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TOM CLANCY.


              TORMENTA ROJA.
NOTA DEL AUTOR.


   Este libro comenzó hace algún tiempo. Conocí a Larry Bond a través de un anuncio en los
Proceedíngs del Instituto Naval de los Estados Unidos, cuando compré un juego de guerra
“Harpoon”. Resultó ser asombrosamente útil, y sirvió como fuente de consulta para La caza del
submarino ruso. Me pareció tan fascinante que ese verano (1982) resolví viajar a una Convención
de productores y aficionados a los juegos de guerra para conocer a Larry personalmente, y llegamos
a hacernos muy buenos amigos.
   En 1983, mientras se preparaba la edición del Submarino ruso, Larry y yo empezamos a hablar
de uno de sus proyectos: «Convoy—84», un macrojuego de guerra o «campaña», en el cual,
empleando el sistema del «Harpoon», se realizaría una nueva Batalla del Atlántico Norte. Me sentí
cautivado y comenzamos a hablar sobre la posibilidad de escribir un libro basado en esa idea, ya
que ambos estábamos de acuerdo. Fuera del Departamento de Defensa, nadie había examinado
nunca, con el debido detalle, cómo sería semejante campaña con armas modernas. Cuanto más
hablábamos, mejor nos parecía el proyecto. Pronto estábamos probando un posible desarrollo y
tratando de encontrar la forma de limitar el guión a un campo manejable..., pero sin quitar de
escena ninguno de los elementos esenciales. Esto se reveló como un problema sin solución, a pesar
de las interminables discusiones..., ¡y no pocos violentos desacuerdos!
  Aunque el nombre de Larry no aparece junto al título del libro, la obra es tanto mía como suya.
Nunca llegamos a decidir una división del trabajo, pero lo que Larry y yo conseguimos fue
completar un libro como coautores, aunque nuestro único contrato había sido un apretón de
manos... ¡y divertirnos hasta el cansancio mientras lo hacíamos! Ahora es el lector quien debe
decidir hasta qué punto hemos tenido éxito.



  AGRADECIMIENTOS.


   Tanto a Larry como a mí nos resulta imposible hacer patente nuestro agradecimiento a todos
aquellos que nos ayudaron de tantas formas distintas en la preparación de este libro. Si lo
intentáramos podríamos omitir los nombres de personas cuyas contribuciones fueron
importantísimas. A cuantos nos dieron desinteresadamente su tiempo, contestando interminables
preguntas y luego explicando con paciencia sus respuestas... Nosotros sabemos quiénes son y qué
hicieron. Todos están en este libro. Sin embargo, debemos particular gratitud al comandante, los
oficiales y los tripulantes del «FFG—26», quienes durante una maravillosa semana mostraron a un
ignorante terrestre algo de lo que significa ser marino.
Desde tiempo inmemorial, el propósito de una marina de guerra ha sido influir, y a veces decidir,
situaciones en tierra. Así lo hicieron, en la Antigüedad, los griegos y los romanos, que crearon una
flota de combate para derrotar a Cartago; los españoles, cuya armada intentó y fracasó en la
conquista de Inglaterra; y muy especialmente los aliados en el Atlántico y el Pacífico durante las
dos guerras mundiales. El mar siempre ha proporcionado al hombre transporte a bajo coste y
facilidad de comunicación a grandes distancias. También le ha permitido el ocultamiento, porque
su ubicación debajo del horizonte significaba hallarse fuera de la vista y, en la práctica, más
capacidad y apoyo a lo largo de toda la Historia, y quienes han fracasado en la prueba del poder
marítimo (en particular Alejandro, Napoleón y Hitler) han fracasado también en la de
perdurabilidad.


  EDWARD L. BEAcH, en Keepers of the Sea
1. MECHA LENTA.


  NIZHNEVARTOVSK, URSS.


  Se movían rápida y silenciosamente, en una cristalina noche estrellada, en el oeste de Siberia.
Eran musulmanes, pero difícilmente se podría haberlo deducido de su manera de hablar; lo hacían
en ruso, si bien modulando con el monótono acento de Azerbaiján que equivocadamente hacía
gracia a los jefes del personal de ingeniería. Los tres acababan de completar una complicada tarea
en el lugar de estacionamiento de trenes y camiones, la apertura de cientos de válvulas de carga.
Ibrahim Tolkaze era el líder, aunque no iba al frente. Quien mostraba el camino era Rasul, el
fornido ex sargento del MVD, que ya había matado a seis hombres en esa fría noche, tres con la
pistola que ocultaba entre sus ropas y tres a mano limpia. Nadie los oyó. una refinería de petróleo
es un lugar ruidoso. Dejaron los cuerpos en las sombras y los tres hombres subieron al auto de
Tolkaze para iniciar la fase siguiente de su trabajo.
  El Control Central era un moderno edificio de tres pisos adecuadamente ubicado en el centro del
complejo. En una extensión de por lo menos cinco kilómetros a la redonda se levantaban las torres
de cracking, cisternas, cámaras catalíticas y, sobre todo, los miles de millares de metros de cañería
de gran diámetro que hacían de Nizhnevartovsk uno de los complejos de destilación más grandes
del mundo. El cielo se iluminaba a intervalos irregulares con las llamaradas del gas que se
venteaba, y el aire estaba viciado por el hedor de los destilados del petróleo queroseno para
aviación, gasolina, gasóleo, bencina, tetróxido de nitrógeno para misiles intercontinentales, aceites
lubricantes de diversos grados y complejos productos petroquímicos sólo identificados por sus
prefijos alfanuméricos.
   Se acercaron al edificio de paredes de ladrillo y sin ventanas en el «Zhiguli» personal de
Tolkaze, y el ingeniero entró en un lugar de estacionamiento reservado; después caminó solo hasta
la puerta mientras sus camaradas se acurrucaban en el asiento posterior.
   Después de pasar la puerta de cristal, Ibrahim saludó al guardia de seguridad, el cual le respondió
con una sonrisa y tendió la mano pidiendo a Tolkaze su pase. Allí eran necesarias esas medidas,
pero como hacía más de cuarenta años que estaban en vigencia, nadie las tomaba con más seriedad
que a cualquiera de las otras complicaciones burocráticas pro forma que existen en la Unión
Soviética1. El guardia había estado bebiendo, única manera de procurarse consuelo en aquellas
tierras frías y crueles. Sus ojos no enfocaban bien y había rigidez en su sonrisa. Tolkaze movió
torpemente la mano como para entregar su pase y el guardia se agachó tambaleándose para tomarlo.
Nunca volvió a incorporarse. Lo último que sintió fue la pistola de Tolkaze, un círculo frío en la
base del cráneo, y murió sin saber por qué..., y ni siquiera cómo. Ibrahim se dirigió a la parte
posterior del escritorio del guardia para apoderarse del arma que el hombre siempre había exhibido
feliz ante los ingenieros que protegía. Levantó el cadáver y lo acomodó para dejarlo desplomado


  1
     Unidad política basada en el modelo filosófico comunista, que existió centrada en Rusia y las repúblicas bajo su
influencia desde 1917 hasta 1991.
sobre la mesa. Sólo sería un trabajador más, postergado en el cambio de guardia y dormido en su
puesto. Luego, hizo señas a sus camaradas para que entraran en el edificio. Rasul y Mohammet
corrieron hacia la puerta.
  —Ya es la hora, hermanos míos.
  Tolkaze entregó al más alto de sus amigos el fusil «AK-47» y la bandolera con munición.
  Rasul sopesó brevemente el arma y cuidó de que hubiera un proyectil en la recámara y que el
seguro estuviera quitado. Después se pasó la bandolera sobre el hombro y colocó en su lugar la
bayoneta. Entonces habló por primera vez en esa noche:
  —El paraíso nos espera.
  Tolkaze se recompuso, se alisó el cabello, se ajustó el nudo de la corbata y enganchó el pase de
seguridad en su chaqueta blanca de laboratorio, antes de conducir a sus camaradas para subir los
seis tramos de la escalera.
  El procedimiento normal imponía que, para entrar en el salón principal de control, era necesario
que lo reconociera antes alguno de los miembros del personal de operaciones. Y así fue. Nikolai
Barsov pareció sorprendido al ver a Tolkaze a través de la diminuta ventanita de la puerta.
  —Esta noche no estás de turno, Isha.
   —Esta tarde se descompuso una de mis válvulas y olvidé comprobar si había quedado bien
reparada antes de retirarme. Tu sabes cuál es, la válvula auxiliar número ocho de alimentación de
queroseno. Si mañana todavía está descompuesta tendremos que cambiar la circulación, y ya sabes
lo que eso significa.
  Barsov expresó su acuerdo con un gruñido.
  —Muy cierto, Isha —dijo el ingeniero, un hombre de mediana edad que creía que a Tolkaze le
gustaba ese diminuto semirruso; pero estaba completamente equivocado—. Apártate hacia atrás
para que pueda abrir esta maldita escotilla.
  La pesada puerta de acero giró hacia fuera. Barsov no había podido ver antes a Rasul y
Mohammet, y apenas tuvo tiempo ahora. Tres proyectiles calibre 7.62 disparados por el
«Kalashnikov» explotaron dentro de su pecho.
  La sala principal de control tenía un turno de vigilancia de veinte hombres, y se parecía mucho al
centro de control de un ferrocarril o una planta de poder. Los altos muros estaban cruzados con
esquemas de las tuberías, que mostraban mediante puntos luminosos la posición de cientos de
válvulas e indicaban la función que estaban cumpliendo. Representaban solamente el despliegue
principal. Segmentos particulares del sistema, expuestos en tableros de situación separados,
controlados en su mayor parte por computadoras, y vigilados sin cesar por la mitad de los
ingenieros de turno. El personal no pudo dejar de oír el ruido de los tres disparos.
  Pero nadie estaba armado.
  Con una calma casi elegante, Rasul empezó a avanzar por la sala, usando hábilmente su
«Kalashnikov» para pegar un tiro a cada uno de los ingenieros de vigilancia. Al principio los
hombres intentaron huir..., hasta que comprendieron que Rasul los estaba llevando como ganado
hacia un rincón, matando mientras caminaba. Dos de ellos alcanzaron con valentía sus teléfonos de
comando para llamar con urgencia a un equipo de tropas de seguridad de la KGB. Rasul mató a uno
en su puesto, pero el otro consiguió gatear detrás de la línea de consolas de comando para evitar el
fuego del fusil y se precipitó hacia la puerta, donde estaba de pie Tolkaze. Era Boris (Tolkaze lo
reconoció), el favorito del partido, jefe del kollektiv local, el hombre que lo había «protegido»,
convirtiéndolo en el nativo mimado de los ingenieros rusos. Ibrahim no podía olvidar todas las
veces que aquel cerdo impío lo había amparado: el salvaje extranjero importado para divertir a sus
amos rusos. Tolkaze levantó la pistola.
  —¡Ishaaa! —gritó el hombre, aterrorizado.
  Tolkaze le disparó en la boca, esperando que Boris no muriera demasiado rápido para oír el
desprecio de su voz:
  —Infiel.
  Se alegraba de que a éste no lo hubiera matado Rasul. Su silencioso amigo podía quedarse con
todo el resto.
  Los demás ingenieros gritaron, arrojaron tazas, sillas, manuales. No había a dónde correr, no
quedaba espacio para rodear al enorme y robusto asesino. Algunos levantaron las manos en una
súplica inútil. Otros llegaron a rezar en voz alta..., pero no a Alá, lo que podría haberlos salvado. El
ruido disminuyó cuando Rasul llegó a grandes zancadas al sangriento rincón. Sonrió mientras
mataba al último que quedaba, sabiendo que ese sudoroso cerdo infiel le serviría a él en el paraíso.
Recargó su fusil y luego volvió hacia atrás cruzando la sala de control. Tocó con su bayoneta cada
uno de los cuerpos y volvió a disparar contra los cuatro que aún daban alguna leve señal de vida.
Había en su cara una macabra expresión de satisfacción. Por lo menos veinticinco cerdos ateos
muertos. Veinticinco invasores extranjeros que ya no se interpondrían entre su pueblo y su Dios.
¡Realmente había cumplido la obra de El!
  El tercer hombre, Mohammet, ya estaba empeñado en su propia tarea cuando Rasul ocupó su
puesto en lo alto de la escalera. Trabajando en el fondo de la sala, cambió de posición la llave de
comando para control del sistema. La pasó de «automático-computadora» a «manual-emergencia»;
con ello producía un puente que evitaba el funcionamiento de todos los sistemas automáticos de
seguridad.
  Como era un hombre metódico, Ibrahim había planificado y memorizado durante meses todos los
detalles de la operación, pero aun así llevaba en el bolsillo una lista de control. La desplegó y la
puso cerca de la mano sobre la consola maestra de supervisión. Tolkaze miró a su alrededor
observando los tableros de situación para orientarse; luego, hizo una pausa.
   De su bolsillo trasero sacó lo que era su más preciada posesión personal, la mitad del Corán de su
abuelo, y lo abrió por una página cualquiera. Era un pasaje de El Capítulo del Botín. A su abuelo lo
habían matado durante las infructuosas rebeliones contra Moscú: hubo de sufrir la vergüenza de
una inevitable subordinación al Estado infiel; y Tolkaze fue seducido por maestros rusos para que
se uniera a su sistema ateo. Otros lo habían instruido como ingeniero en petróleo para trabajar en
las instalaciones más valiosas del Estado, en Azerbaiján. Sólo entonces lo había salvado el dios de
sus padres, a través de las palabras de un tío, un imán «no registrado» que permaneció fiel a Alá y
conservó ese desgarrado fragmento del Corán que acompañara a uno de los propios guerreros de
Alá. Tolkaze leyó el pasaje que tenía bajo su mano:
  «Y dice que maquinaban los que negaron para prenderte o matarte o echarte, y maquinaban: pero
Alá es el mejor de los maquinadores.»
Tolkaze sonrió, seguro de que era ésta la señal última de un plan que estaban ejecutando manos
más grandes que las suyas. Sereno y confiado, comenzó a cumplir su destino.
  Primero la gasolina. Cerró dieciséis válvulas de control, la más cercana de las cuales se
encontraba a tres kilómetros, y abrió diez, con lo que desvió ochenta millones de litros de gasolina
y provocó que salieran como torrentes por las bocas de las válvulas de llenado de camiones. La
gasolina no se encendió en seguida. Ninguno de los tres hombres había dejado elementos de
ignición para provocar la explosión, el primero de los muchos desastres que ocurrieron. Tolkaze
razonó que, si en verdad él estaba cumpliendo la obra de Alá, seguramente su dios proveería.
  Y así lo hizo El. Un pequeño camión que circulaba por la playa de carga tomó una curva con
exceso de velocidad, patinó sobre el combustible derramado y se deslizó de costado hasta dar
contra una larga lanza de llenado. Sólo hizo falta una chispa..., y ya se estaba volcando más
combustible en la playa de trenes.
   Con las llaves conmutadoras del conducto principal, Tolkaze tenía un plan especial. Tecleó
rápidamente en la consola de comando de una computadora, agradeciendo a Alá que Rasul hubiera
sido lo suficientemente hábil como para no dañar nada importante con su fusil. El conducto
principal que llegaba desde el campo de producción cercano era un caño de dos metros de
diámetro, y tenía muchas ramificaciones que se extendían hasta los pozos de producción. El
petróleo que circulaba por esas cañerías llevaba una tremenda presión suministrada por las
estaciones de bombeo que había en los campos de obtención. las órdenes de Ibrahim abrieron y
cerraron rápidamente las distintas válvulas. las tuberías se quebraron en una docena de lugares y los
impulsos de la computadora mantuvieron las bombas en funcionamiento. El crudo liviano que
escapaba comenzó a inundar el campo de producción, donde sólo se necesitó una chispa más para
iniciar un gigantesco incendio favorecido por el viento del invierno..., y se produjo otra ruptura
donde los conductos del petróleo y de gas cruzaban juntos sobre el río Obi.
  —¡Llegaron los verdes! —gritó Rasul segundos antes de que el equipo de emergencia de los
guardias de frontera de la KGB atronara subiendo la escalera. una corta descarga del
«Kalashnikov» mató a los dos primeros, y el resto del pelotón quedó paralizado detrás de la curva
de la escalera, mientras su joven sargento se preguntaba dónde diablos se habían metido.
   Las alarmas automáticas ya estaban empezando a aturdir en torno de él en la sala de control. En
el tablero principal de situación se advertían cuatro incendios en aumento; sus bordes estaban
definidos por las luces rojas que parpadeaban. Tolkaze se dirigió a la computadora maestra y
arrancó el carrete que contenía los códigos digitales de control. las cintas de recambio se
encontraban abajo, en la bóveda, y los únicos hombres en un radio de diez kilómetros que conocían
la combinación se hallaban en esa sala..., muertos. Mohammet se había dedicado a arrancar
furiosamente todos los teléfonos del local. El edificio entero se sacudió con la explosión de un
depósito de gasolina situado a dos kilómetros.
  El estallido de una granada de mano anunció otro movimiento de los miembros de la KGB. Rasul
devolvió el fuego, y los gritos de los hombres que morían casi igualaban al ruido penetrante de las
bocinas de alarma de incendio que taladraban los oídos. Tolkaze corrió hacia un rincón. El suelo
estaba resbaladizo por la sangre. Abrió la puerta de la caja de fusibles eléctricos, cerró el interruptor
principal del circuito y luego disparó su pistola contra la caja. Quien intentara arreglar las cosas
tendría que trabajar en la oscuridad.
Ya estaba todo hecho. Ibrahim vio que su corpulento amigo había sido herido mortalmente en el
pecho por los fragmentos de la granada. Se tambaleaba, luchaba para mantenerse de pie junto a la
puerta, cuidando a sus compañeros hasta lo último.
  —Me refugio en el Señor de todos los mundos —gritó Tolkaze, desafiante, a las tropas de
seguridad, que no comprendían una sola palabra en árabe—. El Rey de los hombres, el Dios de los
hombres, del mal del insinuante demonio...
  El sargento de la KGB dio un salto en el descansillo de la escalera y su primera ráfaga arrancó el
fusil de las manos exangües de Rasul. Dos granadas cruzaron el aire en arco y el sargento
desapareció de nuevo detrás del ángulo de la pared.
  No había lugar, ni motivo, para correr. Mohammet e Ibrahim se quedaron inmóviles junto a la
entrada mientras las granadas rebotaban y se deslizaban sobre el pavimento de mosaicos. Alrededor
de ellos parecía que el mundo entero empezaba a incendiarse, y por causa de ellos, el mundo entero
realmente habria de incendiarse.
  —Allahu akhbar!
SUNNYVALE, CALIFORNIA.


  —¡Santo Dios! —murmuró el suboficial principal, conteniendo el aliento.
  El incendio iniciado en la sección gasolina/diesel de la destilería había bastado para alertar a un
satélite estratégico que se hallaba en órbita geosincrónica a treinta y ocho mil kilómetros de altura
sobre el Océano Indico. La señal fue transmitida a un puesto de máxima seguridad de la Fuerza
Aérea de los Estados Unidos.
  El oficial jefe de guardia en la Unidad de Control de Satélites era un coronel de la Fuerza Aérea.
Se volvió hacia su técnico.
  —Sitúelo en el mapa.
  —Si, señor.
  El sargento escribió una orden en la consola para lograr que las cámaras del satélite cambiaran su
sensibilidad. Con la imagen reducida en la pantalla, el satélite rápidamente marcó en un punto la
fuente de energía térmica. Sobre otra pantalla adyacente al monitor, un mapa controlado por
computadora les dio la localización exacta.
  —Señor, es un incendio en una destilería de petróleo. ¡Diablos, y parece una cosa descomunal!
Coronel, dentro de veinte minutos tendremos un pasaje de un satélite «Big Bird» y la trayectoria
está dentro de unos ciento veinte kilómetros.
  —Ajá —asintió el coronel.
   Se acercó más a una pantalla y la observó detenidamente para asegurarse de que la fuente de
calor no se movía; con la mano derecha levantó el tubo del teléfono dorado para comunicarse con
el cuartel general del NORAD2, Cheyenne Mountain, Colorado.
  —Aquí Control Argus. Tengo tráfico urgente para CINC-NORAD.3
  —Un segundo —pidió la primera voz.
  —Aquí CINC-NORAD —dijo la segunda, el Comandante en Jefe del Comando de Defensa
Aeroespacial Norteamericano.
   —Señor, habla el coronel Burnette, del Control Argus. Observamos inmensa fuente de energía
térmica en coordenadas sesenta grados cincuenta minutos Norte, setenta y seis grados cuarenta
minutos Este. El lugar está catalogado como una destilería de petróleo. La fuente no se mueve,
repito, no se mueve. Dentro de dos cero minutos tenemos un «KH-11» que pasará cerca de la
fuente. Mi evaluación primaria, general, es que se trata de un grave incendio en un campo de
producción de petróleo.
   —¿No están proyectando un destello láser sobre su satélite? —preguntó CINC-NORAD, pues
siempre existía la posibilidad de que los soviéticos estuvieran tratando de hacer una jugarreta al
satélite.

  2
      NORAD, Comando de Defensa Aeroespacial Norteamericana. (Nota del Traductor)
  3
      Comandante en jefe del NORAD. (N. del T.)
—Negativo. La fuente luminosa cubre infrarrojo, y la totalidad del espectro visible no es, repito,
no es monocromática. En pocos minutos sabremos más, señor. Hasta ahora todo coincide con un
inmenso incendio en tierra.
   Treinta minutos después estuvieron seguros. El satélite de reconocimiento «KH-11» pasó sobre
el horizonte lo bastante cerca como para que las ocho cámaras de televisión que llevaba pudieran
captar el caos con toda claridad. Uno de sus transmisores envió la señal a un satélite geosincrónico
de comunicaciones, y Burnette pudo observarlo todo «en vivo» y en colores. El fuego ya había
cubierto medio complejo de destilación y más de la mitad del cercano campo de producción. En el
río Obi caía más petróleo crudo en combustión que se derramaba del oleoducto quebrado. Pudieron
observar cómo se extinguía el incendio; las llamas avanzaban rápidamente impulsadas por un
viento de superficie de cuarenta nudos. El humo oscurecía la mayor parte del área dificultando la
visibilidad directa, pero los sensores infrarrojos lo penetraban mostrando muchas fuentes de calor,
que no podían ser otra cosa que enormes charcas de productos del petróleo que ardían intensamente
en el suelo. El sargento de Burnette era del este de Texas y, de muchacho, había trabajado en los
campos petrolíferos. Buscó y puso en el monitor de su computadora fotografías del lugar tomadas
con luz de día y las comparó con la imagen de la pantalla adyacente, para determinar qué zonas de
la destilería se habían incendiado.
  —Diablos, coronel. —El sargento meneó la cabeza impresionado y habló con palabras de
experto—. Esa destilería..., bueno, desapareció, coronel. El fuego se va a extender con ese viento, y
no habrá forma de detenerlo ni en el infierno. La destilería se ha perdido por completo, y va a arder
durante tres o cuatro días... Algunas partes tal vez una semana. Y a menos que encuentren una
forma de parar el fuego, parece que el campo de producción también va a desaparecer, señor.
Cuando el satélite haga el próximo pasaje, todo estará ardiendo; esas torres de pozos lanzarán
petróleo incendiado... ¡ Santo Dios, no creo que nadie quiera estar allí!
  —¿Que no va a quedar nada de la destilería? Hummm. —Burnette hizo retroceder la cinta y
volvió a observar el pasaje del «Big Bird»—. Es la más nueva que tienen, y la más grande; les va a
causar un daño tremendo en la producción de petróleo mientras reconstruyan las ruinas de eso. Y
una vez que consigan apagar los fuegos, tendrán que reacomodar toda la producción de gas y
diesel. Pero debo decir algo respecto a Iván. Cuando tiene un accidente industrial, no pierde por
completo la cabeza. para nuestros amigos rusos es sólo un inconveniente mayor, sargento.
  Al día siguiente la CIA confirmó ese análisis, y un día después lo hicieron los servicios de
seguridad franceses y británicos.
  Todos ellos estaban equivocados.
2. UN HOMBRE DISTINTO ENTRA EN JUEGO.


  FECHA—HORA 01/31—06: 15 COPIA 01 DE INCENDIO SOVIÉTICO BC—Incendio
soviético, Bjt, 1809.FL.
  Se informa de desastroso incendio producido en el campo petrolífero soviético de
Nizhnevartovsk.
  EDS:Avance para «WEDNESDAY PMs.FL.»
  Por William Blake. FC.
  AP Redactor de los Servicios de Información militares.
   WASHINGTON (AP). — «El más grave incendio producido en un campo petrolífero desde
el desastre de Ciudad de México de 1984. o el incendio de Texas City en 1947», sumió en la
oscuridad a la región central de la Unión Soviética en el día de hoy de acuerdo con fuentes
militares y de los servicios secretos de Washington.
  El fuego fue detectado por los «Medios Técnicos Nacionales» norteamericanos, nombre
generalmente referido a satélites de reconocimiento controlados por la Agencia Central de
Inteligencia. Fuentes de la CIA se niegan a hacer comentarios sobre el incidente.
  Fuentes del Pentágono confirmaron este informe, señalando que la energía liberada por el
fuego era suficiente como para causar cierta inquietud en el Mando de la Defensa
Aeroespacial norteamericana, al que le preocupaba que el fuego se tratara de un posible
lanzamiento de misiles dirigidos a los Estados Unidos, o un intento de cegar los satélites de
vigilancia norteamericanos mediante rayos láser u otros medios disponibles desde tierra.
  La fuente señaló que en ningún momento se consideró oportuno incrementar los niveles de
alerta estadounidenses, o en poner a las fuerzas nucleares norteamericanas a punto de
ataque. «Todo había pasado en menos de treinta minutos», aseguró la fuente informativa.
  No se ha recibido ninguna confirmación de la agencia de noticias soviética TASS, pero los
soviéticos raras veces publican noticias sobre tales catástrofes.
  El hecho de que las autoridades norteamericanas se refiriesen a dos accidentes industriales
épicos indica que pueden derivarse muchas calamidades de este gran incendio. Fuentes de la
Defensa se mostraban reacias a especular sobre la posibilidad de pérdidas humanas civiles.
La ciudad de Nizhnevartovsk se halla junto al complejo petrolífero.
  La producción del campo petrolífero de Nizhnevartovsk alcanza casi al 31,3 % de la
totalidad del crudo soviético, según el Instituto Americano del Petróleo, y la recientemente
construida refinería adyacente de Nizbnevartovsk produce el 17,3 % del petróleo de ese país.
  Donald Evans, un portavoz del mencionado Instituto, ha explicado: «Afortunadamente
para ellos, el petróleo del subsuelo arde con mucha dificultad, y es de esperar que el fuego se
extinga en unos pocos días.» Sin embargo, la refinería, según su grado de destrucción, puede
constituir una gran pérdida. «Cuando pasan estas cosas, por lo general son catastróficas —
dijo Evans—. Pero los rusos poseen una gran capacidad de refinado como para superar el
golpe, especialmente después de todo el trabajo que han hecho en su complejo de Moscú.»
Evans se mostró incapaz de especular acerca de la naturaleza del incendio, y manifestó: «El
tiempo atmosférico pudo tener algo que ver con esto. Nosotros tuvimos algunos problemas
con los campos de Alaska, y costó bastante resolverlos. Por lo demás, cualquier refinería es
terreno perfectamente abonado para los incendios, y son precisos unos equipos de hombres
inteligentes, cuidadosos y bien entrenados para cuidarlos.»
  Éste es el último de una serie de fracasos de La industria petrolífera soviética. En el pleno
del Comité Central del Partido Comunista celebrado el pasado otoño, se admitió finalmente
que los planes de producción tanto en los campos de Siberia como en los occidentales «no
habían colmado las esperanzas iniciales».
  En los círculos occidentales se interpreta esta prudente declaración como una implícita
acusación contra la gestión del ministro de la Industria petrolífera, Zatyzhin, remplazado por
Mikhail Sergetov, antiguo jefe del aparato del partido en Leningrado, considerado como un
valor en alza dentro de la cúpula del Partido. Se trata de un tecnócrata que se ha dedicado
previamente a la ingeniería además de realizar política de partido. La labor de Sergetov para
reorganizar la industria petrolífera soviética se considera un trabajo que puede durar años.
  AP—BA—01—31 0501EST.FL.
  **FIN DE LA NOTICIA**
MOSCU, RFSSR


  Mikhail Eduardovich Sergetov no había tenido oportunidad de leer el informe telegráfico.
Avisado en su dacha oficial situada en los bosques de abedules que rodean Moscú, voló en seguida
hacia Nizhnevartovsk y permaneció allí sólo diez horas antes de que lo llamaran para que fuese a
informar a Moscú. «Tres meses en el cargo, ¡y tenía que suceder esto!», pensó mientras estaba
sentado en la cabina delantera vacía del aparato «IL-86».
   Sus dos principales ayudantes, un par de jóvenes ingenieros altamente cualificados, se habían
quedado en el lugar del siniestro a fin de aclarar las razones de aquel caos y salvar lo que se pudiese
salvar. Entretanto, Sergetov repasaba sus notas para la reunión del Politburó que se celebraría a
última hora de aquel día. Se sabía que, combatiendo el fuego, habían muerto trescientos hombres y,
milagrosamente, menos de doscientos ciudadanos en la población de Nizhnevartovsk. Aquello era
muy lamentable, pero nada excesivamente grave, con excepción del hecho de que aquellos obreros
especializados que habían muerto deberían ser remplazados por otros hombres igualmente bien
entrenados procedentes de las plantillas de otras grandes refinerías.
  La planta de destilación estaba destruida casi por completo. para su reconstrucción se
necesitarían como mínimo dos o tres años, y requeriría un considerable porcentaje de la producción
nacional de tuberías de acero, más todos los elementos especiales para instalaciones de ese tipo.
Quince mil millones de rublos. ¿Y qué parte del equipo tendría que ser adquirida en el extranjero?
¿Cuánto oro y cuántas preciosas divisas fuertes habría que gastar?
  Y ésas eran las buenas noticias.
  Las malas: el fuego que se había tragado el campo de producción también había destruido por
completo las torres de los pozos. Tiempo para remplazarlas: ¡por lo menos treinta y seis meses!
   «Treinta y seis meses —reflexionaba Sergetov desolado—, si es que podemos traer de otra parte
los equipos y el personal de perforación para volver a abrir todos esos malditos pozos y al mismo
tiempo reconstruir los sistemas EOR.4 Durante dieciocho meses como mínimo, la Unión Soviética
tendrá un enorme déficit en la producción de petróleo. Y es probable que sean treinta meses. ¿Qué
pasará con nuestra economía?»
   De su cartera portafolio sacó una agenda de hojas rayadas y empezó a hacer algunos cálculos.
Era un vuelo de tres horas, y Sergetov no se dio cuenta de que habían llegado hasta que el piloto se
le acercó para comunicarle que estaban en tierra.
  Miró con ojos entrecerrados las tierras cubiertas de nieve de «Vnukovo-2», el único aeropuerto
VIP en las afueras de Moscú, y caminó solo bajando la escalerilla hasta la limusina «ZIL» que lo
esperaba. El automóvil partió de inmediato a gran velocidad, sin detenerse en ninguno de los
puestos de control de seguridad. Los oficiales de la milicia, ateridos de frío, golpearon los talones
tomando la posición militar cuando pasó el «ZIL», después volvieron a la tarea de mantenerse
calientes en aquellas temperaturas bajo cero. El sol brillaba y el cielo estaba claro, excepto por
algunas altas y finas nubes. Sergetov miraba distraído por la ventanilla, con su mente ocupada por


  4
      EOR, Sistema de presurización artificial para recuperar la salida del petróleo. (N. del T.)
cifras y más cifras que había controlado ya media docena de veces. El Politburó lo estaba
esperando, le dijo su conductor de la KGB.
   Hacía sólo seis meses que Sergetov era «candidato» (miembro sin voto) del Politburó, lo que
significaba que, junto con sus otros ocho colegas jóvenes, asesoraban a los trece únicos hombres
que tomaban las decisiones trascendentes en la Unión Soviética. Su cartera ministerial se refería a
la producción y distribución de energía. Tenía ese cargo desde setiembre, y sólo estaba
comenzando a establecer su plan para una reorganización total de los siete Ministerios de todos los
gremios y regiones que ejercían funciones relacionadas con la energía, los cuales, como era de
prever, pasaban la mayor parte del tiempo peleando unos con otros, en un solo departamento
general que dependiera directamente del Politburó y Secretariado del Partido, en vez de tener que
trabajar a través de la burocracia del Consejo de Ministros. Cerró un instante los ojos para
agradecer a Dios (tal vez hubiera uno, pensó) que su primera recomendación, entregada sólo un
mes antes, se hubiera referido a la seguridad y la responsabilidad política en muchos de los campos.
Había propuesto específicamente una mayor «rusificación» de la fuerza laboral, en gran parte
«extranjera». Por ese motivo, no temía en cuanto a su propia carrera, que hasta ahora estaba
jalonada por una serie ininterrumpida de éxitos. Se encogió de hombros. En todo caso, sería la tarea
que estaba a punto de iniciar la que decidiría su futuro. Y quizás el de su país.
  El «ZIL» avanzó por Leningradsky Prospekt, que daba vueltas hacia Gorkogo; la limusina
aceleraba a lo largo del carril central que la Policía mantenía libre de tránsito para uso exclusivo del
vlasti. Pasaron por el «Intourist Hotel», entraron en la Plaza Roja y finalmente se aproximaron a los
portones del Kremlin. Allí el conductor se detuvo para los controles de seguridad que fueron tres,
realizados por soldados de la KGB y de la Guardia Taman. Cinco minutos después la limusina se
detuvo frente a la entrada del Consejo de Ministros, única estructura moderna en la fortaleza. Los
guardias que la custodiaban conocían de vista a Sergetov y le hicieron un rígido saludo mientras
mantenían abierta la puerta para que la exposición a la helada temperatura no durara más que unos
segundos.
  Hacia sólo un mes que el Politburó estaba realizando sus reuniones en esa sala del cuarto piso
mientras efectuaba una detenida renovación en sus habituales salones del viejo edificio Arsenal.
Los hombres más viejos se quejaban por la pérdida de las antiguas comodidades zaristas, pero
Sergetov prefería la modernidad. Ya era hora, pensaba, de que los miembros del partido se rodearan
de productos del socialismo en lugar del mohoso boato de los Romanov.
   La sala estaba mortalmente silenciosa cuando él entró. De haber sido esto en el Arsenal,
reflexionó el tecnócrata de cincuenta y cuatro años, la atmósfera habría parecido la de un verdadero
funeral..., que ya se habían realizado muchos. Lentamente, el partido iba desprendiéndose de los
hombres más ancianos que habían sobrevivido al terror de Stalin, y la actual cosecha, todos ellos
hombres «jóvenes» de cincuenta o sesenta años, empezaba por fin a hacerse oír. Se estaba
cambiando la guardia. Demasiado lentamente.., con una maldita lentitud, para Sergetov y su
generación de líderes del partido, a pesar del secretario general. El hombre ya era abuelo. A
Sergetov le parecía a veces que, cuando todos esos viejos se fueran, él mismo sería uno de ellos.
Pero por ahora, mirando alrededor en esa sala, se sintió suficientemente joven.
   —Buenos días, camaradas —saludó Sergetov, entregando su abrigo a un ayudante, el cual se
retiró de inmediato y cerró la puerta. Los demás se dirigieron en el acto a sus asientos. Sergetov
ocupó el suyo, en la mitad del lado derecho.
  El secretario general del partido llamó al orden en la reunión. Su voz sonó grave y controlada.
—Camarada Sergetov, puede iniciar su informe. Primero queremos oir su explicación sobre lo
que sucedió exactamente.
  —Camaradas, ayer a las veintitrés, aproximadamente, hora de Moscú, tres hombres armados
entraron en la sala central de control del complejo petrolífero de Nizhnevartovsk y cometieron un
complicadísimo acto de sabotaje.
  —¿Quiénes eran? —preguntó en tono cortante el ministro de Defensa.
   —Sólo tenemos la identificación de dos de ellos. Uno de los bandidos era un electricista del
propio personal. El tercero —Sergetov sacó de su bolsillo la tarjeta de identidad y la arrojó sobre la
mesa— era el ingeniero jefe I. M. Tolkaze. Es evidente que utilizó su detallado conocimiento de los
sistemas de control para iniciar el incendio masivo que se extendió rápidamente debido a los fuertes
vientos. Un equipo de seguridad de diez guardias de frontera de la KGB respondió de inmediato a
la alarma. Uno de los traidores, el que aún no está identificado, mató e hirió a cinco de ellos con un
fusil arrebatado al guardia del edificio, al que también mataron. Después de entrevistar al sargento
de la KGB, pues el teniente murió al frente de sus hombres, debo decir que los guardias de frontera
respondieron rápido y bien. Mataron a los traidores en pocos minutos, pero no pudieron impedir la
completa destrucción de las instalaciones, tanto de la destilería como de los campos de producción.
   —Y si los guardias respondieron con tanta rapidez, ¿cómo no pudieron impedir este acto? —
preguntó enfurecido el ministro de Defensa examinando la fotografía del pase con un odio palpable
reflejado en sus ojos—, Y, ante todo, ¿qué estaba haciendo allí este musulmán culo negro?
  —Camarada, el trabajo en los campos de Siberia es muy penoso, y hemos tenido serias
dificultades para llenar los puestos que hay allá. Mi predecesor decidió incorporar trabajadores con
experiencia en campos petrolíferos procedentes de la región de Bakú y llevados a Siberia. Fue una
locura. Ustedes recordarán que mi primera recomendación, el año pasado, se refirió a cambiar esa
política.
  —Lo sabemos, Mikhail Eduardovich —dijo el presidente de la reunión—. Continúe.
   —El puesto de guardia graba todo el tráfico telefónico y de radio. El equipo de emergencia se
puso en movimiento antes de dos minutos. Desgraciadamente, el puesto de guardia se halla situado
junto al antiguo edificio de control. El actual fue construido a tres kilómetros de distancia, cuando
hace dos años se adquirió en Occidente el nuevo equipo de control computerizado. Habría sido
necesario construir también un nuevo puesto de guardia, y se obtuvieron los materiales necesarios
para hacerlo. Al parecer, esos materiales de construcción fueron malversados por el director del
complejo y el secretario local del partido, con el objeto de edificar dachas sobre el río, a pocos
kilómetros de allí. Estos dos hombres han sido arrestados por orden mía, por crímenes cometidos
contra el Estado —informó Sergetov con la mayor naturalidad, y no hubo reacción alguna
alrededor de la mesa; por mudo consenso aquellos dos hombres estaban sentenciados a muerte; las
formalidades serían cumplidas por los Ministerios correspondientes; Sergetov continuó—: Ya he
ordenado un considerable aumento de la seguridad en todos los emplazamientos petroleros.
También por orden mía, las familias de los dos traidores identificados han sido arrestadas en sus
casas en las afueras de Bakú y están siendo rigurosamente interrogadas por Seguridad del Estado,
junto con cuantos los conocían o trabajaban con ellos.
   »Antes de que los guardias de frontera pudieran matar a los traidores, éstos lograron sabotear los
sistemas de control del campo petrolífero de manera tal que consiguieron crear una tremenda
conflagración. También lograron destrozar el equipo de control, de modo que, aunque los soldados
de la guardia hubieran podido llamar a un equipo de ingenieros para que restableciera el
funcionamiento, es muy poco probable que se hubiese podido salvar algo. Los soldados de la KGB
se vieron forzados a evacuar el edificio, que poco después quedó consumido por las llamas. Ellos
no podrían haber hecho nada más. —Sergetov recordaba la cara gravemente quemada del sargento,
y las lágrimas que le corrían sobre las ampollas mientras relataba lo sucedido.
  —¿Y la brigada de incendios? —preguntó el secretario general.
   —Más de la mitad murió combatiendo el fuego —replicó Sergetov—. Junto con más de cien
ciudadanos que se unieron a la batalla para salvar el complejo. Realmente no hay aquí culpas que
atribuir a nadie, camarada. Cuando este bastardo Tolkaze comenzó su trabajo diabólico..., habría
sido más fácil controlar un terremoto. En su mayor parte el incendio está ahora apagado, debido al
hecho de que casi todos los combustibles almacenados en la destilería se consumieron en unas
cinco horas; también por la destrucción de las cabezas de pozo en el campo de petróleo.
  —¿Pero cómo ha sido posible esta catástrofe? —preguntó uno de los miembros titulares.
  Sergetov se hallaba sorprendido por la calma que observaba en la sala. ¿Se habían reunido antes
y discutido ya el asunto?
   —Mi informe del 20 de diciembre describí a los peligros que había allí. Esa sala literalmente
controlaba las bombas y válvulas en más de cien kilómetros cuadrados. Lo mismo es válido para
todos nuestros grandes complejos petrolíferos. Desde ese centro nervioso, un hombre familiarizado
con los procedimientos de control podía manipular a voluntad los diversos sistemas en todo el
campo, logrando, con gran facilidad, que el complejo íntegro se autodestruyera. Tolkaze tenía esa
capacidad. Era un nativo de Azerbaiján elegido para tratamiento especial por su inteligencia y
supuesta lealtad; estudiante de honor en la Universidad de Moscú, y miembro en buena posición del
partido local. Parecería además que era un fanático religioso capaz de una increíble traición. Todas
las personas asesinadas en la sala de control eran amigos suyos, o por lo menos así lo creían.
Después de quince años en el partido, un buen salario, el respeto profesional de sus camaradas,
hasta su propio automóvil, sus últimas palabras fueron una estridente invocación a Alá. —Sergetov
añadió secamente—: No se puede predecir con exactitud la fiabilidad de las personas de esa región,
camaradas.
  El ministro de Defensa volvió a asentir con un movimiento de cabeza.
  —Entonces, ¿qué efecto tendrá esto en la producción petrolera?
  La mitad de los hombres que se hallaban junto a la mesa se inclinaron hacia delante para
escuchar la respuesta de Sergetov:
  —Camaradas, hemos perdido el treinta y cuatro por ciento de nuestra producción total de
petróleo crudo por un período de al menos un año, y es posible que llegue a ser hasta de tres. —
Levantó la vista de sus notas para observar cómo se arrugaban las caras, hasta ese momento
impasibles; parecían haber recibido una bofetada—. Sería necesario volver a perforar todos los
pozos productivos y reconstruir los conductos de distribución, desde los campos hasta la destilería
y otros lugares. La pérdida de la destilería es grave, pero no una preocupación inmediata. dado que
puede volver a levantarse y, en último caso, representa menos de una séptima parte de nuestra
capacidad total de destilación. El daño mayor a nuestra economía resultará de la pérdida de nuestra
producción de petróleo crudo.
»En términos reales, debido a la composición química del petróleo de Nizhnevartovsk, la pérdida
neta total de la producción puede motivar una infravaloración del verdadero efecto sobre nuestra
economía. El petróleo de Siberia es «liviano, suave» en su estado crudo, lo que significa que
contiene cantidades desproporcionadamente grandes de las fracciones más valiosas: las que se
emplean para obtener gasolina, queroseno y combustible diesel, por ejemplo. La pérdida neta en
estas áreas en particular son las siguientes: cuarenta y cuatro por ciento de nuestra producción de
gasolina; cuarenta y ocho por ciento de queroseno, y cincuenta por ciento de diesel. Tales cifras son
cálculos aproximados que he realizado en el vuelo de regreso, pero deben de estar ajustadas con un
error, no mayor del dos por ciento. Mi personal tendrá listas las cifras exactas en uno o dos dias.
  —¿La mitad? —preguntó rápidamente el secretario general.
  —Exacto, camarada —respondió Sergetov.
  —¿Y cuánto tiempo se necesita para restablecer la producción?
   —Camarada secretario general, si traemos todos los equipos de perforación y les hacemos operar
durante las veinticuatro horas, mi estimación aproximada es que podremos empezar a restablecer la
producción en un año. Limpiar de ruinas el lugar llevará por lo menos tres meses, y otros tres se
necesitarán para reinstalar nuestro equipo y comenzar las operaciones de perforación. Como
tenemos información exacta sobre la situación y profundidad de los pozos, el acostumbrado factor
de incertidumbre no forma parte de la ecuación. Dentro del año, seis meses después de que
comencemos las nuevas perforaciones, empezaremos a obtener petróleo de los pozos productivos, y
la recuperación total se logrará en dos años más. Mientras esté sucediendo todo esto, necesitaremos
también remplazar el equipo EOR...
  —¿Y qué representaría eso? —preguntó el ministro de Defensa.
   —Sistemas de recuperación forzada de petróleo, camarada ministro. Si los pozos hubieran sido
relativamente nuevos, presurizados por el gas subterráneo, los incendios podrían haber durado
varias semanas. Como ustedes saben, camaradas, de estos pozos ya se ha extraído gran cantidad de
petróleo. para aumentar la producción hemos estado bombeando agua hacia el interior, lo que
produce el efecto de forzar la salida de más crudo. Puede haber producido también el efecto de
dañar el estrato que contiene el petróleo. Esto es algo que nuestros geólogos todavía están tratando
de evaluar. Con lo ocurrido, cuando se interrumpió la energía eléctrica cesó la presión enviada
desde la superficie para extraer el petróleo, y los incendios de los campos de producción empezaron
a quedarse sin combustible. La mayor parte de ellos se estaban extinguiendo cuando partí en mi
avión hacia Moscú.
  —¿De manera que ni siquiera habrá seguridad de que la producción esté completamente
restablecida dentro de tres años? —preguntó el ministro del Interior.
   —Así es, camarada ministro. No existe ninguna base científica para hacer una estimación de la
producción total. La situación que tenemos aquí nunca se ha producido, ni en Occidente ni en el
Este. En los próximos dos o tres meses podremos perforar algunos pozos de prueba que nos den
ciertas indicaciones. El equipo de ingenieros que quedó allá está haciendo los arreglos necesarios
para iniciar el proceso con la mayor rapidez posible, utilizando materiales que ya se encuentran en
el lugar.
  —Muy bien —asintió el secretario general—. La siguiente pregunta es cuánto tiempo puede
operar el país sobre esa base.
Sergetov volvió a consultar sus notas.
   —Camaradas, no se puede negar que éste es un desastre sin precedentes en nuestra economía. El
invierno ha hecho descender nuestras existencias de petróleo pesado más de lo normal. Algunos
consumos de energía deben permanecer relativamente intactos. Por ejemplo, el año pasado, la
generación de energía eléctrica requirió el treinta y ocho pór ciento de nuestros productos del
petróleo, mucho más de lo planificado, debido a las sobreestimaciones en la producción de carbón
y gas, que habíamos esperado que redujeran las demandas de petróleo. La industria del carbón
necesitará por lo menos cinco años para recuperarse, a causa de fallos en la modernización. Y las
operaciones de perforación para gas están actualmente demoradas por condiciones ambientales.
Ciertas razones técnicas hacen que sea dificilísimo operar ese equipo con tiempo excesivamente
frío.
  —¡Entonces hay que hacer trabajar más duro a esos perezosos bastardos de los equipos de
perforación! —sugirió el jefe del partido de Moscú.
   —No se trata de los trabajadores, camarada —suspiró Sergetov—. Son las máquinas. La
temperatura muy fría afecta más al metal que a los hombres. las herramientas y equipos se rompen
simplemente porque se vuelven quebradizos por el frío. las condiciones del tiempo dificultan más
el reabastecimiento de repuestos hacia los campos petroleros. El marxismo-leninismo no puede
ordenar el estado del tiempo.
  —¿Será muy difícil ocultar las operaciones de perforación? —preguntó el ministro de Defensa.
  Sergetov se mostró sorprendido.
   —¿Difícil? No, camarada ministro, difícil no, es imposible. ¿Cómo se pueden ocultar varios
cientos de aparejos de perforación, cada uno de los cuales mide de veinte a cuarenta metros de
altura? Sería tan difícil como intentar ocultar los complejos de lanzamiento de los misiles de
Plesetsk.
  Sergetov advirtió por primera vez las miradas de reojo que intercambiaban el ministro de
Defensa y el secretario general.
  —Entonces tendremos que reducir el consumo de petróleo por parte de la industria eléctrica —se
pronunció el secretario general.
  —Camaradas, permítanme que les dé algunas cifras aproximadas sobre la forma en que
consumimos nuestros productos del petróleo. Por favor, comprendan que lo hago de memoria, ya
que el informe anual que hace el departamento se halla en proceso de elaboración.
   »El año pasado nuestra producción fue de quinientos ochenta y nueve millones de toneladas de
petróleo crudo. El déficit con respecto a la producción planificada era de treinta y dos millones de
toneladas, y la cantidad que se obtuvo sólo resultó posible gracias a las medidas artificiales que ya
les expliqué. Aproximadamente la mitad de esa producción fue semirrefinada para obtener mazut, o
fuel-oil pesado, para ser usado en plantas de energía eléctrica, calderas de fábricas y cosas
semejantes. La mayor parte de este petróleo sencillamente no se puede utilizar de otra manera, ya
que sólo tenemos tres..., perdón, ahora sólo dos, destilerias con las complicadas cámaras de
cracking catalítico necesarias para refinar el petróleo pesado y obtener productos destilados ligeros.
  »Los combustibles que producimos sirven a nuestra economía de diversas formas. Como ya
hemos visto, un treinta y ocho por ciento se emplea en la generación de energía eléctrica y de otras
clases; y, afortunadamente, mucho de ello es mazut. De los combustibles más livianos, diesel,
gasolina y queroseno, más de la mitad de la producción fue absorbida el año pasado por la actividad
agrícola y la industria de la alimentación, transporte de mercaderías y artículos de intercambio, el
traslado de pasajeros y el consumo público y, finalmente, los usos militares. En otras palabras,
camaradas, con la pérdida del campo de Nizhnevartovsk, los usuarios que acabo de mencionar
requerirán más de lo que podemos producir, sin dejar nada para la metalurgia, la maquinaria pesada
y los usos químicos y de la construcción; sin mencionar lo que habitualmente exportamos a
nuestros fraternales aliados socialistas en Europa Oriental y en todo el mundo.
   »Para responder a su pregunta específica, camarada secretario general, tal vez logremos hacer
una modesta reducción en el uso de petróleos livianos en la generación de energía eléctrica, pero ya
en este momento tenemos un serio déficit en ese campo, lo que da lugar a ocasionales caídas de
tensión y hasta completos apagones. Nuevos cortes de fluido afectarían de manera adversa a
algunas actividades cruciales del Estado. Usted recordará que hace tres años hicimos experimentos
alterando el voltaje de la energía generada para conservar combustibles, y esto determinó daños en
los motores eléctricos en toda la zona industrial del Donets.
  —¿Qué hay del carbón y el gas?
  —Camarada secretario general, la producción de carbón ya está un dieciséis por ciento por
debajo de la obtención planificada, y empeorando, lo que ha motivado la conversión al petróleo de
muchas calderas alimentadas por carbón. Además, la reconversión de esas instalaciones
nuevamente del petróleo al carbón es muy costosa y lleva tiempo. una alternativa más atractiva y
menos cara es la conversión a gas, y la hemos estado propiciando con todo nuestro esfuerzo. La
producción de gas también está por debajo de lo previsto, pero va mejorando. Habíamos esperado
superar las metas planificadas hacia finales de este año. Aquí debemos también tener en cuenta que
mucho de nuestro gas se envía a Europa Occidental. Y de allí es de donde obtenemos divisas
occidentales con las que podemos comprar petróleo extranjero y, por supuesto, granos en el
exterior.
   El miembro del Politburó responsable de la agricultura frunció el ceño ante esa referencia.
¿Cuántos hombres, preguntó Sergetov, habían sido destituidos por su incapacidad para hacer rendir
la industria agrícola soviética? el actual secretario general, por supuesto, que de alguna manera se
las había arreglado para avanzar, a pesar de sus fracasos en esa materia. Pero se suponía que los bí
nos marxistas no necesitaban creer en milagros. Su promoción a la presidencia titular del Politburó
había tenido su propio precio, que Sergetov apenas estaba empezando a comprender.
  —Entonces, ¿cuál es su solución, Mikhail Eduardovich? —preguntó el ministro de Defensa con
inquietante ansiedad.
  —Camaradas, debemos llevar esta carga de la mejor forma posible, mejorando la eficiencia en
todos los niveles de nuestra economía. —No se molestó en hablar sobre el aumento de las
importaciones de petróleo; el déficit, como ya había explicado, determinaría un aumento
equivalente a treinta veces las actuales importaciones, y las reservas de divisas fuertes apenas
permitirían duplicar las adquisiciones de petróleo extranjero—. Necesitaremos incrementar la
producción y el control de calidad en la fábrica de equipos de perforación «Barricade», en
Volgogrado, y comprar más equipos de perforación en Occidente, de manera que podamos
expandir la exploración y explotación de yacimientos conocidos. Y necesitamos aumentar nuestras
construcciones de plantas de reactores nucleares. para conservar la producción que definitivamente
obtengamos, podemos restringir el abastecimiento de que disponen los camiones y automóviles;
hay mucho derroche en ese sector, como todos sabemos, tal vez un tercio del consumo total. Cabe
reducir por un tiempo la cantidad de combustible asignada a usos militares y tal vez desviar
también parte de la producción de maquinaria pesada de los arsenales militares a las áreas
industriales necesarias. Estamos frente a tres años muy duros..., pero sólo tres —sintetizó Sergetov
poniendo una nota de aliento.
  —Camarada, su experiencia en asuntos exteriores y de defensa es escasa, ¿verdad? —planteó el
ministro de Defensa.
  —Nunca he pretendido lo contrario, camarada ministro —contestó cauteloso Sergetov.
  —Entonces le diré por qué esta situación es inaceptable. Si hacemos lo que usted sugiere,
Occidente se enterará de nuestra crisis. Un aumento en las compras de petróleo y de equipos de
producción, y las señales inocultables de actividad en Nizhnevartovsk, les mostrarán con demasiada
claridad lo que está ocurriendo aquí, lo cual nos hará vulnerables ante sus ojos. Y esa
vulnerabilidad será explotada. Y, al mismo tiempo —dijo dando fuertes golpes con el puño sobre la
pesada mesa de roble—, ¡usted propone reducir el suministro de combustible a las fuerzas que nos
defiénden del Occidente!
   —Camarada ministro de Defensa, yo soy ingeniero, no soldado. Usted me pidió una evaluación
técnica, y yo se la he dado. —Sergetov mantuvo su voz razonablemente calma—. Esta situación es
muy grave, pero no afecta, por ejemplo, a nuestras Fuerzas de Misiles Estratégicos. ¿No pueden
ellos solos protegernos de los imperialistas durante nuestro período de recuperación?
  ¿Para qué otra cosa los habían construido?, se preguntó Sergetov. Todo ese dinero sepultado en
agujeros improductivos. ¿No era suficiente ser capaz de aniquilar a Occidente más de diez veces?
¿Por qué veinte? ¿Y ahora eso no bastaba?
 —¿Y no se le ha ocurrido a usted que Occidente no nos permitirá comprar lo que necesitamos?
—preguntó el teórico del partido.
  —¿Cuándo se han negado los capitalistas a vendernos...?
  —¿Cuándo han dispuesto los capitalistas de semejante arma para usarla contra nosotros? —
observó el secretario general—. Por primera vez Occidente tiene la posibilidad de estrangularnos en
un solo año. ¿Y qué ocurrirá ahora si también nos impiden nuestras compras de cereales?
  Sergetov no había considerado eso. Al cabo de otro año de desalentadoras cosechas de grano, el
séptimo en los últimos once, la Unión Soviética necesitaba hacer enormes adquisiciones de trigo. Y
este año, los Estados Unidos y Canadá eran los únicos proveedores seguros. El mal tiempo en el
hemisferio sur había malogrado la cosecha de la Argentina, y algo menos la de Australia, mientras
que los Estados Unidos y Canadá seguían obteniendo habituales cosechas récord. Precisamente en
esos momentos estaban haciendo negociaciones en Washington y en Otawa para lograr las
compras; y los norteamericanos no presentaban objeciones, excepto que el alto valor del dólar hacía
que sus granos fueran desproporcionadamente caros. Pero el embarque de esos cereales llevaría
meses. «¡Que fácil sería —pensó Sergetov— que por "dificultades técnicas" en los puertos
cerealeros de Nueva Orleáns y Baltimore se demorara, e incluso se paralizaran, los embarques en
un momento tan crucial!»
  Miró alrededor de la mesa. Veintidós hombres, de los cuales sólo trece decidían realmente los
temas, y uno de ellos faltaba, se encontraban allí en silencio contemplando la perspectiva de más de
doscientos cincuenta millones de trabajadores y campesinos soviéticos, todos ellos hambrientos y
en la oscuridad, al mismo tiempo que las tropas del Ejército Rojo, el Ministerio del Interior y la
KGB tenían serias dificultades en sus abastecimientos de combustible y, por tanto, en su
entrenamiento y movilidad.
   Los hombres del Politburó se hallaban entre los más poderosos del mundo, mucho más que
cualquiera de sus contrapartes occidentales. No rendían cuentas a nadie, ni al Comité Central del
Partido Comunista, ni al Soviet Supremo ni, por supuesto, tampoco al pueblo de su nación. Hacía
años que estos hombres no caminaban por las calles de Moscú; sólo se desplazaban velozmente,
llevados por sus chóferes en automóviles construidos a mano, hacia y desde sus lujosos
apartamentos dentro de la ciudad o hasta sus dachas oficiales en las afueras de la capital.
Efectuaban sus compras, si es que las hacían, en tiendas custodiadas y reservadas sólo para la élite,
y los atendían ciertos médicos en clínicas establecidas exclusivamente para esa élite. Por todo ello,
estos hombres se consideraban a sí mismos como dueños de su destino.
  Y sólo ahora comenzaba a sacudirlos la idea de que, como al resto de los humanos, también ellos
estaban sujetos a un destino que su inmenso poder personal no haría otra cosa que tornarlo por
demás insufrible.
   Se hallaban inmersos en un país cuyos ciudadanos vivían mal alimentados y pobremente
alojados; en el que los únicos artículos abundantes eran los carteles pintados y los lemas que
alababan el progreso y la solidaridad soviéticos. Sergetov sabía muy bien que algunos de los
hombres que rodeaban esa mesa creían fervientemente en esos lemas. A veces, también él tenía fe
en ellos, sobre todo en homenaje a su juventud idealista. Pero el progreso soviético no había
alimentado a su país. ¿Y cuánto tiempo duraría la solidaridad soviética en los corazones de un
pueblo hambriento, con frío y en la oscuridad? ¿Se mostrarían entonces orgullosos de los misiles de
los bosques de Siberia? ¿De los miles de tanques y cañones que producían todos los años?
¿Mirarían hacia el cielo donde flotaba una estación espacial «Salyut» y se sentirían inspirados..., o
se preguntarían qué clase de alimentos estaba comiendo esa élite? Todavía no había pasado un año
desde que Sergetov fue caudillo en el partido regional, y en Leningrado había podido escuchar con
interés las descripciones de su propio personal dependiente, sobre las bromas y quejas en las colas
que soportaba la gente para conseguir dos trozos de pan, un tubo de dentífrico o unos zapatos.
Aislado aún entonces de las más duras realidades de la vida en la Unión Soviética, se había
preguntado a menudo si algún día las cargas del trabajador común no llegarían a ser demasiado
pesadas para aguantarlas. ¿Cómo se enteraría él entonces? ¿Cómo podría conocerlo ahora? ¿Alguna
vez lo sabrían esos hombres más viejos que estaban allí?
   Narod, le llamaban. Un nombre masculino que no obstante era forzado y violado en todo sentido:
las masas, la colección de hombres y mujeres sin cara que se afanaban diariamente, en Moscú. y en
toda la nación, en fábricas y en granjas colectivas, con sus pensamientos ocultos bajo máscaras de
amargura. Los miembros del Politburó se autoconvencían de que esos obreros y campesinos
envidiaban a sus líderes los lujos que acompañaban a la responsabilidad. Después de todo, la vida
en el campo había mejorado en considerable medida. Eso era lo convenido, Pero el convenio estaba
a punto de romperse. ¿Qué podía ocurrir entonces? Nicolás II no lo había sabido. Pero estos
hombres si.
  El ministro de Defensa rompió el silencio:
  —Debemos obtener más petróleo. Así de simple. La alternativa es una economía contrahecha,
ciudadanos hambrientos y una reducida capacidad de defensa. las consecuencias de todo ello no
son aceptables.
  —No podemos comprar petróleo —argumentó uno de los miembros candidatos.
—Entonces debemos tomarlo.
FUERTE MEADE, MARYLAND


  Bob Toland frunció el ceño frente a su tarta de canela. No debería comer postre, se recordó a sí
mismo el analista de Inteligencia. Pero en el comedor de la Agencia Nacional de Seguridad sólo la
servían una vez por semana. La tarta de canela era su favorita y no contenía más que unas
doscientas calorías. Eso era todo. Tendría que hacer otros cinco minutos de ejercicio en la bicicleta
cuando llegase a su casa.
  —¿Qué piensas de ese artículo en el periódico, Bob? —preguntó un compañero de trabajo.
  —¿El asunto del campo petrolífero? —Toland observó una vez más el distintivo de Seguridad
que llevaba el hombre; no estaba autorizado para conocer temas de Inteligencia satelitaria—.
Parece que han tenido un incendio tremendo.
  —¿No has visto nada oficial sobre el caso?
  —Digamos que la noticia que se filtró a los periódicos salió de un nivel de autorización en
Inteligencia más alto que el mío.
  —¿Periodismo..., ultrasecreto?
  Ambos hombres rieron.
  —Algo así. El artículo tenía información que yo no he visto —dijo Toland, expresando la
verdad, en su mayor parte; el incendio se había apagado, y la gente de su departamento estuvo
especulando sobre lo que habría hecho Iván para extinguirlo tan pronto—. Pienso que no debería
haberles causado mucho daño. Quiero decir que ellos no tienen millones de personas transitando
por los caminos en las vacaciones de verano, ¿no es cierto?
  —Naturalmente que no. ¿Cómo está la tarta?
  —No está mal.
  Toland sonrió, dudando ya si necesitaría ese tiempo extra en la bicicleta.
MOSCU, URSS.


   El Politburó volvió a reunirse a las nueve y media de la mañana siguiente. Por las ventanas de
cristales dobles se veía un cielo gris y se apreciaba una cortina de espesa nieve que comenzaba a
caer de nuevo, para agregarse al medio metro que ya cubría el suelo. Esa noche se verían los
trineos en las colinas del parque Gorky, pensó Sergetov. Y tal vez barrieran la nieve sobre los dos
lagos helados para poder patinar bajo las luces con la música de Chaikovski y Prokofiev. Los
moscovitas reirían, beberían su vodka y aprovecharían el frío, felices e ignorantes de lo que estaba
por decirse allí, y de los vuelcos que darían las vidas de todos ellos.
   El cuerpo principal del Politburó se había reunido la tarde anterior a las cuatro de la tarde, y
luego los cinco hombres que constituían el Consejo de Defensa volvieron a reunirse solos. Ni
siquiera los restantes miembros del Politburó completo tenían acceso a ese cuerpo resolutivo.
  Los vigilaba desde el fondo del salón un retrato de cuerpo entero de Vladimir Ilich Ulianov,
Lenin, el santo revolucionario del comunismo soviético, con la abovedada frente echada hacia atrás
como si estuviera disfrutando de una fresca brisa, y sus ojos penetrantes mirando al infinito hacia el
glorioso futuro que proclamaba confiado con expresión austera, futuro que la «ciencia» del
marxismo-leninismo llamaba determinismo histórico. Glorioso futuro. «¿Qué futuro? —se
preguntaba Sergetov—. ¿Qué ha sido de nuestra Revolución? ¿Qué ha sido de nuestro partido?
¿Quería realmente el camarada Ilich que todo fuera así?»
  Sergetov miró al secretario general, el hombre «joven» que Occidente suponía que se hallaba a
cargo de todo, el hombre que aun en esos momentos estaba cambiando las cosas. Su acceso al
puesto más alto en el partido había sido una sorpresa para algunos, Sergetov entre ellos. Occidente
todavía lo miraba con tanta esperanza como lo hicimos nosotros mismos, pensó Sergetov. Su
propia llegada a Moscú había cambiado su forma de pensar con bastante rapidez. Un sueño más
que se rompía. El hombre que había mantenido una cara feliz durante años de fracasos agrícolas,
ahora aplicaba su encanto superficial en un marco mucho mayor. Estaba trabajando intensamente
(cualquiera de los que estaba junto a esa mesa lo admitiría), pero la suya era una tarea imposible.
para llegar allí se había visto obligado a hacer demasiadas promesas, a establecer demasiados
acuerdos con la vieja guardia. Incluso los hombres «jóvenes», de cincuenta y sesenta, que él había
agregado al Politburó tenían sus propias ataduras con los regímenes anteriores. Nada había
cambiado realmente.
  Occidente pareció no comprender nunca la idea. Después de Kruschev, ningún hombre solo
había tenido el dominio total. El gobierno de un solo individuo significaba peligros que las
generaciones más viejas del partido recordaban perfectamente. las gentes de menor edad habían
oído los relatos de las grandes purgas de Stalin las veces suficientes como para aprender la lección
de memoria, y el Ejército tenía su propio recuerdo institucional de lo que había hecho Kruschev a
su jerarquía. En el Politburó, como en la selva, lo único que mandaba era la necesidad de
supervivencia, y la seguridad colectiva dependía en un todo del gobierno colectivo. Por este
motivo, los hombres elegidos para el puesto titular de secretario general no lo eran tanto por su
dinamismo personal como por su experiencia en el partido..., una organización que no
recompensaba a su gente por destacarse demasiado de la masa. Como Brezhnev, Andropov y
Chernenko, el actual jefe del partido carecía del poder de su personalidad para dominar esa sala con
su simple voluntad. Había tenido que aceptar compromisos para ocupar ese sillón, y tendría que
seguir haciéndolo para mantenerse allí. Los verdaderos centros de poder eran cosas amorfas,
relaciones entre hombres y lealtades que cambiaban con las circunstancias y sólo sabían de
conveniencias. El verdadero poder estaba en el partido mismo.
   El partido gobernaba todo, pero el partido ya no era la expresión de un solo personaje. Se había
transformado en una colección de intereses representados allí por otros doce miembros. Defensa
tenía su interés y la KGB y la industria pesada y hasta agricultura. Cada interés poseía su propia
parte de poder y el jefe de cada uno se aliaba individualmente con otros a fin de asegurarse en su
puesto. El secretario general, tratando de cambiar eso, había nombrado gradualmente hombres
leales a él en los puestos que quedaban vacantes por fallecimiento. ¿Habría aprendido luego, como
sus antecesores, que la lealtad moría muy fácilmente alrededor de esa mesa? Porque ahora él
todavía sobrellevaba la carga de sus propios compromisos. Sin tener todavía colocados a todos sus
hombres en sus sitios, el secretario general sólo era el miembro principal de un grupo que podría
apartarlo de su puesto con tanta facilidad como lo había hecho con Kruschev. ¿Qué diría Occidente
si supiera que el «dinámico» secretario general sólo servía de ejecutor de las decisiones de otros?
Ni siquiera ahora fue él quien habló primero.
   —Camaradas —empezó el ministro de Defensa—. La Unión Soviética debe tener petróleo, por
lo menos doscientos millones de toneladas más de las que podemos producir. Ese petróleo existe, a
sólo unos pocos cientos de kilómetros de nuestras fronteras, en el golfo Pérsico..., más petróleo del
que jamás necesitaremos. Tenemos capacidad para tomarlo, por supuesto. En menos de dos
semanas podemos reunir suficientes aviones y tropas aerotransportadas como para lanzarlas sobre
esos campos petrolíferos y apoderarnos de ellos.
   »Desgraciadamente, es inevitable que haya una violenta respuesta de Occidente. Esos mismos
campos abastecen a Europa Occidental, Japón y, en menor proporción, a los Estados Unidos. Los
paises de la OTAN5 carecen de capacidad para defender esos campos con medios convencionales.
Los norteamericanos tienen su fuerza de rápido despliegue, una cáscara hueca de cuarteles y
jefaturas y unas pocas tropas ligeras. Ni siquiera con su equipo predispuesto en Diego García
pueden esperar detener a nuestros paracaidistas y tropas mecanizadas. Y en caso de intentarlo, y lo
intentarán, sus huestes de élite serán superadas y aniquiladas en pocos días..., lo cual haría que se
enfrentaran a una única alternativa: armas nucleares. Éste es un riesgo verdadero que no podemos
desatender. Sabemos con seguridad que los planes de guerra norteamericanos consideran el uso de
armas nucleares en este caso. Esas armas están almacenadas en cantidad en Diego García, y
podemos tener la certeza de que serán usadas.
   »Por lo tanto, antes de tratar de tomar el golfo Pérsico, hemos de hacer otra cosa. Debemos
eliminar a la OTAN como fuerza política y militar.
  Sergetov se hallaba tieso en su sillón de cuero. ¿Qué era eso? ¿Que estaba diciendo? Hizo un
esfuerzo para mantener el rostro impasible mientras el ministro de Defensa continuaba:
  —Si primero eliminamos del tablero a la OTAN, los Estados Unidos quedarán en una posición
muy curiosa. Podrán satisfacer sus propias necesidades de energía desde fuentes del hemisferio
occidental, dejando así de lado la necesidad de defender a los Estados Arabes que, en ultimo caso,
no son demasiado populares ante la comunidad judía sionista norteamericana.


  5
    Organización del Tratado del Atlántico Norte (Alianza política y militar de los países de Europa Occidental y los
Estados Unidos de Norte América)
¿Creían ellos realmente eso?, se preguntó Sergetov. ¿Podían creer de verdad que los Estados
Unidos se iban a quedar sentados? ¿Qué sucedió en la última reunión de ayer?
  Por lo menos una persona compartía su preocupación.
  —Entonces, ¿lo único que tenemos que hacer es conquistar Europa Occidental, camarada? —
preguntó un miembro candidato—. ¿No son éstos los paises contra cuyas fuerzas convencionales
usted nos advierte todos los años? Siempre nos habla usted de la amenaza que representan para
nosotros los ejércitos en masa de la OTAN..., ¿y ahora dice con toda naturalidad que debemos
conquistarlos? Discúlpeme, camarada ministro de Defensa, pero ¿no tienen Francia e Inglaterra sus
propios arsenales nucleares? ¿ Y por qué no habrían de cumplir los Estados Unidos la promesa de
su tratado en el sentido de usar armas nucleares para defender a la OTAN?
  Sergetov se sorprendió ante el hecho de que uno de los miembros jóvenes hubiera puesto tan
rápidamente las cartas sobre la mesa. Y más se sorprendió al ver que era el ministro de Asuntos
Exteriores quien respondía. Pues bien, otra pieza del rompecabezas. Pero, ¿qué pensaba de todo
esto la KGB? ¿ Por qué no se encontraba representada allí? El titular se estaba recuperando de una
operación quirúrgica, pero tenía que haber ido alguien en su lugar..., a menos que eso se hubiera
resuelto la noche anterior.
   —Nuestros objetivos deben ser limitados, y en forma evidente, lo cual nos obliga a realizar
diversas tareas políticas. Primero, hemos de producir una sensación de seguridad en los Estados
Unidos, para hacerles bajar la guardia hasta que sea demasiado tarde para que puedan reaccionar
con todas sus fuerzas. Segundo, debemos intentar desenlazar la alianza de la OTAN, en sentido
político. —El ministro de Asuntos Exteriores aventuró una extraña sonrisa—. Como ustedes saben,
la KGB ha estado trabajando en ese plan desde hace varios años. Ahora se encuentra en su fase
final. Se la explicaré.
  Así lo hizo, y Sergetov asintió con un movimiento de cabeza ante su audacia y, además, con una
nueva comprensión del equilibrio de poder dentro de esa sala. De modo que se trataba de la KGB.
Debió haberlo sabido. ¿Pero estaría de acuerdo el resto del Politburó? El ministro continuó:
  —Ustedes ven cómo ocurrirían las cosas. una pieza tras otra iría cayendo en su lugar. Dadas
estas condiciones previas, con las aguas tan exhaustivamente enturbiadas, y el hecho de que
proclamaríamos nuestra falta de intención de amenazar directamente, apreciamos que el riesgo
nuclear, si bien existe, es menor que el riesgo ante el que se halla nuestra economía.
   Sergetov se echó hacia atrás en su sillón de cuero. Bueno, allí está: la guerra fría ofrecía menos
riesgos que una paz de hielo y de hambre. Ya lo habían decidido. ¿O no? ¿ Podría ocurrir que
alguna combinación de otros miembros del Politburó tuviera el poder o el prestigio que hacía falta
para que se reconsiderara esa decisión? ¿Podría atreverse él a hablar en contra de esa locura? Tal
vez una prudente pregunta antes:
  —¿Tenemos la capacidad necesaria para derrotar a la OTAN?
  Quedó helado ante la petulante e irresponsable respuesta:
  —Por supuesto —contestó la Defensa—. ¿Para qué cree usted que poseemos un Ejército? Ya lo
hemos consultado con nuestros comandantes más antiguos.
  Y cuando usted nos pidió el mes pasado más acero para nuestros tanques, camarada ministro de
Defensa, ¿acaso fue su fundamento que la OTAN era demasiado débil?, se preguntó Sergetov
indignado. ¿Qué maquinaciones se habían estado realizando? ¿Habían hablado ya con sus asesores
militares, o el ministro de Defensa explotaba su tan cacareada experiencia personal? ¿Se estaba
dejando intimidar el secretario general por el ministro de Defensa? ¿Y por el ministro de Asuntos
Exteriores? ¿Habrá objetado, por lo menos? ¿ Era así como se tomaban las decisiones para jugar el
destino de las naciones? ¿Qué habría pensado de todo esto Vladimir Ilich?
   —Camaradas, ¡esto es una locura! —dijo Piotr Bromkovski, el más viejo entre todos ellos, frágil
y de más de ochenta años, y cuya conversación a menudo divagaba sobre las épocas de idealismo,
mucho tiempo atrás, cuando los miembros del Partido Comunista realmente creían ser Precursores
en los vaivenes de la Historia; pero las purgas de Yezhovschina habían terminado con eso—. Si, es
verdad que se nos plantea un grave peligro económico. Sí, nos hallamos ante un grave peligro para
la seguridad del Estado, pero, ¿vamos a cambiarlo por un peligro aún mayor? ¿Considere lo que
puede suceder..., camarada ministro de Defensa, antes de que usted pueda iniciar su conquista de la
OTAN? ¿Cuánto tiempo precisaría para ello?
  —Estoy seguro de que, en cuatro meses, podemos tener nuestro Ejército completamente listo
para operaciones de combate.
  —Cuatro meses. Supongo que dentro de cuatro meses vamos a tener combustible..., ¡combustible
suficiente como para iniciar una guerra! —Petia era viejo, y nada tonto.
  —Camarada Sergetov.
  El secretario general hizo un gesto hacia la mesa, evadiendo una vez más su responsabilidad.
  ¿Qué partido tomar? El joven miembro candidato adoptó una rápida decisión.
  —La reserva de combustibles ligeros, es decir, gasolina, diesel, etc., es alta en estos momentos
—tuvo que admitir Sergetov—. Siempre aprovechamos los meses de tiempo frío, cuando el
consumo es bajo, para aumentar nuestras existencias, y a esto hay que agregar nuestros depósitos
para defensa estratégica, suficientes para cuarenta y cinco...
  —¡Sesenta! —insistió el ministro de Defensa.
  —Cuarenta y cinco días es una cifra más realista, camarada. —Sergetov mantuvo su posición—.
Mi departamento ha estudiado el consumo por las unidades militares como parte de un programa
para incrementar las reservas estratégicas de combustible, algo que se descuidó en años pasados.
Ahorrando en otras cosas y con ciertos sacrificios industriales, podemos aumentar la previsión a
sesenta dias de existencia de guerra, y tal vez hasta setenta, además de darle a usted otras
cantidades para expandir los entrenamientos militares. Los costes económicos a corto plazo no
serán importantes; pero a mediados del verano la situación cambiará rápidamente. —Hizo una
pausa, bastante inquieto por la facilidad con que había acompañado la decisión no expresada. He
vendido mi alma... ¿O he actuado como un patriota? ¿Me he convertido en uno más de los hombres
que se hallan en torno a esta mesa, o he dicho simplemente la verdad? ¿Y qué es verdad? De lo
único que podía estar seguro, se dijo, es de que había sobrevivido. Por ahora—. Tenemos realmente
una capacidad limitada, como les dije ayer, para reorganizar nuestra producción de destilados. En
este caso, mi personal considera que un nueve por ciento de aumento en los combustibles de
importancia militar se puede lograr..., basado en nuestra reducida producción. Debo prevenir, sin
embargo, que los analistas de mi personal opinan que todas las estimaciones existentes de consumo
de combustible en condiciones de combate son groseramente optimistas.
  Por fin, había realizado un débil intento de protesta.
—Entréguenos el combustible, Mikhail Eduardovich —sonrió friamente el ministro de
Defensa—, y nosotros nos ocuparemos de que sea utilizado de manera adecuada. Mis analistas
estiman que podemos alcanzar nuestros objetivos en dos semanas, quizá menos..., pero voy a
concederle el poder de las fuerzas de la OTAN, y duplicaré nuestras apreciaciones a treinta días.
Aun así tendremos más que suficiente.
  —¿Y qué sucederá si la OTAN descubre nuestras intenciones? —preguntó el viejo Petia.
   —No lo harán. Ya estamos preparando nuestra maskirova, nuestras trampas. La OTAN no es una
alianza fuerte. No puede serlo. Los ministros riñen por la contribución de cada país a la defensa.
Sus pueblos están divididos y son débiles. No pueden estandarizar sus armas, y por esa razón su
situación de abastecimiento es un caos total. Su miembro más importante y poderoso está separado
de Europa por cinco mil kilómetros de océano. La Unión Soviética se halla a sólo una noche de
viaje en tren hasta la frontera alemana. Pero, Petia, mi viejo amigo, responderé a su pregunta. Si
todo fracasa y se descubren nuestras intenciones, siempre podremos detenernos, decir que estamos
realizando unas maniobras, y volver a las condiciones de tiempo de paz... las cosas no serán peores
que si no hacemos nada. Solamente golpearemos si todo está listo. En cualquier momento
podremos retroceder.
   Todos los que estaban alrededor de la mesa sabían que eso era una mentira, aunque hábil, y nadie
tuvo el coraje de denunciarla como tal. ¿Qué ejército había sido movilizado alguna vez tan sólo
para ser retirado luego? No habló nadie más para oponerse al ministro de Defensa. Bromkovski
continuó divagando unos minutos más, citando censuras de Lenin con respecto a poner en peligro
la cuna del socialismo mundial; pero ni siquiera eso motivó respuesta alguna. El peligro para el
Estado, concretamente para el Politburó y el partido, era manifiesto. No podía agravarse más. La
alternativa era la guerra.
  Diez minutos después, el Politburó votó. Sergetov y sus ocho compañeros candidatos eran meros
espectadores. El resultado de la votación fue de once a dos a favor de la guerra. El proceso había
comenzado.
FECHA—HORA 02/03 17:15 COPIA 01 DE 01 DE INFORME SOVIÉTICO
  BC—Informe Soviético, Jjt, 2310.FL.
  TASS Confirma Fuego en Campo Petrolífero.FL.
  EDS: Presentado en avance para SATURDAY PMs.FL.
  Por: Patrick Flynn.FL.
  Corresponsal de AP en Moscú
  MOSCU (AP). — TASS, la agencia de noticias soviética, ha confirmado hoy que «un
tremendo incendio» se ha declarado en la región siberiana occidental de la Unión Soviética.
  Un artículo de última página en Pravda, el órgano oficial del Partido Comunista, daba
cuenta del incendio, comentando que «el heroico cuerpo de bomberos» ha salvado
innumerables vidas merced a su habilidad y entrega al deber, evitando también mayores
daños a las cercanas instalaciones petrolíferas».
  Según se ha informado, el fuego se inició a causa «de un fallo técnico» en los sistemas
automáticos de control de la refinería, y se extendió rápidamente, aunque fue sofocado en
seguida «no sin pérdida de vidas entre los hombres valientes destinados a atacar el incendio, y
los heroicos obreros que se apresuraron a acudir junto a sus camaradas».
  Aunque hay algunas diferencias con los informes occidentales, el fuego en esa zona se
extinguió más rápidamente de lo esperado. las autoridades occidentales están especulando
ahora acerca de la existencia de un sistema altamente sofisticado para combatir incendios
construidos en la planta de Nizhnevartovsk que permitió a los soviéticos extinguir el fuego.
  AB.—BA—2—3 16: 01 EST.FL.
  **FIN DEL RELATO**
3. CORRELACIÓN DE FUERZAS


  MOSCU, URSS.


  —A mí no me preguntaron —explicó el jefe del Estado Mayor General, mariscal Shavyrin—. No
pidieron mi opinión. La decisión política ya estaba tomada en el momento en que me llamaron el
jueves a la noche. ¿Cuándo fue la última vez que el ministro de Defensa me consultó para una
decisión estimativa importante?
   —¿Y qué dijiste tú? —preguntó el mariscal Rozhkov, comandante en jefe de las fuerzas
terrestres.
  La respuesta inicial fue una sonrisa irónica y severa.
  —Que las fuerzas armadas de la Unión Soviética eran capaces de cumplir su misión si disponían
de cuatro meses para prepararse.
  —Cuatro meses... —Rozhkov miró fijamente a través de la ventana; luego, se volvió—. No
estaremos listos.
  —Las hostilidades comenzarán el 15 de junio —replicó Shavyrin—. Debemos hallarnos
dispuestos, Yuri. ¿Y qué otra cosa podría haber hecho? ¿Hubieras querido que le dijera: «Lo siento,
camarada secretario general, pero el Ejército soviético no es capaz de cumplir su misión»? Me
habría destituido y remplazado por alguien más dócil..., tú sabes quién habría sido mi sustituto.
¿Hubieras preferido depender del mariscal Bukharin...?
  —¡Ese inbécil! —gruñó Rozhkov.
   Había sido el plan del entonces teniente general Bukharin el que decidió la invasión de
Afganistán por el Ejército soviético. Profesionalmente era una nulidad, pero sus conexiones
políticas no sólo lo habían salvado sino que le habían permitido continuar su carrera hasta alcanzar
casi la culminación del poder uniformado. Bukharin era un hombre astuto. En ningún momento
intervino personalmente en las operaciones de montaña, y así pudo señalar la brillantez de su plan
en los papeles y quejarse de que lo habían ejecutado mal, después de que lo nombraran en el
comando del distrito militar de Kiev, históricamente la puerta dorada hacia la jerarquía de mariscal.
 —¿Te habría gustado tenerlo en esta oficina, dictándote los planes que tú mismo deberías hacer?
—preguntó Shavyrin.
   Rozhkov negó con la cabeza. Los dos hombres eran camaradas y amigos desde que comandaran
tripulaciones de tanques en el mismo regimiento, cuando se efectuó la ofensiva hacia Viena en
1945.
  —¿Cómo vamos a hacerlo? —preguntó Rozhkov.
  —«Tormenta Roja» —contestó simplemente el mariscal. «Tormenta Roja» era el plan para la
realización de un ataque mecanizado contra Alemania Occidental6 y los Países Bajos. Adaptado

  6
    Antes del derrumbe de la Unión Soviética, Alemania estuvo dividido en dos Estados, Alemania Occidental y
Alemania Oriental. Ello fue consecuencia de las diferencias entre los estados victoriosos en la Segunda Guerra
Mundial.
constantemente a los cambios de estructuras de las fuerzas de ambos bandos, requería una campaña
de dos a tres semanas que se iniciaría después de una rápida escalada de las tensiones entre el Este
y el Oeste. A pesar de eso y según la clásica doctrina estratégica soviética, necesitaba también la
sorpresa como condición previa para el triunfo, y el uso exclusivo de armas convencionales.
  —Por lo menos no se habla de armas atómicas —gruñó Rozhkov.
  Otros planes, con otros nombres y diferentes desarrollos, incluían además de los convencionales,
armas nucleares tácticas y hasta estratégicas, algo que nadie de uniforme quería contemplar. A
pesar de todo el patrioterismo de sus amos políticos, estos soldados profesionales sabían demasiado
bien que el uso de armas nucleares no podía producir otra cosa que horribles incertidumbres.
  —¿Y la maskirova? —preguntó.
  —En dos partes. La primera es puramente política, para que funcione contra los Estados Unidos.
La segunda, inmediatamente antes de que se inicie la guerra, es de la KGB. Tú lo sabes, el Grupo
Nord de la KGB. La revisamos hace dos años.
  Rozhkov rezongó. El Grupo Nord era un comité ad hoc de los jefes de departamento de la KGB,
reunido por primera vez a mediados de la década de los setenta, cuando el jefe de la KGB era Yuri
Andropov. Su propósito consistía en investigar medios para romper la alianza de la OTAN y, en
general, realizar operaciones políticas y psicológicas dirigidas a minar la voluntad de Occidente. Su
plan específico para sacudir las estructuras militar y política de la OTAN en preparación para una
guerra efectiva era el juego de manos que con mayor orgullo exhibía el Grupo Nord. ¿Pero daría
resultado? Los dos antiguos oficiales compartieron una irónica mirada. Como la mayoría de los
soldados profesionales, desconfiaban de los espías y de todos sus planes.
   —Cuatro meses —repitió Rozhkov—. Tenemos mucho que hacer. ¿Y si esos juegos de magia de
la KGB fracasan?
  —Es un buen plan. Sólo necesita engañar a Occidente por una semana, aunque mejor serían dos.
La clave, naturalmente, es con qué rapidez puede alcanzar su total aislamiento la OTAN. Si
logramos demorar siete días el proceso de movilización, la victoria está asegurada.
  —¿Y si no? —preguntó vivamente Rozhkov, sabiendo que ni el retraso de siete días representaba
garantía alguna.
  —En ese caso no está asegurada, pero el equilibrio de fuerzas se halla de nuestra parte. Tu lo
sabes, Yuri.
  La opción de hacer retroceder a las fuerzas movilizadas no había sido tratada en ningún momento
con el jefe del Estado Mayor General.
   —Ante todo deberemos mejorar la disciplina en toda la fuerza —dijo el comandante en jefe de
las fuerzas terrestres—. Y tengo que informar de inmediato a nuestros comandantes más antiguos.
Necesitamos iniciar operaciones de entrenamiento intensivo. ¿Cómo es de grave ese problema del
combustible?
  Shavyrin mostró las notas a su subordinado.
  —Podría ser peor. Tenemos lo suficiente para efectuar un entrenamiento incrementado en las
unidades. Tu función no es fácil, Yuri, pero cuatro meses es mucho tiempo para esa tarea, ¿no?
  No lo era, pero de nada valía manifestarlo.
—Como has dicho, cuatro meses bastan para infundirles disciplina de combate. ¿Tendré mano
libre?
  —Con limitaciones.
   —Una cosa es lograr que un soldado raso se cuadre ante las órdenes de un sargento, y otra muy
distinta conseguir que oficiales acostumbrados a mover papeles cambien hasta convertirse en
líderes de batalla. —Rozhkov orillaba el tema, pero su superior recibió el mensaje con suficiente
claridad.
  —Mano libre en ambos casos, Yuri. Pero actúa con cuidado, por ti y por mí.
  Rozhkov movió ligeramente la cabeza, asintiendo. Sabía a quién iba a encomendar la realización
de la misión.
  —Con las tropas que condujimos hace cuarenta años, Andrei, podríamos hacer esto. —Rozhkov
se sentó—. En realidad tenemos ahora la misma materia prima que poseíamos entonces..., y
mejores armas. El principal interrogante siguen siendo los hombres. Cuando llevamos nuestros
tanques hasta Viena, nuestros soldados eran bravos, duros, veteranos...
  —Y también los bastardos de la SS que aplastamos —sonrió Shavyrin recordando—. No olvides
que las mismas fuerzas son las que actúan en Occidente, y aún mejores. ¿Hasta qué punto
combatirán bien, sorprendidas y divididas? Lo nuestro puede tener éxito. Nosotros debemos hacer
que lo tenga.
  —El lunes voy a reunirme con nuestros comandantes de campo. Se lo diré personalmente.
NORFOLK, VIRGINIA.


  —Espero que lo cuide bien —dijo el alcalde.
   Pasó un momento antes de que el capitán de fragata Daniel X. McCafferty reaccionara. Hacía
sólo seis semanas que el USS7 Chicago estaba en servicio; un incendio en el astillero había
demorado su terminación, y la ceremonia de puesta en servicio activo se malogró por la ausencia
del alcalde de Chicago a causa de una huelga de trabajadores de la ciudad. Al regresar de cinco
semanas de duras tareas de puesta a punto en el Atlántico, su dotación se hallaba ahora cargando
provisiones para su primera intervención operativa. McCafferty seguía extasiado con su nuevo
comando, y no se cansaba de mirar a su flamante nave. Había hecho pasear al alcalde a lo largo de
la curvada cubierta superior, la primera parte del recorrido en cualquier submarino, aunque por allí
no había casi nada que ver.
  —¿Me decía?
  —Que cuide muy bien a nuestro barco —repuso el alcalde de Chicago.
  —Les llamamos buques, señor, y yo me ocuparé de cuidárselo muy bien. ¿Quiere reunirse con
nosotros en la cámara de oficiales?
  —Más escaleras.
 El alcalde simuló una mueca, pero McCafferty sabía que el hombre había sido jefe de bomberos.
Hubiera sido útil hace unos meses, pensó el capitán de fragata.
  —¿Hacia dónde parten ustedes mañana? —preguntó el Visitante.
  —Al mar, señor.
  El comandante del buque empezó a bajar por la escalera. El alcalde de Chicago lo siguió.
  —Me lo imaginaba.
  Para ser un hombre próximo a los sesenta años, utilizó la escalera de acero con bastante facilidad.
Se encontraron de nuevo abajo.
  —¿Qué hacen exactamente en estas cosas?
  —Señor, en la Armada lo denominamos «investigación oceanográfica».
   McCafferty le indicó el camino hacia proa, dándose vuelta con una sonrisa al responder la torpe
pregunta. las cosas estaban empezando rápido para el Chicago. La Armada quería saber cuánto
tenían de efectivos sus nuevos sistemas de silenciamiento. Todo pareció muy bien en las corridas
de pruebas acústicas frente a las Bahamas. Ahora querían saber si funcionaban igualmente bien en
el mar de Barents.
  El alcalde rió al saberlo. —¡Ah, supongo que irán a contar ballenas para Greenpeace.
  —Bueno, puedo asegurarle que hay ballenas en el lugar al que vamos.


  7
      USS. United States Ship, buque de los Estados Unidos. (N. del T.)
—¿Qué son esas tejuelas en el piso? Nunca supe que los barcos tuvieran pisos de goma.
   —Se llaman planchuelas anecoicas, señor. La goma absorbe las ondas de sonido. Nos hace más
silenciosos en nuestra operación y más difíciles de detectar con el sonar si alguien nos encuentra.
¿Café?
  —Hubiera pensado que en un día como éste...
  El comandante se rió.
  —Yo también. Pero va en contra de los reglamentos.
  El alcalde levantó su taza y la hizo chocar contra la de McCafferty.
  —Suerte.
  —Brindo por eso.
MOSCU, URSS


   Se reunieron en el «Club Principal de Oficiales» del distrito militar de Moscú, en Ulitsa
Krasnokazarmermaya, un impresionante e imponente edificio de los tiempos de los zares. Era la
época del año en que solían conferenciar en Moscú los comandantes de campo, y esos encuentros
siempre daban ocasión para celebrar copiosos banquetes protocolarios. Rozhkov saludó a sus
compañeros oficiales en la entrada principal y, una vez que todos estuvieron reunidos, los condujo
escaleras abajo hasta la decorada sala de baños de vapor. Estaban presentes todos los comandantes
de teatros de operaciones, cada uno de ellos acompañado por su segundo, su comandante de la
fuerza aérea y los comandantes de flotas: una pequeña galaxia de soles, estrellas, cintas doradas y
galones. Diez minutos después, desnudos excepto por un par de pequeñas toallas y un puñado de
ramas de abedul en sus manos, no eran otra cosa que un grupo más de hombres de mediana edad,
tal vez un poquito más en línea que el promedio en la Unión Soviética.
   Todos se conocían entre sí. Aunque algunos fueran rivales, formaban parte de la misma
profesión; en la intimidad característica de los baños de vapor en Rusia, conversaron de asuntos sin
importancia durante algunos minutos. Muchos de ellos ya eran abuelos, y hablaban animadamente
sobre sus descendientes. A pesar de las competencias personales era normal confiar que, entre los
oficiales antiguos, cada uno de ellos habría de cuidar las carreras de los hijos de sus camaradas, y
así intercambiaban breves informaciones sobre cuáles de ellos tenían hijos bajo los comandos de
otros y anhelaban promociones a ciertos nuevos puestos. Finalmente llegaron a la clásica disputa de
los rusos sobre la «fuerza» del vapor. Rozhkov terminó perentoriamente la discusión con una fina
pero constante lluvia de agua fría sobre los calientes ladrillos que ocupaban el centro de la sala. El
silbido resultante sería suficiente para interferir cualquier dispositivo de escucha que hubiera en el
local, si el aíre húmedo no lo había corroído ya hasta inutilizarlo. Rozhkov no había anticipado el
menor indicio de lo que estaba ocurriendo. Pensaba que era mejor que se impresionaran al darles a
conocer la situación, obteniendo así reacciones francas en el momento.
  —Camaradas, debo anunciarles algo.
  Las conversaciones se silenciaron, y los hombres lo miraron intrigados. Aquí vamos:
  —Camaradas, el 15 de junio de este año, apenas dentro de cuatro meses, lanzaremos una
ofensiva contra la OTAN.
  Por un momento sólo se oyó el silbido del vapor, después, tres de los presentes lanzaron una
carcajada; habían bebido unos tragos en la santidad de sus autos oficiales en viaje desde el Kremlin.
Los que estaban más cerca y pudieron ver la cara del comandante en jefe terrestre, no rieron.
  —¿Habla en serio, camarada mariscal? —preguntó el Comandante en jefe del Teatro Oeste y al
recibir un asentimiento como respuesta, continuó—: Entonces tal vez pueda tener la amabilidad de
explicar el motivo de esa acción.
  —Por supuesto. Todos ustedes se hallan enterados del desastre del campo petrolífero de
Nizhnevartovsk. Lo que no conocen todavía son sus consecuencias estratégicas y políticas. —Tardó
seis tensos minutos en resumir todo lo que había decidido el Politburó.—. En poco más de cuatro
meses, a partir de ahora, lanzaremos la operación militar más crucial en la historia de la Unión
Soviética: la destrucción de la OTAN como fuerza política y militar. Y triunfaremos.
Cuando hubo terminado, miró fijamente y en silencio a los oficiales. El vapor estaba produciendo
el efecto deseado en la asamblea de comandantes. Su intenso calor les afectaba la respiración y
devolvió la sobriedad a los que habían estado bebiendo. Y les hizo sudar. «Van a sudar mucho más
todavía en los próximos meses», pensó Rozhkov.
  Entonces, Pavel Alekseyev, segundo comandante del Teatro Sudoeste, habló:
  —Había oído rumores —dijo—. ¿Pero es tan malo?
  —Si. Tenemos abastecimientos de petróleo y derivados suficientes para doce meses de
operaciones normales, o para sesenta días de operaciones de guerra después de un breve período de
actividades de entrenamiento intensivo hasta mediados de junio.
  No dijo que a costa de destrozar la economía nacional.
   Alekseyev se inclinó hacia delante y se dio unos golpes con su manojo de ramas. El gesto resultó
extrañamente parecido al de un león al agitar la cola. A los cincuenta años era el segundo de los
oficiales más jóvenes que se encontraban allí, un soldado respetado desde el punto de vista
intelectual y un hombre elegante y apuesto, con hombros de hachero. Sus ojos oscuros e intensos se
entrecerraron mirando hacia abajo a través de la columna de vapor que se levantaba.
  —¿Mediados de junio?
   —Sí —repuso Rozhkov—. Disponemos de ese tiempo para preparar nuestros planes y nuestras
tropas.
  El comandante en jefe terrestre miró alrededor. El techo estaba ya parcialmente oscurecido por la
bruma.
  —Supongo que estamos aquí para poder hablar con franqueza entre nosotros, ¿no?
  —Así es, Pavel Leonidovich —replicó Rozhkov, que no se había sorprendido lo más mínimo de
que Alekseyev fuera el primero en hablar.
  El comandante en jefe terrestre había adelantado cuidadosamente su carrera durante la última
década. Era el único hijo de un agresivo general de tanques de la gran guerra patriótica, uno de los
muchos hombres valiosos que se vieron privados de su pensión durante las incruentas purgas de
Nikita Kruschev en los años finales de la década de los cincuenta.
  —Camaradas. —Alekseyev se puso de pie, descendiendo lentamente por los bancos hasta el
suelo de mármol—. Yo acepto todo lo que nos ha dicho el mariscal Rozhkov. Pero..., ¡cuatro
meses! Cuatro meses durante los cuales pueden detectarnos, cuatro meses en los que es posible
perder totalmente el elemento sorpresa. Y entonces, ¿qué puede ocurrir? No, nosotros ya tenemos
un plan para esto: ¡Zhukov—4! ¡Movilización al instante! Todos podemos volver a nuestros
comandos en seis horas. Si vamos a realizar un ataque sorpresa, hagámoslo de manera que nadie
pueda detectarlo a tiempo..., ¡setenta y dos horas a partir de este momento!
  De nuevo el único sonido en la sala fue el del agua que se convertía en vapor sobre los ladrillos
de color pardo. Luego, el local estalló en un pandemonio. Zhukov—4 era la variante de invierno de
un plan según el cual se descubría hipotéticamente la intención de la OTAN de lanzar un ataque por
sorpresa contra las fuerzas del Pacto de Varsovia. En tal caso, la doctrina militar soviética era la
misma que la de cualquier otra nación: la mejor defensa es un buen ataque. Por tanto, había que
aferrar a los ejércitos de la OTAN atacándolos de inmediato con las divisiones mecanizadas
categoría A de Alemania Oriental.
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Tom clancy -_tormenta_roja

  • 1. TOM CLANCY. TORMENTA ROJA.
  • 2. NOTA DEL AUTOR. Este libro comenzó hace algún tiempo. Conocí a Larry Bond a través de un anuncio en los Proceedíngs del Instituto Naval de los Estados Unidos, cuando compré un juego de guerra “Harpoon”. Resultó ser asombrosamente útil, y sirvió como fuente de consulta para La caza del submarino ruso. Me pareció tan fascinante que ese verano (1982) resolví viajar a una Convención de productores y aficionados a los juegos de guerra para conocer a Larry personalmente, y llegamos a hacernos muy buenos amigos. En 1983, mientras se preparaba la edición del Submarino ruso, Larry y yo empezamos a hablar de uno de sus proyectos: «Convoy—84», un macrojuego de guerra o «campaña», en el cual, empleando el sistema del «Harpoon», se realizaría una nueva Batalla del Atlántico Norte. Me sentí cautivado y comenzamos a hablar sobre la posibilidad de escribir un libro basado en esa idea, ya que ambos estábamos de acuerdo. Fuera del Departamento de Defensa, nadie había examinado nunca, con el debido detalle, cómo sería semejante campaña con armas modernas. Cuanto más hablábamos, mejor nos parecía el proyecto. Pronto estábamos probando un posible desarrollo y tratando de encontrar la forma de limitar el guión a un campo manejable..., pero sin quitar de escena ninguno de los elementos esenciales. Esto se reveló como un problema sin solución, a pesar de las interminables discusiones..., ¡y no pocos violentos desacuerdos! Aunque el nombre de Larry no aparece junto al título del libro, la obra es tanto mía como suya. Nunca llegamos a decidir una división del trabajo, pero lo que Larry y yo conseguimos fue completar un libro como coautores, aunque nuestro único contrato había sido un apretón de manos... ¡y divertirnos hasta el cansancio mientras lo hacíamos! Ahora es el lector quien debe decidir hasta qué punto hemos tenido éxito. AGRADECIMIENTOS. Tanto a Larry como a mí nos resulta imposible hacer patente nuestro agradecimiento a todos aquellos que nos ayudaron de tantas formas distintas en la preparación de este libro. Si lo intentáramos podríamos omitir los nombres de personas cuyas contribuciones fueron importantísimas. A cuantos nos dieron desinteresadamente su tiempo, contestando interminables preguntas y luego explicando con paciencia sus respuestas... Nosotros sabemos quiénes son y qué hicieron. Todos están en este libro. Sin embargo, debemos particular gratitud al comandante, los oficiales y los tripulantes del «FFG—26», quienes durante una maravillosa semana mostraron a un ignorante terrestre algo de lo que significa ser marino.
  • 3. Desde tiempo inmemorial, el propósito de una marina de guerra ha sido influir, y a veces decidir, situaciones en tierra. Así lo hicieron, en la Antigüedad, los griegos y los romanos, que crearon una flota de combate para derrotar a Cartago; los españoles, cuya armada intentó y fracasó en la conquista de Inglaterra; y muy especialmente los aliados en el Atlántico y el Pacífico durante las dos guerras mundiales. El mar siempre ha proporcionado al hombre transporte a bajo coste y facilidad de comunicación a grandes distancias. También le ha permitido el ocultamiento, porque su ubicación debajo del horizonte significaba hallarse fuera de la vista y, en la práctica, más capacidad y apoyo a lo largo de toda la Historia, y quienes han fracasado en la prueba del poder marítimo (en particular Alejandro, Napoleón y Hitler) han fracasado también en la de perdurabilidad. EDWARD L. BEAcH, en Keepers of the Sea
  • 4. 1. MECHA LENTA. NIZHNEVARTOVSK, URSS. Se movían rápida y silenciosamente, en una cristalina noche estrellada, en el oeste de Siberia. Eran musulmanes, pero difícilmente se podría haberlo deducido de su manera de hablar; lo hacían en ruso, si bien modulando con el monótono acento de Azerbaiján que equivocadamente hacía gracia a los jefes del personal de ingeniería. Los tres acababan de completar una complicada tarea en el lugar de estacionamiento de trenes y camiones, la apertura de cientos de válvulas de carga. Ibrahim Tolkaze era el líder, aunque no iba al frente. Quien mostraba el camino era Rasul, el fornido ex sargento del MVD, que ya había matado a seis hombres en esa fría noche, tres con la pistola que ocultaba entre sus ropas y tres a mano limpia. Nadie los oyó. una refinería de petróleo es un lugar ruidoso. Dejaron los cuerpos en las sombras y los tres hombres subieron al auto de Tolkaze para iniciar la fase siguiente de su trabajo. El Control Central era un moderno edificio de tres pisos adecuadamente ubicado en el centro del complejo. En una extensión de por lo menos cinco kilómetros a la redonda se levantaban las torres de cracking, cisternas, cámaras catalíticas y, sobre todo, los miles de millares de metros de cañería de gran diámetro que hacían de Nizhnevartovsk uno de los complejos de destilación más grandes del mundo. El cielo se iluminaba a intervalos irregulares con las llamaradas del gas que se venteaba, y el aire estaba viciado por el hedor de los destilados del petróleo queroseno para aviación, gasolina, gasóleo, bencina, tetróxido de nitrógeno para misiles intercontinentales, aceites lubricantes de diversos grados y complejos productos petroquímicos sólo identificados por sus prefijos alfanuméricos. Se acercaron al edificio de paredes de ladrillo y sin ventanas en el «Zhiguli» personal de Tolkaze, y el ingeniero entró en un lugar de estacionamiento reservado; después caminó solo hasta la puerta mientras sus camaradas se acurrucaban en el asiento posterior. Después de pasar la puerta de cristal, Ibrahim saludó al guardia de seguridad, el cual le respondió con una sonrisa y tendió la mano pidiendo a Tolkaze su pase. Allí eran necesarias esas medidas, pero como hacía más de cuarenta años que estaban en vigencia, nadie las tomaba con más seriedad que a cualquiera de las otras complicaciones burocráticas pro forma que existen en la Unión Soviética1. El guardia había estado bebiendo, única manera de procurarse consuelo en aquellas tierras frías y crueles. Sus ojos no enfocaban bien y había rigidez en su sonrisa. Tolkaze movió torpemente la mano como para entregar su pase y el guardia se agachó tambaleándose para tomarlo. Nunca volvió a incorporarse. Lo último que sintió fue la pistola de Tolkaze, un círculo frío en la base del cráneo, y murió sin saber por qué..., y ni siquiera cómo. Ibrahim se dirigió a la parte posterior del escritorio del guardia para apoderarse del arma que el hombre siempre había exhibido feliz ante los ingenieros que protegía. Levantó el cadáver y lo acomodó para dejarlo desplomado 1 Unidad política basada en el modelo filosófico comunista, que existió centrada en Rusia y las repúblicas bajo su influencia desde 1917 hasta 1991.
  • 5. sobre la mesa. Sólo sería un trabajador más, postergado en el cambio de guardia y dormido en su puesto. Luego, hizo señas a sus camaradas para que entraran en el edificio. Rasul y Mohammet corrieron hacia la puerta. —Ya es la hora, hermanos míos. Tolkaze entregó al más alto de sus amigos el fusil «AK-47» y la bandolera con munición. Rasul sopesó brevemente el arma y cuidó de que hubiera un proyectil en la recámara y que el seguro estuviera quitado. Después se pasó la bandolera sobre el hombro y colocó en su lugar la bayoneta. Entonces habló por primera vez en esa noche: —El paraíso nos espera. Tolkaze se recompuso, se alisó el cabello, se ajustó el nudo de la corbata y enganchó el pase de seguridad en su chaqueta blanca de laboratorio, antes de conducir a sus camaradas para subir los seis tramos de la escalera. El procedimiento normal imponía que, para entrar en el salón principal de control, era necesario que lo reconociera antes alguno de los miembros del personal de operaciones. Y así fue. Nikolai Barsov pareció sorprendido al ver a Tolkaze a través de la diminuta ventanita de la puerta. —Esta noche no estás de turno, Isha. —Esta tarde se descompuso una de mis válvulas y olvidé comprobar si había quedado bien reparada antes de retirarme. Tu sabes cuál es, la válvula auxiliar número ocho de alimentación de queroseno. Si mañana todavía está descompuesta tendremos que cambiar la circulación, y ya sabes lo que eso significa. Barsov expresó su acuerdo con un gruñido. —Muy cierto, Isha —dijo el ingeniero, un hombre de mediana edad que creía que a Tolkaze le gustaba ese diminuto semirruso; pero estaba completamente equivocado—. Apártate hacia atrás para que pueda abrir esta maldita escotilla. La pesada puerta de acero giró hacia fuera. Barsov no había podido ver antes a Rasul y Mohammet, y apenas tuvo tiempo ahora. Tres proyectiles calibre 7.62 disparados por el «Kalashnikov» explotaron dentro de su pecho. La sala principal de control tenía un turno de vigilancia de veinte hombres, y se parecía mucho al centro de control de un ferrocarril o una planta de poder. Los altos muros estaban cruzados con esquemas de las tuberías, que mostraban mediante puntos luminosos la posición de cientos de válvulas e indicaban la función que estaban cumpliendo. Representaban solamente el despliegue principal. Segmentos particulares del sistema, expuestos en tableros de situación separados, controlados en su mayor parte por computadoras, y vigilados sin cesar por la mitad de los ingenieros de turno. El personal no pudo dejar de oír el ruido de los tres disparos. Pero nadie estaba armado. Con una calma casi elegante, Rasul empezó a avanzar por la sala, usando hábilmente su «Kalashnikov» para pegar un tiro a cada uno de los ingenieros de vigilancia. Al principio los hombres intentaron huir..., hasta que comprendieron que Rasul los estaba llevando como ganado hacia un rincón, matando mientras caminaba. Dos de ellos alcanzaron con valentía sus teléfonos de comando para llamar con urgencia a un equipo de tropas de seguridad de la KGB. Rasul mató a uno en su puesto, pero el otro consiguió gatear detrás de la línea de consolas de comando para evitar el
  • 6. fuego del fusil y se precipitó hacia la puerta, donde estaba de pie Tolkaze. Era Boris (Tolkaze lo reconoció), el favorito del partido, jefe del kollektiv local, el hombre que lo había «protegido», convirtiéndolo en el nativo mimado de los ingenieros rusos. Ibrahim no podía olvidar todas las veces que aquel cerdo impío lo había amparado: el salvaje extranjero importado para divertir a sus amos rusos. Tolkaze levantó la pistola. —¡Ishaaa! —gritó el hombre, aterrorizado. Tolkaze le disparó en la boca, esperando que Boris no muriera demasiado rápido para oír el desprecio de su voz: —Infiel. Se alegraba de que a éste no lo hubiera matado Rasul. Su silencioso amigo podía quedarse con todo el resto. Los demás ingenieros gritaron, arrojaron tazas, sillas, manuales. No había a dónde correr, no quedaba espacio para rodear al enorme y robusto asesino. Algunos levantaron las manos en una súplica inútil. Otros llegaron a rezar en voz alta..., pero no a Alá, lo que podría haberlos salvado. El ruido disminuyó cuando Rasul llegó a grandes zancadas al sangriento rincón. Sonrió mientras mataba al último que quedaba, sabiendo que ese sudoroso cerdo infiel le serviría a él en el paraíso. Recargó su fusil y luego volvió hacia atrás cruzando la sala de control. Tocó con su bayoneta cada uno de los cuerpos y volvió a disparar contra los cuatro que aún daban alguna leve señal de vida. Había en su cara una macabra expresión de satisfacción. Por lo menos veinticinco cerdos ateos muertos. Veinticinco invasores extranjeros que ya no se interpondrían entre su pueblo y su Dios. ¡Realmente había cumplido la obra de El! El tercer hombre, Mohammet, ya estaba empeñado en su propia tarea cuando Rasul ocupó su puesto en lo alto de la escalera. Trabajando en el fondo de la sala, cambió de posición la llave de comando para control del sistema. La pasó de «automático-computadora» a «manual-emergencia»; con ello producía un puente que evitaba el funcionamiento de todos los sistemas automáticos de seguridad. Como era un hombre metódico, Ibrahim había planificado y memorizado durante meses todos los detalles de la operación, pero aun así llevaba en el bolsillo una lista de control. La desplegó y la puso cerca de la mano sobre la consola maestra de supervisión. Tolkaze miró a su alrededor observando los tableros de situación para orientarse; luego, hizo una pausa. De su bolsillo trasero sacó lo que era su más preciada posesión personal, la mitad del Corán de su abuelo, y lo abrió por una página cualquiera. Era un pasaje de El Capítulo del Botín. A su abuelo lo habían matado durante las infructuosas rebeliones contra Moscú: hubo de sufrir la vergüenza de una inevitable subordinación al Estado infiel; y Tolkaze fue seducido por maestros rusos para que se uniera a su sistema ateo. Otros lo habían instruido como ingeniero en petróleo para trabajar en las instalaciones más valiosas del Estado, en Azerbaiján. Sólo entonces lo había salvado el dios de sus padres, a través de las palabras de un tío, un imán «no registrado» que permaneció fiel a Alá y conservó ese desgarrado fragmento del Corán que acompañara a uno de los propios guerreros de Alá. Tolkaze leyó el pasaje que tenía bajo su mano: «Y dice que maquinaban los que negaron para prenderte o matarte o echarte, y maquinaban: pero Alá es el mejor de los maquinadores.»
  • 7. Tolkaze sonrió, seguro de que era ésta la señal última de un plan que estaban ejecutando manos más grandes que las suyas. Sereno y confiado, comenzó a cumplir su destino. Primero la gasolina. Cerró dieciséis válvulas de control, la más cercana de las cuales se encontraba a tres kilómetros, y abrió diez, con lo que desvió ochenta millones de litros de gasolina y provocó que salieran como torrentes por las bocas de las válvulas de llenado de camiones. La gasolina no se encendió en seguida. Ninguno de los tres hombres había dejado elementos de ignición para provocar la explosión, el primero de los muchos desastres que ocurrieron. Tolkaze razonó que, si en verdad él estaba cumpliendo la obra de Alá, seguramente su dios proveería. Y así lo hizo El. Un pequeño camión que circulaba por la playa de carga tomó una curva con exceso de velocidad, patinó sobre el combustible derramado y se deslizó de costado hasta dar contra una larga lanza de llenado. Sólo hizo falta una chispa..., y ya se estaba volcando más combustible en la playa de trenes. Con las llaves conmutadoras del conducto principal, Tolkaze tenía un plan especial. Tecleó rápidamente en la consola de comando de una computadora, agradeciendo a Alá que Rasul hubiera sido lo suficientemente hábil como para no dañar nada importante con su fusil. El conducto principal que llegaba desde el campo de producción cercano era un caño de dos metros de diámetro, y tenía muchas ramificaciones que se extendían hasta los pozos de producción. El petróleo que circulaba por esas cañerías llevaba una tremenda presión suministrada por las estaciones de bombeo que había en los campos de obtención. las órdenes de Ibrahim abrieron y cerraron rápidamente las distintas válvulas. las tuberías se quebraron en una docena de lugares y los impulsos de la computadora mantuvieron las bombas en funcionamiento. El crudo liviano que escapaba comenzó a inundar el campo de producción, donde sólo se necesitó una chispa más para iniciar un gigantesco incendio favorecido por el viento del invierno..., y se produjo otra ruptura donde los conductos del petróleo y de gas cruzaban juntos sobre el río Obi. —¡Llegaron los verdes! —gritó Rasul segundos antes de que el equipo de emergencia de los guardias de frontera de la KGB atronara subiendo la escalera. una corta descarga del «Kalashnikov» mató a los dos primeros, y el resto del pelotón quedó paralizado detrás de la curva de la escalera, mientras su joven sargento se preguntaba dónde diablos se habían metido. Las alarmas automáticas ya estaban empezando a aturdir en torno de él en la sala de control. En el tablero principal de situación se advertían cuatro incendios en aumento; sus bordes estaban definidos por las luces rojas que parpadeaban. Tolkaze se dirigió a la computadora maestra y arrancó el carrete que contenía los códigos digitales de control. las cintas de recambio se encontraban abajo, en la bóveda, y los únicos hombres en un radio de diez kilómetros que conocían la combinación se hallaban en esa sala..., muertos. Mohammet se había dedicado a arrancar furiosamente todos los teléfonos del local. El edificio entero se sacudió con la explosión de un depósito de gasolina situado a dos kilómetros. El estallido de una granada de mano anunció otro movimiento de los miembros de la KGB. Rasul devolvió el fuego, y los gritos de los hombres que morían casi igualaban al ruido penetrante de las bocinas de alarma de incendio que taladraban los oídos. Tolkaze corrió hacia un rincón. El suelo estaba resbaladizo por la sangre. Abrió la puerta de la caja de fusibles eléctricos, cerró el interruptor principal del circuito y luego disparó su pistola contra la caja. Quien intentara arreglar las cosas tendría que trabajar en la oscuridad.
  • 8. Ya estaba todo hecho. Ibrahim vio que su corpulento amigo había sido herido mortalmente en el pecho por los fragmentos de la granada. Se tambaleaba, luchaba para mantenerse de pie junto a la puerta, cuidando a sus compañeros hasta lo último. —Me refugio en el Señor de todos los mundos —gritó Tolkaze, desafiante, a las tropas de seguridad, que no comprendían una sola palabra en árabe—. El Rey de los hombres, el Dios de los hombres, del mal del insinuante demonio... El sargento de la KGB dio un salto en el descansillo de la escalera y su primera ráfaga arrancó el fusil de las manos exangües de Rasul. Dos granadas cruzaron el aire en arco y el sargento desapareció de nuevo detrás del ángulo de la pared. No había lugar, ni motivo, para correr. Mohammet e Ibrahim se quedaron inmóviles junto a la entrada mientras las granadas rebotaban y se deslizaban sobre el pavimento de mosaicos. Alrededor de ellos parecía que el mundo entero empezaba a incendiarse, y por causa de ellos, el mundo entero realmente habria de incendiarse. —Allahu akhbar!
  • 9. SUNNYVALE, CALIFORNIA. —¡Santo Dios! —murmuró el suboficial principal, conteniendo el aliento. El incendio iniciado en la sección gasolina/diesel de la destilería había bastado para alertar a un satélite estratégico que se hallaba en órbita geosincrónica a treinta y ocho mil kilómetros de altura sobre el Océano Indico. La señal fue transmitida a un puesto de máxima seguridad de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. El oficial jefe de guardia en la Unidad de Control de Satélites era un coronel de la Fuerza Aérea. Se volvió hacia su técnico. —Sitúelo en el mapa. —Si, señor. El sargento escribió una orden en la consola para lograr que las cámaras del satélite cambiaran su sensibilidad. Con la imagen reducida en la pantalla, el satélite rápidamente marcó en un punto la fuente de energía térmica. Sobre otra pantalla adyacente al monitor, un mapa controlado por computadora les dio la localización exacta. —Señor, es un incendio en una destilería de petróleo. ¡Diablos, y parece una cosa descomunal! Coronel, dentro de veinte minutos tendremos un pasaje de un satélite «Big Bird» y la trayectoria está dentro de unos ciento veinte kilómetros. —Ajá —asintió el coronel. Se acercó más a una pantalla y la observó detenidamente para asegurarse de que la fuente de calor no se movía; con la mano derecha levantó el tubo del teléfono dorado para comunicarse con el cuartel general del NORAD2, Cheyenne Mountain, Colorado. —Aquí Control Argus. Tengo tráfico urgente para CINC-NORAD.3 —Un segundo —pidió la primera voz. —Aquí CINC-NORAD —dijo la segunda, el Comandante en Jefe del Comando de Defensa Aeroespacial Norteamericano. —Señor, habla el coronel Burnette, del Control Argus. Observamos inmensa fuente de energía térmica en coordenadas sesenta grados cincuenta minutos Norte, setenta y seis grados cuarenta minutos Este. El lugar está catalogado como una destilería de petróleo. La fuente no se mueve, repito, no se mueve. Dentro de dos cero minutos tenemos un «KH-11» que pasará cerca de la fuente. Mi evaluación primaria, general, es que se trata de un grave incendio en un campo de producción de petróleo. —¿No están proyectando un destello láser sobre su satélite? —preguntó CINC-NORAD, pues siempre existía la posibilidad de que los soviéticos estuvieran tratando de hacer una jugarreta al satélite. 2 NORAD, Comando de Defensa Aeroespacial Norteamericana. (Nota del Traductor) 3 Comandante en jefe del NORAD. (N. del T.)
  • 10. —Negativo. La fuente luminosa cubre infrarrojo, y la totalidad del espectro visible no es, repito, no es monocromática. En pocos minutos sabremos más, señor. Hasta ahora todo coincide con un inmenso incendio en tierra. Treinta minutos después estuvieron seguros. El satélite de reconocimiento «KH-11» pasó sobre el horizonte lo bastante cerca como para que las ocho cámaras de televisión que llevaba pudieran captar el caos con toda claridad. Uno de sus transmisores envió la señal a un satélite geosincrónico de comunicaciones, y Burnette pudo observarlo todo «en vivo» y en colores. El fuego ya había cubierto medio complejo de destilación y más de la mitad del cercano campo de producción. En el río Obi caía más petróleo crudo en combustión que se derramaba del oleoducto quebrado. Pudieron observar cómo se extinguía el incendio; las llamas avanzaban rápidamente impulsadas por un viento de superficie de cuarenta nudos. El humo oscurecía la mayor parte del área dificultando la visibilidad directa, pero los sensores infrarrojos lo penetraban mostrando muchas fuentes de calor, que no podían ser otra cosa que enormes charcas de productos del petróleo que ardían intensamente en el suelo. El sargento de Burnette era del este de Texas y, de muchacho, había trabajado en los campos petrolíferos. Buscó y puso en el monitor de su computadora fotografías del lugar tomadas con luz de día y las comparó con la imagen de la pantalla adyacente, para determinar qué zonas de la destilería se habían incendiado. —Diablos, coronel. —El sargento meneó la cabeza impresionado y habló con palabras de experto—. Esa destilería..., bueno, desapareció, coronel. El fuego se va a extender con ese viento, y no habrá forma de detenerlo ni en el infierno. La destilería se ha perdido por completo, y va a arder durante tres o cuatro días... Algunas partes tal vez una semana. Y a menos que encuentren una forma de parar el fuego, parece que el campo de producción también va a desaparecer, señor. Cuando el satélite haga el próximo pasaje, todo estará ardiendo; esas torres de pozos lanzarán petróleo incendiado... ¡ Santo Dios, no creo que nadie quiera estar allí! —¿Que no va a quedar nada de la destilería? Hummm. —Burnette hizo retroceder la cinta y volvió a observar el pasaje del «Big Bird»—. Es la más nueva que tienen, y la más grande; les va a causar un daño tremendo en la producción de petróleo mientras reconstruyan las ruinas de eso. Y una vez que consigan apagar los fuegos, tendrán que reacomodar toda la producción de gas y diesel. Pero debo decir algo respecto a Iván. Cuando tiene un accidente industrial, no pierde por completo la cabeza. para nuestros amigos rusos es sólo un inconveniente mayor, sargento. Al día siguiente la CIA confirmó ese análisis, y un día después lo hicieron los servicios de seguridad franceses y británicos. Todos ellos estaban equivocados.
  • 11. 2. UN HOMBRE DISTINTO ENTRA EN JUEGO. FECHA—HORA 01/31—06: 15 COPIA 01 DE INCENDIO SOVIÉTICO BC—Incendio soviético, Bjt, 1809.FL. Se informa de desastroso incendio producido en el campo petrolífero soviético de Nizhnevartovsk. EDS:Avance para «WEDNESDAY PMs.FL.» Por William Blake. FC. AP Redactor de los Servicios de Información militares. WASHINGTON (AP). — «El más grave incendio producido en un campo petrolífero desde el desastre de Ciudad de México de 1984. o el incendio de Texas City en 1947», sumió en la oscuridad a la región central de la Unión Soviética en el día de hoy de acuerdo con fuentes militares y de los servicios secretos de Washington. El fuego fue detectado por los «Medios Técnicos Nacionales» norteamericanos, nombre generalmente referido a satélites de reconocimiento controlados por la Agencia Central de Inteligencia. Fuentes de la CIA se niegan a hacer comentarios sobre el incidente. Fuentes del Pentágono confirmaron este informe, señalando que la energía liberada por el fuego era suficiente como para causar cierta inquietud en el Mando de la Defensa Aeroespacial norteamericana, al que le preocupaba que el fuego se tratara de un posible lanzamiento de misiles dirigidos a los Estados Unidos, o un intento de cegar los satélites de vigilancia norteamericanos mediante rayos láser u otros medios disponibles desde tierra. La fuente señaló que en ningún momento se consideró oportuno incrementar los niveles de alerta estadounidenses, o en poner a las fuerzas nucleares norteamericanas a punto de ataque. «Todo había pasado en menos de treinta minutos», aseguró la fuente informativa. No se ha recibido ninguna confirmación de la agencia de noticias soviética TASS, pero los soviéticos raras veces publican noticias sobre tales catástrofes. El hecho de que las autoridades norteamericanas se refiriesen a dos accidentes industriales épicos indica que pueden derivarse muchas calamidades de este gran incendio. Fuentes de la Defensa se mostraban reacias a especular sobre la posibilidad de pérdidas humanas civiles. La ciudad de Nizhnevartovsk se halla junto al complejo petrolífero. La producción del campo petrolífero de Nizhnevartovsk alcanza casi al 31,3 % de la totalidad del crudo soviético, según el Instituto Americano del Petróleo, y la recientemente construida refinería adyacente de Nizbnevartovsk produce el 17,3 % del petróleo de ese país. Donald Evans, un portavoz del mencionado Instituto, ha explicado: «Afortunadamente para ellos, el petróleo del subsuelo arde con mucha dificultad, y es de esperar que el fuego se extinga en unos pocos días.» Sin embargo, la refinería, según su grado de destrucción, puede constituir una gran pérdida. «Cuando pasan estas cosas, por lo general son catastróficas — dijo Evans—. Pero los rusos poseen una gran capacidad de refinado como para superar el golpe, especialmente después de todo el trabajo que han hecho en su complejo de Moscú.»
  • 12. Evans se mostró incapaz de especular acerca de la naturaleza del incendio, y manifestó: «El tiempo atmosférico pudo tener algo que ver con esto. Nosotros tuvimos algunos problemas con los campos de Alaska, y costó bastante resolverlos. Por lo demás, cualquier refinería es terreno perfectamente abonado para los incendios, y son precisos unos equipos de hombres inteligentes, cuidadosos y bien entrenados para cuidarlos.» Éste es el último de una serie de fracasos de La industria petrolífera soviética. En el pleno del Comité Central del Partido Comunista celebrado el pasado otoño, se admitió finalmente que los planes de producción tanto en los campos de Siberia como en los occidentales «no habían colmado las esperanzas iniciales». En los círculos occidentales se interpreta esta prudente declaración como una implícita acusación contra la gestión del ministro de la Industria petrolífera, Zatyzhin, remplazado por Mikhail Sergetov, antiguo jefe del aparato del partido en Leningrado, considerado como un valor en alza dentro de la cúpula del Partido. Se trata de un tecnócrata que se ha dedicado previamente a la ingeniería además de realizar política de partido. La labor de Sergetov para reorganizar la industria petrolífera soviética se considera un trabajo que puede durar años. AP—BA—01—31 0501EST.FL. **FIN DE LA NOTICIA**
  • 13. MOSCU, RFSSR Mikhail Eduardovich Sergetov no había tenido oportunidad de leer el informe telegráfico. Avisado en su dacha oficial situada en los bosques de abedules que rodean Moscú, voló en seguida hacia Nizhnevartovsk y permaneció allí sólo diez horas antes de que lo llamaran para que fuese a informar a Moscú. «Tres meses en el cargo, ¡y tenía que suceder esto!», pensó mientras estaba sentado en la cabina delantera vacía del aparato «IL-86». Sus dos principales ayudantes, un par de jóvenes ingenieros altamente cualificados, se habían quedado en el lugar del siniestro a fin de aclarar las razones de aquel caos y salvar lo que se pudiese salvar. Entretanto, Sergetov repasaba sus notas para la reunión del Politburó que se celebraría a última hora de aquel día. Se sabía que, combatiendo el fuego, habían muerto trescientos hombres y, milagrosamente, menos de doscientos ciudadanos en la población de Nizhnevartovsk. Aquello era muy lamentable, pero nada excesivamente grave, con excepción del hecho de que aquellos obreros especializados que habían muerto deberían ser remplazados por otros hombres igualmente bien entrenados procedentes de las plantillas de otras grandes refinerías. La planta de destilación estaba destruida casi por completo. para su reconstrucción se necesitarían como mínimo dos o tres años, y requeriría un considerable porcentaje de la producción nacional de tuberías de acero, más todos los elementos especiales para instalaciones de ese tipo. Quince mil millones de rublos. ¿Y qué parte del equipo tendría que ser adquirida en el extranjero? ¿Cuánto oro y cuántas preciosas divisas fuertes habría que gastar? Y ésas eran las buenas noticias. Las malas: el fuego que se había tragado el campo de producción también había destruido por completo las torres de los pozos. Tiempo para remplazarlas: ¡por lo menos treinta y seis meses! «Treinta y seis meses —reflexionaba Sergetov desolado—, si es que podemos traer de otra parte los equipos y el personal de perforación para volver a abrir todos esos malditos pozos y al mismo tiempo reconstruir los sistemas EOR.4 Durante dieciocho meses como mínimo, la Unión Soviética tendrá un enorme déficit en la producción de petróleo. Y es probable que sean treinta meses. ¿Qué pasará con nuestra economía?» De su cartera portafolio sacó una agenda de hojas rayadas y empezó a hacer algunos cálculos. Era un vuelo de tres horas, y Sergetov no se dio cuenta de que habían llegado hasta que el piloto se le acercó para comunicarle que estaban en tierra. Miró con ojos entrecerrados las tierras cubiertas de nieve de «Vnukovo-2», el único aeropuerto VIP en las afueras de Moscú, y caminó solo bajando la escalerilla hasta la limusina «ZIL» que lo esperaba. El automóvil partió de inmediato a gran velocidad, sin detenerse en ninguno de los puestos de control de seguridad. Los oficiales de la milicia, ateridos de frío, golpearon los talones tomando la posición militar cuando pasó el «ZIL», después volvieron a la tarea de mantenerse calientes en aquellas temperaturas bajo cero. El sol brillaba y el cielo estaba claro, excepto por algunas altas y finas nubes. Sergetov miraba distraído por la ventanilla, con su mente ocupada por 4 EOR, Sistema de presurización artificial para recuperar la salida del petróleo. (N. del T.)
  • 14. cifras y más cifras que había controlado ya media docena de veces. El Politburó lo estaba esperando, le dijo su conductor de la KGB. Hacía sólo seis meses que Sergetov era «candidato» (miembro sin voto) del Politburó, lo que significaba que, junto con sus otros ocho colegas jóvenes, asesoraban a los trece únicos hombres que tomaban las decisiones trascendentes en la Unión Soviética. Su cartera ministerial se refería a la producción y distribución de energía. Tenía ese cargo desde setiembre, y sólo estaba comenzando a establecer su plan para una reorganización total de los siete Ministerios de todos los gremios y regiones que ejercían funciones relacionadas con la energía, los cuales, como era de prever, pasaban la mayor parte del tiempo peleando unos con otros, en un solo departamento general que dependiera directamente del Politburó y Secretariado del Partido, en vez de tener que trabajar a través de la burocracia del Consejo de Ministros. Cerró un instante los ojos para agradecer a Dios (tal vez hubiera uno, pensó) que su primera recomendación, entregada sólo un mes antes, se hubiera referido a la seguridad y la responsabilidad política en muchos de los campos. Había propuesto específicamente una mayor «rusificación» de la fuerza laboral, en gran parte «extranjera». Por ese motivo, no temía en cuanto a su propia carrera, que hasta ahora estaba jalonada por una serie ininterrumpida de éxitos. Se encogió de hombros. En todo caso, sería la tarea que estaba a punto de iniciar la que decidiría su futuro. Y quizás el de su país. El «ZIL» avanzó por Leningradsky Prospekt, que daba vueltas hacia Gorkogo; la limusina aceleraba a lo largo del carril central que la Policía mantenía libre de tránsito para uso exclusivo del vlasti. Pasaron por el «Intourist Hotel», entraron en la Plaza Roja y finalmente se aproximaron a los portones del Kremlin. Allí el conductor se detuvo para los controles de seguridad que fueron tres, realizados por soldados de la KGB y de la Guardia Taman. Cinco minutos después la limusina se detuvo frente a la entrada del Consejo de Ministros, única estructura moderna en la fortaleza. Los guardias que la custodiaban conocían de vista a Sergetov y le hicieron un rígido saludo mientras mantenían abierta la puerta para que la exposición a la helada temperatura no durara más que unos segundos. Hacia sólo un mes que el Politburó estaba realizando sus reuniones en esa sala del cuarto piso mientras efectuaba una detenida renovación en sus habituales salones del viejo edificio Arsenal. Los hombres más viejos se quejaban por la pérdida de las antiguas comodidades zaristas, pero Sergetov prefería la modernidad. Ya era hora, pensaba, de que los miembros del partido se rodearan de productos del socialismo en lugar del mohoso boato de los Romanov. La sala estaba mortalmente silenciosa cuando él entró. De haber sido esto en el Arsenal, reflexionó el tecnócrata de cincuenta y cuatro años, la atmósfera habría parecido la de un verdadero funeral..., que ya se habían realizado muchos. Lentamente, el partido iba desprendiéndose de los hombres más ancianos que habían sobrevivido al terror de Stalin, y la actual cosecha, todos ellos hombres «jóvenes» de cincuenta o sesenta años, empezaba por fin a hacerse oír. Se estaba cambiando la guardia. Demasiado lentamente.., con una maldita lentitud, para Sergetov y su generación de líderes del partido, a pesar del secretario general. El hombre ya era abuelo. A Sergetov le parecía a veces que, cuando todos esos viejos se fueran, él mismo sería uno de ellos. Pero por ahora, mirando alrededor en esa sala, se sintió suficientemente joven. —Buenos días, camaradas —saludó Sergetov, entregando su abrigo a un ayudante, el cual se retiró de inmediato y cerró la puerta. Los demás se dirigieron en el acto a sus asientos. Sergetov ocupó el suyo, en la mitad del lado derecho. El secretario general del partido llamó al orden en la reunión. Su voz sonó grave y controlada.
  • 15. —Camarada Sergetov, puede iniciar su informe. Primero queremos oir su explicación sobre lo que sucedió exactamente. —Camaradas, ayer a las veintitrés, aproximadamente, hora de Moscú, tres hombres armados entraron en la sala central de control del complejo petrolífero de Nizhnevartovsk y cometieron un complicadísimo acto de sabotaje. —¿Quiénes eran? —preguntó en tono cortante el ministro de Defensa. —Sólo tenemos la identificación de dos de ellos. Uno de los bandidos era un electricista del propio personal. El tercero —Sergetov sacó de su bolsillo la tarjeta de identidad y la arrojó sobre la mesa— era el ingeniero jefe I. M. Tolkaze. Es evidente que utilizó su detallado conocimiento de los sistemas de control para iniciar el incendio masivo que se extendió rápidamente debido a los fuertes vientos. Un equipo de seguridad de diez guardias de frontera de la KGB respondió de inmediato a la alarma. Uno de los traidores, el que aún no está identificado, mató e hirió a cinco de ellos con un fusil arrebatado al guardia del edificio, al que también mataron. Después de entrevistar al sargento de la KGB, pues el teniente murió al frente de sus hombres, debo decir que los guardias de frontera respondieron rápido y bien. Mataron a los traidores en pocos minutos, pero no pudieron impedir la completa destrucción de las instalaciones, tanto de la destilería como de los campos de producción. —Y si los guardias respondieron con tanta rapidez, ¿cómo no pudieron impedir este acto? — preguntó enfurecido el ministro de Defensa examinando la fotografía del pase con un odio palpable reflejado en sus ojos—, Y, ante todo, ¿qué estaba haciendo allí este musulmán culo negro? —Camarada, el trabajo en los campos de Siberia es muy penoso, y hemos tenido serias dificultades para llenar los puestos que hay allá. Mi predecesor decidió incorporar trabajadores con experiencia en campos petrolíferos procedentes de la región de Bakú y llevados a Siberia. Fue una locura. Ustedes recordarán que mi primera recomendación, el año pasado, se refirió a cambiar esa política. —Lo sabemos, Mikhail Eduardovich —dijo el presidente de la reunión—. Continúe. —El puesto de guardia graba todo el tráfico telefónico y de radio. El equipo de emergencia se puso en movimiento antes de dos minutos. Desgraciadamente, el puesto de guardia se halla situado junto al antiguo edificio de control. El actual fue construido a tres kilómetros de distancia, cuando hace dos años se adquirió en Occidente el nuevo equipo de control computerizado. Habría sido necesario construir también un nuevo puesto de guardia, y se obtuvieron los materiales necesarios para hacerlo. Al parecer, esos materiales de construcción fueron malversados por el director del complejo y el secretario local del partido, con el objeto de edificar dachas sobre el río, a pocos kilómetros de allí. Estos dos hombres han sido arrestados por orden mía, por crímenes cometidos contra el Estado —informó Sergetov con la mayor naturalidad, y no hubo reacción alguna alrededor de la mesa; por mudo consenso aquellos dos hombres estaban sentenciados a muerte; las formalidades serían cumplidas por los Ministerios correspondientes; Sergetov continuó—: Ya he ordenado un considerable aumento de la seguridad en todos los emplazamientos petroleros. También por orden mía, las familias de los dos traidores identificados han sido arrestadas en sus casas en las afueras de Bakú y están siendo rigurosamente interrogadas por Seguridad del Estado, junto con cuantos los conocían o trabajaban con ellos. »Antes de que los guardias de frontera pudieran matar a los traidores, éstos lograron sabotear los sistemas de control del campo petrolífero de manera tal que consiguieron crear una tremenda conflagración. También lograron destrozar el equipo de control, de modo que, aunque los soldados
  • 16. de la guardia hubieran podido llamar a un equipo de ingenieros para que restableciera el funcionamiento, es muy poco probable que se hubiese podido salvar algo. Los soldados de la KGB se vieron forzados a evacuar el edificio, que poco después quedó consumido por las llamas. Ellos no podrían haber hecho nada más. —Sergetov recordaba la cara gravemente quemada del sargento, y las lágrimas que le corrían sobre las ampollas mientras relataba lo sucedido. —¿Y la brigada de incendios? —preguntó el secretario general. —Más de la mitad murió combatiendo el fuego —replicó Sergetov—. Junto con más de cien ciudadanos que se unieron a la batalla para salvar el complejo. Realmente no hay aquí culpas que atribuir a nadie, camarada. Cuando este bastardo Tolkaze comenzó su trabajo diabólico..., habría sido más fácil controlar un terremoto. En su mayor parte el incendio está ahora apagado, debido al hecho de que casi todos los combustibles almacenados en la destilería se consumieron en unas cinco horas; también por la destrucción de las cabezas de pozo en el campo de petróleo. —¿Pero cómo ha sido posible esta catástrofe? —preguntó uno de los miembros titulares. Sergetov se hallaba sorprendido por la calma que observaba en la sala. ¿Se habían reunido antes y discutido ya el asunto? —Mi informe del 20 de diciembre describí a los peligros que había allí. Esa sala literalmente controlaba las bombas y válvulas en más de cien kilómetros cuadrados. Lo mismo es válido para todos nuestros grandes complejos petrolíferos. Desde ese centro nervioso, un hombre familiarizado con los procedimientos de control podía manipular a voluntad los diversos sistemas en todo el campo, logrando, con gran facilidad, que el complejo íntegro se autodestruyera. Tolkaze tenía esa capacidad. Era un nativo de Azerbaiján elegido para tratamiento especial por su inteligencia y supuesta lealtad; estudiante de honor en la Universidad de Moscú, y miembro en buena posición del partido local. Parecería además que era un fanático religioso capaz de una increíble traición. Todas las personas asesinadas en la sala de control eran amigos suyos, o por lo menos así lo creían. Después de quince años en el partido, un buen salario, el respeto profesional de sus camaradas, hasta su propio automóvil, sus últimas palabras fueron una estridente invocación a Alá. —Sergetov añadió secamente—: No se puede predecir con exactitud la fiabilidad de las personas de esa región, camaradas. El ministro de Defensa volvió a asentir con un movimiento de cabeza. —Entonces, ¿qué efecto tendrá esto en la producción petrolera? La mitad de los hombres que se hallaban junto a la mesa se inclinaron hacia delante para escuchar la respuesta de Sergetov: —Camaradas, hemos perdido el treinta y cuatro por ciento de nuestra producción total de petróleo crudo por un período de al menos un año, y es posible que llegue a ser hasta de tres. — Levantó la vista de sus notas para observar cómo se arrugaban las caras, hasta ese momento impasibles; parecían haber recibido una bofetada—. Sería necesario volver a perforar todos los pozos productivos y reconstruir los conductos de distribución, desde los campos hasta la destilería y otros lugares. La pérdida de la destilería es grave, pero no una preocupación inmediata. dado que puede volver a levantarse y, en último caso, representa menos de una séptima parte de nuestra capacidad total de destilación. El daño mayor a nuestra economía resultará de la pérdida de nuestra producción de petróleo crudo.
  • 17. »En términos reales, debido a la composición química del petróleo de Nizhnevartovsk, la pérdida neta total de la producción puede motivar una infravaloración del verdadero efecto sobre nuestra economía. El petróleo de Siberia es «liviano, suave» en su estado crudo, lo que significa que contiene cantidades desproporcionadamente grandes de las fracciones más valiosas: las que se emplean para obtener gasolina, queroseno y combustible diesel, por ejemplo. La pérdida neta en estas áreas en particular son las siguientes: cuarenta y cuatro por ciento de nuestra producción de gasolina; cuarenta y ocho por ciento de queroseno, y cincuenta por ciento de diesel. Tales cifras son cálculos aproximados que he realizado en el vuelo de regreso, pero deben de estar ajustadas con un error, no mayor del dos por ciento. Mi personal tendrá listas las cifras exactas en uno o dos dias. —¿La mitad? —preguntó rápidamente el secretario general. —Exacto, camarada —respondió Sergetov. —¿Y cuánto tiempo se necesita para restablecer la producción? —Camarada secretario general, si traemos todos los equipos de perforación y les hacemos operar durante las veinticuatro horas, mi estimación aproximada es que podremos empezar a restablecer la producción en un año. Limpiar de ruinas el lugar llevará por lo menos tres meses, y otros tres se necesitarán para reinstalar nuestro equipo y comenzar las operaciones de perforación. Como tenemos información exacta sobre la situación y profundidad de los pozos, el acostumbrado factor de incertidumbre no forma parte de la ecuación. Dentro del año, seis meses después de que comencemos las nuevas perforaciones, empezaremos a obtener petróleo de los pozos productivos, y la recuperación total se logrará en dos años más. Mientras esté sucediendo todo esto, necesitaremos también remplazar el equipo EOR... —¿Y qué representaría eso? —preguntó el ministro de Defensa. —Sistemas de recuperación forzada de petróleo, camarada ministro. Si los pozos hubieran sido relativamente nuevos, presurizados por el gas subterráneo, los incendios podrían haber durado varias semanas. Como ustedes saben, camaradas, de estos pozos ya se ha extraído gran cantidad de petróleo. para aumentar la producción hemos estado bombeando agua hacia el interior, lo que produce el efecto de forzar la salida de más crudo. Puede haber producido también el efecto de dañar el estrato que contiene el petróleo. Esto es algo que nuestros geólogos todavía están tratando de evaluar. Con lo ocurrido, cuando se interrumpió la energía eléctrica cesó la presión enviada desde la superficie para extraer el petróleo, y los incendios de los campos de producción empezaron a quedarse sin combustible. La mayor parte de ellos se estaban extinguiendo cuando partí en mi avión hacia Moscú. —¿De manera que ni siquiera habrá seguridad de que la producción esté completamente restablecida dentro de tres años? —preguntó el ministro del Interior. —Así es, camarada ministro. No existe ninguna base científica para hacer una estimación de la producción total. La situación que tenemos aquí nunca se ha producido, ni en Occidente ni en el Este. En los próximos dos o tres meses podremos perforar algunos pozos de prueba que nos den ciertas indicaciones. El equipo de ingenieros que quedó allá está haciendo los arreglos necesarios para iniciar el proceso con la mayor rapidez posible, utilizando materiales que ya se encuentran en el lugar. —Muy bien —asintió el secretario general—. La siguiente pregunta es cuánto tiempo puede operar el país sobre esa base.
  • 18. Sergetov volvió a consultar sus notas. —Camaradas, no se puede negar que éste es un desastre sin precedentes en nuestra economía. El invierno ha hecho descender nuestras existencias de petróleo pesado más de lo normal. Algunos consumos de energía deben permanecer relativamente intactos. Por ejemplo, el año pasado, la generación de energía eléctrica requirió el treinta y ocho pór ciento de nuestros productos del petróleo, mucho más de lo planificado, debido a las sobreestimaciones en la producción de carbón y gas, que habíamos esperado que redujeran las demandas de petróleo. La industria del carbón necesitará por lo menos cinco años para recuperarse, a causa de fallos en la modernización. Y las operaciones de perforación para gas están actualmente demoradas por condiciones ambientales. Ciertas razones técnicas hacen que sea dificilísimo operar ese equipo con tiempo excesivamente frío. —¡Entonces hay que hacer trabajar más duro a esos perezosos bastardos de los equipos de perforación! —sugirió el jefe del partido de Moscú. —No se trata de los trabajadores, camarada —suspiró Sergetov—. Son las máquinas. La temperatura muy fría afecta más al metal que a los hombres. las herramientas y equipos se rompen simplemente porque se vuelven quebradizos por el frío. las condiciones del tiempo dificultan más el reabastecimiento de repuestos hacia los campos petroleros. El marxismo-leninismo no puede ordenar el estado del tiempo. —¿Será muy difícil ocultar las operaciones de perforación? —preguntó el ministro de Defensa. Sergetov se mostró sorprendido. —¿Difícil? No, camarada ministro, difícil no, es imposible. ¿Cómo se pueden ocultar varios cientos de aparejos de perforación, cada uno de los cuales mide de veinte a cuarenta metros de altura? Sería tan difícil como intentar ocultar los complejos de lanzamiento de los misiles de Plesetsk. Sergetov advirtió por primera vez las miradas de reojo que intercambiaban el ministro de Defensa y el secretario general. —Entonces tendremos que reducir el consumo de petróleo por parte de la industria eléctrica —se pronunció el secretario general. —Camaradas, permítanme que les dé algunas cifras aproximadas sobre la forma en que consumimos nuestros productos del petróleo. Por favor, comprendan que lo hago de memoria, ya que el informe anual que hace el departamento se halla en proceso de elaboración. »El año pasado nuestra producción fue de quinientos ochenta y nueve millones de toneladas de petróleo crudo. El déficit con respecto a la producción planificada era de treinta y dos millones de toneladas, y la cantidad que se obtuvo sólo resultó posible gracias a las medidas artificiales que ya les expliqué. Aproximadamente la mitad de esa producción fue semirrefinada para obtener mazut, o fuel-oil pesado, para ser usado en plantas de energía eléctrica, calderas de fábricas y cosas semejantes. La mayor parte de este petróleo sencillamente no se puede utilizar de otra manera, ya que sólo tenemos tres..., perdón, ahora sólo dos, destilerias con las complicadas cámaras de cracking catalítico necesarias para refinar el petróleo pesado y obtener productos destilados ligeros. »Los combustibles que producimos sirven a nuestra economía de diversas formas. Como ya hemos visto, un treinta y ocho por ciento se emplea en la generación de energía eléctrica y de otras clases; y, afortunadamente, mucho de ello es mazut. De los combustibles más livianos, diesel,
  • 19. gasolina y queroseno, más de la mitad de la producción fue absorbida el año pasado por la actividad agrícola y la industria de la alimentación, transporte de mercaderías y artículos de intercambio, el traslado de pasajeros y el consumo público y, finalmente, los usos militares. En otras palabras, camaradas, con la pérdida del campo de Nizhnevartovsk, los usuarios que acabo de mencionar requerirán más de lo que podemos producir, sin dejar nada para la metalurgia, la maquinaria pesada y los usos químicos y de la construcción; sin mencionar lo que habitualmente exportamos a nuestros fraternales aliados socialistas en Europa Oriental y en todo el mundo. »Para responder a su pregunta específica, camarada secretario general, tal vez logremos hacer una modesta reducción en el uso de petróleos livianos en la generación de energía eléctrica, pero ya en este momento tenemos un serio déficit en ese campo, lo que da lugar a ocasionales caídas de tensión y hasta completos apagones. Nuevos cortes de fluido afectarían de manera adversa a algunas actividades cruciales del Estado. Usted recordará que hace tres años hicimos experimentos alterando el voltaje de la energía generada para conservar combustibles, y esto determinó daños en los motores eléctricos en toda la zona industrial del Donets. —¿Qué hay del carbón y el gas? —Camarada secretario general, la producción de carbón ya está un dieciséis por ciento por debajo de la obtención planificada, y empeorando, lo que ha motivado la conversión al petróleo de muchas calderas alimentadas por carbón. Además, la reconversión de esas instalaciones nuevamente del petróleo al carbón es muy costosa y lleva tiempo. una alternativa más atractiva y menos cara es la conversión a gas, y la hemos estado propiciando con todo nuestro esfuerzo. La producción de gas también está por debajo de lo previsto, pero va mejorando. Habíamos esperado superar las metas planificadas hacia finales de este año. Aquí debemos también tener en cuenta que mucho de nuestro gas se envía a Europa Occidental. Y de allí es de donde obtenemos divisas occidentales con las que podemos comprar petróleo extranjero y, por supuesto, granos en el exterior. El miembro del Politburó responsable de la agricultura frunció el ceño ante esa referencia. ¿Cuántos hombres, preguntó Sergetov, habían sido destituidos por su incapacidad para hacer rendir la industria agrícola soviética? el actual secretario general, por supuesto, que de alguna manera se las había arreglado para avanzar, a pesar de sus fracasos en esa materia. Pero se suponía que los bí nos marxistas no necesitaban creer en milagros. Su promoción a la presidencia titular del Politburó había tenido su propio precio, que Sergetov apenas estaba empezando a comprender. —Entonces, ¿cuál es su solución, Mikhail Eduardovich? —preguntó el ministro de Defensa con inquietante ansiedad. —Camaradas, debemos llevar esta carga de la mejor forma posible, mejorando la eficiencia en todos los niveles de nuestra economía. —No se molestó en hablar sobre el aumento de las importaciones de petróleo; el déficit, como ya había explicado, determinaría un aumento equivalente a treinta veces las actuales importaciones, y las reservas de divisas fuertes apenas permitirían duplicar las adquisiciones de petróleo extranjero—. Necesitaremos incrementar la producción y el control de calidad en la fábrica de equipos de perforación «Barricade», en Volgogrado, y comprar más equipos de perforación en Occidente, de manera que podamos expandir la exploración y explotación de yacimientos conocidos. Y necesitamos aumentar nuestras construcciones de plantas de reactores nucleares. para conservar la producción que definitivamente obtengamos, podemos restringir el abastecimiento de que disponen los camiones y automóviles; hay mucho derroche en ese sector, como todos sabemos, tal vez un tercio del consumo total. Cabe
  • 20. reducir por un tiempo la cantidad de combustible asignada a usos militares y tal vez desviar también parte de la producción de maquinaria pesada de los arsenales militares a las áreas industriales necesarias. Estamos frente a tres años muy duros..., pero sólo tres —sintetizó Sergetov poniendo una nota de aliento. —Camarada, su experiencia en asuntos exteriores y de defensa es escasa, ¿verdad? —planteó el ministro de Defensa. —Nunca he pretendido lo contrario, camarada ministro —contestó cauteloso Sergetov. —Entonces le diré por qué esta situación es inaceptable. Si hacemos lo que usted sugiere, Occidente se enterará de nuestra crisis. Un aumento en las compras de petróleo y de equipos de producción, y las señales inocultables de actividad en Nizhnevartovsk, les mostrarán con demasiada claridad lo que está ocurriendo aquí, lo cual nos hará vulnerables ante sus ojos. Y esa vulnerabilidad será explotada. Y, al mismo tiempo —dijo dando fuertes golpes con el puño sobre la pesada mesa de roble—, ¡usted propone reducir el suministro de combustible a las fuerzas que nos defiénden del Occidente! —Camarada ministro de Defensa, yo soy ingeniero, no soldado. Usted me pidió una evaluación técnica, y yo se la he dado. —Sergetov mantuvo su voz razonablemente calma—. Esta situación es muy grave, pero no afecta, por ejemplo, a nuestras Fuerzas de Misiles Estratégicos. ¿No pueden ellos solos protegernos de los imperialistas durante nuestro período de recuperación? ¿Para qué otra cosa los habían construido?, se preguntó Sergetov. Todo ese dinero sepultado en agujeros improductivos. ¿No era suficiente ser capaz de aniquilar a Occidente más de diez veces? ¿Por qué veinte? ¿Y ahora eso no bastaba? —¿Y no se le ha ocurrido a usted que Occidente no nos permitirá comprar lo que necesitamos? —preguntó el teórico del partido. —¿Cuándo se han negado los capitalistas a vendernos...? —¿Cuándo han dispuesto los capitalistas de semejante arma para usarla contra nosotros? — observó el secretario general—. Por primera vez Occidente tiene la posibilidad de estrangularnos en un solo año. ¿Y qué ocurrirá ahora si también nos impiden nuestras compras de cereales? Sergetov no había considerado eso. Al cabo de otro año de desalentadoras cosechas de grano, el séptimo en los últimos once, la Unión Soviética necesitaba hacer enormes adquisiciones de trigo. Y este año, los Estados Unidos y Canadá eran los únicos proveedores seguros. El mal tiempo en el hemisferio sur había malogrado la cosecha de la Argentina, y algo menos la de Australia, mientras que los Estados Unidos y Canadá seguían obteniendo habituales cosechas récord. Precisamente en esos momentos estaban haciendo negociaciones en Washington y en Otawa para lograr las compras; y los norteamericanos no presentaban objeciones, excepto que el alto valor del dólar hacía que sus granos fueran desproporcionadamente caros. Pero el embarque de esos cereales llevaría meses. «¡Que fácil sería —pensó Sergetov— que por "dificultades técnicas" en los puertos cerealeros de Nueva Orleáns y Baltimore se demorara, e incluso se paralizaran, los embarques en un momento tan crucial!» Miró alrededor de la mesa. Veintidós hombres, de los cuales sólo trece decidían realmente los temas, y uno de ellos faltaba, se encontraban allí en silencio contemplando la perspectiva de más de doscientos cincuenta millones de trabajadores y campesinos soviéticos, todos ellos hambrientos y en la oscuridad, al mismo tiempo que las tropas del Ejército Rojo, el Ministerio del Interior y la
  • 21. KGB tenían serias dificultades en sus abastecimientos de combustible y, por tanto, en su entrenamiento y movilidad. Los hombres del Politburó se hallaban entre los más poderosos del mundo, mucho más que cualquiera de sus contrapartes occidentales. No rendían cuentas a nadie, ni al Comité Central del Partido Comunista, ni al Soviet Supremo ni, por supuesto, tampoco al pueblo de su nación. Hacía años que estos hombres no caminaban por las calles de Moscú; sólo se desplazaban velozmente, llevados por sus chóferes en automóviles construidos a mano, hacia y desde sus lujosos apartamentos dentro de la ciudad o hasta sus dachas oficiales en las afueras de la capital. Efectuaban sus compras, si es que las hacían, en tiendas custodiadas y reservadas sólo para la élite, y los atendían ciertos médicos en clínicas establecidas exclusivamente para esa élite. Por todo ello, estos hombres se consideraban a sí mismos como dueños de su destino. Y sólo ahora comenzaba a sacudirlos la idea de que, como al resto de los humanos, también ellos estaban sujetos a un destino que su inmenso poder personal no haría otra cosa que tornarlo por demás insufrible. Se hallaban inmersos en un país cuyos ciudadanos vivían mal alimentados y pobremente alojados; en el que los únicos artículos abundantes eran los carteles pintados y los lemas que alababan el progreso y la solidaridad soviéticos. Sergetov sabía muy bien que algunos de los hombres que rodeaban esa mesa creían fervientemente en esos lemas. A veces, también él tenía fe en ellos, sobre todo en homenaje a su juventud idealista. Pero el progreso soviético no había alimentado a su país. ¿Y cuánto tiempo duraría la solidaridad soviética en los corazones de un pueblo hambriento, con frío y en la oscuridad? ¿Se mostrarían entonces orgullosos de los misiles de los bosques de Siberia? ¿De los miles de tanques y cañones que producían todos los años? ¿Mirarían hacia el cielo donde flotaba una estación espacial «Salyut» y se sentirían inspirados..., o se preguntarían qué clase de alimentos estaba comiendo esa élite? Todavía no había pasado un año desde que Sergetov fue caudillo en el partido regional, y en Leningrado había podido escuchar con interés las descripciones de su propio personal dependiente, sobre las bromas y quejas en las colas que soportaba la gente para conseguir dos trozos de pan, un tubo de dentífrico o unos zapatos. Aislado aún entonces de las más duras realidades de la vida en la Unión Soviética, se había preguntado a menudo si algún día las cargas del trabajador común no llegarían a ser demasiado pesadas para aguantarlas. ¿Cómo se enteraría él entonces? ¿Cómo podría conocerlo ahora? ¿Alguna vez lo sabrían esos hombres más viejos que estaban allí? Narod, le llamaban. Un nombre masculino que no obstante era forzado y violado en todo sentido: las masas, la colección de hombres y mujeres sin cara que se afanaban diariamente, en Moscú. y en toda la nación, en fábricas y en granjas colectivas, con sus pensamientos ocultos bajo máscaras de amargura. Los miembros del Politburó se autoconvencían de que esos obreros y campesinos envidiaban a sus líderes los lujos que acompañaban a la responsabilidad. Después de todo, la vida en el campo había mejorado en considerable medida. Eso era lo convenido, Pero el convenio estaba a punto de romperse. ¿Qué podía ocurrir entonces? Nicolás II no lo había sabido. Pero estos hombres si. El ministro de Defensa rompió el silencio: —Debemos obtener más petróleo. Así de simple. La alternativa es una economía contrahecha, ciudadanos hambrientos y una reducida capacidad de defensa. las consecuencias de todo ello no son aceptables. —No podemos comprar petróleo —argumentó uno de los miembros candidatos.
  • 23. FUERTE MEADE, MARYLAND Bob Toland frunció el ceño frente a su tarta de canela. No debería comer postre, se recordó a sí mismo el analista de Inteligencia. Pero en el comedor de la Agencia Nacional de Seguridad sólo la servían una vez por semana. La tarta de canela era su favorita y no contenía más que unas doscientas calorías. Eso era todo. Tendría que hacer otros cinco minutos de ejercicio en la bicicleta cuando llegase a su casa. —¿Qué piensas de ese artículo en el periódico, Bob? —preguntó un compañero de trabajo. —¿El asunto del campo petrolífero? —Toland observó una vez más el distintivo de Seguridad que llevaba el hombre; no estaba autorizado para conocer temas de Inteligencia satelitaria—. Parece que han tenido un incendio tremendo. —¿No has visto nada oficial sobre el caso? —Digamos que la noticia que se filtró a los periódicos salió de un nivel de autorización en Inteligencia más alto que el mío. —¿Periodismo..., ultrasecreto? Ambos hombres rieron. —Algo así. El artículo tenía información que yo no he visto —dijo Toland, expresando la verdad, en su mayor parte; el incendio se había apagado, y la gente de su departamento estuvo especulando sobre lo que habría hecho Iván para extinguirlo tan pronto—. Pienso que no debería haberles causado mucho daño. Quiero decir que ellos no tienen millones de personas transitando por los caminos en las vacaciones de verano, ¿no es cierto? —Naturalmente que no. ¿Cómo está la tarta? —No está mal. Toland sonrió, dudando ya si necesitaría ese tiempo extra en la bicicleta.
  • 24. MOSCU, URSS. El Politburó volvió a reunirse a las nueve y media de la mañana siguiente. Por las ventanas de cristales dobles se veía un cielo gris y se apreciaba una cortina de espesa nieve que comenzaba a caer de nuevo, para agregarse al medio metro que ya cubría el suelo. Esa noche se verían los trineos en las colinas del parque Gorky, pensó Sergetov. Y tal vez barrieran la nieve sobre los dos lagos helados para poder patinar bajo las luces con la música de Chaikovski y Prokofiev. Los moscovitas reirían, beberían su vodka y aprovecharían el frío, felices e ignorantes de lo que estaba por decirse allí, y de los vuelcos que darían las vidas de todos ellos. El cuerpo principal del Politburó se había reunido la tarde anterior a las cuatro de la tarde, y luego los cinco hombres que constituían el Consejo de Defensa volvieron a reunirse solos. Ni siquiera los restantes miembros del Politburó completo tenían acceso a ese cuerpo resolutivo. Los vigilaba desde el fondo del salón un retrato de cuerpo entero de Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, el santo revolucionario del comunismo soviético, con la abovedada frente echada hacia atrás como si estuviera disfrutando de una fresca brisa, y sus ojos penetrantes mirando al infinito hacia el glorioso futuro que proclamaba confiado con expresión austera, futuro que la «ciencia» del marxismo-leninismo llamaba determinismo histórico. Glorioso futuro. «¿Qué futuro? —se preguntaba Sergetov—. ¿Qué ha sido de nuestra Revolución? ¿Qué ha sido de nuestro partido? ¿Quería realmente el camarada Ilich que todo fuera así?» Sergetov miró al secretario general, el hombre «joven» que Occidente suponía que se hallaba a cargo de todo, el hombre que aun en esos momentos estaba cambiando las cosas. Su acceso al puesto más alto en el partido había sido una sorpresa para algunos, Sergetov entre ellos. Occidente todavía lo miraba con tanta esperanza como lo hicimos nosotros mismos, pensó Sergetov. Su propia llegada a Moscú había cambiado su forma de pensar con bastante rapidez. Un sueño más que se rompía. El hombre que había mantenido una cara feliz durante años de fracasos agrícolas, ahora aplicaba su encanto superficial en un marco mucho mayor. Estaba trabajando intensamente (cualquiera de los que estaba junto a esa mesa lo admitiría), pero la suya era una tarea imposible. para llegar allí se había visto obligado a hacer demasiadas promesas, a establecer demasiados acuerdos con la vieja guardia. Incluso los hombres «jóvenes», de cincuenta y sesenta, que él había agregado al Politburó tenían sus propias ataduras con los regímenes anteriores. Nada había cambiado realmente. Occidente pareció no comprender nunca la idea. Después de Kruschev, ningún hombre solo había tenido el dominio total. El gobierno de un solo individuo significaba peligros que las generaciones más viejas del partido recordaban perfectamente. las gentes de menor edad habían oído los relatos de las grandes purgas de Stalin las veces suficientes como para aprender la lección de memoria, y el Ejército tenía su propio recuerdo institucional de lo que había hecho Kruschev a su jerarquía. En el Politburó, como en la selva, lo único que mandaba era la necesidad de supervivencia, y la seguridad colectiva dependía en un todo del gobierno colectivo. Por este motivo, los hombres elegidos para el puesto titular de secretario general no lo eran tanto por su dinamismo personal como por su experiencia en el partido..., una organización que no recompensaba a su gente por destacarse demasiado de la masa. Como Brezhnev, Andropov y Chernenko, el actual jefe del partido carecía del poder de su personalidad para dominar esa sala con su simple voluntad. Había tenido que aceptar compromisos para ocupar ese sillón, y tendría que
  • 25. seguir haciéndolo para mantenerse allí. Los verdaderos centros de poder eran cosas amorfas, relaciones entre hombres y lealtades que cambiaban con las circunstancias y sólo sabían de conveniencias. El verdadero poder estaba en el partido mismo. El partido gobernaba todo, pero el partido ya no era la expresión de un solo personaje. Se había transformado en una colección de intereses representados allí por otros doce miembros. Defensa tenía su interés y la KGB y la industria pesada y hasta agricultura. Cada interés poseía su propia parte de poder y el jefe de cada uno se aliaba individualmente con otros a fin de asegurarse en su puesto. El secretario general, tratando de cambiar eso, había nombrado gradualmente hombres leales a él en los puestos que quedaban vacantes por fallecimiento. ¿Habría aprendido luego, como sus antecesores, que la lealtad moría muy fácilmente alrededor de esa mesa? Porque ahora él todavía sobrellevaba la carga de sus propios compromisos. Sin tener todavía colocados a todos sus hombres en sus sitios, el secretario general sólo era el miembro principal de un grupo que podría apartarlo de su puesto con tanta facilidad como lo había hecho con Kruschev. ¿Qué diría Occidente si supiera que el «dinámico» secretario general sólo servía de ejecutor de las decisiones de otros? Ni siquiera ahora fue él quien habló primero. —Camaradas —empezó el ministro de Defensa—. La Unión Soviética debe tener petróleo, por lo menos doscientos millones de toneladas más de las que podemos producir. Ese petróleo existe, a sólo unos pocos cientos de kilómetros de nuestras fronteras, en el golfo Pérsico..., más petróleo del que jamás necesitaremos. Tenemos capacidad para tomarlo, por supuesto. En menos de dos semanas podemos reunir suficientes aviones y tropas aerotransportadas como para lanzarlas sobre esos campos petrolíferos y apoderarnos de ellos. »Desgraciadamente, es inevitable que haya una violenta respuesta de Occidente. Esos mismos campos abastecen a Europa Occidental, Japón y, en menor proporción, a los Estados Unidos. Los paises de la OTAN5 carecen de capacidad para defender esos campos con medios convencionales. Los norteamericanos tienen su fuerza de rápido despliegue, una cáscara hueca de cuarteles y jefaturas y unas pocas tropas ligeras. Ni siquiera con su equipo predispuesto en Diego García pueden esperar detener a nuestros paracaidistas y tropas mecanizadas. Y en caso de intentarlo, y lo intentarán, sus huestes de élite serán superadas y aniquiladas en pocos días..., lo cual haría que se enfrentaran a una única alternativa: armas nucleares. Éste es un riesgo verdadero que no podemos desatender. Sabemos con seguridad que los planes de guerra norteamericanos consideran el uso de armas nucleares en este caso. Esas armas están almacenadas en cantidad en Diego García, y podemos tener la certeza de que serán usadas. »Por lo tanto, antes de tratar de tomar el golfo Pérsico, hemos de hacer otra cosa. Debemos eliminar a la OTAN como fuerza política y militar. Sergetov se hallaba tieso en su sillón de cuero. ¿Qué era eso? ¿Que estaba diciendo? Hizo un esfuerzo para mantener el rostro impasible mientras el ministro de Defensa continuaba: —Si primero eliminamos del tablero a la OTAN, los Estados Unidos quedarán en una posición muy curiosa. Podrán satisfacer sus propias necesidades de energía desde fuentes del hemisferio occidental, dejando así de lado la necesidad de defender a los Estados Arabes que, en ultimo caso, no son demasiado populares ante la comunidad judía sionista norteamericana. 5 Organización del Tratado del Atlántico Norte (Alianza política y militar de los países de Europa Occidental y los Estados Unidos de Norte América)
  • 26. ¿Creían ellos realmente eso?, se preguntó Sergetov. ¿Podían creer de verdad que los Estados Unidos se iban a quedar sentados? ¿Qué sucedió en la última reunión de ayer? Por lo menos una persona compartía su preocupación. —Entonces, ¿lo único que tenemos que hacer es conquistar Europa Occidental, camarada? — preguntó un miembro candidato—. ¿No son éstos los paises contra cuyas fuerzas convencionales usted nos advierte todos los años? Siempre nos habla usted de la amenaza que representan para nosotros los ejércitos en masa de la OTAN..., ¿y ahora dice con toda naturalidad que debemos conquistarlos? Discúlpeme, camarada ministro de Defensa, pero ¿no tienen Francia e Inglaterra sus propios arsenales nucleares? ¿ Y por qué no habrían de cumplir los Estados Unidos la promesa de su tratado en el sentido de usar armas nucleares para defender a la OTAN? Sergetov se sorprendió ante el hecho de que uno de los miembros jóvenes hubiera puesto tan rápidamente las cartas sobre la mesa. Y más se sorprendió al ver que era el ministro de Asuntos Exteriores quien respondía. Pues bien, otra pieza del rompecabezas. Pero, ¿qué pensaba de todo esto la KGB? ¿ Por qué no se encontraba representada allí? El titular se estaba recuperando de una operación quirúrgica, pero tenía que haber ido alguien en su lugar..., a menos que eso se hubiera resuelto la noche anterior. —Nuestros objetivos deben ser limitados, y en forma evidente, lo cual nos obliga a realizar diversas tareas políticas. Primero, hemos de producir una sensación de seguridad en los Estados Unidos, para hacerles bajar la guardia hasta que sea demasiado tarde para que puedan reaccionar con todas sus fuerzas. Segundo, debemos intentar desenlazar la alianza de la OTAN, en sentido político. —El ministro de Asuntos Exteriores aventuró una extraña sonrisa—. Como ustedes saben, la KGB ha estado trabajando en ese plan desde hace varios años. Ahora se encuentra en su fase final. Se la explicaré. Así lo hizo, y Sergetov asintió con un movimiento de cabeza ante su audacia y, además, con una nueva comprensión del equilibrio de poder dentro de esa sala. De modo que se trataba de la KGB. Debió haberlo sabido. ¿Pero estaría de acuerdo el resto del Politburó? El ministro continuó: —Ustedes ven cómo ocurrirían las cosas. una pieza tras otra iría cayendo en su lugar. Dadas estas condiciones previas, con las aguas tan exhaustivamente enturbiadas, y el hecho de que proclamaríamos nuestra falta de intención de amenazar directamente, apreciamos que el riesgo nuclear, si bien existe, es menor que el riesgo ante el que se halla nuestra economía. Sergetov se echó hacia atrás en su sillón de cuero. Bueno, allí está: la guerra fría ofrecía menos riesgos que una paz de hielo y de hambre. Ya lo habían decidido. ¿O no? ¿ Podría ocurrir que alguna combinación de otros miembros del Politburó tuviera el poder o el prestigio que hacía falta para que se reconsiderara esa decisión? ¿Podría atreverse él a hablar en contra de esa locura? Tal vez una prudente pregunta antes: —¿Tenemos la capacidad necesaria para derrotar a la OTAN? Quedó helado ante la petulante e irresponsable respuesta: —Por supuesto —contestó la Defensa—. ¿Para qué cree usted que poseemos un Ejército? Ya lo hemos consultado con nuestros comandantes más antiguos. Y cuando usted nos pidió el mes pasado más acero para nuestros tanques, camarada ministro de Defensa, ¿acaso fue su fundamento que la OTAN era demasiado débil?, se preguntó Sergetov indignado. ¿Qué maquinaciones se habían estado realizando? ¿Habían hablado ya con sus asesores
  • 27. militares, o el ministro de Defensa explotaba su tan cacareada experiencia personal? ¿Se estaba dejando intimidar el secretario general por el ministro de Defensa? ¿Y por el ministro de Asuntos Exteriores? ¿Habrá objetado, por lo menos? ¿ Era así como se tomaban las decisiones para jugar el destino de las naciones? ¿Qué habría pensado de todo esto Vladimir Ilich? —Camaradas, ¡esto es una locura! —dijo Piotr Bromkovski, el más viejo entre todos ellos, frágil y de más de ochenta años, y cuya conversación a menudo divagaba sobre las épocas de idealismo, mucho tiempo atrás, cuando los miembros del Partido Comunista realmente creían ser Precursores en los vaivenes de la Historia; pero las purgas de Yezhovschina habían terminado con eso—. Si, es verdad que se nos plantea un grave peligro económico. Sí, nos hallamos ante un grave peligro para la seguridad del Estado, pero, ¿vamos a cambiarlo por un peligro aún mayor? ¿Considere lo que puede suceder..., camarada ministro de Defensa, antes de que usted pueda iniciar su conquista de la OTAN? ¿Cuánto tiempo precisaría para ello? —Estoy seguro de que, en cuatro meses, podemos tener nuestro Ejército completamente listo para operaciones de combate. —Cuatro meses. Supongo que dentro de cuatro meses vamos a tener combustible..., ¡combustible suficiente como para iniciar una guerra! —Petia era viejo, y nada tonto. —Camarada Sergetov. El secretario general hizo un gesto hacia la mesa, evadiendo una vez más su responsabilidad. ¿Qué partido tomar? El joven miembro candidato adoptó una rápida decisión. —La reserva de combustibles ligeros, es decir, gasolina, diesel, etc., es alta en estos momentos —tuvo que admitir Sergetov—. Siempre aprovechamos los meses de tiempo frío, cuando el consumo es bajo, para aumentar nuestras existencias, y a esto hay que agregar nuestros depósitos para defensa estratégica, suficientes para cuarenta y cinco... —¡Sesenta! —insistió el ministro de Defensa. —Cuarenta y cinco días es una cifra más realista, camarada. —Sergetov mantuvo su posición—. Mi departamento ha estudiado el consumo por las unidades militares como parte de un programa para incrementar las reservas estratégicas de combustible, algo que se descuidó en años pasados. Ahorrando en otras cosas y con ciertos sacrificios industriales, podemos aumentar la previsión a sesenta dias de existencia de guerra, y tal vez hasta setenta, además de darle a usted otras cantidades para expandir los entrenamientos militares. Los costes económicos a corto plazo no serán importantes; pero a mediados del verano la situación cambiará rápidamente. —Hizo una pausa, bastante inquieto por la facilidad con que había acompañado la decisión no expresada. He vendido mi alma... ¿O he actuado como un patriota? ¿Me he convertido en uno más de los hombres que se hallan en torno a esta mesa, o he dicho simplemente la verdad? ¿Y qué es verdad? De lo único que podía estar seguro, se dijo, es de que había sobrevivido. Por ahora—. Tenemos realmente una capacidad limitada, como les dije ayer, para reorganizar nuestra producción de destilados. En este caso, mi personal considera que un nueve por ciento de aumento en los combustibles de importancia militar se puede lograr..., basado en nuestra reducida producción. Debo prevenir, sin embargo, que los analistas de mi personal opinan que todas las estimaciones existentes de consumo de combustible en condiciones de combate son groseramente optimistas. Por fin, había realizado un débil intento de protesta.
  • 28. —Entréguenos el combustible, Mikhail Eduardovich —sonrió friamente el ministro de Defensa—, y nosotros nos ocuparemos de que sea utilizado de manera adecuada. Mis analistas estiman que podemos alcanzar nuestros objetivos en dos semanas, quizá menos..., pero voy a concederle el poder de las fuerzas de la OTAN, y duplicaré nuestras apreciaciones a treinta días. Aun así tendremos más que suficiente. —¿Y qué sucederá si la OTAN descubre nuestras intenciones? —preguntó el viejo Petia. —No lo harán. Ya estamos preparando nuestra maskirova, nuestras trampas. La OTAN no es una alianza fuerte. No puede serlo. Los ministros riñen por la contribución de cada país a la defensa. Sus pueblos están divididos y son débiles. No pueden estandarizar sus armas, y por esa razón su situación de abastecimiento es un caos total. Su miembro más importante y poderoso está separado de Europa por cinco mil kilómetros de océano. La Unión Soviética se halla a sólo una noche de viaje en tren hasta la frontera alemana. Pero, Petia, mi viejo amigo, responderé a su pregunta. Si todo fracasa y se descubren nuestras intenciones, siempre podremos detenernos, decir que estamos realizando unas maniobras, y volver a las condiciones de tiempo de paz... las cosas no serán peores que si no hacemos nada. Solamente golpearemos si todo está listo. En cualquier momento podremos retroceder. Todos los que estaban alrededor de la mesa sabían que eso era una mentira, aunque hábil, y nadie tuvo el coraje de denunciarla como tal. ¿Qué ejército había sido movilizado alguna vez tan sólo para ser retirado luego? No habló nadie más para oponerse al ministro de Defensa. Bromkovski continuó divagando unos minutos más, citando censuras de Lenin con respecto a poner en peligro la cuna del socialismo mundial; pero ni siquiera eso motivó respuesta alguna. El peligro para el Estado, concretamente para el Politburó y el partido, era manifiesto. No podía agravarse más. La alternativa era la guerra. Diez minutos después, el Politburó votó. Sergetov y sus ocho compañeros candidatos eran meros espectadores. El resultado de la votación fue de once a dos a favor de la guerra. El proceso había comenzado.
  • 29. FECHA—HORA 02/03 17:15 COPIA 01 DE 01 DE INFORME SOVIÉTICO BC—Informe Soviético, Jjt, 2310.FL. TASS Confirma Fuego en Campo Petrolífero.FL. EDS: Presentado en avance para SATURDAY PMs.FL. Por: Patrick Flynn.FL. Corresponsal de AP en Moscú MOSCU (AP). — TASS, la agencia de noticias soviética, ha confirmado hoy que «un tremendo incendio» se ha declarado en la región siberiana occidental de la Unión Soviética. Un artículo de última página en Pravda, el órgano oficial del Partido Comunista, daba cuenta del incendio, comentando que «el heroico cuerpo de bomberos» ha salvado innumerables vidas merced a su habilidad y entrega al deber, evitando también mayores daños a las cercanas instalaciones petrolíferas». Según se ha informado, el fuego se inició a causa «de un fallo técnico» en los sistemas automáticos de control de la refinería, y se extendió rápidamente, aunque fue sofocado en seguida «no sin pérdida de vidas entre los hombres valientes destinados a atacar el incendio, y los heroicos obreros que se apresuraron a acudir junto a sus camaradas». Aunque hay algunas diferencias con los informes occidentales, el fuego en esa zona se extinguió más rápidamente de lo esperado. las autoridades occidentales están especulando ahora acerca de la existencia de un sistema altamente sofisticado para combatir incendios construidos en la planta de Nizhnevartovsk que permitió a los soviéticos extinguir el fuego. AB.—BA—2—3 16: 01 EST.FL. **FIN DEL RELATO**
  • 30. 3. CORRELACIÓN DE FUERZAS MOSCU, URSS. —A mí no me preguntaron —explicó el jefe del Estado Mayor General, mariscal Shavyrin—. No pidieron mi opinión. La decisión política ya estaba tomada en el momento en que me llamaron el jueves a la noche. ¿Cuándo fue la última vez que el ministro de Defensa me consultó para una decisión estimativa importante? —¿Y qué dijiste tú? —preguntó el mariscal Rozhkov, comandante en jefe de las fuerzas terrestres. La respuesta inicial fue una sonrisa irónica y severa. —Que las fuerzas armadas de la Unión Soviética eran capaces de cumplir su misión si disponían de cuatro meses para prepararse. —Cuatro meses... —Rozhkov miró fijamente a través de la ventana; luego, se volvió—. No estaremos listos. —Las hostilidades comenzarán el 15 de junio —replicó Shavyrin—. Debemos hallarnos dispuestos, Yuri. ¿Y qué otra cosa podría haber hecho? ¿Hubieras querido que le dijera: «Lo siento, camarada secretario general, pero el Ejército soviético no es capaz de cumplir su misión»? Me habría destituido y remplazado por alguien más dócil..., tú sabes quién habría sido mi sustituto. ¿Hubieras preferido depender del mariscal Bukharin...? —¡Ese inbécil! —gruñó Rozhkov. Había sido el plan del entonces teniente general Bukharin el que decidió la invasión de Afganistán por el Ejército soviético. Profesionalmente era una nulidad, pero sus conexiones políticas no sólo lo habían salvado sino que le habían permitido continuar su carrera hasta alcanzar casi la culminación del poder uniformado. Bukharin era un hombre astuto. En ningún momento intervino personalmente en las operaciones de montaña, y así pudo señalar la brillantez de su plan en los papeles y quejarse de que lo habían ejecutado mal, después de que lo nombraran en el comando del distrito militar de Kiev, históricamente la puerta dorada hacia la jerarquía de mariscal. —¿Te habría gustado tenerlo en esta oficina, dictándote los planes que tú mismo deberías hacer? —preguntó Shavyrin. Rozhkov negó con la cabeza. Los dos hombres eran camaradas y amigos desde que comandaran tripulaciones de tanques en el mismo regimiento, cuando se efectuó la ofensiva hacia Viena en 1945. —¿Cómo vamos a hacerlo? —preguntó Rozhkov. —«Tormenta Roja» —contestó simplemente el mariscal. «Tormenta Roja» era el plan para la realización de un ataque mecanizado contra Alemania Occidental6 y los Países Bajos. Adaptado 6 Antes del derrumbe de la Unión Soviética, Alemania estuvo dividido en dos Estados, Alemania Occidental y Alemania Oriental. Ello fue consecuencia de las diferencias entre los estados victoriosos en la Segunda Guerra Mundial.
  • 31. constantemente a los cambios de estructuras de las fuerzas de ambos bandos, requería una campaña de dos a tres semanas que se iniciaría después de una rápida escalada de las tensiones entre el Este y el Oeste. A pesar de eso y según la clásica doctrina estratégica soviética, necesitaba también la sorpresa como condición previa para el triunfo, y el uso exclusivo de armas convencionales. —Por lo menos no se habla de armas atómicas —gruñó Rozhkov. Otros planes, con otros nombres y diferentes desarrollos, incluían además de los convencionales, armas nucleares tácticas y hasta estratégicas, algo que nadie de uniforme quería contemplar. A pesar de todo el patrioterismo de sus amos políticos, estos soldados profesionales sabían demasiado bien que el uso de armas nucleares no podía producir otra cosa que horribles incertidumbres. —¿Y la maskirova? —preguntó. —En dos partes. La primera es puramente política, para que funcione contra los Estados Unidos. La segunda, inmediatamente antes de que se inicie la guerra, es de la KGB. Tú lo sabes, el Grupo Nord de la KGB. La revisamos hace dos años. Rozhkov rezongó. El Grupo Nord era un comité ad hoc de los jefes de departamento de la KGB, reunido por primera vez a mediados de la década de los setenta, cuando el jefe de la KGB era Yuri Andropov. Su propósito consistía en investigar medios para romper la alianza de la OTAN y, en general, realizar operaciones políticas y psicológicas dirigidas a minar la voluntad de Occidente. Su plan específico para sacudir las estructuras militar y política de la OTAN en preparación para una guerra efectiva era el juego de manos que con mayor orgullo exhibía el Grupo Nord. ¿Pero daría resultado? Los dos antiguos oficiales compartieron una irónica mirada. Como la mayoría de los soldados profesionales, desconfiaban de los espías y de todos sus planes. —Cuatro meses —repitió Rozhkov—. Tenemos mucho que hacer. ¿Y si esos juegos de magia de la KGB fracasan? —Es un buen plan. Sólo necesita engañar a Occidente por una semana, aunque mejor serían dos. La clave, naturalmente, es con qué rapidez puede alcanzar su total aislamiento la OTAN. Si logramos demorar siete días el proceso de movilización, la victoria está asegurada. —¿Y si no? —preguntó vivamente Rozhkov, sabiendo que ni el retraso de siete días representaba garantía alguna. —En ese caso no está asegurada, pero el equilibrio de fuerzas se halla de nuestra parte. Tu lo sabes, Yuri. La opción de hacer retroceder a las fuerzas movilizadas no había sido tratada en ningún momento con el jefe del Estado Mayor General. —Ante todo deberemos mejorar la disciplina en toda la fuerza —dijo el comandante en jefe de las fuerzas terrestres—. Y tengo que informar de inmediato a nuestros comandantes más antiguos. Necesitamos iniciar operaciones de entrenamiento intensivo. ¿Cómo es de grave ese problema del combustible? Shavyrin mostró las notas a su subordinado. —Podría ser peor. Tenemos lo suficiente para efectuar un entrenamiento incrementado en las unidades. Tu función no es fácil, Yuri, pero cuatro meses es mucho tiempo para esa tarea, ¿no? No lo era, pero de nada valía manifestarlo.
  • 32. —Como has dicho, cuatro meses bastan para infundirles disciplina de combate. ¿Tendré mano libre? —Con limitaciones. —Una cosa es lograr que un soldado raso se cuadre ante las órdenes de un sargento, y otra muy distinta conseguir que oficiales acostumbrados a mover papeles cambien hasta convertirse en líderes de batalla. —Rozhkov orillaba el tema, pero su superior recibió el mensaje con suficiente claridad. —Mano libre en ambos casos, Yuri. Pero actúa con cuidado, por ti y por mí. Rozhkov movió ligeramente la cabeza, asintiendo. Sabía a quién iba a encomendar la realización de la misión. —Con las tropas que condujimos hace cuarenta años, Andrei, podríamos hacer esto. —Rozhkov se sentó—. En realidad tenemos ahora la misma materia prima que poseíamos entonces..., y mejores armas. El principal interrogante siguen siendo los hombres. Cuando llevamos nuestros tanques hasta Viena, nuestros soldados eran bravos, duros, veteranos... —Y también los bastardos de la SS que aplastamos —sonrió Shavyrin recordando—. No olvides que las mismas fuerzas son las que actúan en Occidente, y aún mejores. ¿Hasta qué punto combatirán bien, sorprendidas y divididas? Lo nuestro puede tener éxito. Nosotros debemos hacer que lo tenga. —El lunes voy a reunirme con nuestros comandantes de campo. Se lo diré personalmente.
  • 33. NORFOLK, VIRGINIA. —Espero que lo cuide bien —dijo el alcalde. Pasó un momento antes de que el capitán de fragata Daniel X. McCafferty reaccionara. Hacía sólo seis semanas que el USS7 Chicago estaba en servicio; un incendio en el astillero había demorado su terminación, y la ceremonia de puesta en servicio activo se malogró por la ausencia del alcalde de Chicago a causa de una huelga de trabajadores de la ciudad. Al regresar de cinco semanas de duras tareas de puesta a punto en el Atlántico, su dotación se hallaba ahora cargando provisiones para su primera intervención operativa. McCafferty seguía extasiado con su nuevo comando, y no se cansaba de mirar a su flamante nave. Había hecho pasear al alcalde a lo largo de la curvada cubierta superior, la primera parte del recorrido en cualquier submarino, aunque por allí no había casi nada que ver. —¿Me decía? —Que cuide muy bien a nuestro barco —repuso el alcalde de Chicago. —Les llamamos buques, señor, y yo me ocuparé de cuidárselo muy bien. ¿Quiere reunirse con nosotros en la cámara de oficiales? —Más escaleras. El alcalde simuló una mueca, pero McCafferty sabía que el hombre había sido jefe de bomberos. Hubiera sido útil hace unos meses, pensó el capitán de fragata. —¿Hacia dónde parten ustedes mañana? —preguntó el Visitante. —Al mar, señor. El comandante del buque empezó a bajar por la escalera. El alcalde de Chicago lo siguió. —Me lo imaginaba. Para ser un hombre próximo a los sesenta años, utilizó la escalera de acero con bastante facilidad. Se encontraron de nuevo abajo. —¿Qué hacen exactamente en estas cosas? —Señor, en la Armada lo denominamos «investigación oceanográfica». McCafferty le indicó el camino hacia proa, dándose vuelta con una sonrisa al responder la torpe pregunta. las cosas estaban empezando rápido para el Chicago. La Armada quería saber cuánto tenían de efectivos sus nuevos sistemas de silenciamiento. Todo pareció muy bien en las corridas de pruebas acústicas frente a las Bahamas. Ahora querían saber si funcionaban igualmente bien en el mar de Barents. El alcalde rió al saberlo. —¡Ah, supongo que irán a contar ballenas para Greenpeace. —Bueno, puedo asegurarle que hay ballenas en el lugar al que vamos. 7 USS. United States Ship, buque de los Estados Unidos. (N. del T.)
  • 34. —¿Qué son esas tejuelas en el piso? Nunca supe que los barcos tuvieran pisos de goma. —Se llaman planchuelas anecoicas, señor. La goma absorbe las ondas de sonido. Nos hace más silenciosos en nuestra operación y más difíciles de detectar con el sonar si alguien nos encuentra. ¿Café? —Hubiera pensado que en un día como éste... El comandante se rió. —Yo también. Pero va en contra de los reglamentos. El alcalde levantó su taza y la hizo chocar contra la de McCafferty. —Suerte. —Brindo por eso.
  • 35. MOSCU, URSS Se reunieron en el «Club Principal de Oficiales» del distrito militar de Moscú, en Ulitsa Krasnokazarmermaya, un impresionante e imponente edificio de los tiempos de los zares. Era la época del año en que solían conferenciar en Moscú los comandantes de campo, y esos encuentros siempre daban ocasión para celebrar copiosos banquetes protocolarios. Rozhkov saludó a sus compañeros oficiales en la entrada principal y, una vez que todos estuvieron reunidos, los condujo escaleras abajo hasta la decorada sala de baños de vapor. Estaban presentes todos los comandantes de teatros de operaciones, cada uno de ellos acompañado por su segundo, su comandante de la fuerza aérea y los comandantes de flotas: una pequeña galaxia de soles, estrellas, cintas doradas y galones. Diez minutos después, desnudos excepto por un par de pequeñas toallas y un puñado de ramas de abedul en sus manos, no eran otra cosa que un grupo más de hombres de mediana edad, tal vez un poquito más en línea que el promedio en la Unión Soviética. Todos se conocían entre sí. Aunque algunos fueran rivales, formaban parte de la misma profesión; en la intimidad característica de los baños de vapor en Rusia, conversaron de asuntos sin importancia durante algunos minutos. Muchos de ellos ya eran abuelos, y hablaban animadamente sobre sus descendientes. A pesar de las competencias personales era normal confiar que, entre los oficiales antiguos, cada uno de ellos habría de cuidar las carreras de los hijos de sus camaradas, y así intercambiaban breves informaciones sobre cuáles de ellos tenían hijos bajo los comandos de otros y anhelaban promociones a ciertos nuevos puestos. Finalmente llegaron a la clásica disputa de los rusos sobre la «fuerza» del vapor. Rozhkov terminó perentoriamente la discusión con una fina pero constante lluvia de agua fría sobre los calientes ladrillos que ocupaban el centro de la sala. El silbido resultante sería suficiente para interferir cualquier dispositivo de escucha que hubiera en el local, si el aíre húmedo no lo había corroído ya hasta inutilizarlo. Rozhkov no había anticipado el menor indicio de lo que estaba ocurriendo. Pensaba que era mejor que se impresionaran al darles a conocer la situación, obteniendo así reacciones francas en el momento. —Camaradas, debo anunciarles algo. Las conversaciones se silenciaron, y los hombres lo miraron intrigados. Aquí vamos: —Camaradas, el 15 de junio de este año, apenas dentro de cuatro meses, lanzaremos una ofensiva contra la OTAN. Por un momento sólo se oyó el silbido del vapor, después, tres de los presentes lanzaron una carcajada; habían bebido unos tragos en la santidad de sus autos oficiales en viaje desde el Kremlin. Los que estaban más cerca y pudieron ver la cara del comandante en jefe terrestre, no rieron. —¿Habla en serio, camarada mariscal? —preguntó el Comandante en jefe del Teatro Oeste y al recibir un asentimiento como respuesta, continuó—: Entonces tal vez pueda tener la amabilidad de explicar el motivo de esa acción. —Por supuesto. Todos ustedes se hallan enterados del desastre del campo petrolífero de Nizhnevartovsk. Lo que no conocen todavía son sus consecuencias estratégicas y políticas. —Tardó seis tensos minutos en resumir todo lo que había decidido el Politburó.—. En poco más de cuatro meses, a partir de ahora, lanzaremos la operación militar más crucial en la historia de la Unión Soviética: la destrucción de la OTAN como fuerza política y militar. Y triunfaremos.
  • 36. Cuando hubo terminado, miró fijamente y en silencio a los oficiales. El vapor estaba produciendo el efecto deseado en la asamblea de comandantes. Su intenso calor les afectaba la respiración y devolvió la sobriedad a los que habían estado bebiendo. Y les hizo sudar. «Van a sudar mucho más todavía en los próximos meses», pensó Rozhkov. Entonces, Pavel Alekseyev, segundo comandante del Teatro Sudoeste, habló: —Había oído rumores —dijo—. ¿Pero es tan malo? —Si. Tenemos abastecimientos de petróleo y derivados suficientes para doce meses de operaciones normales, o para sesenta días de operaciones de guerra después de un breve período de actividades de entrenamiento intensivo hasta mediados de junio. No dijo que a costa de destrozar la economía nacional. Alekseyev se inclinó hacia delante y se dio unos golpes con su manojo de ramas. El gesto resultó extrañamente parecido al de un león al agitar la cola. A los cincuenta años era el segundo de los oficiales más jóvenes que se encontraban allí, un soldado respetado desde el punto de vista intelectual y un hombre elegante y apuesto, con hombros de hachero. Sus ojos oscuros e intensos se entrecerraron mirando hacia abajo a través de la columna de vapor que se levantaba. —¿Mediados de junio? —Sí —repuso Rozhkov—. Disponemos de ese tiempo para preparar nuestros planes y nuestras tropas. El comandante en jefe terrestre miró alrededor. El techo estaba ya parcialmente oscurecido por la bruma. —Supongo que estamos aquí para poder hablar con franqueza entre nosotros, ¿no? —Así es, Pavel Leonidovich —replicó Rozhkov, que no se había sorprendido lo más mínimo de que Alekseyev fuera el primero en hablar. El comandante en jefe terrestre había adelantado cuidadosamente su carrera durante la última década. Era el único hijo de un agresivo general de tanques de la gran guerra patriótica, uno de los muchos hombres valiosos que se vieron privados de su pensión durante las incruentas purgas de Nikita Kruschev en los años finales de la década de los cincuenta. —Camaradas. —Alekseyev se puso de pie, descendiendo lentamente por los bancos hasta el suelo de mármol—. Yo acepto todo lo que nos ha dicho el mariscal Rozhkov. Pero..., ¡cuatro meses! Cuatro meses durante los cuales pueden detectarnos, cuatro meses en los que es posible perder totalmente el elemento sorpresa. Y entonces, ¿qué puede ocurrir? No, nosotros ya tenemos un plan para esto: ¡Zhukov—4! ¡Movilización al instante! Todos podemos volver a nuestros comandos en seis horas. Si vamos a realizar un ataque sorpresa, hagámoslo de manera que nadie pueda detectarlo a tiempo..., ¡setenta y dos horas a partir de este momento! De nuevo el único sonido en la sala fue el del agua que se convertía en vapor sobre los ladrillos de color pardo. Luego, el local estalló en un pandemonio. Zhukov—4 era la variante de invierno de un plan según el cual se descubría hipotéticamente la intención de la OTAN de lanzar un ataque por sorpresa contra las fuerzas del Pacto de Varsovia. En tal caso, la doctrina militar soviética era la misma que la de cualquier otra nación: la mejor defensa es un buen ataque. Por tanto, había que aferrar a los ejércitos de la OTAN atacándolos de inmediato con las divisiones mecanizadas categoría A de Alemania Oriental.