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Me despierto.
Escrito por
Lily Ciprés.
En 1959 un ciclón tropical impactó las costas manzanillenses. El punto de impacto
fue en “La Boquita” la noche del 27 de octubre. Desbastando el puerto de
Manzanillo, así como el pueblo de Minatitlán. Se estiman más de mil muertos. Ha
sido el huracán más mortal del pacifico oriente.
Cuenta mi abuela que el vigilante del Faro de Campos se volvió loco, repitiendo
que habían salido dos bestias, una aventaba chorros de agua, y la otra, bolas de
fuego, Qué mi abuela vio desde lo que quedaba de su casa, mientras trataba de
ponerse a salvo.
Me acerco al espejo y veo mi reflejo caído, hueco, rancio. La cama está vacía.
Hace mucho que la cama permanece vacía. Y es que en realidad no hay nada ni
nadie que llene ese hueco, este hueco en mí. Miro mis ojeras, el gran bulto de mis
ojos. Salgo y doy una vuelta por la solitaria casa, una repasada por el piso helado,
tocando cada mueble en el que he estado.
Mientras camino, me golpean las luces del puerto, del gran puerto de manzanillo
que vi nacer, construirse, crecer. Las luces y el ruido hacen parecer que dentro de
ahí nunca es de noche, nunca se descansa. Vuelvo despacio a mi recamara
aquella que es el centro de la casa, y al cruzar por el medio vuelvo a notar mi
reflejo.
¿Qué ha pasado? ¿Qué le sucedió a la persona que solía ser? ¿En qué momento
mi reflejo cambió?
-No seas ingenua – escuché. Sabes perfectamente cuando cambió, cuando esa
sonrisa dulce se volvió amarga, y tuvo que pasar por mucho. Tienes un pasado,
un esposo, 9 hijos, una vida. Tus ojeras relatan todo.
Respondió una parte de mi interior.
Hay veces que por más que hay preguntas, no habrá respuesta, y muchas veces
no las aceptamos. No hay voces, no hay eco. Ni siquiera en las noches, cuando lo
único que suena es mi respiración, y a lo lejos, el trabajo de las grúas. Creo que
vivo en una era donde no hay deseo, sueños ni ilusiones. Tanta luz que entra por
mi ventana, y la muerte tan obscura que suena.
Pero después de todo, no termino de engañar a nadie. ¿Quién podría creerme
ahora? Por más que me muestre fría, sonriente y fuerte, por dentro me derrumbo.
Cada vez que las cosas marchan mal, sin sentido; cada vez que uno de mis hijos
cae, siento que no puedo sostenerlo, que no pude sostenerlo. Jorge.
Solo soy una niña débil, enojada con la vida, buscando los brazos de su madre.
Los brazos inexistentes de su madre incluso en vida. Y todo esto cubierto por mi
cascara de edad, vivencias, años.
¿Es posible que dos posiciones vivan dentro de una misma persona? En toda mi
vida siempre hay una parte de mí que se arrepiente de cada decisión, de cada
acto, de cada palabra. Si hubiese sido más abierta, más dispuesta, más decisiva.
Tal vez no arrastrara tantas cosas conmigo.
Hay dos cosas vivas dentro de mí, una parte caliente, malvada, el fuego, las
llamas ardientes. Y otra completamente diferente; húmeda, pacifica, agua, chorros
de agua calmantes. Siento las cicatrices bajo mis muslos. Nadie sabe, nadie
sabrá. Mis ojos cansados piden descansar, yo espero deseosa las repuestas, y
espero jamás tener que regresar a preguntarlas.
Siento que mi alma no puede ir más allá de dos colores. El negro denota mi
miedo, el blanco mi fuerza. Pero al revolverlos los dos en mí el resultado es gris,
un color sin esperanza.
Me miro en el reflejo del agua.
Ese elemento con tanta vives, fluidez, y transparencia, incluso en la suciedad. Tal
como el grandioso mar, el órgano más vivo de la tierra. Coloco con cuidado mis
manos en la agarradera de la cubeta a punto de romperse. Llego a casa y dejo en
el piso la cubeta, con mucho cuidado de no derramar nada.
Me doy cuenta que mi padrastro ha dejado otra para mí. Supuse que la dejó él
porque ni siquiera se molestaría en pedírmelo. Sé que es par mi por el tamaño,
cada uno de nosotros carga con lo que puede. Salgo con la cubeta abrazada, mis
manos comienzan a cansarse. Trato de ser fuerte, es mi última carga, aunque sé
que tendré que ayudar a alguno de mis hermanos con la suya.
Debemos seguir el camino de tierra, que ahora se transformó en lodo. Llevo mis
pasos al movimiento que lleva el agua sobre la gravedad. Un balanceo casi
perfecto, como el baile de las hojas en el aire, levantas del sucio suelo. Un, dos,
tres. El balanceo es perpetuo.
Levanto mi cara. A lo lejos veo en la entrada a mi madre mirándome. Allí, parada,
ella con su falda deshilada y sus facciones perfectas, tristes y apagadas pero no
dejaban aquella perfección. Mi madre… Esa mirada dulce y firme, esos gestos de
amor y horror, esa mujer vivaz y apreciativa, esos brazos fuertes que iluminan
cualquier camino. Mi madre y sus abrazos. Esa mujer que me dio vida y me la da
en cada mirada. Como me gustaría solo lanzarme en sus brazos y llorar como un
bebé, olvidar todo. Olvidarlo todo.
Ella baja la mirada, sé que no puede mirarme de frente. Sé que aquel hombre que
grita hambriento no es mi padre. Y nada cambiará esta mala situación. Mi interior
se rompe en dos.
Por un lado, defiendo a mi madre porque tal vez sufrió, tiene sus razones para
callarse y no tengo ni idea de el porqué de sus decisiones ; por otro lado, el no
darme un padre, un lugar, una luz, el no darme una familia, una simple
explicación, sólo me hace sentir más insignificante de lo que soy. ¿Qué daño le
pude hacer yo?
Termino mi camino. Entro a la casa. Y dejo caer la cubeta en el suelo de tierra. No
hay mucho que ver o aire que respirar.
-¡Mira estas manos! ¿Cuántas veces tengo que repetirlo? Tienes que…
Al escuchar los gritos mi cabeza solo se pone en blanco, mis oídos se hacen
sordos, y mi boca muda. Prefiero dejar de pensar, hasta que vuelva a
desaparecer. Hasta que aquel hombre alto, mugroso, borracho, decida dejarnos
libres de su horrible existencia, que no trae ningún beneficio a esta casa.
Recuerdo que un día le respondí, decidí que ya era momento de dejar de estar
callada. Era un poco tarde, el atardecer se ponía, había ayudado a mi madre a
hacer algunos pedidos de tortillas, y mis manos estaban muy cansadas, sucias y
solo querían descansar al igual que yo. Pero alguien tendría que limpiar a Jorge.
Mi madre no se encontraba, pues fue a repartir los pedidos. Jorge lloraba. Jorge
gritaba. Jorge no entendía. Jorge solo cállate.
Mi padrastro gritó algo sobre el niño, pero yo me rendía completamente a
limpiarle. Mis manos estaban bastante calientes como para mojarlas. Pues los
dolores por las noches eran más fuertes que esos gritos incontrolables.
Hice caso omiso a aquellos gritos, me negaba a hacerle caso a una autoridad que
no escuchaba. Entonces saque el único reclamo del cual podía deducir tenía yo la
razón.
Él no era mi padre, carecía de trabajo, solo nos exigía, pero no podía ni cuidar a
su propio hijo. Así de simple se lo solté. Todo sucedió tan rápido, solo recuerdo un
chillido mío. Una lágrima resbala de mi mejilla al recordar los golpes, el dolor, la
sangre hirviendo en mi interior. El ardor de donde su cinto rozaba mi piel, donde
aún duele recordar, donde aprendí que las peores cicatrices no son las que se
notan, si no las que aún se sienten.
Seguía escuchando sus gritos, tomo mis manos con fuerza y me mostro la
suciedad con las que las llevaba. Las puso justo al frente de mi nariz. Solo
cerrando los ojos podría no verlas. Pero yo podía notar algo más que mugre,
estaban ligeramente rojizas. Mis manos punzaban, dolían, crispaban de dolor.
Pero todo mi cuerpo no tardo en ponerse del mismo modo al oír tales gritos.
-… Debes poner el ejemplo a tus hermanos. Por Dios.
Me soltó.
Fue un alivio no caer en el suelo como otras veces. Pero al menos en esas veces
alejaba mi mente del lugar Yendo a limpiarme y sacudirme. Ahora solo pienso en
todo lo que ha pasado, y las razones que tengo para ser fuerte. Razones que
transforman mi corazón en piedra.
Sacudí mis manos y salí de la casa.
Solo camine, solo caminaba. Justamente solo eso hacía, hasta encontrar una vista
preciosa. Una vista al inmenso mar. -El cielo, sus colores claros llenos de fuerza,
sus extrañas formas que me daban en algo que pensar; el mar, con su oleaje lleno
de vida, y aquella melodía de sus olas. Todo el paisaje era maravilloso. Este era
el paraíso donde huía a llorar mis corajes, y mis penas. Pensaba que el mar
estaba lleno de lágrimas mías.
Aquí prefería llorar y lamentarme, en un lugar hermoso, en el cual tal vez desee
más de un vez morir. Donde las flores caían de manera natural. Donde en el ruido
se podía notar oleaje, pajarillos, y mi respiración.
Pero tenía que regresar. Mi madre me necesitaba, y yo a ella. De una manera
reciproca ambas nos hacíamos fuertes. Algo extraño. Pero oportuno.
Recordar el camino era una tarea algo complicada. Usualmente en los cerros no
hay un camino fijo que seguir, y si lo hay, la naturaleza misma busca como
destruirlo. Pero ver tal paisaje desde esta altura es algo completamente hermoso,
que había que pagar de alguna manera.
Después de mucho caminar, llego a casa. Mi madre aún no estaba pero no
tardaba en hacerlo. Así que me propuse a esperarla. Mire a mí alrededor. ¿Cómo
es posible vivir en un sitio así? Sin espacios, ni privacidad. Aquí no hay libertad.
Preferiría vivir fuera como un perro. Pero, ¿Quién le ayudaría mi madre? ¿Quién
se preocuparía por ella? ¿Cuál de mis hermanos le miraría con la misma fuerza
que ella mira para no derrumbarla? ¿Cómo puedo pensar así? ¿Cómo llegue a
pensar en esto? Supongo que a veces no se puede huir de los pensamientos, y
menos de los pesimistas y negativos.
El ruido que produce mi madre al entrar hace que olvide lo que estaba pensando.
Me levanto de estar sentada y voy a ayudarle en lo que pueda. Noto que trae
consigo una cubeta llena de suero de leche.
-Hoy comemos frijoles. Ayúdame a calentarlos.
Respondo un si con la cabeza, y comienzo a preparar la olla para calentarlos.
Prendo el fuego y coloco todo en su lugar. Cuando las cosas comienzan a
calentarse mi madre se hace cargo. Me muevo a un lado, ella sabe que me
encanta ver el fuego; como acaba con todo, y como todo eso se entrega a él sin
queja, sin poner duda.
A veces quisiera ser fuego que acaba con todo.
A veces quisiera ser la primera llama que propicia al desastre.
¿Cómo ser la destrucción de lo que amas, y vivir con eso de por vida?
Terminando de calentar aquello procedemos a hacer la masa para las tortillas.
Acarreo la cubeta con el nixtamal y comienzo a ponerlo en el metate para hacer la
masa. Con cuidado, de tirar ningún grano. Tenía un poco de resistencia el maíz,
pero nada que no haya hecho antes.
La masa comienza a tener forma muy lentamente y mi madre comienza a hacer
las pequeñas bolitas mientras espera que la leña tome fuego para calentar el
comal. Lo cual no tarda demasiado, y ella comenzaba a tortear. Como yo no era
muy buena en eso, mi trabajo consistía en voltear las tortillas ya que se inflaran de
una vez. No era difícil aquello, distraía mi mente de todo lo que sucedía alrededor.
Vuelta, aplastar, vuelta.
Vuelta, mis dedos se queman, vuelta.
Vuelta, mi estómago ruge, vuelta.
Vuelta, aplastar, vuelta.
Era algo tan rutinario que no necesita esforzarme mucho. Aunque a mis dedos les
costó trabajo acostumbrarse al fuego. Después que todas las tortillas terminaran
de inflarse y fueran sacadas del comal, mi madre preparaba el queso que sacaba
del suero. Lo trae de un corral de vacas, le regalan el suero en una cubeta y ella lo
pone a hervir hasta que suelta la nata. De donde proviene nuestro delicioso queso,
ella aprendió de su madre, y yo aprendo de ella.
Cuando termina de prepararlo, sirve los platos y todos nos disponemos de nuestra
ración de frijoles, queso y una taza de café. Mi estómago ruge con fuerza, al caer
el café hace que se asienten los retorcijones y como lo más lento posible,
aprovechando cada bocado, cada parte de mi lengua saboreando. Cada parte de
mí disfrutando la comida.
Observo a mis hermanos detenidamente. Ha crecido lo sufriente para entender
tantas cosas. José, el mayor de todos ellos. Quien casi me rebasa pero mi altura
es bastante respetable. Aunque él es un poco chico para hacer todo lo que yo
hasta ahora hago, José no deja que toquemos sus cosas, siempre que cae se
sacude y se levanta. Aprendió a no llorar, pues supo que hay días en los que
nadie te levanta.
Después de él sigue Nacho, el más regordete y chillón de todos. Su color moreno
obscuro hace aclamación a su padre. Que entre todo lo horrible fue mejor que
hasta ahora solo comparta eso con él. Nacho vivió mucho tiempo siendo el
consentido. Hasta que nuestra hermana llego. Carmen.
Carmen es como mi madre, pero en el rostro lleva facciones de su padre, y en el
carácter es muy similar a él. Aunque pensándolo bien a mi madre no tiene gran
parecido, creo que tiene gran parecido a su abuela. Su cabello rizado y fino, le cae
sobre la espalda como si siempre lo estuviera cuidando. Y aquellos enormes ojos
cafés, que antes de aprender a callar, decían más que todo su lloriqueo.
Y ahora esta Jorge, el menor. Tiene al menos 7 meses. Este es el único de todos
nosotros que tiene la misma cara de mi madre. Esos ojos, esa misma mirada. Casi
no llora, pero cuando llora, hay que acudir a su llanto.
Miro como mi madre le da de comer en la boca a Jorge, y como esté la tira. Puede
o no saber lo que hace. Parece un tonto. Me pregunto si así me veía de pequeña,
o si así mi madre me alimentaba. Posiblemente si, y posiblemente no. Pero era
mejor echar los bocados por cuenta propia.
Mi padrastro llega. No me di cuenta que no se encontraba con nosotros. Ahora
entiendo porque la casa se notaba un poco menos repulsiva. Comenzó a
contarnos que los vecinos le contaron sobre una tormenta horrible, una tormenta
grandísima que se acercaba por el sur. Pero como es típico en él, llega a exigir de
comer. Mi madre se para para servirle, y Jorge comienza a llorar.
A todo esto me espanté. Primero porque casi nunca las lluvias eran llamadas
“horribles” y segundo, porque nuestro techo no resistiría cualquier cosa llamada de
esa manera. Al parecer no era la única que pensaba de esta manera, mi
padrastro, al terminar de comer, comenzó a amarrar lo que pudo. Yo movía a mis
hermanos de un lado a otro. Podía escuchar fuera algunas aves, pero ningún
trueno que detonara la tormenta.
-¿Estas segura que lloverá? Pregunte a mi madre.
-Solo ve a cuidar a tus hermanos mientras reforzamos esto, si viene o no, tenemos
que hacer esto.
Fui a calmar a mis hermanos. Pero la más nerviosa entre nosotros era yo.
Presentía las cosas con un aspecto casi irreal. Mi padrastro tardo demasiado en
ajustar el techo de lámina. Se colgaba de él. Se aferraba a lo que tal vez era lo
único que tenía.
La casa comenzó a hacer estruendo, y sentí que estábamos navegando. Pero
luego recordé que era simple lluvia ¿Cómo se hizo tan fuerte? ¿El agua es capaz
de destruir tanto como el fuego? Recordé que tenía que sostener a mis hermanos
con más fuerza.
Recosté a cada uno, sin poder ver sus rostros. Los relámpagos eran imposibles de
ignorar, las rachas de viento y luz entraban con tanta facilidad a la casa y a los
ojos cerrados.
Trate de caminar por el gran cuarto a lo que llamamos casa. Jorge comenzaba a
llorar. Jorge. Mi madre y mi padrastro no lo podían atender ¿Qué otra podía hacer
yo? Camine muy lento sin tirar nada, ignorando mi propia existencia. Lento, un
paso a la vez, como el movimiento perpetuo del agua de la cubeta, pero esta vez
el agua se vengaba tirando de arriba. Y yo sin poder detenerla.
Veo, cuando los truenos hacen entrar a la casa algún signo de luz, que mi meta
está cerca. Me quedo pegada a la pared, lento, sin apresurar nada. Usualmente
mis hermanos gritan cuando suena un trueno. Pero trato de ignorarlos ¿Cómo
creen que aquello les haga daño? ¿Cómo creen que yo dejaría que aquellos le
hiciesen daño?
Escucho un quejido no muy fuerte, mi padrastro no podrá retener nuestro techo
por mucho tiempo. O al menos no esta noche. Tal vez hoy no toque dormir
abrigados por las estrellas, si la lluvia decide irse claro. Si no lo único que nos
cubrirá será aquella agua que golpea la casa con fuerza, y eso no es cubrir.
Sigo caminando tocando la pared, cada vez que entra un trueno me desequilibrio.
Hace demasiado ruido, demasiado estruendo. Es como si reclamara algo ¿No solo
puede venir por lo que quiere e irse?
Trato de recordar que así comencé a caminar, así comenzamos todos. Despacio,
con miedo, lento. Me imagino a mí de bebé, tan pequeña como Jorge. Hace
apenas unos cuantos años. Imagino que tenía el mismo aspecto, la misma piel. El
mismo carácter. Y la misma madre.
Mi madre.
¿Cómo sería vivir con un bebé y sin nada más? Y aun así le reclamo el nombre
de mi odioso padre.
¿Cuantas veces me habría caído? Supongo que ni siquiera ella lo recuerda. En
esta vida caemos tantas veces. Es mejor no contarlas. Mis pies requieren más
rigidez que esta. Pero me comienzo a marear antes de llegar mi destino. Siento
que voy a caer, pero este no es ese día. Llego a donde esta Jorge, y primero
escucho un horripilante ruido. De esos que te provocan querer cerrar los ojos y no
volver a abrirlos, de esos que hacen que tu corazón tiemble.
De pronto, vi a mi madre por un momento al lado de mi padrastro, y luego ya no.
Ya no estaba. A su paso solo se encontraba tierra, lodo, arena y ladrillos. Sentí mil
y una cosas en ese momento. Miedo, terror, curiosidad, ira.
¿Cómo salvo a todos?
¿Cómo saco a mi madre de allí?
¿Qué haría yo sin ella?
¿Qué haría él?
¿Qué haría mis hermanos?
Recuerdo que yo iba por Jorge. Me apresuro lo más que puedo. Con tantos
nervios alterados mis pies fallan a cada paso. Pero la distancia ahora es muy
corta. Lo encuentro llorando, enflaquecido, miedoso. ¿Podrá saber ya lo que está
pasando? ¿Sabrá que sus padres no pueden protegerlo?
No importa si lo sabe. Tengo que salvarle.
Trata de tomarlo pero otro retumbado llega. La casa crispa. La cas tiembla. Yo
tiemblo. Mi padrastro grita a mi madre.
-¡¿DÓNDE ESTAS?!
¿Sabrá ya él que su vida será aún más inexistente sin ella?
Yo lo sé.
Sus gritos son desesperados, aislantes. Hace que quiera taparme los oídos con
mis manos, pero tengo que ir por Jorge. Se escucha otro gran estruendo detrás de
mi cabeza, al lado de la casa. Diablos.
¿El cielo se caerá hoy? –Pienso-
Miro hacia arriba y veo el techo a la mitad. Las tejas de la parte de la cocina y la
cama son las únicas que quedan. Todo lo demás esta desprotegido. Todos
estamos desprotegidos.
No solo falta la mitad del techo. La casa se encuentra sin una pared, y sigue
destruyéndose. Y mi hogar se encuentra sin centro. ¿Dónde está mi madre?
Mi madre…
Trato de recordarla. Busco en mi mente mi primer recuerdo de ella. Mi primera
risa, su primera risa conmigo. Solo veo a una mujer joven, hermosa. Una gran
casa, y lo que supongo era mi abuela.
Hay mi abuela. No era igual a mi madre, ella saco a la familia de su padre. Mi
abuela era de esa gente mala, pulcra, sin esperanza de que cambie. Con el
tiempo se volvía más amarga. Hasta que un día dejo de hacernos amarga la vida
a nosotros.
Siempre sospeche que ella era la responsable de que mi padre no estuviera
conmigo. Como hay veces que nuestra propia sangre nos hace daño. Como hay
veces que prefieres nacer huérfano, sin nada ni nadie a tu alrededor. O
simplemente no nacer.
También recuerdo una gran casa, una inmensa casa. Blanca, con mucha
iluminación. Pero ahí vivían las personas más detestables del mundo. Ahí este
corazón de carne se convirtió en piedra. Y a veces, muchas veces, solo necesita
llorar.
Un día mi abuela murió, nos libró de toda esa maldad que la retorcijaba. Pero crio
hijos como cuervos. Al cual más quería la propiedad. En aquella casa vivían dos
hermanas de mi madre. Y ella. Todos trataban de ayudarle, pero con el tiempo mi
abuela se hacía más grosera, y siniestra.
A lo que he intentado descifrar, mi abuela trajo a mi madre a vivir aquí cuando
salió embarazada. Sin ni siquiera dejar que mi padre hablara. O eso es lo que yo
escucho, y lo que yo quiero creer. Pero a veces mi abuela me contaba cosas
acerca de él.
Según ella no me quería, nunca me quiso. Y todo porque mi madre y él nunca
estuvieron juntos en realidad. No quiero pensar así de él. Y rotundamente me
niego a pensar así de mi madre.
Entonces cuando todos comenzaron a pelearse por aquella horrible casa, mi
madre decidió irse. Alejarse. Y vino a parar a esta pocilga. Con ese hombre que
no para de buscarla. Tal vez mi madre se quedó aquí porque está acostumbrada a
vivir en medio de gritos, golpes y mugre. Tal vez se quedó con él porque este
hombre si la busca. Y mi padre nos abandonó.
No, no.
Yo no nací con un padre.
A mí nadie me abandono.
Ahora preferiría ser hija de mi padrastro, aunque me trate horrible. Él nos necesita
más de lo que nosotros a él.
Y él la necesita a ella. A mi madre…
¿Dónde está?
Algo golpea mi cabeza, mi cuerpo. Algo pesado, con un olor asfixiante. Trato de
levantarme pero se sume en mi cabeza. Mis pies no encuentran suelo. Y los gritos
y los truenos no dejan pensar mi mente.
Algo me saca de todo ese lodo. Reconozco al hombre, pero no sus ojos. No esos
ojos de que están perdiendo más de la cuenta. No esos ojos que lloran y flaquean.
¿Dónde está el hombre que me grito esta misma tarde?
Me siento mareada y nada puede mejorar. Dudo que mejore.
Me toma de los hombros, con sus manos firmes y me habla muy rápido. Solo
consigo descifrar –Jorge, sígueme, vámonos-.
Busco a Jorge. Y lo tomo en mis brazos, ésta despierto, llora, pero está vivo. Mi
pequeño Jorge, prefiero recordarlo así. Llorón, berrinchudo, con esos hoyuelos en
sus mejillas.
Veo a lo lejos a mi padrastro con mis tres hermanos. Pero esa imagen se hace
más lejana cada vez que camino. Trato de gritar, pero ahora sé que el cielo no
puede caerse, el cerro sí.
Caí.
Busco con mis manos alrededor.
Jorge, Jorge, Jorge.
La lluvia parece imparable, los truenos siguen, y yo no encuentro a mi hermano.
Desapareció justo como mi madre. Un segundo estaba a mi lado, y después la
tierra se la llevo. Se los llevo. Mi pequeño. Mi madre…
En mi interior se siente un gran peso. ¿Cómo es posible que siempre me pase
esto? Comienzo a gritar, mi alma se rompe. ¿Por qué no abrace a mi madre esa
tarde? ¿Por qué?
Mi alma se desagarraba con cada grito. El cielo no dejaba de rugir. Y pensé que él
gritaba con migo. Me tire al suelo. Tomaba la tierra con las manos, buscando a
Jorge, buscando a mi madre, buscándome a mí.
No estaba, no estaban, no estaba nadie. Nadie. La palabra hizo que me enfriara
por dentro, y todo el frio que sentía paso a mi interior. No había con que cubrirse,
ni estrellas para contar.
Tome el lodo. Ese mismo lodo que mi madre, y Jorge, abrazarían hasta la muerte.
Yo también lo abrace.
Otro rugido enorme paso por encima de mi cabeza. Pensé que sería más lodo.
Pero no. Chorros de agua se veían bajar del cerro. Lo que se suponía era la calle.
¿En qué momento la lluvia tomo tanta fuerza?
Pero el ruido lo tenía el cielo, esos rayos, esas luces. La noche es obscura pero
lucha con su propia obscuridad. ¿Dónde he escuchado eso?
Me di cuenta que aquello no era un rayo. Los rayos no tienen forma de esfera. Los
rayos son líneas delgadas. Aquello era una bola de luz, de fuego.
Me pare para poder apreciarla bien. Estaba segura de lo que veía.
Olvide a Jorge, a mi madre. Lo olvide todo. Comencé a caminar. Trata de seguir
el camino de aquellas esferas. El lodo estaba pesado. Pero tenía que ir con
cuidado porque no solo a mi familia arrastro. Podía ver en el suelo pedazos de
casas, de familias, de historias.
Pisaba con cuidado, una de esas familias era la mía.
Es la mía. –Pensé-.
El camino se hizo largo. Las esferas cambiaban de lugar. Pero a cada paso se
veían más grandes, podía sentir ese calor. Ese calor que irradiaba. Aun lo puedo
sentir.
Mientras caminaba preguntando me sobre que producía tales cosas, alejaba todo
tipo de preguntas sobre lo ocurrido. Callaba mi alma. Aclamaba mi olvido. Debía
de seguir. Debía de ir a desaparecer la obscuridad. Por el camino, que parecía
todo menos un camino. Lo descifraba para mí, como si pasos supieran a donde ir.
MI cuerpo se balanceaba en un movimiento perpetuo, entonces recordé el agua
de la cubeta esta tarde.
-Movimiento perpetuo.
Pensé.
Seguí caminando. Mis pasos me llevaban a mí. Es como si mi conciencia quisiera
desaparecer. Entonces el camino se acabó. No había como seguir. El lodo hacía
imposible ir.
Luche contra aquella tierra mojada. –Es solo tierra- pensé. Pero era la misma
tierra que tenía atrapada a mi madre y a Jorge. Mi madre…
Aleje de mí estos pensamientos. Y seguí cruzando cada cosa que no me dejaba
avanzar. Seguí, seguí, seguí. Seguí ignorando mi existencia. Seguí tratando de
olvidar lo que estaba dejando atrás.
Los tambores que el cielo hacía sonar me daban un ritmo que seguir. Cada rayo,
un capricho del cielo, hacía que bajara mi cabeza. Si el cielo decide romperse hoy,
que lo haga, ya me ha quitado mi hogar.
Varias lágrimas cruzan mis ojos, Debo diferéncialas del sabor de la lluvia. De una
lluvia acida, amarga, triste, devastadora. No muy diferentes a mis lágrimas
saladas. Mis ojos comenzaron a arder, y me propuse a no llorar. Aguanto más,
agente más, lo hago.
Después de mucho tropezar, resbalarme, seguir, llorar, y alejar todo tipo de
recuerdo de mí. Llegue al lugar donde nacía todo aquel estruendo. El cerro
ladeado, y el mar casi por un lado. Me preguntaba si el guardia estaba en el faro.
Pero no se veía signos de vida ahí. Salvo el de dos cosas.
Animales.
Monstros.
Criaturas.
Aquel espectáculo era maravilloso.
Eran dos criaturas enormes. En mi vida había visto criaturas tan grandes. Se
asemejaban mucho entre sí. El cielo seguía relampagueando y solo se podía
apreciar el reflejo de sus sombras. La luz del faro no fue apagaba pero al dar
vueltas solo hacia equivocarme en el número.
¿Eran dos? ¿O tres?
Vi de pronto una bola de fuego, Una llama salir de la boca de aquella bestia. Vi
como atacaba a su contrincante. Con sus grandes pezuñas y su hocico. Pero el
otro apagaba su fuego con agua. Grandes chorros de agua salían por la otra
bestia, que retenía un poco el fuego, hasta que la garganta de la criatura pudiera
producir más.
Eran enormes, más grandes que una casa, y que cuatro personas. Su piel parecía
de lagartija y cuando la criatura de fuego lanzaba llamas, su cuello se volvía rojizo.
Tenían cola, la criatura de agua derrumbaba a la lanza llamas con su cola. Creo
que le quemo algo. No alcanzo a distinguir mucho. El cielo y el mar, daban un
increíble fondo a la batalla.
Y eso me hizo recordar los atardeceres en la playa. Como el sol es vencido por el
tiempo ante el mar. Y al final todo se vuelve oscuro, hasta el amanecer.
¿En esta guerra habrá un amanecer? Supongo que no, pero aquel espectáculo
envuelve mis pensamientos. Una garra, otra, y otra. Ya no se quien ataca a quien.
El moviente de estos animales es grotesco. Me exalta su pelea, me proyecto en
ella.
Cada golpe, cada caída, cada arañazo. Siento lo que ellos sienten. Salvo que yo
he perdido más que fuerza y sangre.
El lanza llamas se hace para atrás con suavidad y las bolas de fuego caen
alrededor, no solo en su lugar. Si no, en cualquiera. Me hace pensar que no quiere
matarlo. Solo quiere el control. Quiere hacerle sentir miedo para controlarlo.
Miedo.
Control.
¿Dónde queda la esperanza?
Solo veo el color gris pintar mi vida.
Las bestias siguen jadeando. La criatura de agua toma aire, si se supone que
respira. Y lanza una gran cantidad de agua sorprendente. Toda el agua cae en la
lanza llamas. Veo un poco de humo y un olor a algo quemado.
¿El agua es lo que quema al lanza llamas?
Que extraño.
Se retuerce y comienza saltar. El agua se evapora de su cuerpo. Esta listo para
atacar. Pero esta vez ataca sus pies, su cola. La criatura de agua cae al suelo.
Tanto a él como a mí nos quema el fuego.
Siento en mi piel el agua de la lluvia, junto con el aire, el frio se denota.
¿El frio quema tanto como el fuego?
Al menos el fuego es rápido.
Pero tu cuerpo se entrega poco a poco al frio, a la soledad.
Miro el espectáculo, es imposible concentrarse en cuando frio puedo llegar a tener
teniendo a aquellas cosas enfrente. Siguen siendo hermosas, descabelladas. ¿De
dónde salieron?
De pronto quise regresar, y decirles a todos lo que estaba viendo. Preguntar si
alguien lo había visto antes. Mi curiosidad lleno mi ser.
Pero al voltear me di cuenta que no había manera de regresar.
Los árboles se habían caído, uno a uno.
La tierra estaba floja y mojada, si pisaba por encima de ella me hundía en su
interior.
Me hundiría como mi madre…
Entonces escuche un rugido. Una de las bestias ataco a la otra. Por un segundo
no se ve ni fuego, ni agua. Y vuelvo a pensar en mi madre. En que la deje ahí en
medio de la tierra. Que ni siquiera la busque, que ni siquiera pude salvar a Jorge.
¿Cómo se suponía que le dijera esto?
La criatura lanza agua volvió a lastimar al lanza llamas. Aquello que sacaba por
la boca era tan dañino como el fuego en su piel. Tal vez el lanza llamas estaba
hecho de fuego.
-Ella te dejo. –Pensé- Te dejo el día en que decidió tener más hijos, incluso ese al
que acabas de matar.
Una racha de culpabilidad inundo mi ser. El lanza llamas quemo una garra del
lanza agua.
-Ella, ella me quito mi padre. Dije. La culpabilidad se fue y la criatura lanza fuego
no tuvo ningún reproche en atacar al otro.
Pero entonces recordé todo lo que ella había hecho por mí. Todo el esfuerzo, las
veces que me defendió de mi abuela. Todas las veces que me defendió de todo.
Entonces la bestia lanza agua ataco aun con la cara desfigurada.
Comencé a llorar.
Solo quise desaparecer.
Pero mis pensamientos estaban tan vivos.
Miles de recuerdo inundaban mi mente. Las veces que ella no me creía, las veces
que me defendió. Las veces que se quitaba de la boca su bocado para dármelo a
mí. El cómo salió a adelante siendo una madre soltera. Todo.
Los monstros que tenía al frente peleaban, yo peleaba con mis pensamientos. Un
golpe tras otros. La única herida ahí era yo. La única que al parecer sentía.
Aquellas cosas no dejaban e hacerse daño.
Se comenzaron a desfigurar.
Perdieron su forma monstruosa.
Cada vez se parecían más a mí.
Llego un recuerdo a mí, el día que aquel horrible hombre me dijo quién era mi
padre. Y por qué no estaba conmigo. ¿Qué derecho tenía mi padrastro? ¿Quién le
dio el derecho de “educarme”? ¿Quién?
-Tu madre.
Dije. Respondiéndome a mí misma.
Mi madre…
Ella me dio un hogar maldito. Imposible llamarlo hogar. Ni casa. Ni siquiera
vivienda. Ahí no se podía vivir.
El lanza llamas derrumba a la criatura de agua.
Me doy cuenta que aquel lanza llamas era mi fuego interno. Y que la criatura de
agua era mi agua interior. La otra parte.
-¡No!
Grite sacando hasta mis órganos, y todo lo que quería reclamarle a la vida.
-No, no, no.
Ya había perdido demasiado.
Pero no fue suficiente. Mi fuego fue más grande que mi paz. Fui la llama que se
destruyó a sí misma. Vi como el lanza fuego terminaba con el lanza agua. Toda la
batalla que vi, fue mía. Todo lo que vi afuera, en realidad estaba adentro.
La bestia movía su cabeza de un lado a otro, atacando al lanzar agua sin piedad.
No me di cuenta cuando comencé a llorar, cuando quise parar con esto.
-No detente, detente. Grite. Mi interior comenzó a quemarse igual.
Me despierto.
Debería dejar de tener pesadillas a esta edad. Deberían mis horas de sueño ser
mi práctica para mi inminente muerte. Vuelvo al espejo. Recuerdo aquel día.
Desperté junto al cuerpo sin vida de Jorge.
Jorge.
Ahora lo veo en cada rostro de mis hijos, de mis nietos.
No volví a ver mi padrastro nunca. Pero sabía, a pensar de la distancia que los
dos extrañábamos con el mismo fervor a la misma mujer. A los mismos brazos.
Mi madre. Lo siento.
Mas lagrimas recorren mi cara marchita.
Me recuesto en mi cama como aquel día en la tierra. Buscando los brazos de mi
madre. Aquellos brazos que me dan vida. Buscando su perdón.
Me quedo profundamente dormida.
Cuento me despierto.

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Cuento me despierto.

  • 3. En 1959 un ciclón tropical impactó las costas manzanillenses. El punto de impacto fue en “La Boquita” la noche del 27 de octubre. Desbastando el puerto de Manzanillo, así como el pueblo de Minatitlán. Se estiman más de mil muertos. Ha sido el huracán más mortal del pacifico oriente. Cuenta mi abuela que el vigilante del Faro de Campos se volvió loco, repitiendo que habían salido dos bestias, una aventaba chorros de agua, y la otra, bolas de fuego, Qué mi abuela vio desde lo que quedaba de su casa, mientras trataba de ponerse a salvo.
  • 4. Me acerco al espejo y veo mi reflejo caído, hueco, rancio. La cama está vacía. Hace mucho que la cama permanece vacía. Y es que en realidad no hay nada ni nadie que llene ese hueco, este hueco en mí. Miro mis ojeras, el gran bulto de mis ojos. Salgo y doy una vuelta por la solitaria casa, una repasada por el piso helado, tocando cada mueble en el que he estado. Mientras camino, me golpean las luces del puerto, del gran puerto de manzanillo que vi nacer, construirse, crecer. Las luces y el ruido hacen parecer que dentro de ahí nunca es de noche, nunca se descansa. Vuelvo despacio a mi recamara aquella que es el centro de la casa, y al cruzar por el medio vuelvo a notar mi reflejo. ¿Qué ha pasado? ¿Qué le sucedió a la persona que solía ser? ¿En qué momento mi reflejo cambió? -No seas ingenua – escuché. Sabes perfectamente cuando cambió, cuando esa sonrisa dulce se volvió amarga, y tuvo que pasar por mucho. Tienes un pasado, un esposo, 9 hijos, una vida. Tus ojeras relatan todo. Respondió una parte de mi interior. Hay veces que por más que hay preguntas, no habrá respuesta, y muchas veces no las aceptamos. No hay voces, no hay eco. Ni siquiera en las noches, cuando lo único que suena es mi respiración, y a lo lejos, el trabajo de las grúas. Creo que vivo en una era donde no hay deseo, sueños ni ilusiones. Tanta luz que entra por mi ventana, y la muerte tan obscura que suena. Pero después de todo, no termino de engañar a nadie. ¿Quién podría creerme ahora? Por más que me muestre fría, sonriente y fuerte, por dentro me derrumbo. Cada vez que las cosas marchan mal, sin sentido; cada vez que uno de mis hijos cae, siento que no puedo sostenerlo, que no pude sostenerlo. Jorge. Solo soy una niña débil, enojada con la vida, buscando los brazos de su madre. Los brazos inexistentes de su madre incluso en vida. Y todo esto cubierto por mi cascara de edad, vivencias, años. ¿Es posible que dos posiciones vivan dentro de una misma persona? En toda mi vida siempre hay una parte de mí que se arrepiente de cada decisión, de cada acto, de cada palabra. Si hubiese sido más abierta, más dispuesta, más decisiva. Tal vez no arrastrara tantas cosas conmigo.
  • 5. Hay dos cosas vivas dentro de mí, una parte caliente, malvada, el fuego, las llamas ardientes. Y otra completamente diferente; húmeda, pacifica, agua, chorros de agua calmantes. Siento las cicatrices bajo mis muslos. Nadie sabe, nadie sabrá. Mis ojos cansados piden descansar, yo espero deseosa las repuestas, y espero jamás tener que regresar a preguntarlas. Siento que mi alma no puede ir más allá de dos colores. El negro denota mi miedo, el blanco mi fuerza. Pero al revolverlos los dos en mí el resultado es gris, un color sin esperanza. Me miro en el reflejo del agua. Ese elemento con tanta vives, fluidez, y transparencia, incluso en la suciedad. Tal como el grandioso mar, el órgano más vivo de la tierra. Coloco con cuidado mis manos en la agarradera de la cubeta a punto de romperse. Llego a casa y dejo en el piso la cubeta, con mucho cuidado de no derramar nada. Me doy cuenta que mi padrastro ha dejado otra para mí. Supuse que la dejó él porque ni siquiera se molestaría en pedírmelo. Sé que es par mi por el tamaño, cada uno de nosotros carga con lo que puede. Salgo con la cubeta abrazada, mis manos comienzan a cansarse. Trato de ser fuerte, es mi última carga, aunque sé que tendré que ayudar a alguno de mis hermanos con la suya. Debemos seguir el camino de tierra, que ahora se transformó en lodo. Llevo mis pasos al movimiento que lleva el agua sobre la gravedad. Un balanceo casi perfecto, como el baile de las hojas en el aire, levantas del sucio suelo. Un, dos, tres. El balanceo es perpetuo. Levanto mi cara. A lo lejos veo en la entrada a mi madre mirándome. Allí, parada, ella con su falda deshilada y sus facciones perfectas, tristes y apagadas pero no dejaban aquella perfección. Mi madre… Esa mirada dulce y firme, esos gestos de amor y horror, esa mujer vivaz y apreciativa, esos brazos fuertes que iluminan cualquier camino. Mi madre y sus abrazos. Esa mujer que me dio vida y me la da en cada mirada. Como me gustaría solo lanzarme en sus brazos y llorar como un bebé, olvidar todo. Olvidarlo todo. Ella baja la mirada, sé que no puede mirarme de frente. Sé que aquel hombre que grita hambriento no es mi padre. Y nada cambiará esta mala situación. Mi interior se rompe en dos. Por un lado, defiendo a mi madre porque tal vez sufrió, tiene sus razones para callarse y no tengo ni idea de el porqué de sus decisiones ; por otro lado, el no darme un padre, un lugar, una luz, el no darme una familia, una simple explicación, sólo me hace sentir más insignificante de lo que soy. ¿Qué daño le pude hacer yo?
  • 6. Termino mi camino. Entro a la casa. Y dejo caer la cubeta en el suelo de tierra. No hay mucho que ver o aire que respirar. -¡Mira estas manos! ¿Cuántas veces tengo que repetirlo? Tienes que… Al escuchar los gritos mi cabeza solo se pone en blanco, mis oídos se hacen sordos, y mi boca muda. Prefiero dejar de pensar, hasta que vuelva a desaparecer. Hasta que aquel hombre alto, mugroso, borracho, decida dejarnos libres de su horrible existencia, que no trae ningún beneficio a esta casa. Recuerdo que un día le respondí, decidí que ya era momento de dejar de estar callada. Era un poco tarde, el atardecer se ponía, había ayudado a mi madre a hacer algunos pedidos de tortillas, y mis manos estaban muy cansadas, sucias y solo querían descansar al igual que yo. Pero alguien tendría que limpiar a Jorge. Mi madre no se encontraba, pues fue a repartir los pedidos. Jorge lloraba. Jorge gritaba. Jorge no entendía. Jorge solo cállate. Mi padrastro gritó algo sobre el niño, pero yo me rendía completamente a limpiarle. Mis manos estaban bastante calientes como para mojarlas. Pues los dolores por las noches eran más fuertes que esos gritos incontrolables. Hice caso omiso a aquellos gritos, me negaba a hacerle caso a una autoridad que no escuchaba. Entonces saque el único reclamo del cual podía deducir tenía yo la razón. Él no era mi padre, carecía de trabajo, solo nos exigía, pero no podía ni cuidar a su propio hijo. Así de simple se lo solté. Todo sucedió tan rápido, solo recuerdo un chillido mío. Una lágrima resbala de mi mejilla al recordar los golpes, el dolor, la sangre hirviendo en mi interior. El ardor de donde su cinto rozaba mi piel, donde aún duele recordar, donde aprendí que las peores cicatrices no son las que se notan, si no las que aún se sienten. Seguía escuchando sus gritos, tomo mis manos con fuerza y me mostro la suciedad con las que las llevaba. Las puso justo al frente de mi nariz. Solo cerrando los ojos podría no verlas. Pero yo podía notar algo más que mugre, estaban ligeramente rojizas. Mis manos punzaban, dolían, crispaban de dolor. Pero todo mi cuerpo no tardo en ponerse del mismo modo al oír tales gritos. -… Debes poner el ejemplo a tus hermanos. Por Dios. Me soltó. Fue un alivio no caer en el suelo como otras veces. Pero al menos en esas veces alejaba mi mente del lugar Yendo a limpiarme y sacudirme. Ahora solo pienso en todo lo que ha pasado, y las razones que tengo para ser fuerte. Razones que transforman mi corazón en piedra.
  • 7. Sacudí mis manos y salí de la casa. Solo camine, solo caminaba. Justamente solo eso hacía, hasta encontrar una vista preciosa. Una vista al inmenso mar. -El cielo, sus colores claros llenos de fuerza, sus extrañas formas que me daban en algo que pensar; el mar, con su oleaje lleno de vida, y aquella melodía de sus olas. Todo el paisaje era maravilloso. Este era el paraíso donde huía a llorar mis corajes, y mis penas. Pensaba que el mar estaba lleno de lágrimas mías. Aquí prefería llorar y lamentarme, en un lugar hermoso, en el cual tal vez desee más de un vez morir. Donde las flores caían de manera natural. Donde en el ruido se podía notar oleaje, pajarillos, y mi respiración. Pero tenía que regresar. Mi madre me necesitaba, y yo a ella. De una manera reciproca ambas nos hacíamos fuertes. Algo extraño. Pero oportuno. Recordar el camino era una tarea algo complicada. Usualmente en los cerros no hay un camino fijo que seguir, y si lo hay, la naturaleza misma busca como destruirlo. Pero ver tal paisaje desde esta altura es algo completamente hermoso, que había que pagar de alguna manera. Después de mucho caminar, llego a casa. Mi madre aún no estaba pero no tardaba en hacerlo. Así que me propuse a esperarla. Mire a mí alrededor. ¿Cómo es posible vivir en un sitio así? Sin espacios, ni privacidad. Aquí no hay libertad. Preferiría vivir fuera como un perro. Pero, ¿Quién le ayudaría mi madre? ¿Quién se preocuparía por ella? ¿Cuál de mis hermanos le miraría con la misma fuerza que ella mira para no derrumbarla? ¿Cómo puedo pensar así? ¿Cómo llegue a pensar en esto? Supongo que a veces no se puede huir de los pensamientos, y menos de los pesimistas y negativos. El ruido que produce mi madre al entrar hace que olvide lo que estaba pensando. Me levanto de estar sentada y voy a ayudarle en lo que pueda. Noto que trae consigo una cubeta llena de suero de leche. -Hoy comemos frijoles. Ayúdame a calentarlos. Respondo un si con la cabeza, y comienzo a preparar la olla para calentarlos. Prendo el fuego y coloco todo en su lugar. Cuando las cosas comienzan a calentarse mi madre se hace cargo. Me muevo a un lado, ella sabe que me encanta ver el fuego; como acaba con todo, y como todo eso se entrega a él sin queja, sin poner duda. A veces quisiera ser fuego que acaba con todo. A veces quisiera ser la primera llama que propicia al desastre.
  • 8. ¿Cómo ser la destrucción de lo que amas, y vivir con eso de por vida? Terminando de calentar aquello procedemos a hacer la masa para las tortillas. Acarreo la cubeta con el nixtamal y comienzo a ponerlo en el metate para hacer la masa. Con cuidado, de tirar ningún grano. Tenía un poco de resistencia el maíz, pero nada que no haya hecho antes. La masa comienza a tener forma muy lentamente y mi madre comienza a hacer las pequeñas bolitas mientras espera que la leña tome fuego para calentar el comal. Lo cual no tarda demasiado, y ella comenzaba a tortear. Como yo no era muy buena en eso, mi trabajo consistía en voltear las tortillas ya que se inflaran de una vez. No era difícil aquello, distraía mi mente de todo lo que sucedía alrededor. Vuelta, aplastar, vuelta. Vuelta, mis dedos se queman, vuelta. Vuelta, mi estómago ruge, vuelta. Vuelta, aplastar, vuelta. Era algo tan rutinario que no necesita esforzarme mucho. Aunque a mis dedos les costó trabajo acostumbrarse al fuego. Después que todas las tortillas terminaran de inflarse y fueran sacadas del comal, mi madre preparaba el queso que sacaba del suero. Lo trae de un corral de vacas, le regalan el suero en una cubeta y ella lo pone a hervir hasta que suelta la nata. De donde proviene nuestro delicioso queso, ella aprendió de su madre, y yo aprendo de ella. Cuando termina de prepararlo, sirve los platos y todos nos disponemos de nuestra ración de frijoles, queso y una taza de café. Mi estómago ruge con fuerza, al caer el café hace que se asienten los retorcijones y como lo más lento posible, aprovechando cada bocado, cada parte de mi lengua saboreando. Cada parte de mí disfrutando la comida. Observo a mis hermanos detenidamente. Ha crecido lo sufriente para entender tantas cosas. José, el mayor de todos ellos. Quien casi me rebasa pero mi altura es bastante respetable. Aunque él es un poco chico para hacer todo lo que yo hasta ahora hago, José no deja que toquemos sus cosas, siempre que cae se sacude y se levanta. Aprendió a no llorar, pues supo que hay días en los que nadie te levanta. Después de él sigue Nacho, el más regordete y chillón de todos. Su color moreno obscuro hace aclamación a su padre. Que entre todo lo horrible fue mejor que hasta ahora solo comparta eso con él. Nacho vivió mucho tiempo siendo el consentido. Hasta que nuestra hermana llego. Carmen.
  • 9. Carmen es como mi madre, pero en el rostro lleva facciones de su padre, y en el carácter es muy similar a él. Aunque pensándolo bien a mi madre no tiene gran parecido, creo que tiene gran parecido a su abuela. Su cabello rizado y fino, le cae sobre la espalda como si siempre lo estuviera cuidando. Y aquellos enormes ojos cafés, que antes de aprender a callar, decían más que todo su lloriqueo. Y ahora esta Jorge, el menor. Tiene al menos 7 meses. Este es el único de todos nosotros que tiene la misma cara de mi madre. Esos ojos, esa misma mirada. Casi no llora, pero cuando llora, hay que acudir a su llanto. Miro como mi madre le da de comer en la boca a Jorge, y como esté la tira. Puede o no saber lo que hace. Parece un tonto. Me pregunto si así me veía de pequeña, o si así mi madre me alimentaba. Posiblemente si, y posiblemente no. Pero era mejor echar los bocados por cuenta propia. Mi padrastro llega. No me di cuenta que no se encontraba con nosotros. Ahora entiendo porque la casa se notaba un poco menos repulsiva. Comenzó a contarnos que los vecinos le contaron sobre una tormenta horrible, una tormenta grandísima que se acercaba por el sur. Pero como es típico en él, llega a exigir de comer. Mi madre se para para servirle, y Jorge comienza a llorar. A todo esto me espanté. Primero porque casi nunca las lluvias eran llamadas “horribles” y segundo, porque nuestro techo no resistiría cualquier cosa llamada de esa manera. Al parecer no era la única que pensaba de esta manera, mi padrastro, al terminar de comer, comenzó a amarrar lo que pudo. Yo movía a mis hermanos de un lado a otro. Podía escuchar fuera algunas aves, pero ningún trueno que detonara la tormenta. -¿Estas segura que lloverá? Pregunte a mi madre. -Solo ve a cuidar a tus hermanos mientras reforzamos esto, si viene o no, tenemos que hacer esto. Fui a calmar a mis hermanos. Pero la más nerviosa entre nosotros era yo. Presentía las cosas con un aspecto casi irreal. Mi padrastro tardo demasiado en ajustar el techo de lámina. Se colgaba de él. Se aferraba a lo que tal vez era lo único que tenía. La casa comenzó a hacer estruendo, y sentí que estábamos navegando. Pero luego recordé que era simple lluvia ¿Cómo se hizo tan fuerte? ¿El agua es capaz de destruir tanto como el fuego? Recordé que tenía que sostener a mis hermanos con más fuerza.
  • 10. Recosté a cada uno, sin poder ver sus rostros. Los relámpagos eran imposibles de ignorar, las rachas de viento y luz entraban con tanta facilidad a la casa y a los ojos cerrados. Trate de caminar por el gran cuarto a lo que llamamos casa. Jorge comenzaba a llorar. Jorge. Mi madre y mi padrastro no lo podían atender ¿Qué otra podía hacer yo? Camine muy lento sin tirar nada, ignorando mi propia existencia. Lento, un paso a la vez, como el movimiento perpetuo del agua de la cubeta, pero esta vez el agua se vengaba tirando de arriba. Y yo sin poder detenerla. Veo, cuando los truenos hacen entrar a la casa algún signo de luz, que mi meta está cerca. Me quedo pegada a la pared, lento, sin apresurar nada. Usualmente mis hermanos gritan cuando suena un trueno. Pero trato de ignorarlos ¿Cómo creen que aquello les haga daño? ¿Cómo creen que yo dejaría que aquellos le hiciesen daño? Escucho un quejido no muy fuerte, mi padrastro no podrá retener nuestro techo por mucho tiempo. O al menos no esta noche. Tal vez hoy no toque dormir abrigados por las estrellas, si la lluvia decide irse claro. Si no lo único que nos cubrirá será aquella agua que golpea la casa con fuerza, y eso no es cubrir. Sigo caminando tocando la pared, cada vez que entra un trueno me desequilibrio. Hace demasiado ruido, demasiado estruendo. Es como si reclamara algo ¿No solo puede venir por lo que quiere e irse? Trato de recordar que así comencé a caminar, así comenzamos todos. Despacio, con miedo, lento. Me imagino a mí de bebé, tan pequeña como Jorge. Hace apenas unos cuantos años. Imagino que tenía el mismo aspecto, la misma piel. El mismo carácter. Y la misma madre. Mi madre. ¿Cómo sería vivir con un bebé y sin nada más? Y aun así le reclamo el nombre de mi odioso padre. ¿Cuantas veces me habría caído? Supongo que ni siquiera ella lo recuerda. En esta vida caemos tantas veces. Es mejor no contarlas. Mis pies requieren más rigidez que esta. Pero me comienzo a marear antes de llegar mi destino. Siento que voy a caer, pero este no es ese día. Llego a donde esta Jorge, y primero escucho un horripilante ruido. De esos que te provocan querer cerrar los ojos y no volver a abrirlos, de esos que hacen que tu corazón tiemble. De pronto, vi a mi madre por un momento al lado de mi padrastro, y luego ya no. Ya no estaba. A su paso solo se encontraba tierra, lodo, arena y ladrillos. Sentí mil y una cosas en ese momento. Miedo, terror, curiosidad, ira.
  • 11. ¿Cómo salvo a todos? ¿Cómo saco a mi madre de allí? ¿Qué haría yo sin ella? ¿Qué haría él? ¿Qué haría mis hermanos? Recuerdo que yo iba por Jorge. Me apresuro lo más que puedo. Con tantos nervios alterados mis pies fallan a cada paso. Pero la distancia ahora es muy corta. Lo encuentro llorando, enflaquecido, miedoso. ¿Podrá saber ya lo que está pasando? ¿Sabrá que sus padres no pueden protegerlo? No importa si lo sabe. Tengo que salvarle. Trata de tomarlo pero otro retumbado llega. La casa crispa. La cas tiembla. Yo tiemblo. Mi padrastro grita a mi madre. -¡¿DÓNDE ESTAS?! ¿Sabrá ya él que su vida será aún más inexistente sin ella? Yo lo sé. Sus gritos son desesperados, aislantes. Hace que quiera taparme los oídos con mis manos, pero tengo que ir por Jorge. Se escucha otro gran estruendo detrás de mi cabeza, al lado de la casa. Diablos. ¿El cielo se caerá hoy? –Pienso- Miro hacia arriba y veo el techo a la mitad. Las tejas de la parte de la cocina y la cama son las únicas que quedan. Todo lo demás esta desprotegido. Todos estamos desprotegidos. No solo falta la mitad del techo. La casa se encuentra sin una pared, y sigue destruyéndose. Y mi hogar se encuentra sin centro. ¿Dónde está mi madre? Mi madre… Trato de recordarla. Busco en mi mente mi primer recuerdo de ella. Mi primera risa, su primera risa conmigo. Solo veo a una mujer joven, hermosa. Una gran casa, y lo que supongo era mi abuela. Hay mi abuela. No era igual a mi madre, ella saco a la familia de su padre. Mi abuela era de esa gente mala, pulcra, sin esperanza de que cambie. Con el tiempo se volvía más amarga. Hasta que un día dejo de hacernos amarga la vida a nosotros.
  • 12. Siempre sospeche que ella era la responsable de que mi padre no estuviera conmigo. Como hay veces que nuestra propia sangre nos hace daño. Como hay veces que prefieres nacer huérfano, sin nada ni nadie a tu alrededor. O simplemente no nacer. También recuerdo una gran casa, una inmensa casa. Blanca, con mucha iluminación. Pero ahí vivían las personas más detestables del mundo. Ahí este corazón de carne se convirtió en piedra. Y a veces, muchas veces, solo necesita llorar. Un día mi abuela murió, nos libró de toda esa maldad que la retorcijaba. Pero crio hijos como cuervos. Al cual más quería la propiedad. En aquella casa vivían dos hermanas de mi madre. Y ella. Todos trataban de ayudarle, pero con el tiempo mi abuela se hacía más grosera, y siniestra. A lo que he intentado descifrar, mi abuela trajo a mi madre a vivir aquí cuando salió embarazada. Sin ni siquiera dejar que mi padre hablara. O eso es lo que yo escucho, y lo que yo quiero creer. Pero a veces mi abuela me contaba cosas acerca de él. Según ella no me quería, nunca me quiso. Y todo porque mi madre y él nunca estuvieron juntos en realidad. No quiero pensar así de él. Y rotundamente me niego a pensar así de mi madre. Entonces cuando todos comenzaron a pelearse por aquella horrible casa, mi madre decidió irse. Alejarse. Y vino a parar a esta pocilga. Con ese hombre que no para de buscarla. Tal vez mi madre se quedó aquí porque está acostumbrada a vivir en medio de gritos, golpes y mugre. Tal vez se quedó con él porque este hombre si la busca. Y mi padre nos abandonó. No, no. Yo no nací con un padre. A mí nadie me abandono. Ahora preferiría ser hija de mi padrastro, aunque me trate horrible. Él nos necesita más de lo que nosotros a él. Y él la necesita a ella. A mi madre… ¿Dónde está? Algo golpea mi cabeza, mi cuerpo. Algo pesado, con un olor asfixiante. Trato de levantarme pero se sume en mi cabeza. Mis pies no encuentran suelo. Y los gritos y los truenos no dejan pensar mi mente.
  • 13. Algo me saca de todo ese lodo. Reconozco al hombre, pero no sus ojos. No esos ojos de que están perdiendo más de la cuenta. No esos ojos que lloran y flaquean. ¿Dónde está el hombre que me grito esta misma tarde? Me siento mareada y nada puede mejorar. Dudo que mejore. Me toma de los hombros, con sus manos firmes y me habla muy rápido. Solo consigo descifrar –Jorge, sígueme, vámonos-. Busco a Jorge. Y lo tomo en mis brazos, ésta despierto, llora, pero está vivo. Mi pequeño Jorge, prefiero recordarlo así. Llorón, berrinchudo, con esos hoyuelos en sus mejillas. Veo a lo lejos a mi padrastro con mis tres hermanos. Pero esa imagen se hace más lejana cada vez que camino. Trato de gritar, pero ahora sé que el cielo no puede caerse, el cerro sí. Caí. Busco con mis manos alrededor. Jorge, Jorge, Jorge. La lluvia parece imparable, los truenos siguen, y yo no encuentro a mi hermano. Desapareció justo como mi madre. Un segundo estaba a mi lado, y después la tierra se la llevo. Se los llevo. Mi pequeño. Mi madre… En mi interior se siente un gran peso. ¿Cómo es posible que siempre me pase esto? Comienzo a gritar, mi alma se rompe. ¿Por qué no abrace a mi madre esa tarde? ¿Por qué? Mi alma se desagarraba con cada grito. El cielo no dejaba de rugir. Y pensé que él gritaba con migo. Me tire al suelo. Tomaba la tierra con las manos, buscando a Jorge, buscando a mi madre, buscándome a mí. No estaba, no estaban, no estaba nadie. Nadie. La palabra hizo que me enfriara por dentro, y todo el frio que sentía paso a mi interior. No había con que cubrirse, ni estrellas para contar. Tome el lodo. Ese mismo lodo que mi madre, y Jorge, abrazarían hasta la muerte. Yo también lo abrace. Otro rugido enorme paso por encima de mi cabeza. Pensé que sería más lodo. Pero no. Chorros de agua se veían bajar del cerro. Lo que se suponía era la calle. ¿En qué momento la lluvia tomo tanta fuerza? Pero el ruido lo tenía el cielo, esos rayos, esas luces. La noche es obscura pero lucha con su propia obscuridad. ¿Dónde he escuchado eso?
  • 14. Me di cuenta que aquello no era un rayo. Los rayos no tienen forma de esfera. Los rayos son líneas delgadas. Aquello era una bola de luz, de fuego. Me pare para poder apreciarla bien. Estaba segura de lo que veía. Olvide a Jorge, a mi madre. Lo olvide todo. Comencé a caminar. Trata de seguir el camino de aquellas esferas. El lodo estaba pesado. Pero tenía que ir con cuidado porque no solo a mi familia arrastro. Podía ver en el suelo pedazos de casas, de familias, de historias. Pisaba con cuidado, una de esas familias era la mía. Es la mía. –Pensé-. El camino se hizo largo. Las esferas cambiaban de lugar. Pero a cada paso se veían más grandes, podía sentir ese calor. Ese calor que irradiaba. Aun lo puedo sentir. Mientras caminaba preguntando me sobre que producía tales cosas, alejaba todo tipo de preguntas sobre lo ocurrido. Callaba mi alma. Aclamaba mi olvido. Debía de seguir. Debía de ir a desaparecer la obscuridad. Por el camino, que parecía todo menos un camino. Lo descifraba para mí, como si pasos supieran a donde ir. MI cuerpo se balanceaba en un movimiento perpetuo, entonces recordé el agua de la cubeta esta tarde. -Movimiento perpetuo. Pensé. Seguí caminando. Mis pasos me llevaban a mí. Es como si mi conciencia quisiera desaparecer. Entonces el camino se acabó. No había como seguir. El lodo hacía imposible ir. Luche contra aquella tierra mojada. –Es solo tierra- pensé. Pero era la misma tierra que tenía atrapada a mi madre y a Jorge. Mi madre… Aleje de mí estos pensamientos. Y seguí cruzando cada cosa que no me dejaba avanzar. Seguí, seguí, seguí. Seguí ignorando mi existencia. Seguí tratando de olvidar lo que estaba dejando atrás. Los tambores que el cielo hacía sonar me daban un ritmo que seguir. Cada rayo, un capricho del cielo, hacía que bajara mi cabeza. Si el cielo decide romperse hoy, que lo haga, ya me ha quitado mi hogar. Varias lágrimas cruzan mis ojos, Debo diferéncialas del sabor de la lluvia. De una lluvia acida, amarga, triste, devastadora. No muy diferentes a mis lágrimas
  • 15. saladas. Mis ojos comenzaron a arder, y me propuse a no llorar. Aguanto más, agente más, lo hago. Después de mucho tropezar, resbalarme, seguir, llorar, y alejar todo tipo de recuerdo de mí. Llegue al lugar donde nacía todo aquel estruendo. El cerro ladeado, y el mar casi por un lado. Me preguntaba si el guardia estaba en el faro. Pero no se veía signos de vida ahí. Salvo el de dos cosas. Animales. Monstros. Criaturas. Aquel espectáculo era maravilloso. Eran dos criaturas enormes. En mi vida había visto criaturas tan grandes. Se asemejaban mucho entre sí. El cielo seguía relampagueando y solo se podía apreciar el reflejo de sus sombras. La luz del faro no fue apagaba pero al dar vueltas solo hacia equivocarme en el número. ¿Eran dos? ¿O tres? Vi de pronto una bola de fuego, Una llama salir de la boca de aquella bestia. Vi como atacaba a su contrincante. Con sus grandes pezuñas y su hocico. Pero el otro apagaba su fuego con agua. Grandes chorros de agua salían por la otra bestia, que retenía un poco el fuego, hasta que la garganta de la criatura pudiera producir más. Eran enormes, más grandes que una casa, y que cuatro personas. Su piel parecía de lagartija y cuando la criatura de fuego lanzaba llamas, su cuello se volvía rojizo. Tenían cola, la criatura de agua derrumbaba a la lanza llamas con su cola. Creo que le quemo algo. No alcanzo a distinguir mucho. El cielo y el mar, daban un increíble fondo a la batalla. Y eso me hizo recordar los atardeceres en la playa. Como el sol es vencido por el tiempo ante el mar. Y al final todo se vuelve oscuro, hasta el amanecer. ¿En esta guerra habrá un amanecer? Supongo que no, pero aquel espectáculo envuelve mis pensamientos. Una garra, otra, y otra. Ya no se quien ataca a quien. El moviente de estos animales es grotesco. Me exalta su pelea, me proyecto en ella. Cada golpe, cada caída, cada arañazo. Siento lo que ellos sienten. Salvo que yo he perdido más que fuerza y sangre.
  • 16. El lanza llamas se hace para atrás con suavidad y las bolas de fuego caen alrededor, no solo en su lugar. Si no, en cualquiera. Me hace pensar que no quiere matarlo. Solo quiere el control. Quiere hacerle sentir miedo para controlarlo. Miedo. Control. ¿Dónde queda la esperanza? Solo veo el color gris pintar mi vida. Las bestias siguen jadeando. La criatura de agua toma aire, si se supone que respira. Y lanza una gran cantidad de agua sorprendente. Toda el agua cae en la lanza llamas. Veo un poco de humo y un olor a algo quemado. ¿El agua es lo que quema al lanza llamas? Que extraño. Se retuerce y comienza saltar. El agua se evapora de su cuerpo. Esta listo para atacar. Pero esta vez ataca sus pies, su cola. La criatura de agua cae al suelo. Tanto a él como a mí nos quema el fuego. Siento en mi piel el agua de la lluvia, junto con el aire, el frio se denota. ¿El frio quema tanto como el fuego? Al menos el fuego es rápido. Pero tu cuerpo se entrega poco a poco al frio, a la soledad. Miro el espectáculo, es imposible concentrarse en cuando frio puedo llegar a tener teniendo a aquellas cosas enfrente. Siguen siendo hermosas, descabelladas. ¿De dónde salieron? De pronto quise regresar, y decirles a todos lo que estaba viendo. Preguntar si alguien lo había visto antes. Mi curiosidad lleno mi ser. Pero al voltear me di cuenta que no había manera de regresar. Los árboles se habían caído, uno a uno. La tierra estaba floja y mojada, si pisaba por encima de ella me hundía en su interior. Me hundiría como mi madre…
  • 17. Entonces escuche un rugido. Una de las bestias ataco a la otra. Por un segundo no se ve ni fuego, ni agua. Y vuelvo a pensar en mi madre. En que la deje ahí en medio de la tierra. Que ni siquiera la busque, que ni siquiera pude salvar a Jorge. ¿Cómo se suponía que le dijera esto? La criatura lanza agua volvió a lastimar al lanza llamas. Aquello que sacaba por la boca era tan dañino como el fuego en su piel. Tal vez el lanza llamas estaba hecho de fuego. -Ella te dejo. –Pensé- Te dejo el día en que decidió tener más hijos, incluso ese al que acabas de matar. Una racha de culpabilidad inundo mi ser. El lanza llamas quemo una garra del lanza agua. -Ella, ella me quito mi padre. Dije. La culpabilidad se fue y la criatura lanza fuego no tuvo ningún reproche en atacar al otro. Pero entonces recordé todo lo que ella había hecho por mí. Todo el esfuerzo, las veces que me defendió de mi abuela. Todas las veces que me defendió de todo. Entonces la bestia lanza agua ataco aun con la cara desfigurada. Comencé a llorar. Solo quise desaparecer. Pero mis pensamientos estaban tan vivos. Miles de recuerdo inundaban mi mente. Las veces que ella no me creía, las veces que me defendió. Las veces que se quitaba de la boca su bocado para dármelo a mí. El cómo salió a adelante siendo una madre soltera. Todo. Los monstros que tenía al frente peleaban, yo peleaba con mis pensamientos. Un golpe tras otros. La única herida ahí era yo. La única que al parecer sentía. Aquellas cosas no dejaban e hacerse daño. Se comenzaron a desfigurar. Perdieron su forma monstruosa. Cada vez se parecían más a mí. Llego un recuerdo a mí, el día que aquel horrible hombre me dijo quién era mi padre. Y por qué no estaba conmigo. ¿Qué derecho tenía mi padrastro? ¿Quién le dio el derecho de “educarme”? ¿Quién? -Tu madre.
  • 18. Dije. Respondiéndome a mí misma. Mi madre… Ella me dio un hogar maldito. Imposible llamarlo hogar. Ni casa. Ni siquiera vivienda. Ahí no se podía vivir. El lanza llamas derrumba a la criatura de agua. Me doy cuenta que aquel lanza llamas era mi fuego interno. Y que la criatura de agua era mi agua interior. La otra parte. -¡No! Grite sacando hasta mis órganos, y todo lo que quería reclamarle a la vida. -No, no, no. Ya había perdido demasiado. Pero no fue suficiente. Mi fuego fue más grande que mi paz. Fui la llama que se destruyó a sí misma. Vi como el lanza fuego terminaba con el lanza agua. Toda la batalla que vi, fue mía. Todo lo que vi afuera, en realidad estaba adentro. La bestia movía su cabeza de un lado a otro, atacando al lanzar agua sin piedad. No me di cuenta cuando comencé a llorar, cuando quise parar con esto. -No detente, detente. Grite. Mi interior comenzó a quemarse igual. Me despierto. Debería dejar de tener pesadillas a esta edad. Deberían mis horas de sueño ser mi práctica para mi inminente muerte. Vuelvo al espejo. Recuerdo aquel día. Desperté junto al cuerpo sin vida de Jorge. Jorge. Ahora lo veo en cada rostro de mis hijos, de mis nietos. No volví a ver mi padrastro nunca. Pero sabía, a pensar de la distancia que los dos extrañábamos con el mismo fervor a la misma mujer. A los mismos brazos. Mi madre. Lo siento. Mas lagrimas recorren mi cara marchita. Me recuesto en mi cama como aquel día en la tierra. Buscando los brazos de mi madre. Aquellos brazos que me dan vida. Buscando su perdón. Me quedo profundamente dormida.