a por un género que precisaban en casa, decidió visitar a un viejo compañero de sus tiempos al servicio del Conde. Tras la conversación sobre el futuro de su nieto con don Zacarías, varias ideas le habían pasado por la cabeza para encarrilar su destino, antes que dejarlo en manos de aquel rencoroso cura. 12
  • 13. - ¡Vicente! ¿Cómo estás? -dijo entrando por la puerta trasera de la casa donde vivía aquel otro viejo criado retirado, que preparaba su animal y carreta para marchar a algún recado. - ¡Hombre, Olfo!¡Qué alegría verte! ¿Qué tarea te ha traído al pueblo alejándote de las cabañas del mar y de tu Luisín? ¡Ya estará hecho un hombretón! - Pues mira, ahora que lo mentas, de él venía a hablarte si tienes un momento, que te veo algo atareado. - Sí, marcho a por unos encargos a Murviedro, pero por ti me puedo demorar unos minutos. ¿Le ha pasado algo al chaval? Olfo le contó la conversación mantenida con el párroco en la ermita y la propuesta que le había hecho para emplearlo como mulero. Pero ante los recelos que le despertaba, quiso plantearle la razón por la que acudía a verlo. - El caso, Vicente es si podrías llevarlo como acompañante para que vaya aprendiendo caminos, cómo es el trato con animales y con otras personas ajenas a su círculo, y de paso te pueda echar una mano en el oficio pues, con los años que ya cargas, seguro te será de ayuda.-sondeó Olfo. - ¡Ay, Olfo! Bien sabes que el tiempo pasa para todos y estos huesos me hacen renquear, pero no sé si podré serte de ayuda. Cada vez salgo menos. La edad y la competencia hacen estragos. Algún viaje a Murviedro o a Segorbe a lo sumo gracias a algún conocido, y porque algunos todavía me aprecian de nuestros tiempos en la casa condal. Pero... - Mira, sólo te pido que te lo lleves un par de veces. Os vendrá bien a ambos. Y si ves que el chiquillo no se acopla o molesta más que colabora, lo traes para casa y ya está. Prefiero confiártelo a ti que a quienes haya pensado ese viejo amargado de don Zacarías. -insitió Olfo casi suplicando. 13
  • 14. - Venga, que no se diga que no lo vamos a intentar. Así me dará conversación, que con tantas horas por los mundos de Dios, y dado que el mulo no responde a mis pláticas, me hará más amenos los viajes. - ¡Ah! Si conversación es lo que buscas, te aseguro que no te va a faltar -respondió jocoso Olfo-. Además, quien mejor que tú para contarle viejas historias a ese zagal que parece más hambriento de conocimientos que de vituallas. ¿Cuándo te lo traigo? - El próximo lunes, al alba, debo partir hacia Segorbe a llevar parte de lo que he de recoger en Murviedro. Si estáis aquí a esa hora, me lo subiré al pescante. - Sea entonces. Muchas gracias Vicente. Sabía que podía contar contigo. Poco es lo que puedo hacer por ti, pero si me necesitas... Ya sabes dónde encontrarme. - Pues ya que lo dices, si el lunes le traes a Rosario un poco de pescado fresco y un par de melones, seré yo casi quien estará en deuda contigo. - Dalo por hecho. Nos vemos el lunes entonces. Y dale recuerdos a Rosario de mi parte. Le seleccionaré personalmente los mejores del huerto para ella. - - - La mañana del lunes partía del recinto amurallado de Almenara una carreta con un joven Luisín a bordo acompañando a un asustado Vicente, que no sabía cómo iba a responder aquel ayudante tan poco experimentado. Pero la alegría y expectación que observaba en el niño era tal, que le daba vitalidad y le hacía sonreír al descubrir como el chiquillo miraba todo ojiplático, porque hasta entonces el lugar más lejano de su cabaña marinera que había visitado era la iglesia parroquial de Almenara con motivo de las fiestas mayores. 14
  • 15. Por eso, al llegar a la altura del barranco del Arquet, por donde tenía intención de tomar el camino que remontaba su cauce hacia el Camino Real de Aragón, la reacción del pequeño le pilló desprevenido. Al ver el enorme mojón que se erigía junto al camino, empezó a preguntar sin casi parar. - ¡Ostras, Vicente, ¿qué es eso?! ¿Por qué se ha construido esta torre tan rara junto a la carretera?¿ - Ja, ja, ja -rio por la ocurrencia Vicente-. No es una torre, hombre. Se llama mojón y se alzan para delimitar muchas cosas. A éste en concreto se le conoce como el Mojón de los cuatro obispos, porque hace mucho tiempo, allá por el siglo XIV, en este punto se reunieron los mitrados de Valencia, Tortosa y Teruel con el Arzobispo de Tarragona para proclamar los límites de las distintas diócesis y pactar las fronteras eclesiásticas del Reino de Valencia y los de la Orden de Santa María de Montesa, creada por el rey Jaime II tras abolirse la Orden del Temple. - ¿Ese rey Jaime II es el que le vendió a Francisco de Próxida el Señorío de Almenara? Me lo contó el abuelo... -Preguntó Luisín al escuchar un nombre conocido con el que poder asimilar temporalmente lo que le contaba Vicente. - Caray que memoria, joven Luis. La has heredado de él sin duda, que siempre fue muy espabilado en las lecciones que recibíamos en la casa del Conde. Sí, ese mismo monarca es. Como te decía, en aquellos tiempos tuvo lugar el encuentro en el que decidió que este barranco, que se interna entre las montañas hasta llegar al Hospital de Árguinas, entre Segorbe y Murviedro, sirviese de límite entre las Diócesis de Valencia, Segorbe y Tortosa, que es a la que pertenece Almenara. Y como recuerdo y a modo de frontera, se alzó este monolito de forma cónica adornado con cuatro escudos de Aragón de piedra 15
  • 16. empotrados en el monumento. -Le explicó al pequeño, que trataba de recordar todas esas enseñanzas en su mente-. Pero si éste te ha sorprendido, espera un poquito, que en menos de media legua te va a encantar otro monumento que nos recuerda un momento de nuestra historia. Al ver el interés que ponía el chiquillo, tomó la decisión de desviarse de la ruta que iba a tomar aguas arriba del barranco hasta el molino del Arap, y continuar por el Camino Real de Valencia en busca de la llamada Cruz de la Victoria, levantada sobre una pequeña capilla de base triangular junto a la calzada. Descubrió que contar sus conocimientos a alguien que los valoraba le causaba una agradable sensación. Y total, llegar más tarde a su destino tampoco le iba a causar mayor problema, pues los recibirían de igual forma. Lo que no se esperaba fue la pregunta que le soltó emocionado Luisín en cuanto atisbó el monumento y la cruz. - ¡Anda! ¿Por aquí también pasó la burra de los Corporales? - ¿Cómo? ¡No, hombre! Ya me había dicho Olfo que tenías cierta obsesión por este tema, pero has de saber que hay muchos motivos por los que construir cruces en las orillas de los caminos. Desde conmemorar acontecimientos ocurridos cerca de ellas, como es el caso, como para reforzar la fe de los peregrinos, o incluso para delimitar territorios o jurisdicciones, como hemos visto antes, aunque aquello no fuera una cruz. Y las hay de muchas formas y tamaños. La cara que puso Luisín no supo catalogar si era de estupor, de decepción o de estar procesando la respuesta dada. Por ello, para que el chiquillo no se quedase tan cariacontecido, decidió contarle la batalla que allí tuvo lugar casi tres siglos atrás. 16
  • 17. - Verás, esta cruz recuerda una gran batalla ocurrida en estas tierras por las que ahora circulamos. Si la que tan bien conoces del Castillo de Xio sirvió para vencer a los musulmanes durante la reconquista, ésta logró tumbar las aspiraciones del pueblo llano y burgués de poder gobernarse sin mediación de los nobles. Aquí tuvo lugar el 18 de julio de 1521 la batalla clave que puso fin a la Guerra de las Germanías, un conflicto que levantó en armas a todo el Reino de Valencia durante la regencia de Carlos I de España. Se trató de una revuelta de carácter gremial y popular contra la nobleza, al ver los primeros que perdían fuerza frente a la pujanza de comerciantes extranjeros, el aumento de impuestos, los continuos ataques de los piratas berberiscos a las costas, etc... Por eso, al abandonar la ciudad de Valencia los nobles y autoridades locales para evitar la peste que en ella se había declarado en 1519, la población de la capital decidió organizarse en una junta de gobierno llamada los trece (por ser este el número de los gremios) y reclamar la administración municipal redactando un acta de constitución que se envió al rey, correspondido por otro de los nobles instándole a venir a Valencia a jurar los fueros para apaciguar a la población. - ¿Quiere decir que los pescadores hubiéramos podido decidir sobre el gobierno de Almenara en lugar del Conde? -le interrumpió Luisín, demostrando que tenía una mente muy abierta para la edad que tenía. - Más o menos. De haber ganado los agermanados, tal vez un representante de la cofradía de pescadores de Almenara hubiera formado parte del gobierno local. Pero desde entonces a nuestros días pasaron muchas cosas para que esa situación se hubiera podido dar. -reflexionó Vicente más para sí que para el chiaval, que esperaba que siguiese con la narración-. Pero bueno, sigo con lo 17
  • 18. que te estaba contando. Aquella revuelta también tenía matices anti islámicos, ya que los moriscos, agricultores y artesanos cualificados que cultivaban las tierras de la nobleza y les pagaban grandes sumas de dinero en concepto de impuestos, se consideraban aliados de los Señores, pues eran protegidos por ellos frente a los ataques de la plebe cristiana cuando ésta quería castigar las fuentes de ingresos de la nobleza. Así que para tratar de frenar este asalto popular y recobrar el orden establecido, el rey ordenó al Duque de Segorbe que tratase de poner paz y acabase con el motín. Y tras varios enfrentamientos previos, donde los agermanados ganaron alguna batalla pero sufrieron más derrotas, ambos ejércitos se prepararon para la batalla que aquí tuvo lugar. - Pero entonces, ¿quiere decir que el Duque de Segorbe se enfrentó a los trabajadores de los gremios y del pueblo? ¿Cristianos contra cristianos? ¿Qué barbaridad es esa? – Qué inocente eres, Luisín. La historia está llena de guerras injustas en que unos pocos poderosos se enfrentan a los más débiles para imponer su voluntad, movilizando para ello a gentes que nada tienen que ver con el conflicto pero que perderán sus vidas por causas que no van con ellos. Aunque en ocasiones, los débiles, cansados de sufrir humillaciones y vejaciones, se alzan contra los poderosos para defender las causas que consideran justas, aun a costa de sus vidas. A eso se le llaman guerras civiles, y en este país hemos tenido ya demasiadas. Solo espero que cuando crezcas no tengas que vivir ninguna, pues las perspectivas de futuro no son muy halagüeñas. Pero no quiero ni asustarte ni ser pájaro de mal agüero ¿Dónde nos hemos quedado? 18
  • 19. - En que el Duque de Segorbe se iba a enfrentar a los agermanados -respondió raudo el niño, que no entendía las últimas palabras de Vicente, y sólo tenía ganas que le relatara esa gran batalla que tuvo cerca de Almenara-. - Cierto. Ocurrió que las tropas del duque de Segorbe, Alfonso de Aragón, que constaban de 1.500 infantes y 110 jinetes bien preparados y armados, salieron de Almenara buscando un ataque frontal. Por su parte los agermanados venían desde Murviedro con 8.000 soldados comandados por Joan Sisó, que tan confiado estaba en lograr la victoria que ordenó partir a sus tropas antes del desayuno, y las dividió en tres columnas: una debía marchar hacia Almenara por la costa, otra por esta carretera y la tercera por el camino de la Vall de Segó para atacar desde allí a la retaguardia de los nobles. El duque, que había enviado exploradores a caballo para estar al tanto de los movimientos del enemigo, al observar el despliegue, también optó por fraccionar sus tropas en tres columnas, lanzando la caballería mora contra el ala que marchaba hacia los Valles. - ¿Entonces también habían moros? Me está liando Vicente... - A ver, más que moros eran moriscos. Eran los musulmanes que habían quedado supuestamente bautizados trabajando las tierras de los nobles, y que como te he explicado antes, pagaban unos jugosos impuestos a los nobles a cambio que éstos hiciesen la vista gorda y les permitiesen seguir con el culto a Mahoma. - Ah, vale. ¿Y qué pasó entonces? - Que mientras los agermanados se dedicaron a perseguir, acorralar y masacrar a los moriscos, la caballería y arcabuceros ducales atacaron a la columna central del cuerpo gremial, haciéndoles retroceder y desordenar su 19
  • 20. formación, y lanzándose después en su persecución, hasta acorralarlos en aquella cima, que se llama por su forma Pic dels Corbs, donde terminaron rindiéndose completamente extenuados a las tres de la tarde, pues estaban sin comer ni beber desde muy temprano, cuando contemplaron como las tropas que desde la costa debían socorrerles, al ser conscientes del desastre, regresaban a Murviedro abandonándolos a su suerte. - ¡Cobardes! No se puede dejar tirados a los compañeros cuando están en desventaja. Hay que ayudarse unos a otros, como hacemos en el mar cuando alguien pierde a uno de los suyos tragado por el agua. - Tienes un gran corazón, Luisín, pero la vida es más complicada. Como dice un refrán, en el amor y en la guerra, todo vale. Y aquí ese acto de cobardía tuvo sus consecuencias para la causa agermanada, que vio como caía poco después la Junta de los Trece, y sus cabecillas eran duramente represaliados y ejecutados por la Virreina doña Germana de Foix, que dictó más de 800 condenas de muerte para evitar que situaciones como ésta se repitieran en el futuro. - Entonces, ¿por eso levantaron esta cruz? ¿Para que el pueblo no olvide que no se debe levantar contra los poderosos? - Algo así, Luisín. Es un recuerdo del triunfo de las tropas realistas en aquella jornada, y que erigió el consell de la ciudad de Valencia en junio de 1542, de ahí que lleve los escudos de la ciudad en el monumento, como puedes ver. Y bajaron del carro para observar de cerca aquel monumento con forma de prisma triangular rematado por una cruz de tipo renacentista en la que figuraban el Cristo crucificado y la Virgen María por sendas caras, y que en la parte que daba al Camino Real tenía abierta una capillita central con dos 20
  • 21. bancos de obra a los lados. En las otras dos fachadas aparecían sendos escudos de la ciudad de Valencia en forma de losange, para perpetuar que en aquel momento era Señora del territorio, ya que Murviedro estaba bajo su jurisdicción. - Qué pena que una cruz tan bonita y parecida a nuestra Creueta tenga una historia tan triste e injusta en torno a ella. ¿Y dices que existen más cruces erigidas por más motivos? ¿Vamos a ver alguna más en nuestro camino? - Sí, ahora continuaremos hasta el lugar de Petrés, donde tomaremos el Camino Viejo de Teruel para ir en busca de nuestro destino. Durante la marcha tendrás ocasión de contemplar alguna de estas cruces que tanto te gustan en Torres Torres, que dispone de una a cada lado del caserío, o en Segorbe, donde sé que disfrutarás de ver una en concreto. - Y la ciudad que se ve al fondo ¿Cuál es? ¿la famosa Murviedro? ¿Vamos a entrar en ella? -quiso saber Luisín, que esperaba más historias que aprender. - Hoy no, que ya nos hemos desviado demasiado. Pero si en este viaje te portas bien y me ayudas, te prometo que en otra ocasión te llevaré hasta allí. Ahora descansa y vayámonos que ya hemos perdido tiempo en llegar a nuestro destino. - Pues cuéntame alguna hazaña sobre la ciudad. El abuelo dice que es muy antigua e importante y seguro que sabes de algún hecho que me puedas narrar -insistía el pequeño. - Bueno, vale. Yo te cuento una historia sobre la antigua Saguntum, pero tú te relajas y me escuchas. Y empezó a narrarle parte de lo que recordaba sobre la heroica resistencia de los saguntinos o arsetanos ante las tropas del general cartaginés 21
  • 22. Aníbal Barca, que los mantuvo asediados durante nueve meses doscientos antes de que naciera Jesucristo, y cómo sus moradores prefirieron entregarse a las llamas del fuego que caer ante el enemigo, que arrasó la ciudad y se llevó presos a los supervivientes. Y que debido a aquella fidelidad a los romanos, cuando aquellos lograron derrotar a los africanos, reconstruyeron la urbe convirtiéndola en una de las más importantes de la costa mediterránea. Pero pese a la interesante narración, el madrugón que Luis se había dado para acudir a la cita con Vicente e iniciarse en este empleo le pasó factura. Luchaba por no cerrar los ojos, pero terminó vencido por el sueño, quedándose dormido sobre el ancho hombro de Vicente, que no sabía quien de los dos disfrutaba más de aquel viaje, si el pequeño o él mismo. - Luisín, despierta. Nos acercamos a Torres Torres, y además de poder ver su castillo de cerca, tan diferente al nuestro, podrás contemplar las dos cruces que posee a cada lado de su caserío y que, antes que me preguntes, nada tienen que ver con la mula de los corporales, aunque sí pasó por aquí. La primera la encontraron en el cruce que el Camino Real de Aragón formaba con el que bajaba a Almenara, por donde deberían haber subido. Databa de la época foral, y en su entorno solían parar los carreteros que, como ellos, subían desde Murviedro o Valencia. - Paremos un rato junto a ella para comer algo antes de entrar al pueblo. Y de paso puedes preguntarles a los aquí presentes si conocen alguna leyenda sobre esta vieja villa y sus poderosos Señores, los Vallterra. - Me gusta más nuestra cruz de Almenara, o la de la Victoria que me has enseñado esta mañana. ¿Por qué esta no es tan bonita? 22
  • 23. - Mozo, que no te oigan los vecinos, que no se lo tomarán muy bien. -le dijo un carretero al oír la pregunta del curioso chiquillo-. Cada ciudad construye estas protecciones según los recursos que poseen tanto sus consejos municipales, los Señores o los mecenas que las mandan levantar. Esta es antigua, y sirve de orientación a los de nuestro oficio para saber dónde está el camino que baja hasta Almenara. Pero de paso nos recuerda que los caminos son peligrosos y hay que rezar para que Dios nos proteja en los mismos. Y a los vecinos les sirve para encomendar sus almas al Altísimo al salir de la protección de sus murallas, y agradecerle su regreso al llegar a ellas. Al otro lado del caserío encontrarás otra muy similar, que recibe a los que bajan desde Aragón y llegan a la villa. Aquella es algo más antigua que ésta, y se parece muchísimo a otra que existe a media legua de Segorbe. - Pero si tantas cruces hay ¿Por qué no todos los pueblos tienen? ¿O es que en esos le tienen menos devoción a Dios? -preguntó asombrado el chiquillo, despertando las risas de los allí presentes. - Vicente, menudo acompañante te has buscado. No te aburrirás con él explicándole todo lo que le falta por conocer. Ahora que, chaval, escucha todo lo que ese viejo te cuente, que mejor maestro no vas a encontrar. Y así es cómo es cómo dejaronr atrás la capital de la Baronía de Torres Torres, no sin antes echar un vistazo a sus viejos baños árabes, que sorprendieron al chiquillo porque no entendía por qué los moros se habían de lavar tanto, y menos por puro placer, dándoles tema de conversación para unas cuantas leguas. --- 23
  • 24. Se acercaba la hora de Completas cuando apareció en el horizonte la ciudad episcopal y ducal, flanqueada por los dos cerros que la vieron nacer. De fondo se escuchan los tañidos de los bronces de sus muchos campanarios, que venían proyectados entre el valle que formaban las montañas de las sierras Calderona y Espadán, todo él dotado de una fértil vega donde abundaban los frutales y hortalizas. Aquel estratégico enclave convertía a Segorbe en centro neurálgico de las comunicaciones entre Aragón y Valencia, al tiempo que desde ella nacían toda una red de caminos que conducían a las diferentes villas y lugares de su comarca. Como les había anunciado el carretero, a media legua de la ciudad, junto a una enorme masía y poco antes de llegar al lugar de Geldo, se alzaba otra preciosa cruz de piedra que rápidamente puso en guardia al pequeño Luis, que ya acusaba parte del cansancio de tantas horas subido en aquel carro. - Vicente, ¿y esta bonita cruz que se alza junto al Camino Real, qué nos indica? Porque queda lejos de la ciudad para que sirva para lo que me han contado en Torres Torres... ¿Acaso tiene algo que ver con el camino que nace junto a ella? - Muy buena observación, joven Luis. Esta cruz tiene un doble significado, y además, para nosotros es muy importante. Se trata de una Cruz de Media Legua, que es la distancia que nos separa de la ciudad. Cuando alguien comete algún delito en aquella y sus autoridades lo condenan a destierro, el condenado no podrá pasar más allá de esta cruz sin caer en riesgo de caer preso, por lo que posee una función jurisdiccional. Sin embargo, el camino que has observado que parte tras ella es por lo que nos interesa a nosotros, ya que por él es por donde el pescado que capturan en el mar o en nuestra marjal 24
  • 25. llega hasta quienes nos lo compran. Desde esta cruz parte el Camino de Pescadores que utilizan los arrieros de Moncofar para llevar el pescado hasta la Cartuja de Valldecrist, la más importante de esa orden religiosa en la península, donde les compran todo su género dos veces por semana desde que el rey Martín I de Aragón, fundador del convento, les concediese ese privilegio de exclusividad en 1407. Y como a veces nuestros vecinos no tienen suficiente mercancía para servir a los cartujos, nos la compran a nosotros, y a veces nos toca subirlo también. - Sí, eso se lo he oído a veces a los pescadores de Almenara, pero no pensaba que estaba tan lejos este convento. -dijo sorprendido el chiquillo-. - Claro, por eso para que no se les estropee vosotros lo ahumáis o ponéis en salazón; para que les llegue con relativa calidad. Sólo algunos arrieros suben con recuas de animales con el pescado fresco cargado en cestos o toneles, y realizan la larga travesía de más de 9 leguas casi del tirón y por la noche para evitar los calores diurnos. Contra más fresco llega el género, más valor tiene, y los frailes lo pagan muy bien. - ¿Por qué? ¿Acaso no tienen otra cosa para comer? Si precisamente los frailes que conozco flacos no están. - Luis, cuida este tipo de comentarios cuando estés con más personas, que te puedes meter en líos. -Le reprendió ligeramente Vicente, para que aprendiera a controlar sus pensamientos-. Precisamente esta orden religiosa se caracteriza, entre otras muchas cosas, como la de no hablar o no salir de sus muros entre otras, por alimentarse solamente a base de pescado, huevos, lácteos y verduras. Tienen prohibido el consumo de carne de animales terrestre por ser 25
  • 26. fruto del pecado carnal, a diferencia de los peces, que brotan espontáneamente del agua, libres de mácula. - ¿Libres de qué? Me da a mi que esos frailes no han visto lo complicado que es pescar a estos escurridizos peces tanto en el mar como en los marjales. Eso que salen así, sin más, del agua no se lo creen ni ellos. - No hombre, quiere decir que como no saben cómo se reproducen los peces en el agua, pues nadie vemos qué hacen ahí abajo, piensan que nacen como por arte de magia. - Sí claro. Y de los huevos que vemos en los marjales ¿qué salen? - Bueno, no los critiques, que gracias a ellos comemos muchos de nosotros, y además esta noche dormiremos en su hospedería, pues lo que llevamos en el carro es un encargo del procurador del convento. Ahora vamos a azuzar a este viejo mulo, a ver si nos hace llegar hasta sus puertas antes que anochezca, y nos dan alojamiento. Pero allí, compórtate. --- La falta de mundo del pequeño Luis quedó reflejada al contemplar la cerca que cerraba los dominios de aquel monasterio. Su extensión era más grande que su poblado marítimo, y casi igualaba si no superaba la del caserío de Almenara. Tras ella se adivinaban cuidados campos y multitud de construcciones, aunque el ocaso no permitía distinguir a sus moradores ni los árboles que cultivaban. Tras enfilar una alargada recta flanqueada por esbeltos cipreses, llegaron a decorado portalón de madera que permanecía cerrado, y tiraron de una cadenita. En algún lugar se escuchó el agudo sonido de una campanilla, y tras unos minutos de espera, ante ellos apareció un esmirriado hombrecillo 26
  • 27. vestido con un hábito blanco lleno de manchas, casi calvo, y con una larga barba que le llegaba hasta medio pecho. - La paz sea con vosotros hermanos ¿Quién osa en estas horas de retiro molestar el silencio de los cartujos? -dijo entreabriendo una pequeña portezuela-. - La paz sea contigo, hermano Sebastián. Veo que la vista no te permite reconocer a un viejo colaborador de esta orden. ¿O tal vez te confunda la joven compañía que hoy traigo conmigo? - ¡Amigo Vicente! Ahora que escucho tu voz te reconozco. La edad y la luz del ocaso previa al anochecer hacen que mi vista falle. Santa Lucía me la proteja. ¿qué os trae por aquí? - Traemos un encargo del padre procurador desde Murviedro. Y dadas las horas, te agradecería que nos dejaras entrar a pasar la noche en la hospedería y acomodaras tanto a nuestra montura como a nosotros, al tiempo que nos procurases algo de comer. Varias complicaciones en el camino han retrasado nuestra llegada, aunque sé que aquí siempre soy bien recibido. - Pasad, que no se diga que los cartujos no practicamos la virtud de la hospitalidad. Además, hace un rato se han servido las colaciones a los padres, y creo que algo habrá por la cocina con lo que podáis reconstituir el cuerpo, pues por vuestro espíritu ya rezamos nosotros día y noche. Tras estas palabras, abrió aquellas enormes puertas, que pese a su tamaño apenas hicieron ruido, y accedieron a un precioso patio ajardinado en el que destacaba un enorme pórtico frente a un majestuoso templo coronado por una enorme cúpula junto a la que se levantaba una torre espadaña con varias campanas. 27
  • 28. Vicente, ante el asombro del chiquillo, le dio un pequeño pescozón para que reaccionara y le ayudase a meter el carro y la mula en las caballerizas monacales, que quedaban en un edificio ubicado a la izquierda de aquel patio. En el mismo caserón se les daría habitación, ascendiendo hasta ella a través de unas escaleras que daban a una gran sala amueblada con varios bancos y mesas, donde el hermano Sebastián les dijo que esperaran hasta que les sirviera la cena. Y no se demoró mucho en llegar. Hasta ellos llegó cargado con una bandeja donde portaba una libra de pan, dos escudillas en las que se veían hortalizas, atún y huevos, y un par de vasos de vino. - Tomad hermanos, comed y retiraros después a descansar, pues hasta mañana al Ángelus no os atenderá el padre procurador. Yo si me permitís me retiro a mi celda, que ya debería estar descansando antes que suene la llamada a Maitines a media noche. Id con Dios. Y se retiró por una portezuela dejando a los dos viajeros devorando aquellas viandas, que según le explicó mientras comían Vicente a Luis, era lo que repartían a cada uno de los cientos de pobres que se acercaban diariamente hasta las puertas del convento. - Pues qué lástima no quede este monasterio más cerca de Almenara. Con lo que nos dan aquí no pasaríamos tantas necesidades en casa.- Dijo en tono inocente-. Yo no he visto un plato tan lleno en mi vida, y menos un pan tan blanco. - Esta cartuja es una de las más importantes de la orden en los reinos de España. Poseen muchísimas propiedades y grandes extensiones de tierra donde pacen miles de cabezas de ganado de la que aprovechan únicamente sus pieles para hacer pergaminos y la lana para comercializar con los paños 28
  • 29. que de ella confeccionan. Aunque recientemente han transformado el batán de paños en una fábrica de papel, para obtener este preciado material que ellos emplean para realizar copias de libros. También disponen de varias masías en las que cultivan viñas, cereales y olivos, por lo que nos les falta el vino, el pan ni el aceite. Y aunque predican la austeridad y pobreza, desde luego, viven mucho mejor que la mayoría de los mortales. - Sí que deben de obtener producción, para abastecer a tanta gente como hay en este convento. ¡Pero si es casi más grande que algunos de los lugares por los que hemos pasado! - No creas todo lo que veas, Luis. En el interior de estos muros apenas habrán 70 personas, y la mayor parte de ellos están en lo que se llama la zona de procura, es decir, donde viven los trabajadores de los frailes. Religiosos sólo habrán unos 30 o 40. De ellos, 24 viven encerrados en las celdas del claustro... - ¿Que están presos, y por eso viven en celdas? - A ver, no es lo mismo una celda monacal, que una mazmorra de castigo. Sus celdas casi son como las casas que ves en Almenara, pero rodeadas de un jardín. Pero pese a estar unas adosadas a otras, los cartujos no se comunican entre sí. Hacen voto de silencio, pues tratan de imitar a los eremitas del desierto, o a los ermitaños que cuidan de las ermitas, saliendo sólo de ellas para ir a rezar al templo que has visto al entrar varias veces al día. Es más, ves terminando de comer, que dentro de un rato sonarán las campanas para llamar a oración a los frailes. Si te despiertas y te asomas por la ventana, tal vez veas la procesión de los mismos por los pasillos porticados que ves enfrente hasta la iglesia, donde cantarán los maitines y laudes durante buena parte de la noche, 29
  • 30. para luego volver a sus lechos y levantarse al toque del ángelus para volver a rezar en la iglesia. - Vaya vida más rara. No hablan, no duermen, solo rezan, comen solo pescado, aunque ya veo que hambre no pasan... Creo que prefiero seguir viajando contigo y conocer más historias como las que me cuentas. Por cierto. Esta mañana me dijiste que vería una cruz que tenía que ver con los corporales. ¿Está aquí? - Virgen de la Cueva Santa, qué chiquillo más tenaz con sus cosas. Mañana, antes de volver para Almenara, pasaremos por la ciudad de Segorbe a recoger un encargo y de paso, te mostraré la dichosa cruz. ¿Contento? - Solo una pregunta más ¿Esa Virgen de la Cueva Santa a la que te aclamas es a la que cantamos cuando queremos que llueva? - La misma, y además, debes saber que su santuario no queda lejos de aquí, y que fueron los frailes de esta cartuja quienes elaboraron la talla de la Virgen. Mañana le pediremos una al procurador, que seguro te la regala con mucho gusto. Pero ahora a dormir, que ya es tarde. --- A la mañana siguiente, la cara de Luisín daba muestras de haber descansado muy poco. No le hizo falta preguntar a Vicente para deducir que el chiquillo se había levantado a ver a los frailes camino de la Iglesia Mayor, y que la impresión causada no había sido muy agradable. Sus hábitos blancos y el titilar de las velas provocando enormes sombras le debieron parecer tenebrosos espectros que le helarían la sangre. Eso sí, con el copioso desayuno que les sirvió el hermano Sebastián pareció recuperar el color en sus 30
  • 31. mejillas. Mucho se quejaba de los cartujos, pero bien que disfrutaba de la comida que le servían. - Ahora te tocará esperar en el patio mientras hago entrega de lo que le he traído al padre procurador. Disfruta de la belleza de la fachada de la iglesia, donde encontrarás los escudos de los monarcas que la fundaron, la esculturas de los patronos de la casa, y preciosos arcos de piedra en las bóvedas del atrio que protege el bello conjunto escultórico. Y allí quedó, admirando cómo el ser humano era capaz de convertir la piedra en figuras tan preciosas, de gran tamaño como las que ahora tenía ante sí, o minuciosas como las de su admirada creueta de Almenara. ¿Cómo sería la cruz que le había dicho verían en Segorbe? Tendría que esperar y tratar de calmarse para no alterar a Vicente, que tan bien se estaba portando con él. Este salió del edificio que quedaba frente a la hospedería junto a otro fraile vestido de blanco, con quien tras cruzar unas palabras, regresó de nuevo al interior del edificio para salir con una pequeña imagen de yeso en la mano que entregó a Vicente, y por los gestos, entendió el joven que sería la de la Virgen de la Cueva Santa de la que habían hablado la noche anterior. - Toma Luis, un regalo del padre Gil. Es una talla de Nuestra Señora de la Cueva Santa, para que la coloques en tu cabaña y le reces para que te guie en la vida y ayude a vislumbrar tu camino. Es para ti, por lo que deberás cuidarla poniendo mucho cuidado, pues es de yeso, y por tanto frágil y puede romperse. Y le entregó aquella pequeña imagen blanca de poco más de un palmo de alta y medio de ancha, que el niño tomó con sumo cuidado, con gran emoción, pues era la primera vez que alguien le regalaba algo tan valioso. 31
  • 32. - Entretanto, fíjate en aquella cruz que se otea sobre la montaña que se observa ante la puerta del monasterio recortada contra el cielo. Nos marca el camino a seguir para llegar al Santuario de la Cueva Santa, el cual se adivina desde su posición. Es otro de los usos que tienen las cruces, el de marcar lugares de culto desde emplazamientos en los que se observan. En estas tierras son abundantes tanto las cruces como pequeñas capillas alzadas en puntos desde los que se ve en lontananza el santuario mariano. Tal vez, más adelante, te lleve hasta él. Pero ahora nos vamos para Segorbe, donde llevaremos lo que me han cargado en el carro los cartujos, y tras cargar de nuevo la carreta para aprovechar el viaje, regresaremos a casa, pasando junto a esa otra cruz que tantas ganas de ver. El corto trayecto siguiendo el denominado Camino de los Pobres que unía la ciudad de Segorbe con el Valle de Cánovas donde se erigió la cartuja en 1385, se le hizo larguísimo a Luisín. Por suerte, le tocó ayudar en la carga y descarga de las mercancías que transportaban, y con ello mantuvo la mente algo distraída. Y todavía no habían tocado las campanas el ángelus del mediodía, cuando ya salían por el Portal de Valencia, y bordeando la muralla, sortearon el antiguo Colegio de Jesuitas para tomar una amplia vía que descendía pegado a los muros del que ahora se había convertido en Seminario diocesano. Y allí, precisamente pegada al muro de lo que suponía sería el huerto del mismo, se erigía una pequeña cruz. - Creo que poco voy a contarte que no sepas de cómo tuvo lugar el prodigio que dio lugar a la creación de unas reliquias muy veneradas en Aragón, conocidas como las Corporales. Pero sí que puedo decirte que la historia sería muy distinta si, aquella burra blanca sacada de tierra musulmana que partió de 32
  • 33. Ludiente con las reliquias sobre su costillar y fue soltada a su libre albedrío, hubiese terminado su camino aquí y no en Daroca. Según cuenta la tradición, al llegar a este lugar perseguida de la enorme comitiva que la acompañaba, la mula se detuvo a descansar por estar muy agotada. Aquella larga parada tuvo una gran resonancia en la ciudad, conocedora de antemano del contenido de las alforjas y de algunos de los prodigios y milagros que envolvían a las Sagradas Formas. Pero las esperanzas de los segorbinos se vinieron abajo cuando, a duras penas, la mula se logró alzar temblorosa, y prosiguió su camino hacia Aragón. Aún así, para conmemorar el suceso se decidió colocar en este lugar donde descansó esta pequeña cruz, que como puedes apreciar, no es tan bonita como la nuestra, pero tiene un mayor simbolismo. La visión de tan pobre cruz, que él había imaginado más decorada y grande que su apreciada Creueta por estar ubicada en tan noble ciudad y ante tal suceso, lo dejó muy abatido y decepcionado. Desde luego, aquel viaje le había permitido conocer a Vicente, que le estaba relatando y enseñando un sinfín de historias y leyendas vinculadas a los territorios por los que habían transitado en esas dos intensas jornadas. Aprendió que existían más tipos de cruces que la que tanto admirada junto al Camino del Mar, y que éstas podían tener diferentes formas y significados, más allá del religioso que se le suponía. Descubrió que le encantaría aprender a tallar la piedra para crear en ellas las preciosas figuras y filigranas que había admirado en las cruces o en la fachada el templo de aquel poderoso monasterio. Y tal vez, para aprender, sería interesante intentar reproducir imágenes de aquella pequeña imagen de la Virgen que le habían regalado, y por la que comenzaba a sentir algo que no tenía muy claro qué era. Tal vez su madre o el abuelo Olfo le podrían explicar 33
  • 34. cómo hacerlo, al tiempo que escucharían sus aventuras, o le explicaban qué era esa nueva sensación que sentía en su interior. Tan ensimismado estaba en sus pensamientos, que apenas cruzó palabra con Vicente en todo el trayecto de vuelta. Aquel, ante el mutismo del chaval, optó por tomar el camino más corto para llegar lo más pronto posible a casa. Él también hacía balance de aquella primera toma de contacto con el muchacho. Le agradaba su compañía, el poder compartir viaje con alguien con tantas ganas de aprender. Tal vez sería buena idea hacer caso a su viejo amigo Olfo y enseñarle el oficio durante los pocos años en los que su salud le permitiese seguir viajando. Pero la juventud de Luis era un impedimento. No obstante, estaba dispuesto a llevarlo consigo a partir de entonces si el chaval estaba de acuerdo. Los días que no saliesen de ruta, trataría de enseñarle a leer y escribir, aptitudes que eran de vital importancia para desempeñar este trabajo. Y no le cabía duda que si lograba que el niño al menos se soltara en estas habilidades, le sería de gran provecho para el futuro, y más teniendo en cuenta su curiosidad y ganas de aprender. Quien sabe si algún día recopilaría en un volumen todas aquellas historias que tanto su abuelo como él le iban contando que habían acontecido ya fuera en Almenara o en los pueblos del entorno. De momento, ese destino lo dejaría en manos de su venerada Virgen de la Cueva Santa, que presidía la fachada de su casa, y por la que Luisín parecía sentir algo especial como había observado durante el viaje de regreso. Pero de momento, por alguna extraña razón que todavía desconocía, aquel muchacho era aquella preciosa cruz de piedra labrada ubicada a las afueras de la población, próxima al camino que baja a las cabañas donde había crecido y 34
  • 35. vivía junto a los suyos, la que le cautivaba y despertaba gran admiración. A saber qué tramaría su joven mente cada vez que pasaba junto a ella, pues le era imposible no deleitarse mirándola, rodeándola, y memorizando cada pequeño detalle de la misma. Desde luego, este Luisín era el niño de la Creueta. Así lo llamaría cariñosamente a partir de entonces. FIN 35
  • 36. 36