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AÑO 1 
NÚMERO 3
La cosa misma, la cosa en sí misma, por fuera 
de interpretaciones, vinculaciones o relaciones 
que podamos establecer con la cosa, es la cosa. 
La cosa misma. Cosa siempre fantaseada por 
los estudiantes de letras. Desde ALALetra - 
como agrupación de estudiantes de letras-decidimos 
solamente impulsarlo para que la 
cosa pueda materializarse. Se trata de abrir un 
espacio que se irá consolidando. Está abierto a 
una sección para cartas de lectores, columnas 
específicas, dibujos y cualquier tipo de 
producción artística propia de los estudiantes. 
Este sencillo formato autogestionado que 
consensuamos en llamar revista, tendrá el 
precio del costo de la fotocopia. Por eso 
sugerimos que envíen textos breves para que 
más gente pueda publicar sin elevar 
demasiado los costos. 
Esperamos propuestas y textos, serán 
bienvenidos. 
Noviembre 2014
Una aguja en un pajar 
de Pitu 
Luces bajas, un poco de tartamudeo previo, titilar nervioso de 
párpados y algo poco más digno de ser contemplado que... Una vez le habían 
dicho que en realidad era fácil encontrar una aguja en un pajar, simplemente 
había que predisponerse. La muchacha de ojos negros miró por la ventana. 
Claro, pensó, como si fuera fácil predisponerse. ¡¡Nada más absurdo que 
buscar una aguja en un pajar!! Y dicho sea de paso, nada más aburrido. Me 
prendo otro cigarrillo, tomo otro café... ¿Qué hago? Seguir titilando sin 
parar, temblar mientras agarro el encendedor, nada... La única que me queda 
es entregarme a la tarea de... buscar la aguja en el pajar. Sí, así de literal. 
Porque por si no lo mencioné, la muchacha de ojos negros no usaba dichos 
populares, la nervaban. Sacó sus perdidos párpados de la ventana y giró. Vio 
el pajar inmenso que la aguardaba, la devastadora tarea que podía llegar a 
significar aquello. ¿Y todo para qué? ¿Era necesario demostrarle al mundo 
que podía predisponerse? Además, nadie se lo había pedido. Solo se había 
despertado una mañana y de la nada se encontró con un gran pajar en su 
casa. Supo, desde el primer momento, que allí habitaba una aguja. Le daba 
miedo contárselo a la gente, la tildarían de loca, ¿cómo puede ocurrir aquello 
de la noche a la mañana? No, no y no. No podía hacerlo. Por eso había dejado 
casi a oscuras su casa, hacía días que no invitaba a nadie, se ponía nerviosa, 
tartamudeaba; sabía que tenía que encontrar la aguja, pero parecía un tarea 
obsoleta. Y no dejaba nunca de revolotearle en la cabeza aquella frase que le 
habían dicho una vez... En realidad es fácil, pensó nuevamente mientras 
esquivaba la tarea. 
Por varios días pudo salir y vivir sin pensar tanto en eso, pero ya no le 
era posible. No quería salir de su casa, estaba completamente arruinada, y no 
veía otra solución que revolver y revolver hasta encontrar la aguja maldita. 
Sabía que ese era el momento y empezó a temblar más fuerte. Algo 
dentro suyo le dijo que en el momento en que apague el cigarrillo debería 
adentrarse y conseguirlo. Ese instante estaba cada vez más próximo. La 
colilla asomaba, la ceniza era cada vez más grande, el fuego se consumía, sus 
labios se quemaban y la cabeza le explotaba. 
Tiró su única esperanza al cenicero y cerró los ojos. Cual nadadora 
profesional se tiró de clavado al pajar, sintiéndose consumida por un leve 
placer demoníaco. Cuando salió del shock y se dio cuenta de lo absurdo de 
su tarea ya era tarde, intentó salir y algo se lo impidió. Lo único que quiso en 
ese segundo fue que le alcance la respiración para encontrar la inexistente 
aguja.
de Santiago Salemme 
No existo, 
no camino por los fríos pasillos de la vida, 
no respiro el humo de la calles, 
no veo la crueldad con que se vive, 
no siento el calor de tu cuerpo, 
no oigo tus pensamientos, 
no existo, 
no existo para ti 
para nadie, 
soy sólo un recuerdo, 
un recuerdo olvidado. 
de Santiago Salemme 
Las cortinas son ella, 
la ventana es ella, 
la luz del sol es ella, 
los muros son ella, 
mis zapatos son ella. 
Miro mis libros y me recuerdan a ella, 
todo me recuerda a ella. 
En todo veo su rostro, 
veo sus ojos, 
reflejando mi tristeza, 
porque todo me recuerda a ella.
Ebrios del camalote: 
A mis amigos de todo tiempo 
de André Silvestri 
Itinerario: 
Estar perdido, vivir en extravío 
reclinar y dormir bajo el universo 
entender, lamentar, saberse cautivo 
y en el ocaso olvidar 
para vivir 
vivir ebrio 
ebrio de fugas 
infinitamente ebrio 
y en indómita forma, caer. 
Rebotar en el agua cual delfín 
transmutar el agua cual Jesús 
brindar con pecadores amigos 
reír sin ruido por el ahogo feliz 
reír de la eterna tragedia 
esencial atributo de las vidas 
y en indomable manera huir. Y llorar. 
Romper lo que estaba roto, 
a los ojos que fueron mirados 
mirarlos, 
a los labios que fueron besados 
besarlos, 
a la pena que fue olvidada, 
evocarla. 
Cartel de aviso: 
Respetar a los ebrios del camalote 
cuando crezcan las primeras luces 
¡No osáis despertarlos! 
porque ya lo han razonado 
pero como buenos tercos 
los ebrios del camalote 
también 
ya lo han olvidado.
At sunrise 
de André Silvestri 
Se cargan de hambre y sed 
adheridas a mi garganta 
un par de palabras secas 
siempre eludiendo el -nihil obstat-taimadas 
y sigilosas, ahí se guardan 
creí haberlas vomitado 
creí haberlas deslizado 
con ron, con vodka, con ginebra 
con agua y con pan 
pero no, ahí están, guardadas 
engullidas en su miedo 
en las hendijas de una vehemencia 
que juega sin poesía 
como enferma máquina que recae 
sobre las férreas lágrimas de los billetes. 
Miro el espejo rancio y lo veo 
como cadena cuelga 
de oxidados clavos 
el cadáver de mi noche 
que anida sucio en mi sien 
Trago el pesado aire matutino 
torna en filo de exótica navaja 
y al fin, al amanecer 
se desgarran mis iris contra esos 
exagerados claros del sol 
que invaden el sumidero 
de lluvias livianas en donde duermo 
solitario entre sus dédalos. 
20/04; 23:35pm 
de 
André Silvestri 
Oí pasos arrastrados y frondosos 
terminé mi alcohol, tomé un bastón -algarrobo-y 
fui a ver quién turbaba mi madriguera 
caminé cada rincón telúrico del espacio 
volví a oír los mismos pasos perturbadores 
exactamente iguales, ritmo gótico y temeroso-horrorizado 
doy cuenta que son mis pasos 
los que deslizan por la fina línea húmeda del tiempo.
Paso a paso 
de Sofía Tapia 
Trataba de alcanzarlo todo, creía que la rapidez me llevaría 
a dejar las huellas sobre la arena, me sentía perseguida por 
el mar, no sabía hacia donde me dirigía, tan solo corría, 
quería llegar lejos, pero entre mas corría más rápido se 
desaparecían las huellas, miraba hacia atrás pero ya no 
estaban, el mar se encargaba de borrarlas, seguía corriendo 
sin saber hacia dónde, lo único que me importaba era dejar 
las huellas sobre la arena. El sol aparecía y se ocultaba día 
tras día, yo no dejaba de correr, un día tan solo me canse de 
seguir corriendo, entonces me detuve por un momento puse 
mis manos sobre las rodillas, con la cabeza hacia abajo 
intentaba regularizar mi respiración, al levantarla la cabeza 
me di cuenta que el cielo estaba totalmente naranja, – primera 
vez que veo el cielo de ese color –, pensé, el cabello 
obstaculizaba mi vista, entonces con las manos intente 
quitarlo, pero al hacerlo descubrí que ya no era del mismo 
color, paso de ser grisáceo a negro, sorprendida empecé a ver 
mis manos, ya no tenía la piel tersa con arrugas, esta vez tan 
solo estaban lisas y un poco enrojecidas, la dentadura 
postiza se calló de mi boca, en ese momento pase la lengua 
sobre mis nuevos dientes alineados. Entonces decidí dejar 
de correr, comencé a caminar, mientras caminaba me daba 
cuenta que no estaba sola, que nunca lo estuve, siempre 
estuve rodeada de la simpleza de las olas en movimiento, de 
las aves y de su pasión por volar, del silencio, esta vez me 
sentía joven pase de tener cincuenta años a veinte, seguía 
sin saber hacia dónde iba, pero esta vez deje de correr, para 
mirar hacia atrás y poder ver mis huellas, esta vez ya no me 
molestaba que el mar las borrara, porque finalmente 
comprendí que tengo dos pies y al dejar uno atrás el otro 
hace una nueva huella.
Defilim 
De Martín Bravo 
Hay un arrollo de pequeños que sangran con el grito de la bruja 
Tienen manitos de bebe importado y bolas de marfil celeste en 
los ojos. 
Hay veces días años que me pregunto si vale la pena penar por 
tanto que se mueve y arrolla los sentidos de un joven cabeza de 
termo. 
Por un minuto me perdí y no encontré el hilo de ratón, aquel 
que mañana vende libros a ovejas de auto odio. Sin sin 
sinningun miedo fluyen los las visitas de el colectivo que no 
frena, ni siquiera con tu puta condena. 
Señora no me importan sus consejos ¿Es que no ve que yo no 
existo si no me habla? Haga el favor de barrerse de esta faz. 
El es un genio porque escribe sinsentidos y a quien no le gustan 
los sinsentidos, caretas progres regurgitados de los bolsillos de 
papa, miren el sentido ahora mientras los coge gansos, miren el 
vacío mientras se los traga boludos. miren pero no toquen. 
¿Cuántas veces se tiene que morir si al final no importa lo que 
dice? 
Tengo una fábrica de gorros para que le quepa a algún grupo 
de forros. 
No quiero esto, yo no lo pedí. Pero en el safari de colores, estar 
sin color, me deja sin dolor.
Lo real 
de Diana Guerscovich 
Lluvia, sí, convertida en las leves gotas que se secan sobre tu piel, durmiendo entre 
cejas, aquellos ojos ya no ven el cielo derramar su sino. No. Ahí estás, parada y sin 
hablar, escuchando lo que el viento no te quiso llevar. Sintiendo, sí, el calor que abraza 
y las cenizas que se arremolinan huracanadas a montones, ahogando el sonido de las 
pisadas, ¿sordas?, ¿mudas? Silente y silenciosa, la almohada conoce la verdad y sabe 
que, para decirla los tiempos deben abrirse, no puede zozobrar sobre tu pecho, mi 
pecho, su pecho. La vida que te acuna mientras haces fuerza para no dormir. 
Lluvia, sí, arrastra la marea de tus ojos y la endulza, pero..., sólo es la imagen del 
espejo. La realidad no está al alcance de tu mano. Lo real existió y se extinguió, ese día, 
sí, comenzó a llover. 
Lo real nunca es esta realidad. 
Post-punk 
de 
Diana Guerscovich 
Escupir para que calles 
Escupir para que prestes atención 
Escupir para que abras los oídos 
Escupir porque hay rabia, 
impotencia, 
furia, 
fervor. 
Escupir para cubrir la piedra que acrisola, 
inmola, 
fagocita, 
asesina. 
Escupir saliva-palabras 
Escupir la inconsciencia 
Escupir los sueños porque atragantan las pesadillas. 
Escupirte la cara, el cuello, el vientre y la respiración 
que de tanta saliva debas fluir y deconstruir el Golem 
que construiste como mi guardián 
Escupir para escurrir un río de sangre 
Escupir-te Vanidad.
Inconsistencia 
de Diana Guerscovich 
Te duele el cuerpo, escuchas caer la gota constante, ese pluc, pluc que no se calle y la noche 
sigue su camino afuera de tu ventana. Te duele el cuerpo y no dejas de moverte y enrollarte 
entre las sábanas. Un camino, sendero de árboles y tierra rocosa, avanza el cuerpo cansado, 
parece no olvidar donde está, y no llega... La gota, se siente cada vez más cerca. El agua, 
llamando a la noche. 
Un lago, una cuenca natural de un río, cualquier río. Hay que sumergirse, pero...¿te duele...? 
No, no es el cuerpo. No sólo eso. Sino, ¿por qué este insomnio?, ¿por qué el tiempo se dilata un 
poco más cada segundo?, ¿por qué el bostezo cotidiano, a cada hora y en cualquier lugar?, ¿por 
qué la fatiga? Si... Dormís, soñás y pasas la noche junto a Oneirós, mil historias para cada noche, 
mil sueños que contar, mil descansos y... Te duele el cuerpo después de haber dormido más de 
diez horas, cada día, casi toda la semana. Parecería que no alcanza. Pero, no, no puede ser tan 
fácil. 
-¡Despertaste!, te dormiste otra vez, ¿qué soñabas? No te quise despertar y nadie se dio cuenta, 
parece. 
-Sí, soñaba...que no te conocía. 
Martillo, yunque y...silencio mordaz 
de Diana Guerscovich 
Mi lengua, espada de doble filo, aún se permite en estos días recordarme que no te ha marcado. 
Intenso murmullo sobre las hojas del viento, la nota que te aclama: está envenenada 
Mis ojos, entrambos destella la locura, refulgen sobre la distancia, viéndote alejarte del castigo 
que supiste ganarte, la marca sobre tu frente: la máscara que hoy te cubre. 
Mi zurda se empeña, en vano, con el roce de la daga, deseosa de descollarla sobre tu cuello 
lentamente: el perfume de la muerte. 
Mi diestra se pertrecha en mi pecho pidiendo auxilio, pero no hay latido real, pernocta un solo 
latido: es la hora. 
Los labios, tibios, susurran ese nombre, hechizan los oídos de los sordos mientras los ciegos 
arremeten con odio hacia ellos, lo ven: tú culpa, la mía. 
El silencio que atruena los oídos impide el tacto. Un crujir inexplicable de almas que rozaron 
alguna vez el cielo, hoy se acunan en la miseria de un infierno irreal. Con los sentidos muertos, 
la cazadora espera su momento. La presa no será eterna. Aunque no oiga, sabe, siente y persiste. 
Mi lengua, mis labios, mis manos, mis ojos, todo un cúmulo inservible que se regodea vilmente 
en la postdata: escapaste. Sólo por ahora. 
Sin sangre se mantiene el cuerpo, es veneno su elixir y su flecha encarnizada. No escapará, no, 
no, no. Se puede huir pero no esconder. El veneno sabe a miel y supo lamer su cuerpo, por 
eso…Morirá en silencio, una noche de invierno, cuando el tiempo se detenga y el pánico lo 
acune, ella llegará a darle fin. Su cuerpo es: su tumba final.
III 
de Diana Guerscovich 
Desollarse el cuerpo, arrancárselo a tiras 
las falanges de tierra, no más curvas de sangre 
Pronto… 
Piedra eterna: 
inmolada por el destino. 
El perfume 
de Edgardo García 
En este preciso instante 
La vida se acompasa 
Te pido que abrás la puerta 
A su melodía alegre 
Y coloqués una cuña para que no se cierre. 
Entrá descalzo en la danza 
Dejá tu cuerpo ondularse en el eterno vaivén 
Es inevitable el dolor 
Pero hasta en los duros trances 
Podés notar las gotas 
De la savia vital del amor 
Filtrándose. 
A quienes te rodean mirá 
En tus seres queridos pensá 
Tocá lo más puro de su esencia 
Olvidá sus defectos por un instante 
Evaluálos favorablemente por esta vez 
Apreciá su presencia. 
Como esas tardes de dibujitos 
Y zapatillas en la vereda picándose 
Quedarán imágenes de este momento 
Este momento quedará atrás 
Y a este momento vas a querer volver. 
¡Abrí los brazos, sentí tus dedos 
Y el contacto del aire 
Con los poros de tu piel!... 
¡Olé el perfume del ahora mismo 
En el que vive todo tu ser!
Para las voces nuevas 
de Edgardo García 
A veces no lo logramos, no, 
comunicarnos como quisiéramos 
con personas que valoramos. 
Miramos demasiado adentro nuestro 
y creemos haber participado 
en todas las historias. 
Hablamos sin cesar, permanentemente, 
y también nuestra mente 
discurre en agitación y vocerío. 
No escuchamos. No escuchamos. No escuchamos. 
Espacio cercado. 
Las voces nuevas no nos llegan. 
No bastará con que nosotros nos callemos 
esperando nuestro turno 
de soltar la propia voz. 
Comprender aquello 
que otros tratan de decirnos 
implica, además de hacer silencio, 
la tarea de recorrer a paso lento 
su relato. 
Colocándonos en su lugar. 
Desasiéndonos de la voz de nuestro ego 
y de las voces de los egos 
de otras personas 
con demasiada influencia en nosotros. 
Voces consolidadas 
flanqueando el espacio a nuevas voces. 
Voces consolidadas 
como una cerca despiadada... 
Al espacio cercado abrámoslo. 
Para las voces nuevas. 
Y para que caiga 
sobre esas cercas 
la sincera luz del nuevo sol.
LA IRA DE LÚCIFER 
de Edward Plane 
Jacob era un buen tío. Siempre cuidaba de sus varias mujeres, y de los hijos de su 
hermano, Elbren, quien había muerto, y quienes solían enredarse casi de modo 
permanente en algunas trifulcas por cervezas y otras mujeres. Y así, habría sucedido una 
vez, que uno de éstos le preguntó sobre lo que siempre se comentó en el pueblo respecto a 
él, aquello que mantenía a esos mil habitantes bajo la intriga de lo que aquel había 
logrado por el misterio de unos hechizos. 
Supuestamente había traído a tierra a Lúcifer una vez, o al menos eso se creía, o algunos 
vecinos lo vieron esa vez bajo la influencia de algún poder, el día que todo cambió y 
comenzó a construirse un harén para vivir en él. Entonces le preguntó: 
-Tío, ¿cómo es que conoces a Lúcifer? 
Ambos iban sobre un camino de tierra, en la tarde, cortando cardos con una guadaña y 
una sada, dándole de comer a las liebres, yéndose del harén al pueblo. Jacob se puso muy 
serio, completamente, pues nunca nadie le había preguntado por ese tema, nunca, y lo 
miró: 
-¡No hables así de Lúcifer!, tan sueltamente, y delante mío… 
-Tuve que vencer a Satán... 
El sobrino quedó sorprendido. Pero siguieron caminando un rato en silencio, y luego 
volvió a cargar: 
-¿Pero cómo es?, yo quiero saber… 
Y el viejo, medio aturdido, posiblemente por la incisión de las preguntas, se frenó un 
momento, se puso a pensar mientras el sol le daba de frente cerrándole casi los ojos, y 
empezó a hablarle hasta terminar: 
-Solo por causas como la del desamor a la tierra, hijo mío, es que Lúcifer pudiera enojarse 
con nosotros… 
-Pero no existe en su razón sentimiento alguno de rencor dado lo innegable de su fuerza 
para dominar los secretos oscuros del cosmos y de la mente… 
-Ahora, ya lejos él, en la muerte adormecida que se distingue por el infinito tiempo, 
pienso en lo que estará haciendo, y fugaces recuerdos debieran también invadirme por 
todo eso… 
-Pero seré consciente con vos de que así lo es y lo ha sido siempre, si lo he podido 
imaginar, es también porque lo vi… 
-Su ira puede desencadenar el caos, ser algo incontrolable, que trascienda los horrores de 
los días y de las noches y eso me ha pasado, y que te resultarán miserables al lado de su 
grandeza o de su extraña belleza… 
-Pero todo eso ha dejado también de ser, y ya no me importa tanto tampoco… 
-Él es un indio y me dijo que sólo se enojaría con conmigo cuando los hombres dañen a las 
mujeres… 
-¿Y por eso te hiciste el harén? -interrumpió… 
-¿Eh? –volvió- 
-Claro, claro… 
-Claro muchacho, por eso… 
FIN
de Leandro Bohnhoff 
Oh, espíritus perennes, 
infundan fuerzas a este corazón herido, 
que no puede más que cantar sus penas 
compungido a la orilla de este río. 
Acérquense todos, quienes se atrevan, 
una historia dolorosa les traigo a esta vera. 
Ya tiempo hace, en la crónida lejanía, 
que un héroe hubo, cuyos dolores fueron muchos. 
Y aunque la historia no se parezca a la mía, 
ni en su forma, ni siquiera en su manía, 
hay verdades que atraviesan las edades. 
El héroe mirmidón no era otro que el de pies ligeros, 
el rubio Aquileo, de melenuda cabellera. 
Su fama era alada, su aura divina, 
sus hazañas cantadas a diestra y siniestra, 
todo su ser venerado, aunque olímpico no fuera. 
Su cuerpo bañado por inmortales aguas, 
que lo hicieron invencible, salvo por dos tajadas, 
que pergeñaron al héroe pérdidas mortales. 
Por un lado, su talón, que lo hacía corpóreamente vulnerable; 
por otro lado, su amado, cuya pérdida dejó desahuciado. 
Recuerdo épocas felices del rubio vencedor, 
junto a su amado Patroclo, su fiel servidor. 
Antes de una embajada, su mirada se deleitaba, 
al compás de la canción que entonaba el mirmidón, 
en el menecíada adorado y por sus besos añorado. 
Pero finalmente llegó el día en que de sus manos fue arrebatado, 
bajo sus ropajes ultrajado, maltratado y finalmente matado. 
El héroe enloqueció de furor, sed de venganza y mal del cor, 
sus cabellos ciñó, su pecho y cuello golpeó, 
pues no era su cuerpo, sino su amor, el dañado por las huestes del horror. 
Y así fue como el héroe llegó a la comprensión 
de que sempiterno no era, y al deseo de serlo renunció, 
a pesar de su aura y las gracias de la famosa laguna. 
Mortal era, no solo porque su sangre en sus venas dejara de correr, 
sino porque el patrono de su corazón dejara de vivir. 
De la muerte es el poder igualador, 
que a todos y todas nos espera con fervor. 
La ciega guadaña, el fin irreductible e inexorable, 
que al final del recorrido a todos nos libra de males, 
en mí, en ti, en él y en aquél, el cisne espera cantar sus finales.
Liquis 
de Celso Rafael 
Me encontraba en el living del quinto piso del edificio Panamericano, era el departamento 
en donde vivía. Sentado en un sofá, tomando un café y deleitándome con El primer hombre 
de Roma versión pocket. Decidí encender la estufa porque el clima estaba un tanto frio. El 
sofá de cuerina negra estaba dispuesto mirando a la ventana, donde se podía contemplar un 
cielo gris, aunque no cargado con lluvia que se desplomase sobre la ciudad. De repente, un 
rugido, no de un animal, un rugido constante, como si fuera una estampida, un ligero 
temblor sacudía el departamento. La sala no quedó con más luz que la que provenía de la 
ventana. Se escuchaban gritos desde la calle. Me incorporé alarmado por lo que estaba 
aconteciendo. Me acerqué a la ventana, me agarré del marco sin animarme a salir a mirar 
por el balcón. Desde el lado norte, observé cómo se aproximaba una gran masa marrón 
grisácea que arrasaba con todo lo que encontraba en su recorrido, absorbiendo en su cuerpo 
todo tipo de cosas, llevándose todo con una fuerza irrefrenable. Podía ver cómo las figuras 
de personas que intentaban huir despavoridas se perdían en las fauces de esa bestia 
liquida. Los autos eran levantados como hojas al viento. Arboles, con cortezas anchas, 
arrancados de raíz o partidos por la mitad por toneladas de agua que realizaban una carrera 
arrolladora por las calles de la ciudad. 
Yo contemplaba horrorizado ese espectáculo.- ¿Qué es esto por Dios?-decía mientras, sin 
noción del riesgo, salí al balcón, atraído por el fenómeno. El corazón empezó a palpitarme 
desaforadamente, lo que estaba viendo era inconcebible. Era como si estuviera en el cine, 
mirando una película de cine catástrofe en 3D. Estaba atónito. El pesado cuerpo de un 
colectivo era ahora un objeto amarillo, contorneándose en esa vorágine de agua, arboles, 
autos y mas agua. Los edificios, eran fortalezas que resistían el asedio de la naturaleza, pero 
el agua iba cubriéndolos a cada segundo. La corriente no se detenía, y lo que antes estaba 
por el lado derecho desde mi perspectiva, ahora se encontraba a unos trescientos metros por 
el lado izquierdo. El agua iba barriendo, invadiendo todos los recovecos de las calles. 
¡Qué desastre por Dios!-escupía en roncas palabras. Veía que varias personas se asomaban 
a los balcones a observar esta postal de muerte y destrucción en marcha. Se me quedaban 
grabadas sus caras estiradas de asombro y de terror. Algunos gritaban, otros, como yo, no 
podían hacer nada más que mirar, choqueados. Mi corazón latía a mil pulsaciones. Sentía 
como me temblaban los brazos, más allá de esta perturbadora sacudida que generaba el 
avance del agua, que iba subiendo más y mas, acercando a una velocidad espeluznante a los 
vehículos hacia los edificios. 
Cuando me di cuenta de que eran estampillados contra los balcones, retrocedí. Unos, dos 
tres, cuatro autos que impactaban las paredes, que colisionaban entre ellos, que se 
amontonan por la estrechez del canal improvisado por la corriente, pero que al final cedían 
ante este ímpetu aplastante que se apoderaba del asfalto y eran lanzados como proyectiles 
flotantes o desaparecidos bajo la furiosa superficie. 
Era inevitable pensar en mi muerte, empezaba a entrar en desesperación. ¿Me ponía a 
elevar plegarias de salvación como en mis tiempos piadosos? No, con las ideas de Dios que 
se generaron en mi proceso de madurez, no me podía detener a hacer eso. Me agarraba la 
cabeza con las dos manos -¡la puta madre que me parió! ¿Qué mierda es esto?- Un torbellino 
de emociones y pensamientos me invadían, hundiéndome en una obnubilación que me 
inmovilizaba. Miedo, terror, desesperación, sensación de indefensión, de incapacidad, de 
que es una terrible pesadilla, o de que estoy fantaseando nada más. Pero el agua queme
cubría los tobillos me hizo entender de que era realidad.- ¡la concha de la lora! ¡Me esta 
llegando el agua y cada vez crece más!- me acordé de que no sabía nadar. Si el agua, a la 
velocidad en la que estaba subiendo, me cubriera, sería mi fin. No lo sabía en realidad, pero 
tampoco quería comprobarlo. Así que me dirigí a la puerta principal, tiré del picaporte con 
una manera torpe y bruta, no se abría. Las putas llaves las dejé, quien sabe dónde. Miré la 
mesa, no estaban. Fui a mi pieza, miré sobre la estantería, no. Sobre el escritorio, tampoco. 
Sobre la cama, agarré el juego de sabanas retorcidas y las tiré en donde no me interfiriesen la 
búsqueda, tampoco estaban. El armario, era inútil. Salí dela pieza, me acordé de mi bolsillo, 
metí la mano. Ahí estaban. Las saqué. En otro movimiento torpe y desesperado y pensando 
en una muerte inminente por descarga eléctrica o por ahogamiento me costó abrir la puerta 
hasta que finalmente lo conseguí. Me di cuenta que el agua estaba llegando cada vez mas 
rápido en los pasillos, por las escaleras. El ascensor, ni en pedo. Subí como en una carrera 
olímpica, saltando de a dos peldaños hasta el piso que daba a la terraza. Estaba cerrada ¡la 
puta puerta estaba cerrada con llave!- ¡Nooooooo, la concha de mi putísima madre y yo que 
dejé puesta la llave en mi departamento!-dije con rabia. No me quedó otra que bajar, sin 
importar que el agua estuviese inundando todo. Era eso o me resignaba y me entregaba a la 
fría y abominable liquidez hasta que mis músculos dejen de tensarse y mis estertores cedan 
en la lucha. No, bajé, no pensaba morirme sin antes intentarlo. 
A toda velocidad, descendí por las escaleras en caracol. Temiendo encontrarme con una 
pared de agua que me absorba y no me deje salir más, en mi frenético descenso, choqué con 
una mujer que subía. El encontronazo hizo que ella cayera de espaladas al piso, y yo a su 
lado boca abajo. Me incorporé al instante. Ella, con un gesto semiinconsciente pero el dolor 
dibujado en su cara seguía en el piso, gemía levemente. Vi que tenía un manojo de llaves en 
la mano, cerrada fuertemente. Un atisbo de esperanza iluminó mi corazón. En ese mismo 
momento, todo desapareció en una capa de oscuridad. Se encendieron las tenues luces de 
emergencia. A mi atención vuelve ese sonido espantoso del agua que con sus suaves y 
pesados dedos, van impregnando cada milímetro de espacio por los pisos inferiores. Tomé 
a la mujer, que resultaba ser mi vecina de al lado, doña Lidia. Me agaché, pasé mi brazo 
derecho por debajo de su nuca, mi brazo izquierdo, por debajo de sus rodillas. La levanté. 
Afortunadamente era menuda y no pesaba demasiado. Me emprendí de vuelta a la 
escalada. Ahora, de manera más pausada, pero no sin desesperación. Cada paso era más 
lento y más pesado. Aun así, logré subir de a dos peldaños. Cuando me di cuenta, doña 
Lidia tenía colgando el brazo derecho, donde sujetaba el manojo de llaves. El miedo se 
intensificó mas aún, provocándome una agitación en la respiración, cada bocanada y cada 
espiración eran como golpes de percusión que resonaban en mi pecho. Mi corazón era una 
locomotora. Me aterraba la idea de que se le caiga el manojo, o por no encontrar esa llave 
que nos podría brindar un escape o, al menos, prolongar unos minutos más de vida hasta 
que el agua no nos deje contemplar el cielo nunca más. 
Cuando llegué al último piso, la bajé cuidadosamente. La desgraciada seguía teniendo el 
puño cerrado con el manojo dentro. Podía ver como los nervios la hacían temblar y el color 
de sus dedos se tornaba amarillo por la contracción de su puño. No se de que manera logré 
abrirle la mano. Busqué la llave. Gracias al cielo la encontré, la introduje en el cerrojo, le di 
tres vueltas. Con la inercia de mis torpes maniobras del miedo que tenía, abrí la puerta con 
tal fuerza que no escatimé en el topetazo que se dio con la pared que los vidrios de la puerta 
estallaron. No me importó. Tomé a doña Lidia de vuelta en mis brazos y salimos a la terraza. 
En ese mismo momento, sonó la alarma de mi despertador. Me sentí aliviado. Aun así, 
cuando levanté el acolchado, me di cuenta de que no estaba del todo seco.
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La Cosa Misma. Número 3

  • 1. LacOsamisMa AÑO 1 NÚMERO 3
  • 2. La cosa misma, la cosa en sí misma, por fuera de interpretaciones, vinculaciones o relaciones que podamos establecer con la cosa, es la cosa. La cosa misma. Cosa siempre fantaseada por los estudiantes de letras. Desde ALALetra - como agrupación de estudiantes de letras-decidimos solamente impulsarlo para que la cosa pueda materializarse. Se trata de abrir un espacio que se irá consolidando. Está abierto a una sección para cartas de lectores, columnas específicas, dibujos y cualquier tipo de producción artística propia de los estudiantes. Este sencillo formato autogestionado que consensuamos en llamar revista, tendrá el precio del costo de la fotocopia. Por eso sugerimos que envíen textos breves para que más gente pueda publicar sin elevar demasiado los costos. Esperamos propuestas y textos, serán bienvenidos. Noviembre 2014
  • 3. Una aguja en un pajar de Pitu Luces bajas, un poco de tartamudeo previo, titilar nervioso de párpados y algo poco más digno de ser contemplado que... Una vez le habían dicho que en realidad era fácil encontrar una aguja en un pajar, simplemente había que predisponerse. La muchacha de ojos negros miró por la ventana. Claro, pensó, como si fuera fácil predisponerse. ¡¡Nada más absurdo que buscar una aguja en un pajar!! Y dicho sea de paso, nada más aburrido. Me prendo otro cigarrillo, tomo otro café... ¿Qué hago? Seguir titilando sin parar, temblar mientras agarro el encendedor, nada... La única que me queda es entregarme a la tarea de... buscar la aguja en el pajar. Sí, así de literal. Porque por si no lo mencioné, la muchacha de ojos negros no usaba dichos populares, la nervaban. Sacó sus perdidos párpados de la ventana y giró. Vio el pajar inmenso que la aguardaba, la devastadora tarea que podía llegar a significar aquello. ¿Y todo para qué? ¿Era necesario demostrarle al mundo que podía predisponerse? Además, nadie se lo había pedido. Solo se había despertado una mañana y de la nada se encontró con un gran pajar en su casa. Supo, desde el primer momento, que allí habitaba una aguja. Le daba miedo contárselo a la gente, la tildarían de loca, ¿cómo puede ocurrir aquello de la noche a la mañana? No, no y no. No podía hacerlo. Por eso había dejado casi a oscuras su casa, hacía días que no invitaba a nadie, se ponía nerviosa, tartamudeaba; sabía que tenía que encontrar la aguja, pero parecía un tarea obsoleta. Y no dejaba nunca de revolotearle en la cabeza aquella frase que le habían dicho una vez... En realidad es fácil, pensó nuevamente mientras esquivaba la tarea. Por varios días pudo salir y vivir sin pensar tanto en eso, pero ya no le era posible. No quería salir de su casa, estaba completamente arruinada, y no veía otra solución que revolver y revolver hasta encontrar la aguja maldita. Sabía que ese era el momento y empezó a temblar más fuerte. Algo dentro suyo le dijo que en el momento en que apague el cigarrillo debería adentrarse y conseguirlo. Ese instante estaba cada vez más próximo. La colilla asomaba, la ceniza era cada vez más grande, el fuego se consumía, sus labios se quemaban y la cabeza le explotaba. Tiró su única esperanza al cenicero y cerró los ojos. Cual nadadora profesional se tiró de clavado al pajar, sintiéndose consumida por un leve placer demoníaco. Cuando salió del shock y se dio cuenta de lo absurdo de su tarea ya era tarde, intentó salir y algo se lo impidió. Lo único que quiso en ese segundo fue que le alcance la respiración para encontrar la inexistente aguja.
  • 4. de Santiago Salemme No existo, no camino por los fríos pasillos de la vida, no respiro el humo de la calles, no veo la crueldad con que se vive, no siento el calor de tu cuerpo, no oigo tus pensamientos, no existo, no existo para ti para nadie, soy sólo un recuerdo, un recuerdo olvidado. de Santiago Salemme Las cortinas son ella, la ventana es ella, la luz del sol es ella, los muros son ella, mis zapatos son ella. Miro mis libros y me recuerdan a ella, todo me recuerda a ella. En todo veo su rostro, veo sus ojos, reflejando mi tristeza, porque todo me recuerda a ella.
  • 5. Ebrios del camalote: A mis amigos de todo tiempo de André Silvestri Itinerario: Estar perdido, vivir en extravío reclinar y dormir bajo el universo entender, lamentar, saberse cautivo y en el ocaso olvidar para vivir vivir ebrio ebrio de fugas infinitamente ebrio y en indómita forma, caer. Rebotar en el agua cual delfín transmutar el agua cual Jesús brindar con pecadores amigos reír sin ruido por el ahogo feliz reír de la eterna tragedia esencial atributo de las vidas y en indomable manera huir. Y llorar. Romper lo que estaba roto, a los ojos que fueron mirados mirarlos, a los labios que fueron besados besarlos, a la pena que fue olvidada, evocarla. Cartel de aviso: Respetar a los ebrios del camalote cuando crezcan las primeras luces ¡No osáis despertarlos! porque ya lo han razonado pero como buenos tercos los ebrios del camalote también ya lo han olvidado.
  • 6. At sunrise de André Silvestri Se cargan de hambre y sed adheridas a mi garganta un par de palabras secas siempre eludiendo el -nihil obstat-taimadas y sigilosas, ahí se guardan creí haberlas vomitado creí haberlas deslizado con ron, con vodka, con ginebra con agua y con pan pero no, ahí están, guardadas engullidas en su miedo en las hendijas de una vehemencia que juega sin poesía como enferma máquina que recae sobre las férreas lágrimas de los billetes. Miro el espejo rancio y lo veo como cadena cuelga de oxidados clavos el cadáver de mi noche que anida sucio en mi sien Trago el pesado aire matutino torna en filo de exótica navaja y al fin, al amanecer se desgarran mis iris contra esos exagerados claros del sol que invaden el sumidero de lluvias livianas en donde duermo solitario entre sus dédalos. 20/04; 23:35pm de André Silvestri Oí pasos arrastrados y frondosos terminé mi alcohol, tomé un bastón -algarrobo-y fui a ver quién turbaba mi madriguera caminé cada rincón telúrico del espacio volví a oír los mismos pasos perturbadores exactamente iguales, ritmo gótico y temeroso-horrorizado doy cuenta que son mis pasos los que deslizan por la fina línea húmeda del tiempo.
  • 7. Paso a paso de Sofía Tapia Trataba de alcanzarlo todo, creía que la rapidez me llevaría a dejar las huellas sobre la arena, me sentía perseguida por el mar, no sabía hacia donde me dirigía, tan solo corría, quería llegar lejos, pero entre mas corría más rápido se desaparecían las huellas, miraba hacia atrás pero ya no estaban, el mar se encargaba de borrarlas, seguía corriendo sin saber hacia dónde, lo único que me importaba era dejar las huellas sobre la arena. El sol aparecía y se ocultaba día tras día, yo no dejaba de correr, un día tan solo me canse de seguir corriendo, entonces me detuve por un momento puse mis manos sobre las rodillas, con la cabeza hacia abajo intentaba regularizar mi respiración, al levantarla la cabeza me di cuenta que el cielo estaba totalmente naranja, – primera vez que veo el cielo de ese color –, pensé, el cabello obstaculizaba mi vista, entonces con las manos intente quitarlo, pero al hacerlo descubrí que ya no era del mismo color, paso de ser grisáceo a negro, sorprendida empecé a ver mis manos, ya no tenía la piel tersa con arrugas, esta vez tan solo estaban lisas y un poco enrojecidas, la dentadura postiza se calló de mi boca, en ese momento pase la lengua sobre mis nuevos dientes alineados. Entonces decidí dejar de correr, comencé a caminar, mientras caminaba me daba cuenta que no estaba sola, que nunca lo estuve, siempre estuve rodeada de la simpleza de las olas en movimiento, de las aves y de su pasión por volar, del silencio, esta vez me sentía joven pase de tener cincuenta años a veinte, seguía sin saber hacia dónde iba, pero esta vez deje de correr, para mirar hacia atrás y poder ver mis huellas, esta vez ya no me molestaba que el mar las borrara, porque finalmente comprendí que tengo dos pies y al dejar uno atrás el otro hace una nueva huella.
  • 8. Defilim De Martín Bravo Hay un arrollo de pequeños que sangran con el grito de la bruja Tienen manitos de bebe importado y bolas de marfil celeste en los ojos. Hay veces días años que me pregunto si vale la pena penar por tanto que se mueve y arrolla los sentidos de un joven cabeza de termo. Por un minuto me perdí y no encontré el hilo de ratón, aquel que mañana vende libros a ovejas de auto odio. Sin sin sinningun miedo fluyen los las visitas de el colectivo que no frena, ni siquiera con tu puta condena. Señora no me importan sus consejos ¿Es que no ve que yo no existo si no me habla? Haga el favor de barrerse de esta faz. El es un genio porque escribe sinsentidos y a quien no le gustan los sinsentidos, caretas progres regurgitados de los bolsillos de papa, miren el sentido ahora mientras los coge gansos, miren el vacío mientras se los traga boludos. miren pero no toquen. ¿Cuántas veces se tiene que morir si al final no importa lo que dice? Tengo una fábrica de gorros para que le quepa a algún grupo de forros. No quiero esto, yo no lo pedí. Pero en el safari de colores, estar sin color, me deja sin dolor.
  • 9. Lo real de Diana Guerscovich Lluvia, sí, convertida en las leves gotas que se secan sobre tu piel, durmiendo entre cejas, aquellos ojos ya no ven el cielo derramar su sino. No. Ahí estás, parada y sin hablar, escuchando lo que el viento no te quiso llevar. Sintiendo, sí, el calor que abraza y las cenizas que se arremolinan huracanadas a montones, ahogando el sonido de las pisadas, ¿sordas?, ¿mudas? Silente y silenciosa, la almohada conoce la verdad y sabe que, para decirla los tiempos deben abrirse, no puede zozobrar sobre tu pecho, mi pecho, su pecho. La vida que te acuna mientras haces fuerza para no dormir. Lluvia, sí, arrastra la marea de tus ojos y la endulza, pero..., sólo es la imagen del espejo. La realidad no está al alcance de tu mano. Lo real existió y se extinguió, ese día, sí, comenzó a llover. Lo real nunca es esta realidad. Post-punk de Diana Guerscovich Escupir para que calles Escupir para que prestes atención Escupir para que abras los oídos Escupir porque hay rabia, impotencia, furia, fervor. Escupir para cubrir la piedra que acrisola, inmola, fagocita, asesina. Escupir saliva-palabras Escupir la inconsciencia Escupir los sueños porque atragantan las pesadillas. Escupirte la cara, el cuello, el vientre y la respiración que de tanta saliva debas fluir y deconstruir el Golem que construiste como mi guardián Escupir para escurrir un río de sangre Escupir-te Vanidad.
  • 10. Inconsistencia de Diana Guerscovich Te duele el cuerpo, escuchas caer la gota constante, ese pluc, pluc que no se calle y la noche sigue su camino afuera de tu ventana. Te duele el cuerpo y no dejas de moverte y enrollarte entre las sábanas. Un camino, sendero de árboles y tierra rocosa, avanza el cuerpo cansado, parece no olvidar donde está, y no llega... La gota, se siente cada vez más cerca. El agua, llamando a la noche. Un lago, una cuenca natural de un río, cualquier río. Hay que sumergirse, pero...¿te duele...? No, no es el cuerpo. No sólo eso. Sino, ¿por qué este insomnio?, ¿por qué el tiempo se dilata un poco más cada segundo?, ¿por qué el bostezo cotidiano, a cada hora y en cualquier lugar?, ¿por qué la fatiga? Si... Dormís, soñás y pasas la noche junto a Oneirós, mil historias para cada noche, mil sueños que contar, mil descansos y... Te duele el cuerpo después de haber dormido más de diez horas, cada día, casi toda la semana. Parecería que no alcanza. Pero, no, no puede ser tan fácil. -¡Despertaste!, te dormiste otra vez, ¿qué soñabas? No te quise despertar y nadie se dio cuenta, parece. -Sí, soñaba...que no te conocía. Martillo, yunque y...silencio mordaz de Diana Guerscovich Mi lengua, espada de doble filo, aún se permite en estos días recordarme que no te ha marcado. Intenso murmullo sobre las hojas del viento, la nota que te aclama: está envenenada Mis ojos, entrambos destella la locura, refulgen sobre la distancia, viéndote alejarte del castigo que supiste ganarte, la marca sobre tu frente: la máscara que hoy te cubre. Mi zurda se empeña, en vano, con el roce de la daga, deseosa de descollarla sobre tu cuello lentamente: el perfume de la muerte. Mi diestra se pertrecha en mi pecho pidiendo auxilio, pero no hay latido real, pernocta un solo latido: es la hora. Los labios, tibios, susurran ese nombre, hechizan los oídos de los sordos mientras los ciegos arremeten con odio hacia ellos, lo ven: tú culpa, la mía. El silencio que atruena los oídos impide el tacto. Un crujir inexplicable de almas que rozaron alguna vez el cielo, hoy se acunan en la miseria de un infierno irreal. Con los sentidos muertos, la cazadora espera su momento. La presa no será eterna. Aunque no oiga, sabe, siente y persiste. Mi lengua, mis labios, mis manos, mis ojos, todo un cúmulo inservible que se regodea vilmente en la postdata: escapaste. Sólo por ahora. Sin sangre se mantiene el cuerpo, es veneno su elixir y su flecha encarnizada. No escapará, no, no, no. Se puede huir pero no esconder. El veneno sabe a miel y supo lamer su cuerpo, por eso…Morirá en silencio, una noche de invierno, cuando el tiempo se detenga y el pánico lo acune, ella llegará a darle fin. Su cuerpo es: su tumba final.
  • 11. III de Diana Guerscovich Desollarse el cuerpo, arrancárselo a tiras las falanges de tierra, no más curvas de sangre Pronto… Piedra eterna: inmolada por el destino. El perfume de Edgardo García En este preciso instante La vida se acompasa Te pido que abrás la puerta A su melodía alegre Y coloqués una cuña para que no se cierre. Entrá descalzo en la danza Dejá tu cuerpo ondularse en el eterno vaivén Es inevitable el dolor Pero hasta en los duros trances Podés notar las gotas De la savia vital del amor Filtrándose. A quienes te rodean mirá En tus seres queridos pensá Tocá lo más puro de su esencia Olvidá sus defectos por un instante Evaluálos favorablemente por esta vez Apreciá su presencia. Como esas tardes de dibujitos Y zapatillas en la vereda picándose Quedarán imágenes de este momento Este momento quedará atrás Y a este momento vas a querer volver. ¡Abrí los brazos, sentí tus dedos Y el contacto del aire Con los poros de tu piel!... ¡Olé el perfume del ahora mismo En el que vive todo tu ser!
  • 12. Para las voces nuevas de Edgardo García A veces no lo logramos, no, comunicarnos como quisiéramos con personas que valoramos. Miramos demasiado adentro nuestro y creemos haber participado en todas las historias. Hablamos sin cesar, permanentemente, y también nuestra mente discurre en agitación y vocerío. No escuchamos. No escuchamos. No escuchamos. Espacio cercado. Las voces nuevas no nos llegan. No bastará con que nosotros nos callemos esperando nuestro turno de soltar la propia voz. Comprender aquello que otros tratan de decirnos implica, además de hacer silencio, la tarea de recorrer a paso lento su relato. Colocándonos en su lugar. Desasiéndonos de la voz de nuestro ego y de las voces de los egos de otras personas con demasiada influencia en nosotros. Voces consolidadas flanqueando el espacio a nuevas voces. Voces consolidadas como una cerca despiadada... Al espacio cercado abrámoslo. Para las voces nuevas. Y para que caiga sobre esas cercas la sincera luz del nuevo sol.
  • 13. LA IRA DE LÚCIFER de Edward Plane Jacob era un buen tío. Siempre cuidaba de sus varias mujeres, y de los hijos de su hermano, Elbren, quien había muerto, y quienes solían enredarse casi de modo permanente en algunas trifulcas por cervezas y otras mujeres. Y así, habría sucedido una vez, que uno de éstos le preguntó sobre lo que siempre se comentó en el pueblo respecto a él, aquello que mantenía a esos mil habitantes bajo la intriga de lo que aquel había logrado por el misterio de unos hechizos. Supuestamente había traído a tierra a Lúcifer una vez, o al menos eso se creía, o algunos vecinos lo vieron esa vez bajo la influencia de algún poder, el día que todo cambió y comenzó a construirse un harén para vivir en él. Entonces le preguntó: -Tío, ¿cómo es que conoces a Lúcifer? Ambos iban sobre un camino de tierra, en la tarde, cortando cardos con una guadaña y una sada, dándole de comer a las liebres, yéndose del harén al pueblo. Jacob se puso muy serio, completamente, pues nunca nadie le había preguntado por ese tema, nunca, y lo miró: -¡No hables así de Lúcifer!, tan sueltamente, y delante mío… -Tuve que vencer a Satán... El sobrino quedó sorprendido. Pero siguieron caminando un rato en silencio, y luego volvió a cargar: -¿Pero cómo es?, yo quiero saber… Y el viejo, medio aturdido, posiblemente por la incisión de las preguntas, se frenó un momento, se puso a pensar mientras el sol le daba de frente cerrándole casi los ojos, y empezó a hablarle hasta terminar: -Solo por causas como la del desamor a la tierra, hijo mío, es que Lúcifer pudiera enojarse con nosotros… -Pero no existe en su razón sentimiento alguno de rencor dado lo innegable de su fuerza para dominar los secretos oscuros del cosmos y de la mente… -Ahora, ya lejos él, en la muerte adormecida que se distingue por el infinito tiempo, pienso en lo que estará haciendo, y fugaces recuerdos debieran también invadirme por todo eso… -Pero seré consciente con vos de que así lo es y lo ha sido siempre, si lo he podido imaginar, es también porque lo vi… -Su ira puede desencadenar el caos, ser algo incontrolable, que trascienda los horrores de los días y de las noches y eso me ha pasado, y que te resultarán miserables al lado de su grandeza o de su extraña belleza… -Pero todo eso ha dejado también de ser, y ya no me importa tanto tampoco… -Él es un indio y me dijo que sólo se enojaría con conmigo cuando los hombres dañen a las mujeres… -¿Y por eso te hiciste el harén? -interrumpió… -¿Eh? –volvió- -Claro, claro… -Claro muchacho, por eso… FIN
  • 14. de Leandro Bohnhoff Oh, espíritus perennes, infundan fuerzas a este corazón herido, que no puede más que cantar sus penas compungido a la orilla de este río. Acérquense todos, quienes se atrevan, una historia dolorosa les traigo a esta vera. Ya tiempo hace, en la crónida lejanía, que un héroe hubo, cuyos dolores fueron muchos. Y aunque la historia no se parezca a la mía, ni en su forma, ni siquiera en su manía, hay verdades que atraviesan las edades. El héroe mirmidón no era otro que el de pies ligeros, el rubio Aquileo, de melenuda cabellera. Su fama era alada, su aura divina, sus hazañas cantadas a diestra y siniestra, todo su ser venerado, aunque olímpico no fuera. Su cuerpo bañado por inmortales aguas, que lo hicieron invencible, salvo por dos tajadas, que pergeñaron al héroe pérdidas mortales. Por un lado, su talón, que lo hacía corpóreamente vulnerable; por otro lado, su amado, cuya pérdida dejó desahuciado. Recuerdo épocas felices del rubio vencedor, junto a su amado Patroclo, su fiel servidor. Antes de una embajada, su mirada se deleitaba, al compás de la canción que entonaba el mirmidón, en el menecíada adorado y por sus besos añorado. Pero finalmente llegó el día en que de sus manos fue arrebatado, bajo sus ropajes ultrajado, maltratado y finalmente matado. El héroe enloqueció de furor, sed de venganza y mal del cor, sus cabellos ciñó, su pecho y cuello golpeó, pues no era su cuerpo, sino su amor, el dañado por las huestes del horror. Y así fue como el héroe llegó a la comprensión de que sempiterno no era, y al deseo de serlo renunció, a pesar de su aura y las gracias de la famosa laguna. Mortal era, no solo porque su sangre en sus venas dejara de correr, sino porque el patrono de su corazón dejara de vivir. De la muerte es el poder igualador, que a todos y todas nos espera con fervor. La ciega guadaña, el fin irreductible e inexorable, que al final del recorrido a todos nos libra de males, en mí, en ti, en él y en aquél, el cisne espera cantar sus finales.
  • 15. Liquis de Celso Rafael Me encontraba en el living del quinto piso del edificio Panamericano, era el departamento en donde vivía. Sentado en un sofá, tomando un café y deleitándome con El primer hombre de Roma versión pocket. Decidí encender la estufa porque el clima estaba un tanto frio. El sofá de cuerina negra estaba dispuesto mirando a la ventana, donde se podía contemplar un cielo gris, aunque no cargado con lluvia que se desplomase sobre la ciudad. De repente, un rugido, no de un animal, un rugido constante, como si fuera una estampida, un ligero temblor sacudía el departamento. La sala no quedó con más luz que la que provenía de la ventana. Se escuchaban gritos desde la calle. Me incorporé alarmado por lo que estaba aconteciendo. Me acerqué a la ventana, me agarré del marco sin animarme a salir a mirar por el balcón. Desde el lado norte, observé cómo se aproximaba una gran masa marrón grisácea que arrasaba con todo lo que encontraba en su recorrido, absorbiendo en su cuerpo todo tipo de cosas, llevándose todo con una fuerza irrefrenable. Podía ver cómo las figuras de personas que intentaban huir despavoridas se perdían en las fauces de esa bestia liquida. Los autos eran levantados como hojas al viento. Arboles, con cortezas anchas, arrancados de raíz o partidos por la mitad por toneladas de agua que realizaban una carrera arrolladora por las calles de la ciudad. Yo contemplaba horrorizado ese espectáculo.- ¿Qué es esto por Dios?-decía mientras, sin noción del riesgo, salí al balcón, atraído por el fenómeno. El corazón empezó a palpitarme desaforadamente, lo que estaba viendo era inconcebible. Era como si estuviera en el cine, mirando una película de cine catástrofe en 3D. Estaba atónito. El pesado cuerpo de un colectivo era ahora un objeto amarillo, contorneándose en esa vorágine de agua, arboles, autos y mas agua. Los edificios, eran fortalezas que resistían el asedio de la naturaleza, pero el agua iba cubriéndolos a cada segundo. La corriente no se detenía, y lo que antes estaba por el lado derecho desde mi perspectiva, ahora se encontraba a unos trescientos metros por el lado izquierdo. El agua iba barriendo, invadiendo todos los recovecos de las calles. ¡Qué desastre por Dios!-escupía en roncas palabras. Veía que varias personas se asomaban a los balcones a observar esta postal de muerte y destrucción en marcha. Se me quedaban grabadas sus caras estiradas de asombro y de terror. Algunos gritaban, otros, como yo, no podían hacer nada más que mirar, choqueados. Mi corazón latía a mil pulsaciones. Sentía como me temblaban los brazos, más allá de esta perturbadora sacudida que generaba el avance del agua, que iba subiendo más y mas, acercando a una velocidad espeluznante a los vehículos hacia los edificios. Cuando me di cuenta de que eran estampillados contra los balcones, retrocedí. Unos, dos tres, cuatro autos que impactaban las paredes, que colisionaban entre ellos, que se amontonan por la estrechez del canal improvisado por la corriente, pero que al final cedían ante este ímpetu aplastante que se apoderaba del asfalto y eran lanzados como proyectiles flotantes o desaparecidos bajo la furiosa superficie. Era inevitable pensar en mi muerte, empezaba a entrar en desesperación. ¿Me ponía a elevar plegarias de salvación como en mis tiempos piadosos? No, con las ideas de Dios que se generaron en mi proceso de madurez, no me podía detener a hacer eso. Me agarraba la cabeza con las dos manos -¡la puta madre que me parió! ¿Qué mierda es esto?- Un torbellino de emociones y pensamientos me invadían, hundiéndome en una obnubilación que me inmovilizaba. Miedo, terror, desesperación, sensación de indefensión, de incapacidad, de que es una terrible pesadilla, o de que estoy fantaseando nada más. Pero el agua queme
  • 16. cubría los tobillos me hizo entender de que era realidad.- ¡la concha de la lora! ¡Me esta llegando el agua y cada vez crece más!- me acordé de que no sabía nadar. Si el agua, a la velocidad en la que estaba subiendo, me cubriera, sería mi fin. No lo sabía en realidad, pero tampoco quería comprobarlo. Así que me dirigí a la puerta principal, tiré del picaporte con una manera torpe y bruta, no se abría. Las putas llaves las dejé, quien sabe dónde. Miré la mesa, no estaban. Fui a mi pieza, miré sobre la estantería, no. Sobre el escritorio, tampoco. Sobre la cama, agarré el juego de sabanas retorcidas y las tiré en donde no me interfiriesen la búsqueda, tampoco estaban. El armario, era inútil. Salí dela pieza, me acordé de mi bolsillo, metí la mano. Ahí estaban. Las saqué. En otro movimiento torpe y desesperado y pensando en una muerte inminente por descarga eléctrica o por ahogamiento me costó abrir la puerta hasta que finalmente lo conseguí. Me di cuenta que el agua estaba llegando cada vez mas rápido en los pasillos, por las escaleras. El ascensor, ni en pedo. Subí como en una carrera olímpica, saltando de a dos peldaños hasta el piso que daba a la terraza. Estaba cerrada ¡la puta puerta estaba cerrada con llave!- ¡Nooooooo, la concha de mi putísima madre y yo que dejé puesta la llave en mi departamento!-dije con rabia. No me quedó otra que bajar, sin importar que el agua estuviese inundando todo. Era eso o me resignaba y me entregaba a la fría y abominable liquidez hasta que mis músculos dejen de tensarse y mis estertores cedan en la lucha. No, bajé, no pensaba morirme sin antes intentarlo. A toda velocidad, descendí por las escaleras en caracol. Temiendo encontrarme con una pared de agua que me absorba y no me deje salir más, en mi frenético descenso, choqué con una mujer que subía. El encontronazo hizo que ella cayera de espaladas al piso, y yo a su lado boca abajo. Me incorporé al instante. Ella, con un gesto semiinconsciente pero el dolor dibujado en su cara seguía en el piso, gemía levemente. Vi que tenía un manojo de llaves en la mano, cerrada fuertemente. Un atisbo de esperanza iluminó mi corazón. En ese mismo momento, todo desapareció en una capa de oscuridad. Se encendieron las tenues luces de emergencia. A mi atención vuelve ese sonido espantoso del agua que con sus suaves y pesados dedos, van impregnando cada milímetro de espacio por los pisos inferiores. Tomé a la mujer, que resultaba ser mi vecina de al lado, doña Lidia. Me agaché, pasé mi brazo derecho por debajo de su nuca, mi brazo izquierdo, por debajo de sus rodillas. La levanté. Afortunadamente era menuda y no pesaba demasiado. Me emprendí de vuelta a la escalada. Ahora, de manera más pausada, pero no sin desesperación. Cada paso era más lento y más pesado. Aun así, logré subir de a dos peldaños. Cuando me di cuenta, doña Lidia tenía colgando el brazo derecho, donde sujetaba el manojo de llaves. El miedo se intensificó mas aún, provocándome una agitación en la respiración, cada bocanada y cada espiración eran como golpes de percusión que resonaban en mi pecho. Mi corazón era una locomotora. Me aterraba la idea de que se le caiga el manojo, o por no encontrar esa llave que nos podría brindar un escape o, al menos, prolongar unos minutos más de vida hasta que el agua no nos deje contemplar el cielo nunca más. Cuando llegué al último piso, la bajé cuidadosamente. La desgraciada seguía teniendo el puño cerrado con el manojo dentro. Podía ver como los nervios la hacían temblar y el color de sus dedos se tornaba amarillo por la contracción de su puño. No se de que manera logré abrirle la mano. Busqué la llave. Gracias al cielo la encontré, la introduje en el cerrojo, le di tres vueltas. Con la inercia de mis torpes maniobras del miedo que tenía, abrí la puerta con tal fuerza que no escatimé en el topetazo que se dio con la pared que los vidrios de la puerta estallaron. No me importó. Tomé a doña Lidia de vuelta en mis brazos y salimos a la terraza. En ese mismo momento, sonó la alarma de mi despertador. Me sentí aliviado. Aun así, cuando levanté el acolchado, me di cuenta de que no estaba del todo seco.