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El que quiera venir conmigo
Discípulos según los evangelios
CEP - 295 - 2006
EL QUE QUIERA VENIR CONMIGO. DISCÍPULOS SEGÚN LOS EVANGELIOS
© Eduardo Arens, Luis Alberto Ascenjo, Manuel Díaz Mateos
ISBN: 978-612-4260-45-2
Código de barras: 9786124260452
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Carátula y diagramación: Centro de Estudios y Publicaciones (CEP)
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Editor titular del proyecto editorial
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Junio 2018
Índice
Introducción
1. Ven y sígueme
La Naturaleza del discipulado
según los evangelios
EduardoArens
I. En Tiempos de Jesús de Nazaret
II. Después de Pascua
Reflexión pastoral: Seguimiento e imitación de Cristo
2. El seguimiento hoy
Eduardo Arens
3. El discípulo según marcos
Manuel Díaz Mateos
A. “Llamó a los que quiso” (Mc 3,13)
B. “No habían comprendido lo de los panes” (Mc 6,52)
C. “Los que seguían iban con miedo” (Mc 10,32)
D. “¿Tienen ojos y no ven?” (Mc 8,18)
E. ¿De quién somos discípulos?
4. El discípulo según mateo
Luis Alberto Ascenjo
A. Fidelidad y autenticidad (Mt 5-7)
B. La exigencia comunitaria: primera misión del discípulo (Mt 18)
C. Dos modelos de Iglesia (Mt 23)
5. El discípulo según lucas
Eduardo Arens
A. Observaciones lingüísticas
B. Al filo del evangelio
C. Síntesis
6. El discípulo según juan
Eduardo Arens
A. El discípulo juánico
B. Personajes representativos
C. El discípulo en la trama juánica
Reflexión pastoral: Invitación a mirarse al espejo
7. En busca de la identidad
"Si permanecen en mi palabra,
seran de verdad discípulos míos" (Jn 8,31)
Manuel Díaz Mateos
Bibliografía
Introducción
Una de las características de la posmodernidad es la crisis y eventual
pérdida de identidad, acentuada por la globalización y por las migraciones
de diversa índole que desarraigan, y que produce un expansivo pluralismo y
una suerte de relativización de las verdades1
. Es en el Occidente, de
raigambre cristiana, donde la posmodernidad ha florecido. Una de sus
víctimas es el cristianismo2
. Es así como el sustantivo, igual que el
calificativo, es usado en una variopinta gama de sentidos, para todo tipo de
empresas que poco o nada tienen que ver con Jesucristo. Esto corresponde a
una cultura, la cristiandad, que no necesariamente es cristiana –no tiene a
Jesucristo como referente normativo–. No sólo eso, sino que movimientos
religiosos contrapuestos se presentan como cristianos, además del hecho
que las más variadas explicaciones sobre un mismo tema se presentan todas
como verdades cristianas, cuando en realidad no pocas veces son un
sincretismo a la carta.
No extraña, por lo dicho, que una de las preguntas acuciantes en la
actualidad sea la de la identidad. Ésta se plantea también en relación al
cristianismo: ¿qué es “ser cristiano”? ¿Qué lo define y distingue? Por lo
pronto, por su misma raíz, tiene que ver con “Cristo”. Sólo si tiene como
referente a Jesucristo puede hablarse válidamente de ser cristiano. Eso
supone conocer tanto la persona de Jesucristo como su propuesta y el
proyecto que compartió con sus discípulos y luego les encomendó –que es
tema de la cristología y de la eclesiología–. Esto nos lleva al vocablo más
característico en los evangelios para designar a los que “seguían a
Jesucristo”: sus discípulos.
Diferentes iglesias y grupos “cristianos” se proclaman ser
discípulos/seguidores de Jesucristo, no pocas veces apelando a las
Escrituras, y sin embargo a menudo están contrapuestos. Por eso queremos
exponer en esta colección de estudios de los Evagelios qué significa ser un
discípulo de Jesucristo, desde la mirada en y por el Maestro. ¿Qué
vinculaba afirmativamente a las personas calificadas como discípulos con
Jesús, y qué las calificaba como tales? Más aún, el concepto de
“seguimiento”, con el que es inseparable, se traducía en actitudes concretas
distintivas: ¿cuáles eran o debían ser ésas? ¿Qué distinguía al discípulo de
Jesús de los del Bautista y de los fariseos? En resumen, ¿qué conlleva y
supone el seguimiento de Jesucristo?
Por otro lado, la cuestión del discipulado es inseparable de la historia de
la Iglesia. Sus raíces profundas están en la comunidad de seguidores de
Jesús de Nazaret en Galilea. Tras la Resurrección los mismos se
reconstituyeron para formar la primera comunidad de creyentes en el Señor
transfigurado, la cual, receptora del Espíritu santo, predicaba y atestiguaba
el kerigma, de manera que empezó la expansión de comunidades de
discípulos del Señor. La Iglesia es, en sustancia, la comunidad de
seguidores de Jesucristo. Es la comunidad de los que se han dejado ganar el
corazón por el Señor, por la causa que dio sentido a su vida, y tratan de
contagiar a otros ese sueño haciéndolos también discípulos.
Por influencia de las estructuras grecorromanas, se empezó a considerar
como cristiano a todo aquel que pertenece a la Iglesia, no por su
conformidad con el evangelio, sino por haber sido ritualmente bautizado. Y
esto sigue siendo una realidad hoy. Es la definición jurídica. De hecho, “se
acepta –tácitamente– que la Iglesia no tiene que estar configurada por el
evangelio, por la conversión al mensaje de Jesús y por el seguimiento de
Jesús, sino por otras cosas: la aceptación teórica de unas verdades, la
práctica de ciertos ritos religiosos y el hecho elemental de no insubordinarse
públicamente contra la autoridad eclesiástica”3
. Para el observador acucioso
la Iglesia no coincide en todo con el evangelio. La gente lo ve y critica, y
una lectura atenta de los evangelios lo pone en evidencia; es parte de la
prédica de “los evangélicos”. De hecho, “sabemos que, en la Iglesia, hay
mucha gente que ni sigue a Jesús, ni pretende seguirle de modo alguno. La
Iglesia se define, se delimita y se configura por otras causas: por las
creencias religiosas y por las prácticas sacramentales…. Por lo tanto, en el
modelo oficial de la religión, que la Iglesia presenta en el mundo y en la
sociedad, no entra el seguimiento de Jesús. Ahora bien, en eso reside una de
las dificultades más serias que hoy entraña la tarea de seguir a Jesús”4
. No
nos brota relacionar el cristianismo con la persona de Jesucristo, y menos
con el discipulado5
.
El teólogo Julio Lois empezó una conferencia magistral sobre “¿Qué
significa ser cristiano como seguidor de Jesús ?” con una observación que
veinte años después sigue vigente: “¿Acaso no es obvio que ser cristiano es,
precisamente, ser seguidor de Jesús? Sea cual sea nuestro criterio actual en
este punto la verdad es que, de hecho, históricamente hablando, no parece
tan obvia esa identificación entre existencia cristiana y seguimiento de
Jesús. A la hora de determinar en qué consiste la identidad cristiana se le ha
dado y se le da valor autónomo a la aceptación intelectual del “depósito
revelado”, a la confesión puramente verbal, al cumplimiento puntual de esta
o aquella práctica religiosa…, al margen del seguimiento”6
. Más aún, es
frecuente escuchar de personas que se consideran cristianas porque son
“buenas”, cumplen los mandamientos y no hacen daño a nadie. Otras se
consideran cristianas por el hecho de creer en Dios. Pero, ¿dónde queda la
persona de Jesucristo? Recordemos lo que escribió Benedicto XVI al inicio
de su primera encíclica: “no se comienza a ser cristiano por una decisión
ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una
persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación
decisiva”.
Por todo eso, es alentador y significativo que, como buen teólogo y
atento a los signos de los tiempos, el Papa Benedicto nos proponga como
eje de las reflexiones para el encuentro del CELAM en Brasil, “Discípulos
y misioneros de Jesucristo”, y que ponga Jn 14,6 como Leitmotiv: “yo soy
el camino, la verdad y la vida”7
. Es ocasión para revisar nuestra identidad
cristiana mirándonos en el espejo del Nuevo testamento, especialmente los
evangelios canónicos, en ánimo de limpiar nuestro rostro de manera que sea
visible el derrotero seguido por Jesús de Nazaret, con el cual en principio
estamos comprometidos en calidad de discípulos suyos –más aún los
llamados por nombre propio al seguimiento y encomendados a ser
“pescadores de hombres”.
Sin embargo, observamos que, en preparación a esta Conferencia, la
carga está siendo puesta en la tarea de misioneros, y no pocas veces con un
espíritu más proselitista que evangelizador –p. ej. una preocupación
obsesiva con el crecimiento de “las sectas”– asumiendo que está zanjada o
que es de secundaria importancia la cuestión del discipulado. Con este libro
queremos llamar la atención precisamente al hecho de que no se puede ser
auténticamente “misionero de Jesucristo” si no se es auténticamente
“discípulo de Jesucristo”. Y que la identidad cristiana se da precisamente en
su carácter de discipulado; de ser discípulos de Jesucristo. En el binomio
“Discípulos y misioneros” la cópula “y” no es de yuxtaposición sino de
conjunción. Como sea, no debemos entender ser “misioneros” en el sentido
de predicadores de ideas, doctrinas o ética, sino en su sentido primigenio de
testigos del amor de Dios manifiesto en Jesús y propuesto como camino de
vida. Nadie puede ser misionero de Jesucristo si no es su discípulo, si no
vive una experiencia de fe en y con él. Si no es así, se arriesga caer en el
proselitismo, y trastocar la fe en una ideología, con lo que se desliza en el
fundamentalismo. Somos testigos de Jesucristo, porque su persona y su
proyecto nos han fascinado y nos hemos hecho discípulos suyos. Por eso,
todo auténtico cristiano tiene que ser misionero, tiene que atestiguar con su
vida a Jesucristo como “camino, verdad y vida”.
Ahora bien, las dudas sembradas por el “Código da Vinci” o “El
evangelio de Judas” han puesto en evidencia que los cristianos saben mucho
de muchas cosas, pero anidan una gran ignorancia en lo central y
fundamental. La persona de Jesucristo no es central en la vida de muchos.
En medios teológicos, en cambio, es cada vez más frecuente caracterizar, o
definir, al cristiano en términos de discipulado. En esto está en juego, no
sólo una cuestión de identidad, sino también una cuestión de comprensión y
traducción del cristianismo en términos de la vida, es decir la dimensión
ética. Esto está claro en relación a la justicia social, la pobreza y la
marginación, la violencia y la corrupción, entre otros. Por eso es
indispensable retornar a nuestras fuentes, al Nuevo testamento, para
redescubrir el rostro de nuestro Maestro y retomar Su camino.
Es un hecho que la confrontación con la Escritura a menudo resulta
problemática por el peso de las tradiciones eclesiásticas y teológicas que se
forjaron desde la cultura y la filosofía griegas en particular8
. Esto se vio
claramente a lo largo del Concilio Vaticano II. No deja de perturbar a
personas cuando la identidad cristiana es definida como seguimiento de
Jesucristo, no como membresía en la Iglesia. Mientras se entienda el
cristianismo en clave institucional será difícil recuperar su esencia
evangélica, y mientras a la Iglesia se la entienda como estructura y no como
comunidad, no se comprenderá el cristianismo como seguimiento de
Jesucristo. De hecho, conforme uno se va compenetrando con los
evangelios, va tomando conciencia de que la identidad cristiana “tiene algo
que ver” con el discipulado. Esto va de la mano con la toma de conciencia
del propósito de la misión de Jesús en términos del reino de Dios, y no en
primer plano de la redención, la expiación, o la vida eterna9
. Esta
convergencia de redescubrimientos ha ido calando lentamente en la Iglesia,
y ahora nos la proponen para la Conferencia del CELAM al tomar el
discipulado como tema eje. Y es que preguntar qué significa ser discípulo
es preguntar por nuestra identidad cristiana, cuánto de Jesucristo hay en
nuestra vida, en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad.
Con el tema “Discípulos y misioneros de Jesucristo” estamos invitados a
preguntarnos de quién somos discípulos y qué significa ser discípulo de
Cristo en nuestros días y en nuestro continente. Este continente de arraigada
fe cristiana tiene también una serie de deficiencias (corrupción, violencia,
injusticias, violación de los derechos de la persona, etc.) que nos están
pidiendo una búsqueda de nuestra identidad cristiana hoy. Sospechamos que
lo católico opaca lo cristiano.
Todos debemos preguntarnos qué significa ser cristiano. Y esto queremos
verlo remitiéndonos al NT, para desde allí mirarnos a fin de asegurarnos
que somos reflejo auténtico del discípulo de Jesús de Nazaret.
Es frecuente hablar de “seguimiento de Cristo” como sinónimo de ser
cristiano o de realizarse como tal, fundamentalmente en términos moralistas
y ascéticos, en la línea del famoso libro de Tomás a Kempis. Más en
sintonía con la espiritualidad y la ética social, en los últimos tiempos se ha
retomado el término “discípulo”. Pero, ¿qué se entiende realmente por esa
expresión, tomada del NT? ¿Qué significaba originalmente? ¿En qué
consistía el seguimiento de Jesucristo? Esto es lo que vamos a exponer en
estas páginas. No es un misterio que se han presentado las enseñanzas y los
estilos de vida más variados bajo el pretexto de un “seguimiento de Cristo”
o en el nombre del “discipulado de Jesucristo”. Para discernir qué
corresponde realmente a la perspectiva de Jesucristo, hay que
necesariamente remontarse a los testimonios neotestamentarios. Este es el
enfoque de este libro.
Con el fin de invitar a mantenernos en continuidad con el seguimiento de
Jesús de Nazaret, es que presentamos estos capítulos que se ciñen al Nuevo
testamento. Creemos que debe ser el fundamento para toda reflexión
ulterior o suplementaria, que no puede ni contradecirlo ni obviarlo, bajo
riesgo de ser infieles a nuestras raíces. Es una cuestión de fidelidad a él y su
camino, pero también una cuestión de continuidad histórica.
Este libro ofrece una serie de estudios, observaciones y reflexiones sobre
el discipulado desde la perspectiva neotestamentaria. Sus autores somos
exégetas de profesión, y es desde nuestra especialidad y preocupación
cristológica y eclesial que estudiamos el tema. Por dirigirse a “toda persona
de buena voluntad”, no son estudios altamente eruditos, pero están
fundamentados en la exégesis bíblica de los textos estudiados.
En el primer capítulo presentamos una visión panorámica del discipulado
tal como se desprende del NT. Siguen cuatro capítulos dedicados cada uno a
los distintos evangelios canónicos, pues éstos constituyen la base del
auténtico discipulado y por ende de la identidad cristiana. Cada evangelio
está estudiado desde un ángulo diferente, con lo cual ofrecemos una
variedad de acercamientos y enfoques. Si en los estudios de los evangelios
el ojo estaba puesto en el primer siglo, en el capítulo final lo hemos puesto
en el presente. En él se aborda la pregunta más hermenéutica: cómo
deberíamos entender el discipulado hoy día a partir de y en referencia a lo
que significaba y comportaba originalmente, a fin de ser fieles a Jesucristo
y su proyecto evangélico.
Es nuestro deseo que estas páginas ayuden a iluminar y aclarar nuestra
identidad cristiana, y así podamos asumir con mayor lucidez nuestro
compromiso como fieles discípulos de quien para nosotros es “el camino, la
verdad y la vida”.
Eduardo Arens
[←1]
Entre la creciente literatura, vea G. Vattimo et al, En torno a la
posmodernidad, Barcelona 1990; D. Lyon, Postmodernidad, Madrid
1996, y A. Touraine, Crítica de la modernidad, Mexico 2000.
[←2]
Por eso el Vaticano publicó el controvertido documento “Dominus
Jesus”. Para una visión panorámica, entre otros vea L. González
Carvajal, Ideas y creencias del hombre actual, Santander 1991; J.
Martín Velasco, El malestar religioso de nuestra cultura, Madrid
1993; J.M. Mardones, Análisis de la sociedad y fe cristiana, Madrid
1995.
[←3]
J. M. Castillo, El seguimiento de Jesús, Salamanca 1987, 191. Vea la
definición de Vaticano II en Lumen Gentium 14.
[←4]
Ibid., 173.
[←5]
Sorprende constatar que hay muy pocos estudios monográficos
dedicados al discipulado como tal. En cambio, abundan los estudios
sobre los apóstoles. Vea la bibliografía en la tesis de M. Lohmeyer,
Der Apostelbegriff im Neuen Testament, Stuttgart 1995.
[←6]
J. Lois, ¿Qué significa ser cristiano como seguidor de Jesús? (Cátedra
de teología contemporánea, Fundación Santa María), Madrid 1982, 7.
[←7]
Es notorio que el Papa cambió de giro al proyecto eclesiocéntrico
inicialmente propuesto, hacia un claro cristocentrismo (“Discípulos y
misioneros de Jesucristo”), y para subrayarlo introdujo como Leitmotiv
la cita de Jn 14,6.
[←8]
Vea a este propósito las recientes lúcidas observaciones de J.I.
González Faus, “Deshelenizar el cristianismo”, en Id. Calidad
cristiana. Identidad y crisis del cristianismo, Santander 2006, cap. 10,
y los arts. de la Revista Catalana de Teología 29/2(2004). Esto ya
había sido advertido por Grillmeier, Rahner, Schillebeeckx, Castillo, y
otros teólogos. Era materia de estudio desde el s. XIX por parte de
biblistas.
[←9]
Recordemos que la predicación de Jesús tenía como finalidad
realidades intrahistóricas e intramundanas, no transhistóricas o
supramundanas. Predicaba la necesidad de acoger la cercanía del reino
de Dios (Mc 1,15), de hacerlo realidad aquí y ahora (Mt 5-7; Lc 4,18),
y no la vida después de la muerte. No fue un predicador apocaliptista.
Su mensaje no era cómo llegar al cielo, sino cómo hacer que el cielo
empiece aquí y ahora: “venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad
en la tierra, como en el cielo; ….”. Por eso el mandato fundamental
era el del amor –inseparablemente a Dios y al prójimo– y no una ética
de méritos.
1
Ven y sígueme
LA NATURALEZA DEL
DISCIPULADO
SEGÚN LOS EVANGELIOS
Eduardo Arens
El cristianismo tiene su origen y fundamento en Jesús el Cristo
1
(Ef
2,20; Ap 21,14). Por lo mismo, ser cristiano es fundamentalmente ser su
discípulo. En qué consiste se comprenderá a partir de lo que se observa de
sus primeros seguidores. “Cualquier visión de lo que significa e implica ser
discípulo de Jesús debe estar guiada, qué duda cabe, por aquello a lo que él
en persona, durante su vida y ministerio, llamó a sus seguidores”2
. De aquí
la importancia de la presentación exegética del tema.
Si queremos ser fieles a la misión con la cual estamos comprometidos en
nuestra calidad de discípulos, es indispensable conocer el discipulado que
Jesús tenía en mente, y también, puesto que no vivimos en la Galilea de los
años 30, su traducción en los tiempos post-pascuales.
La naturaleza de nuestras fuentes: los evangelios
Nuestra fuente principal para conocer a Jesús de Nazaret son los
evangelios canónicos –los otros escritos no aportan nada adicional–, por eso
es fundamental tener presente su particular naturaleza3
. Puesto que éste no
es el lugar ni el espacio nos permite exponerlo ampliamente, sea dicho
sucintamente desde el inicio que los evangelios no son ni pretendieron ser
biografías de Jesús de Nazaret en el sentido moderno, de acuerdo a nuestro
concepto de historia4
.
Los evangelios son bíoi al estilo grecorromano, es decir “vidas
(ejemplares)” interpretadas según la apreciación del escritor (resalta la
personalidad más que la persona y el impacto de sus actuaciones más que la
conducta en sí); no son tratados filosóficos ni teológicos, tampoco crónicas
ni reportajes históricos. Son narraciones cuya trama es la relación de su
protagonista, Jesús, con diferentes círculos de personas: admiradores y
adversarios, discípulos y fariseos, y en general cualquiera que se le acercase
interesándose por su mensaje. Y es que el cristianismo se define en relación
a la persona de Jesús, como el judaísmo en relación a la Ley.
Ahora bien, si los evangelistas escogieron este género literario, con un
marco cronológico y una estructura narrativa centrada en la persona de
Jesús de Nazaret, fue porque el personaje histórico era importante. De no
haber estado interesados en él y en su vida terrena no hubie-ran producido
bíoi, sino discursos al estilo de los filósofos o diálogos arcanos al estilo de
los evangelios gnósticos que presentan a un revelador divino haciendo
alocuciones o pronunciando sentencias sapienciales.
La finalidad de los evangelios la explicitaron Lucas y Juan. Al inicio de
su versión, Lucas a Teófilo indicándole que lo hace “para que conozcas la
solidez de las enseñanzas que has recibido” (1,4), o sea que le presenta una
catequesis. Juan por su parte, explicitó al final de la suya que escribió “para
que crean que Jesús es el mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo
tengan vida en su nombre” (20,31). La mirada de ambos está centrada en el
presente, no en el pasado, y su atención no está fijada en la “noticia” sino en
lo que ésta tiene de “buena”, de euangelion, es decir su relevancia salvífica.
Los evangelistas escribieron varias décadas después de su muerte, y para
hacerlo se valieron de las tradiciones que recogieron de sus seguidores
cercanos y las entretejieron con las tradiciones de las experiencias que
vivieron las primeras comunidades cristianas en el seguimiento de su
camino.
¿Cuál era su experiencia como cristianos en el Imperio romano, desde la
que relataban la de los primeros discípulos en Palestina? Más allá de su
historicidad, los discípulos en los relatos evangélicos son representativos de
los cristianos del momento del evangelista. Eso significa que, cuando en las
comunidades se hablaba de los discípulos de antaño, se hacía tal como el
discipulado era comprendido y enriquecido por sus experiencias actuales.
Lo que los evangelios preservan no son simples memorias del
discipulado vivido históricamente por aquellos primeros que caminaron con
Jesús por Galilea, sino ésas vistas desde el presente del evangelista a la luz
de sus propias experiencias del seguimiento de Jesús. Por eso encontramos
en ellos reiteradas advertencias de que los discípulos serán perseguidos –
cosa que ya vivían–, y algunos requisitos notables como el de estar
dispuestos a dejar la familia y las posesiones5
, por ejemplo. En resumidas
palabras, sus presentaciones de los discípulos de Jesús no respondían a un
interés arqueológico o de simple preservación de memorias de un pasado,
sino a la pertinencia y la relevancia que éstas tenían para ellos y sus
comunidades.
Las tradiciones de las experiencias de los primeros cristianos como
discípulos plasmadas en los evangelios eran invitaciones actuales al
seguimiento de Jesucristo; pautas del Señor para los discípulos que, décadas
más tarde y en otras circunstancias y contextos, escuchaban el evangelio.
Cuando en los evangelios Jesús instruye a los discípulos, lo está haciendo
en realidad a la comunidad lectora. En resumen, los evangelistas escribieron
pensando en la pertinencia de sus obras para sus receptores –por ejemplo,
Lucas para Teófilo (Lc 1,3s)– no con un afán de preservar memorias.
De lo dicho se desprende que la identidad cristiana se entendía
sustancialmente como el ser discípulos de Jesucristo, a quien siguen por el
camino que él abrió, cuyo fin es hacer realidad la cercanía del reino de Dios
(Mc 1,14s). En otras palabras, la identidad cristiana se define por referencia
a una persona y su estilo de vida y la causa que le mueve. Sobre esto y otros
puntos nos detendremos más adelante.
Es un hecho que llegamos a conocer a alguien a través de lo que hace y
dice, más que a través de simples datos históricos o periodísticos.
Igualmente, comprendemos una situación o condición de vida cuando la
vivimos en carne propia, más que cuando es reportada. Ahora bien, el
medio idóneo para transmitir una experiencia es la narración (hoy incluiría
la visual, el cine)6
. La narración permite darle vida al tema, e invita al lector
o auditorio a insertarse en el relato, y a vivir la experiencia que el narrador
le expone –en éste caso la del discipulado–. La narración involucra al
receptor, lo introduce en la trama; le permite identificarse con ese estilo y
esas actitudes de vida, con la ideología y el credo del “héroe”. Los
evangelistas recurrieron a éste género porque les permitía transmitir a la
nueva generación de manera actualizada las experiencias de discipulado
vividas por los discípulos originales. El hecho que las escenas sean
dialogantes, y que Jesús hable directamente de modo que lo escuche el
lector –que está tan presente como los discípulos en la trama–, contribuye
significativamente a la actualidad e inmediatez del mensaje y a la
comprensión de lo que supone ser discípulo de Jesucristo. Es la
“narratividad” del discurso lo que permite comprender lo que significa e
implica ser un discípulo de Jesucristo.
El vocablo discípulo en el NT: la cuestión semántica
Para designar a los seguidores de Jesús, el NT emplea tres términos que
no se diferencian fácilmente,: discípulos, apóstoles, y “los Doce”. Los Doce
no son otros que los apóstoles, los cuales son discípulos. Lucas aclara que
Jesús “llamó junto a sí a sus discípulos y escogió de entre ellos a doce, a los
cuales dio el nombre de apóstoles” (6,13). Como veremos, cada uno de
estos vocablos resalta lo que lingüísticamente denota.
El vocablo más amplio y genérico con el cual se designa en el NT a los
seguidores de Jesús es mathêtai, discípulos. Este vocablo se encuentra en el
AT tan sólo cuatro veces, tres de las cuales dudosas7
. No deja de ser notorio
que no se haya encontrado en los escritos de Qumrán, a pesar del énfasis
que los esenios ponían en el estudio de las Escrituras. Por tanto, no es de
ese mundo de donde proviene el vocablo usado tan profusamente en los
evangelios y Hechos.
En el mundo griego mathêtês es el vocablo común que designa a un
aprendiz, usado frecuentemente en las escuelas filosóficas. De hecho,
mathêtês se entiende solo en relación con un didáskalos, un maestro; no
existe el uno sin el otro. El equivalente hebreo talmid aparece con cierta
frecuencia recién en los escritos rabínicos posteriores al NT para designar a
quien recibe instrucción de un rabbí8
. El Pirke Abot o Dichos de los Padres,
del primer siglo d.C., recuerda que “Moisés recibió la Ley del Sinaí y la
encomendó a Josué, y Josué a los ancianos, y los ancianos a los profetas, y
los profetas la encomendaron a los hombres de la Gran sinagoga. Ellos
decían tres cosas: ‘Sé deliberativo en tus juicios; suscita muchos discípulos
(talmidim); y pon una cerca alrededor de la Ley” (1,1). El discípulo
depende del maestro, que lo es por su conocimiento, de donde proviene su
autoridad. Esta es la comprensiónbase de los empleos de mathêtês en el NT,
y como lo entenderían sus lectores griegos.
La relación discípulo-maestro no necesariamente se da en una cercanía
espacio-temporal, sino más bien en el ámbito intelectual9
. Por eso se podía
decir que Sócrates era discípulo de Homero varios siglos más tarde, e igual,
se podía hablar de discípulos de Moisés más de un milenio más tarde. En el
mundo antiguo, Grecia en particular, se empleaba el término “discípulo”
para referirse al seguidor de una escuela filosófica; también en el ámbito
religioso, donde el aprendiz era instruido por alguien en la religión y el
culto. El mistagogo era el maestro del adepto o del iniciado10
. Así se
formaron escuelas; las más conocidas eran la platónica, la pitagórica y la
epicúrea, basadas en las enseñanzas de Platón, Pitágoras y Epicuro.
En tiempos de Jesús se hablaba de discípulos en el ámbito religioso para
designar, no en primer lugar a los estudiantes, sino a los miembros de un
movimiento, como los discípulos del Bautista o los de los fariseos –
notemos que no se habla de discípulos de los escribas o maestros de la Ley.
El movimiento religioso era una escuela de vida. El líder era implícitamente
un maestro que imparte un estilo y un enfoque de vida. Por eso, en los
evangelios se llama a Jesús “maestro”11
.
En contraste con el AT, donde rara vez o nunca ocurre el “discípulo(s)”,
en el NT se encuentra nada menos que 261 veces, todas en los evangelios y
en Hechos12
; pero, notoriamente, ni una sola vez en las epístolas. Conforme
a la construcción semítica, “ser discípulo” se expresa en el NT mediante el
verbo seguir, akolouthein (en hebreo halaj ‘ajarei), no en la forma griega
mathêtéuô o mathêmatos (tinos), que se asocia al aprendizaje.
En los evangelios el término discípulo se aplica sólo a aquellos que
caminaban cercanos a Jesús, lo que significa que era un seguimiento real,
no romántico o platónico. “Seguir” no era una metáfora (como lo será más
tarde, al igual que en el rabinismo), sino una realidad literal. Los discípulos
se distinguían de las muchedumbres y simpatizantes por cuanto caminaban
literalmente con Jesús, el predicador itinerante. Después de Pascua se
hablará de un seguimiento en sentido metafórico, como un asumir el
“camino” de Jesús en sentido ético, pues ya no era posible vivirlo
literalmente.
Valgan unas aclaraciones semánticas antes de continuar. El verbo
“seguir” de por sí denota el movimiento físico de ir tras algo o alguien. Se
puede seguir a una persona por distintos motivos: curiosidad, admiración,
deseo de aprender, etc. Las muchedumbres (ojlos) seguían a Jesús por
curiosidad o por admiración, o esperando obtener algo (una sanación, un
discurso aleccionador: Mc 2,15; 3,7; Mt 4,25; 8,1; 12,15; 14,13; 19,2; etc.).
Los discípulos, en cambio, seguían a Jesús por la atracción que sentían
hacia su persona y por la vivencia que les transmitía mediante sus mensajes.
En este caso había un componente de aprendizaje pues asumían la posición
subalterna del alumno frente a aquel que los guiaba, que es de alguna
manera maestro. En relación a Jesús, en los evangelios el vocablo “seguir”
siempre se refiere a su persona y conlleva una connotación positiva, de
adhesión.
En el NT, discípulo en relación a Jesús es el que camina con él. Es así
como se formula la invitación abierta en Mc 8,34: “si alguno quiere venir
tras de mí (opisô mou elthein), niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame
(akoloutheitô)”. Lingüísticamente es una tautología (“venir tras de mí” es
igual que “sígame”), pero la primera equivale a “ser mi discípulo”: “si
alguno quiere ser mi discípulo…”. Nótese el acento (ya en la tautología
misma) en seguir a Jesús, no a otro: “el maestro” es él. Se establece así una
relación interpersonal –no con un conjunto de ideas o una escuela como tal,
sino con una persona–. El acento está en la cercanía a Jesús, no en el
aprendizaje13
.
En relación al discipulado como tal, “seguir(le)” a Jesús sólo puede
entenderse en su sentido judío palestino de halaj ‘ajarei, ir tras las huellas
de alguien, traducido al griego akolóuthei moi (sígueme), que es
intercambiable con deute opisô mou (ven tras de mí), como sucede en Mc
1,17s comparado con 2,14, donde se emplean ambos giros en el mismo
sentido. Su equivalente actual es “caminar con (alguien)”, pero con el
sobrentendido que aquel a quien se sigue o acompaña es superior, y que el
seguimiento no es pasajero, ya que nada indica que fuera un seguimiento
por un tiempo determinado, transitorio o momentáneo –como sería en el
caso de tratarse de un ciclo de aprendizaje–. No es más transitorio o
momentáneo que el reino de Dios, objeto del seguimiento, como veremos.
Tampoco hay indicación alguna que fuera una suerte de “carrera” donde se
va ascendiendo en autoridad hasta que eventualmente el aprendiz pasa a ser
maestro, por eso Jesús advirtió: “no dejen que los llamen rabbí, porque uno
solo es su maestro, mientras que todos ustedes son hermanos” (Mt
23,8.10s). El discípulo nunca “se gradúa”.
Todo esto indica que el término discípulo(s) se reservó en el NT (excepto
en Hechos) para aquellas personas que siguieron de cerca y de manera
constante a Jesús. Por eso las muchedumbres (ojlos) que seguían a Jesús no
son calificadas como discípulos, pues su relación con él no era continua. El
término tenía un sentido restrictivo. Solo un grupo lo siguió hasta el arresto,
no así “las muchedumbres” que aparecen y desaparecen14
. Si bien la
invitación a seguirlo era a todos, no a un grupo exclusivo (Mc 8,34), no
todos lo siguieron en el sentido del discipulado como tal, dejándolo todo y
asumiendo “la cruz”.
Una aclaración complementaria: en tiempos de Jesús probablemente se
referían a sus discípulos, no con este vocablo, sino como “los que están
con” Jesús (‘imo ), expresado así claramente en el texto griego (hoi
met’autou; sun autôi)15
, que resalta el hecho de la compañía de Jesús. El
exorcizado de Gerasa suplicaba a Jesús que pudiera “estar con él (hina
met’autou êi)” (5,18). En la escena del arresto de Jesús, se describe a Judas
como “uno de los que estaban con Jesús ( heis tôn metá Iêsou)” (Mt 26,51).
En la conclusión larga de Marcos, los discípulos son designados como “los
que habían estado con él (hoi met’autou genómenoi)” (16,10)16
.
El verbo seguir (akolouthein), en el sentido del discipulado, ocurre 90
veces, de las cuales 79 se encuentran en los evangelios17
. Es una
formulación notoria, pues se distancia del concepto griego (y rabínico) de
discipulado que lo entiende como un estado de aprendizaje. En el mundo
griego se usaba akolouthein solamente en el sentido literal de caminar
detrás de alguien, sin más connotaciones. Discípulo supone, pues, una
estrecha relación con Jesús mismo. Es la persona de Jesús, no las
enseñanzas, la que está en primer plano. Por eso “seguir”, referido a Jesús,
es usado en el NT sólo en relación al histórico hijo de María, porque
designa la modalidad histórica de la relación de los discípulos que
caminaron con él por Galilea. En sentido literal se limita a ese tiempo
histórico, no transferible, pues una vez crucificado concluyó su vida terrena.
Ese seguimiento es único, como única fue la vida histórica de Jesús.
Después de Pascua la relación es con el Cristo glorioso, cuya presencia se
da por el Espíritu; por eso la relación con él ahora se da en términos de fe,
amor, y comunión18
. El que mejor expresa ese cambio es Juan, quien en su
evangelio fusiona el seguimiento prepascual con el pospascual: “Yo soy la
luz… el que me sigue…” (8,12). En Juan se habla de creer a y en Jesús. Se
sigue a Jesús creyendo en él.
¿Cómo se explican las diferencias y particularidades expuestas? En
griego el vocablo discípulo (mathêtês) denota una situación de aprendizaje
(mathêmosunê) bajo la maestría de alguien que imparte instrucción
(mathêteia)19
. En el AT no se habla de una relación maestro-aprendiz
porque no había escuelas formales; por eso no encontramos el vocablo
discípulo, que designa en primer plano al estudiante (talmid). Los profetas
no establecieron escuelas ni tenían aprendices, aunque algunos tenían
seguidores, como Eliseo. Recién con la constitución de escuelas rabínicas
siglos más tarde apareció la figura del talmid, probablemente por influencia
de las escuelas filosóficas y religiosas helenísticas.
Ahora bien, el seguimiento de Jesús comporta dos aspectos inseparables:
el de estar con él y el de asumir su camino, es decir una relación existencial
con Jesús y una praxis. La unión con él es un elemento constitutivo del
seguimiento de Jesús –antes y después de Pascua–. Es así como cuando se
habla de discípulos, se hace directa o implícitamente relación al
seguimiento. Por eso ningún autor del NT aparte de los evangelistas habla
de discipulado (no se habla de discípulos de Pedro o de Pablo). Saulo no
calificaba como discípulo porque para él se trataba de una suerte de
comunión mística con el Jesús resucitado poniendo entre paréntesis su
misión galilea. Aquí se encuadra la importancia de conocer a Jesús de
Nazaret y su camino.
El vocablo discípulo en el NT “siempre implica la existencia de un apego
personal que configura toda la vida de aquel descrito como mathêtês”20
. Un
buen ejemplo se encuentra en Mc 2,18 que contrapone el ayuno de los
discípulos de los fariseos y de Juan Bautista, a los de Jesús, que no lo
hacen, y como referente ésos apuntan a Jesús como aquel que marca una
pauta: “tus discípulos” (Mc 2,23; cf. Mc 7,5; 9,18; QLc 19,39; Mt 12,2).
Jesús enseñó a orar a sus discípulos, como el Bautista había enseñado a los
suyos (Lc 11,1).
Pablo no usó el vocablo mathêtês porque el cristianismo no es una
escuela filosófica ni una escuela de iniciados en la que se trata de aprender
una serie de ritos, fórmulas y doctrinas. Pablo, junto con Juan, fue quien
más enfatizó que la persona de Jesucristo y su vida misma son centrales
para el cristianismo, no así unas doctrinas o rituales. Se es cristiano por una
opción de fe en la persona de Jesucristo (no por un ritual) y por un estilo de
vida “en Cristo” (no por una doctrina).
La connotación de discípulo en términos de un aprendizaje se asumió
paulatinamente en el cristianismo y fue transferida naturalmente por los
evangelistas a los seguidores de Jesús cuando, por influencia tanto del
medio ambiente griego como de la catequesis, se empezó a mirar más a
Jesús como maestro, rabbí, que como profeta21
. Sin embargo, Jesús no era
maestro de escuela, aunque sí hizo escuela; era maestro de un enfoque
(Weltanschauung) y estilo de vida, que se iba aprendiendo en el caminar
con él (seguimiento).
En resumen, en el empleo del vocablo discípulo y del verbo seguir, en el
NT, es fundamental el sentido de adhesión a la persona de Jesucristo, y con
ello de acogida a sus enseñanzas y a su visión de la vida. Es su relación con
Él, no con sus enseñanzas en sí, la que lo constituye y define como
discípulo suyo. Pero cada autor usó esos términos acentuando ciertos
aspectos más que otros por ser ésos, en su apreciación, rasgos
fundamentales del discipulado. Por eso estudiaremos aparte cada evangelio.
I. En Tiempos de Jesús de Nazaret
Empecemos por comprender el sentido y alcance del discipulado tal
como lo vivieron los que seguían a Jesús de Nazaret durante su vida
histórica por los caminos de Palestina22
.
“Tú, ven y sígueme”: los seguidores de Jesús de Nazaret
Karl Rengstorf nos recuerda que los discípulos son iniciadores de una
tradición, incluida aquella sobre el discipulado23
. Cada uno es miembro de
un eslabón en la cadena de la tradición. Esto es evidente por cuanto lo que
hemos heredado, atestiguado en los evangelios, se debe a esa tradición, la
de aquellos que fueron discípulos de primera hora. ¿Qué podemos saber,
pues, sobre el discipulado como lo proponía Jesús de Nazaret24
?
Lo primero que observamos es que los primeros discípulos se le unieron
a Jesús por invitación suya. Eso no significa que no invitara a otros a
seguirlo, ni que todos los que le siguieron lo hiciesen llamados por
iniciativa de Jesús. Está claro en Lc 9,57-62: “Te seguiré dondequiera que
vayas… Te seguiré…”. Según el cuarto evangelio los dos primeros
discípulos fueron donde Jesús por propia iniciativa dejando a Juan Bautista;
los otros, excepto por Felipe, fueron a su encuentro por lo que habían oído y
visto acerca de él (1,37.39.42). Podemos asumir que, previa a la llamada (o
invitación), hubo un tiempo de amistad entre Jesús y el candidato, un
tiempo de conocimiento. La invitación misma –presentada en los
evangelios como llamamientos, de decisión inmediata y radical25
– revela el
sentido de urgencia que sentía Jesús sobre su misión de anunciar el reino de
Dios como una realidad inmediata, probablemente convencido de que el
juicio divino estaba cercano26
. Aquellos destacados con nombres propios
eran personajes importantes, cuyo seguimiento de Jesús fue esencial en la
consolidación de la tradición cristiana. Por otro lado, no se relata ni se
menciona el llamamiento de todos los que lo siguieron.
A diferencia de Jesús, el Bautista no llamaba a personas a seguirlo, –
aunque algunas se le unieron y vivían con él–, ni tenía una misión
evangelizadora: su llamado era a la conversión confesada en el bautismo.
Los rabinos tampoco llamaban a seguirles; eran los que deseaban aprender
quienes iban en busca de algún rabino idóneo. Notorio y distintivo del
círculo estrecho de seguidores de Jesús es que fue él mismo quien tomó la
iniciativa de llamarlos. El único antecedente conocido es el llamado de
Eliseo por Elías para ser su sucesor (1Re 19,19-21, relato semejante a aquél
en Mc 1,16-20).
Ahora bien, para seguir a Jesús a lo largo y ancho de Galilea, se debía
estar en condiciones y dispuesto a dejar la profesión y los lazos familiares
que lo impidiesen. Jesús dejó claramente asentado que no pueden seguirlo
los que no están dispuestos a vender sus bienes y compartirlos con los
pobres, los que están en busca de poder y posición, los que “miran hacia
atrás”, apegados al pasado y las tradiciones, los que buscan ser servidos, los
que se instalan y buscan seguridades. El seguidor de Jesús debe ser una
persona libre y con plena disponibilidad.
El sentido básico del seguimiento no sólo denota una relación de cercanía
física, sino el compartir su misión y su destino, todo lo cual supone una
relación personal estrecha y con ello entregarse al aprendizaje de un profeta
o de un maestro27
. Por eso la actitud básica es la del siervo y la del aprendiz
con respecto a aquel tenido como señor y maestro –calificativos con los que
se refieren a Jesús–. De hecho, la actitud fundamental de los discípulos
debía ser la del desprendimiento y del servicio, por eso las advertencias
dirigidas a ellos: “quien entre ustedes quiera ser el mayor, hágase el
servidor…” (Mc 10,43 par.). Por lo mismo Jesús se presenta como modelo:
“yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lc 22,27; cf. Mc 10,45, y el
lavatorio de los pies). El sentido preservado en los evangelios es el del
seguimiento como sumisión y servicio en el contexto de una convivencia.
La escena más representativa es aquella del joven rico que prefirió volver
atrás, pues estaba tan ligado a sus bienes que no podía dejarlos para unirse a
Jesús (Mc 10,17-22 par)28
. Esta escena, en la que Jesús le propone al joven
vender lo que tiene y darlo a los pobres, lo que implica no esperar nada a
cambio, provocó la pregunta de los discípulos si en tal caso se puede
subsistir y qué se obtendrá a cambio. La sentencia “es más fácil que un
camello pase por una aguja a que un rico entre en el reino de Dios”, vista en
el contexto, no se pronuncia sobre la salvación o la vida eterna como tal,
sino sobre el discipulado, que es el camino hacia el reino de Dios: es más
fácil… a que un rico sea discípulo de Jesús. No era una exhortación a pasar
a ser mendigo, huérfano, e irresponsable con la vida sino que, en el típico
lenguaje hiperbólico, sentencias como ésta subrayan la seriedad y la
profundidad del compromiso con el reino de Dios, que es el camino de
Jesús. Más radical es la formulación de QLc 14,26: “Si alguno viene en pos
de mí y no odia a su padre y madre y esposa e hijos y hermanos… y su
propia vida, no puede ser mi discípulo”29
. La ruptura con la dependencia
familiar la pinta el trato de Jesús a su propia familia en Mc 3,31-35, cuando
van a buscarlo30
.
Los discípulos le recuerdan a Jesús en Mc 10,28: “Nosotros hemos
dejado todo y te hemos seguido”, a lo que replica: “Nadie que haya dejado
por mí y por el evangelio (situación pospascual) casa o hermanos o
hermanas, o madre o padre…”. Es lo que parabólicamente se dice en QLc
9,58s al mencionar que Jesús no tenía dónde reclinar la cabeza. El “hemos
dejado todo” no significa literalmente haber renunciado o abandonado todo,
sino haber puesto todo al servicio del proyecto del seguimiento de Jesús –
como las mujeres que seguían a Jesús y contribuían a su mantenimiento (Lc
8,2s)31
–.
Vistos estos pasajes atentamente, surge la pregunta si tales exigencias
podrían remontarse a Jesús mismo. ¿Puede pensarse que el profeta del
perdón y la acogida exigiese dejar la familia? Está claro que las referencias
a la cruz son tardías, inspiradas en la crucifixión de Jesús, y por tanto con
un tinte de imitación en la radicalidad de la entrega a la causa del reino de
Dios. A sus discípulos históricos Jesús les pedía literalmente
desprendimiento para poder seguirlo en sus recorridos por Galilea, lo que se
repite cuando los envía en misión: “no lleven…” (Mc 6,8ss par.). Pero
recordemos que la región galilea en torno a Cafarnaúm era de distancias
pequeñas, de modo que el retorno o la visita a casa podía ser frecuente
(Jesús retornaba a menudo a Cafarnaúm, inclusive es probable que tuviese
su propia casa allí, cf. Mc 2,15; Mt 4,1332
).
Exigir una ruptura con la familia sería una contradicción con respecto a la
insistencia de Jesús en el amor irrestricto, empezando por los padres, como
se lee en Mc 7,9-13/Mt 15,3-6; Jesús no rompió con su mundo: volvía a
Cafarnaúm. No era hostil ni tenía una actitud antifamilia; incluso era
apoyado por familias; es más, se oponía al divorcio. Pedro no abandonó a
su suegra ni a su mujer (Mc 1,29s; 1Cor 9,4). El lenguaje de Jesús es
hiperbólico, como el de Mc 10,29s par. –poco antes recordó en 10,19 al
joven rico el mandato de honrar padre y madre; lo único que le faltaba era
compartir sus bienes–. Se asemeja más al consejo de Pablo en 1Cor 7,29-
31: “los que tienen mujer vivan como si no las tuvieran…”. Probablemente
las formulaciones que leemos en términos de una ruptura radical provengan
de momentos en la Iglesia en que era indispensable hacer opciones de esa
índole sea por persecuciones o por imperativos misioneros (cf. QLc
12,51ss)33
.
La invitación más clara es aquella en Mc 8,34 par: “Si alguno quiere
venir tras mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame”. Es un “negarse
a sí mismo” para “seguir a Jesús” (Mc 8,34) –la meta es el seguimiento a
cabalidad– en su acercamiento al reinado de Dios. Se dejaba el pasado, cual
conversión, para “entrar en el reino de Dios”, cuyo heraldo era Jesús. El
seguimiento de Jesús es el ingreso al reino de Dios. Es Jesús quien conduce
hacia él, lo va configurando con sus discípulos, y por eso instruye también
sobre lo que exige vivir en el reino de Dios.
El acento no está en lo que se deba dejar atrás, sino en lo que se busca
adquirir: “el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un
campo, el cual un hombre halla y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va
y vende todo lo que tiene y compra aquel campo. El reino de los cielos
también es semejante a un comerciante que busca buenas perlas, y al hallar
una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía y la compró” (Mt 13,44s).
Está claro que el seguimiento a Jesús no lo es a su persona como tal y por sí
misma, sino para ser conducidos por él y con él hacia la participación en el
reino de Dios –sobre lo cual retornaremos luego–. No olvidemos que Jesús
no se predicaba a sí mismo.
En otras palabras, la radicalidad de las llamadas, la exigencia de dejarlo
todo, tal como se presenta en los evangelios, narrada como si fuera más
radical aún –p. ej. “ven y sígueme, y lo dejaron todo en el acto”– no tiene
otra finalidad que la de subrayar que para seguir a Jesús nada debe
interponerse, sea como lastre del pasado, como apego en el presente, o
como temores cara al futuro. Se debe ser una persona libre y absolutamente
disponible. El reino de Dios tiene prioridad absoluta, y a él hay que
entregarse íntegramente, sin reservas.
Jesús, el hombre alegre, acusado inclusive de ser “comilón y bebedor”
(Mt 11,19, en contraste con el ascético Juan), no pedía renunciar a las
posesiones por razones ascéticas o por un fin de perfección moral, sino por
razones prácticas: poder caminar con él por Galilea compartiendo su vida y
misión por entrega al reino de Dios.
Implícitamente, el discípulo asume los riesgos, peligros y hostilidades
que puedan atraer el seguimiento de Jesús. Martin Hengel subraya que
“‘seguir’ significa primariamente seguirle concretamente en sus correrías y
tomar parte con él en su destino inseguro y hasta peligroso; sólo en un
sentido derivado venía a significar hacerse discípulo [aprendiz] suyo”34
. El
discípulo tiene que estar dispuesto a aceptar el riesgo de ganarse el rechazo
y la hostilidad de otros, como lo vivió Juan Bautista. Es el precio del
discipulado: “el que quiera seguirme, tome su cruz…” (Mc 8,34). Si bien
muchos de los logia (dichos), tal como los leemos en los evangelios, no se
remontan a Jesús, el hecho que haya tantos y variados referidos al precio
del discipulado sugiere que Jesús sí advirtió a sus discípulos al respecto, y
que sabía que su predicación era “subversiva”. Entre estos destaca Mc 8,35:
“el que quiera salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida la salvará”,
a lo que se añadió el motivo: “por amor a mí (y el evangelio)” (cf. Jn
12,25). Más claro aún es QLc 14,27: “Quien no toma su cruz y me sigue no
puede ser mi discípulo”. En diversas ocasiones se hace mención de
persecuciones, pero todas corresponden a la situación pospascual de la
Iglesia misionera (Mc 10,30; Mt 10,23; 24,9-13).
Una aclaración suplementaria: se habla de seguimiento no sólo en sentido
literal sino también metafórico (aplicado hoy). En ambos casos denota
dinamismo, movimiento; todo lo contrario a lo estático, a la inmovilidad.
“El que sigue debe moverse para no perder de vista al que va delante de él.
El seguimiento y la contemplación quieta se excluyen mutuamente”35
. Por
lo mismo, el discípulo se pone en camino, se mueve, está en proceso, no
instalado. No es estático, sino dinámico; camina con la vida36
. El verbo
“seguir”, es de movimiento, y el sustantivo “camino” denota un derrotero.
Es contrario a la actitud pasiva, de contemplación, o de búsqueda de una
santidad o perfección personal ascética.
Los discípulos seguían a Jesús porque estaban dispuestos a aprender del
“maestro”. No lo seguían por las enseñanzas en sí, sino por la persona de
Jesús y su misión evangelizadora, pues su prédica sintonizaba con las
esperanzas de sus seguidores. De hecho, Jesús nunca llamó a seguirlo para
establecer una relación maestro-aprendiz con el fin de enseñarles una
doctrina, sino para una relación de compañerismo (Mc 3,14; Jn 15,14s).
Entre ellos se estableció una relación de acompañamiento y de receptividad,
porque vivían, comían, descansaban y viajaban como grupo, como una
nueva familia (cf. Mc 3,32-35; 10,29-31), compartiendo su misión. En esa
convivencia y con enseñanzas a lo largo del camino, fueron aprendiendo
acerca del reino de Dios y lo que supone entrar en él.
Lo que unía a los discípulos a Jesús era su persona, que tenía una misión
concreta: anunciar la inmediatez del reino de Dios. No era Jesús al margen
del Reino, ni el tema del Reino al margen de Jesús. En ningún momento, ni
aún después de la Resurrección, se sugiere siquiera que fuera su enseñanza
lo que los unía a él. Por otro lado, Jesús no estableció un culto a su persona,
ni llamó a personas a ser sus servidores o sus esclavos.
“Vuestro maestro…”: el maestro y los discípulos
Con frecuencia se califica en los evangelios a Jesús como maestro (rabbí,
didaskalos)37
. Cuando se dirigen a Jesús como rabbí, maestro, no siempre
lo es por ser maestro docente, instructor, sino como un reconocimiento de
su liderazgo, como suele ocurrir en boca de sus discípulos (Mc 4,38; 5,35;
9,5; Mt 8,19; etc.). Recordemos la advertencia de Martin Hengel sobre la
equivocada interpretación del título rabbí aplicado a Jesús: en su tiempo no
era aún el título para los doctores de la Ley, sino un título de respeto38
.
Es un reconocimiento de su posición de superioridad, especialmente en lo
moral, por tanto como un “sabio”, cuyas palabras son las propias de un
maestro de la vida. Cierto, ocasionalmente se refieren a él en los evangelios
como “maestro” cuando es cuestión de enseñanzas (Mc 10,17; 12,14; Mt
10,24; 22,16.24.36; etc.). Al respecto, baste recordar que no era un maestro
al estilo rabínico, con aprendices que regularmente atienden a sus
enseñanzas formales, y se dedican al estudio39
. Como leemos en Mc 1, su
manera de enseñar era distinta: “enseñaba como quien tiene autoridad y no
como los escribas” (v.22.27), enseñaba con los hechos, no sólo con
palabras, es decir que enseñaba desde la vida misma entendida desde Dios.
Las llamadas “enseñanzas” de Jesús no tocan lo que antaño se entendía
como instrucción formal en un marco académico, ya sea como escuela
filosófica o a los pies de un rabino. Lo que aprendían de él eran lecciones
prácticas sobre la vida en relación al reino de Dios, no acerca de la Ley
como tal. Si hacía mención de la Ley era para aclarar la manera en que
había que entenderla: desde el hombre, no desde la jurisprudencia (Mc 2,27
par.). Más aún, Jesús no instruía interesado en que sus enseñanzas fueran
memorizadas y a su vez transmitidas como lecciones40
.
Los discípulos de Jesús no eran personas interesadas en estudiar una
filosofía o la Ley de Moisés, sino personas atraídas a vivir en comunidad
con él una “aventura” en la vida. No nos consta que alguno estuviese
apasionado por la Ley, como sí lo estaban los escribas y fariseos. Más aún,
Jesús cuando enseña, en los evangelios, aparece haciéndolo a diferentes
grupos, incluidos pecadores y publicanos, y no solo a los discípulos. En los
evangelios se incluyen enseñanzas dirigidas exclusivamente a éstos, pero
eso era la excepción, no la regla: lo más probable es que Jesús enseñara a
los que estaban en el momento junto a él, fueran o no seguidores suyos41
. Al
igual que hoy, a nivel del evangelio escrito las enseñanzas las escuchan
todos los lectores.
En los evangelios el verbo manthanô, aprender, ocurre sólo 6 veces42
. Si
apenas aparece “aprender”, y nunca en relación a alguien enseñando, es
porque “discípulo” no se entendía en el sentido de estudiante o aprendiz al
estilo griego o rabínico, sino en el de seguidor de alguien que va formando
escuela, partidario de un movimiento, como los seguidores de Juan Bautista
(Mc 2,18 par.; 6,29; Mt 11,2 par). Los de Jesús se diferenciaban de los
discípulos de los fariseos precisamente porque no eran estudiosos de las
Escrituras, sino más bien aprendían sobre la vida compartiéndola con él43
.
Ante la tendencia que arrastramos de ver la relación con Jesús en clave
doctrinaria, Martin Hengel cuestionó con fundamento la idea corriente que
el discipulado haya sido básicamente una relación maestro-aprendiz, lo que
lo acercaría al rabinato post-7044
. Jesús no era un rabino. Discípulo de Jesús
era el que lo seguía, que caminaba con él. Discipulado y seguimiento eran
dos lados de la misma medalla.
Los discípulos constituían una comunidad con Jesús; una comunidad
itinerante. Él les instruía en el camino porque eran sus compañeros en su
misión y, al hacerlos partícipes de ella, los preparaba para que la pudiesen
continuar: “arrojaban a muchos demonios y ungían con aceite a muchos
enfermos y hacían curaciones”, y anunciaban que el reino de Dios estaba
cercano (Mc 6,13 par.; Lc 10,9). Éste es otro rasgo distintivo, pues los
discípulos de los fariseos y rabinos no eran enviados en misión, y menos en
nombre de un rabino.
James Dunn nos recuerda que Jesús no estableció ninguna estructura u
organización; el seguimiento era espontáneo, “tenía un carácter
enteramente carismático. Ni estaba rígidamente estructurado ni se
caracterizaba por una planificación detallada. La apertura a los otros era
también una apertura a las mociones del Espíritu y a lo que cada ocasión
demandaba”45
.
Es notorio que la relación de Jesús con sus discípulos no era de poder,
supremacía o imposición, sino de compañerismo (cf. Jn 15,15: “los llamo
amigos”). En ningún pasaje de los evangelios Jesús exige obediencia de sus
discípulos, ni los trata a éstos como inferiores, súbditos o siervos46
. En
cambio les advierte que, siguiendo su ejemplo, nadie debe erigirse ni
sentirse superior a los demás: “El que quiera ser el primero, que se haga el
último…” (Mc 9,33ss), lo cual ilustran la escena de la búsqueda por parte
de los Zebedeos de posicionarse en el Reino (Mc 10,35-45) y,
ejemplarmente, sobre todo, el lavatorio de los pies (Jn 13).
El sentido de comunidad se celebraba especialmente en las cenas
compartidas ( table fellowship, Tischgemeinschaft). Más aún, es notorio que
Jesús no cenaba solo con sus discípulos cercanos cual círculo cerrado –a
diferencia de los fariseos, los esenios y asociaciones griegas– sino que eran
parte de ellas los tildados de pecadores, entre otros tradicionalmente
marginados. Jesús no estableció un gueto; muy al contrario,
sistemáticamente se oponía a las discriminaciones y las exclusiones (Mc
12,14 par.).
En las prédicas de Jesús no primó la enseñanza de reglas, leyes o ideas
intelectualizadas, que significasen que la salvación dependería del
asentimiento intelectual a “las verdades” conceptuales vertidas. Eso hubiese
reducido a Jesús al nivel de un maestro de escuela y hubiese hecho del
cristianismo una escuela gnóstica –como, de hecho, algunos más tarde lo
entendieron–.
Lo que define en sustancia al discípulo de Jesucristo es la disposición a
seguir al “maestro” por donde sea que el camino vaya conduciendo, aun si
termina en la Cruz: “¿Están dispuestos a beber la copa que yo voy a beber?”
(Mc 10,38; 8,34). No lo define la adhesión a una doctrina. En la medida en
que se asume como propia la visión de la vida y de Dios propia de Jesús, se
es realmente su discípulo.
Valga una acotación suplementaria. Algunos profetas de antaño vivían en
asociaciones o en círculos que se organizaban alrededor de ellos (1Sam 10;
18-19; 1Re 22), a cuyos integrantes se les llamaba “hijos de profeta(s)”
(benei hannabi)47
, y a su vez los llamaban “padre” (2Re 2,12; 6,2.12.21).
Pero los profetas no formaron escuelas académicas, como harán luego los
rabinos. De hecho, es notorio que ningún profeta en el AT hace mención de
la Ley o de Moisés. Sus “hijos” acompañaban al profeta y convivían con él,
y en el proceso aprendían informalmente y atesoraban sus oráculos, no con
el afán de luego asumir una suerte de profesión –es lo que distingue al
verdadero profeta: es carismático–, sino con el de transmitir el mensaje que
el profeta recibía del Señor. La relación modélica es aquella de Eliseo con
Elías, el profeta más notable. Sabemos que Isaías constituyó una suerte de
escuela, cuyos oráculos constituyen el actual libro con su nombre, y
posiblemente fue también el caso de Ezequiel y otros. Ahora bien, no es
imposible que la relación de Jesús con sus discípulos fuera como aquella de
tiempos de los profetas de antaño48
. Recordemos que a Jesús se le conocía
más con el manto de profeta que de maestro como tal49
.
¿Quiénes seguían a Jesús?
En los relatos evangélicos solamente al inicio de la misión de Jesús se
mencionan llamadas concretas a ciertas personas. Luego, sin más relatos de
vocaciones, nos enteramos de que había más personas que seguían a Jesús:
eran “los/sus discípulos”, entre los cuales se encontraban personas a las que
había sanado (Mc 3,7ss; Mt 4,24s; 9,27; 12,15; 14,13s; 20,29ss; Lc 9,11).
Es notoria la cantidad de veces que se menciona que personas lo seguían,
sin especificar para qué; simplemente “lo seguía(n)”. Una mirada atenta al
panorama revela que Jesús tuvo varios círculos de seguidores, unos más
íntimos que otros.
En los evangelios sinópticos nunca aparecen juntos los vocablos
discípulos y apóstoles, como si fueran dos grupos distintos. La razón es
simple: los apóstoles eran discípulos, ni más ni menos: Jesús “llamó a sus
discípulos y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles”
(Lc 6,13)50
. Estos vocablos designan cosas distintas: discípulos (mathêtai =
aprendices) se usa cuando se enfatiza el seguimiento de Jesús; apóstoles
(apóstoloi = enviados) subraya lo que el vocablo mismo denota: el hecho de
ser enviados en misión51
. En el evangelio según Juan nunca se habla de
apóstoles; aquí Jesús nunca envía en misión. Apóstol es reservado en los
evangelios para “los Doce”, pero en función del doble papel que juegan:
representan al nuevo Israel (doce tribus), y son los testigos primordiales
destinados a llevar a cabo la misión que les encomendaba (cf. Hch 1,21s)52
.
Sin embargo, “apóstol” no era exclusivo de los Doce (incluía a Pablo), pues
designaba una función en las iglesias (cf. 1Cor 4,9; 12,28s; 2Cor 8,23;
11,13; 1Tes 2,6)53
. En el grupo de los Doce destaca un trío más cercano a
Jesús: Pedro, Santiago y Juan (Mc 5,37; 9,2; 13,3; 14,33).
En lo que se refiere a los muy cercanos que seguían a Jesús, Hch 1,23
menciona a José llamado Barsabás y a Matías (que tomó el lugar de Judas).
Están además las mujeres: Juana esposa de Cusa, Susana, Magdalena,
María la madre de Santiago y José, y Salomé (Mc 15,40s par.; Lc 8,2s).
Llamados o atraídos a Jesús, podemos destacar a José de Arimatea,
calificado por Mateo y Juan como “discípulo”, aunque clandestino “por
miedo a los judíos” (Mt 27,57; Jn 19,38), y las referencias en Lucas de que
lo seguían “una multitud de discípulos” (6,17; 14,26s.33; 19,37)54
.
Posiblemente la Magdalena y las hermanas Marta y María estaban más
cercanas a Jesús que algunos de los Doce. Quizás debamos incluir también
a Bartimeo quien, tras ser curado, “se puso a seguir por el camino” a Jesús
(Mc 10,52).
¿Cuál era el denominador común que los hacía a todos igualmente
discípulos de Jesús? A los que llamó por nombre fue con un fin: trabajar
con él de cerca, para ser “pescadores de hombres”. Pero esto no era misión
de todos los que seguían a Jesús. De hecho, algunos apoyaban a esos
misioneros desde sus casas y con sus medios, por ejemplo las mujeres.
Jesús no llamó a todos a ser discípulos formal y explícitamente; a algunos
que lo querían seguir los envió a sus casas a predicar allí lo vivido con él,
como al endemoniado de Gerasa (cf. Mc 5,18s). No hay diferencia que se
detecte en los evangelios entre “los discípulos” y los Doce: para todos Jesús
es el maestro, y los requisitos y la misión son los mismos55
.
No había condiciones sociales, étnicas, religiosas, económicas, o de sexo,
necesarias para ser candidatos al seguimiento: Jesús incluyó a un publicano
(Leví) y a un celota (Judas), de posturas antagónicas, amén de los
pescadores. Ninguno destacaba por su apego a la religión; tampoco hay
algún estudioso de la Torá. Lo que sí se les pedía era la decisión de seguirlo
por donde fuera, por tanto estar libres de ataduras laborales o familiares que
se lo impidiesen.
Como vemos, Jesús no discriminó a la hora de aceptar discípulos. El
reino de Dios es para todos, y todos sin distingos están invitados. Su
mensaje rompe con la sociedad esclavista y jerarquizada de entonces al
establecer un nuevo orden social guiado por el amor indiscriminado e
irrestricto hacia los demás. Prueba de ello es que, si bien Jesús se concentró
en Galilea, eso no impidió que saliera hacia tierra de cananeos (Mc 7,24-30)
o a la Decápolis (Mc 5,1ss; 7,31), ni que acudiera al centurión romano (QLc
7,1-10; cf. Mc 5,1ss)56
; así lo entendieron los discípulos al ir a predicar
fuera de Palestina (cf. Gál 2; Hch 15), y así lo da a entender el cuadro del
juicio final en Mt 25,31-46.
Jesús reprueba a los discípulos que impedían que otros en su nombre
expulsaran demonios: “Quien no está contra nosotros, está con nosotros”
(Mc 9,40/Lc 9,50)57
. Como vemos, un rasgo llamativo del discipulado de
Jesús era su apertura. Jesús recusa todo intento de hacerlo un grupo
excluyente y exclusivo. Al reino de Dios se invita a pobres lisiados, cojos,
ciegos (Lc 14,13.21), a los desclasados e indignos según las pautas de
pureza ritual (los esenios, como los fariseos y saduceos, eran estrictos en
este punto), además de los que por “herencia” estaban invitados, los judíos.
Es así que Jesús define su familia como todos “los que hacen la voluntad de
mi padre” (Mc 3,35), es decir un círculo cada vez más amplio; de allí que
Pablo pudiese hablar de Jesús como el hermano mayor (Rom 8,15-17.29;
cf. 1Jn 3,11-18).
Las mujeres, a pesar del lugar secundario que ocupaban en las sociedades
antiguas, eran también parte de la “familia de Jesús”58
. La pregunta de si se
las consideraba discípulas hay que verla con la misma serenidad e
imparcialidad que amerita cualquier investigación seria; libre de las
pasiones con las que se suele cargar este tema. Empecemos por algunas
constataciones: (1) la información que poseemos sobre ellas es escasa, (2)
no tenemos ningún relato de un llamamiento a mujer alguna a seguir a
Jesús, (3) un número de mujeres acompañaban a Jesús, y (4) excepto por
Hch 9,36 (Tabitá), nunca se emplea el término discípulo/a para mujer
alguna o grupo de ellas.
Si bien los evangelios no mencionan ningún llamado específico a
mujeres, cosa que se comprende en la cultura judía, éstos sí dejan en claro
que Jesús no recusó a ninguna59
, y no sólo eso sino que, a decir de Lc 8,2s,
en su misión evangelizadora lo acompañaban “los Doce y algunas mujeres
que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que
se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer
de Chuzá, intendente de Herodes, Susana y otras muchas que ayudaban con
sus propios bienes”; eran mujeres con una cierta holgura económica. John
Meier60
estudió críticamente el valor histórico de este pasaje y concluyó que
en sustancia aquí Lucas “preserva un valioso recuerdo histórico” que
corresponde a la realidad que mujeres seguían a Jesús, al igual que varones,
algo culturalmente chocante en ese tiempo –de no haber sido histórico
Lucas lo habría probablemente omitido–. Según Mc 15,40s, durante la
crucifixión “había algunas mujeres mirando de lejos, entre las cuales se
encontraban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de
José, y Salomé, quienes, cuando Jesús estaba en Galilea, lo seguían
(êkolóuthoun) y le servían; así como otras muchas que habían subido con él
a Jerusalén” (vea también Jn 19,25). La constante es la Magdalena, que es
además la primera a la que se aparece Jesús luego de su muerte. Digna de
mención es la actitud de éstas que contrasta con la de los varones que
huyeron todos desde el prendimiento, hasta luego de la Resurrección. Esa
fidelidad y dedicación hasta acompañarlo al pie de la cruz, como bien dice
Meier61
, las califica como discípulas.
Ahora bien, nunca se usa el término discípulo (mathêtês) asociado a
mujeres, ni en su forma femenina. Pero eso no lo explica todo. Se puede
pensar que la tradición posterior, androcéntrica y patriarcal (cf. Mt 14,21),
censuró el empleo de la designación “discípulo” para mujeres que seguían a
Jesús62
. Pero, ¿por qué no se omitió simplemente las menciones que
indicaban el seguimiento de éstas? Porque era un dato histórico sólido y
significativo. No se usó el vocablo “discípulo” para las mujeres
probablemente porque se aplicaba exclusivamente a los varones (en hebreo
y arameo este vocablo existe solo en masculino, talmid/a’). En el mundo
judío, la relación maestroaprendiz se aplicaba solo entre varones; no se
conoce en el judaísmo palestino maestro alguno que tuviese discípulas. Por
otro lado, en griego, como en castellano, el plural “discípulos” es inclusivo,
no discrimina géneros, de donde no se puede excluir que algunos de los
pasajes que mencionan discípulos las incluyesen tácitamente. En Lc 19,37
se incluiría entre “toda la multitud de discípulos” a las mujeres que vinieron
con Jesús de Galilea (23,49.55). Más adelante, en Lc 24,6s el ángel dice a
las mujeres “recuerden cómo les anunció (a ustedes: elálêsen humín),
cuando todavía estaba en Galilea, que el Hijo del hombre debía ser
entregado…”: ese anuncio había sido hecho a “los discípulos” (9,22):
¿incluía mujeres? Cierto, esto no es prueba histórica de que se las calificara
como discípulas o que fueran consideradas iguales a los varones. Pero,
calificadas como tales o no, su cercanía y su seguimiento de Jesús invita a
pensar que eran tan discípulas como los varones63
.
El hecho que no se tenga un relato de un llamamiento a alguna mujer a
seguir a Jesús se entiende perfectamente dentro de la cultura palestina:
ningún extraño llamaría a una mujer, ni mujer alguna respondería a un tal
llamamiento. Además, no serían escuchadas como misioneras, pues el
testimonio de las mujeres carecía de valor. Si alguna siguió a Jesús sería a
pedido de ella y libre de compromisos familiares; probablemente serían
viudas, pues no abandonarían a sus esposos. Ciertamente no acamparían
con Jesús y sus discípulos varones durante sus periplos, pues la relación
socialmente aceptada entre un varón (Jesús) y una mujer estaba
estrictamente regulada por el código de honor social, además de las normas
religiosas64
.
Por todo esto, el admitir mujeres como discípulos era provocador y mal
visto aun entre los evangelistas que eran parte de esa cultura; en el rabinato
era simplemente impensable. Sin embargo, debió ser extraño que Jesús
aceptara que lo acompañaran, tanto como su repetida defensa de la dignidad
de las mujeres, y por eso la tradición lo recordaba65
. “Cuando Jesús admite
discípulas, quiere aliviar el puesto que ocupaba en la sociedad la mujer
oprimida y se propone contribuir a que se restituya a la mujer su dignidad
humana”66
. Es, además, de suma importancia recuperar el peso del hecho
que fueron las mujeres las primeras en ir a la tumba de Jesús, y que el
Resucitado se les apareciese antes que a los apóstoles y les encomendara
anunciar la buena nueva: ¿no era precisamente porque eran discípulas, y de
hecho las más fieles?
En resumen, es seguro que Jesús de Nazaret tuvo un número de mujeres
que caminaban con él como parte de su grupo de discípulos, inclusive desde
Galilea hacia Judea (Mc 15,40s; Lc 23,49.55). Tras su minucioso estudio
del tema John Meier afirmó que, “sean cuales fueran los problemas de
vocabulario, la conclusión más probable es que Jesús veía y trataba a esas
mujeres como discípulos”67
.
“Para ser pescadores de hombres”: propósito del discipulado
El primer relato de un llamado al discipulado especifica el propósito del
mismo: “los haré pescadores de hombres” (Mc 1,17 par). Marcos dice que
Jesús escogió a los Doce “para que estuvieran con él y para enviarlos a
predicar, con poder de arrojar a los demonios” (3,14s). En ningún momento
se indica, ni por asomo, que los llamaba para estudiar las Escrituras, o para
conformar un grupo de oración, o para dedicarse al culto o a la sinagoga. Si
Jesús se dedicó a anunciar el reino de Dios, los discípulos no podían hacer
otra cosa que compartir esa misión. Así como “el Padre envió al Hijo”, así
éste envía a sus discípulos (Jn 17,18). Por eso Jesús envió a los discípulos
en misión a anunciar el reino de Dios y a sanar enfermos (QLc 10,1-11;
9,1s). No los envió a enseñar una doctrina o un catecismo sino a hacer
presente, visible y creíble, tanto de palabra como de obra, el reino de Dios
expulsando “demonios” y sanando de toda dolencia y enfermedad.
Lucas es el único que mencionó un envío en misión de “discípulos”
aparte de “los Doce” (QLc 10,1ss), pero la misión de ambos no se distingue
en nada; es la misma que la de Jesús: acercar el Reino de Dios a los de
buena voluntad. Recordemos que los Doce eran discípulos que
conformaban un grupo con un sentido simbólico, representativo del Israel
renovado68
, abierto al reino de Dios predicado por Jesús. La Iglesia se
constituye apoyada en el testimonio de ese primer núcleo, pero la misión
evangelizadora no les es exclusiva, como lo atestigua Hechos. Fue la misión
de Jesús y el propósito de su vida, por lo tanto también del discipulado, el
dar paso al Reino de Dios, lo que debían transmitir los discípulos: “el
tiempo se ha cumplido; el reino de Dios está a su alcance (êngiken); crean
en esa buena nueva” (Mc 1,15). Es lo que enseñó a sus discípulos a orar:
“venga tu reino”. Aquí tendríamos que detenernos a explicar qué es ese
reino de Dios anunciado por Jesús69
….
Pero eso no era todo. Jesús los llamó para vivir en comunidad. Su
proyecto fue constituir un Israel basado en el mandamiento que engloba
“toda la Ley y los profetas”: “amarás a Dios… y a tu prójimo…” (Mc
12,28-31 par.). Por eso las instrucciones de Jesús a los discípulos son sobre
la manera de convivir entre ellos, pues “todos ustedes son hermanos” (Mt
23,9).
Su ideal era que vivieran como una comunidad que se caracteriza por su
fraternidad, y por un trato igualitario entre ellos y hacia todos los que se les
unieran: “tenían un solo corazón y una sola alma,…” (Hch 4,32). Jesús
criticaba todo intento de dominación, de superioridado de discriminación,
por tanto, debían constituir una comunidad abierta, no sectaria, ni cerrada
en sí misma, que entiende que el prójimo es indiscriminadamente
cualquiera que me necesita, ya fuese el samaritano, el leproso, la pecadora,
el pobre Lázaro, el ciego Bartimeo o el publicano Zaqueo.
“El que quiera venir…”: universalidad del discipulado
La llamada al seguimiento en los evangelios da la impresión que se
centra sólo en los Doce. Ya vimos que, aunque con una función distintiva,
los Doce eran discípulos al igual que los restantes. Si bien es cierto que un
grupo acompañaba a Jesús constantemente, también lo es que más personas
que aquellas destacadas por sus nombres lo seguían, y que las instrucciones
que daba a los calificados como sus discípulos, que pasaron a ser principios
de vida cristiana, son en esencia las mismas que compartía con todos los
que lo escuchaban. Veámoslo más detenidamente.
Hay dos llamadas de Jesús, distintas pero inseparables: la que hace a la
conversión y aceptación del reino de Dios, y la que invita a seguirlo
literalmente por los caminos de Galilea como discípulo suyo.
A diferencia de las llamadas a la conversión del Bautista a prepararse
para la venida del mesías, Jesús llamaba a aceptar el reino de Dios por él
predicado (Mc 1,14s), que supone una “conversión”. Esa se extendía a
todos, sin distinción: era universal. Es también lo primero que Jesús
encomendó a los discípulos a hacer en su misión (Mc 6,12), y a eso invitaba
a través de parábolas. A los pueblos galileos les recriminaba no haberse
convertido y aceptado su predicación (QLc 10,13-15; 11,32). En cambio, la
familia de Jesús son todos “los que hacen la voluntad de Dios” (Mc 3,35
par.).
En lengua semítica, conversión, shub/tub, retornar (LXX epistréphein),
era volver a los caminos del Señor, como predicaban los profetas70
. El
vocablo griego metanoein, cambiar de mentalidad, con su tono de
arrepentimiento, es más abstracto y moralista71
. En ambos casos se trata de
cambiar la orientación de la vida enrumbándola por el camino del Señor. En
boca de Jesús era la exhortación a aceptar el camino al reino de Dios que él
mediaba, y se dirigía a todos.
No todos los que acogieron la prédica de Jesús fueron invitados a
seguirlo, ni todos de hecho lo siguieron por Galilea, menos hasta el final del
camino. Aquellos privilegiados a quienes Jesús llamó por su nombre fueron
convocados sustancialmente “para ser pescadores de hombres”, y se
constituyeron en el modelo del misionero itinerante. La Iglesia preservó
esas memorias porque también tenía misioneros, y los que estuvieron con
Jesús son una suerte de arquetipos. Fueron invitados a compartir con Jesús,
pues solo viviendo con él comprenderían lo que deberían anunciar;
viviendo lo que Jesús vivía podían hacer lo que él hacía. Los Doce son
destacados como los garantes de esa tradición para la Iglesia. Así también
lo entendió la tradición de la que se alimentaron los evangelistas. De aquí el
empleo del vocablo mathêtês, pues aprendieron con y de Jesús el mensaje
evangélico, para luego transmitirlo a otros, haciendo de éste un mensaje
universal (Mt 19,28).
A propósito de esta universalidad, Marcos relata que en cierta ocasión
Juan le contó a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre
echaba fuera demonios, pero él no nos sigue, y se lo prohibimos porque no
nos seguía72
. A ello Jesús replicó: “No se lo prohíban, porque ninguno hay
que haga milagro en mi nombre, que luego pueda hablar mal de mí, pues el
que no está contra nosotros, por nosotros está” (9,38-40). El episodio, que
está narrado desde la perspectiva de la Iglesia (“nosotros”), es elocuente; no
necesita explicación alguna.
La salvación nunca estuvo ligada al seguimiento físico como tal, sino a la
acogida de la predicación sobre el reino de Dios73
. Recordemos que Jesús
no se predicó a sí mismo, sino que anunciaba el reino de Dios y apelaba a
que se acogiese esa buena noticia. La opción era por el reino de Dios, no
por la persona de Jesús en sí misma y por sí misma. Su condenación de
Corazaín, Betsaida y Cafarnaúm fue por hacer caso omiso de su
predicación, no por el poco aprecio que pudiesen tener por su persona (QLc
10,13-15).
El llamamiento o la invitación a seguir literalmente a Jesús por Galilea
era un paso radical, que sin embargo no era obligatorio para tener parte en
el Reino. Si todos los que aceptaban la Buena nueva hubiesen seguido a
Jesús, habría caminado rodeado por una creciente multitud –pensemos en
los “miles” que tuvieron que ser alimentados un atardecer (Mc 6,34-44
par.)–. Es impensable que la aceptación de la Buena nueva sólo fuera
posible si se dejase familia, casa, posición, empleo, etc. Eso lo hubiese
hecho elitista, como advirtió José María Castillo74
, pues sólo lo hubiesen
podido hacer los más osados o los que careciesen de obligaciones
familiares. Pero la predicación de Jesús no era elitista precisamente por
cuanto dejaba la opción abierta y, lo siguiesen literalmente o no, la
aceptación de su predicación los constituía en parte de su “familia”. El
desprendimiento de los discípulos era radical con miras a caminar con él
por Galilea para luego ser continuadores de su misión. Una cosa es la
aceptación del reino de Dios predicado por Jesús, y otra la posibilidad de
ser misionero itinerante.
En Mc 8,34 Jesús,”llamando a la muchedumbre juntamente con sus
discípulos, dijo: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz, y sígame”. Eso significa (1) que la invitación era abierta a
todos, no excluyente; (2) que no era necesario un llamado personalizado; y
(3) que el camino del discipulado es posible si se aceptan las condiciones
expuestas. El énfasis está en la condición “niéguese a sí mismo”, giro
semítico que equivale a descartar el egocentrismo, que en otro momento se
especifica como “dejarlo todo” (Mc 10,21s.28), despojo que incluye la vida
misma frente a las adversidades que surgen por el compromiso de seguir a
Jesús. Ese llamado es universal, no sólo para un grupo escogido. La
invitación de Jesús a dejarlo todo para seguirlo (metafóricamente) es una
invitación a la conversión cara al reino de Dios; un corte radical con el
pasado, un “no mirar para atrás” (Lc 9,62). Notemos que no hay amenazas
ni condenas para quienes no acepten la invitación –éstas aparecerán más
tarde en la Iglesia.
Como vemos, el rasgo distintivo de los que caminaban estrechamente
unidos a Jesús por Galilea fue el hecho de dejar de manera radical sus
familias y posesiones para deambular con él con el mínimo necesario, para
ser parte de su misión y poder continuar lo que veían y aprendían de la
convivencia con él, es decir ser “pescadores de hombres”75
. Ésta era una
opción radical.
El famoso joven rico que quería asegurarse la vida eterna no estuvo
dispuesto a desprenderse de sus posesiones y por ello no aceptó la
invitación a seguir a Jesús, pues entre ambos se interponía su apego a las
riquezas (Mc 10,17-30 par.). La sentencia “No se puede servir a dos
señores…” (QLc 16,13) lo expresa claramente: no se puede aceptar y vivir
el reinado de Dios y aferrarse a lo que lo impida, empezando por el apego al
dinero. Se sirve a Dios sirviendo a las personas, empezando por las más
pobres, desvalidas y marginadas, como claramente enseñó Jesús con su
vida.
En resumen, lo que incorporaba a la esfera de Jesús era aceptar la buena
nueva del evangelio, sin que necesariamente se tuviese que caminar por
Galilea con él. Las bienaventuranzas, las advertencias sobre la primacía del
mandato del amor a Dios y al prójimo, y éste como clave hermenéutica para
entender la Ley y los profetas, así como las invitaciones a aceptar el reino
de Dios, que son lo sustancial y distintivo del movimiento de Jesús de
Nazaret, son para todas las personas, sin necesidad de ser llamadas
individualmente. El llamamiento individual a los Doce fue con el propósito
de prepararlos para continuar y extender su predicación de la Buena Nueva,
como de hecho leemos en el “primer ensayo” en Mc 6,6-13 par. El anuncio
del reino de Dios y la invitación a aceptarlo era para todas las personas, sin
distinciones ni restricciones, como lo ilustran claramente sendas parábolas
del reino.
II. Después de Pascua
A la muerte de Jesús, fue imposible referirse al seguimiento en sentido
literal, entre otras razones, porque la proclamación del hecho inaudito que
el crucificado de Nazaret había resucitado, adquirió una tal importancia que
opacó lo que fuera el centro de su prédica: el reino de Dios. De hecho, el
seguimiento físico de Jesús era propio de ese tiempo histórico. Tras la
Resurrección, se entendió que el discipulado es de otra índole: una adhesión
a Jesucristo por la fe y la aceptación de su camino de vida. Pero seguía
siendo cierto que la relación personal con Jesucristo era indispensable para
ser “discípulo”; es la esencia del cristianismo76
.
“El que cree se salvará”
Después de Pascua los discípulos empezaron a proclamar el kerigma:
“¡Jesús de Nazaret, que fue crucificado, ha resucitado” (Mc 16,6). Esta
sencilla proclamación conllevaba inseparablemente la implicación que, si
Dios lo había resucitado entonces era Dios mismo quien le había confiado
esa misión. Él era el mesías y su anuncio del Reino era realmente “de
Dios”, y por tanto, el evangelio anunciado por Jesús se mantenía vigente.
Lo primero era reconocer este hecho y convertirse a él (Hch 2,37s), por
eso los discípulos anunciaban y predicaban ahora a Jesús, no sus
enseñanzas. Igual hizo luego Pablo. Ya no se hablaba de la conversión con
miras al Reino, sino de la conversión a Cristo –una visión soteriológica
centrada en la persona de Jesucristo–. La cuestión es en qué consiste esa fe,
y qué tipo o de qué manera se vive la conversión a Cristo y la fe en él: ¿era
una unión mística, del tipo de las religiones mistéricas? ¿O más bien se
refería al modelo de vida que había sido el camino recorrido por Jesús de
Nazaret? Definir la conversión y la fe en Él era lo primordial; las
enseñanzas venían en un segundo momento, el de la catequesis.
Como hemos visto, en tiempos históricos de Jesús la relación entre sus
discípulos y él había sido en términos de seguimiento físico por los caminos
de Galilea, que por cierto suponía confianza en él. La fe mencionada en
relación al Jesús histórico es aquella de la confianza básica en una persona
que vivía entre ellos, por eso se asocia a las curaciones, donde “fe” es el
acto de confianza en que Jesús podía sanar por el poder de Dios: “tu
fe/confianza te ha salvado” (Mc 5,34; 10,52; Lc 7,50; 17,19). El objeto de
la fe no era Jesús sino Dios, a quien Jesús predicaba. El que sana es Dios
por mediación de Jesús. Notoria es la feconfianza de dos paganos destacada
en los evangelios: la de la sirofenicia (Mc 7,27ss) y la del centurión (“no he
encontrado fe semejante en Israel”: Mt 8,10).
“Mientras el ‘predicador’ no vino a ser el ‘predicado’ [que se dio a partir
de Pascua], no se identificaron ‘seguir’ y ‘creer’, ni los ‘discípulos’
vinieron a ser comunidad creyente”77
. En otras palabras, después de la
Resurrección quedaron sin efecto los límites espaciotem-porales del
seguimiento físico de Jesús, cuando ya no podía seguírsele literalmente y se
empezó a hablar de fe, entendida como unión con él mediante el Espíritu.
La relación con Jesucristo se daba ahora en términos de fe teologal, de una
relación interpersonal en otra dimensión que la de la cercanía física.
El primer paso que el NT pone de relieve sistemáticamente es creer que
Jesús resucitó. Eso significa admitir que él ha sido reivindicado por Dios
como EL mesías, el hijo de Dios (Mc 1,1). Es el tenor del diálogo de los
discípulos que iban camino a Emaús (Lc 24,21s), y el de los relatos de los
primeros encuentros con el Resucitado. Quien ahora fundamenta la
comunidad es el Resucitado, ahora calificado como kyrios.
El compromiso de fe se expresa por medio del bautismo “en el nombre
de Jesucristo” (Hch 2,38; 8,16; 1Cor 1,13). Por el bautismo el creyente “ha
muerto y resucitado con Cristo” (Rom 6,4), se ha “revestido de Cristo” (Gál
3,27) –Juan habla de “nacer en agua y Espíritu” (3,5s)–. Ésta era la
comprensión que tenía Pablo, convertido al cristianismo no muchos años
después de la muerte de Jesús78
. El nunca empleó el vocablo discípulo para
designar al creyente, ni habló de seguimiento de Jesús, en cambio con
notoria frecuencia habló de fe en Él, de unión, adhesión a su persona como
una relación interpersonal, como más tarde recalcará el evangelista Juan.
Se trata de asimilar un estilo de vida de una persona que lo es todo para el
creyente. Es vida en el Espíritu de Jesús.
Fe es un encuentro que paulatinamente lleva a una compenetración,
imbuido del mismo espíritu que animaba a Jesús, hasta tener sus mismos
sentimientos (Fil 2,5)79
. La relación fundamental de fe supone apertura al
Espíritu, el que animaba a Jesús, que nos mueve a clamar “abba, padre”
(Gál 4,6; Rom 8,15)80
. Se establece así una relación existencial a nivel
interpersonal con Jesucristo en cuanto Señor, el glorificado, por eso objeto
de culto. La fe ha tomado el lugar del seguimiento o, dicho en otros
términos, el seguimiento físico se da ahora en la fe teológica en Jesucristo.
Es notorio que, mientras los evangelios sinópticos destacan el seguimiento
de Jesús, el cuarto evangelio habla de fe en Jesús.
Cuando Pablo habla reiteradamente con diferentes giros de fe en
Jesucristo, lo hace consciente de que es una relación interpersonal con la
persona de Jesucristo, aquel que se le apareció camino a Damasco, no como
una noción o una idea, es decir que no es una simple admisión de
“verdades” intelectuales o bíblicas. El cristianismo no es una gnosis ni la fe
una ideología. Más aún, esa “fe” en Jesucristo conlleva la obligación de
vivirla consecuentemente. El indicativo (fe) demuestra su autenticidad en el
imperativo (ética)81
.
Como vemos, tras la Resurrección, el seguimiento adquiere una
configuración nueva, distinta de aquella que tuviera durante la vida
histórica de Jesús. Su eventual institucionalización dará origen a la Iglesia,
con lo que se le da estabilidad, identidad clara, y durabilidad.
“¿Qué hacen parados mirando al cielo?”
Para ser “cristiano” es necesario seguir el derrotero trazado por Jesús de
Nazaret. Cierto, ya no puede ser un seguimiento literal por Galilea, pero sí
un proseguimiento del “camino” en el perseguimiento de Jesucristo. Eso es
lo que precisamente pusieron de relieve los evangelistas. La invitación de
Jesús, “el que quiera venir en pos de mí...” (Mc 8,34), sigue vigente y su
aceptación configura al discípulo hoy. El seguimiento se materializa
recorriendo el camino de vida vivido por Jesús de Nazaret, en cuanto
carácter y en cuanto misión. Por eso el Apocalipsis podía afirmar que los
fieles “siguen al Cordero donde sea que vaya” (14,4).
Después de la Resurrección se habla de seguimiento metafóricamente:
adoptar un comportamiento similar al que tuviera Jesús mientras vivía
físicamente; un vivir como él prosiguiendo el camino que había empezado y
trazado, el que invitaba a todos a asumir, ahora guiados por “el Espíritu” de
Cristo. Por eso era importante, como lo preservó y puso de relieve Marcos,
recordar el recorrido histórico de Jesús y sus discípulos. De aquí también la
importancia de los testigos oculares, que atestiguan no solo que Jesús vivió
y que resucitó, sino que era el mesías, el enviado definitivo de Dios, con
todo lo que esto implica.
En efecto, el gran aporte de Marcos –retomado por Mateo y Lucas–, ha
sido poner en primer plano mediante su versión del evangelio el
seguimiento de Jesús como constitutivo, y haber extendido el vocablo
discípulo(s) más allá del sentido literal originario, usándolo en no pocas
ocasiones en un sentido metafórico (vea el capítulo dedicado a Marcos). Al
poner en primer plano al Jesús histórico salva de la trampa de convertir la fe
en una suerte de ideología, y de reducir a Jesucristo a la dimensión de un
ser mítico, o la de hacerlo una divinidad a la que se accede sólo por una
unión mística, o mediante ciertos ritos de comunión espiritual al estilo de
las religiones mistéricas de antaño.
Marcos puso de relieve el reino de Dios como objeto y meta insustituible
y central para el cristiano. Como resaltaron los sinópticos –y por eso se
escribieron–, el seguimiento no era para venerar a Jesús sino que conllevaba
una misión concreta: anunciar el reino de Dios o, como se dirá en tiempos
pospascuales, para “la salvación”82
. Es importante subrayar esto. Se evitaba
así la concentración mística y devocional para poner de relieve el
compromiso humano especialmente con los pobres y los relegados, que era
lo característico en Jesús de Nazaret (cf. Lc 4,18ss; Mt 5,3-6; Mc 6,12).
A diferencia de Lucas y Juan, que presentan los encuentros con el
resucitado en Jerusalén, los evangelistas Marcos y Mateo los situaron en
Galilea. La razón se deja fácilmente entrever: entendieron que, de lo que se
trataba era de retomar el hilo del proyecto de instauración del reino de Dios
que había sido interrumpido en Jerusalén. Willi Marxsen observó que en la
narración de Mc Galilea es más que un lugar geográfico: en su sentido
simbólico es representativo del cristianismo viviente desde Pascua (ver Mc
16,7; 14,28: en Galilea lo verán; Mt 28,7.10.16; Jn 21,1)83
. Por tanto, hay
una continuidad entre la Galilea del Jesús histórico y la del Resucitado. En
Galilea se dieron las primeras vocaciones, y en Galilea se dan los primeros
reencuentros pascuales, y todos los que vayan al encuentro con Jesucristo
están invitados a seguirlo en “Galilea”. Se establece así la continuidad.
Galilea fue el lugar del seguimiento que en un primer momento fue físico,
literal, debido a un llamamiento, y que después de Pascua lo es por la fe y
se traduce en asumir el camino vivido por Jesús de Nazaret. Esto remite al
camino histórico de Jesús de Nazaret como patrón y guía, como referencia
fundamental que garantiza la continuidad y la fidelidad con el proyecto de
Jesús. Por lo mismo, los “discípulos” en los evangelios son los personajes
históricos de antaño pero que son presentados como representantes de los
cristianos en general. Los evangelistas entretejieron las experiencias
actuales de su discipulado84
con las memorias del pasado transmitidas
mediante la tradición durante varias décadas.
Es notorio que Hechos mencione al inicio que Jesús “por espacio de
cuarenta días les hablaba del reino de Dios” (1,3), y al final que Pablo en
Roma “predicaba el reino de Dios a todos los que venían a él y enseñaba lo
que se refiere al Señor Jesucristo” (28,31; cf. 20,25). Felipe, el predicador
en Samaria, anunciaba “el evangelio del reino de Dios y el nombre de
Jesucristo” (8,12); igual hizo Pablo luego (14,22; 19,8), quien resumió su
misión a los Efesios como “entre quienes he pasado predicando el reino de
Dios” (20,25), y así hará también en Roma (28,23). Lucas resaltaba así la
vigencia de la predicación del Jesús histórico como parte esencial de la
prédica cristiana. Por lo mismo se refiere en Hechos a los cristianos como
discípulos, y al cristianismo como “el camino” (9,2; 19,9.23; 22,4;
24,14.22), con lo que destacaba la continuidad con el tiempo de Jesús de
Nazaret.
Más tarde Juan, en su versión del evangelio, empleó el término discípulo
para designar a las personas cercanas a Jesús, al mismo tiempo que definía
la relación salvífica como una de índole interpersonal que llamaba “fe”
(crean en mí). De hecho, el cuarto evangelio es el que nos ha legado la
impresión de que Jesús de Nazaret exigía fe (teológica) en él, cosa que
brilla por su ausencia en los sinópticos. Éste es el evangelio de la fe en la
persona de Jesús el Cristo, el enviado del Padre, fe que da la vida eterna
pues él, y no otro, es “el camino, la verdad y la vida” (14,6). La misión del
discípulo es dar testimonio de Jesucristo (15,27).
En el cuarto evangelio, discípulo es todo el que cree en Jesucristo;
seguirle es aceptar en fe a Jesús como revelación de Dios (9,28). Seguir
viene a ser sinónimo de creer, como se ve en 12,44 donde creer (pisteuô)
sustituye a seguir (akoloutheô), y en el paralelismo en 6,35 entre “el que
viene a mí” y “el que tiene fe en mí”. Las ovejas siguen al pastor al oír su
voz (10,3s.27).
En resumen, por todo lo dicho debemos tomar nota de la advertencia de
Martin Hengel que, “a priori, las acepciones traslaticias de ‘seguir’ o ‘ir
detrás’ en el sentido de ‘creer’ o de ‘obedecer’ están totalmente
injustificadas. Más bien habría que distinguir entre la interpretación
posterior de ‘seguir’ en los evangelios y el sentido original de la llamada de
Jesús a ‘seguirle’”85
. Si se habla de “seguir” a Jesucristo después de Pascua,
es porque se entiende que el cristiano se enrumba en un camino –como
también se llama al cristianismo– es decir en un estilo de vida, una
orientación fundamental, que va tras alguien, Jesucristo: “mis ovejas
escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,27, pospascual).
El que sigue se mantiene cercano: “El que quiera servirme, que me siga, y
donde yo esté, estará también mi servidor” (Jn 12,26).
“Hagan discípulos a todos los pueblos”
Ser cristiano es ser discípulo de Jesucristo. Es el encargo que leemos al
final de Mt: “hagan discípulos míos a todos los pueblos” (28,19). Es así
como Juan entendió al cristiano y lo presentó en su evangelio, y también
Lucas en Hechos. Discípulo pasó a ser una suerte de definición en el
cristianismo naciente del cristiano, la cual remite a una relación con Jesús
de Nazaret, el histórico, que tras la crucifixión vive glorificado. Él es el
fundamento de la Iglesia, la piedra angular (Hch 4,11; 1Cor 3,11; Ef 2,20;
1Pdr 2,6s). En él está el referente decisivo. Por tanto, discípulos son todos
los cristianos, sin excepciones. No son una categoría especial, o un
estamento diferenciado dentro del cristianismo. El término “discípulos” no
quedó prisionero del pasado, limitándose a los que caminaron con Jesús por
Galilea.
Como ya he apuntado, es en el cuarto evangelio y en Hechos en
particular donde encontramos el término discípulo empleado en el sentido
de cristiano. Discípulo, mathêtês, es el que cree en el Hijo enviado por el
Padre: “Si permanecen en mi palabra son verdaderamente discípulos míos”
(Jn 8,31); “En esto conocerán todos que son discípulos míos: en que se
aman unos a otros” (13,35); “En esto será glorificado mi Padre: en que den
mucho fruto y así manifiesten ser mis discípulos” (15,8). Discípulos son los
que siguen al buen pastor, los que conforman las ramas de la vid verdadera,
los que permanecen fieles a Jesús, y poseen “el otro Paráclito”.
Lucas empleó “discípulos” en Hechos de los Apóstoles para referirse a
los cristianos (30 veces). En efecto, excepto por 9,25 y 19,1, a partir de 6,1
mathêtês designa a los cristianos como tales, sin restricciones –no solo los
que estuvieron antes con Jesús (en 9,10 Ananías es llamado “discípulo”,
aunque no estuvo con Jesús; en 16,1 lo es Timoteo; igualmente Mnasón en
21,16)–. Según 6,7 discípulos son los que “abrazaron la fe” –por eso dudan
en Jerusalén si Pablo era discípulo, o sea si creía86
–.
El hecho de que no aparezca el término discípulo en el resto del NT es un
indicio de que éste no era el término con el cual se designaba comúnmente a
los cristianos87
. La excepción es Hechos, y eso probablemente porque Lucas
quería resaltar la continuidad entre el tiempo prey el post-pascual (por eso
ocurre sólo en las partes narrativas). Excepcionalmente se encuentra este
término en los padres de la Iglesia, entre los cuales destaca Ignacio de
Antioquía, que lo usó primordialmente en referencia al martirio (para él, el
verdadero discípulo es el mártir)88
. Ignacio usó ocasionalmente mathêtês
para designar al cristiano como tal (Pol 2,1; Mag 10,1).
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  • 1.
  • 2. El que quiera venir conmigo Discípulos según los evangelios
  • 3. CEP - 295 - 2006 EL QUE QUIERA VENIR CONMIGO. DISCÍPULOS SEGÚN LOS EVANGELIOS © Eduardo Arens, Luis Alberto Ascenjo, Manuel Díaz Mateos ISBN: 978-612-4260-45-2 Código de barras: 9786124260452 1ª.edición, 1ª reimpresión, febrero 2007 Tiraje: 500 ejs. 1ª.edición, 2ª reimpresión, abril 2015 Tiraje: 50 ejs. 1ª.edición, 3ª reimpresión, mayo 2017 Triaje: 100ejs 1ª.edición digital : junio 2018 Carátula y diagramación: Centro de Estudios y Publicaciones (CEP) © Instituto Superior de Estudios Teológicos Juan XXIII Alfredo Cadenas 190, Pueblo Libre Telf.: 461-6550 © Instituto Bartolomé de Las Casas Belisario Flores 687, Lince Apdo. 11-0273, Lima-Perú Telf.: 472-3410 Fax: 472-5853 E-mail: bartolo@bcasas.org.pe http://www.bcasas.org.pe Editor titular del proyecto editorial © Centro de Estudios y Publicaciones (CEP) Belisario Flores 681, Lince Apdo. 11-0107, Lima 11, Perú E-mail: cep@cep.com.pe Tienda virtual: www.cep.com.pe Junio 2018
  • 4.
  • 5.
  • 6. Índice Introducción 1. Ven y sígueme La Naturaleza del discipulado según los evangelios EduardoArens I. En Tiempos de Jesús de Nazaret II. Después de Pascua Reflexión pastoral: Seguimiento e imitación de Cristo 2. El seguimiento hoy Eduardo Arens 3. El discípulo según marcos Manuel Díaz Mateos A. “Llamó a los que quiso” (Mc 3,13) B. “No habían comprendido lo de los panes” (Mc 6,52) C. “Los que seguían iban con miedo” (Mc 10,32) D. “¿Tienen ojos y no ven?” (Mc 8,18) E. ¿De quién somos discípulos? 4. El discípulo según mateo Luis Alberto Ascenjo A. Fidelidad y autenticidad (Mt 5-7) B. La exigencia comunitaria: primera misión del discípulo (Mt 18) C. Dos modelos de Iglesia (Mt 23)
  • 7. 5. El discípulo según lucas Eduardo Arens A. Observaciones lingüísticas B. Al filo del evangelio C. Síntesis 6. El discípulo según juan Eduardo Arens A. El discípulo juánico B. Personajes representativos C. El discípulo en la trama juánica Reflexión pastoral: Invitación a mirarse al espejo 7. En busca de la identidad "Si permanecen en mi palabra, seran de verdad discípulos míos" (Jn 8,31) Manuel Díaz Mateos Bibliografía
  • 8. Introducción Una de las características de la posmodernidad es la crisis y eventual pérdida de identidad, acentuada por la globalización y por las migraciones de diversa índole que desarraigan, y que produce un expansivo pluralismo y una suerte de relativización de las verdades1 . Es en el Occidente, de raigambre cristiana, donde la posmodernidad ha florecido. Una de sus víctimas es el cristianismo2 . Es así como el sustantivo, igual que el calificativo, es usado en una variopinta gama de sentidos, para todo tipo de empresas que poco o nada tienen que ver con Jesucristo. Esto corresponde a una cultura, la cristiandad, que no necesariamente es cristiana –no tiene a Jesucristo como referente normativo–. No sólo eso, sino que movimientos religiosos contrapuestos se presentan como cristianos, además del hecho que las más variadas explicaciones sobre un mismo tema se presentan todas como verdades cristianas, cuando en realidad no pocas veces son un sincretismo a la carta. No extraña, por lo dicho, que una de las preguntas acuciantes en la actualidad sea la de la identidad. Ésta se plantea también en relación al cristianismo: ¿qué es “ser cristiano”? ¿Qué lo define y distingue? Por lo pronto, por su misma raíz, tiene que ver con “Cristo”. Sólo si tiene como referente a Jesucristo puede hablarse válidamente de ser cristiano. Eso supone conocer tanto la persona de Jesucristo como su propuesta y el proyecto que compartió con sus discípulos y luego les encomendó –que es tema de la cristología y de la eclesiología–. Esto nos lleva al vocablo más característico en los evangelios para designar a los que “seguían a Jesucristo”: sus discípulos. Diferentes iglesias y grupos “cristianos” se proclaman ser discípulos/seguidores de Jesucristo, no pocas veces apelando a las Escrituras, y sin embargo a menudo están contrapuestos. Por eso queremos exponer en esta colección de estudios de los Evagelios qué significa ser un discípulo de Jesucristo, desde la mirada en y por el Maestro. ¿Qué
  • 9. vinculaba afirmativamente a las personas calificadas como discípulos con Jesús, y qué las calificaba como tales? Más aún, el concepto de “seguimiento”, con el que es inseparable, se traducía en actitudes concretas distintivas: ¿cuáles eran o debían ser ésas? ¿Qué distinguía al discípulo de Jesús de los del Bautista y de los fariseos? En resumen, ¿qué conlleva y supone el seguimiento de Jesucristo? Por otro lado, la cuestión del discipulado es inseparable de la historia de la Iglesia. Sus raíces profundas están en la comunidad de seguidores de Jesús de Nazaret en Galilea. Tras la Resurrección los mismos se reconstituyeron para formar la primera comunidad de creyentes en el Señor transfigurado, la cual, receptora del Espíritu santo, predicaba y atestiguaba el kerigma, de manera que empezó la expansión de comunidades de discípulos del Señor. La Iglesia es, en sustancia, la comunidad de seguidores de Jesucristo. Es la comunidad de los que se han dejado ganar el corazón por el Señor, por la causa que dio sentido a su vida, y tratan de contagiar a otros ese sueño haciéndolos también discípulos. Por influencia de las estructuras grecorromanas, se empezó a considerar como cristiano a todo aquel que pertenece a la Iglesia, no por su conformidad con el evangelio, sino por haber sido ritualmente bautizado. Y esto sigue siendo una realidad hoy. Es la definición jurídica. De hecho, “se acepta –tácitamente– que la Iglesia no tiene que estar configurada por el evangelio, por la conversión al mensaje de Jesús y por el seguimiento de Jesús, sino por otras cosas: la aceptación teórica de unas verdades, la práctica de ciertos ritos religiosos y el hecho elemental de no insubordinarse públicamente contra la autoridad eclesiástica”3 . Para el observador acucioso la Iglesia no coincide en todo con el evangelio. La gente lo ve y critica, y una lectura atenta de los evangelios lo pone en evidencia; es parte de la prédica de “los evangélicos”. De hecho, “sabemos que, en la Iglesia, hay mucha gente que ni sigue a Jesús, ni pretende seguirle de modo alguno. La Iglesia se define, se delimita y se configura por otras causas: por las creencias religiosas y por las prácticas sacramentales…. Por lo tanto, en el modelo oficial de la religión, que la Iglesia presenta en el mundo y en la sociedad, no entra el seguimiento de Jesús. Ahora bien, en eso reside una de las dificultades más serias que hoy entraña la tarea de seguir a Jesús”4 . No
  • 10. nos brota relacionar el cristianismo con la persona de Jesucristo, y menos con el discipulado5 . El teólogo Julio Lois empezó una conferencia magistral sobre “¿Qué significa ser cristiano como seguidor de Jesús ?” con una observación que veinte años después sigue vigente: “¿Acaso no es obvio que ser cristiano es, precisamente, ser seguidor de Jesús? Sea cual sea nuestro criterio actual en este punto la verdad es que, de hecho, históricamente hablando, no parece tan obvia esa identificación entre existencia cristiana y seguimiento de Jesús. A la hora de determinar en qué consiste la identidad cristiana se le ha dado y se le da valor autónomo a la aceptación intelectual del “depósito revelado”, a la confesión puramente verbal, al cumplimiento puntual de esta o aquella práctica religiosa…, al margen del seguimiento”6 . Más aún, es frecuente escuchar de personas que se consideran cristianas porque son “buenas”, cumplen los mandamientos y no hacen daño a nadie. Otras se consideran cristianas por el hecho de creer en Dios. Pero, ¿dónde queda la persona de Jesucristo? Recordemos lo que escribió Benedicto XVI al inicio de su primera encíclica: “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Por todo eso, es alentador y significativo que, como buen teólogo y atento a los signos de los tiempos, el Papa Benedicto nos proponga como eje de las reflexiones para el encuentro del CELAM en Brasil, “Discípulos y misioneros de Jesucristo”, y que ponga Jn 14,6 como Leitmotiv: “yo soy el camino, la verdad y la vida”7 . Es ocasión para revisar nuestra identidad cristiana mirándonos en el espejo del Nuevo testamento, especialmente los evangelios canónicos, en ánimo de limpiar nuestro rostro de manera que sea visible el derrotero seguido por Jesús de Nazaret, con el cual en principio estamos comprometidos en calidad de discípulos suyos –más aún los llamados por nombre propio al seguimiento y encomendados a ser “pescadores de hombres”. Sin embargo, observamos que, en preparación a esta Conferencia, la carga está siendo puesta en la tarea de misioneros, y no pocas veces con un espíritu más proselitista que evangelizador –p. ej. una preocupación
  • 11. obsesiva con el crecimiento de “las sectas”– asumiendo que está zanjada o que es de secundaria importancia la cuestión del discipulado. Con este libro queremos llamar la atención precisamente al hecho de que no se puede ser auténticamente “misionero de Jesucristo” si no se es auténticamente “discípulo de Jesucristo”. Y que la identidad cristiana se da precisamente en su carácter de discipulado; de ser discípulos de Jesucristo. En el binomio “Discípulos y misioneros” la cópula “y” no es de yuxtaposición sino de conjunción. Como sea, no debemos entender ser “misioneros” en el sentido de predicadores de ideas, doctrinas o ética, sino en su sentido primigenio de testigos del amor de Dios manifiesto en Jesús y propuesto como camino de vida. Nadie puede ser misionero de Jesucristo si no es su discípulo, si no vive una experiencia de fe en y con él. Si no es así, se arriesga caer en el proselitismo, y trastocar la fe en una ideología, con lo que se desliza en el fundamentalismo. Somos testigos de Jesucristo, porque su persona y su proyecto nos han fascinado y nos hemos hecho discípulos suyos. Por eso, todo auténtico cristiano tiene que ser misionero, tiene que atestiguar con su vida a Jesucristo como “camino, verdad y vida”. Ahora bien, las dudas sembradas por el “Código da Vinci” o “El evangelio de Judas” han puesto en evidencia que los cristianos saben mucho de muchas cosas, pero anidan una gran ignorancia en lo central y fundamental. La persona de Jesucristo no es central en la vida de muchos. En medios teológicos, en cambio, es cada vez más frecuente caracterizar, o definir, al cristiano en términos de discipulado. En esto está en juego, no sólo una cuestión de identidad, sino también una cuestión de comprensión y traducción del cristianismo en términos de la vida, es decir la dimensión ética. Esto está claro en relación a la justicia social, la pobreza y la marginación, la violencia y la corrupción, entre otros. Por eso es indispensable retornar a nuestras fuentes, al Nuevo testamento, para redescubrir el rostro de nuestro Maestro y retomar Su camino. Es un hecho que la confrontación con la Escritura a menudo resulta problemática por el peso de las tradiciones eclesiásticas y teológicas que se forjaron desde la cultura y la filosofía griegas en particular8 . Esto se vio claramente a lo largo del Concilio Vaticano II. No deja de perturbar a personas cuando la identidad cristiana es definida como seguimiento de Jesucristo, no como membresía en la Iglesia. Mientras se entienda el
  • 12. cristianismo en clave institucional será difícil recuperar su esencia evangélica, y mientras a la Iglesia se la entienda como estructura y no como comunidad, no se comprenderá el cristianismo como seguimiento de Jesucristo. De hecho, conforme uno se va compenetrando con los evangelios, va tomando conciencia de que la identidad cristiana “tiene algo que ver” con el discipulado. Esto va de la mano con la toma de conciencia del propósito de la misión de Jesús en términos del reino de Dios, y no en primer plano de la redención, la expiación, o la vida eterna9 . Esta convergencia de redescubrimientos ha ido calando lentamente en la Iglesia, y ahora nos la proponen para la Conferencia del CELAM al tomar el discipulado como tema eje. Y es que preguntar qué significa ser discípulo es preguntar por nuestra identidad cristiana, cuánto de Jesucristo hay en nuestra vida, en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad. Con el tema “Discípulos y misioneros de Jesucristo” estamos invitados a preguntarnos de quién somos discípulos y qué significa ser discípulo de Cristo en nuestros días y en nuestro continente. Este continente de arraigada fe cristiana tiene también una serie de deficiencias (corrupción, violencia, injusticias, violación de los derechos de la persona, etc.) que nos están pidiendo una búsqueda de nuestra identidad cristiana hoy. Sospechamos que lo católico opaca lo cristiano. Todos debemos preguntarnos qué significa ser cristiano. Y esto queremos verlo remitiéndonos al NT, para desde allí mirarnos a fin de asegurarnos que somos reflejo auténtico del discípulo de Jesús de Nazaret. Es frecuente hablar de “seguimiento de Cristo” como sinónimo de ser cristiano o de realizarse como tal, fundamentalmente en términos moralistas y ascéticos, en la línea del famoso libro de Tomás a Kempis. Más en sintonía con la espiritualidad y la ética social, en los últimos tiempos se ha retomado el término “discípulo”. Pero, ¿qué se entiende realmente por esa expresión, tomada del NT? ¿Qué significaba originalmente? ¿En qué consistía el seguimiento de Jesucristo? Esto es lo que vamos a exponer en estas páginas. No es un misterio que se han presentado las enseñanzas y los estilos de vida más variados bajo el pretexto de un “seguimiento de Cristo” o en el nombre del “discipulado de Jesucristo”. Para discernir qué corresponde realmente a la perspectiva de Jesucristo, hay que
  • 13. necesariamente remontarse a los testimonios neotestamentarios. Este es el enfoque de este libro. Con el fin de invitar a mantenernos en continuidad con el seguimiento de Jesús de Nazaret, es que presentamos estos capítulos que se ciñen al Nuevo testamento. Creemos que debe ser el fundamento para toda reflexión ulterior o suplementaria, que no puede ni contradecirlo ni obviarlo, bajo riesgo de ser infieles a nuestras raíces. Es una cuestión de fidelidad a él y su camino, pero también una cuestión de continuidad histórica. Este libro ofrece una serie de estudios, observaciones y reflexiones sobre el discipulado desde la perspectiva neotestamentaria. Sus autores somos exégetas de profesión, y es desde nuestra especialidad y preocupación cristológica y eclesial que estudiamos el tema. Por dirigirse a “toda persona de buena voluntad”, no son estudios altamente eruditos, pero están fundamentados en la exégesis bíblica de los textos estudiados. En el primer capítulo presentamos una visión panorámica del discipulado tal como se desprende del NT. Siguen cuatro capítulos dedicados cada uno a los distintos evangelios canónicos, pues éstos constituyen la base del auténtico discipulado y por ende de la identidad cristiana. Cada evangelio está estudiado desde un ángulo diferente, con lo cual ofrecemos una variedad de acercamientos y enfoques. Si en los estudios de los evangelios el ojo estaba puesto en el primer siglo, en el capítulo final lo hemos puesto en el presente. En él se aborda la pregunta más hermenéutica: cómo deberíamos entender el discipulado hoy día a partir de y en referencia a lo que significaba y comportaba originalmente, a fin de ser fieles a Jesucristo y su proyecto evangélico. Es nuestro deseo que estas páginas ayuden a iluminar y aclarar nuestra identidad cristiana, y así podamos asumir con mayor lucidez nuestro compromiso como fieles discípulos de quien para nosotros es “el camino, la verdad y la vida”. Eduardo Arens
  • 14. [←1] Entre la creciente literatura, vea G. Vattimo et al, En torno a la posmodernidad, Barcelona 1990; D. Lyon, Postmodernidad, Madrid 1996, y A. Touraine, Crítica de la modernidad, Mexico 2000. [←2] Por eso el Vaticano publicó el controvertido documento “Dominus Jesus”. Para una visión panorámica, entre otros vea L. González Carvajal, Ideas y creencias del hombre actual, Santander 1991; J. Martín Velasco, El malestar religioso de nuestra cultura, Madrid 1993; J.M. Mardones, Análisis de la sociedad y fe cristiana, Madrid 1995. [←3] J. M. Castillo, El seguimiento de Jesús, Salamanca 1987, 191. Vea la definición de Vaticano II en Lumen Gentium 14. [←4] Ibid., 173. [←5] Sorprende constatar que hay muy pocos estudios monográficos dedicados al discipulado como tal. En cambio, abundan los estudios sobre los apóstoles. Vea la bibliografía en la tesis de M. Lohmeyer, Der Apostelbegriff im Neuen Testament, Stuttgart 1995. [←6] J. Lois, ¿Qué significa ser cristiano como seguidor de Jesús? (Cátedra de teología contemporánea, Fundación Santa María), Madrid 1982, 7. [←7]
  • 15. Es notorio que el Papa cambió de giro al proyecto eclesiocéntrico inicialmente propuesto, hacia un claro cristocentrismo (“Discípulos y misioneros de Jesucristo”), y para subrayarlo introdujo como Leitmotiv la cita de Jn 14,6. [←8] Vea a este propósito las recientes lúcidas observaciones de J.I. González Faus, “Deshelenizar el cristianismo”, en Id. Calidad cristiana. Identidad y crisis del cristianismo, Santander 2006, cap. 10, y los arts. de la Revista Catalana de Teología 29/2(2004). Esto ya había sido advertido por Grillmeier, Rahner, Schillebeeckx, Castillo, y otros teólogos. Era materia de estudio desde el s. XIX por parte de biblistas. [←9] Recordemos que la predicación de Jesús tenía como finalidad realidades intrahistóricas e intramundanas, no transhistóricas o supramundanas. Predicaba la necesidad de acoger la cercanía del reino de Dios (Mc 1,15), de hacerlo realidad aquí y ahora (Mt 5-7; Lc 4,18), y no la vida después de la muerte. No fue un predicador apocaliptista. Su mensaje no era cómo llegar al cielo, sino cómo hacer que el cielo empiece aquí y ahora: “venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra, como en el cielo; ….”. Por eso el mandato fundamental era el del amor –inseparablemente a Dios y al prójimo– y no una ética de méritos.
  • 16. 1 Ven y sígueme LA NATURALEZA DEL DISCIPULADO SEGÚN LOS EVANGELIOS Eduardo Arens El cristianismo tiene su origen y fundamento en Jesús el Cristo 1 (Ef 2,20; Ap 21,14). Por lo mismo, ser cristiano es fundamentalmente ser su discípulo. En qué consiste se comprenderá a partir de lo que se observa de sus primeros seguidores. “Cualquier visión de lo que significa e implica ser discípulo de Jesús debe estar guiada, qué duda cabe, por aquello a lo que él en persona, durante su vida y ministerio, llamó a sus seguidores”2 . De aquí la importancia de la presentación exegética del tema. Si queremos ser fieles a la misión con la cual estamos comprometidos en nuestra calidad de discípulos, es indispensable conocer el discipulado que Jesús tenía en mente, y también, puesto que no vivimos en la Galilea de los años 30, su traducción en los tiempos post-pascuales. La naturaleza de nuestras fuentes: los evangelios Nuestra fuente principal para conocer a Jesús de Nazaret son los evangelios canónicos –los otros escritos no aportan nada adicional–, por eso es fundamental tener presente su particular naturaleza3 . Puesto que éste no es el lugar ni el espacio nos permite exponerlo ampliamente, sea dicho sucintamente desde el inicio que los evangelios no son ni pretendieron ser biografías de Jesús de Nazaret en el sentido moderno, de acuerdo a nuestro concepto de historia4 .
  • 17. Los evangelios son bíoi al estilo grecorromano, es decir “vidas (ejemplares)” interpretadas según la apreciación del escritor (resalta la personalidad más que la persona y el impacto de sus actuaciones más que la conducta en sí); no son tratados filosóficos ni teológicos, tampoco crónicas ni reportajes históricos. Son narraciones cuya trama es la relación de su protagonista, Jesús, con diferentes círculos de personas: admiradores y adversarios, discípulos y fariseos, y en general cualquiera que se le acercase interesándose por su mensaje. Y es que el cristianismo se define en relación a la persona de Jesús, como el judaísmo en relación a la Ley. Ahora bien, si los evangelistas escogieron este género literario, con un marco cronológico y una estructura narrativa centrada en la persona de Jesús de Nazaret, fue porque el personaje histórico era importante. De no haber estado interesados en él y en su vida terrena no hubie-ran producido bíoi, sino discursos al estilo de los filósofos o diálogos arcanos al estilo de los evangelios gnósticos que presentan a un revelador divino haciendo alocuciones o pronunciando sentencias sapienciales. La finalidad de los evangelios la explicitaron Lucas y Juan. Al inicio de su versión, Lucas a Teófilo indicándole que lo hace “para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (1,4), o sea que le presenta una catequesis. Juan por su parte, explicitó al final de la suya que escribió “para que crean que Jesús es el mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre” (20,31). La mirada de ambos está centrada en el presente, no en el pasado, y su atención no está fijada en la “noticia” sino en lo que ésta tiene de “buena”, de euangelion, es decir su relevancia salvífica. Los evangelistas escribieron varias décadas después de su muerte, y para hacerlo se valieron de las tradiciones que recogieron de sus seguidores cercanos y las entretejieron con las tradiciones de las experiencias que vivieron las primeras comunidades cristianas en el seguimiento de su camino. ¿Cuál era su experiencia como cristianos en el Imperio romano, desde la que relataban la de los primeros discípulos en Palestina? Más allá de su historicidad, los discípulos en los relatos evangélicos son representativos de los cristianos del momento del evangelista. Eso significa que, cuando en las
  • 18. comunidades se hablaba de los discípulos de antaño, se hacía tal como el discipulado era comprendido y enriquecido por sus experiencias actuales. Lo que los evangelios preservan no son simples memorias del discipulado vivido históricamente por aquellos primeros que caminaron con Jesús por Galilea, sino ésas vistas desde el presente del evangelista a la luz de sus propias experiencias del seguimiento de Jesús. Por eso encontramos en ellos reiteradas advertencias de que los discípulos serán perseguidos – cosa que ya vivían–, y algunos requisitos notables como el de estar dispuestos a dejar la familia y las posesiones5 , por ejemplo. En resumidas palabras, sus presentaciones de los discípulos de Jesús no respondían a un interés arqueológico o de simple preservación de memorias de un pasado, sino a la pertinencia y la relevancia que éstas tenían para ellos y sus comunidades. Las tradiciones de las experiencias de los primeros cristianos como discípulos plasmadas en los evangelios eran invitaciones actuales al seguimiento de Jesucristo; pautas del Señor para los discípulos que, décadas más tarde y en otras circunstancias y contextos, escuchaban el evangelio. Cuando en los evangelios Jesús instruye a los discípulos, lo está haciendo en realidad a la comunidad lectora. En resumen, los evangelistas escribieron pensando en la pertinencia de sus obras para sus receptores –por ejemplo, Lucas para Teófilo (Lc 1,3s)– no con un afán de preservar memorias. De lo dicho se desprende que la identidad cristiana se entendía sustancialmente como el ser discípulos de Jesucristo, a quien siguen por el camino que él abrió, cuyo fin es hacer realidad la cercanía del reino de Dios (Mc 1,14s). En otras palabras, la identidad cristiana se define por referencia a una persona y su estilo de vida y la causa que le mueve. Sobre esto y otros puntos nos detendremos más adelante. Es un hecho que llegamos a conocer a alguien a través de lo que hace y dice, más que a través de simples datos históricos o periodísticos. Igualmente, comprendemos una situación o condición de vida cuando la vivimos en carne propia, más que cuando es reportada. Ahora bien, el medio idóneo para transmitir una experiencia es la narración (hoy incluiría la visual, el cine)6 . La narración permite darle vida al tema, e invita al lector o auditorio a insertarse en el relato, y a vivir la experiencia que el narrador
  • 19. le expone –en éste caso la del discipulado–. La narración involucra al receptor, lo introduce en la trama; le permite identificarse con ese estilo y esas actitudes de vida, con la ideología y el credo del “héroe”. Los evangelistas recurrieron a éste género porque les permitía transmitir a la nueva generación de manera actualizada las experiencias de discipulado vividas por los discípulos originales. El hecho que las escenas sean dialogantes, y que Jesús hable directamente de modo que lo escuche el lector –que está tan presente como los discípulos en la trama–, contribuye significativamente a la actualidad e inmediatez del mensaje y a la comprensión de lo que supone ser discípulo de Jesucristo. Es la “narratividad” del discurso lo que permite comprender lo que significa e implica ser un discípulo de Jesucristo. El vocablo discípulo en el NT: la cuestión semántica Para designar a los seguidores de Jesús, el NT emplea tres términos que no se diferencian fácilmente,: discípulos, apóstoles, y “los Doce”. Los Doce no son otros que los apóstoles, los cuales son discípulos. Lucas aclara que Jesús “llamó junto a sí a sus discípulos y escogió de entre ellos a doce, a los cuales dio el nombre de apóstoles” (6,13). Como veremos, cada uno de estos vocablos resalta lo que lingüísticamente denota. El vocablo más amplio y genérico con el cual se designa en el NT a los seguidores de Jesús es mathêtai, discípulos. Este vocablo se encuentra en el AT tan sólo cuatro veces, tres de las cuales dudosas7 . No deja de ser notorio que no se haya encontrado en los escritos de Qumrán, a pesar del énfasis que los esenios ponían en el estudio de las Escrituras. Por tanto, no es de ese mundo de donde proviene el vocablo usado tan profusamente en los evangelios y Hechos. En el mundo griego mathêtês es el vocablo común que designa a un aprendiz, usado frecuentemente en las escuelas filosóficas. De hecho, mathêtês se entiende solo en relación con un didáskalos, un maestro; no existe el uno sin el otro. El equivalente hebreo talmid aparece con cierta frecuencia recién en los escritos rabínicos posteriores al NT para designar a quien recibe instrucción de un rabbí8 . El Pirke Abot o Dichos de los Padres, del primer siglo d.C., recuerda que “Moisés recibió la Ley del Sinaí y la encomendó a Josué, y Josué a los ancianos, y los ancianos a los profetas, y
  • 20. los profetas la encomendaron a los hombres de la Gran sinagoga. Ellos decían tres cosas: ‘Sé deliberativo en tus juicios; suscita muchos discípulos (talmidim); y pon una cerca alrededor de la Ley” (1,1). El discípulo depende del maestro, que lo es por su conocimiento, de donde proviene su autoridad. Esta es la comprensiónbase de los empleos de mathêtês en el NT, y como lo entenderían sus lectores griegos. La relación discípulo-maestro no necesariamente se da en una cercanía espacio-temporal, sino más bien en el ámbito intelectual9 . Por eso se podía decir que Sócrates era discípulo de Homero varios siglos más tarde, e igual, se podía hablar de discípulos de Moisés más de un milenio más tarde. En el mundo antiguo, Grecia en particular, se empleaba el término “discípulo” para referirse al seguidor de una escuela filosófica; también en el ámbito religioso, donde el aprendiz era instruido por alguien en la religión y el culto. El mistagogo era el maestro del adepto o del iniciado10 . Así se formaron escuelas; las más conocidas eran la platónica, la pitagórica y la epicúrea, basadas en las enseñanzas de Platón, Pitágoras y Epicuro. En tiempos de Jesús se hablaba de discípulos en el ámbito religioso para designar, no en primer lugar a los estudiantes, sino a los miembros de un movimiento, como los discípulos del Bautista o los de los fariseos – notemos que no se habla de discípulos de los escribas o maestros de la Ley. El movimiento religioso era una escuela de vida. El líder era implícitamente un maestro que imparte un estilo y un enfoque de vida. Por eso, en los evangelios se llama a Jesús “maestro”11 . En contraste con el AT, donde rara vez o nunca ocurre el “discípulo(s)”, en el NT se encuentra nada menos que 261 veces, todas en los evangelios y en Hechos12 ; pero, notoriamente, ni una sola vez en las epístolas. Conforme a la construcción semítica, “ser discípulo” se expresa en el NT mediante el verbo seguir, akolouthein (en hebreo halaj ‘ajarei), no en la forma griega mathêtéuô o mathêmatos (tinos), que se asocia al aprendizaje. En los evangelios el término discípulo se aplica sólo a aquellos que caminaban cercanos a Jesús, lo que significa que era un seguimiento real, no romántico o platónico. “Seguir” no era una metáfora (como lo será más tarde, al igual que en el rabinismo), sino una realidad literal. Los discípulos se distinguían de las muchedumbres y simpatizantes por cuanto caminaban
  • 21. literalmente con Jesús, el predicador itinerante. Después de Pascua se hablará de un seguimiento en sentido metafórico, como un asumir el “camino” de Jesús en sentido ético, pues ya no era posible vivirlo literalmente. Valgan unas aclaraciones semánticas antes de continuar. El verbo “seguir” de por sí denota el movimiento físico de ir tras algo o alguien. Se puede seguir a una persona por distintos motivos: curiosidad, admiración, deseo de aprender, etc. Las muchedumbres (ojlos) seguían a Jesús por curiosidad o por admiración, o esperando obtener algo (una sanación, un discurso aleccionador: Mc 2,15; 3,7; Mt 4,25; 8,1; 12,15; 14,13; 19,2; etc.). Los discípulos, en cambio, seguían a Jesús por la atracción que sentían hacia su persona y por la vivencia que les transmitía mediante sus mensajes. En este caso había un componente de aprendizaje pues asumían la posición subalterna del alumno frente a aquel que los guiaba, que es de alguna manera maestro. En relación a Jesús, en los evangelios el vocablo “seguir” siempre se refiere a su persona y conlleva una connotación positiva, de adhesión. En el NT, discípulo en relación a Jesús es el que camina con él. Es así como se formula la invitación abierta en Mc 8,34: “si alguno quiere venir tras de mí (opisô mou elthein), niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (akoloutheitô)”. Lingüísticamente es una tautología (“venir tras de mí” es igual que “sígame”), pero la primera equivale a “ser mi discípulo”: “si alguno quiere ser mi discípulo…”. Nótese el acento (ya en la tautología misma) en seguir a Jesús, no a otro: “el maestro” es él. Se establece así una relación interpersonal –no con un conjunto de ideas o una escuela como tal, sino con una persona–. El acento está en la cercanía a Jesús, no en el aprendizaje13 . En relación al discipulado como tal, “seguir(le)” a Jesús sólo puede entenderse en su sentido judío palestino de halaj ‘ajarei, ir tras las huellas de alguien, traducido al griego akolóuthei moi (sígueme), que es intercambiable con deute opisô mou (ven tras de mí), como sucede en Mc 1,17s comparado con 2,14, donde se emplean ambos giros en el mismo sentido. Su equivalente actual es “caminar con (alguien)”, pero con el sobrentendido que aquel a quien se sigue o acompaña es superior, y que el
  • 22. seguimiento no es pasajero, ya que nada indica que fuera un seguimiento por un tiempo determinado, transitorio o momentáneo –como sería en el caso de tratarse de un ciclo de aprendizaje–. No es más transitorio o momentáneo que el reino de Dios, objeto del seguimiento, como veremos. Tampoco hay indicación alguna que fuera una suerte de “carrera” donde se va ascendiendo en autoridad hasta que eventualmente el aprendiz pasa a ser maestro, por eso Jesús advirtió: “no dejen que los llamen rabbí, porque uno solo es su maestro, mientras que todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8.10s). El discípulo nunca “se gradúa”. Todo esto indica que el término discípulo(s) se reservó en el NT (excepto en Hechos) para aquellas personas que siguieron de cerca y de manera constante a Jesús. Por eso las muchedumbres (ojlos) que seguían a Jesús no son calificadas como discípulos, pues su relación con él no era continua. El término tenía un sentido restrictivo. Solo un grupo lo siguió hasta el arresto, no así “las muchedumbres” que aparecen y desaparecen14 . Si bien la invitación a seguirlo era a todos, no a un grupo exclusivo (Mc 8,34), no todos lo siguieron en el sentido del discipulado como tal, dejándolo todo y asumiendo “la cruz”. Una aclaración complementaria: en tiempos de Jesús probablemente se referían a sus discípulos, no con este vocablo, sino como “los que están con” Jesús (‘imo ), expresado así claramente en el texto griego (hoi met’autou; sun autôi)15 , que resalta el hecho de la compañía de Jesús. El exorcizado de Gerasa suplicaba a Jesús que pudiera “estar con él (hina met’autou êi)” (5,18). En la escena del arresto de Jesús, se describe a Judas como “uno de los que estaban con Jesús ( heis tôn metá Iêsou)” (Mt 26,51). En la conclusión larga de Marcos, los discípulos son designados como “los que habían estado con él (hoi met’autou genómenoi)” (16,10)16 . El verbo seguir (akolouthein), en el sentido del discipulado, ocurre 90 veces, de las cuales 79 se encuentran en los evangelios17 . Es una formulación notoria, pues se distancia del concepto griego (y rabínico) de discipulado que lo entiende como un estado de aprendizaje. En el mundo griego se usaba akolouthein solamente en el sentido literal de caminar detrás de alguien, sin más connotaciones. Discípulo supone, pues, una estrecha relación con Jesús mismo. Es la persona de Jesús, no las
  • 23. enseñanzas, la que está en primer plano. Por eso “seguir”, referido a Jesús, es usado en el NT sólo en relación al histórico hijo de María, porque designa la modalidad histórica de la relación de los discípulos que caminaron con él por Galilea. En sentido literal se limita a ese tiempo histórico, no transferible, pues una vez crucificado concluyó su vida terrena. Ese seguimiento es único, como única fue la vida histórica de Jesús. Después de Pascua la relación es con el Cristo glorioso, cuya presencia se da por el Espíritu; por eso la relación con él ahora se da en términos de fe, amor, y comunión18 . El que mejor expresa ese cambio es Juan, quien en su evangelio fusiona el seguimiento prepascual con el pospascual: “Yo soy la luz… el que me sigue…” (8,12). En Juan se habla de creer a y en Jesús. Se sigue a Jesús creyendo en él. ¿Cómo se explican las diferencias y particularidades expuestas? En griego el vocablo discípulo (mathêtês) denota una situación de aprendizaje (mathêmosunê) bajo la maestría de alguien que imparte instrucción (mathêteia)19 . En el AT no se habla de una relación maestro-aprendiz porque no había escuelas formales; por eso no encontramos el vocablo discípulo, que designa en primer plano al estudiante (talmid). Los profetas no establecieron escuelas ni tenían aprendices, aunque algunos tenían seguidores, como Eliseo. Recién con la constitución de escuelas rabínicas siglos más tarde apareció la figura del talmid, probablemente por influencia de las escuelas filosóficas y religiosas helenísticas. Ahora bien, el seguimiento de Jesús comporta dos aspectos inseparables: el de estar con él y el de asumir su camino, es decir una relación existencial con Jesús y una praxis. La unión con él es un elemento constitutivo del seguimiento de Jesús –antes y después de Pascua–. Es así como cuando se habla de discípulos, se hace directa o implícitamente relación al seguimiento. Por eso ningún autor del NT aparte de los evangelistas habla de discipulado (no se habla de discípulos de Pedro o de Pablo). Saulo no calificaba como discípulo porque para él se trataba de una suerte de comunión mística con el Jesús resucitado poniendo entre paréntesis su misión galilea. Aquí se encuadra la importancia de conocer a Jesús de Nazaret y su camino.
  • 24. El vocablo discípulo en el NT “siempre implica la existencia de un apego personal que configura toda la vida de aquel descrito como mathêtês”20 . Un buen ejemplo se encuentra en Mc 2,18 que contrapone el ayuno de los discípulos de los fariseos y de Juan Bautista, a los de Jesús, que no lo hacen, y como referente ésos apuntan a Jesús como aquel que marca una pauta: “tus discípulos” (Mc 2,23; cf. Mc 7,5; 9,18; QLc 19,39; Mt 12,2). Jesús enseñó a orar a sus discípulos, como el Bautista había enseñado a los suyos (Lc 11,1). Pablo no usó el vocablo mathêtês porque el cristianismo no es una escuela filosófica ni una escuela de iniciados en la que se trata de aprender una serie de ritos, fórmulas y doctrinas. Pablo, junto con Juan, fue quien más enfatizó que la persona de Jesucristo y su vida misma son centrales para el cristianismo, no así unas doctrinas o rituales. Se es cristiano por una opción de fe en la persona de Jesucristo (no por un ritual) y por un estilo de vida “en Cristo” (no por una doctrina). La connotación de discípulo en términos de un aprendizaje se asumió paulatinamente en el cristianismo y fue transferida naturalmente por los evangelistas a los seguidores de Jesús cuando, por influencia tanto del medio ambiente griego como de la catequesis, se empezó a mirar más a Jesús como maestro, rabbí, que como profeta21 . Sin embargo, Jesús no era maestro de escuela, aunque sí hizo escuela; era maestro de un enfoque (Weltanschauung) y estilo de vida, que se iba aprendiendo en el caminar con él (seguimiento). En resumen, en el empleo del vocablo discípulo y del verbo seguir, en el NT, es fundamental el sentido de adhesión a la persona de Jesucristo, y con ello de acogida a sus enseñanzas y a su visión de la vida. Es su relación con Él, no con sus enseñanzas en sí, la que lo constituye y define como discípulo suyo. Pero cada autor usó esos términos acentuando ciertos aspectos más que otros por ser ésos, en su apreciación, rasgos fundamentales del discipulado. Por eso estudiaremos aparte cada evangelio. I. En Tiempos de Jesús de Nazaret
  • 25. Empecemos por comprender el sentido y alcance del discipulado tal como lo vivieron los que seguían a Jesús de Nazaret durante su vida histórica por los caminos de Palestina22 . “Tú, ven y sígueme”: los seguidores de Jesús de Nazaret Karl Rengstorf nos recuerda que los discípulos son iniciadores de una tradición, incluida aquella sobre el discipulado23 . Cada uno es miembro de un eslabón en la cadena de la tradición. Esto es evidente por cuanto lo que hemos heredado, atestiguado en los evangelios, se debe a esa tradición, la de aquellos que fueron discípulos de primera hora. ¿Qué podemos saber, pues, sobre el discipulado como lo proponía Jesús de Nazaret24 ? Lo primero que observamos es que los primeros discípulos se le unieron a Jesús por invitación suya. Eso no significa que no invitara a otros a seguirlo, ni que todos los que le siguieron lo hiciesen llamados por iniciativa de Jesús. Está claro en Lc 9,57-62: “Te seguiré dondequiera que vayas… Te seguiré…”. Según el cuarto evangelio los dos primeros discípulos fueron donde Jesús por propia iniciativa dejando a Juan Bautista; los otros, excepto por Felipe, fueron a su encuentro por lo que habían oído y visto acerca de él (1,37.39.42). Podemos asumir que, previa a la llamada (o invitación), hubo un tiempo de amistad entre Jesús y el candidato, un tiempo de conocimiento. La invitación misma –presentada en los evangelios como llamamientos, de decisión inmediata y radical25 – revela el sentido de urgencia que sentía Jesús sobre su misión de anunciar el reino de Dios como una realidad inmediata, probablemente convencido de que el juicio divino estaba cercano26 . Aquellos destacados con nombres propios eran personajes importantes, cuyo seguimiento de Jesús fue esencial en la consolidación de la tradición cristiana. Por otro lado, no se relata ni se menciona el llamamiento de todos los que lo siguieron. A diferencia de Jesús, el Bautista no llamaba a personas a seguirlo, – aunque algunas se le unieron y vivían con él–, ni tenía una misión evangelizadora: su llamado era a la conversión confesada en el bautismo. Los rabinos tampoco llamaban a seguirles; eran los que deseaban aprender quienes iban en busca de algún rabino idóneo. Notorio y distintivo del círculo estrecho de seguidores de Jesús es que fue él mismo quien tomó la iniciativa de llamarlos. El único antecedente conocido es el llamado de
  • 26. Eliseo por Elías para ser su sucesor (1Re 19,19-21, relato semejante a aquél en Mc 1,16-20). Ahora bien, para seguir a Jesús a lo largo y ancho de Galilea, se debía estar en condiciones y dispuesto a dejar la profesión y los lazos familiares que lo impidiesen. Jesús dejó claramente asentado que no pueden seguirlo los que no están dispuestos a vender sus bienes y compartirlos con los pobres, los que están en busca de poder y posición, los que “miran hacia atrás”, apegados al pasado y las tradiciones, los que buscan ser servidos, los que se instalan y buscan seguridades. El seguidor de Jesús debe ser una persona libre y con plena disponibilidad. El sentido básico del seguimiento no sólo denota una relación de cercanía física, sino el compartir su misión y su destino, todo lo cual supone una relación personal estrecha y con ello entregarse al aprendizaje de un profeta o de un maestro27 . Por eso la actitud básica es la del siervo y la del aprendiz con respecto a aquel tenido como señor y maestro –calificativos con los que se refieren a Jesús–. De hecho, la actitud fundamental de los discípulos debía ser la del desprendimiento y del servicio, por eso las advertencias dirigidas a ellos: “quien entre ustedes quiera ser el mayor, hágase el servidor…” (Mc 10,43 par.). Por lo mismo Jesús se presenta como modelo: “yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lc 22,27; cf. Mc 10,45, y el lavatorio de los pies). El sentido preservado en los evangelios es el del seguimiento como sumisión y servicio en el contexto de una convivencia. La escena más representativa es aquella del joven rico que prefirió volver atrás, pues estaba tan ligado a sus bienes que no podía dejarlos para unirse a Jesús (Mc 10,17-22 par)28 . Esta escena, en la que Jesús le propone al joven vender lo que tiene y darlo a los pobres, lo que implica no esperar nada a cambio, provocó la pregunta de los discípulos si en tal caso se puede subsistir y qué se obtendrá a cambio. La sentencia “es más fácil que un camello pase por una aguja a que un rico entre en el reino de Dios”, vista en el contexto, no se pronuncia sobre la salvación o la vida eterna como tal, sino sobre el discipulado, que es el camino hacia el reino de Dios: es más fácil… a que un rico sea discípulo de Jesús. No era una exhortación a pasar a ser mendigo, huérfano, e irresponsable con la vida sino que, en el típico lenguaje hiperbólico, sentencias como ésta subrayan la seriedad y la
  • 27. profundidad del compromiso con el reino de Dios, que es el camino de Jesús. Más radical es la formulación de QLc 14,26: “Si alguno viene en pos de mí y no odia a su padre y madre y esposa e hijos y hermanos… y su propia vida, no puede ser mi discípulo”29 . La ruptura con la dependencia familiar la pinta el trato de Jesús a su propia familia en Mc 3,31-35, cuando van a buscarlo30 . Los discípulos le recuerdan a Jesús en Mc 10,28: “Nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido”, a lo que replica: “Nadie que haya dejado por mí y por el evangelio (situación pospascual) casa o hermanos o hermanas, o madre o padre…”. Es lo que parabólicamente se dice en QLc 9,58s al mencionar que Jesús no tenía dónde reclinar la cabeza. El “hemos dejado todo” no significa literalmente haber renunciado o abandonado todo, sino haber puesto todo al servicio del proyecto del seguimiento de Jesús – como las mujeres que seguían a Jesús y contribuían a su mantenimiento (Lc 8,2s)31 –. Vistos estos pasajes atentamente, surge la pregunta si tales exigencias podrían remontarse a Jesús mismo. ¿Puede pensarse que el profeta del perdón y la acogida exigiese dejar la familia? Está claro que las referencias a la cruz son tardías, inspiradas en la crucifixión de Jesús, y por tanto con un tinte de imitación en la radicalidad de la entrega a la causa del reino de Dios. A sus discípulos históricos Jesús les pedía literalmente desprendimiento para poder seguirlo en sus recorridos por Galilea, lo que se repite cuando los envía en misión: “no lleven…” (Mc 6,8ss par.). Pero recordemos que la región galilea en torno a Cafarnaúm era de distancias pequeñas, de modo que el retorno o la visita a casa podía ser frecuente (Jesús retornaba a menudo a Cafarnaúm, inclusive es probable que tuviese su propia casa allí, cf. Mc 2,15; Mt 4,1332 ). Exigir una ruptura con la familia sería una contradicción con respecto a la insistencia de Jesús en el amor irrestricto, empezando por los padres, como se lee en Mc 7,9-13/Mt 15,3-6; Jesús no rompió con su mundo: volvía a Cafarnaúm. No era hostil ni tenía una actitud antifamilia; incluso era apoyado por familias; es más, se oponía al divorcio. Pedro no abandonó a su suegra ni a su mujer (Mc 1,29s; 1Cor 9,4). El lenguaje de Jesús es hiperbólico, como el de Mc 10,29s par. –poco antes recordó en 10,19 al
  • 28. joven rico el mandato de honrar padre y madre; lo único que le faltaba era compartir sus bienes–. Se asemeja más al consejo de Pablo en 1Cor 7,29- 31: “los que tienen mujer vivan como si no las tuvieran…”. Probablemente las formulaciones que leemos en términos de una ruptura radical provengan de momentos en la Iglesia en que era indispensable hacer opciones de esa índole sea por persecuciones o por imperativos misioneros (cf. QLc 12,51ss)33 . La invitación más clara es aquella en Mc 8,34 par: “Si alguno quiere venir tras mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame”. Es un “negarse a sí mismo” para “seguir a Jesús” (Mc 8,34) –la meta es el seguimiento a cabalidad– en su acercamiento al reinado de Dios. Se dejaba el pasado, cual conversión, para “entrar en el reino de Dios”, cuyo heraldo era Jesús. El seguimiento de Jesús es el ingreso al reino de Dios. Es Jesús quien conduce hacia él, lo va configurando con sus discípulos, y por eso instruye también sobre lo que exige vivir en el reino de Dios. El acento no está en lo que se deba dejar atrás, sino en lo que se busca adquirir: “el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene y compra aquel campo. El reino de los cielos también es semejante a un comerciante que busca buenas perlas, y al hallar una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía y la compró” (Mt 13,44s). Está claro que el seguimiento a Jesús no lo es a su persona como tal y por sí misma, sino para ser conducidos por él y con él hacia la participación en el reino de Dios –sobre lo cual retornaremos luego–. No olvidemos que Jesús no se predicaba a sí mismo. En otras palabras, la radicalidad de las llamadas, la exigencia de dejarlo todo, tal como se presenta en los evangelios, narrada como si fuera más radical aún –p. ej. “ven y sígueme, y lo dejaron todo en el acto”– no tiene otra finalidad que la de subrayar que para seguir a Jesús nada debe interponerse, sea como lastre del pasado, como apego en el presente, o como temores cara al futuro. Se debe ser una persona libre y absolutamente disponible. El reino de Dios tiene prioridad absoluta, y a él hay que entregarse íntegramente, sin reservas.
  • 29. Jesús, el hombre alegre, acusado inclusive de ser “comilón y bebedor” (Mt 11,19, en contraste con el ascético Juan), no pedía renunciar a las posesiones por razones ascéticas o por un fin de perfección moral, sino por razones prácticas: poder caminar con él por Galilea compartiendo su vida y misión por entrega al reino de Dios. Implícitamente, el discípulo asume los riesgos, peligros y hostilidades que puedan atraer el seguimiento de Jesús. Martin Hengel subraya que “‘seguir’ significa primariamente seguirle concretamente en sus correrías y tomar parte con él en su destino inseguro y hasta peligroso; sólo en un sentido derivado venía a significar hacerse discípulo [aprendiz] suyo”34 . El discípulo tiene que estar dispuesto a aceptar el riesgo de ganarse el rechazo y la hostilidad de otros, como lo vivió Juan Bautista. Es el precio del discipulado: “el que quiera seguirme, tome su cruz…” (Mc 8,34). Si bien muchos de los logia (dichos), tal como los leemos en los evangelios, no se remontan a Jesús, el hecho que haya tantos y variados referidos al precio del discipulado sugiere que Jesús sí advirtió a sus discípulos al respecto, y que sabía que su predicación era “subversiva”. Entre estos destaca Mc 8,35: “el que quiera salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida la salvará”, a lo que se añadió el motivo: “por amor a mí (y el evangelio)” (cf. Jn 12,25). Más claro aún es QLc 14,27: “Quien no toma su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo”. En diversas ocasiones se hace mención de persecuciones, pero todas corresponden a la situación pospascual de la Iglesia misionera (Mc 10,30; Mt 10,23; 24,9-13). Una aclaración suplementaria: se habla de seguimiento no sólo en sentido literal sino también metafórico (aplicado hoy). En ambos casos denota dinamismo, movimiento; todo lo contrario a lo estático, a la inmovilidad. “El que sigue debe moverse para no perder de vista al que va delante de él. El seguimiento y la contemplación quieta se excluyen mutuamente”35 . Por lo mismo, el discípulo se pone en camino, se mueve, está en proceso, no instalado. No es estático, sino dinámico; camina con la vida36 . El verbo “seguir”, es de movimiento, y el sustantivo “camino” denota un derrotero. Es contrario a la actitud pasiva, de contemplación, o de búsqueda de una santidad o perfección personal ascética.
  • 30. Los discípulos seguían a Jesús porque estaban dispuestos a aprender del “maestro”. No lo seguían por las enseñanzas en sí, sino por la persona de Jesús y su misión evangelizadora, pues su prédica sintonizaba con las esperanzas de sus seguidores. De hecho, Jesús nunca llamó a seguirlo para establecer una relación maestro-aprendiz con el fin de enseñarles una doctrina, sino para una relación de compañerismo (Mc 3,14; Jn 15,14s). Entre ellos se estableció una relación de acompañamiento y de receptividad, porque vivían, comían, descansaban y viajaban como grupo, como una nueva familia (cf. Mc 3,32-35; 10,29-31), compartiendo su misión. En esa convivencia y con enseñanzas a lo largo del camino, fueron aprendiendo acerca del reino de Dios y lo que supone entrar en él. Lo que unía a los discípulos a Jesús era su persona, que tenía una misión concreta: anunciar la inmediatez del reino de Dios. No era Jesús al margen del Reino, ni el tema del Reino al margen de Jesús. En ningún momento, ni aún después de la Resurrección, se sugiere siquiera que fuera su enseñanza lo que los unía a él. Por otro lado, Jesús no estableció un culto a su persona, ni llamó a personas a ser sus servidores o sus esclavos. “Vuestro maestro…”: el maestro y los discípulos Con frecuencia se califica en los evangelios a Jesús como maestro (rabbí, didaskalos)37 . Cuando se dirigen a Jesús como rabbí, maestro, no siempre lo es por ser maestro docente, instructor, sino como un reconocimiento de su liderazgo, como suele ocurrir en boca de sus discípulos (Mc 4,38; 5,35; 9,5; Mt 8,19; etc.). Recordemos la advertencia de Martin Hengel sobre la equivocada interpretación del título rabbí aplicado a Jesús: en su tiempo no era aún el título para los doctores de la Ley, sino un título de respeto38 . Es un reconocimiento de su posición de superioridad, especialmente en lo moral, por tanto como un “sabio”, cuyas palabras son las propias de un maestro de la vida. Cierto, ocasionalmente se refieren a él en los evangelios como “maestro” cuando es cuestión de enseñanzas (Mc 10,17; 12,14; Mt 10,24; 22,16.24.36; etc.). Al respecto, baste recordar que no era un maestro al estilo rabínico, con aprendices que regularmente atienden a sus enseñanzas formales, y se dedican al estudio39 . Como leemos en Mc 1, su manera de enseñar era distinta: “enseñaba como quien tiene autoridad y no
  • 31. como los escribas” (v.22.27), enseñaba con los hechos, no sólo con palabras, es decir que enseñaba desde la vida misma entendida desde Dios. Las llamadas “enseñanzas” de Jesús no tocan lo que antaño se entendía como instrucción formal en un marco académico, ya sea como escuela filosófica o a los pies de un rabino. Lo que aprendían de él eran lecciones prácticas sobre la vida en relación al reino de Dios, no acerca de la Ley como tal. Si hacía mención de la Ley era para aclarar la manera en que había que entenderla: desde el hombre, no desde la jurisprudencia (Mc 2,27 par.). Más aún, Jesús no instruía interesado en que sus enseñanzas fueran memorizadas y a su vez transmitidas como lecciones40 . Los discípulos de Jesús no eran personas interesadas en estudiar una filosofía o la Ley de Moisés, sino personas atraídas a vivir en comunidad con él una “aventura” en la vida. No nos consta que alguno estuviese apasionado por la Ley, como sí lo estaban los escribas y fariseos. Más aún, Jesús cuando enseña, en los evangelios, aparece haciéndolo a diferentes grupos, incluidos pecadores y publicanos, y no solo a los discípulos. En los evangelios se incluyen enseñanzas dirigidas exclusivamente a éstos, pero eso era la excepción, no la regla: lo más probable es que Jesús enseñara a los que estaban en el momento junto a él, fueran o no seguidores suyos41 . Al igual que hoy, a nivel del evangelio escrito las enseñanzas las escuchan todos los lectores. En los evangelios el verbo manthanô, aprender, ocurre sólo 6 veces42 . Si apenas aparece “aprender”, y nunca en relación a alguien enseñando, es porque “discípulo” no se entendía en el sentido de estudiante o aprendiz al estilo griego o rabínico, sino en el de seguidor de alguien que va formando escuela, partidario de un movimiento, como los seguidores de Juan Bautista (Mc 2,18 par.; 6,29; Mt 11,2 par). Los de Jesús se diferenciaban de los discípulos de los fariseos precisamente porque no eran estudiosos de las Escrituras, sino más bien aprendían sobre la vida compartiéndola con él43 . Ante la tendencia que arrastramos de ver la relación con Jesús en clave doctrinaria, Martin Hengel cuestionó con fundamento la idea corriente que el discipulado haya sido básicamente una relación maestro-aprendiz, lo que lo acercaría al rabinato post-7044 . Jesús no era un rabino. Discípulo de Jesús
  • 32. era el que lo seguía, que caminaba con él. Discipulado y seguimiento eran dos lados de la misma medalla. Los discípulos constituían una comunidad con Jesús; una comunidad itinerante. Él les instruía en el camino porque eran sus compañeros en su misión y, al hacerlos partícipes de ella, los preparaba para que la pudiesen continuar: “arrojaban a muchos demonios y ungían con aceite a muchos enfermos y hacían curaciones”, y anunciaban que el reino de Dios estaba cercano (Mc 6,13 par.; Lc 10,9). Éste es otro rasgo distintivo, pues los discípulos de los fariseos y rabinos no eran enviados en misión, y menos en nombre de un rabino. James Dunn nos recuerda que Jesús no estableció ninguna estructura u organización; el seguimiento era espontáneo, “tenía un carácter enteramente carismático. Ni estaba rígidamente estructurado ni se caracterizaba por una planificación detallada. La apertura a los otros era también una apertura a las mociones del Espíritu y a lo que cada ocasión demandaba”45 . Es notorio que la relación de Jesús con sus discípulos no era de poder, supremacía o imposición, sino de compañerismo (cf. Jn 15,15: “los llamo amigos”). En ningún pasaje de los evangelios Jesús exige obediencia de sus discípulos, ni los trata a éstos como inferiores, súbditos o siervos46 . En cambio les advierte que, siguiendo su ejemplo, nadie debe erigirse ni sentirse superior a los demás: “El que quiera ser el primero, que se haga el último…” (Mc 9,33ss), lo cual ilustran la escena de la búsqueda por parte de los Zebedeos de posicionarse en el Reino (Mc 10,35-45) y, ejemplarmente, sobre todo, el lavatorio de los pies (Jn 13). El sentido de comunidad se celebraba especialmente en las cenas compartidas ( table fellowship, Tischgemeinschaft). Más aún, es notorio que Jesús no cenaba solo con sus discípulos cercanos cual círculo cerrado –a diferencia de los fariseos, los esenios y asociaciones griegas– sino que eran parte de ellas los tildados de pecadores, entre otros tradicionalmente marginados. Jesús no estableció un gueto; muy al contrario, sistemáticamente se oponía a las discriminaciones y las exclusiones (Mc 12,14 par.).
  • 33. En las prédicas de Jesús no primó la enseñanza de reglas, leyes o ideas intelectualizadas, que significasen que la salvación dependería del asentimiento intelectual a “las verdades” conceptuales vertidas. Eso hubiese reducido a Jesús al nivel de un maestro de escuela y hubiese hecho del cristianismo una escuela gnóstica –como, de hecho, algunos más tarde lo entendieron–. Lo que define en sustancia al discípulo de Jesucristo es la disposición a seguir al “maestro” por donde sea que el camino vaya conduciendo, aun si termina en la Cruz: “¿Están dispuestos a beber la copa que yo voy a beber?” (Mc 10,38; 8,34). No lo define la adhesión a una doctrina. En la medida en que se asume como propia la visión de la vida y de Dios propia de Jesús, se es realmente su discípulo. Valga una acotación suplementaria. Algunos profetas de antaño vivían en asociaciones o en círculos que se organizaban alrededor de ellos (1Sam 10; 18-19; 1Re 22), a cuyos integrantes se les llamaba “hijos de profeta(s)” (benei hannabi)47 , y a su vez los llamaban “padre” (2Re 2,12; 6,2.12.21). Pero los profetas no formaron escuelas académicas, como harán luego los rabinos. De hecho, es notorio que ningún profeta en el AT hace mención de la Ley o de Moisés. Sus “hijos” acompañaban al profeta y convivían con él, y en el proceso aprendían informalmente y atesoraban sus oráculos, no con el afán de luego asumir una suerte de profesión –es lo que distingue al verdadero profeta: es carismático–, sino con el de transmitir el mensaje que el profeta recibía del Señor. La relación modélica es aquella de Eliseo con Elías, el profeta más notable. Sabemos que Isaías constituyó una suerte de escuela, cuyos oráculos constituyen el actual libro con su nombre, y posiblemente fue también el caso de Ezequiel y otros. Ahora bien, no es imposible que la relación de Jesús con sus discípulos fuera como aquella de tiempos de los profetas de antaño48 . Recordemos que a Jesús se le conocía más con el manto de profeta que de maestro como tal49 . ¿Quiénes seguían a Jesús? En los relatos evangélicos solamente al inicio de la misión de Jesús se mencionan llamadas concretas a ciertas personas. Luego, sin más relatos de vocaciones, nos enteramos de que había más personas que seguían a Jesús: eran “los/sus discípulos”, entre los cuales se encontraban personas a las que
  • 34. había sanado (Mc 3,7ss; Mt 4,24s; 9,27; 12,15; 14,13s; 20,29ss; Lc 9,11). Es notoria la cantidad de veces que se menciona que personas lo seguían, sin especificar para qué; simplemente “lo seguía(n)”. Una mirada atenta al panorama revela que Jesús tuvo varios círculos de seguidores, unos más íntimos que otros. En los evangelios sinópticos nunca aparecen juntos los vocablos discípulos y apóstoles, como si fueran dos grupos distintos. La razón es simple: los apóstoles eran discípulos, ni más ni menos: Jesús “llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles” (Lc 6,13)50 . Estos vocablos designan cosas distintas: discípulos (mathêtai = aprendices) se usa cuando se enfatiza el seguimiento de Jesús; apóstoles (apóstoloi = enviados) subraya lo que el vocablo mismo denota: el hecho de ser enviados en misión51 . En el evangelio según Juan nunca se habla de apóstoles; aquí Jesús nunca envía en misión. Apóstol es reservado en los evangelios para “los Doce”, pero en función del doble papel que juegan: representan al nuevo Israel (doce tribus), y son los testigos primordiales destinados a llevar a cabo la misión que les encomendaba (cf. Hch 1,21s)52 . Sin embargo, “apóstol” no era exclusivo de los Doce (incluía a Pablo), pues designaba una función en las iglesias (cf. 1Cor 4,9; 12,28s; 2Cor 8,23; 11,13; 1Tes 2,6)53 . En el grupo de los Doce destaca un trío más cercano a Jesús: Pedro, Santiago y Juan (Mc 5,37; 9,2; 13,3; 14,33). En lo que se refiere a los muy cercanos que seguían a Jesús, Hch 1,23 menciona a José llamado Barsabás y a Matías (que tomó el lugar de Judas). Están además las mujeres: Juana esposa de Cusa, Susana, Magdalena, María la madre de Santiago y José, y Salomé (Mc 15,40s par.; Lc 8,2s). Llamados o atraídos a Jesús, podemos destacar a José de Arimatea, calificado por Mateo y Juan como “discípulo”, aunque clandestino “por miedo a los judíos” (Mt 27,57; Jn 19,38), y las referencias en Lucas de que lo seguían “una multitud de discípulos” (6,17; 14,26s.33; 19,37)54 . Posiblemente la Magdalena y las hermanas Marta y María estaban más cercanas a Jesús que algunos de los Doce. Quizás debamos incluir también a Bartimeo quien, tras ser curado, “se puso a seguir por el camino” a Jesús (Mc 10,52).
  • 35. ¿Cuál era el denominador común que los hacía a todos igualmente discípulos de Jesús? A los que llamó por nombre fue con un fin: trabajar con él de cerca, para ser “pescadores de hombres”. Pero esto no era misión de todos los que seguían a Jesús. De hecho, algunos apoyaban a esos misioneros desde sus casas y con sus medios, por ejemplo las mujeres. Jesús no llamó a todos a ser discípulos formal y explícitamente; a algunos que lo querían seguir los envió a sus casas a predicar allí lo vivido con él, como al endemoniado de Gerasa (cf. Mc 5,18s). No hay diferencia que se detecte en los evangelios entre “los discípulos” y los Doce: para todos Jesús es el maestro, y los requisitos y la misión son los mismos55 . No había condiciones sociales, étnicas, religiosas, económicas, o de sexo, necesarias para ser candidatos al seguimiento: Jesús incluyó a un publicano (Leví) y a un celota (Judas), de posturas antagónicas, amén de los pescadores. Ninguno destacaba por su apego a la religión; tampoco hay algún estudioso de la Torá. Lo que sí se les pedía era la decisión de seguirlo por donde fuera, por tanto estar libres de ataduras laborales o familiares que se lo impidiesen. Como vemos, Jesús no discriminó a la hora de aceptar discípulos. El reino de Dios es para todos, y todos sin distingos están invitados. Su mensaje rompe con la sociedad esclavista y jerarquizada de entonces al establecer un nuevo orden social guiado por el amor indiscriminado e irrestricto hacia los demás. Prueba de ello es que, si bien Jesús se concentró en Galilea, eso no impidió que saliera hacia tierra de cananeos (Mc 7,24-30) o a la Decápolis (Mc 5,1ss; 7,31), ni que acudiera al centurión romano (QLc 7,1-10; cf. Mc 5,1ss)56 ; así lo entendieron los discípulos al ir a predicar fuera de Palestina (cf. Gál 2; Hch 15), y así lo da a entender el cuadro del juicio final en Mt 25,31-46. Jesús reprueba a los discípulos que impedían que otros en su nombre expulsaran demonios: “Quien no está contra nosotros, está con nosotros” (Mc 9,40/Lc 9,50)57 . Como vemos, un rasgo llamativo del discipulado de Jesús era su apertura. Jesús recusa todo intento de hacerlo un grupo excluyente y exclusivo. Al reino de Dios se invita a pobres lisiados, cojos, ciegos (Lc 14,13.21), a los desclasados e indignos según las pautas de pureza ritual (los esenios, como los fariseos y saduceos, eran estrictos en
  • 36. este punto), además de los que por “herencia” estaban invitados, los judíos. Es así que Jesús define su familia como todos “los que hacen la voluntad de mi padre” (Mc 3,35), es decir un círculo cada vez más amplio; de allí que Pablo pudiese hablar de Jesús como el hermano mayor (Rom 8,15-17.29; cf. 1Jn 3,11-18). Las mujeres, a pesar del lugar secundario que ocupaban en las sociedades antiguas, eran también parte de la “familia de Jesús”58 . La pregunta de si se las consideraba discípulas hay que verla con la misma serenidad e imparcialidad que amerita cualquier investigación seria; libre de las pasiones con las que se suele cargar este tema. Empecemos por algunas constataciones: (1) la información que poseemos sobre ellas es escasa, (2) no tenemos ningún relato de un llamamiento a mujer alguna a seguir a Jesús, (3) un número de mujeres acompañaban a Jesús, y (4) excepto por Hch 9,36 (Tabitá), nunca se emplea el término discípulo/a para mujer alguna o grupo de ellas. Si bien los evangelios no mencionan ningún llamado específico a mujeres, cosa que se comprende en la cultura judía, éstos sí dejan en claro que Jesús no recusó a ninguna59 , y no sólo eso sino que, a decir de Lc 8,2s, en su misión evangelizadora lo acompañaban “los Doce y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuzá, intendente de Herodes, Susana y otras muchas que ayudaban con sus propios bienes”; eran mujeres con una cierta holgura económica. John Meier60 estudió críticamente el valor histórico de este pasaje y concluyó que en sustancia aquí Lucas “preserva un valioso recuerdo histórico” que corresponde a la realidad que mujeres seguían a Jesús, al igual que varones, algo culturalmente chocante en ese tiempo –de no haber sido histórico Lucas lo habría probablemente omitido–. Según Mc 15,40s, durante la crucifixión “había algunas mujeres mirando de lejos, entre las cuales se encontraban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé, quienes, cuando Jesús estaba en Galilea, lo seguían (êkolóuthoun) y le servían; así como otras muchas que habían subido con él a Jerusalén” (vea también Jn 19,25). La constante es la Magdalena, que es además la primera a la que se aparece Jesús luego de su muerte. Digna de mención es la actitud de éstas que contrasta con la de los varones que
  • 37. huyeron todos desde el prendimiento, hasta luego de la Resurrección. Esa fidelidad y dedicación hasta acompañarlo al pie de la cruz, como bien dice Meier61 , las califica como discípulas. Ahora bien, nunca se usa el término discípulo (mathêtês) asociado a mujeres, ni en su forma femenina. Pero eso no lo explica todo. Se puede pensar que la tradición posterior, androcéntrica y patriarcal (cf. Mt 14,21), censuró el empleo de la designación “discípulo” para mujeres que seguían a Jesús62 . Pero, ¿por qué no se omitió simplemente las menciones que indicaban el seguimiento de éstas? Porque era un dato histórico sólido y significativo. No se usó el vocablo “discípulo” para las mujeres probablemente porque se aplicaba exclusivamente a los varones (en hebreo y arameo este vocablo existe solo en masculino, talmid/a’). En el mundo judío, la relación maestroaprendiz se aplicaba solo entre varones; no se conoce en el judaísmo palestino maestro alguno que tuviese discípulas. Por otro lado, en griego, como en castellano, el plural “discípulos” es inclusivo, no discrimina géneros, de donde no se puede excluir que algunos de los pasajes que mencionan discípulos las incluyesen tácitamente. En Lc 19,37 se incluiría entre “toda la multitud de discípulos” a las mujeres que vinieron con Jesús de Galilea (23,49.55). Más adelante, en Lc 24,6s el ángel dice a las mujeres “recuerden cómo les anunció (a ustedes: elálêsen humín), cuando todavía estaba en Galilea, que el Hijo del hombre debía ser entregado…”: ese anuncio había sido hecho a “los discípulos” (9,22): ¿incluía mujeres? Cierto, esto no es prueba histórica de que se las calificara como discípulas o que fueran consideradas iguales a los varones. Pero, calificadas como tales o no, su cercanía y su seguimiento de Jesús invita a pensar que eran tan discípulas como los varones63 . El hecho que no se tenga un relato de un llamamiento a alguna mujer a seguir a Jesús se entiende perfectamente dentro de la cultura palestina: ningún extraño llamaría a una mujer, ni mujer alguna respondería a un tal llamamiento. Además, no serían escuchadas como misioneras, pues el testimonio de las mujeres carecía de valor. Si alguna siguió a Jesús sería a pedido de ella y libre de compromisos familiares; probablemente serían viudas, pues no abandonarían a sus esposos. Ciertamente no acamparían con Jesús y sus discípulos varones durante sus periplos, pues la relación socialmente aceptada entre un varón (Jesús) y una mujer estaba
  • 38. estrictamente regulada por el código de honor social, además de las normas religiosas64 . Por todo esto, el admitir mujeres como discípulos era provocador y mal visto aun entre los evangelistas que eran parte de esa cultura; en el rabinato era simplemente impensable. Sin embargo, debió ser extraño que Jesús aceptara que lo acompañaran, tanto como su repetida defensa de la dignidad de las mujeres, y por eso la tradición lo recordaba65 . “Cuando Jesús admite discípulas, quiere aliviar el puesto que ocupaba en la sociedad la mujer oprimida y se propone contribuir a que se restituya a la mujer su dignidad humana”66 . Es, además, de suma importancia recuperar el peso del hecho que fueron las mujeres las primeras en ir a la tumba de Jesús, y que el Resucitado se les apareciese antes que a los apóstoles y les encomendara anunciar la buena nueva: ¿no era precisamente porque eran discípulas, y de hecho las más fieles? En resumen, es seguro que Jesús de Nazaret tuvo un número de mujeres que caminaban con él como parte de su grupo de discípulos, inclusive desde Galilea hacia Judea (Mc 15,40s; Lc 23,49.55). Tras su minucioso estudio del tema John Meier afirmó que, “sean cuales fueran los problemas de vocabulario, la conclusión más probable es que Jesús veía y trataba a esas mujeres como discípulos”67 . “Para ser pescadores de hombres”: propósito del discipulado El primer relato de un llamado al discipulado especifica el propósito del mismo: “los haré pescadores de hombres” (Mc 1,17 par). Marcos dice que Jesús escogió a los Doce “para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, con poder de arrojar a los demonios” (3,14s). En ningún momento se indica, ni por asomo, que los llamaba para estudiar las Escrituras, o para conformar un grupo de oración, o para dedicarse al culto o a la sinagoga. Si Jesús se dedicó a anunciar el reino de Dios, los discípulos no podían hacer otra cosa que compartir esa misión. Así como “el Padre envió al Hijo”, así éste envía a sus discípulos (Jn 17,18). Por eso Jesús envió a los discípulos en misión a anunciar el reino de Dios y a sanar enfermos (QLc 10,1-11; 9,1s). No los envió a enseñar una doctrina o un catecismo sino a hacer presente, visible y creíble, tanto de palabra como de obra, el reino de Dios expulsando “demonios” y sanando de toda dolencia y enfermedad.
  • 39. Lucas es el único que mencionó un envío en misión de “discípulos” aparte de “los Doce” (QLc 10,1ss), pero la misión de ambos no se distingue en nada; es la misma que la de Jesús: acercar el Reino de Dios a los de buena voluntad. Recordemos que los Doce eran discípulos que conformaban un grupo con un sentido simbólico, representativo del Israel renovado68 , abierto al reino de Dios predicado por Jesús. La Iglesia se constituye apoyada en el testimonio de ese primer núcleo, pero la misión evangelizadora no les es exclusiva, como lo atestigua Hechos. Fue la misión de Jesús y el propósito de su vida, por lo tanto también del discipulado, el dar paso al Reino de Dios, lo que debían transmitir los discípulos: “el tiempo se ha cumplido; el reino de Dios está a su alcance (êngiken); crean en esa buena nueva” (Mc 1,15). Es lo que enseñó a sus discípulos a orar: “venga tu reino”. Aquí tendríamos que detenernos a explicar qué es ese reino de Dios anunciado por Jesús69 …. Pero eso no era todo. Jesús los llamó para vivir en comunidad. Su proyecto fue constituir un Israel basado en el mandamiento que engloba “toda la Ley y los profetas”: “amarás a Dios… y a tu prójimo…” (Mc 12,28-31 par.). Por eso las instrucciones de Jesús a los discípulos son sobre la manera de convivir entre ellos, pues “todos ustedes son hermanos” (Mt 23,9). Su ideal era que vivieran como una comunidad que se caracteriza por su fraternidad, y por un trato igualitario entre ellos y hacia todos los que se les unieran: “tenían un solo corazón y una sola alma,…” (Hch 4,32). Jesús criticaba todo intento de dominación, de superioridado de discriminación, por tanto, debían constituir una comunidad abierta, no sectaria, ni cerrada en sí misma, que entiende que el prójimo es indiscriminadamente cualquiera que me necesita, ya fuese el samaritano, el leproso, la pecadora, el pobre Lázaro, el ciego Bartimeo o el publicano Zaqueo. “El que quiera venir…”: universalidad del discipulado La llamada al seguimiento en los evangelios da la impresión que se centra sólo en los Doce. Ya vimos que, aunque con una función distintiva, los Doce eran discípulos al igual que los restantes. Si bien es cierto que un grupo acompañaba a Jesús constantemente, también lo es que más personas
  • 40. que aquellas destacadas por sus nombres lo seguían, y que las instrucciones que daba a los calificados como sus discípulos, que pasaron a ser principios de vida cristiana, son en esencia las mismas que compartía con todos los que lo escuchaban. Veámoslo más detenidamente. Hay dos llamadas de Jesús, distintas pero inseparables: la que hace a la conversión y aceptación del reino de Dios, y la que invita a seguirlo literalmente por los caminos de Galilea como discípulo suyo. A diferencia de las llamadas a la conversión del Bautista a prepararse para la venida del mesías, Jesús llamaba a aceptar el reino de Dios por él predicado (Mc 1,14s), que supone una “conversión”. Esa se extendía a todos, sin distinción: era universal. Es también lo primero que Jesús encomendó a los discípulos a hacer en su misión (Mc 6,12), y a eso invitaba a través de parábolas. A los pueblos galileos les recriminaba no haberse convertido y aceptado su predicación (QLc 10,13-15; 11,32). En cambio, la familia de Jesús son todos “los que hacen la voluntad de Dios” (Mc 3,35 par.). En lengua semítica, conversión, shub/tub, retornar (LXX epistréphein), era volver a los caminos del Señor, como predicaban los profetas70 . El vocablo griego metanoein, cambiar de mentalidad, con su tono de arrepentimiento, es más abstracto y moralista71 . En ambos casos se trata de cambiar la orientación de la vida enrumbándola por el camino del Señor. En boca de Jesús era la exhortación a aceptar el camino al reino de Dios que él mediaba, y se dirigía a todos. No todos los que acogieron la prédica de Jesús fueron invitados a seguirlo, ni todos de hecho lo siguieron por Galilea, menos hasta el final del camino. Aquellos privilegiados a quienes Jesús llamó por su nombre fueron convocados sustancialmente “para ser pescadores de hombres”, y se constituyeron en el modelo del misionero itinerante. La Iglesia preservó esas memorias porque también tenía misioneros, y los que estuvieron con Jesús son una suerte de arquetipos. Fueron invitados a compartir con Jesús, pues solo viviendo con él comprenderían lo que deberían anunciar; viviendo lo que Jesús vivía podían hacer lo que él hacía. Los Doce son destacados como los garantes de esa tradición para la Iglesia. Así también lo entendió la tradición de la que se alimentaron los evangelistas. De aquí el
  • 41. empleo del vocablo mathêtês, pues aprendieron con y de Jesús el mensaje evangélico, para luego transmitirlo a otros, haciendo de éste un mensaje universal (Mt 19,28). A propósito de esta universalidad, Marcos relata que en cierta ocasión Juan le contó a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue, y se lo prohibimos porque no nos seguía72 . A ello Jesús replicó: “No se lo prohíban, porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda hablar mal de mí, pues el que no está contra nosotros, por nosotros está” (9,38-40). El episodio, que está narrado desde la perspectiva de la Iglesia (“nosotros”), es elocuente; no necesita explicación alguna. La salvación nunca estuvo ligada al seguimiento físico como tal, sino a la acogida de la predicación sobre el reino de Dios73 . Recordemos que Jesús no se predicó a sí mismo, sino que anunciaba el reino de Dios y apelaba a que se acogiese esa buena noticia. La opción era por el reino de Dios, no por la persona de Jesús en sí misma y por sí misma. Su condenación de Corazaín, Betsaida y Cafarnaúm fue por hacer caso omiso de su predicación, no por el poco aprecio que pudiesen tener por su persona (QLc 10,13-15). El llamamiento o la invitación a seguir literalmente a Jesús por Galilea era un paso radical, que sin embargo no era obligatorio para tener parte en el Reino. Si todos los que aceptaban la Buena nueva hubiesen seguido a Jesús, habría caminado rodeado por una creciente multitud –pensemos en los “miles” que tuvieron que ser alimentados un atardecer (Mc 6,34-44 par.)–. Es impensable que la aceptación de la Buena nueva sólo fuera posible si se dejase familia, casa, posición, empleo, etc. Eso lo hubiese hecho elitista, como advirtió José María Castillo74 , pues sólo lo hubiesen podido hacer los más osados o los que careciesen de obligaciones familiares. Pero la predicación de Jesús no era elitista precisamente por cuanto dejaba la opción abierta y, lo siguiesen literalmente o no, la aceptación de su predicación los constituía en parte de su “familia”. El desprendimiento de los discípulos era radical con miras a caminar con él por Galilea para luego ser continuadores de su misión. Una cosa es la
  • 42. aceptación del reino de Dios predicado por Jesús, y otra la posibilidad de ser misionero itinerante. En Mc 8,34 Jesús,”llamando a la muchedumbre juntamente con sus discípulos, dijo: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame”. Eso significa (1) que la invitación era abierta a todos, no excluyente; (2) que no era necesario un llamado personalizado; y (3) que el camino del discipulado es posible si se aceptan las condiciones expuestas. El énfasis está en la condición “niéguese a sí mismo”, giro semítico que equivale a descartar el egocentrismo, que en otro momento se especifica como “dejarlo todo” (Mc 10,21s.28), despojo que incluye la vida misma frente a las adversidades que surgen por el compromiso de seguir a Jesús. Ese llamado es universal, no sólo para un grupo escogido. La invitación de Jesús a dejarlo todo para seguirlo (metafóricamente) es una invitación a la conversión cara al reino de Dios; un corte radical con el pasado, un “no mirar para atrás” (Lc 9,62). Notemos que no hay amenazas ni condenas para quienes no acepten la invitación –éstas aparecerán más tarde en la Iglesia. Como vemos, el rasgo distintivo de los que caminaban estrechamente unidos a Jesús por Galilea fue el hecho de dejar de manera radical sus familias y posesiones para deambular con él con el mínimo necesario, para ser parte de su misión y poder continuar lo que veían y aprendían de la convivencia con él, es decir ser “pescadores de hombres”75 . Ésta era una opción radical. El famoso joven rico que quería asegurarse la vida eterna no estuvo dispuesto a desprenderse de sus posesiones y por ello no aceptó la invitación a seguir a Jesús, pues entre ambos se interponía su apego a las riquezas (Mc 10,17-30 par.). La sentencia “No se puede servir a dos señores…” (QLc 16,13) lo expresa claramente: no se puede aceptar y vivir el reinado de Dios y aferrarse a lo que lo impida, empezando por el apego al dinero. Se sirve a Dios sirviendo a las personas, empezando por las más pobres, desvalidas y marginadas, como claramente enseñó Jesús con su vida. En resumen, lo que incorporaba a la esfera de Jesús era aceptar la buena nueva del evangelio, sin que necesariamente se tuviese que caminar por
  • 43. Galilea con él. Las bienaventuranzas, las advertencias sobre la primacía del mandato del amor a Dios y al prójimo, y éste como clave hermenéutica para entender la Ley y los profetas, así como las invitaciones a aceptar el reino de Dios, que son lo sustancial y distintivo del movimiento de Jesús de Nazaret, son para todas las personas, sin necesidad de ser llamadas individualmente. El llamamiento individual a los Doce fue con el propósito de prepararlos para continuar y extender su predicación de la Buena Nueva, como de hecho leemos en el “primer ensayo” en Mc 6,6-13 par. El anuncio del reino de Dios y la invitación a aceptarlo era para todas las personas, sin distinciones ni restricciones, como lo ilustran claramente sendas parábolas del reino. II. Después de Pascua A la muerte de Jesús, fue imposible referirse al seguimiento en sentido literal, entre otras razones, porque la proclamación del hecho inaudito que el crucificado de Nazaret había resucitado, adquirió una tal importancia que opacó lo que fuera el centro de su prédica: el reino de Dios. De hecho, el seguimiento físico de Jesús era propio de ese tiempo histórico. Tras la Resurrección, se entendió que el discipulado es de otra índole: una adhesión a Jesucristo por la fe y la aceptación de su camino de vida. Pero seguía siendo cierto que la relación personal con Jesucristo era indispensable para ser “discípulo”; es la esencia del cristianismo76 . “El que cree se salvará” Después de Pascua los discípulos empezaron a proclamar el kerigma: “¡Jesús de Nazaret, que fue crucificado, ha resucitado” (Mc 16,6). Esta sencilla proclamación conllevaba inseparablemente la implicación que, si Dios lo había resucitado entonces era Dios mismo quien le había confiado esa misión. Él era el mesías y su anuncio del Reino era realmente “de Dios”, y por tanto, el evangelio anunciado por Jesús se mantenía vigente. Lo primero era reconocer este hecho y convertirse a él (Hch 2,37s), por eso los discípulos anunciaban y predicaban ahora a Jesús, no sus enseñanzas. Igual hizo luego Pablo. Ya no se hablaba de la conversión con
  • 44. miras al Reino, sino de la conversión a Cristo –una visión soteriológica centrada en la persona de Jesucristo–. La cuestión es en qué consiste esa fe, y qué tipo o de qué manera se vive la conversión a Cristo y la fe en él: ¿era una unión mística, del tipo de las religiones mistéricas? ¿O más bien se refería al modelo de vida que había sido el camino recorrido por Jesús de Nazaret? Definir la conversión y la fe en Él era lo primordial; las enseñanzas venían en un segundo momento, el de la catequesis. Como hemos visto, en tiempos históricos de Jesús la relación entre sus discípulos y él había sido en términos de seguimiento físico por los caminos de Galilea, que por cierto suponía confianza en él. La fe mencionada en relación al Jesús histórico es aquella de la confianza básica en una persona que vivía entre ellos, por eso se asocia a las curaciones, donde “fe” es el acto de confianza en que Jesús podía sanar por el poder de Dios: “tu fe/confianza te ha salvado” (Mc 5,34; 10,52; Lc 7,50; 17,19). El objeto de la fe no era Jesús sino Dios, a quien Jesús predicaba. El que sana es Dios por mediación de Jesús. Notoria es la feconfianza de dos paganos destacada en los evangelios: la de la sirofenicia (Mc 7,27ss) y la del centurión (“no he encontrado fe semejante en Israel”: Mt 8,10). “Mientras el ‘predicador’ no vino a ser el ‘predicado’ [que se dio a partir de Pascua], no se identificaron ‘seguir’ y ‘creer’, ni los ‘discípulos’ vinieron a ser comunidad creyente”77 . En otras palabras, después de la Resurrección quedaron sin efecto los límites espaciotem-porales del seguimiento físico de Jesús, cuando ya no podía seguírsele literalmente y se empezó a hablar de fe, entendida como unión con él mediante el Espíritu. La relación con Jesucristo se daba ahora en términos de fe teologal, de una relación interpersonal en otra dimensión que la de la cercanía física. El primer paso que el NT pone de relieve sistemáticamente es creer que Jesús resucitó. Eso significa admitir que él ha sido reivindicado por Dios como EL mesías, el hijo de Dios (Mc 1,1). Es el tenor del diálogo de los discípulos que iban camino a Emaús (Lc 24,21s), y el de los relatos de los primeros encuentros con el Resucitado. Quien ahora fundamenta la comunidad es el Resucitado, ahora calificado como kyrios. El compromiso de fe se expresa por medio del bautismo “en el nombre de Jesucristo” (Hch 2,38; 8,16; 1Cor 1,13). Por el bautismo el creyente “ha
  • 45. muerto y resucitado con Cristo” (Rom 6,4), se ha “revestido de Cristo” (Gál 3,27) –Juan habla de “nacer en agua y Espíritu” (3,5s)–. Ésta era la comprensión que tenía Pablo, convertido al cristianismo no muchos años después de la muerte de Jesús78 . El nunca empleó el vocablo discípulo para designar al creyente, ni habló de seguimiento de Jesús, en cambio con notoria frecuencia habló de fe en Él, de unión, adhesión a su persona como una relación interpersonal, como más tarde recalcará el evangelista Juan. Se trata de asimilar un estilo de vida de una persona que lo es todo para el creyente. Es vida en el Espíritu de Jesús. Fe es un encuentro que paulatinamente lleva a una compenetración, imbuido del mismo espíritu que animaba a Jesús, hasta tener sus mismos sentimientos (Fil 2,5)79 . La relación fundamental de fe supone apertura al Espíritu, el que animaba a Jesús, que nos mueve a clamar “abba, padre” (Gál 4,6; Rom 8,15)80 . Se establece así una relación existencial a nivel interpersonal con Jesucristo en cuanto Señor, el glorificado, por eso objeto de culto. La fe ha tomado el lugar del seguimiento o, dicho en otros términos, el seguimiento físico se da ahora en la fe teológica en Jesucristo. Es notorio que, mientras los evangelios sinópticos destacan el seguimiento de Jesús, el cuarto evangelio habla de fe en Jesús. Cuando Pablo habla reiteradamente con diferentes giros de fe en Jesucristo, lo hace consciente de que es una relación interpersonal con la persona de Jesucristo, aquel que se le apareció camino a Damasco, no como una noción o una idea, es decir que no es una simple admisión de “verdades” intelectuales o bíblicas. El cristianismo no es una gnosis ni la fe una ideología. Más aún, esa “fe” en Jesucristo conlleva la obligación de vivirla consecuentemente. El indicativo (fe) demuestra su autenticidad en el imperativo (ética)81 . Como vemos, tras la Resurrección, el seguimiento adquiere una configuración nueva, distinta de aquella que tuviera durante la vida histórica de Jesús. Su eventual institucionalización dará origen a la Iglesia, con lo que se le da estabilidad, identidad clara, y durabilidad. “¿Qué hacen parados mirando al cielo?”
  • 46. Para ser “cristiano” es necesario seguir el derrotero trazado por Jesús de Nazaret. Cierto, ya no puede ser un seguimiento literal por Galilea, pero sí un proseguimiento del “camino” en el perseguimiento de Jesucristo. Eso es lo que precisamente pusieron de relieve los evangelistas. La invitación de Jesús, “el que quiera venir en pos de mí...” (Mc 8,34), sigue vigente y su aceptación configura al discípulo hoy. El seguimiento se materializa recorriendo el camino de vida vivido por Jesús de Nazaret, en cuanto carácter y en cuanto misión. Por eso el Apocalipsis podía afirmar que los fieles “siguen al Cordero donde sea que vaya” (14,4). Después de la Resurrección se habla de seguimiento metafóricamente: adoptar un comportamiento similar al que tuviera Jesús mientras vivía físicamente; un vivir como él prosiguiendo el camino que había empezado y trazado, el que invitaba a todos a asumir, ahora guiados por “el Espíritu” de Cristo. Por eso era importante, como lo preservó y puso de relieve Marcos, recordar el recorrido histórico de Jesús y sus discípulos. De aquí también la importancia de los testigos oculares, que atestiguan no solo que Jesús vivió y que resucitó, sino que era el mesías, el enviado definitivo de Dios, con todo lo que esto implica. En efecto, el gran aporte de Marcos –retomado por Mateo y Lucas–, ha sido poner en primer plano mediante su versión del evangelio el seguimiento de Jesús como constitutivo, y haber extendido el vocablo discípulo(s) más allá del sentido literal originario, usándolo en no pocas ocasiones en un sentido metafórico (vea el capítulo dedicado a Marcos). Al poner en primer plano al Jesús histórico salva de la trampa de convertir la fe en una suerte de ideología, y de reducir a Jesucristo a la dimensión de un ser mítico, o la de hacerlo una divinidad a la que se accede sólo por una unión mística, o mediante ciertos ritos de comunión espiritual al estilo de las religiones mistéricas de antaño. Marcos puso de relieve el reino de Dios como objeto y meta insustituible y central para el cristiano. Como resaltaron los sinópticos –y por eso se escribieron–, el seguimiento no era para venerar a Jesús sino que conllevaba una misión concreta: anunciar el reino de Dios o, como se dirá en tiempos pospascuales, para “la salvación”82 . Es importante subrayar esto. Se evitaba así la concentración mística y devocional para poner de relieve el
  • 47. compromiso humano especialmente con los pobres y los relegados, que era lo característico en Jesús de Nazaret (cf. Lc 4,18ss; Mt 5,3-6; Mc 6,12). A diferencia de Lucas y Juan, que presentan los encuentros con el resucitado en Jerusalén, los evangelistas Marcos y Mateo los situaron en Galilea. La razón se deja fácilmente entrever: entendieron que, de lo que se trataba era de retomar el hilo del proyecto de instauración del reino de Dios que había sido interrumpido en Jerusalén. Willi Marxsen observó que en la narración de Mc Galilea es más que un lugar geográfico: en su sentido simbólico es representativo del cristianismo viviente desde Pascua (ver Mc 16,7; 14,28: en Galilea lo verán; Mt 28,7.10.16; Jn 21,1)83 . Por tanto, hay una continuidad entre la Galilea del Jesús histórico y la del Resucitado. En Galilea se dieron las primeras vocaciones, y en Galilea se dan los primeros reencuentros pascuales, y todos los que vayan al encuentro con Jesucristo están invitados a seguirlo en “Galilea”. Se establece así la continuidad. Galilea fue el lugar del seguimiento que en un primer momento fue físico, literal, debido a un llamamiento, y que después de Pascua lo es por la fe y se traduce en asumir el camino vivido por Jesús de Nazaret. Esto remite al camino histórico de Jesús de Nazaret como patrón y guía, como referencia fundamental que garantiza la continuidad y la fidelidad con el proyecto de Jesús. Por lo mismo, los “discípulos” en los evangelios son los personajes históricos de antaño pero que son presentados como representantes de los cristianos en general. Los evangelistas entretejieron las experiencias actuales de su discipulado84 con las memorias del pasado transmitidas mediante la tradición durante varias décadas. Es notorio que Hechos mencione al inicio que Jesús “por espacio de cuarenta días les hablaba del reino de Dios” (1,3), y al final que Pablo en Roma “predicaba el reino de Dios a todos los que venían a él y enseñaba lo que se refiere al Señor Jesucristo” (28,31; cf. 20,25). Felipe, el predicador en Samaria, anunciaba “el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo” (8,12); igual hizo Pablo luego (14,22; 19,8), quien resumió su misión a los Efesios como “entre quienes he pasado predicando el reino de Dios” (20,25), y así hará también en Roma (28,23). Lucas resaltaba así la vigencia de la predicación del Jesús histórico como parte esencial de la prédica cristiana. Por lo mismo se refiere en Hechos a los cristianos como discípulos, y al cristianismo como “el camino” (9,2; 19,9.23; 22,4;
  • 48. 24,14.22), con lo que destacaba la continuidad con el tiempo de Jesús de Nazaret. Más tarde Juan, en su versión del evangelio, empleó el término discípulo para designar a las personas cercanas a Jesús, al mismo tiempo que definía la relación salvífica como una de índole interpersonal que llamaba “fe” (crean en mí). De hecho, el cuarto evangelio es el que nos ha legado la impresión de que Jesús de Nazaret exigía fe (teológica) en él, cosa que brilla por su ausencia en los sinópticos. Éste es el evangelio de la fe en la persona de Jesús el Cristo, el enviado del Padre, fe que da la vida eterna pues él, y no otro, es “el camino, la verdad y la vida” (14,6). La misión del discípulo es dar testimonio de Jesucristo (15,27). En el cuarto evangelio, discípulo es todo el que cree en Jesucristo; seguirle es aceptar en fe a Jesús como revelación de Dios (9,28). Seguir viene a ser sinónimo de creer, como se ve en 12,44 donde creer (pisteuô) sustituye a seguir (akoloutheô), y en el paralelismo en 6,35 entre “el que viene a mí” y “el que tiene fe en mí”. Las ovejas siguen al pastor al oír su voz (10,3s.27). En resumen, por todo lo dicho debemos tomar nota de la advertencia de Martin Hengel que, “a priori, las acepciones traslaticias de ‘seguir’ o ‘ir detrás’ en el sentido de ‘creer’ o de ‘obedecer’ están totalmente injustificadas. Más bien habría que distinguir entre la interpretación posterior de ‘seguir’ en los evangelios y el sentido original de la llamada de Jesús a ‘seguirle’”85 . Si se habla de “seguir” a Jesucristo después de Pascua, es porque se entiende que el cristiano se enrumba en un camino –como también se llama al cristianismo– es decir en un estilo de vida, una orientación fundamental, que va tras alguien, Jesucristo: “mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,27, pospascual). El que sigue se mantiene cercano: “El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor” (Jn 12,26). “Hagan discípulos a todos los pueblos” Ser cristiano es ser discípulo de Jesucristo. Es el encargo que leemos al final de Mt: “hagan discípulos míos a todos los pueblos” (28,19). Es así como Juan entendió al cristiano y lo presentó en su evangelio, y también
  • 49. Lucas en Hechos. Discípulo pasó a ser una suerte de definición en el cristianismo naciente del cristiano, la cual remite a una relación con Jesús de Nazaret, el histórico, que tras la crucifixión vive glorificado. Él es el fundamento de la Iglesia, la piedra angular (Hch 4,11; 1Cor 3,11; Ef 2,20; 1Pdr 2,6s). En él está el referente decisivo. Por tanto, discípulos son todos los cristianos, sin excepciones. No son una categoría especial, o un estamento diferenciado dentro del cristianismo. El término “discípulos” no quedó prisionero del pasado, limitándose a los que caminaron con Jesús por Galilea. Como ya he apuntado, es en el cuarto evangelio y en Hechos en particular donde encontramos el término discípulo empleado en el sentido de cristiano. Discípulo, mathêtês, es el que cree en el Hijo enviado por el Padre: “Si permanecen en mi palabra son verdaderamente discípulos míos” (Jn 8,31); “En esto conocerán todos que son discípulos míos: en que se aman unos a otros” (13,35); “En esto será glorificado mi Padre: en que den mucho fruto y así manifiesten ser mis discípulos” (15,8). Discípulos son los que siguen al buen pastor, los que conforman las ramas de la vid verdadera, los que permanecen fieles a Jesús, y poseen “el otro Paráclito”. Lucas empleó “discípulos” en Hechos de los Apóstoles para referirse a los cristianos (30 veces). En efecto, excepto por 9,25 y 19,1, a partir de 6,1 mathêtês designa a los cristianos como tales, sin restricciones –no solo los que estuvieron antes con Jesús (en 9,10 Ananías es llamado “discípulo”, aunque no estuvo con Jesús; en 16,1 lo es Timoteo; igualmente Mnasón en 21,16)–. Según 6,7 discípulos son los que “abrazaron la fe” –por eso dudan en Jerusalén si Pablo era discípulo, o sea si creía86 –. El hecho de que no aparezca el término discípulo en el resto del NT es un indicio de que éste no era el término con el cual se designaba comúnmente a los cristianos87 . La excepción es Hechos, y eso probablemente porque Lucas quería resaltar la continuidad entre el tiempo prey el post-pascual (por eso ocurre sólo en las partes narrativas). Excepcionalmente se encuentra este término en los padres de la Iglesia, entre los cuales destaca Ignacio de Antioquía, que lo usó primordialmente en referencia al martirio (para él, el verdadero discípulo es el mártir)88 . Ignacio usó ocasionalmente mathêtês para designar al cristiano como tal (Pol 2,1; Mag 10,1).