Messaggio della Consigliera per le Missioni_14 agosto 2021 por
Lectio divina, 3er. dom.
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Lectio Divina, Domingo 3º. Tiempo Ordinario, Ciclo B, (Mc 1, 14-20)
Juan José Bartolomé, sdb
Resulta llamativo que en el inicio del ministerio público de Jesús, a
la primera predicación del Reino, siguiera la vocación de los
primeros discípulos. Las dos acciones con las que se estrenó
Jesús, fueron la evangelización de Galilea y la creación de un grupo
de discípulos: ‘El surgimiento del discipulado es el primer signo de
la llegada del Reino.
En el relato de la vocación están explícitos los rasgos característicos de los que le siguen.
La iniciativa es de Jesús, quien antes de llamar contempla a los hombres, enfrascados en
sus quehaceres cotidianos; su invitación es imperiosa, pues concede lo que pide: el
seguimiento es inmediato; la convivencia con Él cambia a la persona y lo que ella hace, su
profesión y hasta su familia.
Si no surgen discípulos de nuestra pastoral no es evangélica: El Reino aparece donde nacen
hombres capaces de dejar lo que son y cuanto tienen por seguir más de cerca a Jesús.
Tendríamos que cuestionar nuestro servicio evangelizador si no suscita vocaciones.
Tendrían que surgir personas dispuestas a estar con Jesús; si los que son llamados por Él no
lo encuentran, no pueden comprender el Reino ni vivir sus exigencias.
Seguimiento
14. Después del arresto de Juan, Jesús se fue a Galilea, a proclamar el Evangelio de
Dios.
15. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: conviértanse y crean en
el Evangelio.»
16. Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran
pescadores y estaban echando las redes en el lago.
17. Jesús les dijo: «Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres.»
18. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
19. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que
estaban en la barca repasando las redes.
20. Jesús los llamó también, y ellos dejaron a su padre Zebedeo en la barca con sus
trabajadores y se marcharon con Él.
LEER: entender lo que dice el texto fijándose cómo lo dice
Marcos sitúa la primera invitación de Jesús al inicio del evangelio. Este dato, es relevante: el
primer encuentro de Jesús con personas concretas, inmediato a su presentación pública
como predicador del Reino (Mc 1,14-15; Jn 1,29), se resuelve en una llamada al seguimiento
(Mc 1,17.20; Jn 1,39).
La vocación de los primeros discípulos (Mc 1,16-20) es, pues, la primera demostración de
eficacia de su palabra y de la autoridad que acompaña su hacer personal. Puesto que la
narración previa (Mc 1,2-16) no prepara (como en Jn 1,40) ni hace verosímil el seguimiento
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inmediato (así Lc 5,1-11), Jesús queda presentado como una personalidad raramente
irresistible.
El relato está claramente dividido en dos partes (Mc 1,16-18: vocación de Pedro y Andrés;
Mc 1,19-20: vocación de Santiago y Juan), construidas ambas en estrecho paralelismo. Se
abren y cierran de forma idéntica: pasando Jesús ve a unos hombres (Mc 1,16.19); estos,
hermanos (Mc 1,16.19), se fueron tras Él (Mc 1,18.20).
El cambio de actividad impuso la liberación inmediata de la ocupación que realizaban antes
de encontrarse con Jesús (Mc 1,16-17.19-20). El elemento que provocó este cambio fue las
palabras de Jesús (Mc 1,17. 20). Salva de la monotonía que podría producir la similitud de
esas dos escenas, la tensión narrativa que se da entre ambas escenas; Jesús se encontró
con una pareja de hermanos y los llamó; eran pescadores; la renuncia de la primera pareja
(Mc 1,18) está menos pormenorizada que la de la segunda (Mc 1,20c). Los primeros dejan el
trabajo, los segundos, trabajo y hogar.
Estas correspondencias destacan los datos esenciales de la vocación según el relato:
1º. La iniciativa de Jesús es previa y soberana: Jesús es, en toda la narración, protagonista
indiscutido; pasa, ve, habla y es, al instante, obedecido.
2º. El seguimiento es consecuencia de una llamada personal y se realiza como un caminar
subordinado: la convivencia con Jesús la consigue quien va en pos de él,… y mientras lo
haga.
3º. Quien es llamado por Jesús cambia de ocupación: las redes, la barca, el padre, serán
sustituidos por Jesús, sólo Él reemplaza lo que hacían antes; ir tras Jesús se convierte en la
ocupación del discípulo, exclusiva y excluyente; el que le sigue no tiene más ni menos que
hacer.
4º. Es significativo que en el centro del relato esté una palabra de Jesús, explícita: “Vengan
conmigo y los haré pescadores de hombres” (Mc 1,17) o sólo narrada, como aparece en el
versículo 20: “Ellos dejando a su padre Zebedeo en la barca con sus trabajadores, se fueron
con Él“.
Pero no hay conversación, ni tiempo para convencer a nadie. La llamada es una orden y
quien es llamado en cuanto oye a Jesús, se queda con él. Él, que llama, y quien es llamado,
entretejen la misteriosa aventura: la vocación.
MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida
Estrenando su ministerio, Jesús presenta su mensaje más importante, el que lo lanzó a dejar
todo cuanto lo había entretenido en su casa y con su gente, le arrancó de los suyos
confiriéndole un tarea nueva a su vida; detrás de su vida y motivo de su muerte estuvo esta
predicación del Reino de Dios por venir.
Todo lo que Jesús enseñó y cuanto hizo por los pueblos de Galilea debe considerarse
consecuencia de su propia convicción: "el plazo se ha cumplido, está cerca el Reino de
Dios". El misterio personal de Jesús nos resultaría más accesible, si lográramos entender
esas palabras suyas, las primeras que el evangelio nos transmite, las que lo sacaron del
anonimato lanzándolo al mundo.
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Todos tenemos la posibilidad de estar con Él. Si escuchamos su predicación y la
aceptamos, Dios y su Reino estarán entre nosotros, tocaremos su persona y sus
convicciones, y podremos hacer un camino de conversión.
El Reino era, en tiempos de Jesús, el símbolo de todo cuanto un pueblo creyente esperaba
de su Dios: libertad nacional, seguridad política, prosperidad económica, paz religiosa y
cumplimiento de la voluntad de Dios, siempre. Se esperaba que Él, un buen día y de forma
aún desconocida, se hiciera presente, superando obstáculos y venciendo los enemigos que
se oponían a su querer y a las necesidades de los creyentes.
Lo que caracterizaba el mensaje de Jesús no era tanto que hablara de un Reino por venir,
sino que lo anunciara ya cercano, próximo, al alcance de los que lo escuchaban y deseaban
convertirse. Pero, ¿qué tipo de conversión pedía? “Creer en el evangelio", en lo que les
decía, creyendo en su persona y en sus obras. Dijo el Reino de Dios está a las puertas, el
plan de Dios y lo que desean está por cumplirse, porque Él sabía a qué había venido.
El Reino de Dios se implanta en el corazón de quien sigue a Jesús. Dios no se acerca a
quien no tiene confianza en Él; no reina en quien no le da su sí ni lo sigue. ¿Quiero que
Él reine en mí y en los que tengo cerca?
Aquí empiezan los problemas; hoy ni siquiera nosotros, los creyentes de Jesús, damos fe al
evangelio de Jesús, al anuncio de un Dios cercano y de un reino por venir. La conversión
más profunda, la más difícil también, es aquella que se da cuando nos fiamos de Él, cuando
confiamos en sus promesas, cuando nos decidimos a tomar en serio su Palabra.
Jesús anunció su Reino por el camino. El primer fruto de su Reino fue la respuesta de esos
hermanos, que renunciaron a cuanto traían entre manos (una profesión, las redes) y cuanto
llevaban en su corazón (la familia, el padre): los discípulos de Jesús son el primer resultado
de la predicación del Reino. Quien sabe que Dios está cercano, termina por acercarse a
Jesús, tanto como para quedarse con él mientras predica el Reino.
Jesús quiere colmar nuestros deseos, la nostalgia de amor y de seguridad que todos
alimentamos; pero lo triste es que no creemos que esa es su voluntad y no confiemos en
su amor, en su cercanía. Nos parece imposible que nosotros le interesemos: no creemos
que Él quiera salvarnos; ahogamos nuestros mejores sentimientos por temor a que no
los podamos satisfacer; acaso sin percibirlo, no creemos que Él puede y quiere arreglar
nuestra vida y todo lo que es este mundo; lo sacamos de nuestro horizonte, y lo vemos
como un Dios sin futuro, sin fortuna, sin 'Reino'.
Como no creernos cuanto nos ha prometido, nos alejamos de la salvación que nos ofrece.
Nos falta convertirnos a la esperanza y tener a Dios como nuestro porvenir.
Jesús se encontraba de camino, predicando el Reino, llamó a su seguimiento a unos
hombres para que fueran con Él. Ellos fueron a llamar a sus hermanos, porque quien está
realmente convencido de la proximidad de Dios, quiere convencer a quienes se aproximan a
él.
Podremos cambiar el mundo si como ellos invitamos a quien tenemos cerca a ir con Jesús
para reinar con Él, viviendo el Evangelio y haciéndonos también sus discípulos.
Si la realidad es tan diversa, tan contraria, tan alejada de Jesús y de su evangelio es porque
nosotros hemos estamos lejos de su Palabra, y no queremos hacer su voluntad. Si nos
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llenáramos de fe y de esperanza podríamos hacer que Dios y su Reino estuvieran entre
nosotros.
No se entiende bien que tras tantos años de evangelización, no vivamos junto a Jesús; ni es
comprensible que quien desee tener cerca a Dios, no se acerque a Él, sin olvidar sus
palabras, sin vivir el Evangelio como exigencia primera. El anuncio del Dios cercano y la
convivencia de esos hombres con Él, señalaron el inicio del ministerio de Jesús.
Ésos son también nuestros orígenes. Si queremos mantenernos fieles a ellos, debemos
creer en el Evangelio y seguirle. Nuestra conversión nos pide aceptarle más
conscientemente en nuestras vidas, y abrirnos a su querer, liberándonos de cuanto nos
ata para ser de verdad discípulos suyos. No nos preocupemos por lo que tenemos que
dejar, sino animémonos a seguirle, uniéndonos a Él, que es lo que realmente importa.
Esto implica de nuestra parte abandonar lo que tenemos para estar a su disposición;
saldremos ganando al tenerle junto a nosotros y haciendo conscientemente de Dios y su
Reino el futuro de nuestra vida.
ORAMOS nuestra vida desde este texto:
Maestro, gracias porque sigues llamando a quien tú quieres. Haznos
capaces de responder a tu invitación, dejando todo lo que no nos
permite darte nuestro ‘Si’. ¡Qué alegría saber que nos amas, que te
interesamos, que quieres que colaboremos contigo en la misión que
tu Padre te encomendó!. ¡Qué confianza nos tienes! Te pedirnos que
valores lo que es estar contigo, por encima de todo. Tu amor nos llena
de valor para hacer lo que Tú nos pides! Queremos ser tus discípulos
misioner@s ahora y siempre. ¡Así sea!