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PARASOMNIA


10:26 PM; casi sin querer abrí mis ojos del letargo en el que se encontraban, y por un
muy breve instante me sentí placidamente cómodo de encontrarme extendido sobre mi
cama. Estando acostado sobre mi hombro izquierdo alcancé a ver como un haz de luz se
filtraba en mi habitación a través de la puerta mal cerrada del mismo, y al fondo, la
inconfundible voz de Joaquín López-Doriga y demás ruidos provenientes del exterior. De
principio no le presté importancia, hasta llegué a pensar que mi madre había entrado a mi
cuarto mientras dormía y había olvidado cerrar la puerta. Decidí entonces que estaba
demasiado cansado como para levantarme y emparejarla, así que opté por darle la espalda
y colocarme sobre mi hombro derecho, pero no pude.

—¡Ah, cabrón! —pensé—, y volví a intentarlo sin éxito.

        Sin asimilarlo demasiado intenté moverme nuevamente aun que el resultado
siguió siendo el mismo, y al con todo el derecho del mundo, comencé a entrar en pánico.
Un sin fin de ideas revoloteaban por mi cabeza aunque ninguna sin aterrizar. Cuando de
pronto, y sin voluntad alguna, había quedado boca arriba.

—¡Bravo!, lo logré —ahora solo tenía que girar sobre mi hombro derecho, como si no
hubiese sido suficiente—. Repentinamente un zumbido invadió mis pensamientos, y sin
aviso alguno, de la manera mas violenta, un peso —como el equivalente a cualquier
humano adulto promedio— se dejó caer sobre mi estomago y se extendió por sobre todo
mi cuerpo. Mi primer instinto me hizo luchar contra aquella fuerza, quise gritar pero las
palabras se quedaban atoradas en mi garganta, solo emitía pequeños gruñidos
inarticulados. Era una sensación de asfixia, comparada con la sensación que se vive al
bajar a toda velocidad de la montaña rusa. No pude moverme, no podía pedir ayuda. Y el
pánico al igual que aquel peso inherente, se apoderaron de mí cuerpo completamente.

—Ahorita se me pasa —intenté tranquilizarme—. Estando en mi estado conciente me di
cuenta que lo único que me pertenecía hasta ese momento eran solamente mis ojos,
puesto que constantemente volteaba de reojo hacia la puerta con la esperanza de que
alguien pasara, volteara y me viera. Pero eso nunca sucedió.

El viento arremetió con fuerza contra mi ventana e hizo precipitar las persianas. Un
escalofrío recorrió mi columna vertebral y mi sentido del oído se agudizó como el de un
lobo. Comencé a escuchar voces tan claras y diversas que incluso llegué a creer que
estaban dentro de mi cabeza, no podía discernir entre sonidos y recuerdos, era como si de
pronto mi cerebro se hubiese convertido en alguna especie de antena radiofónica capaz de
captar cualquier tipo de frecuencia de manera aleatoria. Hasta que me topé con la
estación equivocada, y las voces que parecían venir del interior de mi cabeza se
esfumaron, dándole paso a un único hilo de voz, que a punta oreja, escuchaba
directamente sobre mi oído derecho. Inmediatamente se me enchinó la piel, sentí como el
sudor en frío recorría toda la extensión de mi frente y el cómo mi corazón podría explotar
en cualquier instante y detenerse.

Paulatinamente los susurros comenzaron a adquirir forma, parecía en muchos aspectos
alguna especie oración. Así que rápidamente contraataqué —de acuerdo a mis principios
básicos y mi fé—. Pero fue como si hubiese contado un chiste, aquella voz se hacía cada
vez mas fuerte, y en sus palabras se podía percibir burla, furia y convicción. Totalmente
atónito y a pesar de toda aquella sensibilidad no pude entender aquellas palabras, ya que
era en un idioma muy poco común. Centré un poco más mi atención e inferí que aquella
lengua debía ser inequívocamente Latín —o algún subtipo de lengua itálica—. Entonces
que escuché pasos, volteé como pude y de reojo alcancé a ver cómo mi madre que subía
por la escalera hacia su cuarto.

—¡Má!… —pensé en voz alta con la esperanza de que me escuchara, pero ella solo
siguió su camino, se metió a su cuarto, y cerró la puerta a su paso.

—¿Quieres ir con mamá? —preguntó aquella voz en perfecto español con un irónico y
mordaz humor.

—Padre nuestro que estas en el cielo…

—¡Santificado sea tu nombre! ¡Dilo como si lo creyeras! —complementó, y de paso me
regañó. Y como si me hubiesen jalado del brazo salté de la cama de un brinco. Tal cual
sonámbulo conciente caminé involuntariamente hacia el cuarto de mi somnolienta madre.

—¿Es ella o tú? —preguntó casi de manera unilateral—. No dije nada.
Estando allí parado y sin parpadear, claramente pude ver como incontables sombras
entraban y salían del cuerpo de mi madre con escalofriante facilidad.

—Un demonio mas y se volverá loca —aseveró.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunté mentalmente sin vacilar.

—Quiero, quiero ¡vivir en tu cuerpo! —respondió de tal forma como si hubiese esperado
una eternidad para escuchar aquella pregunta, casi se podía oler su intranquila y fortuita
exasperación, y tuve la sensación de que de alguna manera me estaba pidiendo permiso.
Y con todo el coraje de mí ser, tranquilicé mi respiración, hice a un lado el temor y cerré
los ojos.

—No —respondí finalmente con seguridad—. Y apenas rozaron mis labios cuando abrí
nuevamente los ojos y me encontraba devuelta sometido contra mi cama. Pude darme
cuenta que mis manos se estaban moviendo en una especie de micro convulsiones,
escuchaba dos respiraciones y dos corazones. Aquel oriundo y espeluznante lenguaje
reapareció, trayendo consigo mi desesperación. Pero antes de que se convirtiera en pánico
lo maldije con toda mi infinita fuerza y aquella cosa simplemente desapareció.



                                                                                10:27 PM.

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  • 2. básicos y mi fé—. Pero fue como si hubiese contado un chiste, aquella voz se hacía cada vez mas fuerte, y en sus palabras se podía percibir burla, furia y convicción. Totalmente atónito y a pesar de toda aquella sensibilidad no pude entender aquellas palabras, ya que era en un idioma muy poco común. Centré un poco más mi atención e inferí que aquella lengua debía ser inequívocamente Latín —o algún subtipo de lengua itálica—. Entonces que escuché pasos, volteé como pude y de reojo alcancé a ver cómo mi madre que subía por la escalera hacia su cuarto. —¡Má!… —pensé en voz alta con la esperanza de que me escuchara, pero ella solo siguió su camino, se metió a su cuarto, y cerró la puerta a su paso. —¿Quieres ir con mamá? —preguntó aquella voz en perfecto español con un irónico y mordaz humor. —Padre nuestro que estas en el cielo… —¡Santificado sea tu nombre! ¡Dilo como si lo creyeras! —complementó, y de paso me regañó. Y como si me hubiesen jalado del brazo salté de la cama de un brinco. Tal cual sonámbulo conciente caminé involuntariamente hacia el cuarto de mi somnolienta madre. —¿Es ella o tú? —preguntó casi de manera unilateral—. No dije nada. Estando allí parado y sin parpadear, claramente pude ver como incontables sombras entraban y salían del cuerpo de mi madre con escalofriante facilidad. —Un demonio mas y se volverá loca —aseveró. —¿Qué es lo que quieres? —pregunté mentalmente sin vacilar. —Quiero, quiero ¡vivir en tu cuerpo! —respondió de tal forma como si hubiese esperado una eternidad para escuchar aquella pregunta, casi se podía oler su intranquila y fortuita exasperación, y tuve la sensación de que de alguna manera me estaba pidiendo permiso. Y con todo el coraje de mí ser, tranquilicé mi respiración, hice a un lado el temor y cerré los ojos. —No —respondí finalmente con seguridad—. Y apenas rozaron mis labios cuando abrí nuevamente los ojos y me encontraba devuelta sometido contra mi cama. Pude darme cuenta que mis manos se estaban moviendo en una especie de micro convulsiones, escuchaba dos respiraciones y dos corazones. Aquel oriundo y espeluznante lenguaje reapareció, trayendo consigo mi desesperación. Pero antes de que se convirtiera en pánico lo maldije con toda mi infinita fuerza y aquella cosa simplemente desapareció. 10:27 PM.