La violencia de género, como forma de violencia presente en todo el mundo y producto de la desigualdad entre hombres y mujeres que ha caracterizado a nuestras sociedades hasta ahora, ha pasado de ser un drama familiar, sobre el que había de pasar de puntillas y en silencio, a ser considerado una clara violación de los derechos fundamentales de las mujeres: el derecho a la libertad, a la vida y a la integridad física. Hace más de veinte años que Naciones Unidas lo reconoció como «el crimen encubierto más numeroso del mundo» y que aún continúa siéndolo en muchos países. A raíz de muchas sublevaciones por parte de mujeres que se mostraban enfrentadas con esta situación se ha logrado que la mujer haya comenzado a tener voz dentro de nuestra sociedad. Aún así este fenómeno sigue estando vigente, y a pesar de que existe un marco legislativo que nos ampara en todos los niveles, la desigualdad por razón de género sigue estando presente en todos los ámbitos de la vida de la mujer. Realmente, es un logro que se haya superado en gran parte, la premisa de ocultar este fenómeno que invade por completo la vida de cualquier mujer, pero como ya hemos argumentado anteriormente este fenómeno sigue dejando huella en nuestra sociedad. La prueba de ello está en que según los últimos datos recogidos en prensa de lo que llevamos de año hay un total de 12 víctimas mortales por cuestiones de género. Estos hechos revelan y justifican que la violencia de género es responsabilidad de todos, algo a lo que tenemos que hacer frente firmemente con la intención de erradicarla lo antes posible. Para ello, será necesario romper y superar las diversas barreras culturales y aptitudinales que a lo largo de la historia ha otorgado el papel dominante en cuestiones de poder a la figura masculina.