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1. LA IDEOLOGÍA DEL RACISMO. EL ABUSO DE LA CIENCIA PARA JUSTIFICAR LA
DISCRIMINACIÓN RACIAL
Por William H. Tucker
En su libro Breve historia del racismo, en el que ofrece un análisis particularmente lúcido del tema,
el historiador George M. Fredrickson de la Universidad de Stanford menciona la paradoja de que la
condición necesaria para el surgimiento del racismo fuera, precisamente, el concepto de la igualdad
de todos los humanos. En las sociedades basadas en la presunción de desigualdad se genera una
estructura jerárquica aceptada -- que ni siquiera los miembros relegados a los niveles inferiores
ponen en entredicho -- y, por lo tanto, no se plantea la necesidad de justificar la posición de los
subordinados en función de alguna característica específica que los haga menos meritorios que el
resto.
Sin embargo, a medida que las sociedades van asumiendo un mayor compromiso con los principios
de la libertad y la igualdad -- como consecuencia de la difusión, especialmente en el mundo
occidental, de ideas antaño revolucionarias sobre la igualdad de derechos para todos -- suele
atribuirse a los grupos a los que sistemáticamente se les niegan sus derechos lo que Fredickson
describe como "alguna deficiencia extraordinaria que hace que no sean totalmente humanos". Es
decir, el racismo surgió como resultado de la contradicción entre los principios igualitarios y el trato
excluyente de determinados grupos étnicos: el rechazo de las sociedades con estructuras jerárquicas
orgánicas trajo consigo la necesidad implícita de justificar el sometimiento de ciertos grupos a
condiciones de servidumbre, de separación forzada del resto de la sociedad o de marginación en
guetos. A partir de finales del siglo XVIII, a medida que el racionalismo ilustrado empezó a sustituir a
la fe y la superstición como fuente de autoridad, los dictámenes de la ciencia se convirtieron en el
método preferido para reconciliar las diferencias entre los principios y la práctica. Inevitablemente,
en las sociedades en las que ha habido una discriminación sistemática de determinados grupos
raciales se ha tratado de justificar esa política con argumentos científicos.
En términos generales, se han propuesto tres explicaciones científicas diferentes en defensa de la
discriminación racial, todas ellas avaladas por una larga tradición. Un enfoque ha sido alegar que
existen peligros biológicos en la mezcla de razas. Precisamente, sobre la base de ese principio, en los
Estados Unidos de América y en Sudáfrica se aplicaron durante muchos años leyes que prohibían los
matrimonios mixtos. Las primeras pruebas que presuntamente corroboraban esa conclusión se
presentaron a mediados del siglo XIX y estaban basadas principalmente en las opiniones de algunos
médicos, quienes sostenían que, debido a la mezcla de sangre, los "mulatos" eran mucho más
propensos a padecer enfermedades que sus progenitores y por tanto tenían una esperanza de vida
excepcionalmente corta. Además, según algunos de los antropólogos más conocidos de la época,
cuando las personas de raza mixta se casaban entre sí, su fecundidad iba disminuyendo
progresivamente y con el tiempo llegaban a ser completamente estériles.
A principios del siglo XX, poco después de que la comunidad científica descubriera el trabajo de
Gregor Mendel, que inspiró el nacimiento de una nueva y apasionante rama de la biología, algunos
genetistas advirtieron del peligro de que el matrimonio entre razas "muy diferentes" produjera, lo
que denominaron "desarmonías" genéticas. Charles Benedict Davenport, un conocido investigador
de la época, señaló, por ejemplo, que si un miembro de un grupo racial de estatura elevada, como
2. era el caso de los escoceses, se emparejaba con un miembro de un grupo racial de estatura baja,
como era el caso de los italianos meridionales, sus descendientes podían heredar, por un lado, los
genes que determinaban el desarrollo de órganos internos de gran tamaño y, por otro, los genes que
determinaban una estatura baja, por lo que sus órganos resultarían demasiado grandes para el
tamaño de su cuerpo. Obviamente, esas afirmaciones no se sostuvieron por mucho tiempo, pero
pronto fueron reemplazadas por otras más difíciles de refutar, como la hipótesis defendida por
algunos expertos en ciencias sociales de que los niños de raza mixta eran inferiores a sus progenitores
desde el punto de vista moral e intelectual.
Aunque la creencia en esos desequilibrios genéticos llegó a estar bastante generalizada en el seno de
la comunidad científica y se utilizó específicamente para justificar diversas políticas raciales
opresoras, en la actualidad esa teoría goza de mucha menos credibilidad. No obstante, pese a que
no se ha encontrado prueba alguna de que las relaciones interraciales provoquen ningún tipo de
desequilibrio, las prevenciones contra ciertos tipos de conflictos genéticos no han desaparecido por
completo. Hace sólo unos años, Glayde Whitney, un destacado genetista y ex Presidente de la
Asociación de Genética del Comportamiento, afirmó que el matrimonio entre miembros de razas
"muy diferentes" podía producir una mezcla genética nociva en sus descendientes y puso como
ejemplo de ello la amplia gama de problemas de salud que aquejaban a los afroamericanos y la
elevada tasa de mortalidad infantil en ese grupo, que se debían, en su opinión, a las
"incompatibilidades de hibridación" ocasionadas por genes blancos que habían pasado
desapercibidos debido a la aplicación de la norma de "una gota de sangre", según la cual se definía a
todas las personas "híbridas" como personas de raza negra. No es de sorprender, por tanto, que fuese
invitado habitualmente por grupos neonazis para dar conferencias y que, en un discurso que
pronunció en un congreso de partidarios de la negación del holocausto, llegara a acusar a los judíos
de conspirar para debilitar a los blancos convenciéndolos para que reconocieran la igualdad de
derechos políticos a los negros.
Otro tipo de justificación científica de la discriminación racial ha sido alegar que los prejuicios son un
fenómeno natural y esencial del proceso evolutivo y que son necesarios para la eficacia de ese
proceso al asegurar la integridad del patrimonio genético. Según esa teoría, los efectos selectivos de
la evolución no se perciben en los individuos sino en los grupos y, por lo tanto,para que haya progreso
evolutivo es necesario que las razas se mantengan separadas unas de otras y relativamente
homogéneas. Un antropólogo defensor de esa teoría asegura que "la desconfianza y el rechazo" de
los miembros de otras razas es una tendencia natural de la personalidad humana y uno de los pilares
básicos de la civilización.
Por último, la manera más común de valerse de la ciencia para apoyar la discriminación racial ha sido
la publicación de declaraciones en las que se afirma que, por sistema, determinados grupos están
menos dotados que otros de ciertas características cognitivas o del comportamiento importante. Eso
no significa que no haya diferencias entre los distintos grupos en relación con esas características,
sino que las conclusiones al respecto no son claras y que, en cualquier caso, no son pertinentes para
las cuestiones de la igualdad en los planos social y político. Sin embargo, la utilización de ese tipo de
justificaciones con fines opresivos también tiene una larga tradición. En el primer cuarto del siglo XX,
los resultados de los primeros test de inteligencia suscitaron una gran inquietud, ya que
presuntamente indicaban que las personas del sur y el este de Europa no sólo eran intelectualmente
inferiores a las del norte de Europa, sino que estaban incapacitadas para el autogobierno. Según
3. algunos de los científicos más importantes de esa época, los nórdicos, que se caracterizaban por
tener más iniciativa y seguridad en sí mismos, además de una mayor inteligencia, estaban destinados
por su naturaleza genética a gobernar a otras razas. En los últimos cincuenta años, la controversia
sobre las características intelectuales y morales se ha centrado principalmente en las diferencias
entre las personas de raza negra y las de otras razas, que a menudo se utilizaron como argumento
para defender el gobierno de la minoría blanca en Sudáfrica y la segregación legal en los Estados
Unidos.
En la actualidad, el investigador más conocido que sigue defendiendo la importancia de las
diferencias raciales es el psicólogo canadiense J. Philippe Rushton, autor del libro Raza, evolución y
comportamiento: análisis desde una perspectiva del ciclo vital, cuya versión abreviada ha sido objeto
de una distribución masiva no solicitada entre decenas de miles de expertos en ciencias sociales, en
un burdo intento de influir sobre la opinión de los científicos y del público en general. En el prólogo
de la edición abreviada en rústica, Rushton se compromete a explicar las causas de las diferencias
raciales en cuanto a los índices de delincuencia, la capacidad para el aprendizaje y la prevalencia del
VIH/SIDA. En el texto en sí, el autor afirma que el comportamiento de las personas de raza negra, ya
sea en África o en la diáspora, es producto de lo que denomina una "ley fundamental de la evolución",
según la cual la estrategia reproductiva está vinculada al desarrollo intelectual, de modo que cuanto
más avanzado es éste, menor es el número de hijos y mayor la inversión de tiempo y esfuerzo que se
dedica al cuidado de cada uno de ellos. Por esa razón, las personas de raza negra, comparadas con
las de raza blanca o asiática, tienden a ser más activas y agresivas sexualmente y, al mismo tiempo,
menos inteligentes y menos capaces de ejercer el autocontrol, de realizar una organización social
compleja y de mantener la estabilidad familiar. Al igual que Glayde Whitney, Rushton ha sido también
ponente favorito en congresos de organizaciones políticas dedicadas a promover el reconocimiento
oficial de la superioridad de la raza blanca en la legislación.
Después de la segunda guerra mundial, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la
Ciencia y la Cultura (UNESCO) organizó dos conferencias en las que participaron científicos de
renombre internacional y en las que se publicaron sendas declaraciones sobre la raza. Pese a que
hubo algunas pequeñas discrepancias entre ellos en cuanto a la posible existencia de diferencias
innatas, ambos grupos coincidieron en que la igualdad de derechos de todos los miembros de la
sociedad era un principio ético independiente de cualquier conclusión científica sobre características
raciales. Esa es la postura que debe seguir inspirando nuestro pensamiento sobre los conceptos de
raza y ciencia. Aunque las corrientes de pensamiento que se examinan en este artículo no gozan de
gran apoyo entre los científicos en la actualidad, la cuestión de si son apropiadas para el estudio
científico no viene al caso. Ese tipo de afirmaciones, ya sean falsas o válidas desde el punto de vista
científico, no son en absoluto pertinentes para el reconocimiento de los derechos consagrados en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos.