Luisa de Marillac y la educación de las niñas pobres
La pureza-del-predicador
1. LA PUREZA DEL PREDICADOR
¿Entonces qué? Que de todas maneras, ya sea fingidamente o en verdad,
Cristo es proclamado; y en esto me regocijo, Filipenses 1:18.
Por Sugel Michelen
Desde un punto de vista humano, Pablo tenía todo el derecho de enfadarse porque había quienes
predicaban el evangelio motivados más por la envidia que sentían por su ministerio que por amor a la
Palabra de Dios (Filipenses 1:15-17). A pesar de ello, este pasaje nos permite ver cómo el apóstol se
alegraba de que el evangelio fuera predicado a los ciudadanos de Roma y a penas se fijaba en la
motivación equivocada de algunos de esos evangelistas “rivales”. Solamente una cosa puede explicar por
qué Pablo era capaz de estar por encima de esta situación —su confianza absoluta en el poder del
evangelio. No importa el predicador o la motivación, que el evangelio avance es un motivo de alegría
porque siempre cumple el plan que Dios le ha designado.
LA EFECTIVIDAD DE LA PALABRA DE DIOS NO DEPENDE DE LA PUREZA DEL
PREDICADOR.
El hecho es que esta afirmación es una verdad que encontramos a lo largo de toda la Escritura. Por
ejemplo, en Números capítulos 22-24 vemos cómo, a pesar de querer maldecir al pueblo de Dios, Balaam
(en contra de su voluntad) acabó declarando la bendición de Dios sobre Israel. Allí también vemos cómo
Dios puede incluso declarar su Palabra a través de un burro, si esto fuera absolutamente necesario (22:28),
demostrando de esta manera que el poder de su mensaje no reside en quienes lo proclaman – excepto
Jesús, pues él es Dios mismo encarnado (Juan 1:1, 14). De hecho, “la palabra de Dios es viva y eficaz, y
más cortante que cualquier espada de dos filos; y es poderosa para discernir los pensamientos y las
intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Esto es siempre verdad independientemente de que el
predicador sea el más santo de los santos o el peor de los pecadores.
Nos debe alegrar que el poder del evangelio no resida en quienes lo proclaman. Si su efectividad
dependiese del corazón del predicador, estaríamos en una situación peor de lo que podríamos imaginar,
pues nadie (excepto Jesús) ha sido, es, ni nunca llegará a ser lo suficientemente puro como para merecer
ser portador de la Palabra de Dios (Romanos 3:23; 1 Juan 1:8-9). De modo que, el poder transformador
del evangelio no reside en los frágiles seres humanos que lo proclaman hasta los confines de la tierra, sino
en el hecho de que por naturaleza esa revelación es como el mismo aliento que emana de la boca de Dios
(2 Timoteo 3:16-17).
Aunque es verdad que debería preocuparnos la motivación y hacer todo cuanto esté en nuestras manos por
ordenar al ministerio cristiano sólo a quienes buscan agradar a Dios de corazón, la Escritura nunca fallará
en llevar a cabo el propósito de Dios a través de ella (Isaías 55:10-11). El evangelio “es el poder de Dios
para salvación” (Romanos 1:16), no el mero predicador humano.
Pablo tenía tanta confianza en el evangelio porque sabía que pertenece a Dios y es algo mucho más
grande que el ministerio personal de cualquier individuo. Cuando logramos comprender esta verdad,
seremos libres de la tiranía de la última moda que pretende hacer el evangelio más aceptable al gusto del
oyente. Si somos fieles en proclamar el evangelio de forma sencilla, clara e inalterable, entonces podemos
estar seguros que irá acompañado del poder de Dios. Leer también Génesis 1:3; Jeremías 39:16; Mateo
13:10-17; 1 Corintios 1:18-25.
Este material fue tomado del Boletín dominical de la Iglesia Bíblica Unidos en Cristo (IBUC) en Monterrey, NL, Méjico.
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