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JAIME DE ARMIÑÁN
Fracaso con gustavitos
(1954-2008)
Antolejía-Dossier
Edición:
Julio Tamayo
cinelacion@yahoo.es
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NOTA
Más vale una vez colorado que ciento amarillo. La frase fetiche de Jaime de Armiñán,
aparece en casi todas sus series, películas, obras de teatro, libros. La que mejor resume su
obra, y su propia trayectoria personal, que tiene de cualquier cosa menos de complaciente,
mediocre, vulgar. Abandonó un trabajo fijo, seguro, gris, de oficinista, había estudiado
derecho, luego opositado sin éxito, para hacer realidad su sueño de convertirse en narrador
de historias. Cosa que logró en todas las facetas posibles, periodismo, teatro, televisión,
cine, literatura, y con gran éxito de crítica y público (sobre todo en su faceta televisiva, y
sólo puntualmente en cine, “El amor del Capitán Brando”, “El nido”, “Mi querida
señorita”), cosa que muy pocas veces se conjuga. ¿Y qué son los gustavitos? Las tapas, las
comestibles, no las de los libros. Luego fracaso con tapas. ¿Y qué tapas? La ternura y el
humor. Fracaso con ternura y humor. Fracaso el vino, un vino recio, denso, del Priorato, y la
ternura y el humor los entrantes necesarios para que el fracaso no se suba a la cabeza, ni
baje a los pies. Un fracaso que se sobrelleva con estoicismo, con naturalidad, el éxito es
muy poco español, un extranjerismo, un barbarismo. Un fracaso torrencial, si sumamos
todas sus facetas creativas, la cifra supera los tres ceros. Una obra inabarcable para un
español con obligaciones, cargas, y profundamente irregular, como todos los genios. Esta
antolejía-dossier no tiene la finalidad de abrir boca, sino la de matar el hambre, saciarlo, con
un chuletón de buey de kilo y medio. Como la vida es corta y llena de mierda, como la
escalera de un gallinero, me limito a hacer quince recomendaciones (y a rejuntar en orden
cronológico todos los textos que he escrito sobre él), las suficientes para tener una visión de
conjunto. Quien no sepa apreciar su grandeza, tiene un problema gustativo, degustativo.
Julio Tamayo
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MIS 15 OBRAS FAVORITAS
(en orden cronológico)
01- “Café del Liceo” (1957) (teatro)
PDF: https://mega.nz/file/UqYGVSjJ#AZ0vu6oYVxoeQxjCbFLw3m3S8REh-8DjY4rmVC_Unqg
Versión televisiva: https://www.rtve.es/play/videos/estudio-1/cafe-del-liceo/6755852/
02- “Con derecho a fantasma” (1958) Eduardo de Filippo (traducción)
PDF: https://mega.nz/file/wr5khZAR#WsATrlRJdg9irueEoeA4gn61Za0ObPzUT1rvaz7PARc
03- “El fúnebre” (Galería de maridos) (1960) (televisión)
Guión en la página 7
04- “La oposición de Germán Ferrer” (El personaje y su mundo) (1961) (televisión)
Guión en la página 13
05- “La señorita” (Tiempo y Hora) (1966) (televisión)
Guión en la página 21
06- “La zorra y las uvas” (Fábulas) (1968) (televisión)
Guión en la página 41
07- “El amor del capitán Brando” (1974) (cine)
08- “Suspiros de España” (1974-75) (televisión)
Serie completa: https://www.rtve.es/play/videos/suspiros-de-espana-serie/
09- “El nido” (1980) (cine)
10- “Cuentos imposibles” (1984) (televisión) + “Juncal” (primer episodio) (1988) (televisión)
Serie completa: https://www.youtube.com/channel/UCPj15trIDzacqpMIcdx1OHw
Juncal: https://www.rtve.es/play/videos/juncal/
11- “Stico” (1985) (cine)
12- “Mi general” (1987) (cine)
13- “Al otro lado del túnel” (1994) (cine)
14- “La isla de los pájaros” (1999) (novela)
PDF: https://mega.nz/file/07gTQD4K#QHH6vBhBrKujkeluJaFtVk6wRET5ieuM79YZZYDAmLE
Germen: https://mega.nz/file/B2RkjZTC#cdWr4KbIJwvkcr7YqujPz8uiDDWHUREUgl18BQawXxE
15- “14, Fabian Road” (2008) (cine)
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ÍNDICE
ANTOLEJÍA DE GUIONES
01- “El fúnebre” (Galería de maridos) (1960)………………………………………………………..7
02- “La oposición de Germán Ferrer” (El personaje y su mundo) (1961)……………………….....13
03- “La señorita” (Tiempo y Hora) (1966)…………..……………………………………………...21
04- “La zorra y las uvas” (Fábulas) (1968)…………………….……………………..…….41
DOSSIER
05- El cine según Jaime de Armiñán……………………………………………………..…67
06- Cuestionario a Jaime de Armiñán………………………………………………………69
07- Las siete vidas de Jaime de Armiñán……………………………………………….…..71
08- El feminismo montuno, ultramontano, de Armiñán……………………………………77
09- “La Lola dicen que no vive sola” (1971)……………………………………………….81
10- Feminismo en “Las doce caras de Eva” (1971)……………………………………...…83
11- Feminismo en “Tres eran tres” (1972)……………………………………………….…99
12- “El amor del capitán Brando” (1974)……………………………………………...….101
13- “Suspiros de España” (serie) (1974-75)…………………………………………...….107
14- Armiñán o el respeto por la libertad (Manuel Vázquez Montalbán)……………….…149
15- La polémica “¡Jo, papá” (1975)…………………………………………………….....151
16- “El nido” (1980)………….………………………………………………………..…..161
17- “Cuentos imposibles” (serie) (1984)…………………………………………….…….165
18- “Juncal” (Cuentos imposibles y primer episodio serie) (1984-88)…………..………..167
19- “Stico” (1985)…………………………….…………………………………………...169
20- “Mi general” (1987)…………………………………………………………………...171
21- “Al otro lado del túnel” (1994)…………………………….………………..………...175
22- “La isla de los pájaros” (1999)………………………………………………………..179
23- “14, Fabian Road” (2008)…………………………………………………….……….183
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7
EL FÚNEBRE
(“Galería de maridos”, 1960)
(Una chica —PAULA— está sentada en una silla. Parece muy satisfecha.
Va vestida alegremente. BRUNO se acerca a ella; al fondo suena la música.)
BRUNO.—Buenas tardes, señorita.
PAULA.—¡Buenas tardes!
BRUNO.—¿Está ocupada esta silla?
PAULA.—¡No! (BRUNO se sienta. Una pausa.) ¿Usted conoce a Lolita?
BRUNO.—Sí.
PAULA.—¡Es prima mía!
BRUNO.—Me alegro.
PAULA.—¡Hoy cumple veinte años!
BRUNO.—Ya lo sé. Por eso he venido.
PAULA.—¿Le ha traído usted algún regalo?
BRUNO.—Sí, señorita.
PAULA.—¿Puedo preguntarle qué regalo le ha traído?
BRUNO.—Sí.
PAULA.—¿Qué regalo le ha traído?
BRUNO.—Un cinturón de corcho.
PAULA.—¿Cómo ha dicho?
BRUNO.—Un cinturón de corcho. Tengo entendido que Lolita se va de veraneo a
Ribadesella. La playa de Ribadesella es muy mala. En Ribadesella se ahogó un amigo mío.
Es muy peligrosa...
PAULA.—Pero Lolita nada muy bien.
BRUNO.—Nunca se sabe. Los cortes de digestión son traicioneros. No es que e1
cinturón de corcho sirva de mucho, pero al menos se tiene la seguridad de recuperar el
cadáver...
PAULA.—¡Qué horror!
(Asciende la música. Un muchacho se acerca a PAULA.)
BRUNO.—¿Quieres bailar?
PAULA.—Sí. ¡Gracias!
(Se levanta y comienza a bailar con el CHICO. Con el rostro de BRUNO tristísimo,
funde la escena. Pasamos al piso de PAULA y BRUNO. Han transcurrido algunos años.
PAULA se dirige al público.)
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PAULA.—Yo me casé con Bruno, el fúnebre; le conocí aquella tarde en el guateque de
mi prima Lolita. Bruno me dio el pego. Le vi tan triste, tan serio, que le confundí con un
hombre interesante. ¿Por qué las mujeres, en cuanto encontramos a un hombre serio, le
confundimos con un hombre interesante? Me parece estar oyendo aquella música... (Suena
la música que oímos antes.) Yo bailaba con un chico... Pero no escuchaba sus palabras... Sin
querer, pensaba en el melancólico Bruno y en el cinturón de corcho de mi prima Lolita; en
la playa de Ribadesella y en los traidores cortes de digestión... Estaba deseando volver al
lado de aquel hombre tan interesante y tan serio…
(BRUNO sigue sentado. Se oye la música. PAULA regresa hasta él, de nuevo años atrás.)
PAULA.—¿Sigue usted aquí?
BRUNO.—Sí.
PAULA.—Pensé que se habría marchado. Como no le veo bailar...
BRUNO.—Bailar es una frivolidad. Además, puede ocurrirme lo mismo que a mi amigo
Rafael.
PAULA.—¿Qué 1e ocurrió a su amigo Rafael?
BRUNO.—Mi amigo Rafael veraneaba en Gijón. Fue a una romería y se puso a bailar
con una chica...
PAULA.—¿Por lo suelto o por lo «agarrao»?
BRUNO.—Por lo suelto. Ese fue su error... Bailaba con La chica sin darse cuenta de que
allí había un precipicio sobre el mar... Estaba muy entusiasmado, porque la chica era muy
mona... Se fue echando hacia atrás, dando vueltecitas... Dio una vueltecita y no volvimos a
verle... Desde el prado al mar había una distancia de treinta metros... Es el baile suelto más
trágico que he presenciado en mi vida... Desde entonces, yo no bailo...
PAULA.—¿Y por qué dice que su error fue bailar por lo suelto?
BRUNO.—Porque si baila agarrado a la chica, al menos se la hubiera llevado por
delante…
(Ríe, de forma un tanto siniestra.)
PAULA.—¿Y eso le hace gracia?
BRUNO.—Sí. (La contempla.) Es usted muy mona. ¿Quiere que bailemos?
PAULA.—No sé… Después de lo que me ha contado...
BRUNO.—Estoy dispuesto a hacer una excepción por usted...
PAULA.—¿Y si nos caemos por el acantilado?
BRUNO.—Aquí no hay acantilados.
(Suena un tango.)
PAULA.—Bueno...
(Bailan el tango.)
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BRUNO.—Claro, que hay balcones... Lolita vive en un séptimo piso.
PAULA.—No se acerque mucho a los balcones...
BRUNO.—A mí me gusta el tango por lo melancólico y por lo triste. Además, me
recuerda la trágica muerte de Carlos Gardel. ¡Pobre Carlos Gardel!
(Salen de campo bailando el tango. Asciende la música y pasamos al decorado donde está
PAULA.)
PAULA.—Pero Bruno me atraía como el espejuelo atrae a la alondra. Jamás ningún
muchacho había intentado enamorarme contándome desgracias. Algún tiempo después
—casi nos veíamos a diario— lo encontré en un parque del paseo…
(BRUNO está sentado en un banco. Es un forillo con un parque pintado.
Mira su reloj. Está tan fúnebre como siempre.)
BRUNO.—Lo que yo me temía... La ha atropellado un tranvía... Era natural... Cuando
una persona se cita con otra a las seis en punto, y son las seis y cinco y no ha llegado, sólo
puede haberle ocurrido una cosa: le ha atropellado un tranvía.
(Entra PAULA en campo, muy alegre.)
PAULA.—¡Hola, Bruno! ¿Te he hecho esperar? (Bruno se levanta, muy serio.)
No parece que te alegre el verme...
BRUNO.—Al contrario, me alegra mucho. ¿Quieres sentarte?
PAULA.—Sí, quiero sentarme.
(Se sientan los dos.)
BRUNO.—Paula, he decidido casarme contigo...
PAULA.—¡Bruno!
BRUNO.—No me interrumpas. Eres muy mona, pero no es por eso. Mucho más mona
que tú era Helena de Troya, y ya ves, se murió. Mucho más mona que tú era Cleopatra, y
también se murió. Mucho más mona que tú era la princesa de Éboli, y, además de faltarle un
ojo, se murió. Conque no es por eso.
PAULA.—Entonces no me lo explico, Bruno.
BRUNO.—Pienso en la vejez, y quizá en la invalidez. Dicen que «el buey suelto bien se
lame», pero yo creo que si me quedo impedido necesitaré a alguien que me cuide. No me
ocurra lo que a don José...
PAULA.—¿Qué le ocurrió a don José?
BRUNO.—Don José era un viejecito soltero. Vivía en un piso. Un día se dejó una
ventana abierta y se acatarró. Intentó llegar a la ventana para cerrarla, pero como era tan
viejecito iba muy despacio. En la mitad de la habitación le dio una pulmonía. Siguió
avanzando, ya con cuarenta grados; cada vez entraba más frío... No pudo llegar, el pobre
don José. Ya ves, tú; si hubiera estado casado, quizá viviría don José... ¿Quieres casarte
conmigo?
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PAULA.—No sé...
BRUNO.—Piénsalo de aquí a mañana. Buenas tardes…
(BRUNO se levanta. Da la mano ceremoniosamente a PAULA y sale de campo.
La chica queda sola.)
PAULA.—Y me casé con Bruno. A ustedes es probable que les extrañe el que me casara
con un sujeto tan fúnebre. Pero yo les voy a decir un secreto: me casé con Bruno porque
estaba enamorada de él, y esto del amor es muy raro… (Suena una marcha nupcial.)
Cuando terminó la ceremonia, Bruno dijo: Ya la hemos hecho buena. ¿Y saben ustedes cuál
fue la felicitación que agradeció más? La de un amigo suyo, de luto, que le dio la mano,
muy triste, y le dijo: Bruno, ahora ya uniditos hasta la tumba…
(Pasamos al decorado del piso. BRUNO, en una butaca, está leyendo un libro.
En la portada vemos el título: «El ladrón de cadáveres».)
BRUNO.—«La condesa necesitaba glándulas de muerto para rejuvenecerse. Allí estaba,
tan consumidita, tocando el piano, cuando su marido, el siniestro ladrón de cadáveres,
empuñando la jeringuilla, se dirigió hacia ella. Detrás del cuello le inyectó las glándulas,
que obraron milagrosamente en la consumida naturaleza de la condesa...» (Suena el
teléfono. BRUNO levanta la vista.) Alguna desgracia... Cuando suena el teléfono siempre es
por alguna desgracia... En estos casos, lo mejor es no tocarlo... (Sigue leyendo.) «En el
sótano tenían cadáveres de todas clases. La condesa necesitaba siempre una buena
provisión...» (Deja de sonar el teléfono.) Ya no suena el teléfono. (Se arrellana en la butaca
y lee.) «Hacía una noche espantosa. Negros presagios rodeaban las torres del castillo...»
(Vuelve a sonar el teléfono.) ¡No tiene arreglo! ¡Cuando las cosas van mal, no tienen
arreglo! (Descuelga.) ¿Diga?... Ya me pongo en lo peor. ¿Diga usted? ¿Dos localidades para
«La quimera del oro»? Me parece que se confunde usted, caballero... Aquí no ponemos «La
quimera del oro»... En todo caso le aconsejo que vaya a ver una película bien triste y no esa
tontería de «La quimera del oro»... ¡Además, se ha equivocado usted! ¡Esto es la funeraria!
(Cuelga, riendo siniestramente, y se dirige a su sillón. Entra PAULA.)
PAULA.—Buenas noches, Bruno.
BRUNO.—Buenas noches. Ya me tenías intranquilo.
PAULA.—Milagro. (Le da un beso y se sienta junto a él.) Al entrar me pareció que te
reías.
BRUNO.—Sí.
(PAULA le mira asombrada.)
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BRUNO.—Parece que te extraña.
PAULA.—No... Es que me ha cogido de sorpresa... Como no te reías desde el año
cuarenta y ocho...
BRUNO.—Es que soy muy gracioso...
PAULA.—¡Cuenta! ¡Cuenta!
BRUNO.—Figúrate que ha llamado un tipo creyendo que esto era un cine... Quería
comprar dos localidades para ver «La quimera del oro», y entonces yo le he dicho...
PAULA.—¿Qué le has dicho?
BRUNO.—¡Que se había confundido! ¡Que esto es la funeraria! (Ríe.) ¿A que soy
gracioso? No creo que a nadie se le haya ocurrido nunca dar por teléfono una réplica tan
graciosa...
PAULA.—Sí que es gracioso...
BRUNO.—Pero ya está bien de reírse. Hay una enfermedad horrible que se llama «mal
de la risa». Empieza uno tan contento, tan contento, y de pronto se le desencajan las
mandíbulas...
PAULA.—¡No me cuentes esas cosas horribles, Bruno! ¡La risa es muy bonita!
BRUNO.—¿Que la risa es bonita? ¿Cuál es el animal más siniestro del mundo? ¿Es la
gallina? ¡No! ¡No es la gallina! ¿Es la mosca? ¡Tampoco es la mosca! ¡Es la hiena! Y ¿qué
hace la hiena? ¡Se ríe! ¡La hiena se ríe!
PAULA.—¡Calla, Bruno! ¡Me estás poniendo los pelos de punta! (Tratando de cambiar
de conversación.) ¿Sabes...? ¡He estado en el sastre!
BRUNO.—No sé para qué se va a comprar uno trajes...
PAULA.—¡Para estar guapa!
BRUNO.—¿Te he contado la historia de aquel amigo de mi padre que se iba a comprar
un traje...?
PAULA.—¡No! ¡No me la cuentes! (Saca varias muestras del bolsillo.) Necesitas un
traje... Escoge entre todas estas muestras...
BRUNO.—¿Tú crees? (Los mira distraído.) No... Marrón no puedo llevarlo... Ni este a
cuadritos tampoco... Y mucho menos azul... ¡Ni gris clarito! ¡Pero, por Dios, Paula! ¿Por
quién me has tomado? Si quieres que me haga un traje, tendrá que ser negro...
PAULA.—¡Ya tienes siete trajes negros!
BRUNO.—Nunca está de más. Suponte que te da una gripe...
PAULA.—¡Bruno!
BRUNO.—Hay que ser realista, Paula... La ropa, al teñirla, se hace polvo... Más vale que
sea negra, negra de entrada... (PAULA le mira, muy triste.) Está bien. Haré una excepción:
en vista de que es verano, encárgame un traje gris marengo. ¡Pero que sea bien oscurito!
(PAULA se pone en pie y sale de la habitación.) No hay quien entienda a las mujeres... Les
concede uno un capricho, y encima se enfadan... ¡Paula!
PAULA (Off ).—¿Qué quieres?
BRUNO.—¿Me has traído el periódico de la noche?
PAULA (Off).—¡Lo he dejado encima de la mesita! ¿No lo ves?
BRUNO.—¡Sí! (Toma el periódico y lo despliega.) Sucesos... Sucesos... Sucesos...
(Busca la página de sucesos, ávidamente.) Aquí está... (PAULA vuelve y se sienta con un
libro entre las manos.) «Asesina a una anciana, a hachazos, para robarla. Teruel, 9...»
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PAULA.—¡No leas eso, Bruno!
BRUNO.—¡Pero si es muy bonito! (Pasando la mirada por la página.) Da gusto cómo
vienen los periódicos: «Se despeña un autobús en la provincia de Ciudad Real, y mueren
todos sus ocupantes».
PAULA.—¡Por favor, Bruno!
BRUNO.—Está bien... ¡Cuántas esquelas! Para que luego digan que en verano se muere
menos gente... Fíjate, Paula, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis... ¡Lo mismo que en invierno!
PAULA.—¡Bruno, deja ese periódico!
BRUNO.—Como quieras…
(Abandona el periódico y toma el libro.)
PAULA.—¡Deja también El ladrón de cadáveres!
BRUNO (Condescendiente).—Y tú, ¿qué lees?
PAULA.—¿Yo? Caperucita Roja. ¡Para equilibrar la balanza!
BRUNO.—Caperucita Roja es muy bonito... Muere el lobo, y muere la abuelita y muere
la mismísima Caperucita Roja...
PAULA.—¡Pero luego los salvan los leñadores!
BRUNO.—¡Que te crees tú eso! ¡Es un final amañado y blandengue! ¿Quieres saber cuál
es la verdadera historia de «Caperucita»?
PAULA.—¡No! ¡No quiero saberla! (PAULA, se pone en pie. BRUNO La imita. La
contempla muy serio.), ¿Por qué me miras así? (BRUNO se acerca a ella.) ¿Por qué me
miras así, Bruno?
BRUNO.—Tienes el blanco de los ojos amarillo... Mal síntoma, Paula... Tío Gerardo
empezó igual... Se le puso el blanco de los ojos amarillo de tanto comer huevos fritos, y
luego el resto del cuerpo también se le puso amarillo. Después se convirtió en chino, pero
duró muy poco... El pobre tío Gerardo no resistió la impresión.
PAULA.—¡Bruno! (Huye de su marido y desaparece.)
BRUNO.—El caso es que es muy mona. (Avanza hacia el teléfono y marca un número.)
¿Es la sastrería?... Soy Bruno Méndez... (Baja la voz.) Oiga usted, cuando vaya mi mujer a
encargarles un traje gris marengo, no le hagan caso… Háganmelo negro... Lo voy a
necesitar pronto... (Cuelga y avanza hacia la cámara.) Desgraciadamente, abundan los
sujetos como Bruno el fúnebre, y, justo es reconocerlo, no les faltan motivos... Lo que
ocurre es que, a la página de sucesos, debemos intentar oponerle, como hace Paula, el
cuento de Caperucita Roja, que acaba bien. No lo duden ustedes: acaba bien.
(Aparece la palabra fin.)
13
LA OPOSICIÓN DE GERMÁN FERRER
(“El personaje y su mundo”, 1961)
Una mesa junto a la cual se sientan tres catedráticos —de espaldas a la cámara—.
La mesa está sobre un estrado. Suponemos que la sala se pierda al fondo. Los rótulos van
sobreimpresionados con un montón de libros de texto. Suena la música. Una música triste y
melancólica.
El Secretario del tribunal llama:
SECRETARIO: ¡Número 2.313! ¡Don Germán Ferrer Castro!
Una breve pausa.
¡Número 2.313! ¡Don Germán Ferrer Castro!
Avanza hasta el tribunal el opositor. Es un hombre de unos treinta y cinco años,
vestido con pulcritud y humildad. Sonríe con timidez y lleva gafas.
GERMÁN: Buenos días.
El Presidente del tribunal inclina la cabeza.
PRESIDENTE: Siéntese.
GERMÁN: Con su permiso.
PRESIDENTE: Saque tres bolas.
GERMÁN: Sí, señor.
Toma el pequeño bombo que hay sobre la mesa.
¿Puedo beber un vaso de agua?
El Presidente inclina la cabeza. Germán bebe.
Tres bolas... Tres bolas...
Las va extrayendo.
Cuatrocientos catorce. Setenta y dos. Ciento nueve.
Las entrega al Presidente, que comprueba los números.
14
Que corresponden a los temas...
Lee un programa.
Las obligaciones profesionales de los comerciantes. El matrimonio. Y la ley de 27 de
diciembre de 1947.
Carraspea.
PRESIDENTE: Muy bien.
Germán Ferrer saca un reloj y lo pone encima de la mesa.
Tiene usted quince minutos.
GERMÁN: Sí, ya lo sé.
Toma la jarra.
Perdón.
Bebe un vaso de agua.
PRESIDENTE: Quince minutos.
Vuelve a carraspear.
Obligación referente a la contabilidad y a la conservación la correspondencia...
Se detiene.
¿Puedo fumar?
El Presidente inclina la cabeza. Germán saca una cajetilla.
¿Ustedes fuman?
Ninguno habla.
Perdonen... Me tranquiliza... Esto de fumar me tranquiliza… Ya sé que no debía hacerlo;
pero como son ustedes tan amables...
Enciende el pitillo.
15
La obligación referencia a la contabilidad y a la con... con… conservación de la co... de
la corres... de la correspondencia.
Ha comenzado a tartamudear.
PRESIDENTE: Cálmese.
Germán asiente. Luego se vuelve hacia el público.
Tiene usted quince minutos.
GERMÁN: Sí, señor.
Reanuda el examen.
Obligaciones profesionales de los comerciantes.
Se calla.
¿Les importa a ustedes que cambie el orden de los temas?
Preferiría decir antes otro y después éste.
PRESIDENTE: Es lo mismo.
GERMÁN: Muchas gracias.
Lee el cuestionario.
Bien. Tenemos «El matrimonio». «Las obligaciones profesionales de los comerciantes» y
«La ley de 27 de diciembre de 1947». Empezaré por la ley de 27 de diciembre de 1947.
Cierra los ojos e intenta concentrarse.
Se refiere a la falsificación de la moneda. Las figuras de delito de esta ley son, según el
artículo 263, cuatro...
Comienza a quitarse las gafas y a ponérselas con gesto nervioso.
Al que fabricare moneda falsa. Al que cercenare o alterase la moneda falsa. ¡No! La
moneda buena... O sea la válida… Tercero. La expedición de moneda... No, ése es el cuarto.
Tercero. Al que introdujere moneda falsa, cercenada o alterada, y cuarto, la expendición de
moneda falsa, cercenada o alterada.
Apaga el cigarrillo.
16
La costumbre del comerciante de inscribir en una determinada forma de contabilidad y de
resumir periódicamente las anotaciones en un balance…
PRESIDENTE: Estaba usted refiriéndose al tema ciento nueve.
GERMÁN: Sí... Al tema ciento nueve... Y me he pesado al otro… Perdón.
Bebe un vaso de agua.
PRESIDENTE: Tiene usted doce minutos.
GERMÁN: Doce minutos. Tres por cuatro doce. A más de tres minutos por tema.
Intenta concentrarse.
Estaba refiriéndome a la ley de... de... de 27 de diciembre de 1947. Según el artículo 284
se entiende por moneda: al papel moneda, billetes del Estado y de banco y... y...
Se pone las gafas.
El matrimonio es el único modo constitutivo de la sociedad conyugal y, a la vez, base
fundamental de la familia…
PRESIDENTE: Se refiere usted al tema setenta y dos.
GERMÁN: Eso es.
PRESIDENTE: Pero estaba usted diciendo el ciento nueve.
GERMÁN: Sí.
Se quita las gafas.
La falsificación de moneda tiene que tener una falsificación tal que sea posible pasarla
entre el público... Entre el público... O sea, no es necesario que sólo la puedan distinguir los
peritos... porque en ese caso... En ese caso... Si las monedas falsificadas sólo fueran o fuesen
reconocidas por los peritos...
Va desinflándose.
Por los peritos... Sólo fuesen reconocidas por los peritos...
Una ligera pausa. Germán mira a sus jueces desamparado.
PRESIDENTE: ¿Ha terminado ya?
GERMÁN: Le juro a usted que me sé los temas.
PRESIDENTE: Continúe.
Mira el reloj.
17
Tiene nueve minutos.
Germán se tapa la cara con las manos.
GERMÁN: Voy a empezar por el matrimonio.
Breve pausa.
Es opinión corriente la de derivar la palabra castellana «matrimonio» de la latina
«matrimonium».
Se calla.
¿Puedo retirarme?
El Presidente, sorprendido, mira a sus colegas.
PRESIDENTE: Ahora iba usted muy bien.
GERMÁN: No sé seguir.
PRESIDENTE: Retírese.
GERMÁN: Sí, señor.
No se mueve.
PRESIDENTE: ¿Qué le ocurre?
GERMÁN: Nada, ya me voy. ¿Cuánto tiempo me quedaba?
PRESIDENTE: Ocho minutos.
GERMÁN: Tengo derecho a esos ocho minutos, ¿verdad? Ya sé… Ya sé que estoy
suspendido... Que tampoco esta vez sacaré la plaza... Pero quisiera, quisiera pedirles a
ustedes un favor… Pierdan ocho minutos conmigo.
PRESIDENTE: Continúe.
GERMÁN: No, no es eso... No voy a hablarles del matrimonio, ni de la ley de 27 de
diciembre de 1947, ni de las obligaciones del comerciante, aunque yo les juro que me sé
esos temas y los quinientos nueve del cuestionario... Llevo estudiando once años a más de
diez horas diarias... Calculen ustedes las horas que he pasado estudiando... Voy a hablarles
de cualquier otra cosa... por no dejar de hablar... Para que me vean... No, no trato de
gastarles ninguna broma.. ¡sí que estoy para bromas! Ahí detrás... En un banco... En el
último banco de la sala están mis padres... Han venido del pueblo a darme fuerzas...
Son viejos... Si yo me levantara ahora les causaría mucha pena... Sabrían que he fracasado
otra vez... En cambio, si permanezco sentado los quince minutos, si me ven hablar, puedo
decir luego que conmigo se ha cometido una injusticia... Perdónenme, no se va a enterar
nadie más que ellos... Que yo no tenía recomendación y, al menos, eso les consolará. ¿Me
dejan decir que ha sido una injusticia y que yo no tenía recomendación?
18
El Presidente inclina la cabeza.
Muchas gracias.
Una breve pausa.
Yo empecé la carrera de Derecho en 1946... Vine del pueblo, como tantos otros... Ya sé
que esto no les importa... No es necesario que me escuchen... yo lo que quiero es que me
dejen hablar... mis padres tenían un pequeño negocio y yo, en lugar de trabajar en casa, me
empeñé en estudiar... Ahora me doy por vencido... Vivía en una pensión... Todas las
semanas
me mandaban dinero y un paquete de comida, porque en la pensión se comía muy mal... Y
yo estudiaba... Fui un alumno brillante. Aprobé todos los cursos. Saqué matrículas y
sobresalientes. Pueden ustedes preguntar por mí a don Federico de Castro y al señor
Garrigues y al señor Urcisino… Me conocen bien... Yo era muy distinto... Tenía confianza
en mí mismo. Al acabar la carrera mi padre me regaló un reloj.
Se lo enseña.
Mírelo. «A Germán, abogado, con el cariño de su padre.» Era el mes de junio de 1951.
Abogado. En España todo el mundo es abogado. Y decidí hacer oposiciones. Yo creí que
esto de las oposiciones sería lo mismo que lo de la carrera. Empecé notarías. Me encerré a
estudiar. Desde 1951 hasta hoy han pasado once años. ¡Once años estudiando para nada!
Sigo siendo estudiante y, mire, ya tengo el pelo blanco por las sienes. He perdido la cuenta
de las convocatorias. Cada vez vengo con más miedo... Lo que llevo en la cabeza no lo
puedo decir… Soy muy nervioso... Incluso fui a un psiquiatra... He hecho de todo... Soy un
hombre inteligente... Le doy mi palabra de que soy un hombre inteligente, y no lo tomen a
vanidad… Quieren saber lo que he hecho durante estos once años? Estudiar desde las seis
de la mañana a las ocho de la tarde… Irme a dar una vuelta por el barrio y a tomar una caña
con otros opositores y hablar de derecho mercantil, de derecho civil y de leyes. Sé mucho
más que cientos de opositores que han aprobado. No he visto el sol. Estoy pálido. Ya no
tengo fuerza en los brazos. ¿Y para qué? ¿Qué buscaba yo? Ahora me doy cuenta de que he
sido un imbécil y he perdido la juventud. Otros, que valían infinitamente menos que yo, son
diplomáticos, técnicos, abogados del Estado, notarios, registradores. No voy a culpar al
sistema. ¡Yo soy el culpable! ¿Pero creen ustedes que es lógico que un hombre se juegue su
porvenir en quince minutos? ¿Que en quince minutos haya de decir tres temas? ¿Que valga
más el que tiene más memoria? ¡No es justo!
Da un golpe en la mesa.
¡No es justo!
Se calla.
19
Perdónenme. Estoy abusando de su bondad. ¿Cuánto tiempo me queda?
PRESIDENTE: Tres minutos.
GERMÁN: Me marcho al pueblo. No me verán más por aquí. Intentaré recuperar lo que
he perdido. Al menos, en el comercio de mis padres. Colgaré el título de abogado que, poco
a poco, se irá llenando de polvo.
Toma el reloj y comienza a ponérselo.
«A Germán, abogado, con el cariño de su padre.»
Sonríe.
Yo tuve una novia. Se llamaba Rosita. La conocí en la pensión. También venía de un
pueblo y trabajaba en el Ministerio de Marina. Ella sí había ganado sus oposiciones. Todas
las noches, después de cenar, me tomaba los temas en el comedor. ¿Les he dicho que era
muy mona? Doña Soledad —la dueña de la pensión— me dejaba un vaso de leche. Yo
estaba muy enamorado de Rosita. Algunas veces se ha sentado en ese banco, donde hoy
están mis padres, para animarme, y una y otra vez me ha visto levantarme sin despegar los
labios o después de haber tirado un vaso de agua al presidente del tribunal... Yo soy muy
nervioso... Un día, Rosita... Bueno, cuando les conté antes que tomaba una caña todas las
noches me olvidé decirles que mi novia solía acompañarme. ¿Por dónde íbamos? ¡Pobre!
¡Hemos sido novios diez años! Un día trasladaron a un compañero de Rosita a su negociado.
Era de Bilbao y se llamaba Jacinto. Ella, estoy seguro, luchó contra Jacinto hasta que se le
acabaron las fuerzas. Noté que Rosita se había enamorado porque ya no me tomaba las
lecciones en el comedor de doña Soledad. Porque me huía, Dios sabe que no le guardo
rencor. Se casaron, Ahora tienen ya un hijo. Un hijo que podría ser mío.
Golpea la mesa.
¡No es justo! ¡También eso me lo han robado los quinientos temas de la oposición!
Germán, mientras hablaba, fue haciendo pajaritas de papel.
Ahora, la mesa casi está llena.
Anoche llegaron mis padres del pueblo... Yo no quería que viniesen aquí... Pero se han
empeñado... «Ya verás como ahora sacas la plaza...», me dijo mi madre... Con nosotros allí
no puedes fallar... Piensa en nosotros y desde lejos te daremos fuerzas... No te pongas
nervioso... Sabes mucho más que los demás... Nos lo ha dicho el registrador...
¿Cuánto falta?
Se detiene.
20
PRESIDENTE: Quince segundos.
Hace una pausa que dura ese tiempo. El Presidente hace sonar un timbre.
GERMÁN: Quince segundos... Los últimos quince segundos… ¡Ya está!
Comienza a guardar los programas en la cartera.
Muchas gracias. Han sido ustedes muy buenos. No lo olvidaré nunca.
Los mira en silencio. Luego habla con voz apagada.
Miren a un hombre oscuro que ha fracasado y que no sirve para la administración y que a
lo mejor servía para otra cosa.
Se levanta.
Buenos días.
Da la vuelta y se aleja. La mesa está llena de pajaritas de papel.
El Secretario llama.
SECRETARIO: ¡Número 2.314! ¡Don Santiago Álvarez Álvarez!
Asciende la música. La cámara llega hasta las pajaritas de papel.
Aparece la palabra «Fin».
21
LA SEÑORITA
(“Tiempo y Hora”, 1966)
Una habitación humilde. Hay una cama. Una pequeña ventana. Un armario. Es el
cuarto de una chica de servir.
La chica —se llama Guadalupe y le dicen “Lupe”— está sentada al borde de la cama.
Tiene los ojos llenos de lágrimas. Cerca de ella hay una pobre maleta abierta y llena de
ropa.
Se abre la puerta. Entra otra muchacha: Loren. Es un poco mayor que Lupe. Trae un
montoncito de ropa.
LOREN.—¿Estás mejor?
LUPE.—Sí.
LOREN.—Pues no lo parece.
Lupe se encoge de hombros.
Te he traído esto.
Lupe no responde.
Lo he lavado yo misma.
LUPE.—Gracias.
LOREN.—No te ibas a ir con la ropa sucia...
LUPE.—Es lo mismo.
LOREN.—¿Te la guardo en la maleta?
LUPE.—Déjala ahí.
LOREN.—Hija, no lo tomes así. Lo único que no tiene remedio es la muerte...
LUPE.—Es que yo preferiría estar muerta.
LOREN.—No digas eso, que es un pecado.
Lupe no responde. Loren guarda la ropa en la maleta.
Encuentra un tríptico de plástico con tres fotografías.
¿Estos son tus padres?
LUPE.—Sí.
22
LOREN.—¿Y éste es él?
Lupe calla.
A cualquier hora llevaba yo su fotografía.
LUPE.—Es mi hermano.
LOREN.—Muy majo.
Lo observa.
Aquí está de soldado.
LUPE.—Ya lo ves.
LOREN.—¿Dónde hizo la mili?
LUPE.—No lo sé.
LOREN.—¿No lo sabes?
LUPE.—No me acuerdo.
LOREN.—¡Hay que vivir...!
Deja el tríptico en la maleta.
¿A dónde vas?
Lupe no dice nada.
¿Al pueblo?
LUPE.—No.
LOREN.—¿Viven tus padres?
LUPE.—Sí.
LOREN.—¿Y lo saben?
LUPE.—No.
LOREN.—¿Quieres un consejo?
LUPE.—No.
LOREN.—Mujer... Yo lo hago por tu bien...
Se ha sentado junto a ella.
Lo mejor es decirlo. Lo sueltas de golpe y como ya no tiene remedio... No eres la
primera…
23
LUPE.—¿Qué hora es?
LOREN.—Las siete y cinco.
Una pausa.
¿Y si no vas al pueblo, adónde piensas ir?
LUPE.—A casa de una tía.
LOREN.—¿Te vas a quedar allí los siete meses?
LUPE.—Sí.
LOREN.—Dame las señas.
Lupe no responde.
¿Me has oído?
LUPE.—Sí.
Una pausa.
No quiero ver a nadie.
LOREN.—Yo lo digo por si te envían aquí alguna carta...
LUPE.—Nadie va a escribirme.
LOREN.—¿Ni él?
Lupe calla.
Desde luego los hombres no pagan ahorcados...
Nuevo silencio.
¿Dónde vive tu tía?
LUPE.—En Sepúlveda.
LOREN.—¿Y tus padres?
LUPE.—En La Velilla.
LOREN.—¿Cae cerca?
Lupe asiente.
24
¿Y tu novio dónde está?
Lupe se encoge de hombros.
¿Te preparo una taza de tila?
LUPE.—No.
LOREN.—A lo mejor te sentaba bien una taza de tila... Como estás nerviosa...
LUPE.—No estoy nerviosa.
LOREN.—Entonces, una copa de coñac. Eso levanta el ánimo...
Lupe no dice nada.
Hija, desde luego es como si le lavaras la cabeza a un tiñoso. Comprenderás que a mí
todo esto ni me va ni me viene…
LUPE.—Perdóname, Loren.
LOREN.—Yo lo comprendo.
LUPE.—Te lo agradezco mucho.
LOREN.—No tienes por qué agradecerme nada; hoy por ti y mañana por mí...
Ríe.
¡Qué tonterías estoy diciendo! Cualquiera pilla a la hija de mi madre... Tú eres una tonta,
una ingenua que no sabe en qué mundo vive... ¿Quieres un consejo?
Lupe mueve la cabeza negativamente.
Tienes razón: ya es tarde para darte un consejo.
Una pausa.
¿A qué hora sale el tren?
LUPE.—A las nueve.
LOREN.—¿Has sacado billete?
Lupe asiente. Loren se acerca a ella.
Pues aunque no quieras un consejo pienso dártelo: habla con la señorita. Habla
francamente con ella. La señorita es una santa…
* * *
25
Del rostro de Lupe, que no responde a su amiga, pasamos al de una mujer de edad
indefinida. Está bebiendo lentamente una taza de té. La deja —con delicadeza— sobre una
mesita.
MARITA. Yo debo de tener un antepasado inglés...
Marita —así se llama la mujer— está en una habitación de su casa. Una habitación un
tanto recargada y, desde luego, fuera de tiempo. Le acompañan dos damas
aproximadamente de sus mismas características. Se llaman Leonor y Anuncia.
LEONOR.—A mí también me vuelve loca el té...
ANUNCIA.—El café tampoco está mal.
MARITA.—Es otra cosa.
LEONOR.—¿A vosotras os desvela?
ANUNCIA.—¿El qué?
LEONOR.—El té.
ANUNCIA.—No.
LEONOR.—¿Y el café?
ANUNCIA.—Tampoco.
MARITA.—Yo nunca tomo café.
ANUNCIA.—Pues hija, yo, sin mi buen café con leche de la mañana, soy incapaz de dar
un paso.
MARITA.—Eso son costumbres. Yo, si el café no es muy bueno, prefiero no tomarlo.
ANUNCIA.—¿Insinúas que en mi casa no se hace buen café?
MARITA.—Hija, yo no he insinuado nada.
Se vuelve hacia Leonor, que está tomando una pasta.
¿Verdad, tú?
LEONOR.—¡Yo soy neutral!
Ríe.
Exquisitas pastas. ¿Las haces tú misma?
MARITA.—Son de la “Bella Pastora”.
LEONOR.—Ya decía yo...
Mordisquea otra.
Inconfundibles. Inconfundibles…
26
MARITA.—A mí me cansa la cocina.
ANUNCIA.—Sí... Es muy esclava...
MARITA.—Volviendo al tema del café...
ANUNCIA.—No tienes por qué volver a ese tema...
MARITA.—Mujer, no te piques.
ANUNCIA.—No me pico.
MARITA.—Es que te debo una explicación. Vosotras sabéis que papá era cubano. Él,
que en paz descanse, nos hacía siempre el café. En un pucherito de barro y con manga. Sin
que hirviera el agua, porque el agua no tiene que hervir jamás; digan lo que digan los
italianos, que de esto del café no saben una palabra, por muchas cafeteras que inventen.
ANUNCIA.—Te diré que mi cafetera...
MARITA.—Permíteme.
ANUNCIA.—Hace un café riquísimo.
MARITA.—Modernismos.
LEONOR.—¿Habéis probado estas de piñoncitos?
MARITA.—Volviendo al tema que nos ocupa...
LEONOR.—Son como hechas en casa...
MARITA.—Son mejor que hechas en casa.
Se dirige a Anuncia.
Resumiendo: desde que murió papá, que en paz descanse, no he vuelto a probar el café.
ANUNCIA.—Es una muestra emocionante de amor filial.
MARITA.—No es amor filial: es reconocimiento al mérito. Por desgracia, las cosas de
ahora ya no son como las de antes…
ANUNCIA.—Eso es cierto: se han invertido los valores.
LEONOR.—Las pastas son mucho más pequeñas.
MARITA. Las pastas y otras cosas.
LEONOR.—Y otras cosas, sí, otras cosas...
ANUNCIA.—¿A qué os referís?
MARITA.—Hablábamos en general...
Toma la tetera.
Ahora ya no echo de menos el café.
Sirve a sus amigas.
Por eso os decía antes que debo de tener un antepasado inglés...
27
Al tiempo que pronuncia esta frase se abre la puerta y entra en la habitación Loren.
Trae una bandeja con una jarra de porcelana. Se acerca a la mesa de las señoras.
Marita destapa la tetera.
¿Está caliente?
LEONOR.—Sí, señorita.
MARITA.—¿No se te habrá enfriado por el camino?
LEONOR.—No, señorita.
MARITA.—Como el pasillo es tan largo...
Loren echa agua en la tetera.
¿Y Lupe?
LEONOR.—Haciendo la maleta.
Marita suspira.
MARITA.—¿Está decidida a marcharse?
LEONOR.—Creo que sí, señorita.
MARITA.—Allá ella. Esta casa es su casa.
LEONOR.—La señorita es muy buena...
MARITA.—Si no vamos a tener caridad con el prójimo cuando falta, Loren…
Vuelve a suspirar.
Dile que antes de irse debo de hablar con ella.
LEONOR.—Sí, señorita.
Una pausa.
¿Quiere usted algo más?
MARITA.—No.
Loren salen de la habitación.
Qué pena de chica... Tan dispuesta, tan trabajadora, tan seriecita…
28
LEONOR.—Las chicas, hoy en día, tienen demasiada libertad.
MARITA.—Es cierto. Y no saben usarla. Mucho pantalón, mucho fumar, mucha moto,
mucho “cock-tail”...
ANUNCIA.—Mujer, tampoco creo que Lupe fuera a demasiados “cock-tails”...
MARITA.—Por lo visto, a los suficientes...
ANUNCIA.—Esas cosas han ocurrido siempre.
MARITA.—Ahora en mayor escala. Nosotras éramos distintas.
LEONOR.—Estoy de acuerdo con Marita.
MARITA.—La juventud de hoy es diferente. Tú lo has dicho hace un momento,
Anuncia, mujer: se han invertido los valores.
Anuncia asiente.
Claro que yo tengo a salvo mi responsabilidad. Y además, le he dicho que se quede.
Es ella quien quiere marcharse.
LEONOR.—En eso has tenido suerte.
Marita mira a su amiga con frialdad.
MARITA.—Bien sabe Dios que yo no la he provocado.
ANUNCIA.—¿El qué?
MARITA.—La suerte.
ANUNCIA.—Una cosa así siempre resulta una lata.
MARITA.—Algo más que una lata: es una tragedia.
ANUNCIA.—Eso he querido decir.
LEONOR.—¿Se han enterado en el barrio?
MARITA.—No, mujer. Afortunadamente...
Las mira con cierta desconfianza.
Cuento con vuestra discreción.
ANUNCIA.—Puedes contar. ¿Verdad, Leonor?
LEONOR.—Desde luego.
Una pausa.
¿Dónde consigues esta mermelada?
MARITA.—Donde todo el mundo: en la tienda de ultramarinos.
LEONOR.—Creí que era hecha en casa.
MARITA.—Es de fábrica.
29
Toma una cajetilla y enciende un cigarrillo. Sus dos amigas la observan en silencio.
Ella les ofrece un pitillo.
ANUNCIA.—No, gracias.
LEONOR.—No fumamos.
MARITA.—Es mi único vicio.
ANUNCIA.—¿Has fumado delante del padre José María?
MARITA.—¿Por qué no?
ANUNCIA.—Qué valor, hija...
MARITA.—Fumar no es malo.
ANUNCIA.—En principio, no; pero...
MARITA.—¿Pero qué?
ANUNCIA.—Nada.
LEONOR.—Yo tengo que probar un día...
Anuncia le mira secamente. Leonor parece desinflarse.
En Navidad...
Una pausa.
MARITA.—Bueno, chicas...
ANUNCIA.—Tú dirás.
MARITA.—Estamos perdiendo el tiempo.
LEONOR.—Yo sigo pensando en el festival taurino. Los festivales dan mucho dinero.
MARITA.—Pero hacen falta toreros y becerros. ¿Quién iba a torear para nuestros
pobres?
LEONOR.—"El Cordobés".
MARITA.—No tiene otra cosa que hacer "el Cordobés".
LEONOR.—Se le pide...
ANUNCIA.—Esta es idiota...
LEONOR.—Mujer...
MARITA.—Debemos ser realistas.
LEONOR.—Es lo que yo estaba diciendo.
Marita la mira en silencio, fríamente.
Perdona.
MARITA.—Creo que lo mejor es montar una función de teatro.
LEONOR.—¡Qué buena idea has tenido, Marita!
ANUNCIA.—¿Y qué función?
30
LEONOR.—¡"El divino impaciente"! ¡"El divino impaciente" siempre ha gustado
muchísimo aquí! ¿Os acordáis del año treinta y cinco?
MARITA.—Hay una dificultad.
LEONOR.—¿Cuál?
MARITA.—¿Quién lo interpreta?
LEONOR.—No lo sé...
MARITA.—Aquí no hay aficionados al teatro.
ANUNCIA.—Sí que es una lata...
MARITA.—Más que una lata, es una tragedia.
LEONOR.—Eso queremos decir.
MARITA.—Yo tengo una idea.
Leonor ríe.
¿Qué pasa?
LEONOR.—Fumas muy bien...
ANUNCIA.—No seas idiota, Leonor.
LEONOR.—Yo lo decía...
ANUNCIA.—Cállate.
MARITA.—Podemos dar la función con los niños.
ANUNCIA.—¿Con qué niños?
MARITA.—Con todos los niños.
ANUNCIA.—No te sigo.
MARITA.—¿Cuánto dinero necesitan nuestros pobres?
ANUNCIA.—Mucho. Por desgracia, mucho.
MARITA.—Reunimos a cuatrocientos niños y damos la función con ellos. Claro que
tienen que ser cuatrocientos niños ricos.
ANUNCIA.—¿Estás bromeando?
MARITA.—En absoluto. Pongamos una media de tres parientes por niño. Cuatro por
tres, doce. Mil doscientas localidades. Tenemos asegurada la venta de mil doscientas
localidades. Sin contar a las familias numerosas...
ANUNCIA.—¿Y qué pueden hacer cuatrocientos niños?
MARITA.—Tonterías. Se les saca al escenario por grupos: unos cantan, otros recitan,
otros bailan. Algunos hacen pasadas mudas... Cuadros plásticos...
ANUNCIA.—¿Y el comité tiene que ensayar con cuatrocientos niños?
MARITA.—Claro.
ANUNCIA.—Podemos volvernos locas.
LEONOR.—Eso es: podemos volvemos locas.
MARITA.—Es nuestro deber.
LEONOR.—¿Y tu no crees que "El divino impaciente"...?
Una mirada de Marita hace enmudecer a Leonor.
31
MARITA.—Debemos de pensar en el prójimo. Todos los sacrificios son pequeños...
Loren vuelve. Anuncia a Marita:
LEONOR.—Lupe se marcha.
MARITA.—¿Le has dicho que quiero hablar con ella?
La chica asiente.
Dile que estoy en la salita.
Loren asiente de nuevo. Va hacia la puerta y allí se vuelve.
LEONOR.—¿Qué ponemos esta noche de cena, señorita?
MARITA.—Judías verdes rehogadas y merlucita en blanco.
LEONOR.—¿Nada más?
MARITA.—Hay que cenar poco. Debemos de ser parcas.
LEONOR.—Sí, señorita.
La chica sale definitivamente. Marita apaga el pitillo y suspira.
MARITA.—Me perdonáis, ¿verdad?
ANUNCIA.—Tómate el tiempo que necesites.
MARITA.—Es un triste caso...
Se pone en pie suspirando.
Esta bulsitis va a acabar conmigo... Un día u otro tendré que decidirme y afrontar el
quirófano...
Llega a la puerta.
Estáis en vuestra casa.
Ni Anuncia ni Leonor responden. Marita sale.
Recorre un pequeño pasillo. Endereza un cuadrito y coloca bien el teléfono.
Abre una puerta y entra en la sala.
La sala es una habitación casi herméticamente cerrada,
donde —sin duda— huele a humedad y que se utiliza en las grandes ocasiones.
Marita entra. Enciende la luz eléctrica. Se acerca a una vitrina y,
con un pañuelo, limpia tal vez una huella imaginaria.
Alguien llama —suavemente— a la puerta.
32
¡Adelante!
Lupe abre. Se ha puesto un abriguito raído. Martita no dice nada.
LUPE.—Buenas tardes.
MARITA.—¿Por qué te quedas ahí parada?
LUPE.—Es que no sé si entrar la maleta o dejarla en el pasillo.
MARITA.—Déjala en el pasillo.
LUPE.—Con su permiso.
Lope entra.
MARITA.—Y cierra la puerta.
Marita se ha sentado. Lupe entra. Está indecisa, no sabe qué hacer.
¿Has hablado por teléfono?
Lupe no responde.
El teléfono estaba colgado al revés…
LUPE.—He sido yo, señorita.
MARITA.—Ya.
Una breve pausa.
No me gusta que se utilice sin mi permiso. Recordarás que el mes pasado pagamos un
dineral de teléfono...
Lupe no responde.
Supongo que no habrás hablado con ese sinvergüenza...
Lupe niega.
¿Con quién, entonces?
LUPE.—Llamé para pedir un taxi.
33
MARITA.—¿Un taxi?
La chica asiente.
¿Para quién?
LUPE.—Para mí.
MARITA.—¿Te vas en taxi?
Lupe calla.
Es una novedad.
Mira insistentemente a la chica.
¿No es suficiente para la señorita el tranvía o el autobús?
LUPE.—No me dejan llevar la maleta...
MARITA.—La estación no está lejos. Podía haberte acompañado alguna amiga.
LUPE.—La maleta pesa mucho.
MARITA.—Allá tú. Si quieres escuchar un consejo te diré que no estás en disposición de
tirar el dinero. Los taxis cuestan mucho. Yo misma no voy en taxi desde hace años... Pero
como ahora se han invertido los valores...
Suspira.
En fin, no hablemos de eso. Ya no tiene remedio.
Una pausa.
Siéntate.
LUPE.—Estoy bien así.
MARITA.—Haz el favor de sentarte.
LUPE.—Muchas gracias, señorita.
Se sienta frente a Marita.
MARITA.—¿Estás decidida a irte?
Lupe asiente.
¿Y puede saberse adónde vas?
34
LUPE.—A Sepúlveda. A casa de una tía.
MARITA.—Supongo que será una persona decente, ¿no?
LUPE.—En mi familia todos somos personas decentes.
Marita la mira en silencio. Lupe baja los ojos.
MARITA.—Lo celebro.
La señorita continúa hablando.
Quede bien claro que te marchas por tu voluntad. Mi casa es la tuya. No puedo aprobar
tu conducta, ni justificar tu error, pero te ofrezco mi casa.
LUPE.—Gracias.
Marita suspira.
MARITA.—Ahora te darás cuenta de que las advertencias que os hacemos no son,
simplemente, sermones. Disfrutáis de excesiva libertad, y tú vas a pagar la consecuencia.
Tómalo como una expiación y procura no reincidir.
LUPE.—¿Por qué voy a reincidir?
MARITA.—Perdona; olvidaba que en tu familia todos sois decentes.
Lupe se muerde los labios.
¿Quieres que hable con tu novio?
Lupe niega.
¿Dónde está?
LUPE.—No lo sé.
MARITA.—Podemos denunciarle a la policía.
La chica vuelve a negar.
Eres muy generosa.
Un nuevo silencio.
35
¿Por qué no te casas con él?
Lupe calla.
¿Es casado?
LUPE.—¡No!
MARITA.—¿Entonces?
LUPE.—No sé dónde está.
MARITA.—¿Qué vas a hacer con el niño?
LUPE.—Tenerlo conmigo.
MARITA.—Voy a hablarte como si fuera tu madre...
LUPE.—Por favor, no me diga usted nada más.
MARITA.—Eso es orgullo.
LUPE.—No. Es que estoy muy cansada.
MARITA.—Yo debo dejar a salvo mi responsabilidad...
LUPE.—Usted no tiene ninguna responsabilidad, señorita.
MARITA.—Si algún día me piden cuenta tus padres...
LUPE.—Nadie va a pedirle cuentas.
MARITA.—Aquí no te ha faltado de nada. Yo he cumplido contigo y este es el pago que
tú me das. ¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? Me pediste un sueldo y yo no regateé
una peseta. Me dijiste que querías salir dos días a la semana y yo accedí. Me parecieron
muchos días, pero accedí. Mas te hubiera valido haberte quedado en casa.
Lope sigue en silencio.
Estamos viviendo en una época de decadencia y de desconcierto. ¿Sabes lo que estás
necesitando? Jarabe de palo. Yo quisiera que hubieses tropezado con mi padre o con mi
abuelo. No te encontrarías así. Una buena ración de jarabe de palo a tiempo y asunto
solucionado.
LUPE.—No es tan sencillo.
MARITA.—¿Pretendes discutir conmigo?
LUPE.—No.
MARITA.—Supongo que, al menos, estarás arrepentida.
Lupe asiente.
Y que te servirá de lección, ¿no?
La chica apenas susurra.
LUPE.—Sí.
36
Una pausa.
MARITA.—Bien... Creo que ya no tenemos nada más que hablar. ¿Necesitas algo?
Lupe no responde.
Si algún día vuelves por aquí, ven a verme.
Se ha puesto en pie. Lupe la mira desamparada.
LUPE.—Quiero quedarme.
Ahora quien ha enmudecido es Marita.
No quiero ir a Sepúlveda. Me da vergüenza.
MARITA.—Podías haber pensado antes en la vergüenza...
LUPE.—Quiero quedarme en su casa.
Marita vuelve a sentarse.
MARITA.—Debes de reflexionar.
LUPE.—No hago otra cosa desde hace mucho tiempo.
MARITA.—Pero tú... tú has rechazado mi ofrecimiento, ¿no?
LUPE.—Por no molestar...
MARITA.—Estás nerviosa.
LUPE.—No.
MARITA.—No es lógico, Lupe, hija mía. Tu relación conmigo es superficial. Es una
relación de trabajo. Debes de ir con tu familia.
Sonríe a la chica.
Te diré lo que vamos a hacer. Hoy te quedas en casa. Mañana escribo a tus padres y les
digo que vengan por ti. Y no tienes que preocuparte del billete del tren. Se pierde el de
hoy y yo te pago otro con muchísimo gusto. Ni del taxi; tampoco debes preocuparte por el
taxi.
LUPE.—No quiero ir a mi pueblo.
MARITA.—¿Por qué razón?
LUPE.—Me da vergüenza. Todo el mundo me conoce.
MARITA.—Sin embargo…
37
LUPE.—Por favor.
MARITA.—Bien... Si te empeñas...
Lupe sonríe a la señorita.
Vete con tu tía. Puede que tengas razón. No voy a discutir ese extremo. Tienes vergüenza.
Es lógico y yo lo aplaudo. Es un principio de reacción que te honra. Las malas noticias es
mejor darlas poco a poco y tus padres ya son viejos...
Lupe no habla.
Tu tía es una mujer de toda mi confianza. Yo estaré en contacto con ella. Te escribiré.
LUPE.—Quiero quedarme aquí.
Marita no responde.
Usted lo dijo.
Una pausa.
¿O lo dijo porque sabía que yo me marchaba?
MARITA.—¿Cómo puedes pensar eso?
Se acerca a la chica.
No me juzgues mal. El primer pronto es el que vale. Tú no querías quedarte.
Instintivamente lo rechazabas. Yo te ofrezco mi casa, llevada de mi caridad y de mi
generosidad a pesar de la falta, que me hace odiosa tu presencia. Y tú quieres marcharte por
ti y por mí. Yo soy muy conocida en esta ciudad. Soy soltera. Tengo una reputación que
defender. Algunas, aunque tu nos llames anticuadas, le damos importancia a estas cosas.
Comprende que tu presencia aquí no me beneficia. Por otra parte, a nada conduce el que
te quedes en esta casa. Solo hay una habitación de servicio. Yo no soy rica…
LUPE.—Pero estoy sola...
MARITA.—Todas estamos solas. Yo más que tú. Mucho más que tú. Tienes familia.
En estos trances amargos se necesita a la familia. Créeme que, en cierto modo, te envidio.
LUPE.—Sí, señorita.
MARITA.—¿Lo comprendes?
LUPE.—Sí.
38
MARITA.—Celebro que seas tan razonable.
Una pausa.
Tú eres buena, Lupe. En el fondo, eres buena.
Lupe no habla.
¿Vas a marcharte, entonces?
LUPE.—Sí.
MARITA.—¿Estás segura?
LUPE.—No me quedaría aquí por nada del mundo.
MARITA.—Mi casa no es tan mala...
LUPE.—No, señorita, las hay peores...
Se abre la puerta. Reaparece Loren.
LOREN.—Ha venido el taxi...
Lope se levanta.
MARITA.—¿Llevas merienda?
Lupe calla.
Aquí me tienes, hija... Para todo lo que quieras. A tu disposición.
Tiende los brazos. Lupe no se mueve. Una larga pausa. Marita baja los brazos.
A pesar de todo, si necesitas informes míos, yo te los daré.
LUPE.—Muchas gracias, señorita.
Sale sin mirar a la señorita, que —aliviada— suspira.
* * *
Luego abandona la habitación. Recorre el pasillo y entra en el cuarto donde están sus
dos amigas. Vuelve a suspirar.
39
MARITA.—Daría cualquier cosa por aliviarle la pena a esa pobre chica...
Se sienta.
ANUNCIA.—Ella se lo ha buscado.
MARITA.—Pero debemos de tener caridad...
Se sienta.
Hubiera estado aquí mucho mejor, pero...
Deja la frase en el aire.
LEONOR.—Eres demasiado buena...
MARITA.—Nunca se es demasiado bueno, Leonor.
LEONOR.—Eso es verdad.
MARITA.—En fin...
ANUNCIA.—Hemos estado dándole vueltas a lo de los niños...
MARITA.—¿Y qué?
ANUNCIA.—Tienes razón. Vale la pena el sacrificio. Si hay que ensayar, el comité
ensaya...
MARITA.—De acuerdo, entonces.
Toma la tetera.
¿Otra taza de té?
LEONOR.—Si te empeñas, mujer...
Tiende su taza vacía. Marita le sirve.
40
41
LA ZORRA Y LAS UVAS
(“Fábulas”, 1968)
Una chica cantando. Es muy guapa. Se llama Luciana; pero como Luciana es nombre
poco cartelero, su agente le puso “IVETTE BARDOT”. Quiere decirse que
“Luciana-Ivette” canta en un cabaret.
La chica, como es costumbre, tiene poca voz, pero el hilo de voz es agradable y
acariciador.
Va vestida con un traje muy ceñido, insinuante [El censor advierte de los adjetivos
“ceñido” e “insinuante” y pide que, en ningún caso, el vestuario sea “incitante”] y tan
agradable, a los ojos, como a los oídos resulta su voz.
Y allí está JULIO, en una mesa, escuchándola. JULIO es un provinciano solterón, que ya
dejó atrás el cabo de los cuarenta años. Tiene un vaso de whisky en la mano. Sigue el
compás de la música con el vaso y con la cabeza.
A JULIO le acompaña su amigo ANDRÉS. Aproximadamente tiene la misma edad que
su compañero y ambos han acudido a la capital, para rematar un negocio emprendido en la
provincia.
Algunas PAREJAS bailan en la pista del anticuado cabaret, cuando JULIO dice:
JULIO.—Vaya mujer, Andrés…
ANDRÉS le mira distraído.
JULIO.—De estas no tenemos en casa…
La chica cantando. JULIO vuelve a hablar.
JULIO.—Está de miedo, Andrés…
ANDRÉS le roza el brazo.
ANDRÉS.—Oye…
JULIO no le hace ningún caso.
42
ANDRÉS.—Yo creo que debemos de aceptar…
JULIO.—Claro que con ese vestido…
ANDRÉS.—Lo del porcentaje…
JULIO.—¿Te has fijado en los ojos? Yo he sido un espiritual, de toda la vida, yo lo
primero que miro en una mujer son los ojos. Me lo enseñó mi madre: “De la mujer, el ojo y
el conejo, al matojo”. Nunca he entendido la segunda parte, pero la primera, sí.
ANDRÉS.—Fíjate.
Ha comenzado a escribir.
JULIO.—Después viene lo demás; porque como te digo una cosa te digo la otra…
¡No va uno a quedarse en los ojos!
Ríe. ANDRÉS continúa escribiendo.
La chica canta. Oímos la voz de JULIO.
JULIO.—(Off.) ¿Y los labios? ¿Tú has visto, alguna vez en la vida, unos labios como
esos?
ANDRÉS le presenta el papel.
ANDRÉS.—Podemos reducir el porcentaje a diez y ocho por ciento, como ellos piden, y
aún nos queda una ganancia del treinta y seis.
JULIO le mira con horrorizado desprecio.
JULIO.—¿Pero qué dices?
ANDRÉS.—Es que si nos empecinamos en discutir un dos por ciento, por ganar un
cuarenta, vamos a perder el treinta y seis…
JULIO.—¡Déjame en paz! (Aparta el papel.) ¡Yo aquí no he venido a hacer negocios!
¡Yo aquí he venido a divertirme!
ANDRÉS.—Sí, pero es que mañana tenemos que ver a esos señores…
JULIO.—¡Pues mañana se decidirá!
ANDRÉS.—¡Es que no hemos hablado en todo el día!
JULIO.—¡Cállate! ¿Quieres? ¡Me estás dando la noche!
Se vuelve hacia la chica, que, ahora, acompasadamente, sigue la música.
JULIO.—(Off.) ¿Te acuerdas de Gilda, macho?
ANDRÉS, dignísimo, no responde.
43
JULIO.—Cuando se quitaba el guante en la pista… (Pasa el brazo por encima del
hombro de su compañero.) Yo lo vi en Francia…
La chica ha terminado de cantar. JULIO se pone en pie aplaudiendo.
ANDRÉS le tira de la chaqueta.
JULIO.—(Grita.) ¡Muy bien! ¡Bis! ¡Bis!
La chica le dedica una coqueta reverencia y sale de la pista.
JULIO, excitadísimo, se sienta.
JULIO.—¿Te has dado cuenta? ¡Me ha mirado! (Se lleva la mano al pecho.) Fíjate…
¡Fíjate como tengo el corazón!
Toma la mano de ANDRÉS. Forcejea con él.
ANDRÉS.—¡Suelta! ¡Que van a murmurar! ¡Que esto llega al círculo…!
JULIO.—¡Esa mujer es para mí!
ANDRÉS.—¿Para ti? (Se barrena una sien.) ¡Tú estás…!
JULIO.—¡Yo estoy hambriento, Andrés!
ANDRÉS.—¡Toma y yo! ¡Y todos! ¡Vaya una novedad! (Mira en torno suyo.) Esas
mujeres son de lujo… Tendrá a la puerta un tío con un “Cadillac” hasta la acera de
enfrente…
JULIO.—¡Me río yo de ese tío!
ANDRÉS.—¿Por qué no nos vamos a dormir? Mira que mañana nos van a pillar
cansados…
JULIO.—¡Vete tú!
Llama al MAITRE chistando. El MAITRE le mira sin ninguna simpatía.
ANDRÉS.—Que ya hemos bebido bastante…
JULIO repite la llamada. El MAITRE, a regañadientes, se acerca.
MAITRE.—¿Deseaba algo señor?
JULIO.—¿Cómo se llama esa chica?
MAITRE.—¿Qué chica, señor?
JULIO.—La que estaba cantando…
MAITRE.—Viene en los programas, señor.
Y se dispone a alejarse. JULIO le retiene.
44
JULIO.—No me interesan nada los programas…
Le desliza un billete en la manga.
MAITRE.—Ivette Bardot.
JULIO.—(Agradablemente sorprendido.) ¿Es francesa?
MAITRE.—Sí, señor. (Pretende irse.) Con el permiso, señor, del señor…
JULIO se lo impide.
JULIO.—¡Un momento! (Se acerca a él.) ¿Quiere decirle que nos gustaría muchísimo
invitarla a tomar una copa en buen plan?
MAITRE.—Lo siento, señor. No me será posible. La señorita Ivette se va directamente a
su casa.
JULIO le da otro billete mientras dice.
JULIO.—Haga un esfuerzo, hombre…
El MAITRE mira el dinero, se lo guarda y niega.
MAITRE.—Imposible, señor: don Arturo lo prohíbe.
JULIO.—¿Quién es don Arturo?
MAITRE.—El jefe. Tiene absolutamente prohibido que los artistas alternen con la
clientela.
JULIO le da otro billete.
JULIO.—¿Y si la señorita fuera amiga mía particular?
MAITRE.—Prohibido.
JULIO.—(Sobornándole una vez más.) ¿Y si fuese mi prima?
MAITRE.—Siendo parientes, ya es otra cosa… (Se inclina.)
Con el permiso, señor, del señor, voy a avisar a la señorita Ivette.
JULIO.—Traiga una botella de champagne bien frío y tres copas.
El MAITRE se aleja. JULIO sonríe a su amigo.
JULIO.—¿Te das cuenta?
ANDRÉS—. Así cualquiera… Te ha costado ochocientas pesetas.
JULIO.—¿Para qué quiere uno el dinero? ¿Qué son ochocientas pesetas?
ANDRÉS.—Y una botella de champagne, porque yo no entro en este negocio.
45
JULIO.—¡Claro que no entras! ¡Tú ahora te tomas una copa y te largas a la cama!
ANDRÉS.—¿Y tú?
JULIO.—¡La noche es joven!
ANDRÉS.—Mira que mañana hay que tener la cabeza despejada…
JULIO.—¡Mañana será otro día!
ANDRÉS.—Te vas a meter en un lío muy tonto, Julio…
JULIO.—¿Tonto? (Ríe.)
ANDRÉS.—Que no es tan fácil como parece… ¡Que estas saben mucho!
JULIO.—Y yo sé más.
ANDRÉS.—¡Que es francesa!
JULIO.—¡Aunque sea francesa! (Se acerca a su amigo y le dice confidencialmente.)
Para conquistar a una mujer hacen falta tres cosas: talento, tiempo y dinero. Y a mí me
sobran las tres…
Oímos una voz acariciadora, una voz que, con falso acento francés, dice.
IVETTE.—(Off.) Buenas noches.
JULIO y ANDRÉS se sobresaltan. JULIO, poniéndose en pie, dice.
JULIO.—Buenas noches.
JULIO y ANDRÉS se sobresaltan. JULIO, poniéndose en pie, dice:
JULIO.—Buenas noches.
ANDRÉS, incapaz de articular palabra, observa a la chica.
IVETTE se ha cambiado de ropa. Está más guapa, si cabe, que cuando cantaba.
Sonríe con naturalidad. JULIO le tiende la mano.
JULIO.—Yo soy Julio. (Le da la mano.) Y este, Andrés…
IVETTE.—Ivette Bardot.
JULIO.—¡Levántate!
ANDRÉS, deslumbrado por la belleza de la chica, obedece.
IVETTE.—Mucho gusto.
JULIO.—¿Quieres sentarte?
IVETTE.—Solo una copa, ¿eh? ¡Estoy muy cansada!
JULIO.—Pero, mujer, si no son más que las cuatro…
Ríe. Se sientan los tres. ANDRÉS no quita ojo a la muchacha.
Hay una pausa embarazosa.
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JULIO.—Bien…
IVETTE sonríe. Saca un cigarrillo. JULIO y ANDRÉS se apresuran a encenderlo.
JULIO enciende el suyo; cuando va a prender el de su amigo sopla la llama.
JULIO.—Trae mala suerte.
IVETTE no hace ningún comentario.
JULIO.—¿Eres supersticiosa?
IVETTE le responde con un mohín equívoco. JULIO, mundano, añade.
JULIO.—A mí me pasa lo mismo…
ANDRÉS ha encendido su cigarrillo.
JULIO.—¿Francesa?
IVETTE asiente.
JULIO.—Ivette Bardot… Ivette Bardor… Tu apellido me suena… (Sonríe encantado de
su descubrimiento.) ¿Tienes algo que ver con Brigitte Bardot?
IVETTE.—Es tía mía…
JULIO.—¿Tía? ¡Eso se nota! ¡Hay algo inconfundible en la familia! ¿Tía por parte de
madre o de padre?
IVETTE.—De mamá.
JULIO.—Por muchos años. (IVETTE no replica.) Pero tú eres más guapa… (Se dirige a
ANDRÉS, que no ha quitado ojo a la chica.) ¿Verdad, Andrés?
ANDRÉS.—¡Más! ¡Más!
El MAITRE se acerca con la botella de champagne y las copas.
JULIO grita.
JULIO.—¡Ya está aquí el champagne! (Hace sitio en la mesa.)
¡Para el champagne y para las mujeres, Francia!
ANDRÉS.—Yo conozco París.
JULIO.—¡Y yo!
ANDRÉS.—(Animadísimo.) La Tumba de Napoleón, Les Champs Elysées, L´Opera…
JULIO.—Le Lido, Le Casino, el “striptease”… (Guiña un ojo a IVETTE.) Para tener
cultura hay que salir al extranjero…. Aquí no hay nada que hacer… Estamos muy
atrasados… África empieza en los Pirineos. ¡No entendemos! [Todo este parlamento es
suprimido por la censura. Corresponde a la página 5 del guión original.]
47
ANDRÉS.—¿Bailas?
JULIO le mira sorprendido.
ANDRÉS.—¿Eh?
JULIO.—¿No tenías sueño?
ANDRÉS.—Ya, no.
JULIO.—Mademoiselle está cansada. ¿No lo has oído?
ANDRÉS.—¡Que lo diga ella!
JULIO.—¡Ya lo ha dicho!
JULIO mira a la chica.
IVETTE.—Estoy muy cansada.
El MAITRE ha servido el champagne en las copas.
MAITRE.—¿Alguna otra cosa, señor?
JULIO.—No, nada más, Mercí. (Mira triunfalmente a IVETTE y le ofrece una copa.
Luego levanta la suya.) ¡A votre santé!
IVETTE.—¡Chin, chin!
ANDRÉS, como puede, mete su copa entre las otras. Beben los tres.
ANDRÉS.—¿Bailas?
JULIO.—¡Y dale!
ANDRÉS.—Vamos a medias, ¿no?
JULIO.—¿En qué?
ANDRÉS.—¡En lo del champagne!
JULIO, con una sonrisa de conejo, se dirige a la chica.
JULIO.—¿Nos perdonas?
IVETTE.—¡Claro!
JULIO se levanta.
JULIO.—¡Ven aquí!
ANDRÉS.—Estoy bien…
JULIO.—¡Ven aquí! (Le obliga a ponerse de pie. Habla susurrando.)
¡En este negocio no entras!
ANDRÉS.—¿Por qué?
48
JULIO.—Porque lo dijiste antes.
ANDRÉS.—Es que de cerca no tiene nada que ver…
JULIO.—¡Ni de cerca, ni de lejos! He invertido ochocientas pesetas y el champagne…
ANDRÉS.—Te doy mil doscientas.
JULIO.—¡No seas estúpido! (Le agarra el cuello con fingido cariño.) La caza es de
quien la levanta.
ANDRÉS.—La caza es de quien la cobra.
JULIO.—Me gustaría verlo. (Se vuelve hacia IVETTE.) ¡Ahora mismo voy, nena! (Una
pausa.) Como no te largues, ni hay diez y ocho por ciento, ni se gana el treinta y seis…
ANDRÉS.—¿Serías capaz?
JULIO.—(Asintiendo.) ¡Al garete el negocio!
ANDRÉS.—¡Eres una hiena!
JULIO.—¡La hiena se queda aquí!
ANDRÉS.—¡Y un cerdo!
JULIO.—¡También el cerdo!
ANDRÉS le mira con resentimiento.
ANDRÉS.—Esto lo cuento yo en el Círculo.
JULIO.—No lo creo.
ANDRÉS.—(Después de una larga pausa.) Fíjate en lo que te digo… ¡Como me
despiertes al volver al hotel, te acuerdas de mí!
JULIO sonríe triunfalmente.
ANDRÉS.—¡Y procura mañana tener la cabeza despejada!
Indignadísimo, sin volverse, abandona el local. JULIO, triunfalmente, se sienta de
nuevo.
IVETTE.—¡Se ha ido!
JULIO sirve champagne.
IVETTE.—¿Por qué?
JULIO.—Tiene que cuidar a su madre. (Le da una copa a la chica.) Es muy buen hijo…
(Alza la suya.) ¡Chin, chin!
IVETTE.—¡Chin, chin!
Beben los dos.
49
JULIO.—Háblame de tu tía…
IVETTE le sonríe. JULIO se acerca a ella.
JULIO.—Bueno… ¡Háblame de lo que tú quieras!
IVETTE siguen sonriendo.
JULIO.—¡O no hables! (Toma la mano de la chica.) ¿Bailamos?
IVETTE.—Ya no hay música…
Efectivamente, la música hace rato que dejó de sonar.
Los últimos clientes del local han salido. Las luces se apagan.
Desde el fondo los CAMAREROS les observan con impaciencia.
IVETTE.—Es muy tarde… (Llama el MAITRE.) ¡Manolo!
El MAITRE, que acecha, se acerca. JULIO se ve obligado a pedir:
JULIO.—La nota, Manolo…
El MAITRE se aleja.
JULIO.—¿A dónde vamos?
IVETTE no responde.
JULIO.—Tomamos la última copa y… ¡Cada mochuelo a su olivo!
IVETTE.—(Con fingida inocencia.) ¿Y eso qué quiere decir?
JULIO.—Pues que… que yo me voy al hotel y tú a… a tu casa… ¿O no?
IVETTE.—Sí.
JULIO.—(Mirando su reloj.) Conozco un sitio a las afueras que…
IVETTE.—No.
JULIO.—Pero mujer si no tiene nada de malo… Unos señores cantan flamenco y…
IVETTE.—(Interrumpiéndole.) Me aburre el flamenco.
JULIO.—¿Entonces?
IVETTE.—¿Quieres venir a casa?
JULIO.—¿Cómo?
IVETTE.—He dicho que si quieres venir a casa…
Una puerta se abre. Se recorta la figura de IVETTE, que enciende la luz. Tras ella JULIO.
50
IVETTE.—Pasa.
JULIO entra un poco azarado. Mira en torno suyo. IVETTE se quita el abrigo.
El apartamento de la muchacha, la habitación que vemos, tiene un tresillo y
un pequeño bar al fondo. El bar, con mostrador y tres banquetas, exhibe un rótulo que dice:
“Bar de IVETTE”. Hay botellas y banderitas. El cuarto está lleno de muñecas.
JULIO.—Muy bonito… Muy original… (Una pausa.) ¿Te gustan los muñecos? (Al
darse cuenta de lo estúpido de la pregunta añade.) Bueno, claro que te gustan los
muñecos… ¡Yo te regalaré uno!
IVETTE.—(Dirigiéndose hacia la puerta interior.) Ponte cómodo. (Le indica el bar.) Y
prepara algo…
JULIO.—Hablas muy bien español.
IVETTE.—Ahí tienes discos…
Y desaparece. JULIO, al quedar solo, no puede por menos que murmurar:
JULIO.—Cuando yo cuente esto en el Círculo…
Se quita el abrigo y el sombrero. Va hacia el tocadiscos. Lo hace funcionar.
Suenan las primeras notas de La Marsellesa. JULIO lo detiene y pone otra música.
Algo lento y cadencioso. Luego llega hasta el bar. Elige una botella, toma dos vasos
y sirve licor. Los hace chocar, sonriendo.
JULIO.—A votre santé!
Bebe de uno de ellos. Se apoya en el mostrador. Observa el letrero.
IVETTE reaparece. Se ha cambiado de ropa.
IVETTE.—Así estoy más cómoda… ¿Te importa?
JULIO hace un gesto que viene a significar: “¡No me importa nada!”
La chica se acerca a él. Sube a un taburete. JULIO le da un vaso.
JULIO.—¡Bar Ivette!
Ella le sonríe.
JULIO.—¡Chin, chin!
Beben los dos.
51
JULIO.—¿Quieres bailar?
IVETTE.—Bueno.
Dejan los vasos. Comienzan a bailar.
JULIO.—Cantas muy bien.
IVETTE.—Tengo poca voz.
JULIO.—Pero muy agradable. (Una pausa.) Si tu quisieras… Tía Brigitte… (Chasquea
los dedos.) ¡Puerta!
Trata de besar a la chica. Ella le aparta. Mira un instante
y se echa a llorar con desconsuelo. JULIO no sabe qué hacer.
JULIO.—Pero Ivette… Señorita Ivette… ¡Mujer, mademoiselle…!
IVETTE.—¡No me toques! ¡Déjame! (Se separa de él. Cae sobre un sofá llorando.)
Todos los hombres son iguales. ¡Siempre está pensando en lo mismo!
JULIO.—¡Yo te aseguro que no! ¡Que yo no estoy pensando en lo mismo!
IVETTE.—¡Márchate!
JULIO.—¡Oui!
Se dirige hacia al abrigo. IVETTE le mira.
IVETTE.—¿A dónde vas?
JULIO no responde.
IVETTE.—No me dejes sola… ¡Siempre estoy sola!
JULIO.—Pero usted ha dicho.
IVETTE.—¡No me llames de usted! (Una pausa.) Yo creí que tú eras diferente…
JULIO.—¿Y por qué? ¡Yo soy igual! ¡Igual a todo el mundo!
IVETTE.—¿Te has enfadado conmigo?
JULIO no responde.
IVETTE.—Perdóname… Soy una tonta muy desgraciada…
¡Quita el disco, por favor!
El hombre obedece.
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JULIO.—¿Pongo otra vez La Marsellesa?
IVETTE niega. Luego pide.
IVETTE.—Dame el vaso.
Así lo hace JULIO. La chica bebe.
IVETTE.—Siéntate a mi lado.
JULIO obedece.
IVETTE.—Tu pañuelo…
El hombre le da el pañuelo. IVETTE se limpia los ojos.
IVETTE.—Te lo he manchado.
JULIO.—Es lo mismo.
IVETTE.—No… No es lo mismo: mañana te lo devolveré limpio. (Le mira
coquetamente.) Es decir… Si tú quieres que mañana nos veamos…
JULIO.—¡Mañana y pasado mañana y al otro…!
IVETTE, de pronto, queda seria.
JULIO.—¿Y ahora qué te ocurre?
IVETTE.—¿Eres casado?
JULIO.—¡No!
IVETTE.—¿De verdad?
JULIO.—¿Quieres que te enseñe mi carné?
IVETTE.—¡Todos los hombres son casados!
JULIO.—“¡Todos los hombres son casados!” “¡Todos los hombres son iguales!”
“¡Siempre están pensando en lo mismo!” (Ha sacado su carné.) “¡Todas las mujeres son
iguales!” (Se lo pone en la mano a IVETTE.) Mira.
IVETTE.—¡Llevabas bigote! (Ríe.) ¡Me gustas más sin bigote!
(Da la vuelta al carné.) Expedido el 18 de marzo de 1964… Sesenta y cinco, sesenta y seis
y sesenta y siete… Has podido casarte en estos tres años.
JULIO.—¡Soy soltero!
IVETTE.—(Asintiendo.) Está bien; yo te creo.
JULIO se guarda el carné.
53
JULIO.—¿Ya pasó?
IVETTE asiente.
JULIO.—¿No volverás a llorar?
IVETTE niega.
JULIO.—¿Me perdonas?
IVETTE.—Eres tú quien ha de perdonarme.
JULIO.—La culpa fue mía.
IVETTE.—Mía. Yo no sé vivir mi papel…
JULIO.—¿De qué papel hablas?
IVETTE.—De la chica que canta en un cabaret.
JULIO.—Es una profesión como cualquier otra. Para mí una chica cantante en un cabaret
es tan digna de respeto como un ingeniero agrónomo.
IVETTE.—¿Sí?
JULIO.—Palabra de honor.
IVETTE.—¿Entonces, tú besarías a un ingeniero agrónomo?
JULIO.—¿Yo? (Dignísimo.) ¿Tengo yo cara de andar besando a los ingenieros
agrónomos?
IVETTE.—No lo entiendo… Acabas de decir…
JULIO.—¡Es otra cosa!
IVETTE.—¿No querías besarme?
JULIO.—¡Quiero besarte! (Se acerca a ella.) ¡Pero en homenaje a la mujer francesa! La
mujer francesa, para mí, en un pedestal… Desde Madame Curie a nuestros días… (Cierra
los ojos.) ¿Qué perfumes usas? (IVETTE no responde. JULIO abraza a la chica.) Es lo
mismo… Es un perfume de importación… ¡Mademoiselle!
IVETTE, una vez más, se echa a llorar. JULIO, destrozado, se separa de ella.
JULIO.—¿Y ahora qué? (Ella no responde.) ¡Que no tenemos mucho tiempo!
IVETTE llora desconsoladamente.
JULIO.—¿Pero qué he hecho yo?
IVETTE.—Nada.
JULIO.—¿Entonces?
IVETTE.—¡Es que no soy francesa!
JULIO.—¿No?
IVETTE.—¡Ni me llamo Ivette!
JULIO la toma de las manos.
54
IVETTE.—Brigitte Bardot no es mi tía, ni nada… ¡Te he mentido! ¡Siempre estoy
mintiendo!
JULIO.—Nena… ¡Pero nena…!
IVETTE.—¡Me llamo Luciana! (Sigue llorando.)
JULIO.—Luci… ¡Pero Luci, mujer…!
IVETTE.—¡Y he nacido en Quintanar de la Orden!
JULIO.—¡Quintanar de la Orden es muchísimo mejor que París! ¡Te lo digo yo! ¿Hay
feria en París? ¿Hay fábrica de anisados?
IVETTE.—¡Y tuvo la culpa don Gerardo! (Está inconsolable.) ¡Dice que llamándome
Luciana Carvajal no puedo triunfar…! ¡Es muy triste que una tenga que negar a su padre y a
la santa del día…! ¡Que todos somos unos catetos!
JULIO.—¿Es que en París no hay catetos? (Une las puntas con los dedos.) ¡Así…! ¡Te lo
digo yo! (Seca las lágrimas de la chica, que se va calmando.) Es más bonito Luciana que
Ivette. ¡Dónde va a parar…! Y suena a matanza, a feria, a vendimia…
IVETTE.—¡No digas eso…!
JULIO.—¡Pero si lo importante son los ojos y lo demás! (Toma la cara de la chica entre
sus manos.) ¡Y tú tienes ojos de Ivette y labios y…! ¡Y todo! ¡Qué más quisiera tu tía…!
IVETTE.—¡No es mi tía!
JULIO.—¡Mejor!
IVETTE le mira angustiada.
JULIO.—¿Has probado lo del espejo?
La chica no responde.
JULIO.—¿Quién es la más bella del lugar?
IVETTE sonríe débilmente.
JULIO.—¡Tú!
IVETTE.—¿No me desprecias?
JULIO.—¿Yo? ¿Despreciarte yo por no ser francesa? ¿Pero es que no cuenta el dos de
mayo?
IVETTE.—¿De verdad?
JULIO.—¡Viva España! (Se va acercando a la chica.) ¡Viva Quintanar de la Orden!
¡Viva La Mancha! ¡Viva Don Quijote!
Cuando sus labios casi rozan los de la muchacha, oímos una voz que dice:
55
MADRE.—(Off.) Buenas noches.
JULIO se vuelve aterrado. En la puerta, sonriendo y en bata, hay una señora.
Es la MADRE de Ivette. JULIO, desconcertado, se ha puesto en pie.
La chica, con naturalidad, presenta.
IVETTE.—Aquí, mi mamá; aquí, un amigo.
JULIO.—Mucho gusto.
MADRE.—Sigan, sigan ustedes.
JULIO.—(A IVETTE.) ¿Qué dice?
MADRE.—¡Si yo no molesto!
JULIO no sabe qué hacer.
MADRE.—¡Pero siéntese, hombre de Dios! (Va hacia el bar.)
Yo duermo con un ojo cerrado y otro abierto, como las liebres… Y oí música y como tenía
sed, me dije: “¡Eso es que hay alguien despierto! ¡A echar un traguito, María de la
Soledad…!”
Toma un vaso.
MADRE.—¡Pero siéntese, hombre de Dios! (Va hacia el bar.)
Yo duermo con un ojo cerrado y otro abierto, como las liebres… Y oí música y como tenía
sed, me dije: “¡Eso es que hay alguien despierto! ¡A echar un traguito, María de la
Soledad…!”
Toma un vaso.
IVETTE.—¡La tensión, madre!
MADRE.—¡Déjate de tensiones!
IVETTE.—¡Que tiene usted veintiuno!
MADRE.—¡Lo que se toma con gusto no hace daño! ¿Verdad, usted?
JULIO.—Y si hace…
La señora ríe encantada. Luego exclama.
MADRE.—¡Pero siéntese, hombre de Dios! (JULIO no se mueve.)
¿Y qué? ¿Se conocen hace mucho tiempo?
JULIO.—De esta noche, pero yo…
MADRE.—¡Eso está bien!
IVETTE.—Mamá es muy moderna…
56
MADRE.—Muy moderna, sí, señor. Servidora a la cabeza del progreso. (Levanta el
vaso.) ¡Salud! (Bebe.) ¡Pero, hombre de Dios, siéntese!
JULIO.—Es que iba de recogida…
MADRE.—¿Estorbo?
JULIO.—¡No!
IVETTE.—(Tirando de la manga de JULIO.) ¡Siéntate!
JULIO se ve obligado a obedecer. La señora se acomoda entre ellos.
MADRE.—¿Y qué? ¿Artista también?
JULIO.—No, señora: industrial.
MADRE.—Mejor. Más seguro. El artista nunca se sabe… ¿Otra copita para celebrarlo?
JULIO.—No, si ya iba yo…
MADRE.—(Sirviéndose.) ¿También tiene la tensión alta? (Le pone la copa en las
manos.) ¡No sea aprensivo! (Se vuelve hacia su hija.) La nena no bebe, porque mañana tiene
que cantar… (Sonríe.) ¿A que es guapa?
IVETTE.—Mamá…
MADRE.—¿Es que una madre no puede llamarle guapa a una hija? (Está encantada.) ¿A
que no has visto unos ojos tan bonitos en toda tu vida? (Un poco emocionada.) ¡Los ojos de
mi Vale! (La mira preocupada.) ¿Nena, has llorado?
JULIO.—Yo debo explicarle…
MADRE.—(Sin hacerle ningún caso.) ¿Otra vez ese canalla?
IVETTE.—¡Por favor, mamá!
MADRE.—¡Anda, vete a la cama! (A JULIO.) ¡Dígale usted a la niña que se vaya a la
cama!
JULIO.—Váyase a la cama.
MADRE.—¿Oyes? ¡Lo manda este señor! ¡Y es por tu bien!
JULIO también se levanta. IVETTE, sonriendo ingenuamente, le tiende la mano.
IVETTE.—Hasta mañana, ¿verdad?
JULIO no sabe qué responder.
IVETTE.—Porque nos veremos mañana… ¿no?
JULIO.—Sí, señorita.
IVETTE llega hasta la puerta.
IVETTE.—Buenas noches…
JULIO.—Buenas noches.
La chica ha desaparecido.
57
JULIO.—Yo también me marcho…
MADRE.—¿Se va usted a dejar la copa a medias? ¡Si yo no tengo sueño! ¡Siéntese,
hombre de Dios!
Y le obliga a sentarse.
En la habitación del hotel, a pierna suelta, duerme ANDRÉS.
Se abre la puerta y entra JULIO. Cierra. Tropieza con una silla y la tira al suelo.
ANDRÉS se despierta y enciende la luz de la mesilla de noche. Pregunta a su amigo:
ANDRÉS.—¿Qué hora es?
JULIO.—(Sombrío.) Las seis y veinte.
JULIO se quita el abrigo y el sombrero.
ANDRÉS.—¿Y qué tal?
JULIO.—Muy bien.
ANDRÉS.—Pues enhorabuena.
JULIO.—Gracias.
Entra en el cuarto de baño. ANDRÉS toma una botella de agua mineral
y se sirve en un vaso. Oímos la voz de JULIO.
JULIO.—(Off.) ¡Andrés!
ANDRÉS.—¿Qué?
JULIO.—(Off.) ¿Dónde tienes esas pastillas que tranquilizan los nervios?
ANDRÉS.—En la repisa…
Bebe ávidamente. Luego apaga la luz y cae sobre la almohada.
JULIO abre la puerta del cuarto de baño. Va en pijama.
Tropieza con una silla y la tira al suelo. ANDRÉS produce un largo e ininteligible quejido.
JULIO enciende la luz de la mesita de noche. ANDRÉS da media vuelta.
JULIO.—Andrés… (Se sienta en la cama de su amigo.) Andrés, hombre…
ANDRÉS.—Mañana me lo cuentas…
JULIO.—¡Es que no tengo sueño!
ANDRÉS no responde.
58
JULIO.—Era mentira. (Una pausa.) ¡Muy mal! (Un gruñido de ANDRÉS.) Vino su
madre… Es una especie de bruja que duerme con un ojo cerrado y el otro abierto… He
tenido que beberme casi una botella de anís… Porque a la bruja lo que le gusta es el anís…
Y me ha contado todas sus enfermedades… Tiene muchísimas enfermedades, Andrés…
¡Una hora y tres cuartos! (Sonríe.) Pero vale la pena… Si hubieses visto a Ivette, en la
puerta, diciéndome: “Hasta mañana, ¿verdad? Porque nos veremos mañana...” Con aquella
voz, con aquellos ojos…
(ANDRÉS se ha dormido.) ¡Eres un egoísta! (Despechado se mete en la cama. Luego
apaga la luz, mira al techo y murmura.) Esa mujer será mía, como me llamo Julio
Chamorro.
Y ya no dice nada más. Comienza a contar corderos…
El camerino de IVETTE. Está lleno de flores. La chica, con un sugestivo vestido de
escena [El censor advierte del adjetivo “sugestivo” y señala que, en ningún caso, la ropa que
lleva sea “incitante”.], termina de maquillarse. Escuchamos la música que viene de la sala.
Alguien llama a la puerta suavemente. IVETTE responde.
IVETTE.—¡Pase!
JULIO asoma la cabeza.
JULIO.—¿Se puede?
Ella le mira y sonríe.
IVETTE.—¡Adelante!
JULIO entra. Sostiene un espectacular paquete atado con un lazo.
Mira con desconfianza en torno suyo.
JULIO.—¿Y tu madre?
IVETTE.—Se tuvo que quedar en casa. No se encuentra bien. La tensión…
JULIO.—¡No sabes cuánto lo siento!
IVETTE.—Se lo diré de tu parte.
JULIO.—Me gustaría muchísimo…
IVETTE.—(Sonriéndole coquetamente.) Y gracias por las flores. Son preciosas…
JULIO.—(Mirando a la chica con auténtico interés.) No tiene importancia.
IVETTE.—¿No te sientas?
JULIO obedece. De pronto parece preocupado.
59
JULIO.—¿Entonces, tienes que volver a casa?
IVETTE.—¿Por qué?
JULIO.—Para acompañar a tu madre…
IVETTE.—¡No! Está mi tía con ella. (Sonríe a JULIO a través del espejo.) Y no me
refiero a tía Brigitte, sino a tía Puri… (JULIO también sonríe.) La noche es para nosotros…
JULIO.—¿Para ti y para mí?
IVETTE asiente.
JULIO.—¿Toda la noche?
La chica le lanza una mirada llena de promesas.
JULIO.—¿Y “ese canalla”?
IVETTE.—¿Cómo?
JULIO.—Tu madre dijo que había llorado por “ese canalla”…
IVETTE.—A mamá le parecen canallas todos los hombres que me acompañan. Menos
tú. Tú le has caído bien.
JULIO.—¿Quieres decir que tengo cara de tonto?
IVETTE.—Al contrario… (Sigue mirando a JULIO por el espejo.)
La pobre mamá no sabe que una chica como yo se guarda sola…
JULIO.—Ten en cuenta que ella es madre… (IVETTE no responde.) ¿A dónde quieres
que vayamos?
IVETTE.—A donde tú digas.
JULIO.—Sé un sitio que está muy bien. (Lo ha dicho con seguridad. Luego añade:) Cae
un poco lejos… (IVETTE continúa arreglándose.) Pero como no tenemos prisa, ¿verdad?
IVETTE.—Ninguna prisa.
JULIO.—(Poniéndose en pie.) ¡Luciana! (Está nerviosísimo.)
¡Ivette…! ¡Luci, yo…!
La chica le observa con curiosidad.
IVETTE.—¿Te ocurre algo?
JULIO.—¡No, nada! ¿Qué va a ocurrirme?
IVETTE.—Pues te has puesto muy pálido.
JULIO.—¡Es que no acabo de acostumbrarme!
IVETTE.—¿A qué?
JULIO.—¡A verte de cerca!
He llegado hasta ella. IVETTE se aparta con coquetería.
60
IVETTE.—Déjame cambiarme de ropa, ¿eh? Estaré lista en diez minutos.
JULIO.—¡No tardes! (Pone el paquete entre las manos de la chica.) Toma.
IVETTE.—¿Esto qué es?
JULIO.—¡Un regalo!
Antes de que pueda responder la muchacha, JULIO abre la puerta y sale del camerino.
IVETTE desenvuelve el paquete. Se trata de un muñeco: un zorro de peluche, de astuta
expresión. La chica sonríe. Acerca el morro del muñeco a sus labios y lo besa con gesto
divertido.
El CONSERJE de un hotel, aburrido, hojea un periódico. Al fondo, sentados a una
mesa, están IVETTE y JULIO. La muchacha lleva pantalones y un amplio jersey. Un
CAMARERO, tan aburrido como en CONSERJE, se acerca a ellos. Deja un platito con
monedas. JULIO se dirige a la chica.
JULIO.—¿Quieres otra copa?
IVETTE niega. JULIO le da unas monedas al CAMARERO.
CAMARERO.—Gracias, señor.
JULIO le sonríe y luego pregunta.
JULIO.—Aquí hay piscina, ¿verdad?
CAMARERO.—Sí, señor.
JULIO.—(A IVETTE.) Podíamos haber traído los bañadores.
CAMARERO.—Las piscina no tiene agua, señor. Como estamos en febrero…
JULIO.—Es natural…
CAMARERO.—¿Alguna otra cosa?
JULIO despide al CAMARERO con un gesto. Se produce un largo silencio.
JULIO.—¿No te gusta?
IVETTE.—Es un poco triste…
JULIO.—Claro… En verano resulta mucho más animado…
(Intenta parecer jovial.) ¡Ya verás las habitaciones!
Se va a poner a reír. IVETTE le retiene.
61
IVETTE.—¡Espera! (Una pausa.) Me da vergüenza.
JULIO.—¿Vergüenza de qué?
IVETTE.—Nos está mirando el conserje… A lo mejor me conoce.
JULIO.—¿Y por qué te va a conocer? ¿Has estado alguna vez aquí?
IVETTE niega. JULIO trata de levantarse.
IVETTE.—¡Un momento!
JULIO, resignado, suspira.
IVETTE.—¿Seguro que se ha estropeado el coche?
JULIO.—¿Por quién me tomas?
IVETTE.—Mamá estará muy preocupada…
JULIO.—Llamamos a tu madre y en paz.
Intenta ponerse en pie. IVETTE le sujeta.
IVETTE.—¿Y si pedimos un taxi?
JULIO.—Eso, no. De ningún modo. Los taxistas tienen derecho al descanso. Yo soy
incapaz de molestar a un trabajador a estas horas. Mi conciencia y mis principios me lo
impiden.
IVETTE.—Si lo tomas así… (JULIO no responde.) Habitaciones separadas, ¿eh?
El hombre, sonriendo conciliador, acaricia las manos de la chica.
JULIO.—Y si es posible en pisos diferentes… (Luego acaricia al zorro, que IVETTE
tiene en el regazo.) Nunca conseguiré entender a las mujeres… ¡Nunca!
Se pone en pie y se dirige hacia el CONSERJE.
JULIO.—Buenas noches.
El CONSERJE responde con voz opaca y aguardentosa.
CONSERJE.—Buenas noches.
JULIO mira hacia atrás; se inclina sobre el mostrador y pregunta:
JULIO.—¿Tienen ustedes habitaciones?
62
El CONSERJE guarda un silencio lleno de reservas.
La voz de JULIO resulta misteriosa.
JULIO.—Una habitación doble.
El CONSERJE calla. JULIO vuelve a mirar a IVETTE.
JULIO.—Y si no es posible dos habitaciones comunicadas… (Una pausa.) ¿Eh?
CONSERJE.—Libro de Familia.
JULIO.—¿Cómo dice?
CONSERJE.—Libro de Familia.
JULIO.—¿De qué familia?
CONSERJE.—Carné de identidad.
JULIO.—La señora es francesa…
IVETTE le llama.
IVETTE.—¡Julio!
JULIO le responde con un gesto, pidiendo un poco más de paciencia y de comprensión.
CONSERJE.—¿Seguro que estarán ustedes casados?
JULIO.—¡Naturalmente!
CONSERJE.—Libro de Familia.
JULIO.—¿Pero usted cree que viajamos con el Libro de Familia a cuestas?
¿Y por qué no nos pide la cédula de habitabilidad o el contrato de gas?
CONSERJE.—Carné de identidad.
JULIO.—¡La señora es francesa! ¡Se va a meter usted en un lío internacional! ¡De esto
se enteran en el consulado!
La voz de IVETTE suena doliente.
IVETTE.—¡Julio!
JULIO.—¡Un momento!
El CONSERJE resume la situación con una frase.
CONSERJE.—No hay habitaciones.
JULIO.—¿Cómo que no hay habitaciones?
CONSERJE.—No, señor.
63
JULIO.—¡Está bien, hombre! ¡Aunque sean separadas, aunque estén en pisos diferentes!
CONSERJE.—No hay habitaciones.
JULIO.—¿Pero usted sabe quién soy yo?
IVETTE vuelve a llamar.
IVETTE.—¡Julio!
JULIO.—¡Que te calles! (Al CONSERJE.) ¿Usted sabe lo que llevo en este bolsillo? ¡Si
yo saco el carné, usted se cae al suelo y se muere de miedo! ¿Quiere que saque el carné y se
lo restriegue por las narices? ¡Se está usted jugando el puesto!
CONSERJE.—¡No hay habitaciones!
JULIO.—¡Demuéstremelo!
El CONSERJE descuelga el teléfono.
JULIO.—¿Qué va usted a hacer?
CONSERJE.—Llamar a la policía.
JULIO.—(Con sonrisa torcida.) ¡A mí la policía…! ¡Si yo saco el carné se pone a mis
órdenes…! (El CONSERJE marca un número.) ¡Atrévase a llamar hombre…!
IVETTE grita.
IVETTE.—¡Julio, por favor…!
JULIO.—Por la señora… Lo dejo por la señora… Para que no intervenga la embajada y
porque no quiero escándalos…
Y se aleja del Conserje prudentemente. El hombre cuelga aburrido.
JULIO entra en la habitación del hotel. Con furia tira el abrigo al suelo
y enciende la luz. ANDRÉS, sobresaltado, se incorpora en la cama.
ANDRÉS.—¿Qué pasa?
JULIO.—¿Qué va a pasar? ¡Que así no podemos prosperar, ni ponernos a nivel europeo,
ni entrar en el Mercado Común, ni hacer una autopista, ni nada! ¡Que somos un desastre!
¡Que ni hay decencia, ni sentido de colaboración, ni contraste de pareceres, ni nada!
ANDRÉS.—¿Y por qué no alquilas un apartamento?
JULIO.—¿Un apartamento?
ANDRÉS.—¡Y me dejas dormir de una vez!
Y cae sobre la almohada. Luego se cubre la cabeza con la manta.
64
JULIO tiene un racimo de uvas en la mano. Estamos en el apartamento que acaba de
alquilar. Aunque tiene aspecto impersonal y resulta frío, JULIO ha intentado prestarle calor
y personalidad. Puso algunos libros en la estantería y colocó flores en los jarrones. JULIO
se dispone a arrancar una uva, cuando suena el teléfono. Deja el racimo y corre al aparato.
Descuelga.
JULIO.—¿Diga? (Escucha.) ¿Una señorita? ¡Que suba!
Cuelga. Nerviosísimo se dirige al racimo. Va a comer una uva; pero se le ocurre una
nueva idea. Deja la fruta y llega al ventanal. Corre las cortinas. Después enciende una luz
muy suave. Alguien llama a la puerta. JULIO abre. Al otro lado está IVETTE.
IVETTE.—Hola.
JULIO.—Hola.
Le franquea la entrada. Cierra la puerta.
JULIO.—¿Te gusta?
IVETTE.—No he debido venir…
JULIO.—¿Por qué?
IVETTE se encoje de hombros.
JULIO.—¡Quítate el abrigo!
IVETTE obedece.
JULIO.—Estás muy guapa…
IVETTE.—Lo que estoy es muy nerviosa.
JULIO.—Pues aprende de mí… Yo no… Yo no estoy nervioso…
¿Hacemos algo malo? Somos libres, hemos venido a tomar una copa… ¡A tomar una copa!
Corre hacia una mesa donde hay bebidas.
IVETTE.—¿Por qué has cerrado la ventana?
JULIO.—Porque… ¡Porque la persiana está estropeada! (Observa las botellas.)
¿Chinchón? ¿Whisky? ¿Coñac? ¿Ginebra? ¿Vodka? ¿Jerez?
IVETTE.—Algo fuerte…
JULIO.—Whisky… Con coñac y unas gotitas de ginebra… (Sus manos tiemblan al
preparar el bebedizo.) Y un chorreoncito de vodka… (Le lleva el vaso.) ¡Chin, chin!
IVETTE bebe. JULIO la imita.
65
JULIO.—¿Te encuentras mejor?
IVETTE.—Sí.
JULIO.—Y ahora un poco de música…
Corre al tocadiscos. Lo hace funcionar. Sonríe cautivadoramente a la chica.
JULIO.—¿Bailamos? (Ha comenzado a sonar una jota bravía. JULIO rectifica.) ¡No!
¡Eso no! (Vuelve al tocadiscos. Pone otra música. Ahora es suave y cadenciosa. Llega hasta
IVETTE, nerviosísimo le da el vaso.) ¡Chin, chin! (Los dos beben.) ¡Deja el vaso! (Toma a
la chica por la cintura y comienza a bailar con ella.) Luci… Ivette… Estoy loco por ti…
Eres la única mujer que me importa en el mundo… Te voy a organizar una “gala” en el
Círculo, ya verás… Ya verás, ya verás, ya verás, ya verás…
El disco se ha atrancado. Repite siempre la misma frase.
IVETTE, sonriendo divertida, se separa de JULIO.
IVETTE.—¡El disco!
JULIO.—(Reaccionando.) ¡Sin música! ¡Mejor sin música! (Detiene el infernal
mecanismo. Y toma la mano de IVETTE.) ¡Siéntate! (El racimo de uvas está ante ellos.)
Amor mío… Querida… Vida mía… ¡Ivette!
Se dispone a besar a la chica. Cuando sus labios se acercan a los de la mujer,
suena un extraño ruido. IVETTE se separa de él.
IVETTE.—¿Eso qué es?
JULIO.—¿El qué?
IVETTE.—Ese ruido…
JULIO.—¡No oigo nada! (Se acerca a la muchacha con voz acariciadora.) ¡Qué
importan los ruidos cuando tú y yo estamos encerrados en una campana de cristal, en una
torre de marfil…! (Una pausa.) ¡Ivette, mon amour!
El absurdo ruido se repite. IVETTE se separa de JULIO.
IVETTE.—¿No lo oyes?
JULIO.—¿Será una cañería?
IVETTE.—No… No es una cañería…
JULIO.—(Algo excitado.) ¡Y qué importan las cañerías!
Trata de besar a la chica. El ruido se repite en tono agudísimo.
IVETTE.—¡Soy yo! Perdóname… Los nervios.
JULIO.—¡Es el patio!
IVETTE.—¡Calla!
66
JULIO obedece. Los dos escuchan.
JULIO.—No se oye nada… (Suspira tranquilizado y reanuda la conquista de IVETTE.)
Mi vida empezó la noche en que te conocí, Ivette… Hasta entonces, Luci… Tu voz y tus
ojos… ¡Luci! (Ante la expresión ausente de la chica, grita destemplado:) ¡Que te estoy
hablando! (IVETTE asiente e intenta atender a las palabras de JULIO.) Tu voz y tus ojos y
la noche… ¡Tus labios!
Va a besarla. Otra vez el ruido impertinente. La chica se separa de él.
IVETTE.—Eres tú. Estoy segura. ¡Eres tú! (Le responde un extraño borboteo. IVETTE
se echa a reír. Su risa resulta incontenible, avasalladora, definitiva… Intenta hablar.)
¡Perdóname! ¿Qué te voy a decir…? ¡No es po… posible! (Las lágrimas se le saltan. Se
pone de pie. Toma su abrigo e intenta despedirse.) Adiós, ¡Ju…!
No puede terminar. Muerta de risa, abandona el apartamento.
JULIO está sentado en el casino del pueblo. Le rodean sus AMIGOS. Entre ellos vemos
a ANDRÉS. JULIO habla enfáticamente.
JULIO.—¿Las mujeres? ¡Así! (Une los dedos.) Pero a mí no me interesan… (Mira a
ANDRÉS.) ¡Que lo diga este! (ANDRÉS sonríe.) ¡Ninguna vale un pimiento! ¿Yo? ¡Ni
regaladas! (Comienza a sonar la música.) Cuando voy a Madrid me ocupo, exclusivamente,
de los negocios…
Fuma su magnífico puro, mientras oímos como un tenor, de afinada voz, canta.
CANCIÓN.—Es voz común que a más del mediodía
en ayunas la zorra iba cazando:
halla una parra, quédase mirando
de la alta vid el fruto pendía.
Causábale mil ansias y congojas
no alcanzar a las uvas con la garra,
al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas.
Miró, saltó y anduvo en probaturas
pero vio el imposible ya de fijo,
entonces fue cuando la zorra dijo:
“No las quiero comer; no están maduras.”
Sobre la canción y la imagen de JULIO,
han aparecido los títulos de crédito del programa.
67
EL CINE SEGÚN JAIME DE ARMIÑÁN
“A mí me parece que yo busco la máxima sencillez. No soy un esteta de la
cinematografía ni una persona que tenga una fundamentación cinematográfica en la
imagen, sino en la literatura. Así resulta que lo fundamental para mí en una película que
cuenta una historia es esa historia, que es la piedra angular. Yo parto siempre del guión
cinematográfico. En cuanto a la técnica de esta película es la que a mí me gusta, la que yo
sé emplear: relatar con imágenes la historia con la mayor sencillez posible, es decir, dar al
espectador lo que está pidiendo, sin tratar de hacer artificioso el tema.”
Jaime de Armiñán
«El humor, como todo -dice Chumy-, es un reflejo de la realidad. La evolución del humor
español ha sido el reflejo de la realidad española, entendiendo por realidad no solamente lo
que ocurría, sino también las fuerzas que hacían que se conociesen sólo algunos aspectos
de esa realidad. Algún día se verá que el humor reflejaba perfectamente su tiempo.»
Jaime de Armiñán
68
“A mí me gusta escribir y hacer un cine de lo que sé, de lo que entiendo, y de lo que veo.
Y lo que veo son esos personajes, es decir, son los personajes de nuestro pueblo, los
personajes de nuestro país, y fundamentalmente los personajes marginados, como las
mujeres, los niños, los cesantes, etcétera, etcétera. Por otra parte a mí esos personajes no
me parecen vulgares, me parecen unos personajes absolutamente maravillosos, y mágicos,
en cierto modo. Es decir, el espectáculo yo creo que debe tener magia, y esos personajes
hay que decantarlos, de tal manera que acaben siendo pues casi ejemplificadores, esos
personajes son los que a mí me interesan, y los que me gustan. Por eso lo hago así.”
Jaime de Armiñán
“El final no debe ser feliz ni infeliz. El final debe ser sugerido. A mí me parece mucho
más bonito que el espectador ponga de su parte imaginación, que no que le demos todo
hecho.” Jaime de Armiñán
69
CUESTIONARIO A JAIME DE ARMIÑÁN
ABC - 27-09-1992
70
71
LAS SIETE VIDAS DE JAIME DE ARMIÑÁN
Paradójico porque hablamos de un amante devoto de los perros, más concretamente de
las perras. Cosa que ha generado alguna que otra injusta polémica entre las feministas
tiquismiquis, talibanes, las literales, al comparar de manera elogiosa, metafórica, a las
mujeres con las perras, para Jaime de Armiñán más inteligentes, fieles, leales, que los
perros. Acusar de machista al director más feminista, igualitario, de la historia del cine
español, el que más hizo por la visibilización del feminismo, de las mujeres, desde el
altavoz privilegiado de la franquista TVE, no deja de tener su aquel, su gracia, la soberbia
de las ignorantes. Siete vidas por sus siete renacimientos, evoluciones. La primera, la
pragmática, licenciado en derecho, empleado de oficina; la segunda autor de teatro; la
tercera guionista de cine y televisión; la cuarta director de televisión y cine; la quinta
articulista; la sexta novelista; la séptima jubilado, retirado, forzoso, ya cumplidos los
noventa. Una continua pasión por narrar, por transmitir ideas progresistas sin olvidarse de
los sentimientos, diversificada en diferentes formatos, planos, con la característica común de
la humanidad panteísta con retranca, de la profundidad accesible, anti-elitista, de la
tragicomedia piadosa, compasiva. Un universo abierto, unisex, intergeneracional, en el que
todavía caben la ternura, los fatalismos activos, las nostalgias sin rencor, y las redenciones,
inmolaciones, por amor.
Siempre desde el humanismo, entendiendo por humanista a quien ama al ser humano por
encima de todo, incluyendo sus contradicciones, sus debilidades, que no juzga, que trata de
comprender, que hace un esfuerzo de comunicación. Razón por la que nunca podré serlo,
porque ni acepto mis contradicciones, ni las de los demás, la estúpida enfermedad,
complejo, del absoluto. Lo contrario de los personajes de Armiñán (recuerdo que es Piscis,
el signo menos sectario), que perdonan, aceptan, a los demás, porque perdonan, se aceptan,
a sí mismos, aunque les cueste, no hablamos de santos, de ángeles. En una película de Jaime
de Armiñán ninguno de sus personajes principales va a rechazar a otra persona por
prejuicio, por convencionalismo social, le va a dar la oportunidad de conocerle, de
comprenderle, tal como es, sin máscaras, sin atavismos. Algunos ejemplos:
72
—“Carola de día, Carola de noche”, su primera película, aunque reniegue de ella porque le
censuraron el guión, más bien porque es muy mala. La protagonista es una reina en el exilio,
sin oficio ni beneficio, que decide trabajar para vivir, y lo hace en un club nocturno
cantando, porque la encargada del local le da una oportunidad a ciegas haciéndole cantar.
Conoce el local gracias al pinchadiscos, que trabaja para sacarse los estudios, y del que se
enamora a pesar de ser un plebeyo, y comunista.
—“La Lola, dicen que no vive sola” (originalmente “La Lola dicen que no duerme sola”),
una prostituta chapada a la antigua hace una promesa de castidad de un año a la virgen si
sana a su hija. En el intervalo conoce a un viudo empresario, mucho mayor que ella, que
decide esperar, a regañadientes, ese año. Ambos se enamoran y terminan casándose,
pasándose por el forro el pasado de ella, confiando en ella, en su amor, borrando de un
plumazo, y de manera verosímil, cualquier sospecha de interés.
—“Mi querida señorita”, señorona de provincias enamorada en secreto de una jovencita
criada, que trata de despertarle celos con novios ocasionales. La señorona descubre que
realmente es un hombre y huye a la gran ciudad. Allí, ya como hombre, se hace amigo de
una compañera de piso prostituta que cuando descubre que en la maleta lleva ropa de mujer
no monta ni el menor escándalo, ni se extraña, “allá cada cual con lo suyo”, “me gusta la
imaginación”. Contacta de nuevo con la criada, que ahora trabaja de camarera, acaban
saliendo juntos, y se enamoran, mejor dicho, se vuelven a enamorar, porque ella en todo
momento es consciente, aunque no lo diga, que él es ella, su vieja señorita. Todo esto sin
escenas, ni melodramas, con naturalidad, aceptando las cosas como hechos consumados, y
normales, naturales.
Se me dirá que cómo tiene que ser, pero que casi nunca es así, y mucho menos si
hablamos de la pacata, conservadora, reaccionaria, sociedad española de posguerra, inmersa
en plena dictadura nacional-catolicista. Por lo que estas tres películas, sin ser de las mejores
de su obra, formalmente no tienen casi nada destacable, solo la sutileza del guión, de la
creación de personajes, marca propia de la casa (genial como les dibuja una personalidad
con pequeños gestos repetidos (cómo desenvuelve una magdalena), miradas (cómo entorna
los ojos), objetos (el monedero)), tienen su importancia sociológica, sobre todo “Mi querida
señorita”. Reflejan el puritanismo, hipocresía, de una sociedad, utilizando como vehículo
algo tan escabroso para la época como el lesbianismo, como el trasvestismo, la
transexualidad, sin caer en ningún momento en el morbo, en el sensacionalismo, en la
exageración, es de ser un valiente, de ser un humanista, un demócrata, un progresista, como
la copa de un pino. Y sus tres primeras películas no son una excepción:
—“Un casto varón español” (originalmente “Cinco lobitas”, precuela de su libro “La isla de
los pájaros”), reprimido solterón niño de mamá, descubre que su verdadera madre regentaba
un prostíbulo que hereda a su muerte. Comienza llamando objetos a las meretrices, y
termina conviviendo con ellas con total normalidad como si fueran compañeros,
compañeras, de piso, “-Eres marica. -No soy marica. -Yo tampoco.”, con derecho a roce, lo
que viene siendo el paso de la virginidad al harén, de la España de los 70 a la Dinamarca de
los 70. Un ajuste de cuentas con la castradora educación, con la mojigatería sexual del
franquismo, del catolicismo, de los sacrosantos mandamientos, imposiciones, de la religión
cristiana, y su consecuencia lógica, hipócrita, la prostitución, el beatos en casa, puteros en la
calle.
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JAIME DE ARMIÑÁN (Dossier)

  • 1. JAIME DE ARMIÑÁN Fracaso con gustavitos (1954-2008) Antolejía-Dossier Edición: Julio Tamayo cinelacion@yahoo.es
  • 2. 2
  • 3. 3 NOTA Más vale una vez colorado que ciento amarillo. La frase fetiche de Jaime de Armiñán, aparece en casi todas sus series, películas, obras de teatro, libros. La que mejor resume su obra, y su propia trayectoria personal, que tiene de cualquier cosa menos de complaciente, mediocre, vulgar. Abandonó un trabajo fijo, seguro, gris, de oficinista, había estudiado derecho, luego opositado sin éxito, para hacer realidad su sueño de convertirse en narrador de historias. Cosa que logró en todas las facetas posibles, periodismo, teatro, televisión, cine, literatura, y con gran éxito de crítica y público (sobre todo en su faceta televisiva, y sólo puntualmente en cine, “El amor del Capitán Brando”, “El nido”, “Mi querida señorita”), cosa que muy pocas veces se conjuga. ¿Y qué son los gustavitos? Las tapas, las comestibles, no las de los libros. Luego fracaso con tapas. ¿Y qué tapas? La ternura y el humor. Fracaso con ternura y humor. Fracaso el vino, un vino recio, denso, del Priorato, y la ternura y el humor los entrantes necesarios para que el fracaso no se suba a la cabeza, ni baje a los pies. Un fracaso que se sobrelleva con estoicismo, con naturalidad, el éxito es muy poco español, un extranjerismo, un barbarismo. Un fracaso torrencial, si sumamos todas sus facetas creativas, la cifra supera los tres ceros. Una obra inabarcable para un español con obligaciones, cargas, y profundamente irregular, como todos los genios. Esta antolejía-dossier no tiene la finalidad de abrir boca, sino la de matar el hambre, saciarlo, con un chuletón de buey de kilo y medio. Como la vida es corta y llena de mierda, como la escalera de un gallinero, me limito a hacer quince recomendaciones (y a rejuntar en orden cronológico todos los textos que he escrito sobre él), las suficientes para tener una visión de conjunto. Quien no sepa apreciar su grandeza, tiene un problema gustativo, degustativo. Julio Tamayo
  • 4. 4 MIS 15 OBRAS FAVORITAS (en orden cronológico) 01- “Café del Liceo” (1957) (teatro) PDF: https://mega.nz/file/UqYGVSjJ#AZ0vu6oYVxoeQxjCbFLw3m3S8REh-8DjY4rmVC_Unqg Versión televisiva: https://www.rtve.es/play/videos/estudio-1/cafe-del-liceo/6755852/ 02- “Con derecho a fantasma” (1958) Eduardo de Filippo (traducción) PDF: https://mega.nz/file/wr5khZAR#WsATrlRJdg9irueEoeA4gn61Za0ObPzUT1rvaz7PARc 03- “El fúnebre” (Galería de maridos) (1960) (televisión) Guión en la página 7 04- “La oposición de Germán Ferrer” (El personaje y su mundo) (1961) (televisión) Guión en la página 13 05- “La señorita” (Tiempo y Hora) (1966) (televisión) Guión en la página 21 06- “La zorra y las uvas” (Fábulas) (1968) (televisión) Guión en la página 41 07- “El amor del capitán Brando” (1974) (cine) 08- “Suspiros de España” (1974-75) (televisión) Serie completa: https://www.rtve.es/play/videos/suspiros-de-espana-serie/ 09- “El nido” (1980) (cine) 10- “Cuentos imposibles” (1984) (televisión) + “Juncal” (primer episodio) (1988) (televisión) Serie completa: https://www.youtube.com/channel/UCPj15trIDzacqpMIcdx1OHw Juncal: https://www.rtve.es/play/videos/juncal/ 11- “Stico” (1985) (cine) 12- “Mi general” (1987) (cine) 13- “Al otro lado del túnel” (1994) (cine) 14- “La isla de los pájaros” (1999) (novela) PDF: https://mega.nz/file/07gTQD4K#QHH6vBhBrKujkeluJaFtVk6wRET5ieuM79YZZYDAmLE Germen: https://mega.nz/file/B2RkjZTC#cdWr4KbIJwvkcr7YqujPz8uiDDWHUREUgl18BQawXxE 15- “14, Fabian Road” (2008) (cine)
  • 5. 5 ÍNDICE ANTOLEJÍA DE GUIONES 01- “El fúnebre” (Galería de maridos) (1960)………………………………………………………..7 02- “La oposición de Germán Ferrer” (El personaje y su mundo) (1961)……………………….....13 03- “La señorita” (Tiempo y Hora) (1966)…………..……………………………………………...21 04- “La zorra y las uvas” (Fábulas) (1968)…………………….……………………..…….41 DOSSIER 05- El cine según Jaime de Armiñán……………………………………………………..…67 06- Cuestionario a Jaime de Armiñán………………………………………………………69 07- Las siete vidas de Jaime de Armiñán……………………………………………….…..71 08- El feminismo montuno, ultramontano, de Armiñán……………………………………77 09- “La Lola dicen que no vive sola” (1971)……………………………………………….81 10- Feminismo en “Las doce caras de Eva” (1971)……………………………………...…83 11- Feminismo en “Tres eran tres” (1972)……………………………………………….…99 12- “El amor del capitán Brando” (1974)……………………………………………...….101 13- “Suspiros de España” (serie) (1974-75)…………………………………………...….107 14- Armiñán o el respeto por la libertad (Manuel Vázquez Montalbán)……………….…149 15- La polémica “¡Jo, papá” (1975)…………………………………………………….....151 16- “El nido” (1980)………….………………………………………………………..…..161 17- “Cuentos imposibles” (serie) (1984)…………………………………………….…….165 18- “Juncal” (Cuentos imposibles y primer episodio serie) (1984-88)…………..………..167 19- “Stico” (1985)…………………………….…………………………………………...169 20- “Mi general” (1987)…………………………………………………………………...171 21- “Al otro lado del túnel” (1994)…………………………….………………..………...175 22- “La isla de los pájaros” (1999)………………………………………………………..179 23- “14, Fabian Road” (2008)…………………………………………………….……….183
  • 6. 6
  • 7. 7 EL FÚNEBRE (“Galería de maridos”, 1960) (Una chica —PAULA— está sentada en una silla. Parece muy satisfecha. Va vestida alegremente. BRUNO se acerca a ella; al fondo suena la música.) BRUNO.—Buenas tardes, señorita. PAULA.—¡Buenas tardes! BRUNO.—¿Está ocupada esta silla? PAULA.—¡No! (BRUNO se sienta. Una pausa.) ¿Usted conoce a Lolita? BRUNO.—Sí. PAULA.—¡Es prima mía! BRUNO.—Me alegro. PAULA.—¡Hoy cumple veinte años! BRUNO.—Ya lo sé. Por eso he venido. PAULA.—¿Le ha traído usted algún regalo? BRUNO.—Sí, señorita. PAULA.—¿Puedo preguntarle qué regalo le ha traído? BRUNO.—Sí. PAULA.—¿Qué regalo le ha traído? BRUNO.—Un cinturón de corcho. PAULA.—¿Cómo ha dicho? BRUNO.—Un cinturón de corcho. Tengo entendido que Lolita se va de veraneo a Ribadesella. La playa de Ribadesella es muy mala. En Ribadesella se ahogó un amigo mío. Es muy peligrosa... PAULA.—Pero Lolita nada muy bien. BRUNO.—Nunca se sabe. Los cortes de digestión son traicioneros. No es que e1 cinturón de corcho sirva de mucho, pero al menos se tiene la seguridad de recuperar el cadáver... PAULA.—¡Qué horror! (Asciende la música. Un muchacho se acerca a PAULA.) BRUNO.—¿Quieres bailar? PAULA.—Sí. ¡Gracias! (Se levanta y comienza a bailar con el CHICO. Con el rostro de BRUNO tristísimo, funde la escena. Pasamos al piso de PAULA y BRUNO. Han transcurrido algunos años. PAULA se dirige al público.)
  • 8. 8 PAULA.—Yo me casé con Bruno, el fúnebre; le conocí aquella tarde en el guateque de mi prima Lolita. Bruno me dio el pego. Le vi tan triste, tan serio, que le confundí con un hombre interesante. ¿Por qué las mujeres, en cuanto encontramos a un hombre serio, le confundimos con un hombre interesante? Me parece estar oyendo aquella música... (Suena la música que oímos antes.) Yo bailaba con un chico... Pero no escuchaba sus palabras... Sin querer, pensaba en el melancólico Bruno y en el cinturón de corcho de mi prima Lolita; en la playa de Ribadesella y en los traidores cortes de digestión... Estaba deseando volver al lado de aquel hombre tan interesante y tan serio… (BRUNO sigue sentado. Se oye la música. PAULA regresa hasta él, de nuevo años atrás.) PAULA.—¿Sigue usted aquí? BRUNO.—Sí. PAULA.—Pensé que se habría marchado. Como no le veo bailar... BRUNO.—Bailar es una frivolidad. Además, puede ocurrirme lo mismo que a mi amigo Rafael. PAULA.—¿Qué 1e ocurrió a su amigo Rafael? BRUNO.—Mi amigo Rafael veraneaba en Gijón. Fue a una romería y se puso a bailar con una chica... PAULA.—¿Por lo suelto o por lo «agarrao»? BRUNO.—Por lo suelto. Ese fue su error... Bailaba con La chica sin darse cuenta de que allí había un precipicio sobre el mar... Estaba muy entusiasmado, porque la chica era muy mona... Se fue echando hacia atrás, dando vueltecitas... Dio una vueltecita y no volvimos a verle... Desde el prado al mar había una distancia de treinta metros... Es el baile suelto más trágico que he presenciado en mi vida... Desde entonces, yo no bailo... PAULA.—¿Y por qué dice que su error fue bailar por lo suelto? BRUNO.—Porque si baila agarrado a la chica, al menos se la hubiera llevado por delante… (Ríe, de forma un tanto siniestra.) PAULA.—¿Y eso le hace gracia? BRUNO.—Sí. (La contempla.) Es usted muy mona. ¿Quiere que bailemos? PAULA.—No sé… Después de lo que me ha contado... BRUNO.—Estoy dispuesto a hacer una excepción por usted... PAULA.—¿Y si nos caemos por el acantilado? BRUNO.—Aquí no hay acantilados. (Suena un tango.) PAULA.—Bueno... (Bailan el tango.)
  • 9. 9 BRUNO.—Claro, que hay balcones... Lolita vive en un séptimo piso. PAULA.—No se acerque mucho a los balcones... BRUNO.—A mí me gusta el tango por lo melancólico y por lo triste. Además, me recuerda la trágica muerte de Carlos Gardel. ¡Pobre Carlos Gardel! (Salen de campo bailando el tango. Asciende la música y pasamos al decorado donde está PAULA.) PAULA.—Pero Bruno me atraía como el espejuelo atrae a la alondra. Jamás ningún muchacho había intentado enamorarme contándome desgracias. Algún tiempo después —casi nos veíamos a diario— lo encontré en un parque del paseo… (BRUNO está sentado en un banco. Es un forillo con un parque pintado. Mira su reloj. Está tan fúnebre como siempre.) BRUNO.—Lo que yo me temía... La ha atropellado un tranvía... Era natural... Cuando una persona se cita con otra a las seis en punto, y son las seis y cinco y no ha llegado, sólo puede haberle ocurrido una cosa: le ha atropellado un tranvía. (Entra PAULA en campo, muy alegre.) PAULA.—¡Hola, Bruno! ¿Te he hecho esperar? (Bruno se levanta, muy serio.) No parece que te alegre el verme... BRUNO.—Al contrario, me alegra mucho. ¿Quieres sentarte? PAULA.—Sí, quiero sentarme. (Se sientan los dos.) BRUNO.—Paula, he decidido casarme contigo... PAULA.—¡Bruno! BRUNO.—No me interrumpas. Eres muy mona, pero no es por eso. Mucho más mona que tú era Helena de Troya, y ya ves, se murió. Mucho más mona que tú era Cleopatra, y también se murió. Mucho más mona que tú era la princesa de Éboli, y, además de faltarle un ojo, se murió. Conque no es por eso. PAULA.—Entonces no me lo explico, Bruno. BRUNO.—Pienso en la vejez, y quizá en la invalidez. Dicen que «el buey suelto bien se lame», pero yo creo que si me quedo impedido necesitaré a alguien que me cuide. No me ocurra lo que a don José... PAULA.—¿Qué le ocurrió a don José? BRUNO.—Don José era un viejecito soltero. Vivía en un piso. Un día se dejó una ventana abierta y se acatarró. Intentó llegar a la ventana para cerrarla, pero como era tan viejecito iba muy despacio. En la mitad de la habitación le dio una pulmonía. Siguió avanzando, ya con cuarenta grados; cada vez entraba más frío... No pudo llegar, el pobre don José. Ya ves, tú; si hubiera estado casado, quizá viviría don José... ¿Quieres casarte conmigo?
  • 10. 10 PAULA.—No sé... BRUNO.—Piénsalo de aquí a mañana. Buenas tardes… (BRUNO se levanta. Da la mano ceremoniosamente a PAULA y sale de campo. La chica queda sola.) PAULA.—Y me casé con Bruno. A ustedes es probable que les extrañe el que me casara con un sujeto tan fúnebre. Pero yo les voy a decir un secreto: me casé con Bruno porque estaba enamorada de él, y esto del amor es muy raro… (Suena una marcha nupcial.) Cuando terminó la ceremonia, Bruno dijo: Ya la hemos hecho buena. ¿Y saben ustedes cuál fue la felicitación que agradeció más? La de un amigo suyo, de luto, que le dio la mano, muy triste, y le dijo: Bruno, ahora ya uniditos hasta la tumba… (Pasamos al decorado del piso. BRUNO, en una butaca, está leyendo un libro. En la portada vemos el título: «El ladrón de cadáveres».) BRUNO.—«La condesa necesitaba glándulas de muerto para rejuvenecerse. Allí estaba, tan consumidita, tocando el piano, cuando su marido, el siniestro ladrón de cadáveres, empuñando la jeringuilla, se dirigió hacia ella. Detrás del cuello le inyectó las glándulas, que obraron milagrosamente en la consumida naturaleza de la condesa...» (Suena el teléfono. BRUNO levanta la vista.) Alguna desgracia... Cuando suena el teléfono siempre es por alguna desgracia... En estos casos, lo mejor es no tocarlo... (Sigue leyendo.) «En el sótano tenían cadáveres de todas clases. La condesa necesitaba siempre una buena provisión...» (Deja de sonar el teléfono.) Ya no suena el teléfono. (Se arrellana en la butaca y lee.) «Hacía una noche espantosa. Negros presagios rodeaban las torres del castillo...» (Vuelve a sonar el teléfono.) ¡No tiene arreglo! ¡Cuando las cosas van mal, no tienen arreglo! (Descuelga.) ¿Diga?... Ya me pongo en lo peor. ¿Diga usted? ¿Dos localidades para «La quimera del oro»? Me parece que se confunde usted, caballero... Aquí no ponemos «La quimera del oro»... En todo caso le aconsejo que vaya a ver una película bien triste y no esa tontería de «La quimera del oro»... ¡Además, se ha equivocado usted! ¡Esto es la funeraria! (Cuelga, riendo siniestramente, y se dirige a su sillón. Entra PAULA.) PAULA.—Buenas noches, Bruno. BRUNO.—Buenas noches. Ya me tenías intranquilo. PAULA.—Milagro. (Le da un beso y se sienta junto a él.) Al entrar me pareció que te reías. BRUNO.—Sí. (PAULA le mira asombrada.)
  • 11. 11 BRUNO.—Parece que te extraña. PAULA.—No... Es que me ha cogido de sorpresa... Como no te reías desde el año cuarenta y ocho... BRUNO.—Es que soy muy gracioso... PAULA.—¡Cuenta! ¡Cuenta! BRUNO.—Figúrate que ha llamado un tipo creyendo que esto era un cine... Quería comprar dos localidades para ver «La quimera del oro», y entonces yo le he dicho... PAULA.—¿Qué le has dicho? BRUNO.—¡Que se había confundido! ¡Que esto es la funeraria! (Ríe.) ¿A que soy gracioso? No creo que a nadie se le haya ocurrido nunca dar por teléfono una réplica tan graciosa... PAULA.—Sí que es gracioso... BRUNO.—Pero ya está bien de reírse. Hay una enfermedad horrible que se llama «mal de la risa». Empieza uno tan contento, tan contento, y de pronto se le desencajan las mandíbulas... PAULA.—¡No me cuentes esas cosas horribles, Bruno! ¡La risa es muy bonita! BRUNO.—¿Que la risa es bonita? ¿Cuál es el animal más siniestro del mundo? ¿Es la gallina? ¡No! ¡No es la gallina! ¿Es la mosca? ¡Tampoco es la mosca! ¡Es la hiena! Y ¿qué hace la hiena? ¡Se ríe! ¡La hiena se ríe! PAULA.—¡Calla, Bruno! ¡Me estás poniendo los pelos de punta! (Tratando de cambiar de conversación.) ¿Sabes...? ¡He estado en el sastre! BRUNO.—No sé para qué se va a comprar uno trajes... PAULA.—¡Para estar guapa! BRUNO.—¿Te he contado la historia de aquel amigo de mi padre que se iba a comprar un traje...? PAULA.—¡No! ¡No me la cuentes! (Saca varias muestras del bolsillo.) Necesitas un traje... Escoge entre todas estas muestras... BRUNO.—¿Tú crees? (Los mira distraído.) No... Marrón no puedo llevarlo... Ni este a cuadritos tampoco... Y mucho menos azul... ¡Ni gris clarito! ¡Pero, por Dios, Paula! ¿Por quién me has tomado? Si quieres que me haga un traje, tendrá que ser negro... PAULA.—¡Ya tienes siete trajes negros! BRUNO.—Nunca está de más. Suponte que te da una gripe... PAULA.—¡Bruno! BRUNO.—Hay que ser realista, Paula... La ropa, al teñirla, se hace polvo... Más vale que sea negra, negra de entrada... (PAULA le mira, muy triste.) Está bien. Haré una excepción: en vista de que es verano, encárgame un traje gris marengo. ¡Pero que sea bien oscurito! (PAULA se pone en pie y sale de la habitación.) No hay quien entienda a las mujeres... Les concede uno un capricho, y encima se enfadan... ¡Paula! PAULA (Off ).—¿Qué quieres? BRUNO.—¿Me has traído el periódico de la noche? PAULA (Off).—¡Lo he dejado encima de la mesita! ¿No lo ves? BRUNO.—¡Sí! (Toma el periódico y lo despliega.) Sucesos... Sucesos... Sucesos... (Busca la página de sucesos, ávidamente.) Aquí está... (PAULA vuelve y se sienta con un libro entre las manos.) «Asesina a una anciana, a hachazos, para robarla. Teruel, 9...»
  • 12. 12 PAULA.—¡No leas eso, Bruno! BRUNO.—¡Pero si es muy bonito! (Pasando la mirada por la página.) Da gusto cómo vienen los periódicos: «Se despeña un autobús en la provincia de Ciudad Real, y mueren todos sus ocupantes». PAULA.—¡Por favor, Bruno! BRUNO.—Está bien... ¡Cuántas esquelas! Para que luego digan que en verano se muere menos gente... Fíjate, Paula, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis... ¡Lo mismo que en invierno! PAULA.—¡Bruno, deja ese periódico! BRUNO.—Como quieras… (Abandona el periódico y toma el libro.) PAULA.—¡Deja también El ladrón de cadáveres! BRUNO (Condescendiente).—Y tú, ¿qué lees? PAULA.—¿Yo? Caperucita Roja. ¡Para equilibrar la balanza! BRUNO.—Caperucita Roja es muy bonito... Muere el lobo, y muere la abuelita y muere la mismísima Caperucita Roja... PAULA.—¡Pero luego los salvan los leñadores! BRUNO.—¡Que te crees tú eso! ¡Es un final amañado y blandengue! ¿Quieres saber cuál es la verdadera historia de «Caperucita»? PAULA.—¡No! ¡No quiero saberla! (PAULA, se pone en pie. BRUNO La imita. La contempla muy serio.), ¿Por qué me miras así? (BRUNO se acerca a ella.) ¿Por qué me miras así, Bruno? BRUNO.—Tienes el blanco de los ojos amarillo... Mal síntoma, Paula... Tío Gerardo empezó igual... Se le puso el blanco de los ojos amarillo de tanto comer huevos fritos, y luego el resto del cuerpo también se le puso amarillo. Después se convirtió en chino, pero duró muy poco... El pobre tío Gerardo no resistió la impresión. PAULA.—¡Bruno! (Huye de su marido y desaparece.) BRUNO.—El caso es que es muy mona. (Avanza hacia el teléfono y marca un número.) ¿Es la sastrería?... Soy Bruno Méndez... (Baja la voz.) Oiga usted, cuando vaya mi mujer a encargarles un traje gris marengo, no le hagan caso… Háganmelo negro... Lo voy a necesitar pronto... (Cuelga y avanza hacia la cámara.) Desgraciadamente, abundan los sujetos como Bruno el fúnebre, y, justo es reconocerlo, no les faltan motivos... Lo que ocurre es que, a la página de sucesos, debemos intentar oponerle, como hace Paula, el cuento de Caperucita Roja, que acaba bien. No lo duden ustedes: acaba bien. (Aparece la palabra fin.)
  • 13. 13 LA OPOSICIÓN DE GERMÁN FERRER (“El personaje y su mundo”, 1961) Una mesa junto a la cual se sientan tres catedráticos —de espaldas a la cámara—. La mesa está sobre un estrado. Suponemos que la sala se pierda al fondo. Los rótulos van sobreimpresionados con un montón de libros de texto. Suena la música. Una música triste y melancólica. El Secretario del tribunal llama: SECRETARIO: ¡Número 2.313! ¡Don Germán Ferrer Castro! Una breve pausa. ¡Número 2.313! ¡Don Germán Ferrer Castro! Avanza hasta el tribunal el opositor. Es un hombre de unos treinta y cinco años, vestido con pulcritud y humildad. Sonríe con timidez y lleva gafas. GERMÁN: Buenos días. El Presidente del tribunal inclina la cabeza. PRESIDENTE: Siéntese. GERMÁN: Con su permiso. PRESIDENTE: Saque tres bolas. GERMÁN: Sí, señor. Toma el pequeño bombo que hay sobre la mesa. ¿Puedo beber un vaso de agua? El Presidente inclina la cabeza. Germán bebe. Tres bolas... Tres bolas... Las va extrayendo. Cuatrocientos catorce. Setenta y dos. Ciento nueve. Las entrega al Presidente, que comprueba los números.
  • 14. 14 Que corresponden a los temas... Lee un programa. Las obligaciones profesionales de los comerciantes. El matrimonio. Y la ley de 27 de diciembre de 1947. Carraspea. PRESIDENTE: Muy bien. Germán Ferrer saca un reloj y lo pone encima de la mesa. Tiene usted quince minutos. GERMÁN: Sí, ya lo sé. Toma la jarra. Perdón. Bebe un vaso de agua. PRESIDENTE: Quince minutos. Vuelve a carraspear. Obligación referente a la contabilidad y a la conservación la correspondencia... Se detiene. ¿Puedo fumar? El Presidente inclina la cabeza. Germán saca una cajetilla. ¿Ustedes fuman? Ninguno habla. Perdonen... Me tranquiliza... Esto de fumar me tranquiliza… Ya sé que no debía hacerlo; pero como son ustedes tan amables... Enciende el pitillo.
  • 15. 15 La obligación referencia a la contabilidad y a la con... con… conservación de la co... de la corres... de la correspondencia. Ha comenzado a tartamudear. PRESIDENTE: Cálmese. Germán asiente. Luego se vuelve hacia el público. Tiene usted quince minutos. GERMÁN: Sí, señor. Reanuda el examen. Obligaciones profesionales de los comerciantes. Se calla. ¿Les importa a ustedes que cambie el orden de los temas? Preferiría decir antes otro y después éste. PRESIDENTE: Es lo mismo. GERMÁN: Muchas gracias. Lee el cuestionario. Bien. Tenemos «El matrimonio». «Las obligaciones profesionales de los comerciantes» y «La ley de 27 de diciembre de 1947». Empezaré por la ley de 27 de diciembre de 1947. Cierra los ojos e intenta concentrarse. Se refiere a la falsificación de la moneda. Las figuras de delito de esta ley son, según el artículo 263, cuatro... Comienza a quitarse las gafas y a ponérselas con gesto nervioso. Al que fabricare moneda falsa. Al que cercenare o alterase la moneda falsa. ¡No! La moneda buena... O sea la válida… Tercero. La expedición de moneda... No, ése es el cuarto. Tercero. Al que introdujere moneda falsa, cercenada o alterada, y cuarto, la expendición de moneda falsa, cercenada o alterada. Apaga el cigarrillo.
  • 16. 16 La costumbre del comerciante de inscribir en una determinada forma de contabilidad y de resumir periódicamente las anotaciones en un balance… PRESIDENTE: Estaba usted refiriéndose al tema ciento nueve. GERMÁN: Sí... Al tema ciento nueve... Y me he pesado al otro… Perdón. Bebe un vaso de agua. PRESIDENTE: Tiene usted doce minutos. GERMÁN: Doce minutos. Tres por cuatro doce. A más de tres minutos por tema. Intenta concentrarse. Estaba refiriéndome a la ley de... de... de 27 de diciembre de 1947. Según el artículo 284 se entiende por moneda: al papel moneda, billetes del Estado y de banco y... y... Se pone las gafas. El matrimonio es el único modo constitutivo de la sociedad conyugal y, a la vez, base fundamental de la familia… PRESIDENTE: Se refiere usted al tema setenta y dos. GERMÁN: Eso es. PRESIDENTE: Pero estaba usted diciendo el ciento nueve. GERMÁN: Sí. Se quita las gafas. La falsificación de moneda tiene que tener una falsificación tal que sea posible pasarla entre el público... Entre el público... O sea, no es necesario que sólo la puedan distinguir los peritos... porque en ese caso... En ese caso... Si las monedas falsificadas sólo fueran o fuesen reconocidas por los peritos... Va desinflándose. Por los peritos... Sólo fuesen reconocidas por los peritos... Una ligera pausa. Germán mira a sus jueces desamparado. PRESIDENTE: ¿Ha terminado ya? GERMÁN: Le juro a usted que me sé los temas. PRESIDENTE: Continúe. Mira el reloj.
  • 17. 17 Tiene nueve minutos. Germán se tapa la cara con las manos. GERMÁN: Voy a empezar por el matrimonio. Breve pausa. Es opinión corriente la de derivar la palabra castellana «matrimonio» de la latina «matrimonium». Se calla. ¿Puedo retirarme? El Presidente, sorprendido, mira a sus colegas. PRESIDENTE: Ahora iba usted muy bien. GERMÁN: No sé seguir. PRESIDENTE: Retírese. GERMÁN: Sí, señor. No se mueve. PRESIDENTE: ¿Qué le ocurre? GERMÁN: Nada, ya me voy. ¿Cuánto tiempo me quedaba? PRESIDENTE: Ocho minutos. GERMÁN: Tengo derecho a esos ocho minutos, ¿verdad? Ya sé… Ya sé que estoy suspendido... Que tampoco esta vez sacaré la plaza... Pero quisiera, quisiera pedirles a ustedes un favor… Pierdan ocho minutos conmigo. PRESIDENTE: Continúe. GERMÁN: No, no es eso... No voy a hablarles del matrimonio, ni de la ley de 27 de diciembre de 1947, ni de las obligaciones del comerciante, aunque yo les juro que me sé esos temas y los quinientos nueve del cuestionario... Llevo estudiando once años a más de diez horas diarias... Calculen ustedes las horas que he pasado estudiando... Voy a hablarles de cualquier otra cosa... por no dejar de hablar... Para que me vean... No, no trato de gastarles ninguna broma.. ¡sí que estoy para bromas! Ahí detrás... En un banco... En el último banco de la sala están mis padres... Han venido del pueblo a darme fuerzas... Son viejos... Si yo me levantara ahora les causaría mucha pena... Sabrían que he fracasado otra vez... En cambio, si permanezco sentado los quince minutos, si me ven hablar, puedo decir luego que conmigo se ha cometido una injusticia... Perdónenme, no se va a enterar nadie más que ellos... Que yo no tenía recomendación y, al menos, eso les consolará. ¿Me dejan decir que ha sido una injusticia y que yo no tenía recomendación?
  • 18. 18 El Presidente inclina la cabeza. Muchas gracias. Una breve pausa. Yo empecé la carrera de Derecho en 1946... Vine del pueblo, como tantos otros... Ya sé que esto no les importa... No es necesario que me escuchen... yo lo que quiero es que me dejen hablar... mis padres tenían un pequeño negocio y yo, en lugar de trabajar en casa, me empeñé en estudiar... Ahora me doy por vencido... Vivía en una pensión... Todas las semanas me mandaban dinero y un paquete de comida, porque en la pensión se comía muy mal... Y yo estudiaba... Fui un alumno brillante. Aprobé todos los cursos. Saqué matrículas y sobresalientes. Pueden ustedes preguntar por mí a don Federico de Castro y al señor Garrigues y al señor Urcisino… Me conocen bien... Yo era muy distinto... Tenía confianza en mí mismo. Al acabar la carrera mi padre me regaló un reloj. Se lo enseña. Mírelo. «A Germán, abogado, con el cariño de su padre.» Era el mes de junio de 1951. Abogado. En España todo el mundo es abogado. Y decidí hacer oposiciones. Yo creí que esto de las oposiciones sería lo mismo que lo de la carrera. Empecé notarías. Me encerré a estudiar. Desde 1951 hasta hoy han pasado once años. ¡Once años estudiando para nada! Sigo siendo estudiante y, mire, ya tengo el pelo blanco por las sienes. He perdido la cuenta de las convocatorias. Cada vez vengo con más miedo... Lo que llevo en la cabeza no lo puedo decir… Soy muy nervioso... Incluso fui a un psiquiatra... He hecho de todo... Soy un hombre inteligente... Le doy mi palabra de que soy un hombre inteligente, y no lo tomen a vanidad… Quieren saber lo que he hecho durante estos once años? Estudiar desde las seis de la mañana a las ocho de la tarde… Irme a dar una vuelta por el barrio y a tomar una caña con otros opositores y hablar de derecho mercantil, de derecho civil y de leyes. Sé mucho más que cientos de opositores que han aprobado. No he visto el sol. Estoy pálido. Ya no tengo fuerza en los brazos. ¿Y para qué? ¿Qué buscaba yo? Ahora me doy cuenta de que he sido un imbécil y he perdido la juventud. Otros, que valían infinitamente menos que yo, son diplomáticos, técnicos, abogados del Estado, notarios, registradores. No voy a culpar al sistema. ¡Yo soy el culpable! ¿Pero creen ustedes que es lógico que un hombre se juegue su porvenir en quince minutos? ¿Que en quince minutos haya de decir tres temas? ¿Que valga más el que tiene más memoria? ¡No es justo! Da un golpe en la mesa. ¡No es justo! Se calla.
  • 19. 19 Perdónenme. Estoy abusando de su bondad. ¿Cuánto tiempo me queda? PRESIDENTE: Tres minutos. GERMÁN: Me marcho al pueblo. No me verán más por aquí. Intentaré recuperar lo que he perdido. Al menos, en el comercio de mis padres. Colgaré el título de abogado que, poco a poco, se irá llenando de polvo. Toma el reloj y comienza a ponérselo. «A Germán, abogado, con el cariño de su padre.» Sonríe. Yo tuve una novia. Se llamaba Rosita. La conocí en la pensión. También venía de un pueblo y trabajaba en el Ministerio de Marina. Ella sí había ganado sus oposiciones. Todas las noches, después de cenar, me tomaba los temas en el comedor. ¿Les he dicho que era muy mona? Doña Soledad —la dueña de la pensión— me dejaba un vaso de leche. Yo estaba muy enamorado de Rosita. Algunas veces se ha sentado en ese banco, donde hoy están mis padres, para animarme, y una y otra vez me ha visto levantarme sin despegar los labios o después de haber tirado un vaso de agua al presidente del tribunal... Yo soy muy nervioso... Un día, Rosita... Bueno, cuando les conté antes que tomaba una caña todas las noches me olvidé decirles que mi novia solía acompañarme. ¿Por dónde íbamos? ¡Pobre! ¡Hemos sido novios diez años! Un día trasladaron a un compañero de Rosita a su negociado. Era de Bilbao y se llamaba Jacinto. Ella, estoy seguro, luchó contra Jacinto hasta que se le acabaron las fuerzas. Noté que Rosita se había enamorado porque ya no me tomaba las lecciones en el comedor de doña Soledad. Porque me huía, Dios sabe que no le guardo rencor. Se casaron, Ahora tienen ya un hijo. Un hijo que podría ser mío. Golpea la mesa. ¡No es justo! ¡También eso me lo han robado los quinientos temas de la oposición! Germán, mientras hablaba, fue haciendo pajaritas de papel. Ahora, la mesa casi está llena. Anoche llegaron mis padres del pueblo... Yo no quería que viniesen aquí... Pero se han empeñado... «Ya verás como ahora sacas la plaza...», me dijo mi madre... Con nosotros allí no puedes fallar... Piensa en nosotros y desde lejos te daremos fuerzas... No te pongas nervioso... Sabes mucho más que los demás... Nos lo ha dicho el registrador... ¿Cuánto falta? Se detiene.
  • 20. 20 PRESIDENTE: Quince segundos. Hace una pausa que dura ese tiempo. El Presidente hace sonar un timbre. GERMÁN: Quince segundos... Los últimos quince segundos… ¡Ya está! Comienza a guardar los programas en la cartera. Muchas gracias. Han sido ustedes muy buenos. No lo olvidaré nunca. Los mira en silencio. Luego habla con voz apagada. Miren a un hombre oscuro que ha fracasado y que no sirve para la administración y que a lo mejor servía para otra cosa. Se levanta. Buenos días. Da la vuelta y se aleja. La mesa está llena de pajaritas de papel. El Secretario llama. SECRETARIO: ¡Número 2.314! ¡Don Santiago Álvarez Álvarez! Asciende la música. La cámara llega hasta las pajaritas de papel. Aparece la palabra «Fin».
  • 21. 21 LA SEÑORITA (“Tiempo y Hora”, 1966) Una habitación humilde. Hay una cama. Una pequeña ventana. Un armario. Es el cuarto de una chica de servir. La chica —se llama Guadalupe y le dicen “Lupe”— está sentada al borde de la cama. Tiene los ojos llenos de lágrimas. Cerca de ella hay una pobre maleta abierta y llena de ropa. Se abre la puerta. Entra otra muchacha: Loren. Es un poco mayor que Lupe. Trae un montoncito de ropa. LOREN.—¿Estás mejor? LUPE.—Sí. LOREN.—Pues no lo parece. Lupe se encoge de hombros. Te he traído esto. Lupe no responde. Lo he lavado yo misma. LUPE.—Gracias. LOREN.—No te ibas a ir con la ropa sucia... LUPE.—Es lo mismo. LOREN.—¿Te la guardo en la maleta? LUPE.—Déjala ahí. LOREN.—Hija, no lo tomes así. Lo único que no tiene remedio es la muerte... LUPE.—Es que yo preferiría estar muerta. LOREN.—No digas eso, que es un pecado. Lupe no responde. Loren guarda la ropa en la maleta. Encuentra un tríptico de plástico con tres fotografías. ¿Estos son tus padres? LUPE.—Sí.
  • 22. 22 LOREN.—¿Y éste es él? Lupe calla. A cualquier hora llevaba yo su fotografía. LUPE.—Es mi hermano. LOREN.—Muy majo. Lo observa. Aquí está de soldado. LUPE.—Ya lo ves. LOREN.—¿Dónde hizo la mili? LUPE.—No lo sé. LOREN.—¿No lo sabes? LUPE.—No me acuerdo. LOREN.—¡Hay que vivir...! Deja el tríptico en la maleta. ¿A dónde vas? Lupe no dice nada. ¿Al pueblo? LUPE.—No. LOREN.—¿Viven tus padres? LUPE.—Sí. LOREN.—¿Y lo saben? LUPE.—No. LOREN.—¿Quieres un consejo? LUPE.—No. LOREN.—Mujer... Yo lo hago por tu bien... Se ha sentado junto a ella. Lo mejor es decirlo. Lo sueltas de golpe y como ya no tiene remedio... No eres la primera…
  • 23. 23 LUPE.—¿Qué hora es? LOREN.—Las siete y cinco. Una pausa. ¿Y si no vas al pueblo, adónde piensas ir? LUPE.—A casa de una tía. LOREN.—¿Te vas a quedar allí los siete meses? LUPE.—Sí. LOREN.—Dame las señas. Lupe no responde. ¿Me has oído? LUPE.—Sí. Una pausa. No quiero ver a nadie. LOREN.—Yo lo digo por si te envían aquí alguna carta... LUPE.—Nadie va a escribirme. LOREN.—¿Ni él? Lupe calla. Desde luego los hombres no pagan ahorcados... Nuevo silencio. ¿Dónde vive tu tía? LUPE.—En Sepúlveda. LOREN.—¿Y tus padres? LUPE.—En La Velilla. LOREN.—¿Cae cerca? Lupe asiente.
  • 24. 24 ¿Y tu novio dónde está? Lupe se encoge de hombros. ¿Te preparo una taza de tila? LUPE.—No. LOREN.—A lo mejor te sentaba bien una taza de tila... Como estás nerviosa... LUPE.—No estoy nerviosa. LOREN.—Entonces, una copa de coñac. Eso levanta el ánimo... Lupe no dice nada. Hija, desde luego es como si le lavaras la cabeza a un tiñoso. Comprenderás que a mí todo esto ni me va ni me viene… LUPE.—Perdóname, Loren. LOREN.—Yo lo comprendo. LUPE.—Te lo agradezco mucho. LOREN.—No tienes por qué agradecerme nada; hoy por ti y mañana por mí... Ríe. ¡Qué tonterías estoy diciendo! Cualquiera pilla a la hija de mi madre... Tú eres una tonta, una ingenua que no sabe en qué mundo vive... ¿Quieres un consejo? Lupe mueve la cabeza negativamente. Tienes razón: ya es tarde para darte un consejo. Una pausa. ¿A qué hora sale el tren? LUPE.—A las nueve. LOREN.—¿Has sacado billete? Lupe asiente. Loren se acerca a ella. Pues aunque no quieras un consejo pienso dártelo: habla con la señorita. Habla francamente con ella. La señorita es una santa… * * *
  • 25. 25 Del rostro de Lupe, que no responde a su amiga, pasamos al de una mujer de edad indefinida. Está bebiendo lentamente una taza de té. La deja —con delicadeza— sobre una mesita. MARITA. Yo debo de tener un antepasado inglés... Marita —así se llama la mujer— está en una habitación de su casa. Una habitación un tanto recargada y, desde luego, fuera de tiempo. Le acompañan dos damas aproximadamente de sus mismas características. Se llaman Leonor y Anuncia. LEONOR.—A mí también me vuelve loca el té... ANUNCIA.—El café tampoco está mal. MARITA.—Es otra cosa. LEONOR.—¿A vosotras os desvela? ANUNCIA.—¿El qué? LEONOR.—El té. ANUNCIA.—No. LEONOR.—¿Y el café? ANUNCIA.—Tampoco. MARITA.—Yo nunca tomo café. ANUNCIA.—Pues hija, yo, sin mi buen café con leche de la mañana, soy incapaz de dar un paso. MARITA.—Eso son costumbres. Yo, si el café no es muy bueno, prefiero no tomarlo. ANUNCIA.—¿Insinúas que en mi casa no se hace buen café? MARITA.—Hija, yo no he insinuado nada. Se vuelve hacia Leonor, que está tomando una pasta. ¿Verdad, tú? LEONOR.—¡Yo soy neutral! Ríe. Exquisitas pastas. ¿Las haces tú misma? MARITA.—Son de la “Bella Pastora”. LEONOR.—Ya decía yo... Mordisquea otra. Inconfundibles. Inconfundibles…
  • 26. 26 MARITA.—A mí me cansa la cocina. ANUNCIA.—Sí... Es muy esclava... MARITA.—Volviendo al tema del café... ANUNCIA.—No tienes por qué volver a ese tema... MARITA.—Mujer, no te piques. ANUNCIA.—No me pico. MARITA.—Es que te debo una explicación. Vosotras sabéis que papá era cubano. Él, que en paz descanse, nos hacía siempre el café. En un pucherito de barro y con manga. Sin que hirviera el agua, porque el agua no tiene que hervir jamás; digan lo que digan los italianos, que de esto del café no saben una palabra, por muchas cafeteras que inventen. ANUNCIA.—Te diré que mi cafetera... MARITA.—Permíteme. ANUNCIA.—Hace un café riquísimo. MARITA.—Modernismos. LEONOR.—¿Habéis probado estas de piñoncitos? MARITA.—Volviendo al tema que nos ocupa... LEONOR.—Son como hechas en casa... MARITA.—Son mejor que hechas en casa. Se dirige a Anuncia. Resumiendo: desde que murió papá, que en paz descanse, no he vuelto a probar el café. ANUNCIA.—Es una muestra emocionante de amor filial. MARITA.—No es amor filial: es reconocimiento al mérito. Por desgracia, las cosas de ahora ya no son como las de antes… ANUNCIA.—Eso es cierto: se han invertido los valores. LEONOR.—Las pastas son mucho más pequeñas. MARITA. Las pastas y otras cosas. LEONOR.—Y otras cosas, sí, otras cosas... ANUNCIA.—¿A qué os referís? MARITA.—Hablábamos en general... Toma la tetera. Ahora ya no echo de menos el café. Sirve a sus amigas. Por eso os decía antes que debo de tener un antepasado inglés...
  • 27. 27 Al tiempo que pronuncia esta frase se abre la puerta y entra en la habitación Loren. Trae una bandeja con una jarra de porcelana. Se acerca a la mesa de las señoras. Marita destapa la tetera. ¿Está caliente? LEONOR.—Sí, señorita. MARITA.—¿No se te habrá enfriado por el camino? LEONOR.—No, señorita. MARITA.—Como el pasillo es tan largo... Loren echa agua en la tetera. ¿Y Lupe? LEONOR.—Haciendo la maleta. Marita suspira. MARITA.—¿Está decidida a marcharse? LEONOR.—Creo que sí, señorita. MARITA.—Allá ella. Esta casa es su casa. LEONOR.—La señorita es muy buena... MARITA.—Si no vamos a tener caridad con el prójimo cuando falta, Loren… Vuelve a suspirar. Dile que antes de irse debo de hablar con ella. LEONOR.—Sí, señorita. Una pausa. ¿Quiere usted algo más? MARITA.—No. Loren salen de la habitación. Qué pena de chica... Tan dispuesta, tan trabajadora, tan seriecita…
  • 28. 28 LEONOR.—Las chicas, hoy en día, tienen demasiada libertad. MARITA.—Es cierto. Y no saben usarla. Mucho pantalón, mucho fumar, mucha moto, mucho “cock-tail”... ANUNCIA.—Mujer, tampoco creo que Lupe fuera a demasiados “cock-tails”... MARITA.—Por lo visto, a los suficientes... ANUNCIA.—Esas cosas han ocurrido siempre. MARITA.—Ahora en mayor escala. Nosotras éramos distintas. LEONOR.—Estoy de acuerdo con Marita. MARITA.—La juventud de hoy es diferente. Tú lo has dicho hace un momento, Anuncia, mujer: se han invertido los valores. Anuncia asiente. Claro que yo tengo a salvo mi responsabilidad. Y además, le he dicho que se quede. Es ella quien quiere marcharse. LEONOR.—En eso has tenido suerte. Marita mira a su amiga con frialdad. MARITA.—Bien sabe Dios que yo no la he provocado. ANUNCIA.—¿El qué? MARITA.—La suerte. ANUNCIA.—Una cosa así siempre resulta una lata. MARITA.—Algo más que una lata: es una tragedia. ANUNCIA.—Eso he querido decir. LEONOR.—¿Se han enterado en el barrio? MARITA.—No, mujer. Afortunadamente... Las mira con cierta desconfianza. Cuento con vuestra discreción. ANUNCIA.—Puedes contar. ¿Verdad, Leonor? LEONOR.—Desde luego. Una pausa. ¿Dónde consigues esta mermelada? MARITA.—Donde todo el mundo: en la tienda de ultramarinos. LEONOR.—Creí que era hecha en casa. MARITA.—Es de fábrica.
  • 29. 29 Toma una cajetilla y enciende un cigarrillo. Sus dos amigas la observan en silencio. Ella les ofrece un pitillo. ANUNCIA.—No, gracias. LEONOR.—No fumamos. MARITA.—Es mi único vicio. ANUNCIA.—¿Has fumado delante del padre José María? MARITA.—¿Por qué no? ANUNCIA.—Qué valor, hija... MARITA.—Fumar no es malo. ANUNCIA.—En principio, no; pero... MARITA.—¿Pero qué? ANUNCIA.—Nada. LEONOR.—Yo tengo que probar un día... Anuncia le mira secamente. Leonor parece desinflarse. En Navidad... Una pausa. MARITA.—Bueno, chicas... ANUNCIA.—Tú dirás. MARITA.—Estamos perdiendo el tiempo. LEONOR.—Yo sigo pensando en el festival taurino. Los festivales dan mucho dinero. MARITA.—Pero hacen falta toreros y becerros. ¿Quién iba a torear para nuestros pobres? LEONOR.—"El Cordobés". MARITA.—No tiene otra cosa que hacer "el Cordobés". LEONOR.—Se le pide... ANUNCIA.—Esta es idiota... LEONOR.—Mujer... MARITA.—Debemos ser realistas. LEONOR.—Es lo que yo estaba diciendo. Marita la mira en silencio, fríamente. Perdona. MARITA.—Creo que lo mejor es montar una función de teatro. LEONOR.—¡Qué buena idea has tenido, Marita! ANUNCIA.—¿Y qué función?
  • 30. 30 LEONOR.—¡"El divino impaciente"! ¡"El divino impaciente" siempre ha gustado muchísimo aquí! ¿Os acordáis del año treinta y cinco? MARITA.—Hay una dificultad. LEONOR.—¿Cuál? MARITA.—¿Quién lo interpreta? LEONOR.—No lo sé... MARITA.—Aquí no hay aficionados al teatro. ANUNCIA.—Sí que es una lata... MARITA.—Más que una lata, es una tragedia. LEONOR.—Eso queremos decir. MARITA.—Yo tengo una idea. Leonor ríe. ¿Qué pasa? LEONOR.—Fumas muy bien... ANUNCIA.—No seas idiota, Leonor. LEONOR.—Yo lo decía... ANUNCIA.—Cállate. MARITA.—Podemos dar la función con los niños. ANUNCIA.—¿Con qué niños? MARITA.—Con todos los niños. ANUNCIA.—No te sigo. MARITA.—¿Cuánto dinero necesitan nuestros pobres? ANUNCIA.—Mucho. Por desgracia, mucho. MARITA.—Reunimos a cuatrocientos niños y damos la función con ellos. Claro que tienen que ser cuatrocientos niños ricos. ANUNCIA.—¿Estás bromeando? MARITA.—En absoluto. Pongamos una media de tres parientes por niño. Cuatro por tres, doce. Mil doscientas localidades. Tenemos asegurada la venta de mil doscientas localidades. Sin contar a las familias numerosas... ANUNCIA.—¿Y qué pueden hacer cuatrocientos niños? MARITA.—Tonterías. Se les saca al escenario por grupos: unos cantan, otros recitan, otros bailan. Algunos hacen pasadas mudas... Cuadros plásticos... ANUNCIA.—¿Y el comité tiene que ensayar con cuatrocientos niños? MARITA.—Claro. ANUNCIA.—Podemos volvernos locas. LEONOR.—Eso es: podemos volvemos locas. MARITA.—Es nuestro deber. LEONOR.—¿Y tu no crees que "El divino impaciente"...? Una mirada de Marita hace enmudecer a Leonor.
  • 31. 31 MARITA.—Debemos de pensar en el prójimo. Todos los sacrificios son pequeños... Loren vuelve. Anuncia a Marita: LEONOR.—Lupe se marcha. MARITA.—¿Le has dicho que quiero hablar con ella? La chica asiente. Dile que estoy en la salita. Loren asiente de nuevo. Va hacia la puerta y allí se vuelve. LEONOR.—¿Qué ponemos esta noche de cena, señorita? MARITA.—Judías verdes rehogadas y merlucita en blanco. LEONOR.—¿Nada más? MARITA.—Hay que cenar poco. Debemos de ser parcas. LEONOR.—Sí, señorita. La chica sale definitivamente. Marita apaga el pitillo y suspira. MARITA.—Me perdonáis, ¿verdad? ANUNCIA.—Tómate el tiempo que necesites. MARITA.—Es un triste caso... Se pone en pie suspirando. Esta bulsitis va a acabar conmigo... Un día u otro tendré que decidirme y afrontar el quirófano... Llega a la puerta. Estáis en vuestra casa. Ni Anuncia ni Leonor responden. Marita sale. Recorre un pequeño pasillo. Endereza un cuadrito y coloca bien el teléfono. Abre una puerta y entra en la sala. La sala es una habitación casi herméticamente cerrada, donde —sin duda— huele a humedad y que se utiliza en las grandes ocasiones. Marita entra. Enciende la luz eléctrica. Se acerca a una vitrina y, con un pañuelo, limpia tal vez una huella imaginaria. Alguien llama —suavemente— a la puerta.
  • 32. 32 ¡Adelante! Lupe abre. Se ha puesto un abriguito raído. Martita no dice nada. LUPE.—Buenas tardes. MARITA.—¿Por qué te quedas ahí parada? LUPE.—Es que no sé si entrar la maleta o dejarla en el pasillo. MARITA.—Déjala en el pasillo. LUPE.—Con su permiso. Lope entra. MARITA.—Y cierra la puerta. Marita se ha sentado. Lupe entra. Está indecisa, no sabe qué hacer. ¿Has hablado por teléfono? Lupe no responde. El teléfono estaba colgado al revés… LUPE.—He sido yo, señorita. MARITA.—Ya. Una breve pausa. No me gusta que se utilice sin mi permiso. Recordarás que el mes pasado pagamos un dineral de teléfono... Lupe no responde. Supongo que no habrás hablado con ese sinvergüenza... Lupe niega. ¿Con quién, entonces? LUPE.—Llamé para pedir un taxi.
  • 33. 33 MARITA.—¿Un taxi? La chica asiente. ¿Para quién? LUPE.—Para mí. MARITA.—¿Te vas en taxi? Lupe calla. Es una novedad. Mira insistentemente a la chica. ¿No es suficiente para la señorita el tranvía o el autobús? LUPE.—No me dejan llevar la maleta... MARITA.—La estación no está lejos. Podía haberte acompañado alguna amiga. LUPE.—La maleta pesa mucho. MARITA.—Allá tú. Si quieres escuchar un consejo te diré que no estás en disposición de tirar el dinero. Los taxis cuestan mucho. Yo misma no voy en taxi desde hace años... Pero como ahora se han invertido los valores... Suspira. En fin, no hablemos de eso. Ya no tiene remedio. Una pausa. Siéntate. LUPE.—Estoy bien así. MARITA.—Haz el favor de sentarte. LUPE.—Muchas gracias, señorita. Se sienta frente a Marita. MARITA.—¿Estás decidida a irte? Lupe asiente. ¿Y puede saberse adónde vas?
  • 34. 34 LUPE.—A Sepúlveda. A casa de una tía. MARITA.—Supongo que será una persona decente, ¿no? LUPE.—En mi familia todos somos personas decentes. Marita la mira en silencio. Lupe baja los ojos. MARITA.—Lo celebro. La señorita continúa hablando. Quede bien claro que te marchas por tu voluntad. Mi casa es la tuya. No puedo aprobar tu conducta, ni justificar tu error, pero te ofrezco mi casa. LUPE.—Gracias. Marita suspira. MARITA.—Ahora te darás cuenta de que las advertencias que os hacemos no son, simplemente, sermones. Disfrutáis de excesiva libertad, y tú vas a pagar la consecuencia. Tómalo como una expiación y procura no reincidir. LUPE.—¿Por qué voy a reincidir? MARITA.—Perdona; olvidaba que en tu familia todos sois decentes. Lupe se muerde los labios. ¿Quieres que hable con tu novio? Lupe niega. ¿Dónde está? LUPE.—No lo sé. MARITA.—Podemos denunciarle a la policía. La chica vuelve a negar. Eres muy generosa. Un nuevo silencio.
  • 35. 35 ¿Por qué no te casas con él? Lupe calla. ¿Es casado? LUPE.—¡No! MARITA.—¿Entonces? LUPE.—No sé dónde está. MARITA.—¿Qué vas a hacer con el niño? LUPE.—Tenerlo conmigo. MARITA.—Voy a hablarte como si fuera tu madre... LUPE.—Por favor, no me diga usted nada más. MARITA.—Eso es orgullo. LUPE.—No. Es que estoy muy cansada. MARITA.—Yo debo dejar a salvo mi responsabilidad... LUPE.—Usted no tiene ninguna responsabilidad, señorita. MARITA.—Si algún día me piden cuenta tus padres... LUPE.—Nadie va a pedirle cuentas. MARITA.—Aquí no te ha faltado de nada. Yo he cumplido contigo y este es el pago que tú me das. ¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? Me pediste un sueldo y yo no regateé una peseta. Me dijiste que querías salir dos días a la semana y yo accedí. Me parecieron muchos días, pero accedí. Mas te hubiera valido haberte quedado en casa. Lope sigue en silencio. Estamos viviendo en una época de decadencia y de desconcierto. ¿Sabes lo que estás necesitando? Jarabe de palo. Yo quisiera que hubieses tropezado con mi padre o con mi abuelo. No te encontrarías así. Una buena ración de jarabe de palo a tiempo y asunto solucionado. LUPE.—No es tan sencillo. MARITA.—¿Pretendes discutir conmigo? LUPE.—No. MARITA.—Supongo que, al menos, estarás arrepentida. Lupe asiente. Y que te servirá de lección, ¿no? La chica apenas susurra. LUPE.—Sí.
  • 36. 36 Una pausa. MARITA.—Bien... Creo que ya no tenemos nada más que hablar. ¿Necesitas algo? Lupe no responde. Si algún día vuelves por aquí, ven a verme. Se ha puesto en pie. Lupe la mira desamparada. LUPE.—Quiero quedarme. Ahora quien ha enmudecido es Marita. No quiero ir a Sepúlveda. Me da vergüenza. MARITA.—Podías haber pensado antes en la vergüenza... LUPE.—Quiero quedarme en su casa. Marita vuelve a sentarse. MARITA.—Debes de reflexionar. LUPE.—No hago otra cosa desde hace mucho tiempo. MARITA.—Pero tú... tú has rechazado mi ofrecimiento, ¿no? LUPE.—Por no molestar... MARITA.—Estás nerviosa. LUPE.—No. MARITA.—No es lógico, Lupe, hija mía. Tu relación conmigo es superficial. Es una relación de trabajo. Debes de ir con tu familia. Sonríe a la chica. Te diré lo que vamos a hacer. Hoy te quedas en casa. Mañana escribo a tus padres y les digo que vengan por ti. Y no tienes que preocuparte del billete del tren. Se pierde el de hoy y yo te pago otro con muchísimo gusto. Ni del taxi; tampoco debes preocuparte por el taxi. LUPE.—No quiero ir a mi pueblo. MARITA.—¿Por qué razón? LUPE.—Me da vergüenza. Todo el mundo me conoce. MARITA.—Sin embargo…
  • 37. 37 LUPE.—Por favor. MARITA.—Bien... Si te empeñas... Lupe sonríe a la señorita. Vete con tu tía. Puede que tengas razón. No voy a discutir ese extremo. Tienes vergüenza. Es lógico y yo lo aplaudo. Es un principio de reacción que te honra. Las malas noticias es mejor darlas poco a poco y tus padres ya son viejos... Lupe no habla. Tu tía es una mujer de toda mi confianza. Yo estaré en contacto con ella. Te escribiré. LUPE.—Quiero quedarme aquí. Marita no responde. Usted lo dijo. Una pausa. ¿O lo dijo porque sabía que yo me marchaba? MARITA.—¿Cómo puedes pensar eso? Se acerca a la chica. No me juzgues mal. El primer pronto es el que vale. Tú no querías quedarte. Instintivamente lo rechazabas. Yo te ofrezco mi casa, llevada de mi caridad y de mi generosidad a pesar de la falta, que me hace odiosa tu presencia. Y tú quieres marcharte por ti y por mí. Yo soy muy conocida en esta ciudad. Soy soltera. Tengo una reputación que defender. Algunas, aunque tu nos llames anticuadas, le damos importancia a estas cosas. Comprende que tu presencia aquí no me beneficia. Por otra parte, a nada conduce el que te quedes en esta casa. Solo hay una habitación de servicio. Yo no soy rica… LUPE.—Pero estoy sola... MARITA.—Todas estamos solas. Yo más que tú. Mucho más que tú. Tienes familia. En estos trances amargos se necesita a la familia. Créeme que, en cierto modo, te envidio. LUPE.—Sí, señorita. MARITA.—¿Lo comprendes? LUPE.—Sí.
  • 38. 38 MARITA.—Celebro que seas tan razonable. Una pausa. Tú eres buena, Lupe. En el fondo, eres buena. Lupe no habla. ¿Vas a marcharte, entonces? LUPE.—Sí. MARITA.—¿Estás segura? LUPE.—No me quedaría aquí por nada del mundo. MARITA.—Mi casa no es tan mala... LUPE.—No, señorita, las hay peores... Se abre la puerta. Reaparece Loren. LOREN.—Ha venido el taxi... Lope se levanta. MARITA.—¿Llevas merienda? Lupe calla. Aquí me tienes, hija... Para todo lo que quieras. A tu disposición. Tiende los brazos. Lupe no se mueve. Una larga pausa. Marita baja los brazos. A pesar de todo, si necesitas informes míos, yo te los daré. LUPE.—Muchas gracias, señorita. Sale sin mirar a la señorita, que —aliviada— suspira. * * * Luego abandona la habitación. Recorre el pasillo y entra en el cuarto donde están sus dos amigas. Vuelve a suspirar.
  • 39. 39 MARITA.—Daría cualquier cosa por aliviarle la pena a esa pobre chica... Se sienta. ANUNCIA.—Ella se lo ha buscado. MARITA.—Pero debemos de tener caridad... Se sienta. Hubiera estado aquí mucho mejor, pero... Deja la frase en el aire. LEONOR.—Eres demasiado buena... MARITA.—Nunca se es demasiado bueno, Leonor. LEONOR.—Eso es verdad. MARITA.—En fin... ANUNCIA.—Hemos estado dándole vueltas a lo de los niños... MARITA.—¿Y qué? ANUNCIA.—Tienes razón. Vale la pena el sacrificio. Si hay que ensayar, el comité ensaya... MARITA.—De acuerdo, entonces. Toma la tetera. ¿Otra taza de té? LEONOR.—Si te empeñas, mujer... Tiende su taza vacía. Marita le sirve.
  • 40. 40
  • 41. 41 LA ZORRA Y LAS UVAS (“Fábulas”, 1968) Una chica cantando. Es muy guapa. Se llama Luciana; pero como Luciana es nombre poco cartelero, su agente le puso “IVETTE BARDOT”. Quiere decirse que “Luciana-Ivette” canta en un cabaret. La chica, como es costumbre, tiene poca voz, pero el hilo de voz es agradable y acariciador. Va vestida con un traje muy ceñido, insinuante [El censor advierte de los adjetivos “ceñido” e “insinuante” y pide que, en ningún caso, el vestuario sea “incitante”] y tan agradable, a los ojos, como a los oídos resulta su voz. Y allí está JULIO, en una mesa, escuchándola. JULIO es un provinciano solterón, que ya dejó atrás el cabo de los cuarenta años. Tiene un vaso de whisky en la mano. Sigue el compás de la música con el vaso y con la cabeza. A JULIO le acompaña su amigo ANDRÉS. Aproximadamente tiene la misma edad que su compañero y ambos han acudido a la capital, para rematar un negocio emprendido en la provincia. Algunas PAREJAS bailan en la pista del anticuado cabaret, cuando JULIO dice: JULIO.—Vaya mujer, Andrés… ANDRÉS le mira distraído. JULIO.—De estas no tenemos en casa… La chica cantando. JULIO vuelve a hablar. JULIO.—Está de miedo, Andrés… ANDRÉS le roza el brazo. ANDRÉS.—Oye… JULIO no le hace ningún caso.
  • 42. 42 ANDRÉS.—Yo creo que debemos de aceptar… JULIO.—Claro que con ese vestido… ANDRÉS.—Lo del porcentaje… JULIO.—¿Te has fijado en los ojos? Yo he sido un espiritual, de toda la vida, yo lo primero que miro en una mujer son los ojos. Me lo enseñó mi madre: “De la mujer, el ojo y el conejo, al matojo”. Nunca he entendido la segunda parte, pero la primera, sí. ANDRÉS.—Fíjate. Ha comenzado a escribir. JULIO.—Después viene lo demás; porque como te digo una cosa te digo la otra… ¡No va uno a quedarse en los ojos! Ríe. ANDRÉS continúa escribiendo. La chica canta. Oímos la voz de JULIO. JULIO.—(Off.) ¿Y los labios? ¿Tú has visto, alguna vez en la vida, unos labios como esos? ANDRÉS le presenta el papel. ANDRÉS.—Podemos reducir el porcentaje a diez y ocho por ciento, como ellos piden, y aún nos queda una ganancia del treinta y seis. JULIO le mira con horrorizado desprecio. JULIO.—¿Pero qué dices? ANDRÉS.—Es que si nos empecinamos en discutir un dos por ciento, por ganar un cuarenta, vamos a perder el treinta y seis… JULIO.—¡Déjame en paz! (Aparta el papel.) ¡Yo aquí no he venido a hacer negocios! ¡Yo aquí he venido a divertirme! ANDRÉS.—Sí, pero es que mañana tenemos que ver a esos señores… JULIO.—¡Pues mañana se decidirá! ANDRÉS.—¡Es que no hemos hablado en todo el día! JULIO.—¡Cállate! ¿Quieres? ¡Me estás dando la noche! Se vuelve hacia la chica, que, ahora, acompasadamente, sigue la música. JULIO.—(Off.) ¿Te acuerdas de Gilda, macho? ANDRÉS, dignísimo, no responde.
  • 43. 43 JULIO.—Cuando se quitaba el guante en la pista… (Pasa el brazo por encima del hombro de su compañero.) Yo lo vi en Francia… La chica ha terminado de cantar. JULIO se pone en pie aplaudiendo. ANDRÉS le tira de la chaqueta. JULIO.—(Grita.) ¡Muy bien! ¡Bis! ¡Bis! La chica le dedica una coqueta reverencia y sale de la pista. JULIO, excitadísimo, se sienta. JULIO.—¿Te has dado cuenta? ¡Me ha mirado! (Se lleva la mano al pecho.) Fíjate… ¡Fíjate como tengo el corazón! Toma la mano de ANDRÉS. Forcejea con él. ANDRÉS.—¡Suelta! ¡Que van a murmurar! ¡Que esto llega al círculo…! JULIO.—¡Esa mujer es para mí! ANDRÉS.—¿Para ti? (Se barrena una sien.) ¡Tú estás…! JULIO.—¡Yo estoy hambriento, Andrés! ANDRÉS.—¡Toma y yo! ¡Y todos! ¡Vaya una novedad! (Mira en torno suyo.) Esas mujeres son de lujo… Tendrá a la puerta un tío con un “Cadillac” hasta la acera de enfrente… JULIO.—¡Me río yo de ese tío! ANDRÉS.—¿Por qué no nos vamos a dormir? Mira que mañana nos van a pillar cansados… JULIO.—¡Vete tú! Llama al MAITRE chistando. El MAITRE le mira sin ninguna simpatía. ANDRÉS.—Que ya hemos bebido bastante… JULIO repite la llamada. El MAITRE, a regañadientes, se acerca. MAITRE.—¿Deseaba algo señor? JULIO.—¿Cómo se llama esa chica? MAITRE.—¿Qué chica, señor? JULIO.—La que estaba cantando… MAITRE.—Viene en los programas, señor. Y se dispone a alejarse. JULIO le retiene.
  • 44. 44 JULIO.—No me interesan nada los programas… Le desliza un billete en la manga. MAITRE.—Ivette Bardot. JULIO.—(Agradablemente sorprendido.) ¿Es francesa? MAITRE.—Sí, señor. (Pretende irse.) Con el permiso, señor, del señor… JULIO se lo impide. JULIO.—¡Un momento! (Se acerca a él.) ¿Quiere decirle que nos gustaría muchísimo invitarla a tomar una copa en buen plan? MAITRE.—Lo siento, señor. No me será posible. La señorita Ivette se va directamente a su casa. JULIO le da otro billete mientras dice. JULIO.—Haga un esfuerzo, hombre… El MAITRE mira el dinero, se lo guarda y niega. MAITRE.—Imposible, señor: don Arturo lo prohíbe. JULIO.—¿Quién es don Arturo? MAITRE.—El jefe. Tiene absolutamente prohibido que los artistas alternen con la clientela. JULIO le da otro billete. JULIO.—¿Y si la señorita fuera amiga mía particular? MAITRE.—Prohibido. JULIO.—(Sobornándole una vez más.) ¿Y si fuese mi prima? MAITRE.—Siendo parientes, ya es otra cosa… (Se inclina.) Con el permiso, señor, del señor, voy a avisar a la señorita Ivette. JULIO.—Traiga una botella de champagne bien frío y tres copas. El MAITRE se aleja. JULIO sonríe a su amigo. JULIO.—¿Te das cuenta? ANDRÉS—. Así cualquiera… Te ha costado ochocientas pesetas. JULIO.—¿Para qué quiere uno el dinero? ¿Qué son ochocientas pesetas? ANDRÉS.—Y una botella de champagne, porque yo no entro en este negocio.
  • 45. 45 JULIO.—¡Claro que no entras! ¡Tú ahora te tomas una copa y te largas a la cama! ANDRÉS.—¿Y tú? JULIO.—¡La noche es joven! ANDRÉS.—Mira que mañana hay que tener la cabeza despejada… JULIO.—¡Mañana será otro día! ANDRÉS.—Te vas a meter en un lío muy tonto, Julio… JULIO.—¿Tonto? (Ríe.) ANDRÉS.—Que no es tan fácil como parece… ¡Que estas saben mucho! JULIO.—Y yo sé más. ANDRÉS.—¡Que es francesa! JULIO.—¡Aunque sea francesa! (Se acerca a su amigo y le dice confidencialmente.) Para conquistar a una mujer hacen falta tres cosas: talento, tiempo y dinero. Y a mí me sobran las tres… Oímos una voz acariciadora, una voz que, con falso acento francés, dice. IVETTE.—(Off.) Buenas noches. JULIO y ANDRÉS se sobresaltan. JULIO, poniéndose en pie, dice. JULIO.—Buenas noches. JULIO y ANDRÉS se sobresaltan. JULIO, poniéndose en pie, dice: JULIO.—Buenas noches. ANDRÉS, incapaz de articular palabra, observa a la chica. IVETTE se ha cambiado de ropa. Está más guapa, si cabe, que cuando cantaba. Sonríe con naturalidad. JULIO le tiende la mano. JULIO.—Yo soy Julio. (Le da la mano.) Y este, Andrés… IVETTE.—Ivette Bardot. JULIO.—¡Levántate! ANDRÉS, deslumbrado por la belleza de la chica, obedece. IVETTE.—Mucho gusto. JULIO.—¿Quieres sentarte? IVETTE.—Solo una copa, ¿eh? ¡Estoy muy cansada! JULIO.—Pero, mujer, si no son más que las cuatro… Ríe. Se sientan los tres. ANDRÉS no quita ojo a la muchacha. Hay una pausa embarazosa.
  • 46. 46 JULIO.—Bien… IVETTE sonríe. Saca un cigarrillo. JULIO y ANDRÉS se apresuran a encenderlo. JULIO enciende el suyo; cuando va a prender el de su amigo sopla la llama. JULIO.—Trae mala suerte. IVETTE no hace ningún comentario. JULIO.—¿Eres supersticiosa? IVETTE le responde con un mohín equívoco. JULIO, mundano, añade. JULIO.—A mí me pasa lo mismo… ANDRÉS ha encendido su cigarrillo. JULIO.—¿Francesa? IVETTE asiente. JULIO.—Ivette Bardot… Ivette Bardor… Tu apellido me suena… (Sonríe encantado de su descubrimiento.) ¿Tienes algo que ver con Brigitte Bardot? IVETTE.—Es tía mía… JULIO.—¿Tía? ¡Eso se nota! ¡Hay algo inconfundible en la familia! ¿Tía por parte de madre o de padre? IVETTE.—De mamá. JULIO.—Por muchos años. (IVETTE no replica.) Pero tú eres más guapa… (Se dirige a ANDRÉS, que no ha quitado ojo a la chica.) ¿Verdad, Andrés? ANDRÉS.—¡Más! ¡Más! El MAITRE se acerca con la botella de champagne y las copas. JULIO grita. JULIO.—¡Ya está aquí el champagne! (Hace sitio en la mesa.) ¡Para el champagne y para las mujeres, Francia! ANDRÉS.—Yo conozco París. JULIO.—¡Y yo! ANDRÉS.—(Animadísimo.) La Tumba de Napoleón, Les Champs Elysées, L´Opera… JULIO.—Le Lido, Le Casino, el “striptease”… (Guiña un ojo a IVETTE.) Para tener cultura hay que salir al extranjero…. Aquí no hay nada que hacer… Estamos muy atrasados… África empieza en los Pirineos. ¡No entendemos! [Todo este parlamento es suprimido por la censura. Corresponde a la página 5 del guión original.]
  • 47. 47 ANDRÉS.—¿Bailas? JULIO le mira sorprendido. ANDRÉS.—¿Eh? JULIO.—¿No tenías sueño? ANDRÉS.—Ya, no. JULIO.—Mademoiselle está cansada. ¿No lo has oído? ANDRÉS.—¡Que lo diga ella! JULIO.—¡Ya lo ha dicho! JULIO mira a la chica. IVETTE.—Estoy muy cansada. El MAITRE ha servido el champagne en las copas. MAITRE.—¿Alguna otra cosa, señor? JULIO.—No, nada más, Mercí. (Mira triunfalmente a IVETTE y le ofrece una copa. Luego levanta la suya.) ¡A votre santé! IVETTE.—¡Chin, chin! ANDRÉS, como puede, mete su copa entre las otras. Beben los tres. ANDRÉS.—¿Bailas? JULIO.—¡Y dale! ANDRÉS.—Vamos a medias, ¿no? JULIO.—¿En qué? ANDRÉS.—¡En lo del champagne! JULIO, con una sonrisa de conejo, se dirige a la chica. JULIO.—¿Nos perdonas? IVETTE.—¡Claro! JULIO se levanta. JULIO.—¡Ven aquí! ANDRÉS.—Estoy bien… JULIO.—¡Ven aquí! (Le obliga a ponerse de pie. Habla susurrando.) ¡En este negocio no entras! ANDRÉS.—¿Por qué?
  • 48. 48 JULIO.—Porque lo dijiste antes. ANDRÉS.—Es que de cerca no tiene nada que ver… JULIO.—¡Ni de cerca, ni de lejos! He invertido ochocientas pesetas y el champagne… ANDRÉS.—Te doy mil doscientas. JULIO.—¡No seas estúpido! (Le agarra el cuello con fingido cariño.) La caza es de quien la levanta. ANDRÉS.—La caza es de quien la cobra. JULIO.—Me gustaría verlo. (Se vuelve hacia IVETTE.) ¡Ahora mismo voy, nena! (Una pausa.) Como no te largues, ni hay diez y ocho por ciento, ni se gana el treinta y seis… ANDRÉS.—¿Serías capaz? JULIO.—(Asintiendo.) ¡Al garete el negocio! ANDRÉS.—¡Eres una hiena! JULIO.—¡La hiena se queda aquí! ANDRÉS.—¡Y un cerdo! JULIO.—¡También el cerdo! ANDRÉS le mira con resentimiento. ANDRÉS.—Esto lo cuento yo en el Círculo. JULIO.—No lo creo. ANDRÉS.—(Después de una larga pausa.) Fíjate en lo que te digo… ¡Como me despiertes al volver al hotel, te acuerdas de mí! JULIO sonríe triunfalmente. ANDRÉS.—¡Y procura mañana tener la cabeza despejada! Indignadísimo, sin volverse, abandona el local. JULIO, triunfalmente, se sienta de nuevo. IVETTE.—¡Se ha ido! JULIO sirve champagne. IVETTE.—¿Por qué? JULIO.—Tiene que cuidar a su madre. (Le da una copa a la chica.) Es muy buen hijo… (Alza la suya.) ¡Chin, chin! IVETTE.—¡Chin, chin! Beben los dos.
  • 49. 49 JULIO.—Háblame de tu tía… IVETTE le sonríe. JULIO se acerca a ella. JULIO.—Bueno… ¡Háblame de lo que tú quieras! IVETTE siguen sonriendo. JULIO.—¡O no hables! (Toma la mano de la chica.) ¿Bailamos? IVETTE.—Ya no hay música… Efectivamente, la música hace rato que dejó de sonar. Los últimos clientes del local han salido. Las luces se apagan. Desde el fondo los CAMAREROS les observan con impaciencia. IVETTE.—Es muy tarde… (Llama el MAITRE.) ¡Manolo! El MAITRE, que acecha, se acerca. JULIO se ve obligado a pedir: JULIO.—La nota, Manolo… El MAITRE se aleja. JULIO.—¿A dónde vamos? IVETTE no responde. JULIO.—Tomamos la última copa y… ¡Cada mochuelo a su olivo! IVETTE.—(Con fingida inocencia.) ¿Y eso qué quiere decir? JULIO.—Pues que… que yo me voy al hotel y tú a… a tu casa… ¿O no? IVETTE.—Sí. JULIO.—(Mirando su reloj.) Conozco un sitio a las afueras que… IVETTE.—No. JULIO.—Pero mujer si no tiene nada de malo… Unos señores cantan flamenco y… IVETTE.—(Interrumpiéndole.) Me aburre el flamenco. JULIO.—¿Entonces? IVETTE.—¿Quieres venir a casa? JULIO.—¿Cómo? IVETTE.—He dicho que si quieres venir a casa… Una puerta se abre. Se recorta la figura de IVETTE, que enciende la luz. Tras ella JULIO.
  • 50. 50 IVETTE.—Pasa. JULIO entra un poco azarado. Mira en torno suyo. IVETTE se quita el abrigo. El apartamento de la muchacha, la habitación que vemos, tiene un tresillo y un pequeño bar al fondo. El bar, con mostrador y tres banquetas, exhibe un rótulo que dice: “Bar de IVETTE”. Hay botellas y banderitas. El cuarto está lleno de muñecas. JULIO.—Muy bonito… Muy original… (Una pausa.) ¿Te gustan los muñecos? (Al darse cuenta de lo estúpido de la pregunta añade.) Bueno, claro que te gustan los muñecos… ¡Yo te regalaré uno! IVETTE.—(Dirigiéndose hacia la puerta interior.) Ponte cómodo. (Le indica el bar.) Y prepara algo… JULIO.—Hablas muy bien español. IVETTE.—Ahí tienes discos… Y desaparece. JULIO, al quedar solo, no puede por menos que murmurar: JULIO.—Cuando yo cuente esto en el Círculo… Se quita el abrigo y el sombrero. Va hacia el tocadiscos. Lo hace funcionar. Suenan las primeras notas de La Marsellesa. JULIO lo detiene y pone otra música. Algo lento y cadencioso. Luego llega hasta el bar. Elige una botella, toma dos vasos y sirve licor. Los hace chocar, sonriendo. JULIO.—A votre santé! Bebe de uno de ellos. Se apoya en el mostrador. Observa el letrero. IVETTE reaparece. Se ha cambiado de ropa. IVETTE.—Así estoy más cómoda… ¿Te importa? JULIO hace un gesto que viene a significar: “¡No me importa nada!” La chica se acerca a él. Sube a un taburete. JULIO le da un vaso. JULIO.—¡Bar Ivette! Ella le sonríe. JULIO.—¡Chin, chin! Beben los dos.
  • 51. 51 JULIO.—¿Quieres bailar? IVETTE.—Bueno. Dejan los vasos. Comienzan a bailar. JULIO.—Cantas muy bien. IVETTE.—Tengo poca voz. JULIO.—Pero muy agradable. (Una pausa.) Si tu quisieras… Tía Brigitte… (Chasquea los dedos.) ¡Puerta! Trata de besar a la chica. Ella le aparta. Mira un instante y se echa a llorar con desconsuelo. JULIO no sabe qué hacer. JULIO.—Pero Ivette… Señorita Ivette… ¡Mujer, mademoiselle…! IVETTE.—¡No me toques! ¡Déjame! (Se separa de él. Cae sobre un sofá llorando.) Todos los hombres son iguales. ¡Siempre está pensando en lo mismo! JULIO.—¡Yo te aseguro que no! ¡Que yo no estoy pensando en lo mismo! IVETTE.—¡Márchate! JULIO.—¡Oui! Se dirige hacia al abrigo. IVETTE le mira. IVETTE.—¿A dónde vas? JULIO no responde. IVETTE.—No me dejes sola… ¡Siempre estoy sola! JULIO.—Pero usted ha dicho. IVETTE.—¡No me llames de usted! (Una pausa.) Yo creí que tú eras diferente… JULIO.—¿Y por qué? ¡Yo soy igual! ¡Igual a todo el mundo! IVETTE.—¿Te has enfadado conmigo? JULIO no responde. IVETTE.—Perdóname… Soy una tonta muy desgraciada… ¡Quita el disco, por favor! El hombre obedece.
  • 52. 52 JULIO.—¿Pongo otra vez La Marsellesa? IVETTE niega. Luego pide. IVETTE.—Dame el vaso. Así lo hace JULIO. La chica bebe. IVETTE.—Siéntate a mi lado. JULIO obedece. IVETTE.—Tu pañuelo… El hombre le da el pañuelo. IVETTE se limpia los ojos. IVETTE.—Te lo he manchado. JULIO.—Es lo mismo. IVETTE.—No… No es lo mismo: mañana te lo devolveré limpio. (Le mira coquetamente.) Es decir… Si tú quieres que mañana nos veamos… JULIO.—¡Mañana y pasado mañana y al otro…! IVETTE, de pronto, queda seria. JULIO.—¿Y ahora qué te ocurre? IVETTE.—¿Eres casado? JULIO.—¡No! IVETTE.—¿De verdad? JULIO.—¿Quieres que te enseñe mi carné? IVETTE.—¡Todos los hombres son casados! JULIO.—“¡Todos los hombres son casados!” “¡Todos los hombres son iguales!” “¡Siempre están pensando en lo mismo!” (Ha sacado su carné.) “¡Todas las mujeres son iguales!” (Se lo pone en la mano a IVETTE.) Mira. IVETTE.—¡Llevabas bigote! (Ríe.) ¡Me gustas más sin bigote! (Da la vuelta al carné.) Expedido el 18 de marzo de 1964… Sesenta y cinco, sesenta y seis y sesenta y siete… Has podido casarte en estos tres años. JULIO.—¡Soy soltero! IVETTE.—(Asintiendo.) Está bien; yo te creo. JULIO se guarda el carné.
  • 53. 53 JULIO.—¿Ya pasó? IVETTE asiente. JULIO.—¿No volverás a llorar? IVETTE niega. JULIO.—¿Me perdonas? IVETTE.—Eres tú quien ha de perdonarme. JULIO.—La culpa fue mía. IVETTE.—Mía. Yo no sé vivir mi papel… JULIO.—¿De qué papel hablas? IVETTE.—De la chica que canta en un cabaret. JULIO.—Es una profesión como cualquier otra. Para mí una chica cantante en un cabaret es tan digna de respeto como un ingeniero agrónomo. IVETTE.—¿Sí? JULIO.—Palabra de honor. IVETTE.—¿Entonces, tú besarías a un ingeniero agrónomo? JULIO.—¿Yo? (Dignísimo.) ¿Tengo yo cara de andar besando a los ingenieros agrónomos? IVETTE.—No lo entiendo… Acabas de decir… JULIO.—¡Es otra cosa! IVETTE.—¿No querías besarme? JULIO.—¡Quiero besarte! (Se acerca a ella.) ¡Pero en homenaje a la mujer francesa! La mujer francesa, para mí, en un pedestal… Desde Madame Curie a nuestros días… (Cierra los ojos.) ¿Qué perfumes usas? (IVETTE no responde. JULIO abraza a la chica.) Es lo mismo… Es un perfume de importación… ¡Mademoiselle! IVETTE, una vez más, se echa a llorar. JULIO, destrozado, se separa de ella. JULIO.—¿Y ahora qué? (Ella no responde.) ¡Que no tenemos mucho tiempo! IVETTE llora desconsoladamente. JULIO.—¿Pero qué he hecho yo? IVETTE.—Nada. JULIO.—¿Entonces? IVETTE.—¡Es que no soy francesa! JULIO.—¿No? IVETTE.—¡Ni me llamo Ivette! JULIO la toma de las manos.
  • 54. 54 IVETTE.—Brigitte Bardot no es mi tía, ni nada… ¡Te he mentido! ¡Siempre estoy mintiendo! JULIO.—Nena… ¡Pero nena…! IVETTE.—¡Me llamo Luciana! (Sigue llorando.) JULIO.—Luci… ¡Pero Luci, mujer…! IVETTE.—¡Y he nacido en Quintanar de la Orden! JULIO.—¡Quintanar de la Orden es muchísimo mejor que París! ¡Te lo digo yo! ¿Hay feria en París? ¿Hay fábrica de anisados? IVETTE.—¡Y tuvo la culpa don Gerardo! (Está inconsolable.) ¡Dice que llamándome Luciana Carvajal no puedo triunfar…! ¡Es muy triste que una tenga que negar a su padre y a la santa del día…! ¡Que todos somos unos catetos! JULIO.—¿Es que en París no hay catetos? (Une las puntas con los dedos.) ¡Así…! ¡Te lo digo yo! (Seca las lágrimas de la chica, que se va calmando.) Es más bonito Luciana que Ivette. ¡Dónde va a parar…! Y suena a matanza, a feria, a vendimia… IVETTE.—¡No digas eso…! JULIO.—¡Pero si lo importante son los ojos y lo demás! (Toma la cara de la chica entre sus manos.) ¡Y tú tienes ojos de Ivette y labios y…! ¡Y todo! ¡Qué más quisiera tu tía…! IVETTE.—¡No es mi tía! JULIO.—¡Mejor! IVETTE le mira angustiada. JULIO.—¿Has probado lo del espejo? La chica no responde. JULIO.—¿Quién es la más bella del lugar? IVETTE sonríe débilmente. JULIO.—¡Tú! IVETTE.—¿No me desprecias? JULIO.—¿Yo? ¿Despreciarte yo por no ser francesa? ¿Pero es que no cuenta el dos de mayo? IVETTE.—¿De verdad? JULIO.—¡Viva España! (Se va acercando a la chica.) ¡Viva Quintanar de la Orden! ¡Viva La Mancha! ¡Viva Don Quijote! Cuando sus labios casi rozan los de la muchacha, oímos una voz que dice:
  • 55. 55 MADRE.—(Off.) Buenas noches. JULIO se vuelve aterrado. En la puerta, sonriendo y en bata, hay una señora. Es la MADRE de Ivette. JULIO, desconcertado, se ha puesto en pie. La chica, con naturalidad, presenta. IVETTE.—Aquí, mi mamá; aquí, un amigo. JULIO.—Mucho gusto. MADRE.—Sigan, sigan ustedes. JULIO.—(A IVETTE.) ¿Qué dice? MADRE.—¡Si yo no molesto! JULIO no sabe qué hacer. MADRE.—¡Pero siéntese, hombre de Dios! (Va hacia el bar.) Yo duermo con un ojo cerrado y otro abierto, como las liebres… Y oí música y como tenía sed, me dije: “¡Eso es que hay alguien despierto! ¡A echar un traguito, María de la Soledad…!” Toma un vaso. MADRE.—¡Pero siéntese, hombre de Dios! (Va hacia el bar.) Yo duermo con un ojo cerrado y otro abierto, como las liebres… Y oí música y como tenía sed, me dije: “¡Eso es que hay alguien despierto! ¡A echar un traguito, María de la Soledad…!” Toma un vaso. IVETTE.—¡La tensión, madre! MADRE.—¡Déjate de tensiones! IVETTE.—¡Que tiene usted veintiuno! MADRE.—¡Lo que se toma con gusto no hace daño! ¿Verdad, usted? JULIO.—Y si hace… La señora ríe encantada. Luego exclama. MADRE.—¡Pero siéntese, hombre de Dios! (JULIO no se mueve.) ¿Y qué? ¿Se conocen hace mucho tiempo? JULIO.—De esta noche, pero yo… MADRE.—¡Eso está bien! IVETTE.—Mamá es muy moderna…
  • 56. 56 MADRE.—Muy moderna, sí, señor. Servidora a la cabeza del progreso. (Levanta el vaso.) ¡Salud! (Bebe.) ¡Pero, hombre de Dios, siéntese! JULIO.—Es que iba de recogida… MADRE.—¿Estorbo? JULIO.—¡No! IVETTE.—(Tirando de la manga de JULIO.) ¡Siéntate! JULIO se ve obligado a obedecer. La señora se acomoda entre ellos. MADRE.—¿Y qué? ¿Artista también? JULIO.—No, señora: industrial. MADRE.—Mejor. Más seguro. El artista nunca se sabe… ¿Otra copita para celebrarlo? JULIO.—No, si ya iba yo… MADRE.—(Sirviéndose.) ¿También tiene la tensión alta? (Le pone la copa en las manos.) ¡No sea aprensivo! (Se vuelve hacia su hija.) La nena no bebe, porque mañana tiene que cantar… (Sonríe.) ¿A que es guapa? IVETTE.—Mamá… MADRE.—¿Es que una madre no puede llamarle guapa a una hija? (Está encantada.) ¿A que no has visto unos ojos tan bonitos en toda tu vida? (Un poco emocionada.) ¡Los ojos de mi Vale! (La mira preocupada.) ¿Nena, has llorado? JULIO.—Yo debo explicarle… MADRE.—(Sin hacerle ningún caso.) ¿Otra vez ese canalla? IVETTE.—¡Por favor, mamá! MADRE.—¡Anda, vete a la cama! (A JULIO.) ¡Dígale usted a la niña que se vaya a la cama! JULIO.—Váyase a la cama. MADRE.—¿Oyes? ¡Lo manda este señor! ¡Y es por tu bien! JULIO también se levanta. IVETTE, sonriendo ingenuamente, le tiende la mano. IVETTE.—Hasta mañana, ¿verdad? JULIO no sabe qué responder. IVETTE.—Porque nos veremos mañana… ¿no? JULIO.—Sí, señorita. IVETTE llega hasta la puerta. IVETTE.—Buenas noches… JULIO.—Buenas noches. La chica ha desaparecido.
  • 57. 57 JULIO.—Yo también me marcho… MADRE.—¿Se va usted a dejar la copa a medias? ¡Si yo no tengo sueño! ¡Siéntese, hombre de Dios! Y le obliga a sentarse. En la habitación del hotel, a pierna suelta, duerme ANDRÉS. Se abre la puerta y entra JULIO. Cierra. Tropieza con una silla y la tira al suelo. ANDRÉS se despierta y enciende la luz de la mesilla de noche. Pregunta a su amigo: ANDRÉS.—¿Qué hora es? JULIO.—(Sombrío.) Las seis y veinte. JULIO se quita el abrigo y el sombrero. ANDRÉS.—¿Y qué tal? JULIO.—Muy bien. ANDRÉS.—Pues enhorabuena. JULIO.—Gracias. Entra en el cuarto de baño. ANDRÉS toma una botella de agua mineral y se sirve en un vaso. Oímos la voz de JULIO. JULIO.—(Off.) ¡Andrés! ANDRÉS.—¿Qué? JULIO.—(Off.) ¿Dónde tienes esas pastillas que tranquilizan los nervios? ANDRÉS.—En la repisa… Bebe ávidamente. Luego apaga la luz y cae sobre la almohada. JULIO abre la puerta del cuarto de baño. Va en pijama. Tropieza con una silla y la tira al suelo. ANDRÉS produce un largo e ininteligible quejido. JULIO enciende la luz de la mesita de noche. ANDRÉS da media vuelta. JULIO.—Andrés… (Se sienta en la cama de su amigo.) Andrés, hombre… ANDRÉS.—Mañana me lo cuentas… JULIO.—¡Es que no tengo sueño! ANDRÉS no responde.
  • 58. 58 JULIO.—Era mentira. (Una pausa.) ¡Muy mal! (Un gruñido de ANDRÉS.) Vino su madre… Es una especie de bruja que duerme con un ojo cerrado y el otro abierto… He tenido que beberme casi una botella de anís… Porque a la bruja lo que le gusta es el anís… Y me ha contado todas sus enfermedades… Tiene muchísimas enfermedades, Andrés… ¡Una hora y tres cuartos! (Sonríe.) Pero vale la pena… Si hubieses visto a Ivette, en la puerta, diciéndome: “Hasta mañana, ¿verdad? Porque nos veremos mañana...” Con aquella voz, con aquellos ojos… (ANDRÉS se ha dormido.) ¡Eres un egoísta! (Despechado se mete en la cama. Luego apaga la luz, mira al techo y murmura.) Esa mujer será mía, como me llamo Julio Chamorro. Y ya no dice nada más. Comienza a contar corderos… El camerino de IVETTE. Está lleno de flores. La chica, con un sugestivo vestido de escena [El censor advierte del adjetivo “sugestivo” y señala que, en ningún caso, la ropa que lleva sea “incitante”.], termina de maquillarse. Escuchamos la música que viene de la sala. Alguien llama a la puerta suavemente. IVETTE responde. IVETTE.—¡Pase! JULIO asoma la cabeza. JULIO.—¿Se puede? Ella le mira y sonríe. IVETTE.—¡Adelante! JULIO entra. Sostiene un espectacular paquete atado con un lazo. Mira con desconfianza en torno suyo. JULIO.—¿Y tu madre? IVETTE.—Se tuvo que quedar en casa. No se encuentra bien. La tensión… JULIO.—¡No sabes cuánto lo siento! IVETTE.—Se lo diré de tu parte. JULIO.—Me gustaría muchísimo… IVETTE.—(Sonriéndole coquetamente.) Y gracias por las flores. Son preciosas… JULIO.—(Mirando a la chica con auténtico interés.) No tiene importancia. IVETTE.—¿No te sientas? JULIO obedece. De pronto parece preocupado.
  • 59. 59 JULIO.—¿Entonces, tienes que volver a casa? IVETTE.—¿Por qué? JULIO.—Para acompañar a tu madre… IVETTE.—¡No! Está mi tía con ella. (Sonríe a JULIO a través del espejo.) Y no me refiero a tía Brigitte, sino a tía Puri… (JULIO también sonríe.) La noche es para nosotros… JULIO.—¿Para ti y para mí? IVETTE asiente. JULIO.—¿Toda la noche? La chica le lanza una mirada llena de promesas. JULIO.—¿Y “ese canalla”? IVETTE.—¿Cómo? JULIO.—Tu madre dijo que había llorado por “ese canalla”… IVETTE.—A mamá le parecen canallas todos los hombres que me acompañan. Menos tú. Tú le has caído bien. JULIO.—¿Quieres decir que tengo cara de tonto? IVETTE.—Al contrario… (Sigue mirando a JULIO por el espejo.) La pobre mamá no sabe que una chica como yo se guarda sola… JULIO.—Ten en cuenta que ella es madre… (IVETTE no responde.) ¿A dónde quieres que vayamos? IVETTE.—A donde tú digas. JULIO.—Sé un sitio que está muy bien. (Lo ha dicho con seguridad. Luego añade:) Cae un poco lejos… (IVETTE continúa arreglándose.) Pero como no tenemos prisa, ¿verdad? IVETTE.—Ninguna prisa. JULIO.—(Poniéndose en pie.) ¡Luciana! (Está nerviosísimo.) ¡Ivette…! ¡Luci, yo…! La chica le observa con curiosidad. IVETTE.—¿Te ocurre algo? JULIO.—¡No, nada! ¿Qué va a ocurrirme? IVETTE.—Pues te has puesto muy pálido. JULIO.—¡Es que no acabo de acostumbrarme! IVETTE.—¿A qué? JULIO.—¡A verte de cerca! He llegado hasta ella. IVETTE se aparta con coquetería.
  • 60. 60 IVETTE.—Déjame cambiarme de ropa, ¿eh? Estaré lista en diez minutos. JULIO.—¡No tardes! (Pone el paquete entre las manos de la chica.) Toma. IVETTE.—¿Esto qué es? JULIO.—¡Un regalo! Antes de que pueda responder la muchacha, JULIO abre la puerta y sale del camerino. IVETTE desenvuelve el paquete. Se trata de un muñeco: un zorro de peluche, de astuta expresión. La chica sonríe. Acerca el morro del muñeco a sus labios y lo besa con gesto divertido. El CONSERJE de un hotel, aburrido, hojea un periódico. Al fondo, sentados a una mesa, están IVETTE y JULIO. La muchacha lleva pantalones y un amplio jersey. Un CAMARERO, tan aburrido como en CONSERJE, se acerca a ellos. Deja un platito con monedas. JULIO se dirige a la chica. JULIO.—¿Quieres otra copa? IVETTE niega. JULIO le da unas monedas al CAMARERO. CAMARERO.—Gracias, señor. JULIO le sonríe y luego pregunta. JULIO.—Aquí hay piscina, ¿verdad? CAMARERO.—Sí, señor. JULIO.—(A IVETTE.) Podíamos haber traído los bañadores. CAMARERO.—Las piscina no tiene agua, señor. Como estamos en febrero… JULIO.—Es natural… CAMARERO.—¿Alguna otra cosa? JULIO despide al CAMARERO con un gesto. Se produce un largo silencio. JULIO.—¿No te gusta? IVETTE.—Es un poco triste… JULIO.—Claro… En verano resulta mucho más animado… (Intenta parecer jovial.) ¡Ya verás las habitaciones! Se va a poner a reír. IVETTE le retiene.
  • 61. 61 IVETTE.—¡Espera! (Una pausa.) Me da vergüenza. JULIO.—¿Vergüenza de qué? IVETTE.—Nos está mirando el conserje… A lo mejor me conoce. JULIO.—¿Y por qué te va a conocer? ¿Has estado alguna vez aquí? IVETTE niega. JULIO trata de levantarse. IVETTE.—¡Un momento! JULIO, resignado, suspira. IVETTE.—¿Seguro que se ha estropeado el coche? JULIO.—¿Por quién me tomas? IVETTE.—Mamá estará muy preocupada… JULIO.—Llamamos a tu madre y en paz. Intenta ponerse en pie. IVETTE le sujeta. IVETTE.—¿Y si pedimos un taxi? JULIO.—Eso, no. De ningún modo. Los taxistas tienen derecho al descanso. Yo soy incapaz de molestar a un trabajador a estas horas. Mi conciencia y mis principios me lo impiden. IVETTE.—Si lo tomas así… (JULIO no responde.) Habitaciones separadas, ¿eh? El hombre, sonriendo conciliador, acaricia las manos de la chica. JULIO.—Y si es posible en pisos diferentes… (Luego acaricia al zorro, que IVETTE tiene en el regazo.) Nunca conseguiré entender a las mujeres… ¡Nunca! Se pone en pie y se dirige hacia el CONSERJE. JULIO.—Buenas noches. El CONSERJE responde con voz opaca y aguardentosa. CONSERJE.—Buenas noches. JULIO mira hacia atrás; se inclina sobre el mostrador y pregunta: JULIO.—¿Tienen ustedes habitaciones?
  • 62. 62 El CONSERJE guarda un silencio lleno de reservas. La voz de JULIO resulta misteriosa. JULIO.—Una habitación doble. El CONSERJE calla. JULIO vuelve a mirar a IVETTE. JULIO.—Y si no es posible dos habitaciones comunicadas… (Una pausa.) ¿Eh? CONSERJE.—Libro de Familia. JULIO.—¿Cómo dice? CONSERJE.—Libro de Familia. JULIO.—¿De qué familia? CONSERJE.—Carné de identidad. JULIO.—La señora es francesa… IVETTE le llama. IVETTE.—¡Julio! JULIO le responde con un gesto, pidiendo un poco más de paciencia y de comprensión. CONSERJE.—¿Seguro que estarán ustedes casados? JULIO.—¡Naturalmente! CONSERJE.—Libro de Familia. JULIO.—¿Pero usted cree que viajamos con el Libro de Familia a cuestas? ¿Y por qué no nos pide la cédula de habitabilidad o el contrato de gas? CONSERJE.—Carné de identidad. JULIO.—¡La señora es francesa! ¡Se va a meter usted en un lío internacional! ¡De esto se enteran en el consulado! La voz de IVETTE suena doliente. IVETTE.—¡Julio! JULIO.—¡Un momento! El CONSERJE resume la situación con una frase. CONSERJE.—No hay habitaciones. JULIO.—¿Cómo que no hay habitaciones? CONSERJE.—No, señor.
  • 63. 63 JULIO.—¡Está bien, hombre! ¡Aunque sean separadas, aunque estén en pisos diferentes! CONSERJE.—No hay habitaciones. JULIO.—¿Pero usted sabe quién soy yo? IVETTE vuelve a llamar. IVETTE.—¡Julio! JULIO.—¡Que te calles! (Al CONSERJE.) ¿Usted sabe lo que llevo en este bolsillo? ¡Si yo saco el carné, usted se cae al suelo y se muere de miedo! ¿Quiere que saque el carné y se lo restriegue por las narices? ¡Se está usted jugando el puesto! CONSERJE.—¡No hay habitaciones! JULIO.—¡Demuéstremelo! El CONSERJE descuelga el teléfono. JULIO.—¿Qué va usted a hacer? CONSERJE.—Llamar a la policía. JULIO.—(Con sonrisa torcida.) ¡A mí la policía…! ¡Si yo saco el carné se pone a mis órdenes…! (El CONSERJE marca un número.) ¡Atrévase a llamar hombre…! IVETTE grita. IVETTE.—¡Julio, por favor…! JULIO.—Por la señora… Lo dejo por la señora… Para que no intervenga la embajada y porque no quiero escándalos… Y se aleja del Conserje prudentemente. El hombre cuelga aburrido. JULIO entra en la habitación del hotel. Con furia tira el abrigo al suelo y enciende la luz. ANDRÉS, sobresaltado, se incorpora en la cama. ANDRÉS.—¿Qué pasa? JULIO.—¿Qué va a pasar? ¡Que así no podemos prosperar, ni ponernos a nivel europeo, ni entrar en el Mercado Común, ni hacer una autopista, ni nada! ¡Que somos un desastre! ¡Que ni hay decencia, ni sentido de colaboración, ni contraste de pareceres, ni nada! ANDRÉS.—¿Y por qué no alquilas un apartamento? JULIO.—¿Un apartamento? ANDRÉS.—¡Y me dejas dormir de una vez! Y cae sobre la almohada. Luego se cubre la cabeza con la manta.
  • 64. 64 JULIO tiene un racimo de uvas en la mano. Estamos en el apartamento que acaba de alquilar. Aunque tiene aspecto impersonal y resulta frío, JULIO ha intentado prestarle calor y personalidad. Puso algunos libros en la estantería y colocó flores en los jarrones. JULIO se dispone a arrancar una uva, cuando suena el teléfono. Deja el racimo y corre al aparato. Descuelga. JULIO.—¿Diga? (Escucha.) ¿Una señorita? ¡Que suba! Cuelga. Nerviosísimo se dirige al racimo. Va a comer una uva; pero se le ocurre una nueva idea. Deja la fruta y llega al ventanal. Corre las cortinas. Después enciende una luz muy suave. Alguien llama a la puerta. JULIO abre. Al otro lado está IVETTE. IVETTE.—Hola. JULIO.—Hola. Le franquea la entrada. Cierra la puerta. JULIO.—¿Te gusta? IVETTE.—No he debido venir… JULIO.—¿Por qué? IVETTE se encoje de hombros. JULIO.—¡Quítate el abrigo! IVETTE obedece. JULIO.—Estás muy guapa… IVETTE.—Lo que estoy es muy nerviosa. JULIO.—Pues aprende de mí… Yo no… Yo no estoy nervioso… ¿Hacemos algo malo? Somos libres, hemos venido a tomar una copa… ¡A tomar una copa! Corre hacia una mesa donde hay bebidas. IVETTE.—¿Por qué has cerrado la ventana? JULIO.—Porque… ¡Porque la persiana está estropeada! (Observa las botellas.) ¿Chinchón? ¿Whisky? ¿Coñac? ¿Ginebra? ¿Vodka? ¿Jerez? IVETTE.—Algo fuerte… JULIO.—Whisky… Con coñac y unas gotitas de ginebra… (Sus manos tiemblan al preparar el bebedizo.) Y un chorreoncito de vodka… (Le lleva el vaso.) ¡Chin, chin! IVETTE bebe. JULIO la imita.
  • 65. 65 JULIO.—¿Te encuentras mejor? IVETTE.—Sí. JULIO.—Y ahora un poco de música… Corre al tocadiscos. Lo hace funcionar. Sonríe cautivadoramente a la chica. JULIO.—¿Bailamos? (Ha comenzado a sonar una jota bravía. JULIO rectifica.) ¡No! ¡Eso no! (Vuelve al tocadiscos. Pone otra música. Ahora es suave y cadenciosa. Llega hasta IVETTE, nerviosísimo le da el vaso.) ¡Chin, chin! (Los dos beben.) ¡Deja el vaso! (Toma a la chica por la cintura y comienza a bailar con ella.) Luci… Ivette… Estoy loco por ti… Eres la única mujer que me importa en el mundo… Te voy a organizar una “gala” en el Círculo, ya verás… Ya verás, ya verás, ya verás, ya verás… El disco se ha atrancado. Repite siempre la misma frase. IVETTE, sonriendo divertida, se separa de JULIO. IVETTE.—¡El disco! JULIO.—(Reaccionando.) ¡Sin música! ¡Mejor sin música! (Detiene el infernal mecanismo. Y toma la mano de IVETTE.) ¡Siéntate! (El racimo de uvas está ante ellos.) Amor mío… Querida… Vida mía… ¡Ivette! Se dispone a besar a la chica. Cuando sus labios se acercan a los de la mujer, suena un extraño ruido. IVETTE se separa de él. IVETTE.—¿Eso qué es? JULIO.—¿El qué? IVETTE.—Ese ruido… JULIO.—¡No oigo nada! (Se acerca a la muchacha con voz acariciadora.) ¡Qué importan los ruidos cuando tú y yo estamos encerrados en una campana de cristal, en una torre de marfil…! (Una pausa.) ¡Ivette, mon amour! El absurdo ruido se repite. IVETTE se separa de JULIO. IVETTE.—¿No lo oyes? JULIO.—¿Será una cañería? IVETTE.—No… No es una cañería… JULIO.—(Algo excitado.) ¡Y qué importan las cañerías! Trata de besar a la chica. El ruido se repite en tono agudísimo. IVETTE.—¡Soy yo! Perdóname… Los nervios. JULIO.—¡Es el patio! IVETTE.—¡Calla!
  • 66. 66 JULIO obedece. Los dos escuchan. JULIO.—No se oye nada… (Suspira tranquilizado y reanuda la conquista de IVETTE.) Mi vida empezó la noche en que te conocí, Ivette… Hasta entonces, Luci… Tu voz y tus ojos… ¡Luci! (Ante la expresión ausente de la chica, grita destemplado:) ¡Que te estoy hablando! (IVETTE asiente e intenta atender a las palabras de JULIO.) Tu voz y tus ojos y la noche… ¡Tus labios! Va a besarla. Otra vez el ruido impertinente. La chica se separa de él. IVETTE.—Eres tú. Estoy segura. ¡Eres tú! (Le responde un extraño borboteo. IVETTE se echa a reír. Su risa resulta incontenible, avasalladora, definitiva… Intenta hablar.) ¡Perdóname! ¿Qué te voy a decir…? ¡No es po… posible! (Las lágrimas se le saltan. Se pone de pie. Toma su abrigo e intenta despedirse.) Adiós, ¡Ju…! No puede terminar. Muerta de risa, abandona el apartamento. JULIO está sentado en el casino del pueblo. Le rodean sus AMIGOS. Entre ellos vemos a ANDRÉS. JULIO habla enfáticamente. JULIO.—¿Las mujeres? ¡Así! (Une los dedos.) Pero a mí no me interesan… (Mira a ANDRÉS.) ¡Que lo diga este! (ANDRÉS sonríe.) ¡Ninguna vale un pimiento! ¿Yo? ¡Ni regaladas! (Comienza a sonar la música.) Cuando voy a Madrid me ocupo, exclusivamente, de los negocios… Fuma su magnífico puro, mientras oímos como un tenor, de afinada voz, canta. CANCIÓN.—Es voz común que a más del mediodía en ayunas la zorra iba cazando: halla una parra, quédase mirando de la alta vid el fruto pendía. Causábale mil ansias y congojas no alcanzar a las uvas con la garra, al mostrar a sus dientes la alta parra negros racimos entre verdes hojas. Miró, saltó y anduvo en probaturas pero vio el imposible ya de fijo, entonces fue cuando la zorra dijo: “No las quiero comer; no están maduras.” Sobre la canción y la imagen de JULIO, han aparecido los títulos de crédito del programa.
  • 67. 67 EL CINE SEGÚN JAIME DE ARMIÑÁN “A mí me parece que yo busco la máxima sencillez. No soy un esteta de la cinematografía ni una persona que tenga una fundamentación cinematográfica en la imagen, sino en la literatura. Así resulta que lo fundamental para mí en una película que cuenta una historia es esa historia, que es la piedra angular. Yo parto siempre del guión cinematográfico. En cuanto a la técnica de esta película es la que a mí me gusta, la que yo sé emplear: relatar con imágenes la historia con la mayor sencillez posible, es decir, dar al espectador lo que está pidiendo, sin tratar de hacer artificioso el tema.” Jaime de Armiñán «El humor, como todo -dice Chumy-, es un reflejo de la realidad. La evolución del humor español ha sido el reflejo de la realidad española, entendiendo por realidad no solamente lo que ocurría, sino también las fuerzas que hacían que se conociesen sólo algunos aspectos de esa realidad. Algún día se verá que el humor reflejaba perfectamente su tiempo.» Jaime de Armiñán
  • 68. 68 “A mí me gusta escribir y hacer un cine de lo que sé, de lo que entiendo, y de lo que veo. Y lo que veo son esos personajes, es decir, son los personajes de nuestro pueblo, los personajes de nuestro país, y fundamentalmente los personajes marginados, como las mujeres, los niños, los cesantes, etcétera, etcétera. Por otra parte a mí esos personajes no me parecen vulgares, me parecen unos personajes absolutamente maravillosos, y mágicos, en cierto modo. Es decir, el espectáculo yo creo que debe tener magia, y esos personajes hay que decantarlos, de tal manera que acaben siendo pues casi ejemplificadores, esos personajes son los que a mí me interesan, y los que me gustan. Por eso lo hago así.” Jaime de Armiñán “El final no debe ser feliz ni infeliz. El final debe ser sugerido. A mí me parece mucho más bonito que el espectador ponga de su parte imaginación, que no que le demos todo hecho.” Jaime de Armiñán
  • 69. 69 CUESTIONARIO A JAIME DE ARMIÑÁN ABC - 27-09-1992
  • 70. 70
  • 71. 71 LAS SIETE VIDAS DE JAIME DE ARMIÑÁN Paradójico porque hablamos de un amante devoto de los perros, más concretamente de las perras. Cosa que ha generado alguna que otra injusta polémica entre las feministas tiquismiquis, talibanes, las literales, al comparar de manera elogiosa, metafórica, a las mujeres con las perras, para Jaime de Armiñán más inteligentes, fieles, leales, que los perros. Acusar de machista al director más feminista, igualitario, de la historia del cine español, el que más hizo por la visibilización del feminismo, de las mujeres, desde el altavoz privilegiado de la franquista TVE, no deja de tener su aquel, su gracia, la soberbia de las ignorantes. Siete vidas por sus siete renacimientos, evoluciones. La primera, la pragmática, licenciado en derecho, empleado de oficina; la segunda autor de teatro; la tercera guionista de cine y televisión; la cuarta director de televisión y cine; la quinta articulista; la sexta novelista; la séptima jubilado, retirado, forzoso, ya cumplidos los noventa. Una continua pasión por narrar, por transmitir ideas progresistas sin olvidarse de los sentimientos, diversificada en diferentes formatos, planos, con la característica común de la humanidad panteísta con retranca, de la profundidad accesible, anti-elitista, de la tragicomedia piadosa, compasiva. Un universo abierto, unisex, intergeneracional, en el que todavía caben la ternura, los fatalismos activos, las nostalgias sin rencor, y las redenciones, inmolaciones, por amor. Siempre desde el humanismo, entendiendo por humanista a quien ama al ser humano por encima de todo, incluyendo sus contradicciones, sus debilidades, que no juzga, que trata de comprender, que hace un esfuerzo de comunicación. Razón por la que nunca podré serlo, porque ni acepto mis contradicciones, ni las de los demás, la estúpida enfermedad, complejo, del absoluto. Lo contrario de los personajes de Armiñán (recuerdo que es Piscis, el signo menos sectario), que perdonan, aceptan, a los demás, porque perdonan, se aceptan, a sí mismos, aunque les cueste, no hablamos de santos, de ángeles. En una película de Jaime de Armiñán ninguno de sus personajes principales va a rechazar a otra persona por prejuicio, por convencionalismo social, le va a dar la oportunidad de conocerle, de comprenderle, tal como es, sin máscaras, sin atavismos. Algunos ejemplos:
  • 72. 72 —“Carola de día, Carola de noche”, su primera película, aunque reniegue de ella porque le censuraron el guión, más bien porque es muy mala. La protagonista es una reina en el exilio, sin oficio ni beneficio, que decide trabajar para vivir, y lo hace en un club nocturno cantando, porque la encargada del local le da una oportunidad a ciegas haciéndole cantar. Conoce el local gracias al pinchadiscos, que trabaja para sacarse los estudios, y del que se enamora a pesar de ser un plebeyo, y comunista. —“La Lola, dicen que no vive sola” (originalmente “La Lola dicen que no duerme sola”), una prostituta chapada a la antigua hace una promesa de castidad de un año a la virgen si sana a su hija. En el intervalo conoce a un viudo empresario, mucho mayor que ella, que decide esperar, a regañadientes, ese año. Ambos se enamoran y terminan casándose, pasándose por el forro el pasado de ella, confiando en ella, en su amor, borrando de un plumazo, y de manera verosímil, cualquier sospecha de interés. —“Mi querida señorita”, señorona de provincias enamorada en secreto de una jovencita criada, que trata de despertarle celos con novios ocasionales. La señorona descubre que realmente es un hombre y huye a la gran ciudad. Allí, ya como hombre, se hace amigo de una compañera de piso prostituta que cuando descubre que en la maleta lleva ropa de mujer no monta ni el menor escándalo, ni se extraña, “allá cada cual con lo suyo”, “me gusta la imaginación”. Contacta de nuevo con la criada, que ahora trabaja de camarera, acaban saliendo juntos, y se enamoran, mejor dicho, se vuelven a enamorar, porque ella en todo momento es consciente, aunque no lo diga, que él es ella, su vieja señorita. Todo esto sin escenas, ni melodramas, con naturalidad, aceptando las cosas como hechos consumados, y normales, naturales. Se me dirá que cómo tiene que ser, pero que casi nunca es así, y mucho menos si hablamos de la pacata, conservadora, reaccionaria, sociedad española de posguerra, inmersa en plena dictadura nacional-catolicista. Por lo que estas tres películas, sin ser de las mejores de su obra, formalmente no tienen casi nada destacable, solo la sutileza del guión, de la creación de personajes, marca propia de la casa (genial como les dibuja una personalidad con pequeños gestos repetidos (cómo desenvuelve una magdalena), miradas (cómo entorna los ojos), objetos (el monedero)), tienen su importancia sociológica, sobre todo “Mi querida señorita”. Reflejan el puritanismo, hipocresía, de una sociedad, utilizando como vehículo algo tan escabroso para la época como el lesbianismo, como el trasvestismo, la transexualidad, sin caer en ningún momento en el morbo, en el sensacionalismo, en la exageración, es de ser un valiente, de ser un humanista, un demócrata, un progresista, como la copa de un pino. Y sus tres primeras películas no son una excepción: —“Un casto varón español” (originalmente “Cinco lobitas”, precuela de su libro “La isla de los pájaros”), reprimido solterón niño de mamá, descubre que su verdadera madre regentaba un prostíbulo que hereda a su muerte. Comienza llamando objetos a las meretrices, y termina conviviendo con ellas con total normalidad como si fueran compañeros, compañeras, de piso, “-Eres marica. -No soy marica. -Yo tampoco.”, con derecho a roce, lo que viene siendo el paso de la virginidad al harén, de la España de los 70 a la Dinamarca de los 70. Un ajuste de cuentas con la castradora educación, con la mojigatería sexual del franquismo, del catolicismo, de los sacrosantos mandamientos, imposiciones, de la religión cristiana, y su consecuencia lógica, hipócrita, la prostitución, el beatos en casa, puteros en la calle.