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DEL MONTE AL LLANO,
HUYENDO DEL DAÑO.
Relato Finalista en el I Certamen literario
Feria del libro y la cultura de Bejís 2023
por JOSE ÁNGEL PLANILLO PORTOLÉS
DEL MONTE AL LLANO, HUYENDO DEL DAÑO
-Jose Ángel Planillo Portolés-
Apenas el cielo clareaba en el horizonte, cuando el cabeza de familia de los Miralles ya estaba
preparando el macho y los aperos que necesitaría en aquellas inhóspitas parcelas, en un verano
bastante duro en las tierras de frontera entre Aragón y Valencia.
Varias generaciones de los suyos llevaban décadas habitando en una masada heredada por su
abuela: el Mas de Zarzoso la llamaban. Lo que ya no sabía qué pariente había dejado el nombre,
pero daba igual. Era el único legado obtenido por ser el pequeño de cinco hermanos, y gracias. Con
ello pudo tener un techo donde cobijar a su mujer y cuatro hijos, que subsistían como buenamente
podían en aquel apartado lugar, próximo a los mil metros de altura, sin apenas aguas en la zona con
las que saciar la sed, aunque el cauce del río quedaba cerca... pero a la vez tan lejos.
Todos los días su mujer tenía que bajar hasta alguna de las fuentes próximas a llenar las cántaras y
botijas con las que guisar y cubrir las necesidades básicas. A los animales les daban de beber del
cercano aljibe, y de una minúscula balsa creada para recoger el agua de las lluvias y nevadas,
cuando no estaba congelada. Pero ahora en verano, a estas altitudes, el sol quemaba la piel y hasta
los ánimos, y secaba todos las reservas hídricas.
Para colmo, esa mañana tenía que ir a preparar unos hatillos de carrasca que le habían encargado, y
para adelantar la tarea se iba a llevar a su hijo mayor, Pedro. Consideraba más provechoso tener un
par de manos más, que dejarlo ir a perder el tiempo yendo a misa para escuchar latines y cuentos del
cura. Cuanto antes supiese qué le esperaba como primogénito y heredero de las tierras, mejor.
Además, sus jóvenes piernas, pues el guabro no había cumplido los 10 inviernos, le serían de
utilidad si la botija se vaciaba pronto y el astro solar pretendía asarlos como a San Lorenzo, pues no
se cansaría tanto si tenía que ir a buscar el líquido elemento a la fuente más próxima, bastante
alejada de la zona de trabajo.
– Pedro, hijo. Venga, deja de esconderte y levanta del jergón para echarme una mano. Cuanto antes
nos vayamos, menos calor pasaremos y más pronto llegaremos a casa. Hoy necesito que me
acompañes a la montaña.
– Padre, pero Mossén Bel...-intentó con timidez el chiquillo eludir la dura jornada que se imaginaba.
– ¡¡Ni Bel, ni San Miguel!!. -se enojó el padre- Tú hoy te vienes conmigo, y aprendes a ganarte el
pan con esas manos en lugar de darle tantas vueltas a esa cabeza. Olvidate de las monsergas del
cura, que para él y los calatravos del castillo ya nos toca trabajar a los demás para que no pasen
hambre. Venga, cuelga la botija de la alforja de la mula, que salimos antes de que cante el gallo.
-Padre, no es darle vueltas, es aprender a leer, escribir, contar... y a mi me gusta. Puede que cuando
crezca nos puede ayudar a salir adelante sin tener que matarnos a trabajar, y para ello sólo hace falta
calcular cómo distribuir los cultivos en nuestras tierras para que produzcan más. Mossén Bel dice
que en unos años le podré ayudar a...
– ¡¿Que me tengo que esperar a que me ayudes?! ¡Habrase visto! Ahora resulta que ese mentecato
de cura me va a decir a mi cuándo me ha de ayudar mi hijo. Que se dedique a decir misas, y deje de
meterte pájaros en la cabeza. Hoy vas a ir delante mio y harás lo que yo te diga, para que veas la
realidad de tu futuro. Así que haz el favor de prepararte para salir, sino quieres ganarte un sopapo.
Cuanto más nos retrasemos, peor lo pasarás allá arriba. Aprende a llevar las tierras, y si te sobra
tiempo, ya aprenderás a rezar latines y cantar maitines.
Y de esa manera, sin poder despedirse siquiera de su madre, que trajinaba en torno a las alacenas
metiendo en un hatillo del macho algo de pan, queso, cebollas y unas olivas partidas para que los
dos hombres de su casa tuvieran algo que echarse al coleto a mediodía, salió en busca del botijo
grande, que apenas podía alzar, para llevarlo a la caballería, que lo miraba con más lástima que
indiferencia, mientras su padre lo seguía para evitar que se le escabullese. Él no lo sabía, pero sería
la última vez en mucho tiempo que pisaría aquel lugar.
Ya se distinguían las primeras luces más allá de La Bellida, cuando padre e hijo se ponían de
camino hacia uno de los rincones más áridos de la extensa Encomienda de Bejís, un señorío
regentado por la Orden Militar de Calatrava, y que estaba formado por la villa que le daba nombre,
tres lugares y un indeterminado número de masías dispersas por sus dominios. Como la mayoría
eran habitados por cristianos viejos, se habían visto libres de los problemas que en la cercana sierra
Espadán habían causado los moriscos unos años atrás. Sin embargo, entre los que habían logrado
escapar del azote del ejercito real e imperial, aprovecharon las yermas tierras de este territorio
montañés para esconderse mientras esperaban el momento para marchar hacia el vecino reino
aragonés o bajarse hacia las huertas valencianas. Esto conllevaba que al duro trabajo que suponía
trabajar las tierras, se sumaba el tener que vigilar constantemente tanto al mulo como al chiquillo,
no fuera que se los llevasen o pudieran agredirles.
Muy distintos eran los pensamientos del joven Pedro. Las exigencias de su padre le habían
impedido asistir a las clases que mossén Vicente Bel, vicario de la parroquia de Nuestra Señora de
los Ángeles de Bejís, ofrecía a los pocos críos que los padres dejaban libres de las duras tareas del
campo o del cuidado del ganado, principales ocupaciones de aquellas gentes y edades, que
complementaban sus tareas con la explotación de los montes y la recogida de nieves.
Su madre, harta de las penurias que pasaban, consideraba que si el mayor de sus vástagos, que se
veía muy espabilado, aprendía un oficio entre los canteros que estaban construyendo la iglesia o los
arcos que llevarían agua hasta la villa, o las letras que el cura enseñaba a los chiquillos, podría
mejorar su futuro y, tal vez, sacarlos de la miseria.
El joven agradecía la confianza de su madre, que le dejaba asistir a las clases que mossén Bel daba a
los niños del pueblo, esforzándose al máximo en las lecciones del párroco. Le encantaba realizar
aquellos trazos en el suelo que formaban palabras y números, que tan útiles veía que eran para los
maestros de obra, pues gracias a ellos se garantizaban poder cobrar su trabajo, solicitar los
materiales que necesitaban. A él le llamaba mucho la atención los números. Contar y calcular las
cantidades de materiales, sumar los dineros que costaban... Le admiraba la facilidad con que el
vicario y el maestro constructor, Pedro de Cubas, manejaban los mismos y cómo regateaban hasta
llegar a un acuerdo que se zanjaba con una bolsa de monedas para ir pagando las obras.
Desde luego, mucho mejor que acompañar a su padre, de carácter áspero y seco, a veces algo tosco,
y poco dado a dialogar. Con él todo se reducía a hacer lo que ordenase, porque si no era muy dado a
zanjar todo a golpes o gritos. Y un día como éste, cuando lo había levantado a gritos para ayudarlo
en una faena que se veía incapaz de realizar, pues ya le venía justo levantar la botija por su tamaño
y peso, temía que su poca fuerza despertara las iras de su progenitor.
Entre tanto, y mientras padre e hijo recorrían las montañas de la cabecera del Palancia, el párroco de
Bejís se sorprendía al no ver aparecer al mayor de los Miralles, de largo el mejor de sus alumnos.
Esta ocupación le servía para no permanecer ocioso, pues el templo que dirigía se encontraba en
plena fase constructiva, al ampliarse la vieja iglesia medieval. Aquella se alzaba en un elevado
punto rocoso, de fácil defensa y difícil acceso, desde donde se dominaba la población y la cercana
puerta de la muralla, cumpliendo una función defensiva ante un posible asedio o ataque llegado
desde la parte baja de la villa. Algo muy importante teniendo en cuenta la ubicación fronteriza en
unos tiempos donde los musulmanes suponían una grave amenaza.
Pero aprovechando que el reino de Valencia salía de un siglo de oro muy próspero, y la presencia en
él de excelentes maestros constructores llegados del norte de Castilla, el párroco logró persuadir a
fray García Conchillos, Comendador de Bejís y Castell de Cabres, con quien mantenía una
excelente amistad, de la necesidad de reformar el templo parroquial con parte de los dos tercios de
las rentas que la Orden debía destinar al mantenimiento del castillo. Y menos mal, porque años
después su sucesor, fray Bernardino de Mendoza, mucho más severo, recibía en 1554 una orden del
rey Carlos I, expedida en Madrid el 19 de febrero de 1552, instigándole a averiguar si su antecesor
en el cargo de Comendador había realizado las oportunas reparaciones en la fortaleza. Y como la
respuesta a remitir al monarca no iba a ser la que aquel deseaba escuchar, ante lo avanzado de las
obras en la parroquia decidió rendirse ante lo evidente y dejar que las obras concluyesen. Aunque
sacó de las mismas a los maestros Pedro de Cubas, Alonso la Cuesta y el vizcaíno Pedro de Ribas
para ejecutar varias obras menores en el castillo y las reparaciones de una torre de la muralla,
valoradas en 50 escudos, retrasando por ello la finalización de las obras de la iglesia..
Al menos, al cantero cántabro le había dado tiempo de concluir la preciosa portada de piedra,
resuelta con arco de medio punto sobre dintel flanqueado por columnas compuestas que sustentaban
un sencillo entablamento, por la que ahora se accedía al templo. En ella había colocado la Cruz de
Calatrava incrustada en el frontis y una inscripción en la que legaba a la posteridad su autoría, tal
vez para resarcirse de los retrasos en los pagos de los monjes guerreros. Ahora el templo, además de
mayor capacidad, poseía ese nuevo estilo arquitectónico traído por los maestros canteros, llamado
renacentista, por volver a recuperar las cúpulas clásicas y los arcos de medio punto.
Le llamó especialmente la atención el método constructivo empleado, pues se dio cuenta que según
iban levantando desde los pies de la iglesia hacia el altar mayor, cada una de las tres naves con sus
capillas, se derribaba una parte de la primitiva iglesia medieval para aprovechar sus materiales en el
siguiente tramo de obra y abaratar costes. Pero lo más importante del curioso método era que de esa
forma no hubo necesidad de interrumpir los oficios divinos en los algo más de 10 años que duraban
las obras .
De todas estas cosas les hablaba el cura a los chiquillos, mientras les enseñaba a calcular los costes
de la parroquia, y observaran la necesidad del pago de los diezmos a la iglesia. Mientras, con las
letras buscaba hacerles entender la importancia de los documentos para obtener permisos y no
perder los derechos logrados frente a los gobernantes, cuando estos los procuran para fines más
terrenales. En ambas materias Pedrito era el más aventajado, y aunque todavía era algo tosco en el
trazado de las letras y números, predecía que su habilidad le haría llegar lejos. Pero...¿Dónde se
habría metido hoy? ¿Le habría pasado algo, o se lo habría llevado el bruto de su padre a la
montaña? No tardó mucho en descubrirlo.
Acaba de tocar el sacristán el toque del Ángelus, cuando mientras rezaba a pie del campanario la
oración pertinente, vio subir muy sofocado a su querido discípulo. Sin embargo, la alegría de su
encuentro duró lo que tardó el niño en acercarse, y apreciar en su rostro la angustia que le afligía.
– Pedrito, hijo mío ¿Qué te ocurre? Me ha extrañado no encontrarte esta mañana para las primeras
lecciones. ¿Ha pasado algo en casa, que me traes esa cara de susto y vienes tan sofocado?
– ¡Ay, mossén Bel! ¡Por favor, ayúdeme! En casa, de momento, no ha pasado nada. Pero temo por
mi madre cuando mi padre baje del monte buscándome y no me halle allí.-logró responder entre
sofocos.
– A ver, pasa a la iglesia y cuéntame qué ha ocurrido. -trató de tranquilizar al chiquillo el vicario-.
– Se lo cuento, pero mientras, por favor, prepáreme una de esas notas que escribe para solicitar
favores entre sus amistades. Me va a hacer falta...
– Venga, no seas exagerado. Dime qué ha pasado.
– Pues que mi padre esta mañana me ha obligado a ir a la montaña a ayudarle a preparar un encargo
de leña de carrasca, sacándome casi a gritos de la cama. Y no contento con no dejarme venir a sus
clases, me ha obligado a cargar en el macho la botija grande, que casi pesa más que yo, y a tirar de
ambos todo el camino. Así, dice, desarrollaré, más los brazos y las piernas, que no la cabeza.
– Que Nuestra Señora de los Ángeles ilumine el oscuro pensamiento de tu padre, Pedro, que todos
lo tenemos por buena gente, pero algo bruto y corto de miras. Pero como hijo, a veces debes
guardar respeto a los mayores, por más que no compartamos sus pensamientos -le dijo el cura.
- Sí padre, por eso me ha tocado callar y, para no enojarlo más, seguirlo monte arriba. Pero al llegar
a la parcela y ver su manera de trabajar tan desordenada, retrasando la finalización de la tarea bajo
este calor, le he querido explicar que, si lo hacemos de una forma más organizada, como he
observado en los canteros, podemos adelantar y sacar un mayor rendimiento a nuestro esfuerzo. Y
es entonces cuando se ha puesto hecho una furia, gritándome quién me creía que era para llevarle la
contraria y decirle cómo trabajar, cuando yo no he trabajado nunca.
Mossén Bel escuchaba gratamente sorprendido como aquel mozalbete era capaz de razonar de
aquella manera y plasmar en su mente una alternativa de trabajo para mejorar las primarias formas
de su padre. Pero conociendo a Antonio, el padre de la criatura, auguraba que aquella escena no
había acabado bien.
– ¿Y qué ha pasado entonces? ¿Por qué estás aquí? -preguntó el cura, sospechando lo peor.
– Pues como lo he visto agarrar un madero y venir hacia mi tan enfadado, me he asustado y he
salido corriendo hacia el macho. Y mi padre, al ver que escapaba, me ha lanzado el leño. Por suerte,
he sido más rápido y logré esquivarlo pero... -cayó el niño como si lo siguiente a revelar fuese en su
contra-, al agacharme, el tronco que iba en dirección a mi cabeza le ha dado al macho, que del susto
recibido saltó tan fuerte que tiró al suelo la cántara de agua que unas horas antes le había atado
como buenamente había podido, dejándonos sin agua a aquellas alturas del día, con el calor que
hace y el esfuerzo ya realizado.
– La violencia no trae nunca nada bueno... -quiso consolarlo el cura.
– Nada bueno hubiera ocurrido si me quedo allí paralizado ante aquella catástrofe. Sólo mi instinto
y la agilidad de mis piernas me han librado del manotazo de mi padre, que tenía los ojos fuera de
sus órbitas y parecía tomado por un demonio. No me lo he pensado, y corrido lo más rápido posible
hasta llegar aquí.
Vaya con el chiquillo, pensó Mossén Bel. Ahora el problema le rebotaría a él, pues sabiendo cómo
se las gastaba el padre de la criatura, no dudaba que no tardaría en aparecer por alli.
– ¿Y cómo has pensado que te ayude? Si te escondo aquí, tu padre es capaz de desmontar medio
templo hasta dar contigo y molerte a palos, si no hace antes lo propio conmigo, aunque luego
termine encerrado en las mazmorras del castillo.
– Por eso le he pedido que preparara algo para escribir. Hágame una de esas notas que envía a sus
amigos, y mándeme donde sea a llevarla para huir de aquí. Yo prometo que, si llego a destino, le
haré llegar una respuesta en cuanto pueda para dejarle tranquila la conciencia y sepa que estoy bien.
Y cuando pueda, comuníqueselo a mi madre, pues con los gritos de esta mañana, ni tan siquiera
pude despedirme de ella, y sé que la angustia y el dolor romperán su corazón. ¿Me va a ayudar?
– ¿Pero dónde quieres que te envíe? Eres un chiquillo muy espabilado, sí, pero con los moriscos
sueltos agazapados por estos montes, no me gustaría que cayeses en sus manos...
– ¿No conoce a nadie en Valencia? Aquella ciudad usted dice que es muy grande, y si mi padre me
quiere seguir los pasos, no me encontrará. Y para llegar, no se preocupe. Alguna vez le he
escuchado decir que por las noches, algunos de los arrieros de los lugares de Canales y Sacañet
bajan la nieve de los ventisqueros a la capital para que los médicos de allí sanen a los enfermos del
hospital. Así que, aguardaré hasta la noche y los seguiré. No creo sea tan difícil.
– No sé si esto será bueno o malo: Dios lo juzgará cuando llegue a Su presencia. Pero te veo muy
capaz, y ese tesón desde luego hará que llegues lejos. Anda, asómate a la ventana y vigila que no
venga tu padre. Dame unos minutos, y te preparo una carta.
Y así es como el jóven Pedro Miralles, con una recomendación de su mentor, acompañada de un
pequeño zurrón con pan y queso, un pequeño vaso de barro y unas pocas monedas que estaba
seguro sabría utilizar, partió hacia Valencia en busca de su futuro.
Allí recaló en casa de un amigo del vicario de Bejís, que siguiendo la petición de éste, le terminó de
enseñar las primeras letras y perfeccionar su habilidad con los números mientras lo tenía empleado
como recadero. Cuando Pedro creció y se vio con ánimo suficiente, decidió marcharse a Sevilla
para desarrollar sus conocimientos en la aplicación de la contabilidad, instalándose en casa de un
mercader acomodado, con quien había entablado amistad mediante las cartas que escribía para su
mecenas. Junto a él, con tan sólo 19 años, ya logró amasar una pequeña fortuna.
Pero sus inquietudes por conocer otros caminos le llevaron a alistarse en la milicia real bajo las
órdenes de D. Juan de Austria, para sofocar la rebelión de los musulmanes en Granada y las
Alpujarras. Quería así combatir a los enemigos de la patria, y vencer los miedos que le habían
atormentado en su niñez. Esta experiencia militar le dio cierto prestigio, y le animó a tomar una
decisión que cambiaría su vida.
Desde Granada decidió regresar a Bejís para ver a su madre, la cual había enviudado pocos años
antes, como le explicó mossen Bel, con quien siempre mantuvo una relación epistolar. A ella le
entregó 300 libras para que pudiese vivir el resto de sus días desahogadamente, mientras le
agradecía la confianza que puso en su formación, y le pedía perdón por los desvelos y sufrimientos
que supuso su marcha al dejarla a solas con su padre y hermanas.
También pudo despedirse de su amado vicario, a quien debía su buena estrella. Él fue el único que
supo los próximos planes del apuesto y adinerado mozo: Embarcarse hacia las Indias Occidentales.
Si la Virgen de los Ángeles lo bendecía, con los beneficios que obtuviese de los negocios que
pensaba emprender, regresaría a Bejís para fundar un convento de agustinos donde, además de
procurar la salvación de las almas de su familia, de su mentor y la suya propia, les pondría como
condición para conseguir su mecenazgo, que en él creasen un colegio donde se pudieran formar las
futuras generaciones de sus vecinos.
– La fortuna no te ha vuelto egoista, mi querido Pedro. Pero no sé si los calatravos estarán muy
dispuestos a compartir las rentas de la Encomienda con una nueva orden religiosa.
– ¿Y qué me sugiere, mossen Bel? -Quedó sorprendido el joven, ante este inesperado contratiempo.
– Que de no lograrlo aquí, lo levantes en el pueblo de tu madre. Seguro que así su alma se sentirá
más alegre tras los años de tristeza que ha vivido sin tu compañía. Ahora, ve con Dios, y que tu
nombre y gentileza se recuerden durante siglos por la grandeza de tus obras. Buen viaje, y buena
suerte.
Jose Ángel Planillo Portolés (1976), es Técnico en Información Turística y Guía Oficial de
Turismo. Nacido en Sagunto, pasó buena parte de su niñez y juventud en Altura, aunque
actualmente reside entre Segorbe y Vall d'Uixó, por lo que se define como habitante de las tierras
del Palancia.
Desde el año 2003 ha ido publicando trabajos de investigación en varios libros, boletines culturales,
programas de fiestas y publicaciones varias. Todos ellos se pueden descargar en el blog
viveelaltopalancia.blogspot.com, que creó en 2007, y donde se publican noticias de corte turístico y
cultural.
De su faceta literaria, además de ser un lector empedernido desde su juventud, es habitual asesor de
editores y escritores, que le consultan para algunas de sus obras siendo ya varios los libros donde
tiene algún capítulo o mención. También elabora reseñas y críticas sobre libros y novelas para la
columna Pallantia Literatum que mensualmente publica El Periódico de Aquí - edición
Palancia/Mijares sobre obras vinculadas a dicho territorio; y en el blog literario Caminito de
letras: Palancia-Belcaire, que administra junto a Aída Albiar. Además, ejerce puntualmente como
presentador de libros de autores regionales y nacionales en eventos culturales.
En 2018 se lanzó a escribir cuentos y microrrelatos para diferentes concursos de estas categorías
literarias, varios de ellos reflejados en Antologías y en revistas digitales. Pese a su breve experiencia
como escritor de ficción, ha resultado ganador del I Certamen de Relatos Cortos Villa de Gaibiel,
del I Concurso literario de poesía y narrativa de Benafer (2022), del XLIV Premio Joan Fuster
de Narrativa de Almenara (2022), y en la modalidad comarcal del XXXVI Premio internacional de
cuentos Max Aub 2022. También ha logrado un tercer puesto por votación popular en el XLIII
Certamen Literario Comarcal organizado por la Biblioteca Juan Bautista Pérez de Segorbe (2021);
y ser finalista en la 3ª y 4ª edición del Concurso de microrrelatos “Revista Aguanaj” de Higueras
(2021 y 2022), en el II Certamen de relatos cortos Villa de Gaibiel (2022), y en el Concurso de
microrrelatos Solar de Samaniego 7 Cepas 2022, entre otros.
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  • 1. DEL MONTE AL LLANO, HUYENDO DEL DAÑO. Relato Finalista en el I Certamen literario Feria del libro y la cultura de Bejís 2023 por JOSE ÁNGEL PLANILLO PORTOLÉS
  • 2. DEL MONTE AL LLANO, HUYENDO DEL DAÑO -Jose Ángel Planillo Portolés- Apenas el cielo clareaba en el horizonte, cuando el cabeza de familia de los Miralles ya estaba preparando el macho y los aperos que necesitaría en aquellas inhóspitas parcelas, en un verano bastante duro en las tierras de frontera entre Aragón y Valencia. Varias generaciones de los suyos llevaban décadas habitando en una masada heredada por su abuela: el Mas de Zarzoso la llamaban. Lo que ya no sabía qué pariente había dejado el nombre, pero daba igual. Era el único legado obtenido por ser el pequeño de cinco hermanos, y gracias. Con ello pudo tener un techo donde cobijar a su mujer y cuatro hijos, que subsistían como buenamente podían en aquel apartado lugar, próximo a los mil metros de altura, sin apenas aguas en la zona con las que saciar la sed, aunque el cauce del río quedaba cerca... pero a la vez tan lejos. Todos los días su mujer tenía que bajar hasta alguna de las fuentes próximas a llenar las cántaras y botijas con las que guisar y cubrir las necesidades básicas. A los animales les daban de beber del cercano aljibe, y de una minúscula balsa creada para recoger el agua de las lluvias y nevadas, cuando no estaba congelada. Pero ahora en verano, a estas altitudes, el sol quemaba la piel y hasta los ánimos, y secaba todos las reservas hídricas. Para colmo, esa mañana tenía que ir a preparar unos hatillos de carrasca que le habían encargado, y para adelantar la tarea se iba a llevar a su hijo mayor, Pedro. Consideraba más provechoso tener un par de manos más, que dejarlo ir a perder el tiempo yendo a misa para escuchar latines y cuentos del cura. Cuanto antes supiese qué le esperaba como primogénito y heredero de las tierras, mejor. Además, sus jóvenes piernas, pues el guabro no había cumplido los 10 inviernos, le serían de utilidad si la botija se vaciaba pronto y el astro solar pretendía asarlos como a San Lorenzo, pues no se cansaría tanto si tenía que ir a buscar el líquido elemento a la fuente más próxima, bastante alejada de la zona de trabajo. – Pedro, hijo. Venga, deja de esconderte y levanta del jergón para echarme una mano. Cuanto antes nos vayamos, menos calor pasaremos y más pronto llegaremos a casa. Hoy necesito que me acompañes a la montaña. – Padre, pero Mossén Bel...-intentó con timidez el chiquillo eludir la dura jornada que se imaginaba. – ¡¡Ni Bel, ni San Miguel!!. -se enojó el padre- Tú hoy te vienes conmigo, y aprendes a ganarte el pan con esas manos en lugar de darle tantas vueltas a esa cabeza. Olvidate de las monsergas del cura, que para él y los calatravos del castillo ya nos toca trabajar a los demás para que no pasen hambre. Venga, cuelga la botija de la alforja de la mula, que salimos antes de que cante el gallo. -Padre, no es darle vueltas, es aprender a leer, escribir, contar... y a mi me gusta. Puede que cuando crezca nos puede ayudar a salir adelante sin tener que matarnos a trabajar, y para ello sólo hace falta calcular cómo distribuir los cultivos en nuestras tierras para que produzcan más. Mossén Bel dice que en unos años le podré ayudar a... – ¡¿Que me tengo que esperar a que me ayudes?! ¡Habrase visto! Ahora resulta que ese mentecato de cura me va a decir a mi cuándo me ha de ayudar mi hijo. Que se dedique a decir misas, y deje de meterte pájaros en la cabeza. Hoy vas a ir delante mio y harás lo que yo te diga, para que veas la realidad de tu futuro. Así que haz el favor de prepararte para salir, sino quieres ganarte un sopapo. Cuanto más nos retrasemos, peor lo pasarás allá arriba. Aprende a llevar las tierras, y si te sobra tiempo, ya aprenderás a rezar latines y cantar maitines.
  • 3. Y de esa manera, sin poder despedirse siquiera de su madre, que trajinaba en torno a las alacenas metiendo en un hatillo del macho algo de pan, queso, cebollas y unas olivas partidas para que los dos hombres de su casa tuvieran algo que echarse al coleto a mediodía, salió en busca del botijo grande, que apenas podía alzar, para llevarlo a la caballería, que lo miraba con más lástima que indiferencia, mientras su padre lo seguía para evitar que se le escabullese. Él no lo sabía, pero sería la última vez en mucho tiempo que pisaría aquel lugar. Ya se distinguían las primeras luces más allá de La Bellida, cuando padre e hijo se ponían de camino hacia uno de los rincones más áridos de la extensa Encomienda de Bejís, un señorío regentado por la Orden Militar de Calatrava, y que estaba formado por la villa que le daba nombre, tres lugares y un indeterminado número de masías dispersas por sus dominios. Como la mayoría eran habitados por cristianos viejos, se habían visto libres de los problemas que en la cercana sierra Espadán habían causado los moriscos unos años atrás. Sin embargo, entre los que habían logrado escapar del azote del ejercito real e imperial, aprovecharon las yermas tierras de este territorio montañés para esconderse mientras esperaban el momento para marchar hacia el vecino reino aragonés o bajarse hacia las huertas valencianas. Esto conllevaba que al duro trabajo que suponía trabajar las tierras, se sumaba el tener que vigilar constantemente tanto al mulo como al chiquillo, no fuera que se los llevasen o pudieran agredirles. Muy distintos eran los pensamientos del joven Pedro. Las exigencias de su padre le habían impedido asistir a las clases que mossén Vicente Bel, vicario de la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles de Bejís, ofrecía a los pocos críos que los padres dejaban libres de las duras tareas del campo o del cuidado del ganado, principales ocupaciones de aquellas gentes y edades, que complementaban sus tareas con la explotación de los montes y la recogida de nieves. Su madre, harta de las penurias que pasaban, consideraba que si el mayor de sus vástagos, que se veía muy espabilado, aprendía un oficio entre los canteros que estaban construyendo la iglesia o los arcos que llevarían agua hasta la villa, o las letras que el cura enseñaba a los chiquillos, podría mejorar su futuro y, tal vez, sacarlos de la miseria. El joven agradecía la confianza de su madre, que le dejaba asistir a las clases que mossén Bel daba a los niños del pueblo, esforzándose al máximo en las lecciones del párroco. Le encantaba realizar aquellos trazos en el suelo que formaban palabras y números, que tan útiles veía que eran para los maestros de obra, pues gracias a ellos se garantizaban poder cobrar su trabajo, solicitar los materiales que necesitaban. A él le llamaba mucho la atención los números. Contar y calcular las cantidades de materiales, sumar los dineros que costaban... Le admiraba la facilidad con que el vicario y el maestro constructor, Pedro de Cubas, manejaban los mismos y cómo regateaban hasta llegar a un acuerdo que se zanjaba con una bolsa de monedas para ir pagando las obras. Desde luego, mucho mejor que acompañar a su padre, de carácter áspero y seco, a veces algo tosco, y poco dado a dialogar. Con él todo se reducía a hacer lo que ordenase, porque si no era muy dado a zanjar todo a golpes o gritos. Y un día como éste, cuando lo había levantado a gritos para ayudarlo en una faena que se veía incapaz de realizar, pues ya le venía justo levantar la botija por su tamaño y peso, temía que su poca fuerza despertara las iras de su progenitor. Entre tanto, y mientras padre e hijo recorrían las montañas de la cabecera del Palancia, el párroco de Bejís se sorprendía al no ver aparecer al mayor de los Miralles, de largo el mejor de sus alumnos. Esta ocupación le servía para no permanecer ocioso, pues el templo que dirigía se encontraba en plena fase constructiva, al ampliarse la vieja iglesia medieval. Aquella se alzaba en un elevado punto rocoso, de fácil defensa y difícil acceso, desde donde se dominaba la población y la cercana puerta de la muralla, cumpliendo una función defensiva ante un posible asedio o ataque llegado desde la parte baja de la villa. Algo muy importante teniendo en cuenta la ubicación fronteriza en unos tiempos donde los musulmanes suponían una grave amenaza.
  • 4. Pero aprovechando que el reino de Valencia salía de un siglo de oro muy próspero, y la presencia en él de excelentes maestros constructores llegados del norte de Castilla, el párroco logró persuadir a fray García Conchillos, Comendador de Bejís y Castell de Cabres, con quien mantenía una excelente amistad, de la necesidad de reformar el templo parroquial con parte de los dos tercios de las rentas que la Orden debía destinar al mantenimiento del castillo. Y menos mal, porque años después su sucesor, fray Bernardino de Mendoza, mucho más severo, recibía en 1554 una orden del rey Carlos I, expedida en Madrid el 19 de febrero de 1552, instigándole a averiguar si su antecesor en el cargo de Comendador había realizado las oportunas reparaciones en la fortaleza. Y como la respuesta a remitir al monarca no iba a ser la que aquel deseaba escuchar, ante lo avanzado de las obras en la parroquia decidió rendirse ante lo evidente y dejar que las obras concluyesen. Aunque sacó de las mismas a los maestros Pedro de Cubas, Alonso la Cuesta y el vizcaíno Pedro de Ribas para ejecutar varias obras menores en el castillo y las reparaciones de una torre de la muralla, valoradas en 50 escudos, retrasando por ello la finalización de las obras de la iglesia.. Al menos, al cantero cántabro le había dado tiempo de concluir la preciosa portada de piedra, resuelta con arco de medio punto sobre dintel flanqueado por columnas compuestas que sustentaban un sencillo entablamento, por la que ahora se accedía al templo. En ella había colocado la Cruz de Calatrava incrustada en el frontis y una inscripción en la que legaba a la posteridad su autoría, tal vez para resarcirse de los retrasos en los pagos de los monjes guerreros. Ahora el templo, además de mayor capacidad, poseía ese nuevo estilo arquitectónico traído por los maestros canteros, llamado renacentista, por volver a recuperar las cúpulas clásicas y los arcos de medio punto. Le llamó especialmente la atención el método constructivo empleado, pues se dio cuenta que según iban levantando desde los pies de la iglesia hacia el altar mayor, cada una de las tres naves con sus capillas, se derribaba una parte de la primitiva iglesia medieval para aprovechar sus materiales en el siguiente tramo de obra y abaratar costes. Pero lo más importante del curioso método era que de esa forma no hubo necesidad de interrumpir los oficios divinos en los algo más de 10 años que duraban las obras . De todas estas cosas les hablaba el cura a los chiquillos, mientras les enseñaba a calcular los costes de la parroquia, y observaran la necesidad del pago de los diezmos a la iglesia. Mientras, con las letras buscaba hacerles entender la importancia de los documentos para obtener permisos y no perder los derechos logrados frente a los gobernantes, cuando estos los procuran para fines más terrenales. En ambas materias Pedrito era el más aventajado, y aunque todavía era algo tosco en el trazado de las letras y números, predecía que su habilidad le haría llegar lejos. Pero...¿Dónde se habría metido hoy? ¿Le habría pasado algo, o se lo habría llevado el bruto de su padre a la montaña? No tardó mucho en descubrirlo. Acaba de tocar el sacristán el toque del Ángelus, cuando mientras rezaba a pie del campanario la oración pertinente, vio subir muy sofocado a su querido discípulo. Sin embargo, la alegría de su encuentro duró lo que tardó el niño en acercarse, y apreciar en su rostro la angustia que le afligía. – Pedrito, hijo mío ¿Qué te ocurre? Me ha extrañado no encontrarte esta mañana para las primeras lecciones. ¿Ha pasado algo en casa, que me traes esa cara de susto y vienes tan sofocado? – ¡Ay, mossén Bel! ¡Por favor, ayúdeme! En casa, de momento, no ha pasado nada. Pero temo por mi madre cuando mi padre baje del monte buscándome y no me halle allí.-logró responder entre sofocos. – A ver, pasa a la iglesia y cuéntame qué ha ocurrido. -trató de tranquilizar al chiquillo el vicario-. – Se lo cuento, pero mientras, por favor, prepáreme una de esas notas que escribe para solicitar favores entre sus amistades. Me va a hacer falta...
  • 5. – Venga, no seas exagerado. Dime qué ha pasado. – Pues que mi padre esta mañana me ha obligado a ir a la montaña a ayudarle a preparar un encargo de leña de carrasca, sacándome casi a gritos de la cama. Y no contento con no dejarme venir a sus clases, me ha obligado a cargar en el macho la botija grande, que casi pesa más que yo, y a tirar de ambos todo el camino. Así, dice, desarrollaré, más los brazos y las piernas, que no la cabeza. – Que Nuestra Señora de los Ángeles ilumine el oscuro pensamiento de tu padre, Pedro, que todos lo tenemos por buena gente, pero algo bruto y corto de miras. Pero como hijo, a veces debes guardar respeto a los mayores, por más que no compartamos sus pensamientos -le dijo el cura. - Sí padre, por eso me ha tocado callar y, para no enojarlo más, seguirlo monte arriba. Pero al llegar a la parcela y ver su manera de trabajar tan desordenada, retrasando la finalización de la tarea bajo este calor, le he querido explicar que, si lo hacemos de una forma más organizada, como he observado en los canteros, podemos adelantar y sacar un mayor rendimiento a nuestro esfuerzo. Y es entonces cuando se ha puesto hecho una furia, gritándome quién me creía que era para llevarle la contraria y decirle cómo trabajar, cuando yo no he trabajado nunca. Mossén Bel escuchaba gratamente sorprendido como aquel mozalbete era capaz de razonar de aquella manera y plasmar en su mente una alternativa de trabajo para mejorar las primarias formas de su padre. Pero conociendo a Antonio, el padre de la criatura, auguraba que aquella escena no había acabado bien. – ¿Y qué ha pasado entonces? ¿Por qué estás aquí? -preguntó el cura, sospechando lo peor. – Pues como lo he visto agarrar un madero y venir hacia mi tan enfadado, me he asustado y he salido corriendo hacia el macho. Y mi padre, al ver que escapaba, me ha lanzado el leño. Por suerte, he sido más rápido y logré esquivarlo pero... -cayó el niño como si lo siguiente a revelar fuese en su contra-, al agacharme, el tronco que iba en dirección a mi cabeza le ha dado al macho, que del susto recibido saltó tan fuerte que tiró al suelo la cántara de agua que unas horas antes le había atado como buenamente había podido, dejándonos sin agua a aquellas alturas del día, con el calor que hace y el esfuerzo ya realizado. – La violencia no trae nunca nada bueno... -quiso consolarlo el cura. – Nada bueno hubiera ocurrido si me quedo allí paralizado ante aquella catástrofe. Sólo mi instinto y la agilidad de mis piernas me han librado del manotazo de mi padre, que tenía los ojos fuera de sus órbitas y parecía tomado por un demonio. No me lo he pensado, y corrido lo más rápido posible hasta llegar aquí. Vaya con el chiquillo, pensó Mossén Bel. Ahora el problema le rebotaría a él, pues sabiendo cómo se las gastaba el padre de la criatura, no dudaba que no tardaría en aparecer por alli. – ¿Y cómo has pensado que te ayude? Si te escondo aquí, tu padre es capaz de desmontar medio templo hasta dar contigo y molerte a palos, si no hace antes lo propio conmigo, aunque luego termine encerrado en las mazmorras del castillo. – Por eso le he pedido que preparara algo para escribir. Hágame una de esas notas que envía a sus amigos, y mándeme donde sea a llevarla para huir de aquí. Yo prometo que, si llego a destino, le haré llegar una respuesta en cuanto pueda para dejarle tranquila la conciencia y sepa que estoy bien. Y cuando pueda, comuníqueselo a mi madre, pues con los gritos de esta mañana, ni tan siquiera pude despedirme de ella, y sé que la angustia y el dolor romperán su corazón. ¿Me va a ayudar?
  • 6. – ¿Pero dónde quieres que te envíe? Eres un chiquillo muy espabilado, sí, pero con los moriscos sueltos agazapados por estos montes, no me gustaría que cayeses en sus manos... – ¿No conoce a nadie en Valencia? Aquella ciudad usted dice que es muy grande, y si mi padre me quiere seguir los pasos, no me encontrará. Y para llegar, no se preocupe. Alguna vez le he escuchado decir que por las noches, algunos de los arrieros de los lugares de Canales y Sacañet bajan la nieve de los ventisqueros a la capital para que los médicos de allí sanen a los enfermos del hospital. Así que, aguardaré hasta la noche y los seguiré. No creo sea tan difícil. – No sé si esto será bueno o malo: Dios lo juzgará cuando llegue a Su presencia. Pero te veo muy capaz, y ese tesón desde luego hará que llegues lejos. Anda, asómate a la ventana y vigila que no venga tu padre. Dame unos minutos, y te preparo una carta. Y así es como el jóven Pedro Miralles, con una recomendación de su mentor, acompañada de un pequeño zurrón con pan y queso, un pequeño vaso de barro y unas pocas monedas que estaba seguro sabría utilizar, partió hacia Valencia en busca de su futuro. Allí recaló en casa de un amigo del vicario de Bejís, que siguiendo la petición de éste, le terminó de enseñar las primeras letras y perfeccionar su habilidad con los números mientras lo tenía empleado como recadero. Cuando Pedro creció y se vio con ánimo suficiente, decidió marcharse a Sevilla para desarrollar sus conocimientos en la aplicación de la contabilidad, instalándose en casa de un mercader acomodado, con quien había entablado amistad mediante las cartas que escribía para su mecenas. Junto a él, con tan sólo 19 años, ya logró amasar una pequeña fortuna. Pero sus inquietudes por conocer otros caminos le llevaron a alistarse en la milicia real bajo las órdenes de D. Juan de Austria, para sofocar la rebelión de los musulmanes en Granada y las Alpujarras. Quería así combatir a los enemigos de la patria, y vencer los miedos que le habían atormentado en su niñez. Esta experiencia militar le dio cierto prestigio, y le animó a tomar una decisión que cambiaría su vida. Desde Granada decidió regresar a Bejís para ver a su madre, la cual había enviudado pocos años antes, como le explicó mossen Bel, con quien siempre mantuvo una relación epistolar. A ella le entregó 300 libras para que pudiese vivir el resto de sus días desahogadamente, mientras le agradecía la confianza que puso en su formación, y le pedía perdón por los desvelos y sufrimientos que supuso su marcha al dejarla a solas con su padre y hermanas. También pudo despedirse de su amado vicario, a quien debía su buena estrella. Él fue el único que supo los próximos planes del apuesto y adinerado mozo: Embarcarse hacia las Indias Occidentales. Si la Virgen de los Ángeles lo bendecía, con los beneficios que obtuviese de los negocios que pensaba emprender, regresaría a Bejís para fundar un convento de agustinos donde, además de procurar la salvación de las almas de su familia, de su mentor y la suya propia, les pondría como condición para conseguir su mecenazgo, que en él creasen un colegio donde se pudieran formar las futuras generaciones de sus vecinos. – La fortuna no te ha vuelto egoista, mi querido Pedro. Pero no sé si los calatravos estarán muy dispuestos a compartir las rentas de la Encomienda con una nueva orden religiosa. – ¿Y qué me sugiere, mossen Bel? -Quedó sorprendido el joven, ante este inesperado contratiempo. – Que de no lograrlo aquí, lo levantes en el pueblo de tu madre. Seguro que así su alma se sentirá más alegre tras los años de tristeza que ha vivido sin tu compañía. Ahora, ve con Dios, y que tu nombre y gentileza se recuerden durante siglos por la grandeza de tus obras. Buen viaje, y buena suerte.
  • 7. Jose Ángel Planillo Portolés (1976), es Técnico en Información Turística y Guía Oficial de Turismo. Nacido en Sagunto, pasó buena parte de su niñez y juventud en Altura, aunque actualmente reside entre Segorbe y Vall d'Uixó, por lo que se define como habitante de las tierras del Palancia. Desde el año 2003 ha ido publicando trabajos de investigación en varios libros, boletines culturales, programas de fiestas y publicaciones varias. Todos ellos se pueden descargar en el blog viveelaltopalancia.blogspot.com, que creó en 2007, y donde se publican noticias de corte turístico y cultural. De su faceta literaria, además de ser un lector empedernido desde su juventud, es habitual asesor de editores y escritores, que le consultan para algunas de sus obras siendo ya varios los libros donde tiene algún capítulo o mención. También elabora reseñas y críticas sobre libros y novelas para la columna Pallantia Literatum que mensualmente publica El Periódico de Aquí - edición Palancia/Mijares sobre obras vinculadas a dicho territorio; y en el blog literario Caminito de letras: Palancia-Belcaire, que administra junto a Aída Albiar. Además, ejerce puntualmente como presentador de libros de autores regionales y nacionales en eventos culturales. En 2018 se lanzó a escribir cuentos y microrrelatos para diferentes concursos de estas categorías literarias, varios de ellos reflejados en Antologías y en revistas digitales. Pese a su breve experiencia como escritor de ficción, ha resultado ganador del I Certamen de Relatos Cortos Villa de Gaibiel, del I Concurso literario de poesía y narrativa de Benafer (2022), del XLIV Premio Joan Fuster de Narrativa de Almenara (2022), y en la modalidad comarcal del XXXVI Premio internacional de cuentos Max Aub 2022. También ha logrado un tercer puesto por votación popular en el XLIII Certamen Literario Comarcal organizado por la Biblioteca Juan Bautista Pérez de Segorbe (2021); y ser finalista en la 3ª y 4ª edición del Concurso de microrrelatos “Revista Aguanaj” de Higueras (2021 y 2022), en el II Certamen de relatos cortos Villa de Gaibiel (2022), y en el Concurso de microrrelatos Solar de Samaniego 7 Cepas 2022, entre otros.