El autor no se identifica con ninguna religión en particular, pero cree en Dios de manera natural e independiente. Comparte las principales doctrinas de las principales religiones según cómo cree que fueron originalmente concebidas por sus fundadores. Sin embargo, no se une a ninguna religión específica, ya que cree que la verdad no pertenece exclusivamente a ninguna fe y que el espíritu divino puede manifestarse en todas partes. Adopta una perspectiva imparcial frente a las religiones.

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MI POSICIÓN FRENTE A
LAS RELIGIONES

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En materia de religión, comparto al pie de la
letra la siguiente posición adoptada y
expresada por el orientalista británico Paul
Brunton en su libro “Un mensaje desde
Arunachala”:

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No soy miembro de ninguna fe religiosa --en
el sentido convencional del término--; no
soy, pues, ni cristiano, ni judío, ni
musulmán, ni hindú, ni budista. Y debo
confesar, francamente, que nací sin
ninguna inclinación particular por la
religión.

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Pero creo profundamente en Dios, de
manera natural e independiente, y
comparto en lo fundamental la mayoría de
las principales doctrinas religiosas, según
la interpretación que, creo, es la que sus
Fundadores dieron a las mismas.

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Así, pues, soy cristiano, en la medida en
que concuerdo con las palabras de San
Pablo, cuando dijo: “Y si tengo el don de la
profecía, y entiendo todos los misterios y
todo conocimiento, pero no poseo amor,
no soy nada”.

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Soy budista, en el sentido de que
comprendo que, como lo afirmó Gautama,
sólo es libre el hombre cuando desecha
todos sus deseos.

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Soy judío, en tanto creo profundamente en la
siguiente afirmación: “Escucha, oh Israel, el
Señor, nuestro Dios, es Uno”.

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Soy hindú, al extremo de creer en la unión
con el Ser Espiritual.

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Soy musulmán, ya que confío en Alá.

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Finalmente, soy un creyente de Lao-Tsé
–taoísta--, puesto que acepto su percepción
de las extrañas paradojas de la vida.

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Pero más allá de los puntos señalados, no
comulgo con dichas religiones. A partir de
esas verdades que acepto, en cada caso
particular, me vuelvo o me regreso, como si
fueran barreras limítrofes.

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No me uniré a los cristianos, en una
exaltación de Jesús --a quien, sin embargo,
amo más profundamente que muchos de
ellos--, por encima de la que merecen los
demás mensajeros de Dios.

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No seguiré a los budistas en su negación de
las bellezas y placeres que la vida nos
reserva.

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No acepto de los judíos el estrecho
sometimiento de la mente a observaciones
superficiales.

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No caminaré junto a los hindúes,
proclamando su exagerado fatalismo que
niega la innata fuerza divina del hombre.

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No seguiré a los musulmanes en su
fidelidad a la prisión de un libro, por
sagrado que éste sea.

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Por último, tampoco aceptaré de los taoístas,
su sistema de mascarada supersticiosa, que
remeda aquello que, se supone, todo hombre
grande debe honrar.

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No creo que Dios haya otorgado el
monopolio de la Verdad a algunos de
nosotros; el sol brilla igualmente para
todos. Ninguna raza o país puede reclamar
para sí el monopolio de la Verdad, ya que
el soplo divino puede descender sobre los
hombres de cualquier región de la tierra.
Ningún credo tiene los derechos exclusivos
de la verdad.

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Por consiguiente, me coloco frente a las
religiones en una perspectiva imparcial y
sin compromisos. Puedo, así, comprender
por qué alcanzaron su grandeza, y por qué,
en algunos casos, esas doctrinas están en
decadencia.