EL PIANO
I
Desnudo, ansioso, hoy te aguarda el piano,
un cajón antiguo de cedro oscuro y raso blanco
cárcava seria, robusta, altiva y arrogante.
Pégale sobre sus infaustas teclas dolientes
ponle encima tus rojas manos, recórrelo todo.
II
Que brote de él su creadora alma prisionera.
Tócalo con tu amor ágilmente, con firmeza
repica las vibraciones de su celeste arpa.
Lentamente en el vaivén de sus blancas olas
siente el escalofrió de mi alma agónica en ti.
III
Acarícialo despacio y sin temores, ábrelo
que él resuma hoy nuestra trágica historia.
En el concierto de las teclas que lloran
complacidas al sentir tus tibias falanges.
Y te embriaguen con todos los sonidos
de sus cuerdas y de sus tímidos martillos.
IV
Entre piezas negras y blancas, recibirás
en regalo, una comparsa de tristes llantos.
Hoy viste el mejor de tus trajes negros
en medio del viejo salón de paños dorados.
V
Allí te espera amado, impaciente el teclado
por el resto de su vida para ti inmolado.
A pesar de que las horas negras lo visiten
en el umbral del sueño del tiempo infinito.
VI
Cuando el blanco polvo de los años se acueste
en la tétrica playa de la ingratitud y el olvido.
Toca amor sobre él ácidas y tristes melodías
una tras otra sin aplazamiento extírpaselas,
saca del corazón las alicaídas notas sangrientas
al compás de estremecedores besos nocturnos.
VII
Que la canción melancólica aleje de ti la risa
y retumben millones de tristezas adoloridas.
El glorioso concierto de la muerte llene el salón
de las estrellas cautivas y las hadas muertas.
VIII
Que los faunos bailen desnudos y descalzos
sobre su fastuosa y sacrílega cola antigua.
Desclava toda su calida madera, hiérrelo
vibradle furioso hasta el último acorde gris.
IX
Pasea tus manos en la luz y en la penumbra
con pasión filarmónica de excitación y goce.
Desentierra los milenarios acordes de la cueva
del precioso teclado cadencioso omnipotente.
X
Haz que su alma se pronuncie con lisuras
dentro de la oscura caja musical de la muerte.
Mostrándole todos los sufrimientos y quejidos
de la vida que llevan los dolores y las congojas.
XI
Se alcen sus notas por la circunferencia finita
y se quiebren los cristales de toda ventana.
Las brujas huyan al final de las horas sombrías
y que la noche llore torrentes de horrenda sangre
XII
El magistral piano negro va derramando su alma
en cada nota que al salir se cristaliza en llama.
Entre las viejas partituras de grandiosas obras
se refinan y aminoran los conciertos de tristezas
de un contenido que él condenado piano solloza
XIII
Tierna serenata de un ataúd que implora y llora
al sentir tus manos sobre su triste teclado.
Una voz se asfixia dentro de negra caja sonora
y el aire entero se llena de notas de oro y plata.
XIV
Sinfonía de inmensa tristeza que entre sollozos
te dice: sufro dolor de oscuridad y de muerte.
callado, inerte, sombrío mi paso al helado paso
al infierno que se debate entre el amor y olvido.
XV.
Toca la tumba, mi sagrado aposento negro
¡Amado! que desde todos los tiempos ansío
que mi cuerpo ennegrecido por los deseos
sea por tus dedos surcado y profanado.
JEM WONG
11.02.2005
“En asuntos de amor los locos son los que tienen más experiencia. De amor no preguntes nunca a los cuerdos; los cuerdos aman cuerdamente, que es como no haber amado nunca”.
Jacinto Benavente
(Jemwong)
EL PIANO
I
Desnudo, ansioso, hoy te aguarda el piano,
un cajón antiguo de cedro oscuro y raso blanco
cárcava seria, robusta, altiva y arrogante.
Pégale sobre sus infaustas teclas dolientes
ponle encima tus rojas manos, recórrelo todo.
II
Que brote de él su creadora alma prisionera.
Tócalo con tu amor ágilmente, con firmeza
repica las vibraciones de su celeste arpa.
Lentamente en el vaivén de sus blancas olas
siente el escalofrió de mi alma agónica en ti.
III
Acarícialo despacio y sin temores, ábrelo
que él resuma hoy nuestra trágica historia.
En el concierto de las teclas que lloran
complacidas al sentir tus tibias falanges.
Y te embriaguen con todos los sonidos
de sus cuerdas y de sus tímidos martillos.
IV
Entre piezas negras y blancas, recibirás
en regalo, una comparsa de tristes llantos.
Hoy viste el mejor de tus trajes negros
en medio del viejo salón de paños dorados.
V
Allí te espera amado, impaciente el teclado
por el resto de su vida para ti inmolado.
A pesar de que las horas negras lo visiten
en el umbral del sueño del tiempo infinito.
VI
Cuando el blanco polvo de los años se acueste
en la tétrica playa de la ingratitud y el olvido.
Toca amor sobre él ácidas y tristes melodías
una tras otra sin aplazamiento extírpaselas,
saca del corazón las alicaídas notas sangrientas
al compás de estremecedores besos nocturnos.
VII
Que la canción melancólica aleje de ti la risa
y retumben millones de tristezas adoloridas.
El glorioso concierto de la muerte llene el salón
de las estrellas cautivas y las hadas muertas.
VIII
Que los faunos bailen desnudos y descalzos
sobre su fastuosa y sacrílega cola antigua.
Desclava toda su calida madera, hiérrelo
vibradle furioso hasta el último acorde gris.
IX
Pasea tus manos en la luz y en la penumbra
con pasión filarmónica de excitación y goce.
Desentierra los milenarios acordes de la cueva
del precioso teclado cadencioso omnipotente.
X
Haz que su alma se pronuncie con lisuras
dentro de la oscura caja musical de la muerte.
Mostrándole todos los sufrimientos y quejidos
de la vida que llevan los dolores y las congojas.
XI
Se alcen sus notas por la circunferencia finita
y se quiebren los cristales de toda ventana.
Las brujas huyan al final de las horas sombrías
y que la noche llore torrentes de horrenda sangre
XII
El magistral piano negro va derramando su alma
en cada nota que al salir se cristaliza en llama.
Entre las viejas partituras de grandiosas obras
se refinan y aminoran los conciertos de tristezas
de un contenido que él condenado piano solloza
XIII
Tierna serenata de un ataúd que implora y llora
al sentir tus manos sobre su triste teclado.
Una voz se asfixia dentro de negra caja sonora
y el aire entero se llena de notas de oro y plata.
XIV
Sinfonía de inmensa tristeza que entre sollozos
te dice: sufro dolor de oscuridad y de muerte.
callado, inerte, sombrío mi paso al helado paso
al infierno que se debate entre el amor y olvido.
XV.
Toca la tumba, mi sagrado aposento negro
¡Amado! que desde todos los tiempos ansío
que mi cuerpo ennegrecido por los deseos
sea por tus dedos surcado y profanado.
JEM WONG
11.02.2005
“En asuntos de amor los locos son los que tienen más experiencia. De amor no preguntes nunca a los cuerdos; los cuerdos aman cuerdamente, que es como no haber amado nunca”.
Jacinto Benavente
(Jemwong)
Trabajo realizado por Teresa Juan, de 2º de Bac del IES "Violant de Casalduch", para asignatura de Referentes sobre la resemantización de la mitología en el cine, en marzo de 2007
1. N O V E N A L E C T U R A
D E L L E N G U A
C A S T E L L A N A
AFRODITA, AIDITA Y RICARDITO
En el antiguo monte Olimpo todo era una auténtica balsa de aceite. En los frondosos
bosques cercanos a la falda del monte, las ninfas esbeltas alegraban a la madre naturaleza
con sus dulces cantos. En su máximo esplendor, el entorno natural era bellísimo. Allí, los
dioses y las diosas podían dedicarse con toda tranquilidad, sin miedo alguno a ser
molestados, a desplegar sus artes y dones. Tal era el caso de Afrodita. Diosa del amor y
también una de las deidades de la música, cada vez que abría la boca sus dulces labios
desprendían un intenso aroma a rosas, acompañado de una delicada melodía que hipnotizaba
y embelesaba a todos los seres vivientes. El mismísimo Eros untaba sus flechas de punta de
oro con las canciones regaladas por Afrodita que flotaban lentamente en la atmósfera del
Olimpo. Allí se respiraba paz, amor y música.
Lejos, muy lejos en el espacio y en el tiempo, tres mil años adelante en la historia, Aidita
y Ricardito fracasaban estrepitosamente dentro del panorama musical. Estaban abatidos
porque nadie quería comprar sus discos. Habían decidido hacía un tiempo formar una banda
musical bajo el nombre de Gargantas enfermas de grito y se definían como una formación de
punk duro cuyo objetivo era destrozar los bafles y altavoces de las salas de música en las que
actuaban, mientras los asistentes enloquecían y llegaban a un estado de éxtasis total, con las
cuerdas vocales totalmente desgarradas. En el año dos mil catorce, sin embargo, la
competencia por ocupar los puestos más destacados en las listas de Los 40 principales era
terrible y tenían que diputarse el miserable número cuarenta con la banda Vómito interior, un
grupo de heavy metal que al parecer estaba en la cresta de la ola.
Turbados por la miseria en la que habían caído –no ganaban suficiente dinero ni para
pagar las facturas del alquiler del equipo de música-, Aidita y Ricardito proferían insultos y
acababan siempre enfadados porque se echaban las culpas mutuamente. Hasta que, una
mañana, recién levantada, Aidita tuvo una brillante idea… Le propuso a Ricardito que viajaran
al pasado, a los orígenes de la música, a un lugar remoto donde nunca antes hubieran
escuchado nada relacionado con su estilo musical precisamente porque aún no se había
2. inventado nada tan horripilante como el punk duro. ¡Viajarían a la antigua Grecia! Ricardito,
obviamente, no rehuyó la propuesta de su amiga y así, juntos, tomaron prestada la máquina
del tiempo que el padre de Aidita había creado (el hombre trabajaba en una especie de fábrica
dedicada al desarrollo y aplicación de sistemas de riego, industria que en realidad era una
tapadera para ocultar un avanzado centro de investigación, filial de la NASA, en el que se
llevaban a cabo proyectos secretos de alta importancia) y programaron un retroceso en el
tiempo hasta el año ochocientos antes de Cristo.
Tras un tortuoso viaje, Aidita y Ricardito llegaron finalmente a la antigua Grecia, al monte
Olimpo, para ser más precisos. Una vez en el exterior, enchufaron los cables de las guitarras
eléctricas a un equipo electrógeno portátil y empezaron a dar caña. ¡El estruendo era
ensordecedor!
Completamente trastornados, los dioses, diosas y ninfas del lugar empezaron a sufrir
terribles dolores de cabeza. La misma Afrodita abandonó su jovial y dulce canto y se unió a la
banda de Aidita y Ricardito, convirtiéndose en un abrir y cerrar de ojos en la vocalista del
grupo, una cantante que se desgarraba por dentro gritando –que no cantando- de forma
atronadora. Solo salían gritos e insultos cantados, de su boca.
Lógicamente, el efecto que pretendían causar Aidita y Ricardito tampoco fue el esperado.
Zeus, el dios de dioses, perdió los nervios, la paciencia y la cabeza y, por primera vez, se
levantó de su trono y empezó a lanzar rayos a diestra y siniestra. Completamente enfurecido,
desencadenó la primera tormenta de la que se tuvo noticia en el mundo antiguo. Hasta ese
entonces, el Olimpo había sido un remanso de paz y tranquilidad. Quizá Aidita, Ricardito y
Afrodita no triunfaron con su grupo de música punk, pero los libros de historia hablan de ellos
como los seres malignos que destruyeron la paz en el Olimpo y trajeron a la Tierra el mal
tiempo, las ventiscas y tempestades.