La revolución del conocimiento está transformando la forma en que vivimos, producimos y creamos riqueza a través de la convergencia de la revolución digital, informática y genética. Estas revoluciones han ampliado la brecha entre países ricos y pobres de 5 veces en 1750 a 390 veces en 2000. Las instituciones y reglas de un país determinan su capacidad de aprovechar estas revoluciones a través de la promoción de la innovación y el libre mercado.