1. Pueblo de Dios
"No por ser vosotros más que todos los pueblos os
ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros
erais el más insignificante de todos los pueblos;"
(DEUTERONOMIO 7:7)
Quizás para cuestiones motivacionales o
relacionadas con la autoestima este texto no tenga
mucho que dar. Pero sí hace algo muy valioso: Nos
recuerda lo que éramos. El Antiguo Testamento le
recuerda al pueblo de Israel que fueron esclavos de
Egipto cuando Dios vino a ellos. El Nuevo
Testamento nos recuerda a los cristianos que
éramos esclavos del pecado y de Satanás ante de
ser liberados por la cruz. Sea el AT o el NT, lo cierto
es que Dios ha tomado lo vil y menospreciado de
este mundo para vestirlo de santidad, libertad y
amor.
Alguien decía que quizás la escena más
conmovedora del Éxodo fue cuando Aarón fue
vestido con las ropas sacerdotales. Se nos hace
difícil imaginarlo, pero podemos hacer el esfuerzo.
Un hombre en la madurez de su vida acostumbrado
por toda su vida a ser un esclavo, a vestir andrajos
mugrientos, sucio y despeinado como quien ha
pasado viviendo en un basurero toda su vida.
Acostumbrado a ser llamado por apodos o insultos
entre gritos y groserías. De pronto empieza a ver
como se le quita aquellas ropas sucias y es vestido
con un manto blanco y puro, se lo ciñe con un cinto
dorado, se le pone un pectoral lleno de piedras
preciosas y se lo llama sacerdote del Dios altísimo.
Entre cantos de alabanza y lágrimas de incredulidad
seguramente se dio aquella ceremonia. Pero lo más
conmovedor no es que se haya hecho ese cambio
en Aarón, sino que se haya dicho a todo Israel:
"Vosotros me seréis un reino de sacerdotes..."
Qué decir de hoy en día cuando Dios nos ha llamado
a formar parte de ese real sacerdocio y de esa
nación santa. Y esto, no porque tuviéramos algún
privilegio, merito o bondad mayor que los demás,
sino sólo por "el puro afecto de su voluntad",
porque te vio y me vio en nuestra necesidad y nos
tomó para sí y nos hizo sus escogidos, el pueblo que
Dios adquirió en la cruz.
Fuimos lo más insignificante de la tierra, pero Dios
nos ha llamado hijos de Dios. Pero la casa de Dios es
grande y Él nos llama a invitar a más personas a
venir su casa y ser transformados por su gracia.
Hermosos son los pies de los que anuncian la paz,
las buenas nuevas de salvación.