4. Las aventuras de Pablo Hood
Editado por Eme Comunicación y Cuentos
Diciembre de 2017
Adaptación y revisión del texto: Mireia Corachán
Ilustración y maquetación: Marta Herguedas
7. La mañana era deliciosa. Un niño lla-
mado Pablo Hood y su inseparable amigo
el Pequeño Juan, paseaban por el bosque
de Sherwood. Los dos amigos eran ene-
migos del Príncipe Juan…
Cuando el gran rey Ricardo se fue a las
Cruzadas, su hermano, el príncipe Juan,
robó su trono y fue un rey malvado.
Pero Pablo Hood, el Pequeño Juan y
su grupo de amigos valientes no iban a
quedarse parados después de esto.
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9. – Este es un buen sitio para sorprenderlos – dijo Robin de-
teniéndose en un revés del camino. Planeaba un asalto a
la comitiva del príncipe, que pasaría por allí.
– ¿Y qué haremos para quitarle el dinero? – preguntó Pe-
queño Juan, haciendo referencia a las sacas de dinero que
arrebataba a los aldeanos de Nottingham en concepto de
impuestos.
– No te preocupes, algo se nos ocurrirá.
Todo el grupo aguardó en silencio a que llegara el corte-
jo. El príncipe se aproximó entre redobles de tambor. Y
los dos amigos, disfrazados de zíngaras, aguardaban a la
vera del camino. Cuando no hay recursos el ingenio es una
gran estrategia.
– ¿Conocéis vuestro provenir, oh príncipe? – gritó Eric Ro-
bin en el instante oportuno.
– ¡Nosotras lo leemos en las líneas de tu mano! – exclamó
el Pequeño Juan.
– ¡Alto! – ordenó el tirano a sus lacayos, repentinamente
interesado.
- Este es un buen sitio para sorprender
al Príncipe Juan- dijo Pablo.
- ¿Y qué haremos para quitarle el dine-
ro? -preguntó el Pequeño Juan. El Prín-
cipe Juan quitaba a los vecinos de un
pueblo llamado Nottingham su dinero y
lo ponía en sacos.
- No te preocupes Pablo, algo se nos ocu-
rrirá.
10. Esperaron a que llegara la carroza entre
tambores.
Los dos amigos, disfrazados de bailarinas
le esperaban en el camino.
Mientras los despistaban, Pablo cogió to-
das las cosas valiosas que había allí y el
Pequeño Juan hizo un agujero por el que
podía coger todas las monedas. En un mo-
mento se hicieron con el tesoro.
Como sus vecinos pasaban hambre, Pablo
Hood y el Pequeño Juan pensaban en de-
volver el dinero a los bolsillos de todos los
vecinos.
11. El día en que se celebraba el concurso de
Tiro al Arco, Pablo entró en el castillo
de Nottingham disfrazado de paje. Quería
ganar el concurso y liberar a su querida
amiga Lady Marina.
12. Un misterioso príncipe que decía venir de
una lejana tierra saludó al Príncipe Juan
y consiguió un cómodo asiento. ¿Quién
creéis que era?
El malvado rey no podía suponer que es-
taba invitando al torneo a uno de sus ene-
migos: el Pequeño Juan.
Marina, bella y con la cara triste, estaba
sentada al lado del malvado Príncipe. El
concurso reunió a los mejores arqueros, pero
solo dos llegaron al final: Pablo y el she-
riff de Nottingham.
Pablo Hood ganó sin duda y todo el pú-
blico se levantó a aplaudir y vitorear al
vencedor.
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15. Pero el príncipe Juan había reconocido la maestría de
Robin, y esta vez no se dejó engañar por el falso atuendo
del arquero, maestro de los disfraces. En el momento del
espaldarazo ritual al triunfador, rasgó con su espalda el
disfraz del proscrito y mostró a su rival, que no era otro
que Eric Robin Hood, el príncipe de los ladrones.
– ¡Detened al impostor y lo condenaré a muerte! – rugió el
príncipe a sus soldados. - ¡Ejecutad aquí mismo la sen-
tencia!
Un poderoso brazo se enroscó en la garganta del prínci-
pe mostrando un extraño brebaje que hacía arder al más
pintado.
– ¡Manda que suelten a Eric Robin, o verás que rato más
entretenido pasamos juntos! – le conminó Pequeño Juan.
– ¡Soltadle! – gimió el tirano.
Apenas se vio libre, Eric corrió hacia Marian, tomó una
de sus manos, y gritó al Pequeño Juan:
– ¡Huyamos de aquí enseguida!
Nuestros héroes corrían hacia una puerta secundaria del
castillo ante un gran tumulto.
– ¡Que no escape ninguno! – gritaba el príncipe, fuera de
sí.
– ¡Doblaré, triplicaré los impuestos a esos miserables!
Pero... ¡Ay del que no pueda pagar! ¡Acabará podrido en
las mazmorras de este castillo!
El malvado príncipe Juan había reconocido a
Pablo, y esta vez no se dejó engañar por su
disfraz. Cortó con su espada el disfraz y mostró
a su enemigo, que era, claro está, Pablo Hood,
el príncipe de los ladrones.
-¡Detenedle!- rugió el príncipe malo a sus sol-
dados.
Un brazo muy fuerte agarró al Príncipe Juan
y gritó:
-¡Manda que suelten a Pablo Hood, o verás..!
Era el Pequeño Juan, y el rey asustado gritó:
-¡Soltadle!
En cuanto fue libre, Pablo Hood corrió hacia
Marina, la cogió de su mano, y gritó al Pe-
queño Juan: -¡Huyamos de aquí enseguida!
El Pequeño Juan corría hacia una puerta del
castillo.
16. El herrero Tristán era ya mayor y tenía
la pierna rota, no tenía dinero para comer
porque todo lo tenía que dar al malva-
do Príncipe Juan. Pero un día al pobre
Tristán lo encerraron en la cárcel por no
estar de acuerdo con el príncipe Juan y lo
llevaron a las mazmorras. Media cuidad
de Nottingham estaba ya entre rejas por
negarse a pagar tanto dinero como el Prín-
cipe malo les pedía.
Pablo, el Pequeño Juan y Marina no lo
iban a consentir.
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19. Esa misma noche, tres sombras trepaban
por el castillo escondiéndose de todos. Eran
Pablo Hood, Lady Marina y el Pequeño
Juan, que querían liberar a Tristán, al
cura Tuck y a los demás prisioneros que
estaban en las cárceles del castillo.
Mientras el Pequeño Juan cruzó el patio
del castillo sin hacer ruido, Pablo Hood se
esforzó para sacar de allí a Lady Marina.
Para eso, usó el último invento en el reino,
un avión. Pablo se armó de valor para
poder sacar a Marina del castillo.
20. . Las piernas de Marina empezaron a temblar,
porque aunque fuese una niña muy valiente, eso
de volar era nuevo y le daba bastante miedo.
21. Pero Pablo dio a Marina el valor que le fal-
taba, agarrándole de la mano y dándole unos
camiones y furgonetas para jugar.
Desde ese momento, Marina y Pablo Hood su-
pieron que nada los separaría y que siempre
podrían contar el uno con el otro.
Unos volando y otros caminando, pronto lle-
garon a las mazmorras protegidas por dos
guardias.
22. - ¿Cuál es tu preferido? -susurró Pablo.
- El de la izquierda; parece más fuerte -repuso
Pequeño Juan-
Enseguida dejaron inmóviles a los guardias. Pero
después se encontraron con el Sheriff de Nottin-
gham, que dormía junto a la entrada principal de
la cárcel.
- Él debe tener las llaves -murmuró Pablo.
Y así fue. Con habilidad, Pablo Hood se hizo con
ellas, abrió la puerta, y dijo a sus compañeros:
– Sacad de la cárcel a todos los prisioneros, y que
no hagan ruido.
En poco tiempo, todos los prisioneros abandona-
ron los calabozos y siguieron a Pequeño Juan y
a Lady Marina.
Pablo ató una cuerda a la punta de una flecha
y formó un puente con el Pequeño Juan. Por la
23. cuerda se fueron deslizando todas las bolsas de oro
que encontró. Pero una de las últimas bolsas se
rompió y armó un buen jaleo. El príncipe se des-
pertó asustado, y avisó al Sheriff.
24. Días después, el rey Ricardo volvió de las
Cruzadas y ganó al falso y malvado Rey,
el Príncipe Juan. Pronto, devolvió la libertad
a su pueblo.
Todos los vecinos del reino fueron invitados
por el rey Ricardo a Palacio, donde celebraron
una gran fiesta, con música, baile, bebida y
manjares del chef. La fiesta acabó de madru-
gada con un gran castillo de fuegos artificiales
que todos contemplaron orgullosos.
El rey Ricardo, enterado de las aventuras de
Pablo Hood, quiso ser el organizador de su
boda con Marina, y la ceremonia se celebró
en medio de gran alegría.
25.
26. que además de servir excelentes comidas para
quien pudiera pagarlas, daban de comer a los
campesinos y aldeanos pobres sin que tuviesen
que pagar ni una moneda.
Trabajaban codo con codo en la cocina po-
niendo en práctica las recetas de sus abuelas.
Después de la boda, Pablo Hood y
Marina no quisieron vivir una vida de
nobles ni rodearse de lujos y se convir-
tieron en jóvenes emprendedores y va-
lientes.
Abrieron una taberna restaurante en la
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28. Mal lo pasó desde entonces el príncipe Juan,
quién lejos de acabar encerrado en las mazmorras
para siempre, fue castigado con una lección mucho
mejor: se convirtió en el camarero de la Taberna
de Marina y Pablo Hood, que se encargaron de
enseñar al príncipe Juan el valor de la genero-
sidad y la capacidad de ponerse en el lugar del
que pasa hambre.
El pequeño Juan, gran amigo de Pablo y Ma-
rina, se convirtió en el mejor de sus clientes y un
orgulloso tío de los niños que tuvo la feliz pareja.
Y vivieron felices para siempre, y repartieron jus-
ticia y amistad allá donde fueron.
29. Y os aseguro que fueron a muchos sitios…
¡volando y viendo el lado bueno de las co-
sas, como aprendieron a hacer juntos en esta
aventura!