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SIMBOLOGIA EN EL TABERNACULO
ÉXODO 25
En el libro de Génesis se narra que Dios andaba con su pueblo (Gn 3.8; 5.22, 24; 6.9; 17.1).
Pero en Éxodo Dios dijo que quería morar con su pueblo (Éx 25.8; 29.46). El tabernáculo
que Moisés construyó es la primera de varias moradas que Dios bendijo con su gloriosa
presencia (Éx 40.34–38). Sin embargo, cuando Israel pecó, la gloria se alejó (1 S 4.21–22).
El segundo lugar de morada es el templo de Salomón (1 R 8.10–11). El profeta Ezequiel
vio la gloria partir (Ez 8.4; 9.3; 10.4, 18; 11.23). La gloria de Dios volvió a la tierra en la
persona de su Hijo, Jesucristo (Jn 1.14, en donde «habitó» quiere decir «moró») y los
hombres lo clavaron en una cruz. El pueblo de Dios hoy es su templo, universal (Ef 2.20–
22), local (1 Co 3.16) e individualmente (1 Co 6.19–20). Ezequiel 40–46 promete un
templo del reino donde morará la gloria de Dios (Ez 43.1–5). También vemos que el hogar
celestial será un lugar donde la presencia de Dios estará eternamente con su pueblo (Ap
21.22).
I. Ofrendas para el santuario (25.1–9)
Dios le dio a Moisés el modelo del tabernáculo (v. 9), pero le pidió al pueblo que
contribuyera con los materiales necesarios para su construcción (vv. 1–9). Esta fue una
ofrenda que se hizo una sola vez y debía darse con corazones dispuestos (véase 35.4–29).
Catorce clases diferentes de materiales se mencionan aquí, desde piedras preciosas y oro,
hasta lanas de varios colores. Pablo usó luego la imagen de «oro, plata, y piedras preciosas»
cuando escribió acerca de edificar la iglesia local (1 Co 3.10ss). Es importante notar que los
muebles se construyeron para que pudiera transportarse; porque el tabernáculo enfatiza que
somos peregrinos. El diseño para el templo de Salomón se cambió, porque el templo ilustra
al pueblo de Dios morando permanentemente en el reino glorioso de Dios. Sin entrar en
tediosos detalles, consideraremos los muebles y enseres del tabernáculo, y las lecciones
espirituales que de ellos se desprenden.
II. El arca del pacto (25.10–22)
Dios empezó con el arca debido a que era el mueble más importante en la tienda
propiamente dicha. Era el trono de Dios donde reposaba su gloria (v. 22; Sal 80.1 y 99.1).
Habla de nuestro Señor Jesucristo en su humanidad (madera) y deidad (oro).
Dentro del arca había tres artículos especiales: las tablas de la ley (v. 16), la vara de
Aarón que reverdeció (Nm 16–17) y una vasija con maná (Éx 16.32–34). Es interesante que
cada uno de estos artículos se relaciona con la rebelión del pueblo de Dios: las tablas de la
ley con la confección del becerro de oro; la vara de Aarón con la rebelión que dirigió Coré;
y el maná con las quejas de Israel en el desierto.
Estos tres artículos dentro del arca podían haber traído juicio sobre Israel de no haber
sido por el propiciatorio que estaba sobre el arca, el lugar donde cada año se rociaba la
sangre en el Día de la Expiación (Lv 16.14). La sangre cubría los pecados del pueblo de
modo que Dios veía la sangre y no su rebelión. La frase «propiciatorio» significa
«propiciación», y Jesucristo es la propiciación (propiciatorio) por nosotros hoy (Ro 3.25; 1
Jn 2.2). Venimos a Dios a través de Él y ofrecemos nuestros sacrificios espirituales (1 P
2.5, 9).
La frase «bajo sus alas» algunas veces se refiere a las alas del querubín antes que a las
de la gallina madre. Estar «bajo las alas» significa morar en el Lugar Santísimo en
comunión íntima con Dios. Véanse Salmos 36.7–8 y 61.4.
III. La mesa de los panes de la proposición (25.23–30)
Las doce tribus de Israel estaban representadas en el tabernáculo de tres maneras: por
sus nombres escritos en dos piedras grabadas en los hombros del sumo sacerdote (Éx 28.6–
14); por sus nombres en las doce piedras del pectoral del sumo sacerdote (28.15–25) y por
los doce panes en la mesa en el Lugar Santo. Estos panes eran un recordatorio de que las
tribus estaban siempre en la presencia de Dios y que Él veía todo lo que hacían (véase Lv
24.5–9).
El pan era también un recordatorio de que Dios alimentaba a su pueblo («danos hoy
nuestro pan cotidiano»), que su pueblo debía «alimentarse de la verdad de Dios» (Mt 4.4) y
que Israel debía «alimentar» a los gentiles y testificarles. Dios llamó a Israel a ser bendición
a los gentiles, de la misma manera que el pan es alimento para la humanidad; pero el pueblo
de Israel no siempre cumplió este llamamiento.
Los panes se cambiaban semanalmente y sólo a los sacerdotes se les permitía comer de
este pan santo. Véase Levítico 22. A David se le permitió comer del pan porque era el rey
ungido de Dios y el pan ya no estaba en la mesa. Dios está más interesado en satisfacer las
necesidades humanas que en proteger los ritos sagrados (Mt 12.3–4).
IV. El candelero de oro (25.31–40)
La palabra «candelero» se presta a confusiones, porque era un candelero cuya luz se
alimentaba de aceite (véanse Lv 24.2–4; Zac 4). Las iglesias locales están representadas por
candeleros de oro individuales (Ap 1.12–20), dando la luz de Dios al mundo oscuro. El
candelero en el lugar santo habla de Jesucristo, la luz del mundo (Jn 8.12). El aceite para las
lámparas nos recuerda el Espíritu Santo, quien nos ha ungido (1 Jn 2.20). Algunos eruditos
ven en el candelero de oro un cuadro de la Palabra de Dios que nos da luz al caminar por
este mundo (Sal 119.105). Israel debía ser luz para los gentiles (Is 42.6; 49.6), pero fracasó
en su misión. Hoy cada creyente es la luz de Dios (Mt 5.14–16) y cada iglesia local debe
brillar en este mundo oscuro (Flp 2.12–16).
ÉXODO 26–27
I. Las cortinas y la cubierta (26.1–14)
Dentro del tabernáculo, visto sólo por los sacerdotes que ministraban, había coloridas
cortinas de lino colgando de la estructura de madera. Dios construyó bellamente las paredes
y el cielo raso del tabernáculo, no sólo con los colores usados sino también con las
imágenes de los querubines en las cortinas. El mandamiento en contra de hacerse imágenes
de talla no prohibía al pueblo participar en la obra artística ni en hacer objetos hermosos,
porque no intentaban adorar lo que hicieron para la gloria de Dios.
Téngase presente que el tabernáculo propiamente dicho era una tienda ubicada dentro
de un atrio, con varias cubiertas colocadas sobre una estructura de madera. Había cuatro
cubiertas diferentes, las dos interiores de tela tejida y las dos exteriores de pieles de
animales. La cubierta más interna era de lino hermosamente coloreado, cubierto con tela de
pelo de cabra tejido. Luego venían dos cubiertas protectoras para la tienda: pieles de
carnero curtida de color rojo y pieles de tejones parecidas a cuero. Estos materiales eran de
uso común entre los pueblos nómadas de esa época.
II. La estructura (26.15–30)
La combinación de madera y su recubrimiento de oro sugiere la humanidad y la deidad
de nuestro Señor Jesucristo. Había muchas partes en el tabernáculo, pero se consideraba
una sola estructura. Y lo que lo separaba como verdaderamente especial era que la gloria de
Dios moraba allí.
Las bases de plata eran necesarias para sostener la estructura a nivel y segura sobre el
suelo del desierto. La plata de estas bases provino del «precio de la redención» dado por
cada varón de veinte años para arriba (Éx 30.11–16). Las tablas del tabernáculo
descansaban en bases de plata y las cortinas colgaban de ganchos de plata. La base para
nuestra adoración hoy es la redención que tenemos en Cristo.
III. Los velos (26.31–37)
El velo interior colgaba entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo, y el sumo sacerdote
lo traspasaba sólo una vez al año en el Día de la Expiación (Lv 16). Hebreos 10.19–20
enseña que este velo representa el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo que fue entregado por
nosotros en la cruz. Cuando entregó su Espíritu, el velo del templo se rasgó de arriba abajo,
lo cual le permite a cualquiera entrar en la presencia de Dios en cualquier momento (Mt
27.50–51).
El velo externo [RVR le llama cortina] colgaba de cinco columnas que formaban la
entrada al tabernáculo de reunión y era visible para los que llegaban al altar de bronce con
sus sacrificios. Sin embargo, este velo evitaba que cualquiera que estaba fuera mirara el
Lugar Santo.
IV. El altar de bronce (27.1–8)
Había dos altares asociados con el tabernáculo: uno de bronce para los sacrificios y uno
de oro para quemar el incienso (Éx 30.1–10). El altar de bronce estaba en al atrio del
tabernáculo, dentro de la entrada al atrio. Había una entrada y un altar, exactamente como
hay un solo camino de salvación para los pecadores perdidos (Hch 4.12).
Dios encendió el fuego del altar en la dedicación del tabernáculo y era responsabilidad
de los sacerdotes mantener el fuego ardiendo (Lv 6.9–13). Había disponible calderos y
paletas para recoger las cenizas, tazones para recoger la sangre y garfios para que los
sacerdotes tomaran su parte de las ofrendas. Este altar habla de la muerte sacrificial de
nuestro Señor en la cruz. Todo sacrificio que Dios ordenó a Israel que trajera ilustra al
Señor Jesús (Lv 1–5; Heb 10.1–14). Cristo pasó por el fuego del juicio por nosotros y se
entregó como sacrificio por nuestros pecados.
V. El atrio del tabernáculo (27.9–19)
Rodeando al tabernáculo de reunión había una cerca de lino con una hermosa «entrada»
tejida, que daba hacia el lugar donde se hallaba el altar de bronce. Mirando al cuadro total
vemos que había tres partes del tabernáculo: el atrio exterior que todos podían ver; el Lugar
Santo, donde estaba la mesa, el candelero y el altar del incienso; y el Lugar Santísimo,
donde se hallaba el arca del pacto.
Esta división triple sugiere la naturaleza tripartita de los seres humanos: espíritu, alma y
cuerpo (1 Ts 5.23). Así como el Lugar Santo y el Lugar Santísimo eran dos partes de una
sola estructura, nuestra alma y espíritu abarcan la «persona interior» (2 Co 4.16). Moisés
podía quitar la cerca del atrio exterior y no afectaría el tabernáculo. Así con nuestra muerte,
el cuerpo puede volver al polvo, pero el alma y el espíritu van a estar con Dios y no se
afectan por el cambio (2 Co 5.1–8; Stg 2.26).
VI. Aceite para el candelero (27.20–21)
Zacarías 4.1–6 indica que el aceite para el candelero es un tipo del Espíritu Santo de
Dios. Uno de los ministerios del Espíritu es glorificar al Señor Jesucristo, así como la luz
brillaba en el hermoso candelero de oro (Jn 16.14). Al ministrar los sacerdotes en el Lugar
Santo se movían en la luz que Dios proveyó (1 Jn 1.5–10). La lámpara debía «arder
siempre» (27.20; Lv 24.2). Tal parecía que sólo el sumo sacerdote podía recortar las
mechas y volver a llenar la provisión de aceite. Cuando el sumo sacerdote quemaba el
incienso cada mañana y noche, también atendía las lámparas (Éx 30.7–8).
ÉXODO 28
Este capítulo enfoca las vestiduras de los sacerdotes, en tanto que el capítulo 29 se refiere
fundamentalmente a la consagración de ellos. Al estudiar estos dos capítulos tenga presente
que todos los pueblo de Dios son sacerdotes (1 P 2.5, 9); por consiguiente, el sacerdocio
aarónico puede enseñarnos mucho respecto a los privilegios y obligaciones que tenemos
como sacerdotes de Dios. (El sacerdocio de nuestro Señor es del orden de Melquisedec y no
del orden de Aarón. Véase Heb 7–8.) Nótese que los sacerdotes ministraban antes que todo
al Señor, aun cuando también ministraban al pueblo del Señor. Los sacerdotes
representaban al pueblo ante Dios y ministraban en el altar, pero su obligación fundamental
era servir al Señor (vv. 1, 3, 4, 41). Si hemos de servir al pueblo como se debe, tenemos que
servir al Señor de manera satisfactoria. La vestidura más interior de los sacerdotes era un
calzoncillo de lino (v. 42), que lo cubría una túnica de lino fino (v. 39–41). Encima el sumo
sacerdote vestía el manto azul del efod (vv. 31–35) y sobre este el efod propiamente dicho
y el pectoral santo (v. 6–30). El sumo sacerdote también llevaba un turbante de lino (mitra)
con una diadema de oro encima, en la cual se leía «Santidad a Jehová» (vv. 36–38).
I. El efod (28.6–14)
«Efod» es una transliteración de la palabra hebrea que describe una prenda de vestir en
particular: una túnica sin mangas hecha del mismo material y colores como las cortinas del
tabernáculo. Se sostenía sobre los hombros mediante broches especiales y en cada broche
había una piedra de ónice grabada con los nombres de seis de las tribus de Israel. El sumo
sacerdote llevaba a su pueblo en sus hombros al servir al Señor. Llevaba además un
hermoso cinto alrededor del efod como un recordatorio de que era un siervo.
II. El pectoral (28.15–30)
Este era una hermosa «bolsa» de tela que tenía por fuera doce piedras preciosas y el
Urim y Tumim adentro. Colgaba sobre el corazón del sumo sacerdote, sostenido por
cadenas de oro y cordón de azul. El sumo sacerdote llevaba a las doce tribus no sólo en sus
hombros, sino también sobre su corazón. Jesucristo, nuestro sumo Sacerdote en el cielo,
tiene a su pueblo sobre su corazón y sus hombros al interceder por nosotros y al equiparnos
para ministrar en este mundo.
La posición de los nombres de las tribus en las piedras sobre los hombros era de
acuerdo al orden de nacimiento (v. 10), mientras que el orden en el pectoral era de acuerdo
al orden de las tribus establecido por el Señor (Nm 10). Dios ve a su pueblo como piedras
preciosas: cada una es diferente, pero cada una es hermosa. Urim y Tumim en hebreo
significan «luz y perfección». Por lo general se piensa que eran piedras que se usaban para
determinar la voluntad de Dios para su pueblo (Nm 27.21; 1 S 30.7–8). En el Oriente era
común usar piedras blancas y negras para tomar decisiones. Si la persona sacaba de una
bolsa una piedra blanca quería decir «sí», en tanto que una negra quería decir «no». No es
sabio ser dogmático en cuanto a esta interpretación porque no tenemos suficiente
información para guiarnos. Basta decir que Dios le proveyó al pueblo de su antiguo pacto
una manera de determinar su voluntad y nos ha dado hoy a nosotros su Palabra y su
Espíritu para dirigirnos.
III. El manto del efod (28.31–35)
Esta era una prenda de vestir azul sin costura con un agujero para la cabeza y
campanillas de oro y granadas de tela decorando el ruedo. Las granadas de tela impedían
que las campanillas den la una contra la otra. Al ministrar el sumo sacerdote en el Lugar
Santo las campanillas sonaban y le comunicaban a los que estaban fuera que su
representante santo les servía aún a ellos y al Señor. Las campanillas sugieren regocijo
mientras servimos al Señor y las granadas sugieren fruto.
Nótese que el sumo sacerdote no usaba estos vestidos gloriosos cuando ministraba cada
año en el Día de la Expiación (Lv 16.4). En tal día llevaba los vestidos sencillos de lino del
sacerdote o levita, un cuadro de la humillación de Cristo (Flp 2.1–11).
IV. La diadema santa (28.36–39)
El turbante (mitra) era un gorro sencillo de lino blanco, tal vez no muy diferente del que
usa un chef de cocina moderno, sólo que no tan alto. En el turbante, sostenido por un
cordón de azul, había una lámina de oro que decía «Santidad a Jehová». Se le llamaba «la
diadema santa» (29.6; 39.30; Lv 8.9) y enfatizaba el hecho de que Dios quería que su
pueblo sea santo (Lv 11.44; 19.2; 20.7). La nación era acepta delante de Dios debido al
sumo sacerdote (v. 38), así como el pueblo de Dios es aceptado en Jesucristo (Ef 1.6).
Debido a Jesucristo, el pueblo de Dios hoy es un sacerdocio santo (1 P 2.5) y real
sacerdocio (1 P 2.9).
V. Las vestiduras de los sacerdotes (28.40–43)
Los hijos de Aarón servían como sacerdotes y tenían que llevar las vestiduras
asignadas. El lino fino de todas las vestiduras nos recuerda de la justicia que debe
caracterizar nuestro andar y nuestro servicio. Si los sacerdotes no vestían apropiadamente
corrían peligro de muerte. Los sacerdotes de los cultos paganos algunas veces conducían
sus ritos de manera lujuriosa, pero los sacerdotes del Señor debían cubrir su desnudez y
practicar la modestia.
1
1Wiersbe, Warren W., Bosquejos Expositivos de la Biblia, AT y NT, (Nashville, TN:
Editorial Caribe Inc.) 2000, c1995.

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  • 1. SIMBOLOGIA EN EL TABERNACULO ÉXODO 25 En el libro de Génesis se narra que Dios andaba con su pueblo (Gn 3.8; 5.22, 24; 6.9; 17.1). Pero en Éxodo Dios dijo que quería morar con su pueblo (Éx 25.8; 29.46). El tabernáculo que Moisés construyó es la primera de varias moradas que Dios bendijo con su gloriosa presencia (Éx 40.34–38). Sin embargo, cuando Israel pecó, la gloria se alejó (1 S 4.21–22). El segundo lugar de morada es el templo de Salomón (1 R 8.10–11). El profeta Ezequiel vio la gloria partir (Ez 8.4; 9.3; 10.4, 18; 11.23). La gloria de Dios volvió a la tierra en la persona de su Hijo, Jesucristo (Jn 1.14, en donde «habitó» quiere decir «moró») y los hombres lo clavaron en una cruz. El pueblo de Dios hoy es su templo, universal (Ef 2.20– 22), local (1 Co 3.16) e individualmente (1 Co 6.19–20). Ezequiel 40–46 promete un templo del reino donde morará la gloria de Dios (Ez 43.1–5). También vemos que el hogar celestial será un lugar donde la presencia de Dios estará eternamente con su pueblo (Ap 21.22). I. Ofrendas para el santuario (25.1–9) Dios le dio a Moisés el modelo del tabernáculo (v. 9), pero le pidió al pueblo que contribuyera con los materiales necesarios para su construcción (vv. 1–9). Esta fue una ofrenda que se hizo una sola vez y debía darse con corazones dispuestos (véase 35.4–29). Catorce clases diferentes de materiales se mencionan aquí, desde piedras preciosas y oro, hasta lanas de varios colores. Pablo usó luego la imagen de «oro, plata, y piedras preciosas» cuando escribió acerca de edificar la iglesia local (1 Co 3.10ss). Es importante notar que los muebles se construyeron para que pudiera transportarse; porque el tabernáculo enfatiza que somos peregrinos. El diseño para el templo de Salomón se cambió, porque el templo ilustra al pueblo de Dios morando permanentemente en el reino glorioso de Dios. Sin entrar en tediosos detalles, consideraremos los muebles y enseres del tabernáculo, y las lecciones espirituales que de ellos se desprenden. II. El arca del pacto (25.10–22) Dios empezó con el arca debido a que era el mueble más importante en la tienda propiamente dicha. Era el trono de Dios donde reposaba su gloria (v. 22; Sal 80.1 y 99.1). Habla de nuestro Señor Jesucristo en su humanidad (madera) y deidad (oro). Dentro del arca había tres artículos especiales: las tablas de la ley (v. 16), la vara de Aarón que reverdeció (Nm 16–17) y una vasija con maná (Éx 16.32–34). Es interesante que cada uno de estos artículos se relaciona con la rebelión del pueblo de Dios: las tablas de la ley con la confección del becerro de oro; la vara de Aarón con la rebelión que dirigió Coré; y el maná con las quejas de Israel en el desierto.
  • 2. Estos tres artículos dentro del arca podían haber traído juicio sobre Israel de no haber sido por el propiciatorio que estaba sobre el arca, el lugar donde cada año se rociaba la sangre en el Día de la Expiación (Lv 16.14). La sangre cubría los pecados del pueblo de modo que Dios veía la sangre y no su rebelión. La frase «propiciatorio» significa «propiciación», y Jesucristo es la propiciación (propiciatorio) por nosotros hoy (Ro 3.25; 1 Jn 2.2). Venimos a Dios a través de Él y ofrecemos nuestros sacrificios espirituales (1 P 2.5, 9). La frase «bajo sus alas» algunas veces se refiere a las alas del querubín antes que a las de la gallina madre. Estar «bajo las alas» significa morar en el Lugar Santísimo en comunión íntima con Dios. Véanse Salmos 36.7–8 y 61.4. III. La mesa de los panes de la proposición (25.23–30) Las doce tribus de Israel estaban representadas en el tabernáculo de tres maneras: por sus nombres escritos en dos piedras grabadas en los hombros del sumo sacerdote (Éx 28.6– 14); por sus nombres en las doce piedras del pectoral del sumo sacerdote (28.15–25) y por los doce panes en la mesa en el Lugar Santo. Estos panes eran un recordatorio de que las tribus estaban siempre en la presencia de Dios y que Él veía todo lo que hacían (véase Lv 24.5–9). El pan era también un recordatorio de que Dios alimentaba a su pueblo («danos hoy nuestro pan cotidiano»), que su pueblo debía «alimentarse de la verdad de Dios» (Mt 4.4) y que Israel debía «alimentar» a los gentiles y testificarles. Dios llamó a Israel a ser bendición a los gentiles, de la misma manera que el pan es alimento para la humanidad; pero el pueblo de Israel no siempre cumplió este llamamiento. Los panes se cambiaban semanalmente y sólo a los sacerdotes se les permitía comer de este pan santo. Véase Levítico 22. A David se le permitió comer del pan porque era el rey ungido de Dios y el pan ya no estaba en la mesa. Dios está más interesado en satisfacer las necesidades humanas que en proteger los ritos sagrados (Mt 12.3–4). IV. El candelero de oro (25.31–40) La palabra «candelero» se presta a confusiones, porque era un candelero cuya luz se alimentaba de aceite (véanse Lv 24.2–4; Zac 4). Las iglesias locales están representadas por candeleros de oro individuales (Ap 1.12–20), dando la luz de Dios al mundo oscuro. El candelero en el lugar santo habla de Jesucristo, la luz del mundo (Jn 8.12). El aceite para las lámparas nos recuerda el Espíritu Santo, quien nos ha ungido (1 Jn 2.20). Algunos eruditos ven en el candelero de oro un cuadro de la Palabra de Dios que nos da luz al caminar por este mundo (Sal 119.105). Israel debía ser luz para los gentiles (Is 42.6; 49.6), pero fracasó en su misión. Hoy cada creyente es la luz de Dios (Mt 5.14–16) y cada iglesia local debe brillar en este mundo oscuro (Flp 2.12–16). ÉXODO 26–27 I. Las cortinas y la cubierta (26.1–14)
  • 3. Dentro del tabernáculo, visto sólo por los sacerdotes que ministraban, había coloridas cortinas de lino colgando de la estructura de madera. Dios construyó bellamente las paredes y el cielo raso del tabernáculo, no sólo con los colores usados sino también con las imágenes de los querubines en las cortinas. El mandamiento en contra de hacerse imágenes de talla no prohibía al pueblo participar en la obra artística ni en hacer objetos hermosos, porque no intentaban adorar lo que hicieron para la gloria de Dios. Téngase presente que el tabernáculo propiamente dicho era una tienda ubicada dentro de un atrio, con varias cubiertas colocadas sobre una estructura de madera. Había cuatro cubiertas diferentes, las dos interiores de tela tejida y las dos exteriores de pieles de animales. La cubierta más interna era de lino hermosamente coloreado, cubierto con tela de pelo de cabra tejido. Luego venían dos cubiertas protectoras para la tienda: pieles de carnero curtida de color rojo y pieles de tejones parecidas a cuero. Estos materiales eran de uso común entre los pueblos nómadas de esa época. II. La estructura (26.15–30) La combinación de madera y su recubrimiento de oro sugiere la humanidad y la deidad de nuestro Señor Jesucristo. Había muchas partes en el tabernáculo, pero se consideraba una sola estructura. Y lo que lo separaba como verdaderamente especial era que la gloria de Dios moraba allí. Las bases de plata eran necesarias para sostener la estructura a nivel y segura sobre el suelo del desierto. La plata de estas bases provino del «precio de la redención» dado por cada varón de veinte años para arriba (Éx 30.11–16). Las tablas del tabernáculo descansaban en bases de plata y las cortinas colgaban de ganchos de plata. La base para nuestra adoración hoy es la redención que tenemos en Cristo. III. Los velos (26.31–37) El velo interior colgaba entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo, y el sumo sacerdote lo traspasaba sólo una vez al año en el Día de la Expiación (Lv 16). Hebreos 10.19–20 enseña que este velo representa el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo que fue entregado por nosotros en la cruz. Cuando entregó su Espíritu, el velo del templo se rasgó de arriba abajo, lo cual le permite a cualquiera entrar en la presencia de Dios en cualquier momento (Mt 27.50–51). El velo externo [RVR le llama cortina] colgaba de cinco columnas que formaban la entrada al tabernáculo de reunión y era visible para los que llegaban al altar de bronce con sus sacrificios. Sin embargo, este velo evitaba que cualquiera que estaba fuera mirara el Lugar Santo. IV. El altar de bronce (27.1–8) Había dos altares asociados con el tabernáculo: uno de bronce para los sacrificios y uno de oro para quemar el incienso (Éx 30.1–10). El altar de bronce estaba en al atrio del tabernáculo, dentro de la entrada al atrio. Había una entrada y un altar, exactamente como hay un solo camino de salvación para los pecadores perdidos (Hch 4.12). Dios encendió el fuego del altar en la dedicación del tabernáculo y era responsabilidad de los sacerdotes mantener el fuego ardiendo (Lv 6.9–13). Había disponible calderos y
  • 4. paletas para recoger las cenizas, tazones para recoger la sangre y garfios para que los sacerdotes tomaran su parte de las ofrendas. Este altar habla de la muerte sacrificial de nuestro Señor en la cruz. Todo sacrificio que Dios ordenó a Israel que trajera ilustra al Señor Jesús (Lv 1–5; Heb 10.1–14). Cristo pasó por el fuego del juicio por nosotros y se entregó como sacrificio por nuestros pecados. V. El atrio del tabernáculo (27.9–19) Rodeando al tabernáculo de reunión había una cerca de lino con una hermosa «entrada» tejida, que daba hacia el lugar donde se hallaba el altar de bronce. Mirando al cuadro total vemos que había tres partes del tabernáculo: el atrio exterior que todos podían ver; el Lugar Santo, donde estaba la mesa, el candelero y el altar del incienso; y el Lugar Santísimo, donde se hallaba el arca del pacto. Esta división triple sugiere la naturaleza tripartita de los seres humanos: espíritu, alma y cuerpo (1 Ts 5.23). Así como el Lugar Santo y el Lugar Santísimo eran dos partes de una sola estructura, nuestra alma y espíritu abarcan la «persona interior» (2 Co 4.16). Moisés podía quitar la cerca del atrio exterior y no afectaría el tabernáculo. Así con nuestra muerte, el cuerpo puede volver al polvo, pero el alma y el espíritu van a estar con Dios y no se afectan por el cambio (2 Co 5.1–8; Stg 2.26). VI. Aceite para el candelero (27.20–21) Zacarías 4.1–6 indica que el aceite para el candelero es un tipo del Espíritu Santo de Dios. Uno de los ministerios del Espíritu es glorificar al Señor Jesucristo, así como la luz brillaba en el hermoso candelero de oro (Jn 16.14). Al ministrar los sacerdotes en el Lugar Santo se movían en la luz que Dios proveyó (1 Jn 1.5–10). La lámpara debía «arder siempre» (27.20; Lv 24.2). Tal parecía que sólo el sumo sacerdote podía recortar las mechas y volver a llenar la provisión de aceite. Cuando el sumo sacerdote quemaba el incienso cada mañana y noche, también atendía las lámparas (Éx 30.7–8). ÉXODO 28 Este capítulo enfoca las vestiduras de los sacerdotes, en tanto que el capítulo 29 se refiere fundamentalmente a la consagración de ellos. Al estudiar estos dos capítulos tenga presente que todos los pueblo de Dios son sacerdotes (1 P 2.5, 9); por consiguiente, el sacerdocio aarónico puede enseñarnos mucho respecto a los privilegios y obligaciones que tenemos como sacerdotes de Dios. (El sacerdocio de nuestro Señor es del orden de Melquisedec y no del orden de Aarón. Véase Heb 7–8.) Nótese que los sacerdotes ministraban antes que todo al Señor, aun cuando también ministraban al pueblo del Señor. Los sacerdotes representaban al pueblo ante Dios y ministraban en el altar, pero su obligación fundamental era servir al Señor (vv. 1, 3, 4, 41). Si hemos de servir al pueblo como se debe, tenemos que servir al Señor de manera satisfactoria. La vestidura más interior de los sacerdotes era un calzoncillo de lino (v. 42), que lo cubría una túnica de lino fino (v. 39–41). Encima el sumo sacerdote vestía el manto azul del efod (vv. 31–35) y sobre este el efod propiamente dicho
  • 5. y el pectoral santo (v. 6–30). El sumo sacerdote también llevaba un turbante de lino (mitra) con una diadema de oro encima, en la cual se leía «Santidad a Jehová» (vv. 36–38). I. El efod (28.6–14) «Efod» es una transliteración de la palabra hebrea que describe una prenda de vestir en particular: una túnica sin mangas hecha del mismo material y colores como las cortinas del tabernáculo. Se sostenía sobre los hombros mediante broches especiales y en cada broche había una piedra de ónice grabada con los nombres de seis de las tribus de Israel. El sumo sacerdote llevaba a su pueblo en sus hombros al servir al Señor. Llevaba además un hermoso cinto alrededor del efod como un recordatorio de que era un siervo. II. El pectoral (28.15–30) Este era una hermosa «bolsa» de tela que tenía por fuera doce piedras preciosas y el Urim y Tumim adentro. Colgaba sobre el corazón del sumo sacerdote, sostenido por cadenas de oro y cordón de azul. El sumo sacerdote llevaba a las doce tribus no sólo en sus hombros, sino también sobre su corazón. Jesucristo, nuestro sumo Sacerdote en el cielo, tiene a su pueblo sobre su corazón y sus hombros al interceder por nosotros y al equiparnos para ministrar en este mundo. La posición de los nombres de las tribus en las piedras sobre los hombros era de acuerdo al orden de nacimiento (v. 10), mientras que el orden en el pectoral era de acuerdo al orden de las tribus establecido por el Señor (Nm 10). Dios ve a su pueblo como piedras preciosas: cada una es diferente, pero cada una es hermosa. Urim y Tumim en hebreo significan «luz y perfección». Por lo general se piensa que eran piedras que se usaban para determinar la voluntad de Dios para su pueblo (Nm 27.21; 1 S 30.7–8). En el Oriente era común usar piedras blancas y negras para tomar decisiones. Si la persona sacaba de una bolsa una piedra blanca quería decir «sí», en tanto que una negra quería decir «no». No es sabio ser dogmático en cuanto a esta interpretación porque no tenemos suficiente información para guiarnos. Basta decir que Dios le proveyó al pueblo de su antiguo pacto una manera de determinar su voluntad y nos ha dado hoy a nosotros su Palabra y su Espíritu para dirigirnos. III. El manto del efod (28.31–35) Esta era una prenda de vestir azul sin costura con un agujero para la cabeza y campanillas de oro y granadas de tela decorando el ruedo. Las granadas de tela impedían que las campanillas den la una contra la otra. Al ministrar el sumo sacerdote en el Lugar Santo las campanillas sonaban y le comunicaban a los que estaban fuera que su representante santo les servía aún a ellos y al Señor. Las campanillas sugieren regocijo mientras servimos al Señor y las granadas sugieren fruto. Nótese que el sumo sacerdote no usaba estos vestidos gloriosos cuando ministraba cada año en el Día de la Expiación (Lv 16.4). En tal día llevaba los vestidos sencillos de lino del sacerdote o levita, un cuadro de la humillación de Cristo (Flp 2.1–11). IV. La diadema santa (28.36–39)
  • 6. El turbante (mitra) era un gorro sencillo de lino blanco, tal vez no muy diferente del que usa un chef de cocina moderno, sólo que no tan alto. En el turbante, sostenido por un cordón de azul, había una lámina de oro que decía «Santidad a Jehová». Se le llamaba «la diadema santa» (29.6; 39.30; Lv 8.9) y enfatizaba el hecho de que Dios quería que su pueblo sea santo (Lv 11.44; 19.2; 20.7). La nación era acepta delante de Dios debido al sumo sacerdote (v. 38), así como el pueblo de Dios es aceptado en Jesucristo (Ef 1.6). Debido a Jesucristo, el pueblo de Dios hoy es un sacerdocio santo (1 P 2.5) y real sacerdocio (1 P 2.9). V. Las vestiduras de los sacerdotes (28.40–43) Los hijos de Aarón servían como sacerdotes y tenían que llevar las vestiduras asignadas. El lino fino de todas las vestiduras nos recuerda de la justicia que debe caracterizar nuestro andar y nuestro servicio. Si los sacerdotes no vestían apropiadamente corrían peligro de muerte. Los sacerdotes de los cultos paganos algunas veces conducían sus ritos de manera lujuriosa, pero los sacerdotes del Señor debían cubrir su desnudez y practicar la modestia. 1 1Wiersbe, Warren W., Bosquejos Expositivos de la Biblia, AT y NT, (Nashville, TN: Editorial Caribe Inc.) 2000, c1995.