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Relato publicado en el libro:
LA MISTERIOSA ENTREGA
Por Jose Ángel Planillo
Relato ganador del I Certamen de Relato Corto Villa de Gaibiel
En el horizonte se comenzaban a apreciar los colores que anunciaban el alba, aunque la
niebla difuminaba la visión del camino, al tiempo que parecía enfriar todavía más si
cabe aquella jornada de diciembre especialmente gélida. Con todo ello contaba Martín
como elementos a su favor para pasar desapercibido por los guardias, que desde las
almenas del castillo cuyos encalados muros destacaban sobre la cima del monte
Ajedrea, que dominaba el caserío y se dedicaban a vigilar los accesos a la villa de
Gaibiel en unos tiempos en que la amenaza morisca todavía estaba latente y cualquier
transeúnte solitario levantaba sospechas. Pese a que ya hacía tres décadas que
supuestamente no quedaba ninguno en el Reino de Valencia.
Pero su mula no parecía querer contribuir a esa silenciosa marcha arropada por la
oscuridad y menos cuando al salir del camino de la Mojonada se adentraron por la
empedrada senda de la Costalata que desciende de forma zigzagueante hasta el cauce
del río Regajo; que una vez cruzado y dejado atrás la fuente del Vicario, lleva hasta el
pequeño casco urbano. Ante aquel desnivel, el animal se puso nervioso y decidió que
por ahí no bajaba, por lo que Martín tuvo que tomar medidas para evitar problemas.
Aunque ello le retrasaría y podría delatarle. Así que bajando del animal, le colocó sacos
de arpillera en los cascos y una venda que le tapara los ojos para evitar que se asustase
frente al precipicio, menguando así el ruido que pudiera causar y con ello ser
descubierto sin cumplir su misión.
Pero debido a la pérdida de este precioso tiempo le obligaba a darse más prisa si quería
cumplir su objetivo y descansar tranquilo. El encargo era claro y preciso: Debía dejar su
carga en determinada vivienda próxima a la ermita de San Blas y continuar el camino
hacia la Sierra de Espadán donde su familia le esperaba escondida en la Cueva Moma,
aquella recóndita cavidad, que todavía muchos tenían como sagrada y que por ello
habían escogido como punto de encuentro el día anterior, cuando habían decidido
marcharse del pueblo camino de Aragón para evitar que su repentina riqueza despertara
recelos entre los vecinos.
¡Ay, cuánta diferencia había entre esta ancestral gruta y la recién consagrada Cueva del
Latonero de la vecina Altura! En ella se afirmaba que se había aparecido la Virgen, que
ahora todos llamaban de la Cueva Santa, pero que muchos todavía conocían como de la
Inmaculada. Así lo habían ordenado los monjes cartujos en un primer momento y hasta
un antiguo canónigo de Altura había construido una ermita a las afueras de dicha villa
tras ser expulsado por aquellos poderosos frailes de la capilla que se había construido en
el interior de la sima antaño frecuentada por pastores y sus rebaños.
Todo esto quedaría ahora atrás y para ello tenía que darse prisa y cumplir su objetivo. Y
si nadie lo descubría ni preguntaba mejor todavía, porque desde luego, despertaría
muchas sospechas si alguien descubría qué transportaba tan escondido en sus alforjas.
Así que tras arduos esfuerzos por fin llegó frente al pilón que marcaba la entrada del
pueblo por este lado del caserío y se paró unos segundos mientras rezaba un
padrenuestro y un avemaría ante el retablo cerámico que en él había, representando la
imagen del Cristo de la Sed en la Cruz, patrón de la villa, y al pie de éste la Virgen,
cumpliendo así la petición que en él se leía: “Cristiano que llegas / a esta villa de
Gaibiel, / reza a tu madre la Virgen / y al Santo Cristo de la Sed”.
A ellos se encomendaba para cruzar y no despertar el interés entre los vecinos, que
seguro a esas horas estarían a punto de salir de sus humildes hogares a trabajar en los
inmediatos campos y tierras de secano que rodeaban el caserío. Todo ello era propiedad
de los Condes de Priego, que recientemente les habían concedido una nueva Carta de
Población, más benévola que la que soportaban bajo el señorío de los Heredia y que
había atraído a nuevos vecinos procedentes de Aragón y Cataluña, tras haber quedado
sus casas vacías tras la expulsión de los moriscos.
Así que tirando de su rocín bordeó la parte baja de la población que se desparramaba
por las faldas del monte de La Pedrera, pero sin penetrar en ella, yendo así casi en
paralelo a la acequia que alimentaba a los molinos, lavaderos y abrevaderos del lugar.
De fondo se escuchaban sonar las cinco de la mañana por la campana de la vieja iglesia
de San Pedro, antiguo templo levantado casi doscientos cincuenta años antes, pero que
ya merecía una reforma por su desvencijado aspecto. A ver si al nuevo marqués una vez
acabadas las obras de su casa-palacio frente a ella, le quedaba algo de dinero para
acondicionar la Casa de Dios y ganarse el cielo, que de explotar a los vecinos seguro
que cargaba algún pecado que otro.
Poco tiempo le quedaba de margen si quería llegar a tiempo, pero la costumbre le
obligó a realizar una nueva parada frente al pilón de la Cruz de la Olla para ahora rezar
a las ánimas del purgatorio, que en un azulejo le indicaban que: “No te pases sin rezar,
que tienes por quién rogar”. ¡¡Ni que lo supieran!!
Por suerte, conocía una estrecha senda que desde allí arrancaba y que le ayudaría a
deslizarse junto al barranco hacia la ermita, que según había oído había sido la que
ejerció de templo hasta hacía unos años.
En un huerto que parecía más oculto, ató de las riendas al animal que le acompañaba de
un dormido frutal que con los nervios no llegó a distinguir qué producía y se apresuró a
subir por los huertos arriba hasta el ermitorio, refugiándose en su atrio de miradas
indiscretas y oteando desde allí la vivienda a la que tenía que dirigirse.
Pero quienes le esperaban debían de estar más atentos que él, pues al momento, a través
de una ventana unas luces tenues le llamaron la atención realizando una serie de
destellos, que le ayudaron a encontrar su destino.
Hasta allí se dirigió raudo y veloz con el bulto que debía entregar bajo el brazo,
procurándole calor para que no despertara de tan bruscos movimientos después de
llegar hasta allí. No hubo apenas cruce de palabras. Martín les ofreció su carga y a
cambio recibió una bolsa con monedas, un pañuelo con pan, queso, chorizo, un bollo de
mollas y una bota de vino, así como un amplio saco que más abultaba que pesaba, que
le dijeron le ayudaría a pasar más desapercibido en su camino de regreso.
Pero para ello, en lugar de dirigirse hacia el molino de San José como suponían era su
intención, pues podría ser atisbado por la guardia que desde la torre auxiliar del castillo
controlaba el paso del camino de Matet y el cauce de la rambla de Gaibiel, le
recomendaban que rodease la población. Incluso podría hacerlo por el interior de la
misma como un vecino más que se dirigiese hacia la Era Alta a trabajar sus campos,
solo que pasada la cruz del Pinarico ya podría marchar hacia Higueras y Pavías a
reencontrarse con los suyos, o tirar hacia Aragón si quería estar más seguro.
Sorprendido por el giro de los planes, pues no entendía como podían haber leído sus
pensamientos y qué problema habría de unirse a su familia, pero agradecido por todas
las vituallas y consejos recibidos, tomó los bultos y fue en busca de su mula a quien
cargó aquella extraña saca para retomar su camino.
¿Tan importante era lo entregado?¿Lo estaban aguardando o lo habían seguido para
estar esperándolo en el momento preciso? Con estos pensamientos en la cabeza y
cruzándose con varios labriegos que ya iban y venían, se enfiló hacia lo alto del pueblo
y una vez junto al balsón natural y aljibe que sirvió para dar de beber al equino. De paso
le pidió a Santa Bárbara, que allí tenía levantada otra cruz o pilón con unos azulejos
pintados, que además de proteger las cosechas de los gaibielanos le ayudase en su
camino y calmara aquella tormenta de malos pensamientos que resonaban en su cabeza.
Poca distancia había desde este lugar, de donde se dominaba la villa, el valle del Regajo
en su camino al Palancia y el fuerte castillo de origen musulmán, hasta la cuarta y
última cruz que protegía los accesos al pueblo, que con otro azulejo dedicado a las
ánimas del purgatorio, invitaba a los transeúntes a rezar y buscar la protección celestial.
Mucha ayuda necesitaba Martín para salir con bien de todo esto, así que no dudó en
parar de nuevo, rezar todo lo que sabía y seguir con su camino. Sólo le faltaban unas
horas de marcha para unirse a los suyos y poder iniciar una nueva vida con los dineros
que llevaba en la bolsa que le habían dado por cumplir su parte.
Luego, que el Altísimo juzgase si su intermediación había sido para bien o para mal.
Desde luego aquellos gaibielanos sí que parecían haber apreciado su labor, aunque el
origen del envío fuese algo más lóbrego y misterioso. Pero él era un simple peón,
descendiente de hijos de esta villa y por ello elegido para tal encargo, aunque al servicio
de otros señores que, de enterarse de sus tratos, muy posiblemente dejarían de procurar
sus servicios.
Y es que unas horas antes había recibido de su cuñado, que trabajaba para los poderosos
monjes jerónimos del Monasterio de la Esperanza de Segorbe, un enfardado recién
nacido, que para nada era lógico pensar saliese de aquel bendito lugar.
Pero que su nacimiento estaba próximo debía de ser conocido, pues por ello Manuel lo
había hecho llamar el día anterior e indicado muy insistentemente, que permaneciese
próximo en la puerta que daba hacia Navajas a la hora de Maitines, pues alguien saldría
por allí y le entregaría un bebé, del cual debía deshacerse.
La sorpresa fue cuando, horas después, un fraile vestido de negro llegó hasta su casa
para decirle que sabía que tenía aquel encargo y le proponía que en lugar de despeñar o
abandonar a las alimañas a aquella criatura, lo llevase hasta aquel pueblecito de
montaña del que procedían sus abuelos, donde una familia que acababa de perder a su
primogénito le agradecería la inesperada llegada de este bebé.
¿Inesperada?¿Cómo sabía su cuñado que aquel niño iba a nacer esa noche?¿Por qué
debía deshacerse de él? Y lo más inquietante ¿Quién era aquel fraile negro, que no tenía
aspecto de pertenecer a ninguna orden religiosa? ¿Y cómo sabía que debía de su
encargo, sus orígenes, y de la desgracia de aquella anónima familia?
Mucho tenía que pensar y hacerse perdonar. Ahora solo deseaba que el Cristo de la Sed
se apiadase de su alma, y San Blas le conservara la garganta... y el cuello.
Horas llevaba ya de marcha por aquel bosque de pinos que poblaba el Aceitenebro y
que tal vez en su día diera la idea a los musulmanes para bautizar al pueblo, cuando
llegó a la altura de una de las caleras en la que varios hombres se esforzaban en calentar
las piedras calcáreas que recogían de los alrededores para fabricar ese producto tan
apreciado para desinfectar las paredes, deshacer los cuerpos de los animales muertos
por enfermedades, o blanquear los muros del castillo a fin de que esta resguardase de la
humedad y el frío a sus moradores al tiempo que le daba mayor lustre.
Por la posición del astro solar dedujo que sería mediodía, por lo que todavía le
quedaban unas horas para llegar a su ansiado destino y desde allí buscar la mejor opción
para comenzar una nueva vida.
Sin embargo, o las plegarias habían llegado demasiado pronto y sus abogados
celestiales querían echarle una soga con la que salvarse de lo que se le venía encima, o
era desde las profundidades del averno desde donde se le aparecía de nuevo aquel
misterioso fraile vestido de negro, que le había llevado a trastocar su hasta entonces
anodina vida.
A una orilla del camino, próximo a una higuera que le proporcionaba sombra y tapaba
los rayos del sol, pese a que apetecía más tomar un baño de sus rayos para calentar el
cuerpo aquella fría jornada, le esperaba sentado con un báculo como toda compañía.
Pero pese a las apariencias, se le notaba más que nervioso y no dejaba de mirar hacia la
otra parte del camino.
̶ Para llevar tanta prisa, llegas tarde ̶le dijo cuando se disponía Martín a preguntar-
Toma este manuscrito. Es un salvoconducto que te puede ahorrar más de un disgusto si
los inquisidores que marchan hacia la Cueva Moma os cogen a ti y a tu familia. Por este
motivo, súbete en esa mula huesuda que tienes y reviéntala si hace falta, pero procura
llegar antes que esos perros de Dios, que por suerte para todos han decidido tomar el
camino más largo.
La estupefacción y sorpresa que reflejaba la cara de Martín debía de ser tal, que el fraile
le dio una sonora colleja que lo sacó de su ensimismamiento. Y antes que pudiera
replicar o quejarse, aún añadió antes de marcharse.
̶ Y no preguntes ni quieras saber cómo sé todo esto y por que te ayudo. Hazme caso y
todo irá bien. Y si llegas a tiempo, recoge a los tuyos y regresa a Gaibiel. Allí te
esperarán y darán cobijo un par de días antes que decidas regresar al servicio de los
monjes jerónimos, o te largues fuera del alcance de los mismos e inicies una nueva vida.
Sígueles la pantomima a quienes te darán coartada, y nada malo os ocurrirá.
Y tras estas palabras, el escuálido fraile se metió entre los pinos y despareció como
llevado por el diablo. No tardó Martín en reaccionar y asustado ante la amenaza que
podrían sufrir sus hijos y esposa, saltó sobre el lomo de su mula, desplazando aquel
bulto que no se atrevía a soltar hacia los cuartos traseros del animal y la arreó con una
pequeña rama que había tomado unas horas atrás y que hasta entonces le había servido
para entretenerse tallándola con la navaja que llevaba para comer.
El pobre cuadrúpedo no se esperaba aquello y en lugar de correr casi cae de bruces
tirando a Martín hacia el suelo, que gracias a sus reflejos no probó al agarrarse del
cuello del equino, que le quiso propinar un mordisco ante tal comportamiento.
Maldiciendo su mala suerte, decidió seguir a pie a marchas forzadas arrastrando al
animal tras de sí, que al menos no opuso resistencia y le seguía el paso. ¿Qué tenía que
ver la Inquisición con todo aquel asunto? ¿Por qué iba a ir a la Cueva Moma? ¿Acaso
era pecado o estaba prohibido ir a rezar a aquella gruta? ¿Eso era herejía?
Por lo que él sabía era frecuentada por los vecinos de la zona, que acudían a ella para
rezarle a la Moma, una pétrea figura simbólica que representaba la Gracia Divina o la
Salud desde tiempos inmemoriales que se alzaba en su centro y a quien entregaban todo
tipo de ofrendas y ex-votos. Además, la gruta tenía unas pequeñas oquedades que se
abrían a los lados de la cueva principal, espacios sagrados y llenos de misterio donde
los más fieles introducían pergaminos y ofrendas esperando las gracias divinas.
Solo de pensarlo a Martín se le removió el estómago. Él descendía de cristianos viejos,
pero no así su esposa, aunque desde luego en ella no quedaba vestigio alguno de la fe de
sus ancestros. Pero eso a los inquisidores les daba igual. Si la encontraban en aquel
lugar, iba a tener serios problemas.
La suerte de conocer el entorno por el que se movía era que sabía varios atajos y
senderos que eludiendo el camino principal, le acercarían hacia la gruta a la que se
dirigía, aunque ello le causara más de un arañazo, protesta de su caballería y pararse a
recolocar aquel bulto. Pero estas molestias le supieron a gloria cuando, al alcanzar
cierto altozano, observó que la comitiva inquisitorial había tomado el camino más largo,
pues debía haber elegido el Camino Real que desde Segorbe subía hasta Jérica y allí
desviado por Caudiel, donde tomaron los enriscados caminos que llevaban a aquellas
dos pequeñas aldeas de la Sierra Espadán. De haber subido por la orilla del río Chico
cruzando toda la sierra, o se hubiesen dirigido hacia Gaibiel y Matet remontando el
Regajo, sus esfuerzos habrían resultado vanos. Pero aquellos frailes no querían más
molestias que las que ya les supondría moverse por estas ásperas tierras.
Todavía le costó una hora más llegar a su destino y para su satisfacción allí estaban los
suyos, a los que se abrazó como si hiciese meses que no veía, cuando no hacía ni dos
jornadas que se habían separado. En muy pocas palabras les contó lo que pasaba y
acomodando a su hijo sobre la mula, pusieron rumbo a Gaibiel como les había sugerido
el misterioso monje.
El camino hacia el pueblo, ante tanta prisa, pareció no durar más de unos minutos. Pero
lo cierto es que cuando llegaron a ver las primeras casas ya anochecía,y de nuevo la
niebla parecía volver a ser su aliada, pues nada ocurrió cuando pasó cerca de la torre
albarrana del castillo que controlaba los pasos por aquella zona.
Al acercarse a la ermita, tal y como le había ocurrido en aquellas primeras horas de
aquel interminable día, ya lo estaban esperando.
Al entrar a aquella casa por segunda vez y saberse seguro, a Martín le llegó de golpe
todo el cansancio acumulado, tras llevar de marcha casi 18 horas, en continua tensión y
tirando más de la mula que subido a ella. Ni de cenar tuvo ganas, pese a que en aquel
hogar los recibieron muy bien, acomodando a su esposa e hijo en una pequeña
habitación y ofreciéndole todo tipo de alimentos y caldos para entrar en calor.
No tuvo consciencia de cuánto estuvo durmiendo, pero los fuertes golpes que daban a la
puerta, que parecía se iba a venir abajo, lo despertaron sobresaltado y sin saber dónde se
encontraba en aquel momento, ni qué estaba pasando.
Las voces de los propietarios se escuchaban de fondo, tratando de calmar a los que
llamaban a la puerta, que resultaron ser soldados armados que se presentaron para
indagar por aquellos que habían llegado con las últimas horas del día huyendo de los
inquisidores, y solicitando su ayuda para localizarlos.
Martín desconocía los pormenores que se trataban en la sala principal. Pero de pronto
de una portezuela apareció un niño que le indicó que vistiera unos ropajes negros, que
se anudase un pañuelo blanco al brazo y que tratase de llorar, pues de ello dependía que
todo saliese bien y todos en aquella casa quedasen libres de toda sospecha.
Ni qué decir que con la tensión que llevaba acumulada y de pensar qué podría pasarles a
su esposa e hijo, o a aquellos que tanta ayuda les estaban prestando por entregarles a un
niño hace unas horas, a Martín las lágrimas no tardaron en brotarle a raudales por los
ojos. Parecían el acuífero que surgía en el cercano Manantial de las Fuentes, nacimiento
del río Regajo que bordeaba el pueblo y formaba aquellos meandros y pozos del
Gasparini, el Cacao y la Eriza, en los que de niño se había bañado y de los que tantos
buenos recuerdos guardaba.
Desde luego, si salía con bien de todo ello, iba a plantearse el marchar a Aragón ¿Para
qué huir a tierra extraña, si en esta tenía todo cuanto anhelaba?
Con estos pensamientos estaba, cuando en su habitáculo aparecieron los soldados
tomándolo del brazo y arrastrándolo junto al resto de habitantes de la casa, todos ellos
ataviados de luto como él, que parecían velar un pequeño cuerpecito expuesto en el
centro de la sala principal. Mientras, otro bebé se agarraba al pecho de una bella joven.
En torno a ella y consolando el apesadumbrado dolor que mostraba su rostro, se veía a
una mujerona que parecía su madre; su esposa, que guardaba cierto parecido físico con
la recién alumbrada; su hijo, que lo miraba de reojo pero que no se separaba del otro
rapaz que se había aparecido hacía unos momentos en su habitación; y un apuesto
hombre muy bien vestido -aunque también de negro-, que llevaba la voz cantante y que
por la seguridad que mostraba, parecía tener controlada la situación.
Martín no entendía nada y aún quedó más impresionado cuando observó que a un lado
estaba abierta la saca que había estado transportando, toda ella repleta de unas hierbas
aromáticas que hacían de la estancia un lugar muy agradable...
Precisamente con un puñado de esas hierbas repartidos en varios sacos, el que parecía
dueño de la casa despachó con buenas palabras a los soldados, que finalmente
parecieron convencerse que allí no pasaba nada extraño y que los recién llegados eran
familiares que les habían traído esas hierbas para mitigar el dolor y olor.
Cuando ya pasó el momento más tenso y parecía que habían quedado solos, de debajo
del saco surgió por una trampilla el monje negro, con una sonrisa en la boca y
felicitando a todos los presentes tomó al niño fallecido, entregó algo al dueño de la casa
y se marchó por una puerta trasera de la casa.
El que parecía esposo de la madre primeriza, que ya con las lágrimas secas seguía
amamantando a aquel niño que horas antes había llevado el propio Martín a la casa,
llamó a éste para que lo acompañara a una estancia contigua, muy ricamente decorada
para aquel humilde hogar y pequeño pueblo y lo hizo sentar en una silla.
̶ Martín, me llamo Julián. Tú no me conoces, pero mi abuelo y el tuyo eran grandes
amigos y ambos se juraron que, hasta donde ellos pudiesen, harían porque sus familiares
velasen los unos por los otros,y nada les faltara. ̶Al ver la cara de asombro de Martín,
continuó ̶ Tú poco sabes de ésto, porque debido a la temprana muerte de tu padre
ayudando al mio en un momento delicado, no pudiste proseguir con este compromiso.
Tu madre bastante hizo aceptando el arreglo que le hizo tu abuelo antes de morir y por el
que os marchásteis a Navajas para servir a los jerónimos de La Esperanza. Allí tu
padrastro os cuidó a ti y a tu hermana, que como sabrás, entró a trabajar al propio
monasterio. Pero allí no todo es tan sagrado y puro como aparenta y no será la primera
vez que la inquisición se presenta a tomar medidas contra los frailes.
Algo de ésto sí había oído Martín hablar en el pueblo. Se decía que hacía 1584, tras el
hallazgo de dos mozos que servían en el convento degollados y con graves heridas y el
suicidio de otro criado al que los frailes habían acusado como culpable de dichos
homicidios, a la investigación iniciada por el Gobernador de Segorbe se sumaron los
dominicos, que desde hacía unos años habían fundado casa en la ciudad episcopal. Las
pesquisas llevaron a que se tomase preso a un fraile llamado Fray Jerónimo Estruch, al
que acusaron de sodomía tras varios interrogatorios en los que se había declarado
culpable de tener contactos homosexuales con once muchachos del entorno, pero que
no sabía nada de los asesinatos que se les imputada falsamente y con maldad a los
frailes. Ante tales hechos y el malestar general, tanto las autoridades eclesiásticas como
civiles se apresuraron en dictar sentencia. Al fraile no le cupo otra condena: quemado
vivo en la hoguera.
Al ver Julián que Martín estaba al tanto de lo que le había dejado entrever, continuó:
̶ Verás, hace unos días, mi esposa Elena dio a luz a nuestro primer hijo. Pero el pobre,
debido a los frías jornadas que estamos sufriendo estos días, y a lo mal que lo pasó en el
parto, no resistió vivo más de unas horas. Y mi esposa cayó en una depresión.
Martín escuchaba con atención, queriendo adivinar por dónde iba la cosa.
̶ Por unos conocidos y contactos que tengo en el convento, de los que tu hermana y
cuñado forman parte, era conocedor que cierta criada se había dejado embaucar por un
alto cargo del monasterio y que tras haber quedado encinta la habían recluido para no
levantar más escándalos. Pero estos días la Inquisición se ha personado de nuevo en la
ciudad porque les habían llegado rumores de las reuniones heréticas que tienen lugar en
la Cueva Moma. Esta no tiene la misma salvaguarda ni interés que la que en Altura se ha
transformado en un centro de peregrinaje. Al estar en medio de la Sierra Espadán, ante la
probabilidad que los moriscos escapados se reagruparan de nuevo y amparasen sus falsos
credos bajo la excusa de una nueva aparición mariana o similar, han decidido cortar por
lo sano y ayer mismo dinamitaron la cavidad.
Ante tal afirmación, Martín se quedó pasmado. ¿Tan sordo estaba que no oyó la
explosión?¿O se había quedado tan profundamente dormido, que había transcurrido
más de una jornada sin enterarse de nada de lo ocurrido en el exterior?
̶ ¡¡No pongas esa cara, hombre!! ̶ rió ante el asombro que mostraba Martín ̶ A ti no
venían buscándote los dominicos, sino a otro par de moriscos que ha salido antes que
vosotros, con una mula y un niño y que ya deben haber caído en manos de los
inquisidores si han sabido buscarlos... ̶ Dejó en suspenso Julián.
El pobre Martín no entendía nada, salvo que Julián estaba devolviendo el favor que su
abuelo hizo al suyo. Pero no lograba entender cómo había llegado a parar él allí.
̶ No le des más vueltas. Sin tú pretenderlo, nos has devuelto la vida a mi esposa Elena y a
mí. Ese niño que nos has traído iba a tener un final muy desagradable, como supongo lo
tendrá su desgraciada madre. Pero el niño es inocente y aunque no sea de mi sangre, lo
criaré como si tal lo fuera. Y por ese motivo, cualquier cosa que pueda hacer por ti será
poco. Esta mañana te dí una bolsa con monedas y esta saca de hipérico para que con su
valor hubieras empezado una cómoda vida donde hubieses deseado.
Ahí Martín ya se quedó pasmado ¿Hipérico? ¿Tan valiosa era la carga que llevaba
encima y él no se había enterado? Por eso aquellos soldados se la llevaron con tanto
celo, pues con ellas podían producir aceite que aplicarse en heridas y golpes propios de
su oficio.
̶ Pero si cambiáis de idea y os queréis quedar aquí o regresar a Navajas, no os faltará de
nada. Como ves, en este lugar ejerzo un buen puesto que me da para vivir holgádamente.
Estoy al frente de la construcción de la casa-palacio y es muy probable que tras la
conclusión de las obras empiece con las de la iglesia parroquial, que como ya has visto,
necesita de una buena reforma. Aquí no tendrás que aguantar la tiranía de los Duques de
Segorbe, ni aguantar la dura servidumbre a la que os someten los jerónimos de La
Esperanza. Podrás recorrer los paisajes de tu niñez junto a tu hijo, bañarte en las pozas
del río, tomar las aguas de las fuentes de Los Caños, del Salvador, de las Novias, la del
Juncar, la del Vicario, o la del Camino de la Vall, que como sabes es muy buena para las
dolencias del riñón. Y para ganarte la vida, siempre podrás trabajar a mi lado o llevar tus
propias tierras a cambio de unas rentas más bajas, que de eso ya nos encargamos Tomás,
al que tu has conocido vestido de fraile con hábito negro del císter pero en realidad es un
agente de la cofradía de canteros, y yo.
Martín no sabía ya qué hacer, pero la idea cada vez era más tentadora...
̶ Háblalo con tu mujer. Ella puede ayudar a la mía en las tareas de la casa, lavar la ropa en
el lavadero que hemos construido recientemente en la calle que desde la ermita va hacia
la plaza. Allí enseguida hará amistad con las demás mujeres del pueblo, muchas de su
misma condición y no tendréis que estar preocupados por expedientes de limpieza de
sangre ni nada similar. Os dejo a solas y mañana me decís que hacer.
Pero con aquellas últimas palabras, él ya había decidido su destino, aunque no era justo
decidir por los tres. Aunque por lo bien que veía que había congeniado su esposa con
Elena y cómo jugaba su pequeño con el chiquillo de la casa, creía que ya estaba claro.
Y eso fue lo que le dijo a Julián a la mañana siguiente tras hablar con su esposa. Ella le
había confirmado que había estado casi día y medio durmiendo. Que ella y Elena
habían encontrado una afinidad de la que hasta ahora no había podido disfrutar en los
años que llevaba viviendo en Navajas y que el pequeño Martín era feliz correteando por
las calles de este pequeño caserío, en el que sin duda ya se había hecho a la idea de
quedarse. Por eso aceptó rápidamente la propuesta de permanecer en Gaibiel y más
cuando Martín le contó todo lo que Julián les prometía.
De esta manera lo que parecía iba a ser una huida, arriesgando su pescuezo y el
porvenir de su familia, se transformó en una gran alegría al poder regresar al pueblo de
sus antepasados, poder disfrutar de una libertad que hasta ahora no había tenido y tal
vez, aumentar la familia y su dicha en un entorno tan idílico.
Sí, decididamente, aquella arriesgada y misteriosa entrega, iba a tener un final feliz.
FIN
Jose Ángel Planillo Portolés es Técnico Superior en Información y
Comercialización Turística, Guía Oficial de Turismo, y socio activo de la
Asociación Cultural Cartuja de Valldecrist, del Instituto de Cultura del
Alto Palancia, y del Grup de Cronistes i Investigadors del Camp de
Morvedre i Almenara. Desde el año 2003 está publicando varios artículos
culturales, de investigación histórica y de promoción turística en diversos
medios, publicaciones y libros, vinculados a las comarcas citadas
anteriormente. También es autor de dos libritos monográficos vinculados
al patrimonio local de la villa de Altura (Castellón), y administrador del
blog viveelaltopalancia.blogspot.com, en donde se pueden descargar estos
trabajos ya publicados.
En materia literaria, escribe mensualmente la columna Pallantia Literatum en El Periódico de Aquí -
edición Palancia/Mijares con reseñas y críticas sobre libros y novelas que tratan sobre esas comarcas.
También ha logrado publicar algunos microrrelatos debido a su participación en diferentes concursos
de esta categoría literaria. Asímismo, ha colaborado en la elaboración de algunos textos para
publicaciones editadas por Vinatea Editorial, como “30 mujeres fascinantes en la Historia de
Valencia”, “101 hechos legendarios en la Historia de Valencia”, “101 Relatos de la Publicidad
Antigua. Valencia en la Memoria” de Vinatea Editorial; en el libro coral “Relatos de Otoño” de
Embrujo Editorial, y en revistas digitales como la española MiNatura o la venezolana Alborismos,
entre otros. En su corta trayectoria como escritor de ficción, ya ha obtenido el primer premio en el I
Certamen de Relatos Cortos Villa de Gaibiel, el tercer puesto por votación popular en el XLIII
Certamen Literario Comarcal organizado por la Biblioteca Municipal Juan Bautista Pérez de
Segorbe, y ha sido finalista en la III Edición del Concurso de Microrrelatos de la Revista Aguanaj,
de Higueras (Castellón).

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La misteriosa entrega en Gaibiel

  • 1.
  • 3. LA MISTERIOSA ENTREGA Por Jose Ángel Planillo Relato ganador del I Certamen de Relato Corto Villa de Gaibiel En el horizonte se comenzaban a apreciar los colores que anunciaban el alba, aunque la niebla difuminaba la visión del camino, al tiempo que parecía enfriar todavía más si cabe aquella jornada de diciembre especialmente gélida. Con todo ello contaba Martín como elementos a su favor para pasar desapercibido por los guardias, que desde las almenas del castillo cuyos encalados muros destacaban sobre la cima del monte Ajedrea, que dominaba el caserío y se dedicaban a vigilar los accesos a la villa de Gaibiel en unos tiempos en que la amenaza morisca todavía estaba latente y cualquier transeúnte solitario levantaba sospechas. Pese a que ya hacía tres décadas que supuestamente no quedaba ninguno en el Reino de Valencia. Pero su mula no parecía querer contribuir a esa silenciosa marcha arropada por la oscuridad y menos cuando al salir del camino de la Mojonada se adentraron por la empedrada senda de la Costalata que desciende de forma zigzagueante hasta el cauce del río Regajo; que una vez cruzado y dejado atrás la fuente del Vicario, lleva hasta el pequeño casco urbano. Ante aquel desnivel, el animal se puso nervioso y decidió que por ahí no bajaba, por lo que Martín tuvo que tomar medidas para evitar problemas. Aunque ello le retrasaría y podría delatarle. Así que bajando del animal, le colocó sacos de arpillera en los cascos y una venda que le tapara los ojos para evitar que se asustase frente al precipicio, menguando así el ruido que pudiera causar y con ello ser descubierto sin cumplir su misión. Pero debido a la pérdida de este precioso tiempo le obligaba a darse más prisa si quería cumplir su objetivo y descansar tranquilo. El encargo era claro y preciso: Debía dejar su carga en determinada vivienda próxima a la ermita de San Blas y continuar el camino hacia la Sierra de Espadán donde su familia le esperaba escondida en la Cueva Moma, aquella recóndita cavidad, que todavía muchos tenían como sagrada y que por ello habían escogido como punto de encuentro el día anterior, cuando habían decidido marcharse del pueblo camino de Aragón para evitar que su repentina riqueza despertara recelos entre los vecinos.
  • 4. ¡Ay, cuánta diferencia había entre esta ancestral gruta y la recién consagrada Cueva del Latonero de la vecina Altura! En ella se afirmaba que se había aparecido la Virgen, que ahora todos llamaban de la Cueva Santa, pero que muchos todavía conocían como de la Inmaculada. Así lo habían ordenado los monjes cartujos en un primer momento y hasta un antiguo canónigo de Altura había construido una ermita a las afueras de dicha villa tras ser expulsado por aquellos poderosos frailes de la capilla que se había construido en el interior de la sima antaño frecuentada por pastores y sus rebaños. Todo esto quedaría ahora atrás y para ello tenía que darse prisa y cumplir su objetivo. Y si nadie lo descubría ni preguntaba mejor todavía, porque desde luego, despertaría muchas sospechas si alguien descubría qué transportaba tan escondido en sus alforjas. Así que tras arduos esfuerzos por fin llegó frente al pilón que marcaba la entrada del pueblo por este lado del caserío y se paró unos segundos mientras rezaba un padrenuestro y un avemaría ante el retablo cerámico que en él había, representando la imagen del Cristo de la Sed en la Cruz, patrón de la villa, y al pie de éste la Virgen, cumpliendo así la petición que en él se leía: “Cristiano que llegas / a esta villa de Gaibiel, / reza a tu madre la Virgen / y al Santo Cristo de la Sed”. A ellos se encomendaba para cruzar y no despertar el interés entre los vecinos, que seguro a esas horas estarían a punto de salir de sus humildes hogares a trabajar en los inmediatos campos y tierras de secano que rodeaban el caserío. Todo ello era propiedad de los Condes de Priego, que recientemente les habían concedido una nueva Carta de Población, más benévola que la que soportaban bajo el señorío de los Heredia y que había atraído a nuevos vecinos procedentes de Aragón y Cataluña, tras haber quedado sus casas vacías tras la expulsión de los moriscos. Así que tirando de su rocín bordeó la parte baja de la población que se desparramaba por las faldas del monte de La Pedrera, pero sin penetrar en ella, yendo así casi en paralelo a la acequia que alimentaba a los molinos, lavaderos y abrevaderos del lugar.
  • 5. De fondo se escuchaban sonar las cinco de la mañana por la campana de la vieja iglesia de San Pedro, antiguo templo levantado casi doscientos cincuenta años antes, pero que ya merecía una reforma por su desvencijado aspecto. A ver si al nuevo marqués una vez acabadas las obras de su casa-palacio frente a ella, le quedaba algo de dinero para acondicionar la Casa de Dios y ganarse el cielo, que de explotar a los vecinos seguro que cargaba algún pecado que otro. Poco tiempo le quedaba de margen si quería llegar a tiempo, pero la costumbre le obligó a realizar una nueva parada frente al pilón de la Cruz de la Olla para ahora rezar a las ánimas del purgatorio, que en un azulejo le indicaban que: “No te pases sin rezar, que tienes por quién rogar”. ¡¡Ni que lo supieran!! Por suerte, conocía una estrecha senda que desde allí arrancaba y que le ayudaría a deslizarse junto al barranco hacia la ermita, que según había oído había sido la que ejerció de templo hasta hacía unos años. En un huerto que parecía más oculto, ató de las riendas al animal que le acompañaba de un dormido frutal que con los nervios no llegó a distinguir qué producía y se apresuró a subir por los huertos arriba hasta el ermitorio, refugiándose en su atrio de miradas indiscretas y oteando desde allí la vivienda a la que tenía que dirigirse. Pero quienes le esperaban debían de estar más atentos que él, pues al momento, a través de una ventana unas luces tenues le llamaron la atención realizando una serie de destellos, que le ayudaron a encontrar su destino. Hasta allí se dirigió raudo y veloz con el bulto que debía entregar bajo el brazo, procurándole calor para que no despertara de tan bruscos movimientos después de llegar hasta allí. No hubo apenas cruce de palabras. Martín les ofreció su carga y a cambio recibió una bolsa con monedas, un pañuelo con pan, queso, chorizo, un bollo de mollas y una bota de vino, así como un amplio saco que más abultaba que pesaba, que le dijeron le ayudaría a pasar más desapercibido en su camino de regreso.
  • 6. Pero para ello, en lugar de dirigirse hacia el molino de San José como suponían era su intención, pues podría ser atisbado por la guardia que desde la torre auxiliar del castillo controlaba el paso del camino de Matet y el cauce de la rambla de Gaibiel, le recomendaban que rodease la población. Incluso podría hacerlo por el interior de la misma como un vecino más que se dirigiese hacia la Era Alta a trabajar sus campos, solo que pasada la cruz del Pinarico ya podría marchar hacia Higueras y Pavías a reencontrarse con los suyos, o tirar hacia Aragón si quería estar más seguro. Sorprendido por el giro de los planes, pues no entendía como podían haber leído sus pensamientos y qué problema habría de unirse a su familia, pero agradecido por todas las vituallas y consejos recibidos, tomó los bultos y fue en busca de su mula a quien cargó aquella extraña saca para retomar su camino. ¿Tan importante era lo entregado?¿Lo estaban aguardando o lo habían seguido para estar esperándolo en el momento preciso? Con estos pensamientos en la cabeza y cruzándose con varios labriegos que ya iban y venían, se enfiló hacia lo alto del pueblo y una vez junto al balsón natural y aljibe que sirvió para dar de beber al equino. De paso le pidió a Santa Bárbara, que allí tenía levantada otra cruz o pilón con unos azulejos pintados, que además de proteger las cosechas de los gaibielanos le ayudase en su camino y calmara aquella tormenta de malos pensamientos que resonaban en su cabeza. Poca distancia había desde este lugar, de donde se dominaba la villa, el valle del Regajo en su camino al Palancia y el fuerte castillo de origen musulmán, hasta la cuarta y última cruz que protegía los accesos al pueblo, que con otro azulejo dedicado a las ánimas del purgatorio, invitaba a los transeúntes a rezar y buscar la protección celestial. Mucha ayuda necesitaba Martín para salir con bien de todo esto, así que no dudó en parar de nuevo, rezar todo lo que sabía y seguir con su camino. Sólo le faltaban unas horas de marcha para unirse a los suyos y poder iniciar una nueva vida con los dineros que llevaba en la bolsa que le habían dado por cumplir su parte.
  • 7. Luego, que el Altísimo juzgase si su intermediación había sido para bien o para mal. Desde luego aquellos gaibielanos sí que parecían haber apreciado su labor, aunque el origen del envío fuese algo más lóbrego y misterioso. Pero él era un simple peón, descendiente de hijos de esta villa y por ello elegido para tal encargo, aunque al servicio de otros señores que, de enterarse de sus tratos, muy posiblemente dejarían de procurar sus servicios. Y es que unas horas antes había recibido de su cuñado, que trabajaba para los poderosos monjes jerónimos del Monasterio de la Esperanza de Segorbe, un enfardado recién nacido, que para nada era lógico pensar saliese de aquel bendito lugar. Pero que su nacimiento estaba próximo debía de ser conocido, pues por ello Manuel lo había hecho llamar el día anterior e indicado muy insistentemente, que permaneciese próximo en la puerta que daba hacia Navajas a la hora de Maitines, pues alguien saldría por allí y le entregaría un bebé, del cual debía deshacerse. La sorpresa fue cuando, horas después, un fraile vestido de negro llegó hasta su casa para decirle que sabía que tenía aquel encargo y le proponía que en lugar de despeñar o abandonar a las alimañas a aquella criatura, lo llevase hasta aquel pueblecito de montaña del que procedían sus abuelos, donde una familia que acababa de perder a su primogénito le agradecería la inesperada llegada de este bebé. ¿Inesperada?¿Cómo sabía su cuñado que aquel niño iba a nacer esa noche?¿Por qué debía deshacerse de él? Y lo más inquietante ¿Quién era aquel fraile negro, que no tenía aspecto de pertenecer a ninguna orden religiosa? ¿Y cómo sabía que debía de su encargo, sus orígenes, y de la desgracia de aquella anónima familia? Mucho tenía que pensar y hacerse perdonar. Ahora solo deseaba que el Cristo de la Sed se apiadase de su alma, y San Blas le conservara la garganta... y el cuello.
  • 8. Horas llevaba ya de marcha por aquel bosque de pinos que poblaba el Aceitenebro y que tal vez en su día diera la idea a los musulmanes para bautizar al pueblo, cuando llegó a la altura de una de las caleras en la que varios hombres se esforzaban en calentar las piedras calcáreas que recogían de los alrededores para fabricar ese producto tan apreciado para desinfectar las paredes, deshacer los cuerpos de los animales muertos por enfermedades, o blanquear los muros del castillo a fin de que esta resguardase de la humedad y el frío a sus moradores al tiempo que le daba mayor lustre. Por la posición del astro solar dedujo que sería mediodía, por lo que todavía le quedaban unas horas para llegar a su ansiado destino y desde allí buscar la mejor opción para comenzar una nueva vida. Sin embargo, o las plegarias habían llegado demasiado pronto y sus abogados celestiales querían echarle una soga con la que salvarse de lo que se le venía encima, o era desde las profundidades del averno desde donde se le aparecía de nuevo aquel misterioso fraile vestido de negro, que le había llevado a trastocar su hasta entonces anodina vida. A una orilla del camino, próximo a una higuera que le proporcionaba sombra y tapaba los rayos del sol, pese a que apetecía más tomar un baño de sus rayos para calentar el cuerpo aquella fría jornada, le esperaba sentado con un báculo como toda compañía. Pero pese a las apariencias, se le notaba más que nervioso y no dejaba de mirar hacia la otra parte del camino. ̶ Para llevar tanta prisa, llegas tarde ̶le dijo cuando se disponía Martín a preguntar- Toma este manuscrito. Es un salvoconducto que te puede ahorrar más de un disgusto si los inquisidores que marchan hacia la Cueva Moma os cogen a ti y a tu familia. Por este motivo, súbete en esa mula huesuda que tienes y reviéntala si hace falta, pero procura llegar antes que esos perros de Dios, que por suerte para todos han decidido tomar el camino más largo.
  • 9. La estupefacción y sorpresa que reflejaba la cara de Martín debía de ser tal, que el fraile le dio una sonora colleja que lo sacó de su ensimismamiento. Y antes que pudiera replicar o quejarse, aún añadió antes de marcharse. ̶ Y no preguntes ni quieras saber cómo sé todo esto y por que te ayudo. Hazme caso y todo irá bien. Y si llegas a tiempo, recoge a los tuyos y regresa a Gaibiel. Allí te esperarán y darán cobijo un par de días antes que decidas regresar al servicio de los monjes jerónimos, o te largues fuera del alcance de los mismos e inicies una nueva vida. Sígueles la pantomima a quienes te darán coartada, y nada malo os ocurrirá. Y tras estas palabras, el escuálido fraile se metió entre los pinos y despareció como llevado por el diablo. No tardó Martín en reaccionar y asustado ante la amenaza que podrían sufrir sus hijos y esposa, saltó sobre el lomo de su mula, desplazando aquel bulto que no se atrevía a soltar hacia los cuartos traseros del animal y la arreó con una pequeña rama que había tomado unas horas atrás y que hasta entonces le había servido para entretenerse tallándola con la navaja que llevaba para comer. El pobre cuadrúpedo no se esperaba aquello y en lugar de correr casi cae de bruces tirando a Martín hacia el suelo, que gracias a sus reflejos no probó al agarrarse del cuello del equino, que le quiso propinar un mordisco ante tal comportamiento. Maldiciendo su mala suerte, decidió seguir a pie a marchas forzadas arrastrando al animal tras de sí, que al menos no opuso resistencia y le seguía el paso. ¿Qué tenía que ver la Inquisición con todo aquel asunto? ¿Por qué iba a ir a la Cueva Moma? ¿Acaso era pecado o estaba prohibido ir a rezar a aquella gruta? ¿Eso era herejía? Por lo que él sabía era frecuentada por los vecinos de la zona, que acudían a ella para rezarle a la Moma, una pétrea figura simbólica que representaba la Gracia Divina o la Salud desde tiempos inmemoriales que se alzaba en su centro y a quien entregaban todo tipo de ofrendas y ex-votos. Además, la gruta tenía unas pequeñas oquedades que se abrían a los lados de la cueva principal, espacios sagrados y llenos de misterio donde los más fieles introducían pergaminos y ofrendas esperando las gracias divinas.
  • 10. Solo de pensarlo a Martín se le removió el estómago. Él descendía de cristianos viejos, pero no así su esposa, aunque desde luego en ella no quedaba vestigio alguno de la fe de sus ancestros. Pero eso a los inquisidores les daba igual. Si la encontraban en aquel lugar, iba a tener serios problemas. La suerte de conocer el entorno por el que se movía era que sabía varios atajos y senderos que eludiendo el camino principal, le acercarían hacia la gruta a la que se dirigía, aunque ello le causara más de un arañazo, protesta de su caballería y pararse a recolocar aquel bulto. Pero estas molestias le supieron a gloria cuando, al alcanzar cierto altozano, observó que la comitiva inquisitorial había tomado el camino más largo, pues debía haber elegido el Camino Real que desde Segorbe subía hasta Jérica y allí desviado por Caudiel, donde tomaron los enriscados caminos que llevaban a aquellas dos pequeñas aldeas de la Sierra Espadán. De haber subido por la orilla del río Chico cruzando toda la sierra, o se hubiesen dirigido hacia Gaibiel y Matet remontando el Regajo, sus esfuerzos habrían resultado vanos. Pero aquellos frailes no querían más molestias que las que ya les supondría moverse por estas ásperas tierras. Todavía le costó una hora más llegar a su destino y para su satisfacción allí estaban los suyos, a los que se abrazó como si hiciese meses que no veía, cuando no hacía ni dos jornadas que se habían separado. En muy pocas palabras les contó lo que pasaba y acomodando a su hijo sobre la mula, pusieron rumbo a Gaibiel como les había sugerido el misterioso monje. El camino hacia el pueblo, ante tanta prisa, pareció no durar más de unos minutos. Pero lo cierto es que cuando llegaron a ver las primeras casas ya anochecía,y de nuevo la niebla parecía volver a ser su aliada, pues nada ocurrió cuando pasó cerca de la torre albarrana del castillo que controlaba los pasos por aquella zona. Al acercarse a la ermita, tal y como le había ocurrido en aquellas primeras horas de aquel interminable día, ya lo estaban esperando.
  • 11. Al entrar a aquella casa por segunda vez y saberse seguro, a Martín le llegó de golpe todo el cansancio acumulado, tras llevar de marcha casi 18 horas, en continua tensión y tirando más de la mula que subido a ella. Ni de cenar tuvo ganas, pese a que en aquel hogar los recibieron muy bien, acomodando a su esposa e hijo en una pequeña habitación y ofreciéndole todo tipo de alimentos y caldos para entrar en calor. No tuvo consciencia de cuánto estuvo durmiendo, pero los fuertes golpes que daban a la puerta, que parecía se iba a venir abajo, lo despertaron sobresaltado y sin saber dónde se encontraba en aquel momento, ni qué estaba pasando. Las voces de los propietarios se escuchaban de fondo, tratando de calmar a los que llamaban a la puerta, que resultaron ser soldados armados que se presentaron para indagar por aquellos que habían llegado con las últimas horas del día huyendo de los inquisidores, y solicitando su ayuda para localizarlos. Martín desconocía los pormenores que se trataban en la sala principal. Pero de pronto de una portezuela apareció un niño que le indicó que vistiera unos ropajes negros, que se anudase un pañuelo blanco al brazo y que tratase de llorar, pues de ello dependía que todo saliese bien y todos en aquella casa quedasen libres de toda sospecha. Ni qué decir que con la tensión que llevaba acumulada y de pensar qué podría pasarles a su esposa e hijo, o a aquellos que tanta ayuda les estaban prestando por entregarles a un niño hace unas horas, a Martín las lágrimas no tardaron en brotarle a raudales por los ojos. Parecían el acuífero que surgía en el cercano Manantial de las Fuentes, nacimiento del río Regajo que bordeaba el pueblo y formaba aquellos meandros y pozos del Gasparini, el Cacao y la Eriza, en los que de niño se había bañado y de los que tantos buenos recuerdos guardaba. Desde luego, si salía con bien de todo ello, iba a plantearse el marchar a Aragón ¿Para qué huir a tierra extraña, si en esta tenía todo cuanto anhelaba?
  • 12. Con estos pensamientos estaba, cuando en su habitáculo aparecieron los soldados tomándolo del brazo y arrastrándolo junto al resto de habitantes de la casa, todos ellos ataviados de luto como él, que parecían velar un pequeño cuerpecito expuesto en el centro de la sala principal. Mientras, otro bebé se agarraba al pecho de una bella joven. En torno a ella y consolando el apesadumbrado dolor que mostraba su rostro, se veía a una mujerona que parecía su madre; su esposa, que guardaba cierto parecido físico con la recién alumbrada; su hijo, que lo miraba de reojo pero que no se separaba del otro rapaz que se había aparecido hacía unos momentos en su habitación; y un apuesto hombre muy bien vestido -aunque también de negro-, que llevaba la voz cantante y que por la seguridad que mostraba, parecía tener controlada la situación. Martín no entendía nada y aún quedó más impresionado cuando observó que a un lado estaba abierta la saca que había estado transportando, toda ella repleta de unas hierbas aromáticas que hacían de la estancia un lugar muy agradable... Precisamente con un puñado de esas hierbas repartidos en varios sacos, el que parecía dueño de la casa despachó con buenas palabras a los soldados, que finalmente parecieron convencerse que allí no pasaba nada extraño y que los recién llegados eran familiares que les habían traído esas hierbas para mitigar el dolor y olor. Cuando ya pasó el momento más tenso y parecía que habían quedado solos, de debajo del saco surgió por una trampilla el monje negro, con una sonrisa en la boca y felicitando a todos los presentes tomó al niño fallecido, entregó algo al dueño de la casa y se marchó por una puerta trasera de la casa. El que parecía esposo de la madre primeriza, que ya con las lágrimas secas seguía amamantando a aquel niño que horas antes había llevado el propio Martín a la casa, llamó a éste para que lo acompañara a una estancia contigua, muy ricamente decorada para aquel humilde hogar y pequeño pueblo y lo hizo sentar en una silla.
  • 13. ̶ Martín, me llamo Julián. Tú no me conoces, pero mi abuelo y el tuyo eran grandes amigos y ambos se juraron que, hasta donde ellos pudiesen, harían porque sus familiares velasen los unos por los otros,y nada les faltara. ̶Al ver la cara de asombro de Martín, continuó ̶ Tú poco sabes de ésto, porque debido a la temprana muerte de tu padre ayudando al mio en un momento delicado, no pudiste proseguir con este compromiso. Tu madre bastante hizo aceptando el arreglo que le hizo tu abuelo antes de morir y por el que os marchásteis a Navajas para servir a los jerónimos de La Esperanza. Allí tu padrastro os cuidó a ti y a tu hermana, que como sabrás, entró a trabajar al propio monasterio. Pero allí no todo es tan sagrado y puro como aparenta y no será la primera vez que la inquisición se presenta a tomar medidas contra los frailes. Algo de ésto sí había oído Martín hablar en el pueblo. Se decía que hacía 1584, tras el hallazgo de dos mozos que servían en el convento degollados y con graves heridas y el suicidio de otro criado al que los frailes habían acusado como culpable de dichos homicidios, a la investigación iniciada por el Gobernador de Segorbe se sumaron los dominicos, que desde hacía unos años habían fundado casa en la ciudad episcopal. Las pesquisas llevaron a que se tomase preso a un fraile llamado Fray Jerónimo Estruch, al que acusaron de sodomía tras varios interrogatorios en los que se había declarado culpable de tener contactos homosexuales con once muchachos del entorno, pero que no sabía nada de los asesinatos que se les imputada falsamente y con maldad a los frailes. Ante tales hechos y el malestar general, tanto las autoridades eclesiásticas como civiles se apresuraron en dictar sentencia. Al fraile no le cupo otra condena: quemado vivo en la hoguera. Al ver Julián que Martín estaba al tanto de lo que le había dejado entrever, continuó: ̶ Verás, hace unos días, mi esposa Elena dio a luz a nuestro primer hijo. Pero el pobre, debido a los frías jornadas que estamos sufriendo estos días, y a lo mal que lo pasó en el parto, no resistió vivo más de unas horas. Y mi esposa cayó en una depresión. Martín escuchaba con atención, queriendo adivinar por dónde iba la cosa.
  • 14. ̶ Por unos conocidos y contactos que tengo en el convento, de los que tu hermana y cuñado forman parte, era conocedor que cierta criada se había dejado embaucar por un alto cargo del monasterio y que tras haber quedado encinta la habían recluido para no levantar más escándalos. Pero estos días la Inquisición se ha personado de nuevo en la ciudad porque les habían llegado rumores de las reuniones heréticas que tienen lugar en la Cueva Moma. Esta no tiene la misma salvaguarda ni interés que la que en Altura se ha transformado en un centro de peregrinaje. Al estar en medio de la Sierra Espadán, ante la probabilidad que los moriscos escapados se reagruparan de nuevo y amparasen sus falsos credos bajo la excusa de una nueva aparición mariana o similar, han decidido cortar por lo sano y ayer mismo dinamitaron la cavidad. Ante tal afirmación, Martín se quedó pasmado. ¿Tan sordo estaba que no oyó la explosión?¿O se había quedado tan profundamente dormido, que había transcurrido más de una jornada sin enterarse de nada de lo ocurrido en el exterior? ̶ ¡¡No pongas esa cara, hombre!! ̶ rió ante el asombro que mostraba Martín ̶ A ti no venían buscándote los dominicos, sino a otro par de moriscos que ha salido antes que vosotros, con una mula y un niño y que ya deben haber caído en manos de los inquisidores si han sabido buscarlos... ̶ Dejó en suspenso Julián. El pobre Martín no entendía nada, salvo que Julián estaba devolviendo el favor que su abuelo hizo al suyo. Pero no lograba entender cómo había llegado a parar él allí. ̶ No le des más vueltas. Sin tú pretenderlo, nos has devuelto la vida a mi esposa Elena y a mí. Ese niño que nos has traído iba a tener un final muy desagradable, como supongo lo tendrá su desgraciada madre. Pero el niño es inocente y aunque no sea de mi sangre, lo criaré como si tal lo fuera. Y por ese motivo, cualquier cosa que pueda hacer por ti será poco. Esta mañana te dí una bolsa con monedas y esta saca de hipérico para que con su valor hubieras empezado una cómoda vida donde hubieses deseado.
  • 15. Ahí Martín ya se quedó pasmado ¿Hipérico? ¿Tan valiosa era la carga que llevaba encima y él no se había enterado? Por eso aquellos soldados se la llevaron con tanto celo, pues con ellas podían producir aceite que aplicarse en heridas y golpes propios de su oficio. ̶ Pero si cambiáis de idea y os queréis quedar aquí o regresar a Navajas, no os faltará de nada. Como ves, en este lugar ejerzo un buen puesto que me da para vivir holgádamente. Estoy al frente de la construcción de la casa-palacio y es muy probable que tras la conclusión de las obras empiece con las de la iglesia parroquial, que como ya has visto, necesita de una buena reforma. Aquí no tendrás que aguantar la tiranía de los Duques de Segorbe, ni aguantar la dura servidumbre a la que os someten los jerónimos de La Esperanza. Podrás recorrer los paisajes de tu niñez junto a tu hijo, bañarte en las pozas del río, tomar las aguas de las fuentes de Los Caños, del Salvador, de las Novias, la del Juncar, la del Vicario, o la del Camino de la Vall, que como sabes es muy buena para las dolencias del riñón. Y para ganarte la vida, siempre podrás trabajar a mi lado o llevar tus propias tierras a cambio de unas rentas más bajas, que de eso ya nos encargamos Tomás, al que tu has conocido vestido de fraile con hábito negro del císter pero en realidad es un agente de la cofradía de canteros, y yo. Martín no sabía ya qué hacer, pero la idea cada vez era más tentadora... ̶ Háblalo con tu mujer. Ella puede ayudar a la mía en las tareas de la casa, lavar la ropa en el lavadero que hemos construido recientemente en la calle que desde la ermita va hacia la plaza. Allí enseguida hará amistad con las demás mujeres del pueblo, muchas de su misma condición y no tendréis que estar preocupados por expedientes de limpieza de sangre ni nada similar. Os dejo a solas y mañana me decís que hacer. Pero con aquellas últimas palabras, él ya había decidido su destino, aunque no era justo decidir por los tres. Aunque por lo bien que veía que había congeniado su esposa con Elena y cómo jugaba su pequeño con el chiquillo de la casa, creía que ya estaba claro.
  • 16. Y eso fue lo que le dijo a Julián a la mañana siguiente tras hablar con su esposa. Ella le había confirmado que había estado casi día y medio durmiendo. Que ella y Elena habían encontrado una afinidad de la que hasta ahora no había podido disfrutar en los años que llevaba viviendo en Navajas y que el pequeño Martín era feliz correteando por las calles de este pequeño caserío, en el que sin duda ya se había hecho a la idea de quedarse. Por eso aceptó rápidamente la propuesta de permanecer en Gaibiel y más cuando Martín le contó todo lo que Julián les prometía. De esta manera lo que parecía iba a ser una huida, arriesgando su pescuezo y el porvenir de su familia, se transformó en una gran alegría al poder regresar al pueblo de sus antepasados, poder disfrutar de una libertad que hasta ahora no había tenido y tal vez, aumentar la familia y su dicha en un entorno tan idílico. Sí, decididamente, aquella arriesgada y misteriosa entrega, iba a tener un final feliz. FIN Jose Ángel Planillo Portolés es Técnico Superior en Información y Comercialización Turística, Guía Oficial de Turismo, y socio activo de la Asociación Cultural Cartuja de Valldecrist, del Instituto de Cultura del Alto Palancia, y del Grup de Cronistes i Investigadors del Camp de Morvedre i Almenara. Desde el año 2003 está publicando varios artículos culturales, de investigación histórica y de promoción turística en diversos medios, publicaciones y libros, vinculados a las comarcas citadas anteriormente. También es autor de dos libritos monográficos vinculados al patrimonio local de la villa de Altura (Castellón), y administrador del blog viveelaltopalancia.blogspot.com, en donde se pueden descargar estos trabajos ya publicados. En materia literaria, escribe mensualmente la columna Pallantia Literatum en El Periódico de Aquí - edición Palancia/Mijares con reseñas y críticas sobre libros y novelas que tratan sobre esas comarcas. También ha logrado publicar algunos microrrelatos debido a su participación en diferentes concursos de esta categoría literaria. Asímismo, ha colaborado en la elaboración de algunos textos para publicaciones editadas por Vinatea Editorial, como “30 mujeres fascinantes en la Historia de Valencia”, “101 hechos legendarios en la Historia de Valencia”, “101 Relatos de la Publicidad Antigua. Valencia en la Memoria” de Vinatea Editorial; en el libro coral “Relatos de Otoño” de Embrujo Editorial, y en revistas digitales como la española MiNatura o la venezolana Alborismos, entre otros. En su corta trayectoria como escritor de ficción, ya ha obtenido el primer premio en el I Certamen de Relatos Cortos Villa de Gaibiel, el tercer puesto por votación popular en el XLIII Certamen Literario Comarcal organizado por la Biblioteca Municipal Juan Bautista Pérez de Segorbe, y ha sido finalista en la III Edición del Concurso de Microrrelatos de la Revista Aguanaj, de Higueras (Castellón).