Un niño llamado Pedro tenía un mal carácter y su padre Luis le dio una bolsa de clavos para que clavara uno cada vez que perdiera la calma, lo que hizo que Pedro mejorara su control del genio con el tiempo. Finalmente Pedro no necesitó clavar más clavos y comenzó a sacarlos a medida que mantenía la calma, hasta sacarlos todos. Su padre luego le mostró los agujeros que quedaron en la cerca como recordatorio de que las acciones hechas con mal genio dejan cicatrices permanentes.