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Table of Contents
AL FILO DE LA VICTORIA I – CONQUISTA
Prólogo
Parte I. El Praxeum
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Parte II. Los deshonrados y los cuidadores
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Parte III. Conquista
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Epílogo
Mapas
Sin estar contento con la destrucción que ya han causado los yuuzhan vong, el Maestro de
Guerra Tsavong Lah ha exigido las cabezas de todos los Jedi. Ahora los Caballeros Jedi están
en peligro terrible, y nadie más que los jóvenes estudiantes en la academia Jedi en Yavin 4.
Ya los simpatizantes conocidos como la Brigada de la Paz están en el sistema Yavin y una
flota yuuzhan vongno puede estar lejos.
A petición de Luke Skywalker, Talon Karrde monta una expedición para rescatar a los
jóvenes estudiantes. Anakin Solo tiene sus propias ideas. Impaciente, y pensando que es más
fácil pedir perdónque pedir permiso, él sale hacia Yavin 4 en su X-Wing.
Cuando se trata de confianza, valor y talento puro de la Fuerza, Anakin tiene pocos iguales.
Pero cuando su amiga Tahiri es separada de los otros niños de la academia y capturada por
los yuuzhan vong, la situación se pondrá difícil incluso Anakin. Pues los alienígenas no se
detendránante nada paralograrsus fines horrendos…
Greg Keyes
Al filo de la victoria I - Conquista
La Nueva Orden Jedi 07
ePub r1.1
Ronstad 06.11.2013
Título original: Edge of Victory I - Conquest.
Greg Keyes,2001
Traducción: Francisco Pérez Navarro
Diseño de portada: Terese Nielsen
Editor digital: Ronstad
ePub base r1.0
PRÓLOGO
orsk 82 se agachó tras los escalones de piedra del muelle, justo a tiempo de esquivar
el disparo láser procedente de la orilla opuesta.
—Deprisa, subid a bordo de mi nave —ordenó a todos los que se encontraban a su
cargo—. Nos han vuelto a encontrar.
Era una obviedad. Por el dique se acercaba una chusma compuesta por unos cincuenta
aqualish, empujándose unos a otros y gritando con voz ronca. La mayoría empuñando
armas improvisadas —palos, cuchillos, piedras…—, pero unos cuantos empuñaban picas de
fuerza y al menos uno llevaba una pistola láser, como demostraba el humo que se
desprendía del muelle de embarque.
—Venga con nosotros, Maestro Dorsk —le rogó el androide de protocolo 3D-4 que se
encontraba tras él.
Dorsk asintió con su cabeza calva y moteada de amarillo y verde.
—Enseguida. Tengo que retrasar su avance, ganar tiempo para que todo el mundo
pueda embarcar.
—No puede detenerlos usted solo, señor.
—Creo que sí. Además, he de intentar dialogar con ellos. Esto es insensato.
—¡Se han vuelto locos! —exclamó el androide—. ¡Están destruyendo androides por
toda la ciudad!
—No están locos, sólo aterrorizados —matizó Dorsk—. Los yuuzhan vong están en
Ando, y pueden llegar a conquistar todo el planeta.
—Pero, Maestro Dorsk, ¿por qué destruyen androides?
—Porque los yuuzhan vong odian las máquinas —respondió el clon khommita—. Las
consideran abominaciones.
—¿Cómo es posible? ¿Por qué van a creer eso?
D
—No lo sé, pero es un hecho —cortó Dorsk—. Vete, por favor. Ayuda a los otros a
embarcar. Mi piloto ya está a los mandos y tiene sus instrucciones. Os llevará a vuestro
destino si me sucede algo.
—¿Por qué nos ayuda, señor? —dudó el androide.
—Porque soy un Jedi y porque puedo. No merecéis ser destruidos.
—Usted tampoco, señor.
—Gracias. Pero no pretendo ser destruido.
Alzó de nuevo la cabeza, mientras el androide guiaba a sus compañeros hasta la nave.
La multitud había llegado a la antigua calzada de piedra que conectaba la ciudad-atolón
de Imthitill con la abandonada plataforma de pesca tras la que Dorsk se encontraba
agachado. Parecía que todos iban a pie, lo cual significaba que sólo debía impedirles cruzar
la calzada.
Dorsk impulsó su delgado cuerpo hasta la calzada con un único salto, abandonando la
cobertura que le proporcionaba la plataforma de pesca. Sosteniendo su sable láser a un
lado, contempló como se acercaba la multitud.
Soy un Jedi, pensó, y un Jedi no conoce el miedo.
Y, sorprendentemente, casi no lo sentía. Su entrenamiento con el Maestro Skywalker
había estado salpicado de ataques de pánico. Dorsk era el octogésimo segundo clon del
primer khommita que llevó ese nombre. Creció en un mundo satisfecho con su peculiar tipo
de perfección, y eso no lo había preparado para el peligro, el miedo o incluso lo inesperado.
Hubo momentos en que creyó que nunca podría ser tan valiente como los demás
estudiantes Jedi o que nunca alcanzaría los estándares establecidos por su famoso
predecesor, Dorsk 81.
Pero, al ver los grandes y oscuros ojos de la multitud que se acercaba, sólo sintió una
suave tristeza por lo que les impulsaba a plantar cara en aquella situación. Debían tener un
miedo horrible a los yuuzhan vong.
La destrucción de androides había empezado a pequeña escala, casi doméstica, pero en
pocos días se convirtió en una epidemia planetaria. El gobierno de Ando —si tal cosa
existía—, no animaba tal brutalidad, pero tampoco la condenaba mientras no saliera herido
o muriera algún no androide. Al no contar con la intervención de la policía, Dorsk 82 era la
única oportunidad que les quedaba a los androides, y no pensaba fallarles. Ya había fallado
a demasiada gente.
Conectó su sable láser y, por un instante, fue consciente de todo lo que lo rodeaba. El sol
poniente vertía una gloriosa mancha de fuego anaranjado sobre el océano y convertía en
castillos de llamas las nubes altas que se alzaban por el horizonte. Más arriba todavía, el
cielo adquiría un color mezcla de jade dorado y aguamarina, antes de dar paso a la noche.
Las luces en las cilindricas torres blancas de Imthitill parpadeaban encendiéndose una tras
otra, así como las de las plataformas de pesca que flotaban sobre las profundidades,
adornando el océano de solitarias constelaciones.
Su planeta natal no contaba con espectáculos tan indómitos. El tiempo en Khomm era
tan predecible y homogéneo como sus habitantes. Probablemente él, Dorsk 82, era el único
de toda su especie que podía apreciar ese cielo o las olas del mar vestidas de acero.
El aire salado soplaba a su alrededor y levantó la barbilla para aspirarlo, para apreciarlo
mejor. De algún modo, tras tantos años, por fin sentía que estaba haciendo lo que siempre
había soñado.
Un aqualish se adelantó a los demás. Era más bajo que la mayoría, con los colmillos
recortados al estilo local. Llevaba el traje de obrero manchado de grasa.
—Apártate, Jedi —ordenó—. Esos androides no son asunto tuyo.
—Esos androides están bajo mi protección —contestó Dorsk con serenidad.
—No tienes por qué protegerlos, Jedi —replicó el aqualish—. Si sus dueños no
protestan, tú no tienes nada que decir en este asunto.
—Discrepo —dijo Dorsk—. Y te ruego que atiendas a razones. Destruir a los androides
no aplacará a los yuuzhan vong. Nada los aplacará.
—Eso es asunto nuestro —gritó el portavoz del grupo—. Éste no es tu planeta, Jedi; es
el nuestro, ¿no te has enterado? Los yuuzhan vong han tomado Duro.
—No lo sabía —admitió Dorsk—, pero no importa. Volved a vuestros hogares en paz, no
quiero causaros ningún daño. Me llevaré a los androides y no volveréis a verlos nunca. Lo
juro.
Esta vez vio alzarse la pistola láser, empuñada por un aqualish semioculto entre la
multitud. Dorsk recurrió a la Fuerza y arrancó el arma del puño de su dueño, haciéndola
volar por los aires hasta su mano izquierda.
—Por favor —repitió pacientemente.
Durante un eterno segundo nadie se movió. Dorsk sintió que los aqualish vacilaban,
pero formaban un grupo terco y violento. Hubiera sido más fácil detener el proceso de una
estrella convirtiéndose en nova que calmar a toda aquella multitud.
Escuchó un repentino zumbido y vio acercarse un deslizador de seguridad. Dio un paso
atrás y permitió que se interpusiera entre la multitud y él. No relajó la guardia, ni siquiera
cuando desembarcaron ocho soldados aqualish enfundados en brillante armadura amarilla
e hicieron retroceder a sus congéneres.
El oficial que comandaba la patrulla se acercó hasta él.
—¿Qué ocurre aquí? —preguntó.
—Esta gente intenta destruir un grupo de androides —explicó Dorsk, señalando con la
cabeza a la multitud. Yo los protejo.
—Entiendo —dijo el oficial—. ¿Ésa es tu nave?
—Sí.
—¿Hay algún otro Jedi a bordo?
—No.
—Muy bien —el oficial habló por un pequeño comunicador en tono demasiado bajo
como para que Dorsk pudiera oírlo, pero el clon se dio cuenta repentinamente de lo que
estaba a punto de suceder.
—¡No! —gritó.
Giró sobre sus talones y corrió hacia la nave. Pero, mientras lo hacía, frente a él cayeron
varios dardos de luz demasiado brillantes para mirarlos a simple vista. Una columna de
fuego blanco saltó hacia el cielo, arrastrando fragmentos de lo que había sido su nave, su
piloto y treinta y ocho androides.
Dorsk seguía mirando los restos absorto, moviendo la boca sin emitir un solo sonido
ante tanta destrucción insensata, cuando lo golpeó el bastón aturdidor. Cayó al suelo
girando sobre sí mismo, lanzando la misma mirada de incomprensión a sus atacantes.
El oficial que había hablado con él blandía orgulloso el bastón.
—No te muevas, Jedi, y vivirás.
—¿Qué? ¿Por qué…?
—Supongo que no te has enterado. Los yuuzhan vong nos han propuesto la paz.
Detendrán la conquista de Duro y se marcharán de Ando si les entregamos a todos los Jedi.
Os prefieren vivos, pero también os aceptan muertos.
Dorsk 82 invocó la Fuerza, hizo que se llevase el dolor y la parálisis del bastón aturdidor
y se puso en pie.
—Tira tu sable láser al suelo, Jedi —ordenó el oficial.
Dorsk se irguió y contempló las bocas de los cañones de las armas láser. Dejó caer la
que había tomado de la multitud y enganchó el sable láser a su cinturón.
—No lucharé con vosotros —dijo por fin.
—Bien. Entonces, no te importará entregarme tu arma.
—Los yuuzhan vong no mantendrán su palabra. Su única intención es que vosotros les
libréis de sus peores enemigos. Con los Jedi fuera de combate, vendrán a por vosotros. Si
me traicionáis, os traicionáis a vosotros mismos.
—Nos arriesgaremos —dijo el funcionario.
—Me voy y no me detendrás —señaló Dorsk con un ligero movimiento de su mano.
—Te irás y no te detendré —corroboró el oficial.
—Ni lo hará ninguno de vosotros.
Dorsk 82 empezó a caminar. Uno de los soldados, de voluntad más fuerte que los
demás, alzó su láser con mano temblorosa.
—No lo hagas —rogó Dorsk. Y extendió la mano.
El disparo del láser sólo le rozó la palma, obligándole a dar un paso atrás, pero además
liberó al resto de la patrulla de la sugestión hipnótica que el Jedi había impuesto en sus
mentes. El siguiente disparo abrió un agujero en su muslo. Dorsk cayó de rodillas.
—Basta —ladró el oficial—. No más trucos mentales.
Dorsk se obligó a ponerse nuevamente en pie dolorosa, torturadamente. Dio otro paso
adelante.
Soy un Jedi. Y un Jedi no conoce el miedo.
La descarga masiva de láseres iluminó el crepúsculo.
* * *
Socorro.
La señal automática era débil pero clara.
—Los hemos encontrado —exclamó Uldir alborozado—. Te lo había dicho, ¿verdad?
Dacholder, su copiloto, le palmeó la espalda.
—Nunca lo dudé, amigo. Eres el mejor rescatador de toda la unidad.
—Tengo buena suerte, eso es todo —matizó Uldir—. Intenta contactar con ellos.
—Dalo por hecho —Dacholder activó el comunicador—. Orgullo de Thela a nave
siniestrada, ¿pueden oírme?
La respuesta sólo fue estática, pero estática modulada.
—Eso es que intentan contestar, pero su comunicador debe estar estropeado —informó
Uldir—. Quizá cuando nos acerquemos más… ¡Eh, ahí están!
Los sensores de largo alcance mostraron una nave en el espacio, inmóvil, del tamaño de
un transporte mediano. Tenía que ser la Baza Victoriosa, un yate de placer desaparecido
tras realizar un salto desde el sector corelliano. Ese salto lo había llevado peligrosamente
cerca de Obroa-Skai, ahora en pleno espacio yuuzhan vong. Aunque no habían atacado
ningún otro planeta desde la caída de Duro, los yuuzhan vong habían sembrado su espacio
con dovin basal, que arrancaban del hiperespacio a todas las naves que eran lo bastante
atrevidas o descuidadas como para acercarse a sus nebulosas fronteras. La mayoría no
volvía a ser vista, pero la Baza Victoriosa había conseguido lanzar una confusa transmisión
a lo largo de la Ruta Comercial Perlemiana, no lejos del Sector Meridian. Seguía siendo una
ingente cantidad de espacio, pero el rastreo y salvamento había sido el negocio de Uldir los
últimos seis años. A la madura edad de veintidós años, era uno de los mejores pilotos del
cuerpo.
—Justo en el blanco —dijo Dacholder—. Felicidades de nuevo.
—Gracias, Doc.
Dacholder era un poco más viejo que Uldir, con su pelo prematuramente veteado de gris
que retrocedía tan rápidamente en su frente que Uldir casi podía verlo caer. No era un gran
piloto pero sí bastante competente, y a Uldir le gustaba.
—Oye, Uldir, nunca te lo he preguntado, pero… —empezó Dacholder en tono
inquisitivo—. ¿Por qué no solicitaste que te transfirieran a una unidad militar cuando
llegaron los vong? Por tu forma de volar, podrías ser todo un as.
—Demasiado peligroso para mí —respondió Uldir.
—Tonterías. Las misiones de rescate son el doble de peligrosas y sólo contamos con una
décima parte de la potencia de fuego de una nave de combate. Dicen que durante la caída
de Duro recogiste a tres pilotos derribados sin contar con ningún apoyo, mientras te
acosaban cuatro cazas coralitas.
—Tuve mucha suerte —objetó Uldir.
—¿Seguro que sólo fue suerte?
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, dicen que asististe a la academia Jedi de Skywalker…
Uldir soltó una carcajada.
—Asistir no es la palabra adecuada. Estuve allí, sí, pero causé un montón de problemas
en muy poco tiempo, y no tenía ningún talento para ser Jedi. A pesar de todo, quizá tengas
razón. Pensé que, ya que no podía ser Jedi, al menos podría emularlos, y búsqueda y rescate
me pareció la mejor manera de intentarlo. En tiempos de guerra somos tan necesarios
como los pilotos de caza.
—Y no tienes que matar.
Uldir se encogió de hombros.
—Me parece bien. Por cierto, ¿desde cuándo te preocupas tanto por mí, Doc? —amplió
la imagen de la nave en su pantalla—. Mira eso, no parece demasiado dañada. Puede que ni
siquiera hayan sufrido muchas bajas.
—Ojalá —dijo Dacholder.
—¿Ves algo más ahí fuera?
—Nada.
—Eso es bueno. No hemos entrado en el espacio yuuzhan vong, pero casi. A pesar de
todo lo que he trasteado en esta preciosidad, no me gustaría enfrentarme a uno de sus
interceptores.
—He notado que le has sacado otro veinte por ciento más de rendimiento a los
amortiguadores inerciales. Buen trabajo.
—Una demostración de lo que puede hacerse cuando no tienes más vida que el servicio,
supongo —filosofó Uldir. Ajustó un poco más la trayectoria—. Se diría que tienen
dificultades, pero su sistema de soporte vital parece estar en buenas condiciones.
—Sí.
Uldir le echó una mirada de reojo a su copiloto. Doc parecía un poco nervioso, lo que
resultaba extraño. No es que fuera el más intrépido de la unidad, pero tampoco era ningún
cobarde. Quizá se debiera a que se encontraban lejos de su base y sin apoyo. La guerra los
obligaba a diseminar todos sus recursos en un frente demasiado amplio.
—Uldir… —dijo Dacholder de repente.
—¿Sí?
—¿Crees que podremos derrotarlos…? Me refiero a los vong.
—Ésa es una pregunta tonta —aseguró Uldir—. Claro que los derrotaremos. Sólo nos
han sorprendido, eso es todo. En cuanto los militares actúen unidos y coordinados, y
atraigan a su lado a los Jedi, los yuuzhan vong no tardarán en salir por piernas.
Dacholder se mantuvo en silencio, mientras contemplaba como la nave a la deriva
aumentaba de tamaño en la pantalla.
—Pues yo no creo que podamos vencerlos —dijo por fin en voz baja—. Para empezar,
creo que ni siquiera deberíamos combatir contra ellos.
—¿A qué te refieres?
—Mira, digas lo que digas, no han dejado de darnos patadas en el culo desde que
aparecieron. Si continúan atacando, se apoderarán de Coruscant antes de que nos demos
cuenta.
—Eso es muy derrotista.
—Eso es muy realista.
—Entonces, ¿qué debemos hacer? —preguntó Uldir—. ¿Crees que debemos rendirnos?
—No, eso tampoco. Mira, no hay tantos vong y ya tienen todos los planetas que
necesitan, lo han reconocido. No han seguido avanzando desde Duro y no creo que lo
hagan…
La consola atrajo la atención de Uldir y no escuchó el resto de lo que decía Dacholder.
—Espera un momento —cortó—. Aléjate de esa nave.
—¿Por qué?
—Porque estaba fingiendo, por eso. Acaban de activar todos sus sistemas y nos intenta
atrapar con un rayo tractor.
Empezó a programar una maniobra evasiva.
—Deja que nos atrape, Uldir —dijo Dacholder—. No me obligues a usar esto.
Ante la sorpresa de Uldir, esto era una pistola láser. Y su copiloto le apuntaba con ella a
la cabeza.
—¿Doc? ¿Qué estás haciendo?
—Lo siento, amigo. Me caes bien y esto me disgusta tanto como beber ácido, pero tengo
que hacerlo.
—¿Qué tienes que hacer?
—El Maestro Bélico yuuzhan vong fue muy concreto. Quiere a todos los Jedi.
—¡Doc, idiota, no soy un Jedi!
—Existe una lista, Uldir, y tu nombre está en ella.
—¿Una lista? ¿Qué lista? ¿Quién ha hecho esa lista? Los yuuzhan vong no, seguro,
porque no tienen forma de saber quién ha asistido a la academia Jedi y quién no.
—Exacto. Pero algunos de los nuestros están situados en puestos muy importantes.
Uldir entrecerró los ojos.
—¿Los nuestros? ¿Eres miembro de la Brigada de la Paz, Doc?
—Sí.
—¡Por todos los…! —Uldir se detuvo en seco—. Y esa nave… esa nave es la que va a
llevarme con los yuuzhan vong, ¿verdad?
—No es idea mía, amigo, sólo cumplo órdenes. Ahora, pórtate bien y deja que nos
aborden.
—No soy un Jedi —repitió Uldir.
—¿Ah, no? Pues siempre he pensado que tenías demasiada suerte. Pareces prever las
cosas antes de que sucedan.
—Muy cierto. ¿Te refieres a que preveo cosas como ésta?
—En el fondo, no importa si eres un Jedi o no. Lo que importa es que ellos creen que lo
eres. Y seguro que sabes cosas que les interesan.
—No lo hagas, Doc, te lo ruego. Sabes perfectamente lo que los yuuzhan vong les hacen
a sus víctimas. ¿Cómo puedes pensar siquiera en hacer un trato con ellos? ¡Por el espacio,
destruyeron Ithor!
—Dicen que el responsable fue un Jedi llamado Corran Horn.
—Pura mierda de bantha.
Dacholder suspiró.
—Contaré hasta tres, Uldir.
—No lo hagas, Doc.
—Uno.
—No pienso ir con ellos.
—Dos.
—Por favor.
—Tr…
No pudo terminar. Apenas había empezado a pronunciar la palabra, Dacholder se
encontró en el vacío, a veinte metros de distancia de la nave y acelerando. Uldir selló la
cabina del piloto con las orejas a punto de estallar y sintiendo un hormigueo por toda la
cara debido a su breve exposición a la nada. Contempló cómo se alejaba el asiento del
copiloto con su ocupante.
—Lo siento, Doc, no me dejaste elección —musitó—. Supongo que no te expliqué
detalladamente todas mis modificaciones.
Dio potencia al acelerador, ganando rápidamente terreno al yate de placer. Cuando la
Baza Victoriosa reaccionó, Uldir ya había alcanzado la velocidad-luz y desaparecido.
¿Dónde aparecería? No lo sabía.
¿Sobreviviría al salto hiperespacial? Y si lo conseguía, ¿qué ocurriría con los verdaderos
Jedi, con sus compañeros de academia?
No podía huir y esconderse, el Maestro Skywalker tenía que saber lo que estaba
pasando. Ya pensaría después en sí mismo.
* * *
Swilja Fenn intentaba mantenerse en pie. Es algo básico, algo que ni siquiera se piensa
conscientemente. Pero la larga persecución en Cujicor, la abundante pérdida de sangre y el
encarcelamiento en la nave de la Brigada de la Paz hacían que cosas tan básicas como
aquélla suponían un verdadero suplicio. Extrajo energía de la Fuerza e hizo restallar de
impotencia su lekku.
Los matones de la Brigada de la Paz la habían derribado, atado y abandonado medio sin
sentido en alguna luna sin nombre, tras anular la gravedad. Poco después aparecieron los
yuuzhan vong. Tras cortar sus ligaduras, las sustituyeron por una viscosa sustancia viviente
semejante a la gelatina, mientras la insultaban en un idioma que parecía compuesto
enteramente de maldiciones.
Después, más viajes en lugares oscuros hasta llegar allí, a aquella vasta cámara que
parecía excavada en un enorme pedazo de carne cruda. Y olía como si realmente fuera así.
Swilja oyó a alguien que se acercaba desde la oscuridad y oyó las sombras que se
aglomeraban en el extremo más lejano de la sala.
—¿Qué queréis de mí, sucios excrementos de lylek? —gruñó, olvidando por un segundo
su instrucción Jedi.
Recibió un puñetazo en la cara lo bastante fuerte como para derribarla.
Cuando consiguió levantarse, él ya estaba de pie frente a ella.
A los yuuzhan vong les gustaban las cicatrices, los cortes y los tatuajes en la cara, los
dedos cercenados. Cuanto más arriba se encontraban en la cadena alimenticia, menos
partes intactas de su cuerpo quedaban. O, por lo menos, menos partes originales porque
también les encantaban los implantes.
El yuuzhan vong que se encontraba frente a ella debía estar muy arriba en esa cadena,
porque parecía haberse caído dentro de una caja llena de vibrocuchillos activados. Manchas
del color de la sangre seca cubrían la mayor parte de su cuerpo, y una especie de capa
colgaba de sus hombros. Una capa que se retorcía lentamente por sí sola.
Y como le había pasado con el otro yuuzhan vong, no estaba allí para ella, no lo sentía en
la Fuerza. Si fuera un twi’leko, un humano o un rodiano, podría detener su corazón gracias
a la Fuerza o lanzarlo contra el techo y romperle el cuello. Lo haría sin dudarlo aunque eso
significara caer en el Lado Oscuro, porque así libraría para siempre a la galaxia de su
presencia.
Intentó hacer lo más aproximado a eso: lanzarse contra él y arrancarle los ojos. Estaba a
un escaso metro de distancia. Al menos se llevaría con ella a uno de aquellos gusanos.
Por desgracia, lo más aproximado resultó ser también lo menos eficaz. El mismo
guardia que la había golpeado poco antes se movió con una velocidad cegadora, la frenó
sujetándola por un lekku y le hizo retroceder. La sostuvo mientras el otro monstruo se
enfrentaba a ella.
—Te conozco —dijo Swilja escupiéndole sangre y dientes—. Eres Tsavong Lah, el que
ha pedido nuestras cabezas.
—Soy el Maestro Bélico Tsavong Lah —confirmó el monstruo.
Ella volvió a escupirle. La saliva le empapó la mano, pero él la ignoró, negándole hasta la
pírrica victoria de irritarlo.
—Te felicito por demostrar que eres digna de ser sacrificada con honor —admitió
Tsavong Lah—. Eres mucho más admirable que la escoria cobarde que te ha entregado a
nosotros. Cuando llegue el momento simplemente morirán, no nos burlaremos de los dioses
ofreciéndoselos en sacrificio.
De repente, mostró más del interior de su boca de lo que a Swilja le hubiera gustado ver.
Podía ser tanto una mueca como una sonrisa despreciativa.
—Si sabes quién soy, sabes lo que quiero —siguió Tsavong Lah—. Sabes a quién quiero.
—No tengo ni idea de lo que quieres. Por lo que sé de ti, bien podría ser un hutt
enfermo.
Tsavong Lah se relamió los labios y movió ligeramente el cuello. Sus ojos la taladraron.
—Ayúdame a encontrar a Jacen Solo —le exigió—. Con tu ayuda, lo encontraré.
—Traga poodoo.
—No es asunto mío convencerte, para eso tengo especialistas —explicó, riendo entre
dientes—. Y si no pueden convencerte a ti, hay otros… muchos otros. Algún día abrazaréis
la verdad… o la muerte.
Con eso pareció olvidarse de ella. Sus ojos se vaciaron de cualquier indicación de que
existiera o de que simplemente la hubiera visto alguna vez, y se alejó.
—¡Te equivocas! —gritó mientras la arrastraban fuera de la sala—. ¡La Fuerza es más
fuerte que vosotros! ¡Los Jedi serán vuestra perdición, Tsavong Lah!
El Maestro Bélico no se volvió, ni siquiera aminoró el paso.
Una hora después, Swilja ya no creía en sus valientes palabras. Ni siquiera las
recordaba. Para ella sólo existía el dolor.
Y más tarde, ni siquiera eso.
PRIMERA PARTE
El Praxeum
CAPÍTULO 1
uke Skywalker se irguió frente a los Jedi allí reunidos, con el rostro sereno y más rígido
que el duracero. La postura de los hombros, los gestos precisos, la intensidad y el
timbre de todas y cada una de sus palabras confirmaban su confianza y su control.
Pero Anakin Solo sabía que todo aquello era puro teatro. La rabia y el miedo inundaban
la sala, pareciendo someterla a cien atmósferas de presión bajo las que el Maestro
Skywalker parecía a punto de desmoronarse. Anakin sintió que la esperanza se desvanecía
y aquello era lo peor que había sentido nunca. Y eso que en sus dieciséis años había
experimentado cosas horribles.
Esa percepción no duró mucho. Nada se había roto, sólo torcido, y poco a poco se iba
enderezando. El Maestro Skywalker volvió a ser tan fuerte y seguro en la Fuerza como
aparentaba serlo a ojos de los demás. Anakin supuso que nadie más se había dado cuenta.
Pero él sí. Lo inconmovible se había conmovido. Y eso jamás lo olvidaría; otra de las
muchas cosas que parecían eternas se había evaporado de repente, otro deslizador había
desaparecido bajo sus pies, dejándolo tumbado de espaldas en el suelo y preguntándose
qué había pasado. ¿Es que nunca aprendería?
Se obligó a centrar su helada mirada azul en el Maestro Skywalker, en el familiar rostro
endurecido por las cicatrices. Más allá, la eterna luz de Coruscant entraba en la sala a través
de una enorme ventana de transpariacero. Contra aquellos edificios ciclópeos y esos
fluyentes senderos de luz, el Maestro parecía distraído, incluso frágil.
Anakin se distanció de sus temores concentrándose en las palabras de su tío.
—Kyp, comprendo cómo te sientes —decía el Maestro Skywalker.
En cierto sentido, Kyp Durron era más sincero que Skywalker. La rabia que anidaba en
su corazón se reflejaba claramente en su rostro. Si los Jedi fueran un planeta, el Maestro
Skywalker se encontraría en un polo irradiando calma y Kyp Durron en el otro, con los
puños apretados de furia.
Cerca del ecuador, el planeta empezaba a hacerse pedazos.
L
Kyp dio un paso adelante, pasándose la mano por el corto pelo oscuro ribeteado de
plata.
—Maestro Skywalker, dudo que sepas cómo me siento. Si lo supieras, lo sentiría en la
Fuerza. Todos podríamos sentirlo. En cambio, escondes tus sentimientos.
—No he dicho que sienta lo mismo —corrigió Luke suavemente—, sólo que lo
comprendo.
—Ah —cabeceó Kyp levantando un dedo y señalando con él a Skywalker, como si
repentinamente entendiera su punto de vista—. ¡Quieres decir que me comprendes con el
intelecto, no con el corazón! ¿Los Jedi que has entrenado y motivado están siendo
perseguidos, asesinados a todo lo largo y ancho de la galaxia, y tú lo «comprendes» como
quien comprende una ecuación? ¿Acaso no te bulle la sangre? ¿Acaso no te sientes
impulsado a hacer algo al respecto?
—Claro que quiero hacer algo al respecto, por eso he convocado esta reunión —admitió
Luke—. Pero la rabia no es la respuesta, el ataque no es la respuesta y la venganza no es,
por supuesto, la respuesta. Somos Jedi. Defendemos, apoyamos…
—¿A quién defendemos? ¿Qué apoyamos…? ¿Defendemos a todos los que rescataste de
las atrocidades de Palpatine? ¿Apoyamos a la Nueva República y a sus buenas gentes?
¿Protegemos a aquéllos por los que hemos derramado sangre, una y otra vez, por la paz y el
bien de la mayoría? ¿A los mismos cobardes pusilánimes que ahora nos difaman, nos
persiguen y nos sacrifican a sus nuevos amos, los yuuzhan vong…? Nadie quiere nuestra
ayuda, lo que quieren es vernos muertos y enterrados. Yo digo que ya es hora de que nos
defendamos. ¡Los Jedi para los Jedi!
Los aplausos atronaron en la sala… no ensordecedores, pero tampoco triviales. Anakin
hubo de admitir que las palabras de Kyp tenían cierto sentido. ¿En quién podía confiar
ahora un Jedi? Parecía evidente que sólo en otro Jedi.
—¿Qué deberíamos hacer entonces, Kyp? —preguntó Luke.
—Ya lo he dicho. Defendernos. Combatir el mal, tome la forma que tome y en cualquier
lugar donde se presente. No permitir que la lucha llegue hasta nosotros y nos pille en
nuestras casas, desprevenidos o dormidos con nuestros hijos. Tenemos que salir, buscar y
encontrar al enemigo. Una ofensiva contra el mal es una forma de defensa.
—En otras palabras, tendríamos que hacer lo que tus hombres y tú habéis estado
haciendo.
—Yo diría que tendríamos que hacer lo que tú hiciste cuando combatiste al Imperio.
—En aquel entonces era joven y no comprendía muchas cosas —señaló Luke
suspirando—. La agresión es un camino que conduce al Lado Oscuro.
Kyp se frotó la mandíbula y sonrió brevemente.
—Y nadie lo sabe mejor que aquél que regresó de ese Lado Oscuro, ¿verdad, Maestro
Skywalker?
—Exactamente —replicó Luke—. Caí en él, pero supe reaccionar. Como tú, Kyp. Ambos,
cada uno a nuestro estilo, creímos ser lo bastante sabios y ágiles como para caminar por el
filo de un láser sin quemamos. Ambos nos equivocamos.
—Pero regresamos.
—Por poco. Con mucha ayuda y amor.
—Es cierto. Pero hubo más que lo consiguieron. Kam Solusar, por ejemplo, por no
mencionar a tu propio padre…
—¿Qué pretendes decir, Kyp? ¿Que es fácil regresar del Lado Oscuro y que eso justifica
correr el riesgo?
Kyp se encogió de hombros.
—Pretendo decir que la línea que separa la luz y la oscuridad no es tan fina como
intentas hacernos creer, ni se encuentra allí donde quieres trazarla —entrelazó los dedos
de ambas manos y apoyó la barbilla en ellos—. Dime, Maestro Skywalker, si un hombre me
ataca con un sable láser, ¿puedo defenderme con el mío para que no me corte la cabeza?
¿Sería eso demasiado agresivo?
—Claro que puedes defenderte.
—Y después de defenderme, ¿puedo responder a su ataque? ¿Puedo devolver los
golpes? En caso negativo, ¿para qué nos enseñan entonces técnicas de combate con sable
láser? ¿Por qué no aprendemos únicamente a defendernos hasta que el enemigo nos
arrincone, nuestros brazos se cansen y uno de sus ataques termine por atravesar nuestra
guardia? A veces, Maestro Skywalker, la mejor defensa es un ataque. Lo sabes tan bien
como cualquiera.
—Eso es verdad, Kyp. Lo sé.
—Pero tú renuncias a la lucha, Maestro Skywalker. Bloqueas y te defiendes, pero nunca
devuelves los golpes. Entretanto, las espadas dirigidas contra ti se multiplican. Y estás
empezando a perder, Maestro. Una oportunidad perdida y Daeshara’cor yace muerta. Otra
brecha en tu defensa y Corran Horn es calumniado, señalado como el destructor de Ithor y
enviado al exilio. Renuncias a atacar y Wurth Skidder se une a Daeshara’cor en la muerte.
Un aluvión de fallos mientras un millón de hojas láser convergen hacia ti y ahí va Dorsk 82,
y Seyyerin Itoklo, y Swilja Fenn, ¿y quién sabe cuántos más habrán caído sin saberlo
nosotros o caerán mañana? ¿Cuándo atacarás, Maestro Skywalker?
—¡Esto es ridículo! —restalló una voz femenina a medio metro de la oreja de Anakin.
Era su hermana, Jaina, con la cara enrojecida por su volcán interior—. Kyp, como te pasas la
mayor parte del tiempo jugando con tu escuadrón a ser héroe, quizá no te hayas enterado
de las últimas noticias, quizá te creas tan importante que pienses que tu manera de hacer
las cosas es la única posible. Mientras tú andabas por ahí fuera disparando tus cañones
láser, el Maestro Skywalker trabajaba callada y esforzadamente para asegurarse de que no
todo se hiciera pedazos.
—Sí, y ya veo lo mucho que ha conseguido —contraatacó Kyp—. Duro, por ejemplo.
¿Cuántos Jedi se vieron involucrados? ¿Cinco? ¿Seis? Y ninguno de vosotros, incluido el
Maestro Skywalker, olió la traición hasta que fue demasiado tarde. ¿Por qué no os guió la
Fuerza? —hizo una pausa y se golpeó la palma de una mano con el otro puño para dar más
énfasis a sus palabras—. ¡Porque actuáis como niñeras, no como guerreros Jedi! Incluso he
escuchado con mis propios oídos que uno de vosotros se negaba a recurrir a la Fuerza.
Miró significativamente al hermano gemelo de Jaina, que seguía sentado con una
expresión pétrea en su rostro.
—No metas a Jacen en esto —gruñó Jaina.
—Por lo menos, tu hermano fue honrado negándose públicamente a utilizar su poder —
arguyó Kyp—. Equivocado, pero honrado. Y al final, cuando no le quedó más opción,
recurrió a él. El resto de este grupo no tiene ninguna excusa para ser ambivalente. Si salvar
la galaxia de los yuuzhan vong no os parece una causa lo bastante buena como para utilizar
nuestro verdadero poder, aceptad que lo sea la autoconservación.
—¡Los Jedi para los Jedi! —gritó Octa Ramis, todavía atenazada por el dolor de la
pérdida de Daeshara’cor.
—Intento preservar la galaxia tanto como a nosotros mismos —explicó Luke—. Si para
ganar la guerra con los yuuzhan vong tenemos que pagar el peaje de recurrir a los poderes
del Lado Oscuro, no podremos considerarlo una victoria.
Kyp hizo rodar sus ojos y cruzó los brazos.
—Sabía que venir hasta aquí era un error —terminó diciendo—. Cada segundo que
hablo contigo, es un segundo perdido sin disparar un torpedo contra los yuuzhan vong.
—Si estabas tan seguro, ¿por qué has venido?
—Porque creí que a estas alturas hasta tú verías la pauta, Maestro Skywalker. Tras
meses y meses de cruzarnos de brazos, de ver cómo mengua nuestro número, de escuchar
las mentiras que circulan sobre los Jedi desde el Núcleo hasta el Borde Galáctico, creí que
por fin habías decidido que era hora de actuar. Vine para escucharte decir «¡Basta!»,
Maestro Skywalker, para ver cómo unías a los Jedi y los liderabas en una causa justa. En
cambio, sólo oigo las mismas vacilaciones de las que ya estoy más que harto.
—Al contrario, Kyp. He convocado esta reunión para tomar decisiones sobre cómo
debemos afrontar la crisis.
—Esto no es una crisis, es una matanza —escupió Kyp—. Y sé cómo debo actuar,
exactamente como he estado actuando hasta ahora.
—La gente está aterrorizada, Kyp. Vive una pesadilla, igual que nosotros. Sólo quiere
despertar.
—Sí. Y mientras no despiertan, alimentan a los monstruos de su pesadilla con todo lo
que les piden. Androides, ciudades, planetas, refugiados… y ahora Jedi. Al negarte a actuar
contra esa traición, Maestro Skywalker, estás peligrosamente cerca de tolerarla.
—¡Mierda de bantha! —explotó Jacen, rompiendo por fin su silencio—. El Maestro
Skywalker no se siente satisfecho. Ninguno de nosotros se siente así, pero el tipo de
agresión que tú propugnas es…
—¿Eficaz? —terminó Kyp, sonriendo con desprecio.
—¿Lo es? —replicó Jacen desafiante—. ¿Qué habéis conseguido realmente tu escuadrón
y tú? ¿Acosar a unas cuantas naves de abastecimiento yuuzhan vong? Entretanto, nosotros
hemos salvado a decenas de miles de…
—¿Salvado para qué? ¿Para que puedan huir de planeta en planeta hasta que no quede
ninguno donde ir? Tú, Jacen Solo, tú que te negaste a utilizar la Fuerza, ¿te atreves a darme
lecciones a mí acerca de lo que es eficaz y lo que no lo es?
—Si algo no es eficaz, es ese argumento —intercedió Luke—. Necesitamos calmarnos,
necesitamos pensar racionalmente.
—No estoy seguro de que sea eso lo que necesitamos —protestó Kyp—. Mirad a dónde
nos ha llevado vuestra política racional. Estamos solos, ¿es que no os dais cuenta? Todos
están contra nosotros.
—Exageras.
Anakin desvió su mirada hacia la nueva oradora, Cilghal. La cabeza del mon calamari se
balanceaba pesarosa, mientras sus bulbosos ojos vagaban por toda la sala.
—Todavía nos quedan muchos aliados —afirmó Cilghal—. Tanto en el Senado como
entre las distintas razas de la Nueva República.
—Si por aliados te refieres a seres sin agallas para respaldamos, sí, los tenemos —
aceptó Kyp irónicamente—. Pero sigue confiando en ellos y verás como los Jedi siguen
siendo capturados o asesinados. Quédate aquí meditando y esperando, si quieres, que yo no
pienso hacerlo. Sé cuál es la guerra que debo librar y dónde librarla.
Dio media vuelta sobre sus talones y se dirigió hacia la salida.
—¡No! —susurró Jaina a Anakin—. Si Kyp se va, muchos se irán con él.
—¿Y qué? —dijo Anakin—. ¿Tan segura estás de que se equivoca?
—Por supuesto que… —calló de repente, hizo una pausa y volvió a empezar—. Si los
Jedi se dividen, todos saldremos perjudicados. Vamos, tenemos que intentar ayudar a tío
Luke.
Jaina siguió a Kyp fuera de la sala, y Anakin la acompañó un segundo después. Tras
ellos, el debate se reanudó en términos mucho menos exaltados.
Kyp se volvió hacia ellos mientras se acercaban.
—Anakin, Jaina, ¿qué queréis?
—Meter un poco de sentido común en tu cabezota —respondió Jaina.
—Tengo mucho sentido común, y vosotros dos deberíais saberlo. ¿Cuándo habéis
desertado de una batalla? No sois de los que se cruzan de brazos mientras otros combaten.
—Nunca lo hemos sido —estalló Jaina—. Tampoco Anakin, ni tío Luke…
—Ahorra saliva, Jaina, siento el mayor respeto hacia el Maestro Skywalker… pero se
equivoca. Ni él ni yo podemos ver a los yuuzhan vong en la Fuerza, pero no necesito hacerlo
para saber que representan el mal, para saber que hay que detenerlos a toda costa.
—¿No puedes escuchar lo que tío Luke tiene que decir?
—Ya lo he hecho, pero no ha dicho nada que me interese —Kyp agitó tristemente la
cabeza—. Vuestro tío ha cambiado. Algo les pasa a los Maestros Jedi cuando profundizan en
la Fuerza, algo que no me pasará a mí. Se preocupan tanto por la frontera entre la luz y la
oscuridad que se vuelven incapaces de actuar, que sólo reaccionan. Como Obi-Wan Kenobi
cuando se enfrentó a Darth Vader… no hizo nada, dejó que lo matara para ser uno con la
Fuerza y dejó que Luke se enfrentase solo a todos los riesgos morales.
—No es así como lo cuenta el tío Luke.
—Tu tío estuvo demasiado implicado para darse cuenta. Y ahora se ha convertido en
Kenobi.
—¿Qué quieres decir exactamente? —preguntó Jaina—. ¿Que tío Luke es un cobarde?
Kyp se encogió de hombros y dejó escapar una leve sonrisa.
—Cuando es él mismo, no, pero cuando recurre a la Fuerza… —hizo un vago gesto con
la mano—. Preguntadle a vuestro hermano Jacen… A mí me parece que le están saliendo
canas antes de hora por culpa de ese asunto. Toda la galaxia se desmorona a su alrededor y
él se pone a meditar sobre filosofía teórica.
—Tú mismo has reconocido que al final utilizó la Fuerza —señaló Jaina.
—Para salvar la vida de su madre, según he oído, y aún así estuvo a punto de no hacerlo.
¿Cuánto tiempo tuvo que pasar ella en un tanque bacta?
—Pero la salvó, y a mí también.
—Por supuesto, pero, ¿no podía haber recurrido a la Fuerza para salvar duros y en
cambio no lo hizo? Dejando aparte que dispuso de amplias oportunidades para hacerlo
antes, la respuesta es evidente: sí. Así pues, ¿no fue una especie de respeto universal por
preservar la vida o algo parecido lo que lo impulsó a romper su autoimpuesta prohibición?
—No —susurró Anakin.
—¡Anakin! —exclamó Jaina.
—Es cierto —replicó Anakin—. Me alegra que lo hiciera, y me alegró que castigase al
Maestro Bélico yuuzhan vong, aunque ahora quiera vengarse de la afrenta pidiendo la
cabeza de todos los Jedi, pero Kyp tiene razón. Si mamá y tú no hubierais estado allí…
—Jacen estaba pasando una mala racha —intentó disculpar Jaina.
—¿Y los demás no? —insistió Anakin.
—Tengo que marcharme —les dijo Kyp—. Cuando alguno de vosotros quiera volar
conmigo, sólo tiene que decírmelo. Espero sinceramente que el Maestro Skywalker
recapacite, pero no puedo esperar. Que la Fuerza os acompañe.
Ellos lo vieron partir en silencio.
—Ojalá no pensase que tiene razón —susurró Jaina—. Me siento como si estuviera
traicionando a tío Luke.
Anakin asintió con la cabeza.
—Te entiendo, pero Kyp tiene razón… al menos en una cosa. Hagamos lo que hagamos,
tendremos que hacerlo por nuestra cuenta.
—¿Los Jedi para los Jedi? —resopló Jaina—. Tío Luke lo sabe. No estoy segura de a
dónde ha enviado a mamá, papá, Trespeó y Erredós, pero sé que tiene algo que ver con
crear una red que impida que se entregue a los Jedi a los yuuzhan vong.
—Eso está bien —reconoció Anakin—, pero es lo que Kyp llama defenderse. Tenemos
que actuar, nunca ganaremos esta guerra limitándonos a reaccionar. Necesitamos montar
una red de inteligencia, necesitamos saber qué Jedi están en peligro antes de que vayan a
por ellos.
—¿Cómo vamos a averiguarlo?
—Piensa lógicamente. Todos los planetas que han caído en manos de los yuuzhan vong
son obviamente peligrosos. Los siguientes son los más cercanos al espacio ocupado por
ellos, porque sus habitantes están desesperados por conseguir un trato.
—El Maestro Bélico dijo que sólo perdonarían al resto de la galaxia si nos entregaban a
todos. Eso atenúa la desesperación, al menos entre los que son lo suficientemente estúpidos
como para creérselo. En Duro pudimos comprobar lo que significan las promesas para los
yuuzhan vong. Si no cooperas, te eliminan; si lo haces, también, pero encima se ríen de lo
estúpido que has sido.
—Obviamente, mucha gente prefiere creer en las mentiras de los yuuzhan vong a
arriesgarse a desafiarlos —Anakin se encogió de hombros—. El asunto es…
—El asunto es: ¿qué hacéis vosotros dos aquí en vez de estar en la reunión? —preguntó
Jacen Solo desde el extremo del pasillo.
—Intentábamos convencer a Kyp para que se quedase —explicó Anakin a su hermano
mayor.
—Sería más fácil meter un siringana en una caja.
—Cierto —reconoció Jaina—, pero teníamos que intentarlo. Supongo que ahora
debemos volver a la…
—No os molestéis, tío Luke pidió un receso minutos después de que Kyp saliera.
Demasiada angustia y confusión.
—Esto no va bien —dijo Jaina.
—No. Demasiada gente cree que Kyp tiene razón.
—¿Y tú qué piensas? —preguntó Anakin.
—Que se equivoca —respondió Jacen sin la menor vacilación—. Responder a la
agresión con más agresión no puede ser la solución.
—¿Ah, no? Si no hubieras utilizado esa particular solución, mamá, Jaina y tú mismo
estaríais muertos. ¿Sería mejor el Universo sin vosotros?
—Anakin, no me siento orgulloso de lo que… —empezó a decir Jacen, pero Jaina lo cortó
en seco.
—No empecéis otra vez. Antes de que llegases, Anakin y yo hablábamos de hacer algo
constructivo. No demos vueltas al mismo tema como en la reunión general. Al fin y al cabo,
somos hermanos. Si nosotros no podemos hablar sin perdernos en discusiones estériles,
¿cómo podemos esperar que los demás lo hagan?
Jacen sostuvo la mirada de Anakin unos cuantos latidos más, esperando a ver quién
cedía primero. Fue él.
—¿De qué hablabais exactamente? —terminó preguntando.
Jaina pareció aliviada.
—Intentábamos deducir cuáles serían los puntos más calientes y qué Jedi corrían un
peligro más inmediato —explicó.
—Con la Brigada de la Paz rondando ahí fuera, es difícil de dilucidar —Jacen hizo una
mueca de desagrado, como si hubiera probado un aperitivo hutt—. No les atan los intereses
de un solo sistema. Si creen que así aplacarán a los yuuzhan vong, nos perseguirán desde el
Núcleo hasta el Borde de la galaxia.
—La Brigada de la Paz no puede estar en todas partes al mismo tiempo. No pueden
investigar y verificar personalmente todos los rumores que les lleguen sobre los Jedi.
—La Brigada de la Paz tiene muchos aliados y una buena red de inteligencia —apuntó
Jacen—. A juzgar por todo lo que han conseguido hasta ahora, deben de tener unos cuantos
infiltrados… Puede que hasta en el mismo Senado. No tienen porqué investigar rumores.
Por lo que sé, ni siquiera han capturado a la mitad de los Jedi de los que alardean. Son
simples comerciantes de carne que entregan su mercancía a los yuuzhan vong.
—Tengo un mal presentimiento sobre Viqi Shesh, la senadora de Kuat —susurró Jaina.
—Lo que creo, es que es muy difícil predecir qué Jedi puede ser el siguiente de su lista
—sentenció Anakin—. Pero, ¿y si tuvieran la oportunidad de ponerle las manos encima a
un buen puñado? ¿No irían a por ellos?
Los ojos de Jaina se abrieron como platos.
—¿Crees que se atreverían a atacarnos mientras estamos reunidos aquí?
—No, las cosas no están tan mal —negó Anakin, moviendo la cabeza de un lado a otro—
. Además, ¿quién querría enfrentarse con los Jedi más poderosos de la galaxia? Sería una
locura. A nosotros nos intentarán cazar uno a uno, pero…
—¡El Praxeum! —lo interrumpió Jacen.
—Sí, es cierto —confirmó Anakin—. ¡La academia Jedi!
—¡Pero, sólo son niños! —protestó Jaina.
—¿Crees que eso supone alguna diferencia para la Brigada de la Paz… o para los
yuuzhan vong, ya puestos? —preguntó Jacen—. Mira a Anakin, sólo tiene dieciséis años y ya
ha matado a más guerreros en combate cuerpo a cuerpo que cualquiera de nosotros. Y los
yuuzhan vong lo saben.
—¿Qué me dices de la ilusión que los Jedi han levantado alrededor de Yavin 4? Eso
mantiene a los extranjeros alejados.
—No, desde que casi todos los Caballeros Jedi se han ido del planeta —dijo Anakin—.
Muchos han venido a Coruscant para celebrar esta reunión y otros andan buscando a los
camaradas desaparecidos. Lo último que oí, es que sólo se habían quedado los estudiantes
Kam y Tionne, con Streen y quizá el Maestro Ikrit. Es muy posible que no sean suficientes.
¿Dónde está tío Luke? Tenemos que hablarlo ahora mismo con él. Y puede que sea
demasiado tarde.
—Buena idea, Anakin —admitió Jacen.
—Gracias.
Lo que Anakin no mencionó a sus hermanos, era que se había despertado en mitad de la
noche con el corazón retumbando, agarrotado por el temor. Y aunque no podía recordar la
pesadilla que lo había arrancado de su sueño, al menos había retenido una imagen: el pelo
rubio y los ojos verdes de Tahiri, su mejor amiga.
Y Tahiri se encontraba en la academia.
CAPÍTULO 2
uke Skywalker se hundió en una silla de su estudio, pasó la mano por la frente y
contempló fijamente la noche… o lo que pasaba por tal en Coruscant: las cien sombras
del fulgor nocturno, las brillantes líneas de coches y transportes aéreos, las rutas
iluminadas hacia las invisibles estrellas. ¿Cuántos miles de años hacía que nadie había visto
una estrella en el cielo nocturno de este mundo-ciudad?
En Tatooine, las estrellas eran duras y parpadeantes promesas para un chico que quería
algo más de la vida que envejecer en una granja de humedad. Ellas lo eran todo, y
anhelarlas fue la semilla de todo en lo que Luke se había convertido. Ahora, en el corazón
de la galaxia por la que tanto había luchado, ni siquiera podía verlas.
Algo se deslizó en la Fuerza, un abrazo deseando ser recibido, deseando permiso para
poder darse.
—Entra, Mara —dijo en voz baja, al tiempo que se levantaba.
—Quédate ahí, ahora voy —respondió su esposa.
Ella se sentó a su lado y le cogió la mano. Él sintió que su contacto se volvía más íntimo
y, sorprendido, se descubrió retrocediendo.
—Eh, Skywalker, no he venido a matarte.
—Una afirmación reconfortante.
—¿Ah, sí? —su voz se endureció—. No creas que no se me ha pasado por la cabeza.
Cuando no pude retener el desayuno en el estómago o cuando todas las emociones que he
tenido, y otras que no sabía que tenían, dan un vuelco a la velocidad de la luz cada veinte
minutos… y vuelta a empezar. Cuando mis tobillos se parezcan a los de un jabalí
gamorreano y todo mi ser empiece a parecerse a un hutt, le aconsejaré al responsable de
esos cambios que vigile su espalda.
—Oye, espera un momento. No recuerdo haber conspirado para eso; yo me sorprendí
tanto como tú. Además, fue tu último plan para matarme lo que dio pie a todo esto,
embarazo incluido. Sigue así, y adelantaremos a Han y a Leia en un santiamén.
L
—Querido —cloqueó ella en tono que pareció casi sarcástico—. Te quiero, eres mi luz y
mi vida. Pero como vuelvas a hacerme esto, te vaporizaré en el sitio —y le apretó la mano
con ternura.
—Como iba diciendo —Luke cambió de tema—, ¿qué puedo hacer por ti, cariño?
—Decirme qué es lo que pasa.
Él se encogió de hombros y giró la cara para volver a contemplar el paisaje.
—Los Jedi, por supuesto. Nos estamos haciendo pedazos. Primero, la galaxia se vuelve
contra nosotros, y ahora, nosotros mismos nos volvemos unos contra otros.
—Lamento no haberme encargado de Kyp hace años —comentó Mara.
—No lo digas ni en broma. No es culpa de Kyp… En el fondo es culpa mía. Una vez me lo
explicaste claramente, ¿te acuerdas?
—Me acuerdo de que te dejé claras unas cuantas cosas… Pero eso no implica que Kyp
tenga razón.
—No, no la tiene. Pero cuando los niños se desvían del buen camino, ¿no dice eso algo
sobre los padres?
—Un momento perfecto para confesar que vas a ser un padre horrible. ¿O acaso crees
que no puedo ser una buena madre?
Mara bromeaba, pero él sintió una súbita oleada de miedo, depresión y rabia emanando
de su esposa.
—¿Mara? —preguntó—. Sólo era una metáfora.
—Lo sé. No es nada, sigue.
—A mí no me lo parece.
—No es nada. Hormonas, cambios de humor… Resulta muy incómodo estar controlada
por la química de tu cuerpo.
Además, no es tu problema, Skywalker. Sigue con lo que estabas diciendo, pero sin
añadir metáforas sobre la paternidad.
—De acuerdo. Lo que quiero decir es que si los demás acuden a Kyp en busca de
consejo, es que mis enseñanzas no son lo bastante duraderas, lo bastante fuertes o lo
bastante satisfactorias.
—Hemos sido traicionados y estamos siendo asesinados —dijo Mara—. Kyp les da una
respuesta para ese problema; tú, no.
—Espera. ¿Estás de acuerdo con Kyp?
—Estoy de acuerdo en que no podemos cruzarnos de brazos y esperar. Sé que tú
tampoco quieres hacer eso, pero no sabes expresarlo bien. Kyp ha dado a los Jedi una
visión, una visión tan clara y simple como equivocada. Pero todo lo que nosotros les damos
es una mezcla confusa de promesas, convicciones y prohibiciones. Necesitamos decirles
qué deben hacer, no lo que no deben hacer.
—¿«Nosotros»?
—Sí, Skywalker, nosotros. Tú y yo. Allá donde vayas tú, también iré yo.
Su presencia en la Fuerza besó ligeramente la suya, y por un instante sólo pudo temblar.
Se sentía bien, era un foco de calidez contra la gelidez y la dureza de sus dudas y su dolor.
¿Cómo podía permitirse el lujo de dudar? ¿Cómo podía permitir que nadie viera sus dudas,
cuando eso podía significar el fin de todo?
El contacto se hizo más ligero, como si ella se retirase, y Luke se relajó. Entonces volvió,
más furtivo pero más fuerte. Al final se rindió, abriéndose a ella, y acabaron fundiéndose en
torrente de luz. Él la tomó en sus brazos y permitió que un gesto de la mano y el fulgor que
nacía dentro de ella alejaran sus mayores dudas.
—Te quiero, Mara —suspiró, un rato después.
—Yo también te quiero —replicó ella.
—Es duro ver como todo se desmorona.
—No se desmorona, Luke. Tienes que confiar.
—Tengo que ser fuerte por ellos, tengo que servirles de ejemplo. Pero, hoy…
—Sí, lo vi. Tuviste un momento de debilidad. Creo que soy la única que se dio cuenta.
—No, Anakin también lo sintió. Lo perturbó, y mucho.
—¿Te preocupa Anakin? —preguntó ella, captando el subtexto de lo que había dicho—.
Te adora. Si hay alguien al que siempre haya querido imitar ese eres tú. Nunca apoyaría a
Kyp.
—No es eso lo que me preocupa. Es más parecido a Kyp de lo que él mismo cree, pero
no se da cuenta. Se ha enfrentado a muchos problemas, Mara, y aún es demasiado joven
para absorber todo por lo que ha pasado últimamente. Todavía se culpa por la muerte de
Chewbacca y, en el fondo, sigue creyendo que también lo culpa Han. Vio morir a
Daeshara’cor y se culpa de la destrucción de la flota hapana en Fondor. Soporta todo ese
dolor, y algún día le pasará algo que su falta de experiencia no le permitirá asimilar. El
dolor y la culpa están a un paso de la rabia y el odio. Y sigue siendo demasiado temerario. A
pesar de toda la muerte que ha visto a su alrededor, sigue creyéndose inmortal.
—Por eso le afectó tanto tu debilidad —dedujo Mara—. Cree que tú también eres
inmortal.
—Lo creía. Pero ahora sabe que si pudo perder a Chewie, puede perder a cualquiera, lo
cual no le facilita las cosas. Está perdiendo la fe en todo lo que ha significado algo en su
vida.
—Yo tampoco tuve una infancia precisamente normal —apuntó Mara—. Pero, en cierto
modo, ¿no le pasa lo mismo a la mayoría de los niños?
—Sí, pero la mayoría de los niños no son aprendices Jedi. La mayoría de niños no son
tan poderosos en la Fuerza como lo es Anakin, ni tan proclives a utilizarla como él. ¿Sabes
que cuando apenas era un niño, mató una serpiente gigante deteniendo su corazón con la
Fuerza?
—No —Mara parpadeó sorprendida.
—Pues lo hizo. Se estaba defendiendo y defendiendo a sus amigos. Probablemente, en
aquel momento le pareció la única salida.
—Anakin es un chico pragmático.
—Ése es el problema —suspiró Luke—. Creció entre Jedi. Para él, usar la Fuerza es
como respirar, y Anakin no encuentra nada místico en ello. Para él, es una herramienta con
la que hacer cosas.
—Jacen, en cambio…
—Jacen es mayor, pero ha crecido como Anakin. Ambos reaccionan de formas
diferentes ante la misma situación. Lo que tienen en común es que ninguno de los dos cree
que yo esté haciendo lo adecuado. Y lo peor, es que uno de ellos tiene razón. He visto
cómo… —su voz se quebró.
—¿Qué? —urgió Mara suavemente.
—No lo sé. He visto un futuro, varios en realidad. Cuando sea que acabe este asunto de
los yuuzhan vong, no seré yo quien lo termine, ni Kyp, ni ningún Jedi. Sino alguien nuevo.
—¿Anakin?
—No lo sé. Me da miedo incluso hablar del tema. Cada palabra que pronuncio provoca
oleadas en la Fuerza y cambia las cosas, cambia el futuro de todas las personas que la
escucha. Empiezo a entender cómo se sentían Yoda y Ben. Siempre vigilando, siempre
intentando guiarme, siempre procurando que no me equivocase, que viera con claridad que
existe algo como la sabiduría y que no me engañase a mí mismo.
Ella rió suavemente y le besó en la mejilla.
—Te preocupas demasiado.
—A veces, creo que no lo suficiente.
—¿Ah, no? ¿Quieres preocuparte…? Escucha —dijo Mara suavemente, tomando su
mano y presionándola contra su vientre.
Una vez más lo envolvió en la Fuerza, y una vez más se fundieron uno con el otro y con
la tercera vida que palpitaba en la habitación, la que crecía dentro de Mara. Dubitativo,
vacilante, Luke llegó hasta su hijo.
Su corazón latía con un ritmo hermoso y a su alrededor flotaba como una melodía, una
consciencia alienígena y familiar al mismo tiempo, sensaciones como el sabor y el olor y la
vista, pero sin serlo exactamente, un universo sin luz pero con todo el calor y la seguridad
del mundo.
—Asombroso —susurró—. Que puedas darle eso. Que puedas ser todo eso para él.
—Hace que sientas humildad, inquietud… —reconoció ella—. ¿Y si cometo un error? ¿Y
si mi enfermedad vuelve a manifestarse?
Y lo peor de todo… —hizo una pausa y él esperó, sabiendo que seguiría a su debido
tiempo—. En cierto modo es fácil. Ahora, para protegerlo sólo tengo que protegerme a mí
misma, y llevo haciéndolo toda mi vida. Ahora mismo, mi vida es su vida. Pero en cuanto
nazca ya no será así. Y eso es lo que me preocupa.
Luke la rodeó con el brazo y la estrechó contra él.
—Lo harás bien —le aseguró—. Te lo prometo.
—No puedes prometérmelo, como tampoco puedes prometer que esos jóvenes Jedi
estarán seguros en algún lugar. Es lo mismo. Es el mismo miedo, Luke.
—Por supuesto —contestó—, por supuesto.
Se sentaron y contemplaron el cielo de Coruscant. No volvieron a hablar hasta que
alguien llegó ante su puerta.
—Hablando del diablo… —murmuró Luke—. Son los chicos Solo.
—Puedo decirles que se vayan.
—No, necesitan hablar conmigo —alzó la voz—. Pasad.
Se puso en pie y encendió las luces. Anakin, Jaina y Jacen entraron en el estudio.
—Sentimos haber abandonado la reunión —empezó Jaina.
—Sabía lo que estabais haciendo, y os doy las gracias por intentarlo. Kyp… bueno, Kyp
debe seguir su propio camino por un tiempo. Pero no habéis venido por eso, ¿verdad?
—No —confirmó Jacen—. Estamos preocupados por la academia Jedi.
—Exacto —corroboró Anakin—. Se me ha ocurrido que si yo perteneciera a la Brigada
de la Paz y quisiera atrapar un montón de Jedi a la vez…
—Irías a Yavin 4. Buena deducción.
El rostro de Anakin se ensombreció visiblemente.
—Ya lo habías pensado.
—No te sientas mal —lo consoló Luke, asintiendo con la cabeza—. Hace pocos días que
hemos recibido los informes suficientes como para comprender lo en serio que han tomado
la promesa del Maestro Bélico yuuzhan vong. Estaba tan ocupado intentando apagar todos
los fuegos locales y buscando apoyo gubernamental para detener esta locura —o frenarla
por lo menos—, que no pensé que no habíamos dejado suficientes Jedi adultos en el
sistema como para mantener la ilusión que proyectábamos en torno al planeta.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Jacen.
—Le he pedido a la Nueva República que envíe una nave para evacuarlos, pero están
debatiéndolo. Y pueden seguir así durante semanas.
—¡No podemos esperar tanto! —protestó Jaina.
—No, no podemos; estoy de acuerdo —aseguró Luke—. He intentado encontrar a
Booster Terrik. Creo que, de momento, lo mejor sería no sólo evacuar la academia sino
mantener a los niños en movimiento a bordo de la Ventura Errante. Si los trasladamos a
otro planeta no resolveremos el problema, sólo lo postergaremos.
—¿Están con Booster? —se interesó Anakin.
—Por desgracia, no he podido localizarlo. Sigo intentándolo.
—Talon Karrde —dijo Mara suavemente.
—Perfecto —exclamó Luke—. ¿Sabéis dónde encontrarlo?
—¿Tú qué crees? —sonrió irónicamente Mara.
—¿Y si la Brigada de la Paz ya está en Yavin 4 o camino de allí? —insistió Anakin.
—Por ahora, es lo mejor que podemos hacer —dijo Luke—. Además, el peligro todavía
es hipotético. Puede que la Brigada de la Paz ni siquiera conozca Yavin 4. Y aunque lo
conociera y supiera qué oculta, aún están allí Kam y Tionne, y el Maestro Ikrit. Los niños no
se encuentran precisamente indefensos.
—No es el secreto mejor guardado de la galaxia —apuntó Jacen—. Y sin que los oculte la
ilusión, ¿qué puede hacer Kam contra una nave de guerra? Déjanos ir.
—Ni hablar —contestó Luke—. Os necesito a todos aquí. Y con vuestras cabezas a
precio, sobre todo la tuya, Jacen, sería demasiado peligroso dejaros ir solos. Vuestros
padres nunca me lo perdonarían si os enviara sin su permiso.
—Entonces, pídeselo —argumentó Jaina.
—No puedo. No podemos contactar con ellos, y seguirán así por un tiempo.
—¿No deberíamos comprobar al menos la situación del Praxeum? —insistió Jaina—.
Podríamos limitarnos a escondernos en el límite del sistema hasta que llegue Karrde y
controlar la situación desde allí. Si algo sale mal, volveríamos aquí para informar.
Luke agitó la cabeza.
—Sé que estáis inquietos, sobre todo tú, Jaina. Pero tus ojos aún no se han curado del
todo.
—Quizás no, para los estándares del Escuadrón Pícaro —protestó Jaina—, pero veo lo
suficiente para volar.
—Aún cuando estuvieras completamente recuperada, sigo sin creer que un viaje hasta
Yavin 4 sea productivo —apuntó Luke—. Aquí hay un importante trabajo pendiente. ¿No es
eso lo que le decíais a Kyp, Jaina, Jacen?
—Sí, tío Luke —reconoció Jacen—. Exactamente eso.
—¿Anakin? Has estado muy callado.
—Tampoco hay mucho que decir, ¿verdad? —respondió Anakin, encogiéndose de
hombros.
Luke creyó detectar un tono peligroso en sus palabras, pero desapareció rápidamente.
—Me alegra que los tres penséis en esta situación. Estamos de acuerdo en que la
academia es uno de nuestros puntos más vulnerables, ayudadme a encontrar los demás. No
penséis ni por un segundo que ya los he descubierto todos porque, obviamente, no es así. Y
no olvidéis que mañana por la mañana reanudaremos la discusión.
Los tres asintieron con la cabeza y se marcharon del cuarto.
—Puede que tengan razón —dijo Mara, una vez se hubieron ido.
—Puede —volvió a suspirar Luke—. Pero tengo la sensación de que quien vaya a Yavin
4 necesitará hacer uso de la Fuerza o no saldrá de allí con vida. Y he aprendido a confiar en
esas sensaciones.
—Entonces, tendrías que habérselo dicho —añadió Mara.
—Entonces, seguro que habrían ido —y le dirigió una sonrisa sardónica.
Mara le tomó la mano.
—No hay descanso para los cansados. Avisaré a Karrde —ella tocó de nuevo su
vientre—. Entretanto, Skywalker, búscame algo de comer… Algo grande y que todavía
sangre.
* * *
Anakin verificó los indicadores de los sistemas.
—¿Cómo estamos, Fiver? —preguntó tranquilamente, estudiando la pantalla de
comunicaciones de la cabina.
SISTEMAS DENTRO DE LAS VARIANTES ÓPTIMAS, le aseguró la unidad R7.
—Bien, espera mientras pido autorización. Entretanto calcula los saltos necesarios para
llegar hasta el Sistema Yavin.
Para conseguir el permiso tuvo que recurrir a cierta cantidad de artimañas, incluida la
creación de un código específico que le permitiera despegar sin alertar a tío Luke o a
cualquier otro que pudiera detenerlo.
Porque, esta vez, tío Luke se equivocaba. Anakin podía sentirlo en el mismo centro de su
ser. Los aprendices de Jedi estaban en grave peligro; Talon Karrde podría no llegar a
tiempo. Es más, puede que ya fuera demasiado tarde.
Resultaba extraño que tío Luke siguiera considerándolo un niño. Había matado a
muchos yuuzhan vong, visto cómo morían sus amigos y provocado la muerte de otros. Era
responsable de la destrucción de innumerables naves y de los seres que viajaban en ellas, y
apenas había sufrido un arañazo.
Esa forma de pensar de los adultos, ambivalencia y negación, era un punto débil. No
veían quién era de verdad y sólo lo juzgaban por lo que parecía ser. Incluso su madre y tío
Luke, que contaban con la ayuda de la Fuerza.
Tía Mara probablemente lo comprendía, pues tampoco había sido realmente una niña,
pero la cegaba su relación con tío Luke; no sólo debía tener en cuenta sus sentimientos,
sino los de tío Luke.
Se enfadarían mucho, seguro. Podría haberles explicado lo que sentía en la Fuerza, pero
eso habría alertado al Maestro Jedi de lo que pretendía hacer. Aún cuando hubiera podido
convencer a tío Luke de que tenía que enviar ya a alguien, sin más esperas o dilaciones,
seguramente habría enviado a otro, alguien más adulto.
Y Anakin sabía que debía ir, que tenía que ser él quien fuera. O su mejor amiga se vería
condenada a un destino mucho peor que la muerte.
Y, en ese momento, eso era de lo único que estaba completamente seguro.
—Permiso para despegar —informó el control aéreo.
—Impulso, Fiver —susurró Anakin—. Tenemos otro lugar al que ir.
CAPÍTULO 3
uando las estrellas volvieron a la normalidad, Anakin puso el Ala-X XJ en caída libre y
desconectó toda la energía de la nave, excepto la de los sensores y el soporte vital
mínimo. Normalmente no era tan cauto; al fin y al cabo, alguien tendría que estar
buscando específicamente las hiperondas de un Ala-X para poder detectarlo entrando en el
sistema. Pero, dada la sensación que sentía en el estómago, puede que estuviera haciéndolo
alguien.
La deriva de su Ala-X no era aleatoria, sino calculada para que sus instrumentos
pudieran captar todo el espacio circundante en el mínimo tiempo posible. Mientras los
sensores hacían su trabajo, Anakin exploró con el sentido que el que más confiaba: la
Fuerza.
El planeta Yavin, con sus inmensos océanos anaranjados de gas hirviendo en pautas
fractales, huidizas, llenaba la mayor parte del cielo frente a él. Su aspecto familiar había
marcado muchos de los días y noches de su infancia. El Praxeum, la academia de su tío
Luke, se encontraba en Yavin 4, una luna del gigante gaseoso. Recordó haber contemplado
desde ella a Yavin colgado en el cielo nocturno, un espejismo planetario colosal,
preguntándose qué podría contener, explorándolo mediante la Fuerza.
Encontró nubes de metano y amoníaco más profundas que los océanos, hidrógeno bajo
tanta presión que se transformaba en metal, formas de vida aplastadas, más finas que el
papel pero desarrollándose, ciclones más pesados que el plomo pero más veloces que
cualquier viento de cualquier mundo habitado por humanos. Y cristales, brillantes gemas
coruscanas que ascendían por esos vientos titánicos, bailando una antigua danza,
capturando la escasa luz que podían encontrar en la tenue atmósfera superior y
atrapándola firmemente en sus moléculas.
No vio nada de eso con los ojos, naturalmente, sino que lo sintió a través de la Fuerza,
comprendiéndolo poco a poco gracias a las referencias que encontró en la biblioteca.
C
En su imaginación había visto más. Pedazos de la primera Estrella de la Muerte, que
había encontrado su fin sobre estos mismos cielos, casi convertidos en filamentos
monomoleculares por la presión y la gravedad. Cosas más antiguas, como reliquias Sith. Y
especies todavía más viejas y distantes en el tiempo. Cuando un planeta como Yavin se
tragaba un secreto, era improbable que lo devolviera, y dados los pocos que había revelado
el sistema, como el Triturador de Soles que el propio Kyp Durron había conseguido rescatar
de las entrañas del gigante naranja, era mejor así.
Justo en el límite del vasto borde del planeta parpadeaba una estrella amarillenta. Era
Yavin 8, una de las tres lunas bendecidas con vida. Anakin tenía una amiga nativa de ese
mundo que había sido entrenada brevemente en la academia antes de volver a casa. Podía
sentirla, aunque muy débilmente. En cierta forma, todo el sistema era familiar para Anakin,
tanto que podía saber inmediatamente si algo estaba fuera de lugar.
Y sentía que algo estaba muy fuera de lugar.
Podía captar a los candidatos Jedi gracias a la Fuerza, porque eran fuertes en ella. Sentía
a Kam Solusar, a su esposa Tionne, y al anciano Ikrit, que no eran estudiantes sino Jedi de
pleno derecho. Los veía como a través de una nube, lo que sugería que intentaban
mantener la ilusión que ocultaba Yavin 4 a un ojo casual.
Pero, incluso a través de esa nube, una presencia resplandecía brillantemente, más
luminosa por la familiaridad y la amistad: Tahiri.
Ella también podía sentirlo a él, y aunque no oyera ninguna de las palabras que le
intentaba enviar, Anakin captaba una especie de ritmo, como si alguien hablase rápida,
agitadamente, sin hacer pausas ni siquiera para respirar.
Anakin no pudo reprimir una sonrisa. Sí, ésa era Tahiri.
Lo que le parecía fuera de lugar estaba un poco más cerca y era mucho más débil. No
eran yuuzhan vong, porque no podían sentirlos mediante la Fuerza, sino alguien que no
debería estar allí. Alguien ligeramente desconcertado, pero con una creciente sensación de
confianza.
—Espera, Fiver —le ordenó a su astromecánico—. Prepárate para huir o combatir en
cuanto dé la orden. Igual sólo son Talon Karrde y su tripulación, que han llegado antes de lo
previsto, pero preferiría apostar contra Lando Calrissian jugando al sabacc a confiar que es
eso.
AFIRMATIVO, parpadeó la pantalla.
La presencia entró en el alcance del sensor, y su ordenador recreó una silueta a partir
de la imagen aumentada.
—No está tan mal; sólo es un transporte ligero corelliano —murmuró—. Quizá sea una
de las naves de Karrde, pero quizá no.
Y quizá había cien naves yuuzhan vong ocultas tras el gigante de gas, o al otro lado de
Yavin 4, invisibles a los sentidos Jedi y ocultas a los sensores. Fuera como fuera, esperar allí
no resolvería sus dudas. Volvió a conectar la energía, corrigió el rumbo y dio impulso a los
motores iónicos.
Activó el sistema de comunicaciones y llamó al extraño.
—Transporte, responda.
Por unos momentos no recibió respuesta, pero al final el altavoz dejó escapar un
crujido.
—¿Quién es?
—Me llamo Anakin Solo. ¿Qué hacen en el Sistema Yavin?
—Somos mineros de Coruscant.
—Sí, seguro. ¿Dónde está su nave de apoyo?
Otra pausa. Después, las palabras sugirieron un atisbo de enfado.
—Tenemos la luna en nuestro campo de visión. Sabíamos que estabas ahí desde el
principio. Tu hechicería Jedi ha fallado.
EL TRANSPORTE ESTÁ ARMANDO LOS SISTEMAS DE ARMAMENTO, informó Fiver.
Anakin asintió sombrío con la cabeza mientras la otra nave viraba hacia él.
—Sólo se lo advertiré una vez —anunció Anakin—. No se acerque.
La respuesta fue un disparo de cañón láser, lanzado desde tanta distancia que lo
esquivó con tanta facilidad como desviaba el de una pistola con su sable láser.
—Vaya, supongo que eso lo dice todo —susurró Anakin, abriendo los alerones de su
Ala-X—. Fiver, acción evasiva seis, pero sigue alerta por si acaso.
RECIBIDO.
Se dejó caer a toda velocidad hacia Yavin 4 y hacia el transporte, bailando y girando al
mismo tiempo, y cuando la Fuerza le permitió captar nítidamente su blanco, los rayos color
rubí de sus cañones surcaran la negrura espacial. El transporte devolvió el fuego y realizó
sus propias maniobras evasivas, pero era como si un bantha intentase esquivar una mosca.
Pero, los desconocidos tenían buenos escudos. Cuando Anakin completó su primera
pasada, seguían prácticamente intactos. Para que todo resultara más interesante, cuatro
llameantes puntos azules parecieron desprenderse del transporte y sus instrumentos le
informaron de que le disparaban torpedos de protones. Anakin se había preparado para un
segundo ataque pero, en vista de los acontecimientos, se zambulló hacia la luna.
—Cuatro torpedos de protones. A esos tipos no les gustamos nada, Fiver.
EL TRANSPORTE PARECE HOSTIL, respondió el androide.
Anakin suspiró. Fiver era un astromecánico más avanzado que R2-D2, pero a veces
echaba de menos la personalidad del robot de su tío. Tendría que hacer algo al respecto.
Dos descargas láser impactaron contra sus escudos en rápida sucesión, pero éstos
resistieron. Tras él, los torpedos de protones siguieron acercándose mientras Anakin
notaba que la nave empezaba a vibrar débilmente debido a la resistencia de la atmósfera. El
morro y las alas del vehículo se calentaron a causa de la fricción. Si no calculaba la
maniobra con exactitud, terminaría esparcido por los muchos kilómetros de selva que tenía
bajo él.
Cuando ya tenía el primer torpedo casi encima, desconectó los motores y alzó el morro.
La atmósfera, aunque todavía tenue, le dio un buen bofetón a su Ala-X XJ, alejándolo de la
luna. Los servos gimieron y algo, en algún lado, dejó escapar un sorprendente ping.
Aprovechando la inercia del empuje atmosférico, hizo girar la nave en dirección al espacio,
con la sangre agolpándose en su cabeza a medida que aumentaban los g’s de gravedad. En
ese momento volvió a conectar los motores.
Tras él, los torpedos de protones no pudieron maniobrar tan bien. Intentaron seguirlo,
por supuesto, pero dos de ellos no lo consiguieron y cayeron a la luna. Los otros dos
tomaron cursos tan distintos del seguido por Anakin, que nunca conseguirían volver a
encontrarlo antes de que se les acabase el combustible.
—Buen intento —comentó Anakin irónicamente.
Ascendió, liberándose de la gravedad lunar y disparando sus láseres a un ritmo
frenético. Recibió otro impacto del cañón enemigo y, por un instante, las luces de la cabina
se oscurecieron. Pero volvieron a brillar cuando Fiver recondujo la energía, y Anakin se
lanzó contra el transporte. Sus escudos vacilaron y los conectó al generador principal.
Revoloteó alrededor del transporte, ametrallando torreones láser, lanzatorpedos y
motores.
Volvió a conectar las comunicaciones.
—¿Dispuestos a hablar ahora? —preguntó.
—¿Por qué no? —replicó la voz al otro extremo—. Aún puedes rendirte si quieres.
—Eso es… —empezó Anakin, pero Fiver lo interrumpió.
DETECTADO SALTO HIPERESPACIAL. HAN LLEGADO 12 NAVES, DISTANCIA 100.000
KILÓMETROS.
—¡Esputo de Sith! —maldijo Anakin, desviando su mirada hacia los sensores.
Descubrió al instante que no eran naves yuuzhan vong, sino una abigarrada colección
de Alas-E, transportes y corbetas.
Y convergían hacia él.
—Nave no identificada, aquí la Brigada de la Paz —resonó una voz—. Ríndase y
prepárese para ser abordada. No sufrirá daños.
Estaban demasiado lejos para dispararle, pero pronto dejarían de estarlo. Anakin
retrajo los flaps, apretó el acelerador y se lanzó hacia el distante Yavin 4.
* * *
Anakin descendió de la cabina de su Ala-X en medio de la oscuridad. Una débil
iluminación en la distancia delataba la entrada de lo que antes fuera parte de un templo
massassi y, mucho después, el poco utilizado hangar central de la flota rebelde, ya que la
mayoría de las naves aterrizaban en la explanada frente a la academia.
Las botas de vuelo de Anakin se arrastraron por la vieja superficie de piedra, y a su
alrededor creció el rumor de un batir de alas enormes. Olía a piedra y lubricante, y más
débilmente al almizcle que desprendía la selva del exterior.
Alguien observaba a Anakin desde la oscuridad.
—¿Quién va? —preguntó una voz, estirando cada una de las palabras para llenar el
abismo.
—Soy yo, Kam. Anakin.
Apareció una débil luz, y después se encendió todo un conjunto de paneles. Kam Solusar
se encontraba en pie a unos diez metros de distancia, colgando el sable láser del cinturón.
—Ya me lo parecía —aseguró Kam—, pero hace varios días estándar que hay una nave
desconocida en órbita. Estamos intentando mantenerlos desconcertados.
—Es de la Brigada de la Paz —aclaró Anakin—. Acaba de recibir refuerzos, una docena
aproximadamente. Y ya no están desconcertados.
Mientras hablaba, se había estado acercando a Kam. De repente, su viejo maestro dio un
paso adelante y lo abrazó.
—Me alegra verte, Anakin. ¿Y tú? ¿Estás solo?
Anakin asintió con la cabeza.
—Talon Karrde viene de camino con una flotilla, se supone que para evacuarlo a usted y
a los estudiantes. Tío Luke no esperaba que la Brigada de la Paz llegara tan pronto,
supongo…
—Pero tú sí, ¿verdad? —los ojos de Kam se entrecerraron—. Has venido sin permiso.
—He venido desobedeciendo sus órdenes —corrigió Anakin—. Pero eso no importa
ahora. Lo que importa es poner a los niños a salvo.
—Por supuesto —accedió Kam—. ¿Cuánto crees que tardará en aterrizar la Brigada de
la Paz?
—Una hora, quizás. No mucho más.
—¿Y Karrde?
—Puede tardar días.
—No podremos resistir tanto —reconoció Kam, haciendo una mueca.
—Podremos. Todos somos Jedi.
—Necesitas conocer tus limitaciones —resopló Kam—. Al menos, yo conozco las mías.
Quizás podamos conseguirlo, pero perderemos algunosniños. Y son mi mayor prioridad.
Ya estaban cerca del turboascensor cuando las puertas se abrieron con un siseo para
dejar paso a una borrosa mancha de color rubio y naranja. La mancha chocó contra Anakin
a la altura del pecho y, de repente, el chico se descubrió rodeado por unos brazos
sorprendentemente fuertes que lo abrazaban con ferocidad. Brillantes ojos verdes bailaban
a pocos centímetros de los suyos.
Sintió que se ruborizaba.
—Hola, Tahiri —pudo saludar por fin.
Ella lo hizo retroceder.
—Hola, tú, gran héroe de las estrellas, demasiado importante y demasiado ocupado
para mantenerse en contacto con su mejor amiga.
—He…
—… estado ocupado. Vale. Lo sé todo sobre ti… Bueno, no todo, porque las noticias
tardan en llegar aquí, pero he oído hablar de Duro, de Centralia, de…
Se detuvo repentinamente por lo que vio en la cara de su amigo y lo que captó mediante
la Fuerza: Centralia era un tema delicado.
—Bueno, no sabes lo aburrido que esto ha estado sin ti —siguió sin dejarse amilanar—.
Todos los aprendices se han marchado y sólo quedan los niños… —dio un paso atrás y
Anakin pudo verla realmente por primera vez.
Lo que fuera que ella detectase en su mirada hizo que se quedara a media frase.
—¿Qué? —preguntó ella—. ¿Qué estás mirando?
—Yo… —sentía su cara como si hubiera recibido el impacto directo de un láser—.
Pareces… distinta.
—¿Más vieja quizá? Ya tengo catorce años. Los cumplí la semana pasada.
—Feliz cumpleaños.
—Debiste recordarlo y felicitarme en su momento, tonto, pero gracias de todos modos.
Anakin descubrió repentinamente que era incapaz de sostener su mirada y bajó los
ojos.
—Veo que… er, que sigues yendo descalza.
—¿Qué esperabas? Odio los zapatos. Sólo me los pongo cuando es imprescindible.
Seguro que los zapatos son un invento de los Sith para hacer que los delicados dedos de los
pies sufran y se angustien. ¿Crees que porque haya crecido un centímetro o dos iba a
empezar a torturar mis pies?
Ella miró a Kam con sospecha.
—A propósito, ¿qué hace aquí? Ya sé que no ha venido a verme.
Anakin se estremeció ante el reproche implícito.
—Ha venido a advertirnos de un problema —contestó Kam—. De hecho, sería mejor
que siguieras después con tus reproches.
—¿En serio? ¿Problemas?
—Sí —corroboró Anakin.
—Bien, ¿por qué no lo dijiste antes? —retó Tahiri con las manos en las caderas—. ¿Qué
ocurre?
—Tenemos que hablar con Tionne e Ikrit —dijo Kam, dirigiéndose de nuevo hacia el
turboascensor.
—Ahora —agregó Anakin siguiéndolo.
—Pero, ¿qué ocurre? —gritó Tahiri a sus espaldas.
—Te lo explicaré por el camino —prometió Anakin.
—Vale —aceptó la chica, deslizándose entre las puertas del ascensor mientras se
cerraban.
—El Maestro Bélico de los yuuzhan vong ha puesto precio a nuestras cabezas —empezó
Anakin—. A todas nuestras cabezas, las de todos los Jedi. Ha prometido que si lo que queda
de la Nueva República les entrega a todos los Jedi, especialmente a Jacen, no atacará ni se
apoderará de más planetas.
—Chico, eso me suena a mentira —aseguró Tahiri.
—Es posible, pero da igual porque la gente se lo ha creído. Gente como la de las naves
que se están aproximando en este mismo momento.
—¿Y quieren entregarnos a los yuuzhan vong? ¡Qué lo intenten!
—No te preocupes, lo intentarán.
La puerta se abrió en el segundo nivel. Kam tomó el pasillo principal y después toda una
serie de pasajes muy familiares para Anakin, aunque le parecían más estrechos que la
última vez que los había visto. El templo massassi que alojaba la academia se le había
antojado increíblemente enorme. Ahora sólo le parecía grande.
Llegaron a la zona central, y veinte caras se giraron hacia ellos. Humanos, bothanos,
twi’lekos, wookiees… Había más de una docena de especies representadas. Todos muy
jóvenes, excepto Tionne, la esposa de Kam, una mujer de pelo plateado y ojos semejantes a
perlas blancas. Sus cejas se alzaron de sorpresa, pero sus labios sonrieron de placer.
—¡Anakin! —exclamó alegre.
—Tionne, tenemos que hablar —dijo Kam suavemente, pero con tono de urgencia.
—¡Anakin! —gritó Sannah, una chica de trece años con pelo castaño y ojos amarillos,
abalanzándose hacia él. Valin Horn hacía lo mismo, aunque no gritaba.
—¡Está ocupado! —protestó Tahiri.
Pero cuando Anakin se disponía a hablar con Kam y Tionne, Tahiri se unió al grupo.
—Tahiri… —empezó Kam.
—Oh, no. No vais a dejarme al margen.
—No pensaba hacerlo —explicó Kam—, sólo iba a pedirte que buscases al Maestro Ikrit
y que os reunáis con nosotros en la Sala de Conferencias.
—Ah, de acuerdo.
Dio media vuelta y corrió por el pasillo con los pies descalzos.
* * *
Tahiri volvió momentos después con Ikrit. El viejo Maestro Jedi entró en el cuarto casi
arrastrando por el suelo las largas y caídas orejas. A Anakin, sus ojos normalmente
brillantes le parecieron un poco embotados y sintió una punzada inexplicable.
—Maestro Ikrit.
—Joven Anakin, me alegro de verte —respondió Ikrit—. Aunque parece que traes
noticias preocupantes.
—Sí —y volvió a contar los detalles para Ikrit y Tionne.
—¿Quieren llevarse a nuestros niños? —susurró Tionne, con un tono más sombrío que
de costumbre.
—¿La Brigada de la Paz? Por supuesto. Ahora mismo es malo para un Jedi salir al
exterior, Tionne.
—Comprendo —aceptó ella, apretando los puños—. No, no lo comprendo. ¿Se ha vuelto
loca la galaxia?
—Sí —dijo Kam suavemente—. Una vieja locura, la guerra.
—No tenéis naves, ¿verdad?
—No. Streen se fue en la nave de suministros con Peckhum.
—¿A dónde?
—A Corellia. Tenían que volver pronto, pero supongo que ya no lo harán.
—Entonces, habrá que esconderse aquí —propuso Anakin—. ¿Dónde?
—¡Río abajo! ¡En la cueva que hay bajo el Palacio del woolamandra! —propuso Tahiri—
. La cueva del Maestro Ikrit.
Anakin enarcó las cejas.
—Buena idea. Les costará encontrarnos allí, sobre todo si tardan en empezar la
búsqueda.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Kam repentinamente cauto—. ¿Por qué iban a
tardar?
—Yo me quedaré aquí —sentenció Anakin—. Les haré creer que seguimos en el templo
y que intentamos resistir. Perderán mucho tiempo intentando abrirse camino mientras
Tionne y vosotros ponéis los niños a salvo.
—Olvidas un pequeño detalle —dijo Tahiri—. ¿Y tú? ¿Cómo te pondrás tú a salvo?
—Esconderé el Ala-X, conozco un buen lugar. Puedo cruzar sus filas y jugar con ellos al
gato y al ratón hasta que llegue Talon Karrde. Una vez acabe con la Brigada de la Paz, lo
guiaré hasta vosotros.
—Has estado planeándolo —tanteó Tionne.
—Durante todo el camino —admitió Anakin—. Es la mejor solución.
—Tiene razón —dijo Kam.
—Kam, ¿cómo…? —quiso intervenir Tionne.
—Tiene razón —repitió Kam—. Pero no será él quien se quede aquí… seré yo.
—Soy mejor piloto —intervino Anakin bruscamente—. Y soy el único que puede
conseguirlo.
—Lo que dice Anakin es correcto —aseguró Ikrit con su voz irregular—. Es parte de su
destino. Y del mío.
—Maestro Ikrit…
—Podéis argumentar que no soy un guerrero y será cierto… Hace mucho que no
empuño un sable láser, y ni siquiera entonces me gustaba hacerlo. Pero no serán los sables
láser los que prevalecerán hoy aquí, no serán las armas. No todos los usos de la Fuerza son
agresivos.
Anakin frunció el ceño, pero no pudo contradecir a su antiguo Maestro.
Kam se mordió el labio un momento.
—Está bien. No me gusta, pero no tenemos tiempo para seguir discutiendo. Ven, Tahiri,
ayúdanos a Tionne y a mí a llevar a los estudiantes hasta los botes.
—Pero después me quedaré con Anakin —aseguró la chica.
—No —cortó Anakin.
—¡Sí! —contraatacó Tahiri—. Me he quedado en esta bola de barro mientras tú andabas
por ahí luchando contra los yuuzhan vong. ¡Y eso tiene que cambiar! ¡Estoy harta!
—Eres demasiado joven —dijo Tionne.
—¡Anakin sólo tiene dos años más que yo! ¡Tenía quince en Sernpidal!
—Eso es verdad —reconoció Anakin—, y sólo conseguí matar a Chewbacca. Tahiri, por
favor, vete con Kam.
Sus ojos se abrieron de sorprendida traición.
—¡No me quieres contigo! ¡Después de todo lo que…! ¡Crees que soy una niña, como
ellos!
No, pensó Anakin, es que no quiero que tú también mueras.
—Vamos, Tahiri —dijo Tionne suavemente—. No hay tiempo que perder.
—Bien, muy bien —masculló la chica. Y salió de la sala sin dirigirle otra mirada a
Anakin.
—Ha sido bastante duro convivir con ella sin tenerte aquí —dijo Kam, palmeando el
hombro de Anakin. Éste asintió con la cabeza.
—Será mejor que empecemos a trabajar —dijo enfurruñado.
—Ten cuidado, Anakin. Y cuando tengas que irte, vete. Nosotros no necesitaremos
mucho tiempo, es mucho más importante que sigas vivo.
—Morir no entra en mis planes —aseguró Anakin.
—Como la mayoría, pero la gente muere. Confía en la Fuerza, escucha a Ikrit. Que la
Fuerza te acompañe.
CAPÍTULO 4
e consumirá, Anakin —dijo solemne la voz áspera y familiar de Ikrit.
Anakin alzó la vista del intercomunicador en el que trabajaba. El anciano Jedi y él
se encontraban en lo que fue un centro de mando cuando el Gran Templo era una base
rebelde. Había desaparecido la mayor parte del equipo de aquellos tiempos pero quedaba
algo, como los diversos sistemas de comunicaciones. Incluso un intercomunicador que
transmitía por todo el templo y sus aledaños.
—¿Maestro?
—Tu rabia. Te has construido un recipiente para almacenarla y contenerla, pero llegará
un día en que ese mismo crisol se funda, y entonces arderá y te consumirá… y a otros
contigo. Seguramente, a muchos otros.
Anakin colocó el modificado chip de datos en su sitio y se puso en pie.
—Los yuuzhan vong hacen que me enfurezca, Maestro. Están destruyendo todo cuanto
conozco, todo cuanto amo.
—No. Tú mismo te enfureces. La gente muere y tú te enfureces porque no puedes
salvarlos.
—Habla de Chewbacca.
—Y de otros. Sus muertes están grabadas en ti.
—Sí, Chewbacca murió por mi culpa. Muchos han muerto por mi culpa.
—La muerte los reclama —contestó Ikrit—. No puedes sostener el agua en tus manos
mucho tiempo. Gotea entre los dedos y termina yendo donde tiene que ir. A la tierra y al
cielo. A los iones y después al espacio, donde nacen las estrellas.
La frustración contrajo los labios de Anakin.
—Muy poético, Maestro Ikrit, pero eso no es una respuesta. Mi abuelo era Darth Vader y
mató a miles de millones de seres, pero fue consecuencia de vivir décadas en el Lado
Oscuro. Yo sólo tengo dieciséis años, y mira lo que he hecho ya. Darth Vader se sentiría
orgulloso de mí.
T
Ikrit clavó en él sus luminosos ojos azules.
—Hay que reconocerte el mérito por sentir esas muertes, por lamentarlas. Pero tú no
mataste a toda esa gente, no les deseaste la muerte ni luego te vanagloriaste de ello.
—No —aceptó Anakin—, pero en Centralia deseé que todos los yuuzhan vong murieran,
deseé matar hasta el último. Y si mi hermano no me hubiera detenido, quizá lo habría
hecho. A menudo creo que debí hacerlo.
—Tu hermano no te detuvo.
—Usted no estuvo allí, Maestro Ikrit. Lo habría hecho.
—Sí estuve allí, Anakin. A todos los efectos, los importantes, estuve. Debes liberar tu
rabia, Anakin. Cada paso que das excava un surco en el camino hacia el Lado Oscuro. Es un
camino fácil de seguir y difícil de evitar.
Anakin se volvió hacia el control remoto del generador de energía y trasteó un poco en
él.
—Esto podría funcionar —murmuró—. Ojalá tuviera tiempo de sacar el generador.
—Anakin —la voz del Maestro tenía un tono imperativo.
Anakin no alzó la mirada de su trabajo.
—¿Sabe, Maestro Ikrit? Todas las noches solía soñar que me convertía al Lado Oscuro,
que me convertía en aquello en lo que se convirtió mi abuelo. Ahora me parece una
tontería. La Fuerza no convierte a una persona en buena o mala. Es una herramienta, como
un sable láser. No se preocupe por mí.
—Escúchame, joven Solo, nunca he dicho que la Fuerza te conduciría al mal —explicó
Ikrit—. Te he advertido de que tus sentimientos podrían llevarte a él.
—Mientras no permitas que te controlen, los sentimientos también son herramientas —
replicó Anakin.
—¿Y cómo sabes si tus sentimientos te están controlando? —preguntó Ikrit, dejando
escapar una suave risita—. ¿Cuándo la rabia guía tu mano o cuándo la culpabilidad no te
abandona?
Anakin suspiró.
—Con el debido respeto, Maestro Ikrit, no es momento para esta discusión. La Brigada
de la Paz llegará en cualquier momento.
—Es el momento perfecto —dijo Ikrit—. Quizás el único.
—¿Qué quiere decir?
—Soy viejo, Anakin, he vivido varios siglos —Ikrit pestañeó muy lentamente y soltó un
largo resoplido—. Vine aquí, a Yavin 4, para liberar los espíritus encarcelados de los niños
massassi, o eso pensé en aquel momento. Ahora creo que había otra razón, una más
importante.
—¿Maestro? ¿Qué razón es ésa?
—Era imposible que yo pudiera realizar la tarea que me trajo aquí, estaba más allá del
poder de cualquier Jedi adulto. Tahiri y tú fuisteis los únicos que pudisteis realizarla.
—Con su ayuda y su consejo. Sin usted, nunca los hubiéramos liberado.
—Lo hubierais hecho conmigo o sin mí —ronroneó Ikrit, atusándose el pelaje—. Por
eso digo que fui guiado hasta aquí por otra razón, adormecida durante siglos por otra
causa.
—¿Qué razón?
—Para ver como de Tahiri y de ti nacía algo nuevo. Y para ofreceros la poca ayuda que
pueda en alumbrar ese nacimiento.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Anakin. No sabría decir por qué, pero las
palabras de Ikrit le llegaban muy adentro.
Ikrit caminó hasta la ventana.
—Ya están aquí —anunció.
Anakin acudió junto a él. Las naves de la Brigada de la Paz estaban aterrizando por
todas partes.
—¡Aún no estoy preparado! —exclamó Anakin.
—Sí, lo estás —corrigió Ikrit.
—No tanto como me gustaría, diez minutos más me habrían ido de perlas. Podría haber
activado las defensas automáticas del generador de energía.
—Dime lo que sí has hecho.
—Bueno, he conseguido levantar un escudo de energía, aunque sólo uno y sólo sobre el
templo. Si lo bombardean un poco, lo abatirán —Anakin conectó el intercomunicador y
débiles sonidos de conversaciones brotaron a su alrededor—. Con esto parecerá que aquí
se oculta un puñado de hombres. Y esto… —se acercó a lo que antes fuera el panel de
control de los sensores locales—. Puedo utilizar la vieja red de sensores para generar la
ilusión de que se producen pequeños movimientos por todo el templo.
—Furtivos, como si correteáramos por todos lados… —añadió Ikrit.
—Exacto. Si se acercan a la fuente de los ruidos no verán nada, por supuesto, pero sus
instrumentos les dirán que estamos diseminados por todo el recinto.
—Oh, sí verán algo, ya lo creo. Déjame eso a mí —aseguró Ikrit—. Ahora, en marcha.
* * *
El Gran Templo era un ziggurat de tres gigantescos niveles, con el viejo centro de
mando situado en el segundo piso. La estructura antigua tenía cinco aperturas para salir al
exterior, a la superficie pavimentada que formaba el tejado del nivel inferior. Anakin e Ikrit
se acercaron al lado más cercano al campo de aterrizaje y se asomaron al exterior.
Más allá de la vaga distorsión del escudo de energía, Anakin divisó cinco naves posadas
en el campo. De dos de ellas ya desembarcaban brigadistas armados.
—Espero que se traguen nuestros trucos, espero que se los crean —casi imploró
Anakin—. Si empiezan a buscar a Kam, Tionne y los niños, podrían encontrarlos.
—Se los creerán —le aseguró Ikrit—. Creerán que los niños siguen aquí porque quieren
creerlo y porque son débiles. No te preocupes, Anakin. Como he dicho antes, puede que no
sea un guerrero, pero la Fuerza no es débil en mí.
—Lo siento, Maestro Ikrit —se disculpó Anakin—. No debería dudar de usted.
—Entonces, no lo hagas. Estudia tus sentimientos todos los días, contrólalos
cuidadosamente. Los peores monstruos no se encuentran fuera de ti —el maestro cerró los
ojos y canturreó débilmente para sí mismo. Anakin sintió que una oleada de Fuerza surgía
de Ikrit y bañaba a los brigadistas situados bajo ellos, elevando su credulidad al límite.
Anakin levantó una unidad de comunicaciones a control remoto y empalmó los
altavoces exteriores.
—Han entrado ilegalmente en los terrenos de la academia Jedi —dijo—. Por favor,
márchense inmediatamente.
Ante el sonido de su voz amplificada, algunos brigadistas buscaron refugio
inmediatamente. Un segundo después, retumbaron los altavoces exteriores de una de las
naves.
—¡Eh, los que estáis dentro del Templo! —bramó una voz—. Soy el teniente Kot Mumo,
de la Brigada de la Paz. Estamos autorizados a tomar el control de esta instalación.
—¿Autorizados por quién?
—Por la Alianza de los Doce.
—Nunca he oído hablar de ella —contestó Anakin—. Quienquiera que sea no tiene
jurisdicción en este sistema.
—Ahora la tiene —replicó Mumo—. Nosotros somos sus enviados. Rendios y no
sufriréis ningún daño.
—¿En serio? ¿Seguro que cuándo entreguéis los yuuzhan vong los niños que habéis
venido a secuestrar no les causarán daño alguno?
Esta vez se produjo una pausa antes de que Mumo contestara.
—Es el precio de la paz —sentenció—. Lo lamento, pero así son las cosas. Si pensamos
en lo que los yuuzhan vong pueden hacer en todos y cada uno de los mundos habitados de
esta galaxia, un puñado de Jedi no es mucho sacrificio. Vosotros provocasteis este
desastre… y debéis pagar el precio.
—¿Estáis culpando a los Jedi de la invasión yuuzhan vong? —preguntó Anakin
incrédulo.
—Los Jedi han provocado esta guerra y quieren aprovecharse de ella para aumentar su
propio poder. Hace mucho que conocemos vuestros planes de dominar esta galaxia. Esta
vez, la táctica se ha vuelto en vuestra contra.
—Es el mayor montón de bosta bantha que he oído en toda mi vida —estalló Anakin—.
Sois unos cobardes y unos traidores. ¿Nos queréis? Pues venid a por nosotros.
Disparó su láser a través de la estrecha ventana, y tuvo que agacharse cuando los
brigadistas devolvieron el fuego que rebotó en la antigua piedra. Un escudo de partículas
como el que había erigido no servía para detener las descargas energéticas. El espeso aire
de la selva se llenó con el siseo y el silbido de los láseres, mientras se disparaba también
contra otras partes del complejo.
—¿Por qué disparan contra la cima del templo? —se preguntó Anakin en voz alta.
—Fantasmas de niebla y locura —respondió Ikrit.
—¿No se darán cuenta de que nadie responde a sus disparos?
—Todavía no. Creen ver rayos de armas energéticas dirigidos hacia ellos.
—¿Cuánto tiempo podrá mantenerlos engañados?
—Mucho más si de vez en cuando reciben algún disparo real.
—Hecho —dijo Anakin, apoyándose contra el bastidor de la puerta. Apuntó
cuidadosamente utilizando la Fuerza y arrancó un rifle láser de las manos de un hombre
encapuchado. Siguió así durante veinte minutos aproximadamente, eligiendo sus tiros con
cuidado. Cada segundo aligeraba un poco el peso que se había echado sobre los hombros;
cada movimiento de su reloj alejaba más y más a Tahiri y los demás del peligro.
—Han encontrado el generador —susurró Ikrit—. Tu escudo caerá muy pronto.
—No importa, prácticamente hemos terminado —aceptó Anakin—. Aunque logren
desconectarlo, tomarán muchas precauciones antes de entrar. Tenemos tiempo más que
suficiente para ir al hangar y escapar con mi Ala-X. Después, sólo tendremos que eludir su
pequeño bloqueo.
Había notado que tres de las cinco naves estaban aparcadas frente a las cerradas
puertas del hangar. No le extrañaba, era una medida de precaución lógica, pero lo que ellos
no sabían era que uno de los cañones de iones que protegían los hangares seguía
operativo… y tenía una fuente de alimentación propia que le permitiría realizar uno o dos
disparos.
Se asomó al exterior para lanzar un último disparo.
Una descarga láser pasó por encima de su hombro y cayó entre los brigadistas de la paz.
Anakin miró sorprendido a su alrededor.
—¡Ese tiro procede de encima nuestro!
—Sí. ¿No lo has notado? ¿No sabías que vendría?
—¿Notar qué?
Y de repente, lo supo. Tahiri estaba allá arriba. Tahiri y dos más. Todos Jedi.
—¡Baba de hutt, lo que nos faltaba! —maldijo, antes de girarse hacia el Maestro Ikrit—.
No cabremos todos en el Ala-X. Nos encontraremos en la gruta, ya pensaré algo por el
camino.
Y se lanzó hacia el pasillo, con una pistola láser en una mano y el sable Jedi en la otra.
* * *
Los encontró en el refectorio: Tahiri, Valin Hora y Sannah. Habían levantado una
barricada con mesas frente a la puerta exterior y disponían de dos pistolas láser. No quiso
ni pensar de dónde los habrían sacado. Cuando Anakin entró en tromba, Tahiri lo encañonó
con su arma.
—¿Qué estáis haciendo? —aulló Anakin.
—Ayudándote —respondió Tahiri con una sonrisa.
—¿Cómo habéis podido…?
—Kam creyó que íbamos en el bote de Tionne, y Tionne que íbamos en el de Kam. Fácil,
si lo planeas un poco.
—Pero… ¡¿Valin?! ¡Valin sólo tiene once años!
—¡Doce! —replicó Valin muy serio—. Y puedo ayudar.
—Esto es una locura.
—No eres el más adecuado para hablar, Anakin —cortó Tahiri—. Tú te marchaste de
Coruscant sin permiso, ¿no? ¿Qué quieres, encargarte de todo mientras nosotros huimos
sin hacer nada? Pues no, amiguito.
—¿Ah, no? Pues mi plan era escapar en el Ala-X y ahora somos demasiados para eso.
¿Qué propone exactamente que hagamos la genial Tahiri?
—Oh —los ojos verdes de la chica se abrieron desmesuradamente—. No había pensado
en eso.
—No, supongo que no.
El suelo vibró de repente como la caja de un laúd hapano.
—¿Qué es eso? —preguntó Sannah.
Respondió Valin, tras atisbar por la ventana.
—El escudo ha caído. Ahora están disparando contra las puertas. Y algunos ya suben las
escaleras.
—Se nos acabó el tiempo —se lamentó Anakin—. Tendremos que pensar en cómo salir
de aquí mientras huimos. Le dije a Ikrit que nos reuniríamos con él en la gruta.
—Pero… estaremos atrapados bajo tierra.
—No he tenido mucho tiempo para pulir el plan, Tahiri.
—¿Quieres decir que el plan va más allá de escondernos en una cueva?
—Por supuesto —Anakin resopló con fuerza—. Robaremos una nave de la Brigada de la
Paz.
—¡Eh, no ha sido tan difícil, ¿verdad?! —sonrió Tahiri.
Llegaron frente al turboascensor al mismo tiempo que un grupo de brigadistas aparecía
por el pasillo al que daban las escaleras exteriores.
—¡Eh, deteneos! —gritó uno de ellos.
Dos rayos láser impactaron contra las puertas del turboascensor mientras se cerraban.
Anakin soltó un suspiro de alivio cuando éste empezó a descender. Un segundo después,
cambió de opinión.
—Va a detenerse —anunció Anakin—. En el segundo nivel.
—Anula la orden.
—No puedo —reconoció, activando su sable láser con un siseo—. La puerta se
mantendrá abierta unos segundos, si nos esperan fuera…
La puerta se abrió ante los cañones de seis armas láser. Anakin no pensó. Ya le había
dado una palmada al botón de bajada cuando saltó en medio de sus enemigos, bloqueando
los dos primeros disparos con su sable láser y devolviéndolos contra los brigadistas. Cortó
un rifle por la mitad y giró sobre sí mismo. Alarmados, los atacantes se tiraron al suelo
gritando, intentando disparar sin temor a ser heridos. Dos de ellos se abalanzaron contra
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Al filo de la victoria i conq - greg keyes

  • 1.
  • 2. Table of Contents AL FILO DE LA VICTORIA I – CONQUISTA Prólogo Parte I. El Praxeum Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Parte II. Los deshonrados y los cuidadores Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22
  • 3. Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Parte III. Conquista Capítulo 28 Capítulo 29 Capítulo 30 Capítulo 31 Capítulo 32 Epílogo Mapas
  • 4. Sin estar contento con la destrucción que ya han causado los yuuzhan vong, el Maestro de Guerra Tsavong Lah ha exigido las cabezas de todos los Jedi. Ahora los Caballeros Jedi están en peligro terrible, y nadie más que los jóvenes estudiantes en la academia Jedi en Yavin 4. Ya los simpatizantes conocidos como la Brigada de la Paz están en el sistema Yavin y una flota yuuzhan vongno puede estar lejos. A petición de Luke Skywalker, Talon Karrde monta una expedición para rescatar a los jóvenes estudiantes. Anakin Solo tiene sus propias ideas. Impaciente, y pensando que es más fácil pedir perdónque pedir permiso, él sale hacia Yavin 4 en su X-Wing. Cuando se trata de confianza, valor y talento puro de la Fuerza, Anakin tiene pocos iguales. Pero cuando su amiga Tahiri es separada de los otros niños de la academia y capturada por los yuuzhan vong, la situación se pondrá difícil incluso Anakin. Pues los alienígenas no se detendránante nada paralograrsus fines horrendos…
  • 5. Greg Keyes Al filo de la victoria I - Conquista La Nueva Orden Jedi 07 ePub r1.1 Ronstad 06.11.2013
  • 6. Título original: Edge of Victory I - Conquest. Greg Keyes,2001 Traducción: Francisco Pérez Navarro Diseño de portada: Terese Nielsen Editor digital: Ronstad ePub base r1.0
  • 7. PRÓLOGO orsk 82 se agachó tras los escalones de piedra del muelle, justo a tiempo de esquivar el disparo láser procedente de la orilla opuesta. —Deprisa, subid a bordo de mi nave —ordenó a todos los que se encontraban a su cargo—. Nos han vuelto a encontrar. Era una obviedad. Por el dique se acercaba una chusma compuesta por unos cincuenta aqualish, empujándose unos a otros y gritando con voz ronca. La mayoría empuñando armas improvisadas —palos, cuchillos, piedras…—, pero unos cuantos empuñaban picas de fuerza y al menos uno llevaba una pistola láser, como demostraba el humo que se desprendía del muelle de embarque. —Venga con nosotros, Maestro Dorsk —le rogó el androide de protocolo 3D-4 que se encontraba tras él. Dorsk asintió con su cabeza calva y moteada de amarillo y verde. —Enseguida. Tengo que retrasar su avance, ganar tiempo para que todo el mundo pueda embarcar. —No puede detenerlos usted solo, señor. —Creo que sí. Además, he de intentar dialogar con ellos. Esto es insensato. —¡Se han vuelto locos! —exclamó el androide—. ¡Están destruyendo androides por toda la ciudad! —No están locos, sólo aterrorizados —matizó Dorsk—. Los yuuzhan vong están en Ando, y pueden llegar a conquistar todo el planeta. —Pero, Maestro Dorsk, ¿por qué destruyen androides? —Porque los yuuzhan vong odian las máquinas —respondió el clon khommita—. Las consideran abominaciones. —¿Cómo es posible? ¿Por qué van a creer eso? D
  • 8. —No lo sé, pero es un hecho —cortó Dorsk—. Vete, por favor. Ayuda a los otros a embarcar. Mi piloto ya está a los mandos y tiene sus instrucciones. Os llevará a vuestro destino si me sucede algo. —¿Por qué nos ayuda, señor? —dudó el androide. —Porque soy un Jedi y porque puedo. No merecéis ser destruidos. —Usted tampoco, señor. —Gracias. Pero no pretendo ser destruido. Alzó de nuevo la cabeza, mientras el androide guiaba a sus compañeros hasta la nave. La multitud había llegado a la antigua calzada de piedra que conectaba la ciudad-atolón de Imthitill con la abandonada plataforma de pesca tras la que Dorsk se encontraba agachado. Parecía que todos iban a pie, lo cual significaba que sólo debía impedirles cruzar la calzada. Dorsk impulsó su delgado cuerpo hasta la calzada con un único salto, abandonando la cobertura que le proporcionaba la plataforma de pesca. Sosteniendo su sable láser a un lado, contempló como se acercaba la multitud. Soy un Jedi, pensó, y un Jedi no conoce el miedo. Y, sorprendentemente, casi no lo sentía. Su entrenamiento con el Maestro Skywalker había estado salpicado de ataques de pánico. Dorsk era el octogésimo segundo clon del primer khommita que llevó ese nombre. Creció en un mundo satisfecho con su peculiar tipo de perfección, y eso no lo había preparado para el peligro, el miedo o incluso lo inesperado. Hubo momentos en que creyó que nunca podría ser tan valiente como los demás estudiantes Jedi o que nunca alcanzaría los estándares establecidos por su famoso predecesor, Dorsk 81. Pero, al ver los grandes y oscuros ojos de la multitud que se acercaba, sólo sintió una suave tristeza por lo que les impulsaba a plantar cara en aquella situación. Debían tener un miedo horrible a los yuuzhan vong. La destrucción de androides había empezado a pequeña escala, casi doméstica, pero en pocos días se convirtió en una epidemia planetaria. El gobierno de Ando —si tal cosa existía—, no animaba tal brutalidad, pero tampoco la condenaba mientras no saliera herido o muriera algún no androide. Al no contar con la intervención de la policía, Dorsk 82 era la única oportunidad que les quedaba a los androides, y no pensaba fallarles. Ya había fallado a demasiada gente. Conectó su sable láser y, por un instante, fue consciente de todo lo que lo rodeaba. El sol poniente vertía una gloriosa mancha de fuego anaranjado sobre el océano y convertía en castillos de llamas las nubes altas que se alzaban por el horizonte. Más arriba todavía, el cielo adquiría un color mezcla de jade dorado y aguamarina, antes de dar paso a la noche. Las luces en las cilindricas torres blancas de Imthitill parpadeaban encendiéndose una tras otra, así como las de las plataformas de pesca que flotaban sobre las profundidades, adornando el océano de solitarias constelaciones.
  • 9. Su planeta natal no contaba con espectáculos tan indómitos. El tiempo en Khomm era tan predecible y homogéneo como sus habitantes. Probablemente él, Dorsk 82, era el único de toda su especie que podía apreciar ese cielo o las olas del mar vestidas de acero. El aire salado soplaba a su alrededor y levantó la barbilla para aspirarlo, para apreciarlo mejor. De algún modo, tras tantos años, por fin sentía que estaba haciendo lo que siempre había soñado. Un aqualish se adelantó a los demás. Era más bajo que la mayoría, con los colmillos recortados al estilo local. Llevaba el traje de obrero manchado de grasa. —Apártate, Jedi —ordenó—. Esos androides no son asunto tuyo. —Esos androides están bajo mi protección —contestó Dorsk con serenidad. —No tienes por qué protegerlos, Jedi —replicó el aqualish—. Si sus dueños no protestan, tú no tienes nada que decir en este asunto. —Discrepo —dijo Dorsk—. Y te ruego que atiendas a razones. Destruir a los androides no aplacará a los yuuzhan vong. Nada los aplacará. —Eso es asunto nuestro —gritó el portavoz del grupo—. Éste no es tu planeta, Jedi; es el nuestro, ¿no te has enterado? Los yuuzhan vong han tomado Duro. —No lo sabía —admitió Dorsk—, pero no importa. Volved a vuestros hogares en paz, no quiero causaros ningún daño. Me llevaré a los androides y no volveréis a verlos nunca. Lo juro. Esta vez vio alzarse la pistola láser, empuñada por un aqualish semioculto entre la multitud. Dorsk recurrió a la Fuerza y arrancó el arma del puño de su dueño, haciéndola volar por los aires hasta su mano izquierda. —Por favor —repitió pacientemente. Durante un eterno segundo nadie se movió. Dorsk sintió que los aqualish vacilaban, pero formaban un grupo terco y violento. Hubiera sido más fácil detener el proceso de una estrella convirtiéndose en nova que calmar a toda aquella multitud. Escuchó un repentino zumbido y vio acercarse un deslizador de seguridad. Dio un paso atrás y permitió que se interpusiera entre la multitud y él. No relajó la guardia, ni siquiera cuando desembarcaron ocho soldados aqualish enfundados en brillante armadura amarilla e hicieron retroceder a sus congéneres. El oficial que comandaba la patrulla se acercó hasta él. —¿Qué ocurre aquí? —preguntó. —Esta gente intenta destruir un grupo de androides —explicó Dorsk, señalando con la cabeza a la multitud. Yo los protejo. —Entiendo —dijo el oficial—. ¿Ésa es tu nave? —Sí. —¿Hay algún otro Jedi a bordo? —No. —Muy bien —el oficial habló por un pequeño comunicador en tono demasiado bajo como para que Dorsk pudiera oírlo, pero el clon se dio cuenta repentinamente de lo que estaba a punto de suceder.
  • 10. —¡No! —gritó. Giró sobre sus talones y corrió hacia la nave. Pero, mientras lo hacía, frente a él cayeron varios dardos de luz demasiado brillantes para mirarlos a simple vista. Una columna de fuego blanco saltó hacia el cielo, arrastrando fragmentos de lo que había sido su nave, su piloto y treinta y ocho androides. Dorsk seguía mirando los restos absorto, moviendo la boca sin emitir un solo sonido ante tanta destrucción insensata, cuando lo golpeó el bastón aturdidor. Cayó al suelo girando sobre sí mismo, lanzando la misma mirada de incomprensión a sus atacantes. El oficial que había hablado con él blandía orgulloso el bastón. —No te muevas, Jedi, y vivirás. —¿Qué? ¿Por qué…? —Supongo que no te has enterado. Los yuuzhan vong nos han propuesto la paz. Detendrán la conquista de Duro y se marcharán de Ando si les entregamos a todos los Jedi. Os prefieren vivos, pero también os aceptan muertos. Dorsk 82 invocó la Fuerza, hizo que se llevase el dolor y la parálisis del bastón aturdidor y se puso en pie. —Tira tu sable láser al suelo, Jedi —ordenó el oficial. Dorsk se irguió y contempló las bocas de los cañones de las armas láser. Dejó caer la que había tomado de la multitud y enganchó el sable láser a su cinturón. —No lucharé con vosotros —dijo por fin. —Bien. Entonces, no te importará entregarme tu arma. —Los yuuzhan vong no mantendrán su palabra. Su única intención es que vosotros les libréis de sus peores enemigos. Con los Jedi fuera de combate, vendrán a por vosotros. Si me traicionáis, os traicionáis a vosotros mismos. —Nos arriesgaremos —dijo el funcionario. —Me voy y no me detendrás —señaló Dorsk con un ligero movimiento de su mano. —Te irás y no te detendré —corroboró el oficial. —Ni lo hará ninguno de vosotros. Dorsk 82 empezó a caminar. Uno de los soldados, de voluntad más fuerte que los demás, alzó su láser con mano temblorosa. —No lo hagas —rogó Dorsk. Y extendió la mano. El disparo del láser sólo le rozó la palma, obligándole a dar un paso atrás, pero además liberó al resto de la patrulla de la sugestión hipnótica que el Jedi había impuesto en sus mentes. El siguiente disparo abrió un agujero en su muslo. Dorsk cayó de rodillas. —Basta —ladró el oficial—. No más trucos mentales. Dorsk se obligó a ponerse nuevamente en pie dolorosa, torturadamente. Dio otro paso adelante. Soy un Jedi. Y un Jedi no conoce el miedo. La descarga masiva de láseres iluminó el crepúsculo.
  • 11. * * * Socorro. La señal automática era débil pero clara. —Los hemos encontrado —exclamó Uldir alborozado—. Te lo había dicho, ¿verdad? Dacholder, su copiloto, le palmeó la espalda. —Nunca lo dudé, amigo. Eres el mejor rescatador de toda la unidad. —Tengo buena suerte, eso es todo —matizó Uldir—. Intenta contactar con ellos. —Dalo por hecho —Dacholder activó el comunicador—. Orgullo de Thela a nave siniestrada, ¿pueden oírme? La respuesta sólo fue estática, pero estática modulada. —Eso es que intentan contestar, pero su comunicador debe estar estropeado —informó Uldir—. Quizá cuando nos acerquemos más… ¡Eh, ahí están! Los sensores de largo alcance mostraron una nave en el espacio, inmóvil, del tamaño de un transporte mediano. Tenía que ser la Baza Victoriosa, un yate de placer desaparecido tras realizar un salto desde el sector corelliano. Ese salto lo había llevado peligrosamente cerca de Obroa-Skai, ahora en pleno espacio yuuzhan vong. Aunque no habían atacado ningún otro planeta desde la caída de Duro, los yuuzhan vong habían sembrado su espacio con dovin basal, que arrancaban del hiperespacio a todas las naves que eran lo bastante atrevidas o descuidadas como para acercarse a sus nebulosas fronteras. La mayoría no volvía a ser vista, pero la Baza Victoriosa había conseguido lanzar una confusa transmisión a lo largo de la Ruta Comercial Perlemiana, no lejos del Sector Meridian. Seguía siendo una ingente cantidad de espacio, pero el rastreo y salvamento había sido el negocio de Uldir los últimos seis años. A la madura edad de veintidós años, era uno de los mejores pilotos del cuerpo. —Justo en el blanco —dijo Dacholder—. Felicidades de nuevo. —Gracias, Doc. Dacholder era un poco más viejo que Uldir, con su pelo prematuramente veteado de gris que retrocedía tan rápidamente en su frente que Uldir casi podía verlo caer. No era un gran piloto pero sí bastante competente, y a Uldir le gustaba. —Oye, Uldir, nunca te lo he preguntado, pero… —empezó Dacholder en tono inquisitivo—. ¿Por qué no solicitaste que te transfirieran a una unidad militar cuando llegaron los vong? Por tu forma de volar, podrías ser todo un as. —Demasiado peligroso para mí —respondió Uldir. —Tonterías. Las misiones de rescate son el doble de peligrosas y sólo contamos con una décima parte de la potencia de fuego de una nave de combate. Dicen que durante la caída de Duro recogiste a tres pilotos derribados sin contar con ningún apoyo, mientras te acosaban cuatro cazas coralitas. —Tuve mucha suerte —objetó Uldir. —¿Seguro que sólo fue suerte?
  • 12. —¿Qué quieres decir? —Bueno, dicen que asististe a la academia Jedi de Skywalker… Uldir soltó una carcajada. —Asistir no es la palabra adecuada. Estuve allí, sí, pero causé un montón de problemas en muy poco tiempo, y no tenía ningún talento para ser Jedi. A pesar de todo, quizá tengas razón. Pensé que, ya que no podía ser Jedi, al menos podría emularlos, y búsqueda y rescate me pareció la mejor manera de intentarlo. En tiempos de guerra somos tan necesarios como los pilotos de caza. —Y no tienes que matar. Uldir se encogió de hombros. —Me parece bien. Por cierto, ¿desde cuándo te preocupas tanto por mí, Doc? —amplió la imagen de la nave en su pantalla—. Mira eso, no parece demasiado dañada. Puede que ni siquiera hayan sufrido muchas bajas. —Ojalá —dijo Dacholder. —¿Ves algo más ahí fuera? —Nada. —Eso es bueno. No hemos entrado en el espacio yuuzhan vong, pero casi. A pesar de todo lo que he trasteado en esta preciosidad, no me gustaría enfrentarme a uno de sus interceptores. —He notado que le has sacado otro veinte por ciento más de rendimiento a los amortiguadores inerciales. Buen trabajo. —Una demostración de lo que puede hacerse cuando no tienes más vida que el servicio, supongo —filosofó Uldir. Ajustó un poco más la trayectoria—. Se diría que tienen dificultades, pero su sistema de soporte vital parece estar en buenas condiciones. —Sí. Uldir le echó una mirada de reojo a su copiloto. Doc parecía un poco nervioso, lo que resultaba extraño. No es que fuera el más intrépido de la unidad, pero tampoco era ningún cobarde. Quizá se debiera a que se encontraban lejos de su base y sin apoyo. La guerra los obligaba a diseminar todos sus recursos en un frente demasiado amplio. —Uldir… —dijo Dacholder de repente. —¿Sí? —¿Crees que podremos derrotarlos…? Me refiero a los vong. —Ésa es una pregunta tonta —aseguró Uldir—. Claro que los derrotaremos. Sólo nos han sorprendido, eso es todo. En cuanto los militares actúen unidos y coordinados, y atraigan a su lado a los Jedi, los yuuzhan vong no tardarán en salir por piernas. Dacholder se mantuvo en silencio, mientras contemplaba como la nave a la deriva aumentaba de tamaño en la pantalla. —Pues yo no creo que podamos vencerlos —dijo por fin en voz baja—. Para empezar, creo que ni siquiera deberíamos combatir contra ellos. —¿A qué te refieres?
  • 13. —Mira, digas lo que digas, no han dejado de darnos patadas en el culo desde que aparecieron. Si continúan atacando, se apoderarán de Coruscant antes de que nos demos cuenta. —Eso es muy derrotista. —Eso es muy realista. —Entonces, ¿qué debemos hacer? —preguntó Uldir—. ¿Crees que debemos rendirnos? —No, eso tampoco. Mira, no hay tantos vong y ya tienen todos los planetas que necesitan, lo han reconocido. No han seguido avanzando desde Duro y no creo que lo hagan… La consola atrajo la atención de Uldir y no escuchó el resto de lo que decía Dacholder. —Espera un momento —cortó—. Aléjate de esa nave. —¿Por qué? —Porque estaba fingiendo, por eso. Acaban de activar todos sus sistemas y nos intenta atrapar con un rayo tractor. Empezó a programar una maniobra evasiva. —Deja que nos atrape, Uldir —dijo Dacholder—. No me obligues a usar esto. Ante la sorpresa de Uldir, esto era una pistola láser. Y su copiloto le apuntaba con ella a la cabeza. —¿Doc? ¿Qué estás haciendo? —Lo siento, amigo. Me caes bien y esto me disgusta tanto como beber ácido, pero tengo que hacerlo. —¿Qué tienes que hacer? —El Maestro Bélico yuuzhan vong fue muy concreto. Quiere a todos los Jedi. —¡Doc, idiota, no soy un Jedi! —Existe una lista, Uldir, y tu nombre está en ella. —¿Una lista? ¿Qué lista? ¿Quién ha hecho esa lista? Los yuuzhan vong no, seguro, porque no tienen forma de saber quién ha asistido a la academia Jedi y quién no. —Exacto. Pero algunos de los nuestros están situados en puestos muy importantes. Uldir entrecerró los ojos. —¿Los nuestros? ¿Eres miembro de la Brigada de la Paz, Doc? —Sí. —¡Por todos los…! —Uldir se detuvo en seco—. Y esa nave… esa nave es la que va a llevarme con los yuuzhan vong, ¿verdad? —No es idea mía, amigo, sólo cumplo órdenes. Ahora, pórtate bien y deja que nos aborden. —No soy un Jedi —repitió Uldir. —¿Ah, no? Pues siempre he pensado que tenías demasiada suerte. Pareces prever las cosas antes de que sucedan. —Muy cierto. ¿Te refieres a que preveo cosas como ésta? —En el fondo, no importa si eres un Jedi o no. Lo que importa es que ellos creen que lo eres. Y seguro que sabes cosas que les interesan.
  • 14. —No lo hagas, Doc, te lo ruego. Sabes perfectamente lo que los yuuzhan vong les hacen a sus víctimas. ¿Cómo puedes pensar siquiera en hacer un trato con ellos? ¡Por el espacio, destruyeron Ithor! —Dicen que el responsable fue un Jedi llamado Corran Horn. —Pura mierda de bantha. Dacholder suspiró. —Contaré hasta tres, Uldir. —No lo hagas, Doc. —Uno. —No pienso ir con ellos. —Dos. —Por favor. —Tr… No pudo terminar. Apenas había empezado a pronunciar la palabra, Dacholder se encontró en el vacío, a veinte metros de distancia de la nave y acelerando. Uldir selló la cabina del piloto con las orejas a punto de estallar y sintiendo un hormigueo por toda la cara debido a su breve exposición a la nada. Contempló cómo se alejaba el asiento del copiloto con su ocupante. —Lo siento, Doc, no me dejaste elección —musitó—. Supongo que no te expliqué detalladamente todas mis modificaciones. Dio potencia al acelerador, ganando rápidamente terreno al yate de placer. Cuando la Baza Victoriosa reaccionó, Uldir ya había alcanzado la velocidad-luz y desaparecido. ¿Dónde aparecería? No lo sabía. ¿Sobreviviría al salto hiperespacial? Y si lo conseguía, ¿qué ocurriría con los verdaderos Jedi, con sus compañeros de academia? No podía huir y esconderse, el Maestro Skywalker tenía que saber lo que estaba pasando. Ya pensaría después en sí mismo. * * * Swilja Fenn intentaba mantenerse en pie. Es algo básico, algo que ni siquiera se piensa conscientemente. Pero la larga persecución en Cujicor, la abundante pérdida de sangre y el encarcelamiento en la nave de la Brigada de la Paz hacían que cosas tan básicas como aquélla suponían un verdadero suplicio. Extrajo energía de la Fuerza e hizo restallar de impotencia su lekku. Los matones de la Brigada de la Paz la habían derribado, atado y abandonado medio sin sentido en alguna luna sin nombre, tras anular la gravedad. Poco después aparecieron los yuuzhan vong. Tras cortar sus ligaduras, las sustituyeron por una viscosa sustancia viviente semejante a la gelatina, mientras la insultaban en un idioma que parecía compuesto enteramente de maldiciones.
  • 15. Después, más viajes en lugares oscuros hasta llegar allí, a aquella vasta cámara que parecía excavada en un enorme pedazo de carne cruda. Y olía como si realmente fuera así. Swilja oyó a alguien que se acercaba desde la oscuridad y oyó las sombras que se aglomeraban en el extremo más lejano de la sala. —¿Qué queréis de mí, sucios excrementos de lylek? —gruñó, olvidando por un segundo su instrucción Jedi. Recibió un puñetazo en la cara lo bastante fuerte como para derribarla. Cuando consiguió levantarse, él ya estaba de pie frente a ella. A los yuuzhan vong les gustaban las cicatrices, los cortes y los tatuajes en la cara, los dedos cercenados. Cuanto más arriba se encontraban en la cadena alimenticia, menos partes intactas de su cuerpo quedaban. O, por lo menos, menos partes originales porque también les encantaban los implantes. El yuuzhan vong que se encontraba frente a ella debía estar muy arriba en esa cadena, porque parecía haberse caído dentro de una caja llena de vibrocuchillos activados. Manchas del color de la sangre seca cubrían la mayor parte de su cuerpo, y una especie de capa colgaba de sus hombros. Una capa que se retorcía lentamente por sí sola. Y como le había pasado con el otro yuuzhan vong, no estaba allí para ella, no lo sentía en la Fuerza. Si fuera un twi’leko, un humano o un rodiano, podría detener su corazón gracias a la Fuerza o lanzarlo contra el techo y romperle el cuello. Lo haría sin dudarlo aunque eso significara caer en el Lado Oscuro, porque así libraría para siempre a la galaxia de su presencia. Intentó hacer lo más aproximado a eso: lanzarse contra él y arrancarle los ojos. Estaba a un escaso metro de distancia. Al menos se llevaría con ella a uno de aquellos gusanos. Por desgracia, lo más aproximado resultó ser también lo menos eficaz. El mismo guardia que la había golpeado poco antes se movió con una velocidad cegadora, la frenó sujetándola por un lekku y le hizo retroceder. La sostuvo mientras el otro monstruo se enfrentaba a ella. —Te conozco —dijo Swilja escupiéndole sangre y dientes—. Eres Tsavong Lah, el que ha pedido nuestras cabezas. —Soy el Maestro Bélico Tsavong Lah —confirmó el monstruo. Ella volvió a escupirle. La saliva le empapó la mano, pero él la ignoró, negándole hasta la pírrica victoria de irritarlo. —Te felicito por demostrar que eres digna de ser sacrificada con honor —admitió Tsavong Lah—. Eres mucho más admirable que la escoria cobarde que te ha entregado a nosotros. Cuando llegue el momento simplemente morirán, no nos burlaremos de los dioses ofreciéndoselos en sacrificio. De repente, mostró más del interior de su boca de lo que a Swilja le hubiera gustado ver. Podía ser tanto una mueca como una sonrisa despreciativa. —Si sabes quién soy, sabes lo que quiero —siguió Tsavong Lah—. Sabes a quién quiero. —No tengo ni idea de lo que quieres. Por lo que sé de ti, bien podría ser un hutt enfermo.
  • 16. Tsavong Lah se relamió los labios y movió ligeramente el cuello. Sus ojos la taladraron. —Ayúdame a encontrar a Jacen Solo —le exigió—. Con tu ayuda, lo encontraré. —Traga poodoo. —No es asunto mío convencerte, para eso tengo especialistas —explicó, riendo entre dientes—. Y si no pueden convencerte a ti, hay otros… muchos otros. Algún día abrazaréis la verdad… o la muerte. Con eso pareció olvidarse de ella. Sus ojos se vaciaron de cualquier indicación de que existiera o de que simplemente la hubiera visto alguna vez, y se alejó. —¡Te equivocas! —gritó mientras la arrastraban fuera de la sala—. ¡La Fuerza es más fuerte que vosotros! ¡Los Jedi serán vuestra perdición, Tsavong Lah! El Maestro Bélico no se volvió, ni siquiera aminoró el paso. Una hora después, Swilja ya no creía en sus valientes palabras. Ni siquiera las recordaba. Para ella sólo existía el dolor. Y más tarde, ni siquiera eso.
  • 18. CAPÍTULO 1 uke Skywalker se irguió frente a los Jedi allí reunidos, con el rostro sereno y más rígido que el duracero. La postura de los hombros, los gestos precisos, la intensidad y el timbre de todas y cada una de sus palabras confirmaban su confianza y su control. Pero Anakin Solo sabía que todo aquello era puro teatro. La rabia y el miedo inundaban la sala, pareciendo someterla a cien atmósferas de presión bajo las que el Maestro Skywalker parecía a punto de desmoronarse. Anakin sintió que la esperanza se desvanecía y aquello era lo peor que había sentido nunca. Y eso que en sus dieciséis años había experimentado cosas horribles. Esa percepción no duró mucho. Nada se había roto, sólo torcido, y poco a poco se iba enderezando. El Maestro Skywalker volvió a ser tan fuerte y seguro en la Fuerza como aparentaba serlo a ojos de los demás. Anakin supuso que nadie más se había dado cuenta. Pero él sí. Lo inconmovible se había conmovido. Y eso jamás lo olvidaría; otra de las muchas cosas que parecían eternas se había evaporado de repente, otro deslizador había desaparecido bajo sus pies, dejándolo tumbado de espaldas en el suelo y preguntándose qué había pasado. ¿Es que nunca aprendería? Se obligó a centrar su helada mirada azul en el Maestro Skywalker, en el familiar rostro endurecido por las cicatrices. Más allá, la eterna luz de Coruscant entraba en la sala a través de una enorme ventana de transpariacero. Contra aquellos edificios ciclópeos y esos fluyentes senderos de luz, el Maestro parecía distraído, incluso frágil. Anakin se distanció de sus temores concentrándose en las palabras de su tío. —Kyp, comprendo cómo te sientes —decía el Maestro Skywalker. En cierto sentido, Kyp Durron era más sincero que Skywalker. La rabia que anidaba en su corazón se reflejaba claramente en su rostro. Si los Jedi fueran un planeta, el Maestro Skywalker se encontraría en un polo irradiando calma y Kyp Durron en el otro, con los puños apretados de furia. Cerca del ecuador, el planeta empezaba a hacerse pedazos. L
  • 19. Kyp dio un paso adelante, pasándose la mano por el corto pelo oscuro ribeteado de plata. —Maestro Skywalker, dudo que sepas cómo me siento. Si lo supieras, lo sentiría en la Fuerza. Todos podríamos sentirlo. En cambio, escondes tus sentimientos. —No he dicho que sienta lo mismo —corrigió Luke suavemente—, sólo que lo comprendo. —Ah —cabeceó Kyp levantando un dedo y señalando con él a Skywalker, como si repentinamente entendiera su punto de vista—. ¡Quieres decir que me comprendes con el intelecto, no con el corazón! ¿Los Jedi que has entrenado y motivado están siendo perseguidos, asesinados a todo lo largo y ancho de la galaxia, y tú lo «comprendes» como quien comprende una ecuación? ¿Acaso no te bulle la sangre? ¿Acaso no te sientes impulsado a hacer algo al respecto? —Claro que quiero hacer algo al respecto, por eso he convocado esta reunión —admitió Luke—. Pero la rabia no es la respuesta, el ataque no es la respuesta y la venganza no es, por supuesto, la respuesta. Somos Jedi. Defendemos, apoyamos… —¿A quién defendemos? ¿Qué apoyamos…? ¿Defendemos a todos los que rescataste de las atrocidades de Palpatine? ¿Apoyamos a la Nueva República y a sus buenas gentes? ¿Protegemos a aquéllos por los que hemos derramado sangre, una y otra vez, por la paz y el bien de la mayoría? ¿A los mismos cobardes pusilánimes que ahora nos difaman, nos persiguen y nos sacrifican a sus nuevos amos, los yuuzhan vong…? Nadie quiere nuestra ayuda, lo que quieren es vernos muertos y enterrados. Yo digo que ya es hora de que nos defendamos. ¡Los Jedi para los Jedi! Los aplausos atronaron en la sala… no ensordecedores, pero tampoco triviales. Anakin hubo de admitir que las palabras de Kyp tenían cierto sentido. ¿En quién podía confiar ahora un Jedi? Parecía evidente que sólo en otro Jedi. —¿Qué deberíamos hacer entonces, Kyp? —preguntó Luke. —Ya lo he dicho. Defendernos. Combatir el mal, tome la forma que tome y en cualquier lugar donde se presente. No permitir que la lucha llegue hasta nosotros y nos pille en nuestras casas, desprevenidos o dormidos con nuestros hijos. Tenemos que salir, buscar y encontrar al enemigo. Una ofensiva contra el mal es una forma de defensa. —En otras palabras, tendríamos que hacer lo que tus hombres y tú habéis estado haciendo. —Yo diría que tendríamos que hacer lo que tú hiciste cuando combatiste al Imperio. —En aquel entonces era joven y no comprendía muchas cosas —señaló Luke suspirando—. La agresión es un camino que conduce al Lado Oscuro. Kyp se frotó la mandíbula y sonrió brevemente. —Y nadie lo sabe mejor que aquél que regresó de ese Lado Oscuro, ¿verdad, Maestro Skywalker? —Exactamente —replicó Luke—. Caí en él, pero supe reaccionar. Como tú, Kyp. Ambos, cada uno a nuestro estilo, creímos ser lo bastante sabios y ágiles como para caminar por el filo de un láser sin quemamos. Ambos nos equivocamos.
  • 20. —Pero regresamos. —Por poco. Con mucha ayuda y amor. —Es cierto. Pero hubo más que lo consiguieron. Kam Solusar, por ejemplo, por no mencionar a tu propio padre… —¿Qué pretendes decir, Kyp? ¿Que es fácil regresar del Lado Oscuro y que eso justifica correr el riesgo? Kyp se encogió de hombros. —Pretendo decir que la línea que separa la luz y la oscuridad no es tan fina como intentas hacernos creer, ni se encuentra allí donde quieres trazarla —entrelazó los dedos de ambas manos y apoyó la barbilla en ellos—. Dime, Maestro Skywalker, si un hombre me ataca con un sable láser, ¿puedo defenderme con el mío para que no me corte la cabeza? ¿Sería eso demasiado agresivo? —Claro que puedes defenderte. —Y después de defenderme, ¿puedo responder a su ataque? ¿Puedo devolver los golpes? En caso negativo, ¿para qué nos enseñan entonces técnicas de combate con sable láser? ¿Por qué no aprendemos únicamente a defendernos hasta que el enemigo nos arrincone, nuestros brazos se cansen y uno de sus ataques termine por atravesar nuestra guardia? A veces, Maestro Skywalker, la mejor defensa es un ataque. Lo sabes tan bien como cualquiera. —Eso es verdad, Kyp. Lo sé. —Pero tú renuncias a la lucha, Maestro Skywalker. Bloqueas y te defiendes, pero nunca devuelves los golpes. Entretanto, las espadas dirigidas contra ti se multiplican. Y estás empezando a perder, Maestro. Una oportunidad perdida y Daeshara’cor yace muerta. Otra brecha en tu defensa y Corran Horn es calumniado, señalado como el destructor de Ithor y enviado al exilio. Renuncias a atacar y Wurth Skidder se une a Daeshara’cor en la muerte. Un aluvión de fallos mientras un millón de hojas láser convergen hacia ti y ahí va Dorsk 82, y Seyyerin Itoklo, y Swilja Fenn, ¿y quién sabe cuántos más habrán caído sin saberlo nosotros o caerán mañana? ¿Cuándo atacarás, Maestro Skywalker? —¡Esto es ridículo! —restalló una voz femenina a medio metro de la oreja de Anakin. Era su hermana, Jaina, con la cara enrojecida por su volcán interior—. Kyp, como te pasas la mayor parte del tiempo jugando con tu escuadrón a ser héroe, quizá no te hayas enterado de las últimas noticias, quizá te creas tan importante que pienses que tu manera de hacer las cosas es la única posible. Mientras tú andabas por ahí fuera disparando tus cañones láser, el Maestro Skywalker trabajaba callada y esforzadamente para asegurarse de que no todo se hiciera pedazos. —Sí, y ya veo lo mucho que ha conseguido —contraatacó Kyp—. Duro, por ejemplo. ¿Cuántos Jedi se vieron involucrados? ¿Cinco? ¿Seis? Y ninguno de vosotros, incluido el Maestro Skywalker, olió la traición hasta que fue demasiado tarde. ¿Por qué no os guió la Fuerza? —hizo una pausa y se golpeó la palma de una mano con el otro puño para dar más énfasis a sus palabras—. ¡Porque actuáis como niñeras, no como guerreros Jedi! Incluso he escuchado con mis propios oídos que uno de vosotros se negaba a recurrir a la Fuerza.
  • 21. Miró significativamente al hermano gemelo de Jaina, que seguía sentado con una expresión pétrea en su rostro. —No metas a Jacen en esto —gruñó Jaina. —Por lo menos, tu hermano fue honrado negándose públicamente a utilizar su poder — arguyó Kyp—. Equivocado, pero honrado. Y al final, cuando no le quedó más opción, recurrió a él. El resto de este grupo no tiene ninguna excusa para ser ambivalente. Si salvar la galaxia de los yuuzhan vong no os parece una causa lo bastante buena como para utilizar nuestro verdadero poder, aceptad que lo sea la autoconservación. —¡Los Jedi para los Jedi! —gritó Octa Ramis, todavía atenazada por el dolor de la pérdida de Daeshara’cor. —Intento preservar la galaxia tanto como a nosotros mismos —explicó Luke—. Si para ganar la guerra con los yuuzhan vong tenemos que pagar el peaje de recurrir a los poderes del Lado Oscuro, no podremos considerarlo una victoria. Kyp hizo rodar sus ojos y cruzó los brazos. —Sabía que venir hasta aquí era un error —terminó diciendo—. Cada segundo que hablo contigo, es un segundo perdido sin disparar un torpedo contra los yuuzhan vong. —Si estabas tan seguro, ¿por qué has venido? —Porque creí que a estas alturas hasta tú verías la pauta, Maestro Skywalker. Tras meses y meses de cruzarnos de brazos, de ver cómo mengua nuestro número, de escuchar las mentiras que circulan sobre los Jedi desde el Núcleo hasta el Borde Galáctico, creí que por fin habías decidido que era hora de actuar. Vine para escucharte decir «¡Basta!», Maestro Skywalker, para ver cómo unías a los Jedi y los liderabas en una causa justa. En cambio, sólo oigo las mismas vacilaciones de las que ya estoy más que harto. —Al contrario, Kyp. He convocado esta reunión para tomar decisiones sobre cómo debemos afrontar la crisis. —Esto no es una crisis, es una matanza —escupió Kyp—. Y sé cómo debo actuar, exactamente como he estado actuando hasta ahora. —La gente está aterrorizada, Kyp. Vive una pesadilla, igual que nosotros. Sólo quiere despertar. —Sí. Y mientras no despiertan, alimentan a los monstruos de su pesadilla con todo lo que les piden. Androides, ciudades, planetas, refugiados… y ahora Jedi. Al negarte a actuar contra esa traición, Maestro Skywalker, estás peligrosamente cerca de tolerarla. —¡Mierda de bantha! —explotó Jacen, rompiendo por fin su silencio—. El Maestro Skywalker no se siente satisfecho. Ninguno de nosotros se siente así, pero el tipo de agresión que tú propugnas es… —¿Eficaz? —terminó Kyp, sonriendo con desprecio. —¿Lo es? —replicó Jacen desafiante—. ¿Qué habéis conseguido realmente tu escuadrón y tú? ¿Acosar a unas cuantas naves de abastecimiento yuuzhan vong? Entretanto, nosotros hemos salvado a decenas de miles de…
  • 22. —¿Salvado para qué? ¿Para que puedan huir de planeta en planeta hasta que no quede ninguno donde ir? Tú, Jacen Solo, tú que te negaste a utilizar la Fuerza, ¿te atreves a darme lecciones a mí acerca de lo que es eficaz y lo que no lo es? —Si algo no es eficaz, es ese argumento —intercedió Luke—. Necesitamos calmarnos, necesitamos pensar racionalmente. —No estoy seguro de que sea eso lo que necesitamos —protestó Kyp—. Mirad a dónde nos ha llevado vuestra política racional. Estamos solos, ¿es que no os dais cuenta? Todos están contra nosotros. —Exageras. Anakin desvió su mirada hacia la nueva oradora, Cilghal. La cabeza del mon calamari se balanceaba pesarosa, mientras sus bulbosos ojos vagaban por toda la sala. —Todavía nos quedan muchos aliados —afirmó Cilghal—. Tanto en el Senado como entre las distintas razas de la Nueva República. —Si por aliados te refieres a seres sin agallas para respaldamos, sí, los tenemos — aceptó Kyp irónicamente—. Pero sigue confiando en ellos y verás como los Jedi siguen siendo capturados o asesinados. Quédate aquí meditando y esperando, si quieres, que yo no pienso hacerlo. Sé cuál es la guerra que debo librar y dónde librarla. Dio media vuelta sobre sus talones y se dirigió hacia la salida. —¡No! —susurró Jaina a Anakin—. Si Kyp se va, muchos se irán con él. —¿Y qué? —dijo Anakin—. ¿Tan segura estás de que se equivoca? —Por supuesto que… —calló de repente, hizo una pausa y volvió a empezar—. Si los Jedi se dividen, todos saldremos perjudicados. Vamos, tenemos que intentar ayudar a tío Luke. Jaina siguió a Kyp fuera de la sala, y Anakin la acompañó un segundo después. Tras ellos, el debate se reanudó en términos mucho menos exaltados. Kyp se volvió hacia ellos mientras se acercaban. —Anakin, Jaina, ¿qué queréis? —Meter un poco de sentido común en tu cabezota —respondió Jaina. —Tengo mucho sentido común, y vosotros dos deberíais saberlo. ¿Cuándo habéis desertado de una batalla? No sois de los que se cruzan de brazos mientras otros combaten. —Nunca lo hemos sido —estalló Jaina—. Tampoco Anakin, ni tío Luke… —Ahorra saliva, Jaina, siento el mayor respeto hacia el Maestro Skywalker… pero se equivoca. Ni él ni yo podemos ver a los yuuzhan vong en la Fuerza, pero no necesito hacerlo para saber que representan el mal, para saber que hay que detenerlos a toda costa. —¿No puedes escuchar lo que tío Luke tiene que decir? —Ya lo he hecho, pero no ha dicho nada que me interese —Kyp agitó tristemente la cabeza—. Vuestro tío ha cambiado. Algo les pasa a los Maestros Jedi cuando profundizan en la Fuerza, algo que no me pasará a mí. Se preocupan tanto por la frontera entre la luz y la oscuridad que se vuelven incapaces de actuar, que sólo reaccionan. Como Obi-Wan Kenobi cuando se enfrentó a Darth Vader… no hizo nada, dejó que lo matara para ser uno con la Fuerza y dejó que Luke se enfrentase solo a todos los riesgos morales.
  • 23. —No es así como lo cuenta el tío Luke. —Tu tío estuvo demasiado implicado para darse cuenta. Y ahora se ha convertido en Kenobi. —¿Qué quieres decir exactamente? —preguntó Jaina—. ¿Que tío Luke es un cobarde? Kyp se encogió de hombros y dejó escapar una leve sonrisa. —Cuando es él mismo, no, pero cuando recurre a la Fuerza… —hizo un vago gesto con la mano—. Preguntadle a vuestro hermano Jacen… A mí me parece que le están saliendo canas antes de hora por culpa de ese asunto. Toda la galaxia se desmorona a su alrededor y él se pone a meditar sobre filosofía teórica. —Tú mismo has reconocido que al final utilizó la Fuerza —señaló Jaina. —Para salvar la vida de su madre, según he oído, y aún así estuvo a punto de no hacerlo. ¿Cuánto tiempo tuvo que pasar ella en un tanque bacta? —Pero la salvó, y a mí también. —Por supuesto, pero, ¿no podía haber recurrido a la Fuerza para salvar duros y en cambio no lo hizo? Dejando aparte que dispuso de amplias oportunidades para hacerlo antes, la respuesta es evidente: sí. Así pues, ¿no fue una especie de respeto universal por preservar la vida o algo parecido lo que lo impulsó a romper su autoimpuesta prohibición? —No —susurró Anakin. —¡Anakin! —exclamó Jaina. —Es cierto —replicó Anakin—. Me alegra que lo hiciera, y me alegró que castigase al Maestro Bélico yuuzhan vong, aunque ahora quiera vengarse de la afrenta pidiendo la cabeza de todos los Jedi, pero Kyp tiene razón. Si mamá y tú no hubierais estado allí… —Jacen estaba pasando una mala racha —intentó disculpar Jaina. —¿Y los demás no? —insistió Anakin. —Tengo que marcharme —les dijo Kyp—. Cuando alguno de vosotros quiera volar conmigo, sólo tiene que decírmelo. Espero sinceramente que el Maestro Skywalker recapacite, pero no puedo esperar. Que la Fuerza os acompañe. Ellos lo vieron partir en silencio. —Ojalá no pensase que tiene razón —susurró Jaina—. Me siento como si estuviera traicionando a tío Luke. Anakin asintió con la cabeza. —Te entiendo, pero Kyp tiene razón… al menos en una cosa. Hagamos lo que hagamos, tendremos que hacerlo por nuestra cuenta. —¿Los Jedi para los Jedi? —resopló Jaina—. Tío Luke lo sabe. No estoy segura de a dónde ha enviado a mamá, papá, Trespeó y Erredós, pero sé que tiene algo que ver con crear una red que impida que se entregue a los Jedi a los yuuzhan vong. —Eso está bien —reconoció Anakin—, pero es lo que Kyp llama defenderse. Tenemos que actuar, nunca ganaremos esta guerra limitándonos a reaccionar. Necesitamos montar una red de inteligencia, necesitamos saber qué Jedi están en peligro antes de que vayan a por ellos. —¿Cómo vamos a averiguarlo?
  • 24. —Piensa lógicamente. Todos los planetas que han caído en manos de los yuuzhan vong son obviamente peligrosos. Los siguientes son los más cercanos al espacio ocupado por ellos, porque sus habitantes están desesperados por conseguir un trato. —El Maestro Bélico dijo que sólo perdonarían al resto de la galaxia si nos entregaban a todos. Eso atenúa la desesperación, al menos entre los que son lo suficientemente estúpidos como para creérselo. En Duro pudimos comprobar lo que significan las promesas para los yuuzhan vong. Si no cooperas, te eliminan; si lo haces, también, pero encima se ríen de lo estúpido que has sido. —Obviamente, mucha gente prefiere creer en las mentiras de los yuuzhan vong a arriesgarse a desafiarlos —Anakin se encogió de hombros—. El asunto es… —El asunto es: ¿qué hacéis vosotros dos aquí en vez de estar en la reunión? —preguntó Jacen Solo desde el extremo del pasillo. —Intentábamos convencer a Kyp para que se quedase —explicó Anakin a su hermano mayor. —Sería más fácil meter un siringana en una caja. —Cierto —reconoció Jaina—, pero teníamos que intentarlo. Supongo que ahora debemos volver a la… —No os molestéis, tío Luke pidió un receso minutos después de que Kyp saliera. Demasiada angustia y confusión. —Esto no va bien —dijo Jaina. —No. Demasiada gente cree que Kyp tiene razón. —¿Y tú qué piensas? —preguntó Anakin. —Que se equivoca —respondió Jacen sin la menor vacilación—. Responder a la agresión con más agresión no puede ser la solución. —¿Ah, no? Si no hubieras utilizado esa particular solución, mamá, Jaina y tú mismo estaríais muertos. ¿Sería mejor el Universo sin vosotros? —Anakin, no me siento orgulloso de lo que… —empezó a decir Jacen, pero Jaina lo cortó en seco. —No empecéis otra vez. Antes de que llegases, Anakin y yo hablábamos de hacer algo constructivo. No demos vueltas al mismo tema como en la reunión general. Al fin y al cabo, somos hermanos. Si nosotros no podemos hablar sin perdernos en discusiones estériles, ¿cómo podemos esperar que los demás lo hagan? Jacen sostuvo la mirada de Anakin unos cuantos latidos más, esperando a ver quién cedía primero. Fue él. —¿De qué hablabais exactamente? —terminó preguntando. Jaina pareció aliviada. —Intentábamos deducir cuáles serían los puntos más calientes y qué Jedi corrían un peligro más inmediato —explicó. —Con la Brigada de la Paz rondando ahí fuera, es difícil de dilucidar —Jacen hizo una mueca de desagrado, como si hubiera probado un aperitivo hutt—. No les atan los intereses
  • 25. de un solo sistema. Si creen que así aplacarán a los yuuzhan vong, nos perseguirán desde el Núcleo hasta el Borde de la galaxia. —La Brigada de la Paz no puede estar en todas partes al mismo tiempo. No pueden investigar y verificar personalmente todos los rumores que les lleguen sobre los Jedi. —La Brigada de la Paz tiene muchos aliados y una buena red de inteligencia —apuntó Jacen—. A juzgar por todo lo que han conseguido hasta ahora, deben de tener unos cuantos infiltrados… Puede que hasta en el mismo Senado. No tienen porqué investigar rumores. Por lo que sé, ni siquiera han capturado a la mitad de los Jedi de los que alardean. Son simples comerciantes de carne que entregan su mercancía a los yuuzhan vong. —Tengo un mal presentimiento sobre Viqi Shesh, la senadora de Kuat —susurró Jaina. —Lo que creo, es que es muy difícil predecir qué Jedi puede ser el siguiente de su lista —sentenció Anakin—. Pero, ¿y si tuvieran la oportunidad de ponerle las manos encima a un buen puñado? ¿No irían a por ellos? Los ojos de Jaina se abrieron como platos. —¿Crees que se atreverían a atacarnos mientras estamos reunidos aquí? —No, las cosas no están tan mal —negó Anakin, moviendo la cabeza de un lado a otro— . Además, ¿quién querría enfrentarse con los Jedi más poderosos de la galaxia? Sería una locura. A nosotros nos intentarán cazar uno a uno, pero… —¡El Praxeum! —lo interrumpió Jacen. —Sí, es cierto —confirmó Anakin—. ¡La academia Jedi! —¡Pero, sólo son niños! —protestó Jaina. —¿Crees que eso supone alguna diferencia para la Brigada de la Paz… o para los yuuzhan vong, ya puestos? —preguntó Jacen—. Mira a Anakin, sólo tiene dieciséis años y ya ha matado a más guerreros en combate cuerpo a cuerpo que cualquiera de nosotros. Y los yuuzhan vong lo saben. —¿Qué me dices de la ilusión que los Jedi han levantado alrededor de Yavin 4? Eso mantiene a los extranjeros alejados. —No, desde que casi todos los Caballeros Jedi se han ido del planeta —dijo Anakin—. Muchos han venido a Coruscant para celebrar esta reunión y otros andan buscando a los camaradas desaparecidos. Lo último que oí, es que sólo se habían quedado los estudiantes Kam y Tionne, con Streen y quizá el Maestro Ikrit. Es muy posible que no sean suficientes. ¿Dónde está tío Luke? Tenemos que hablarlo ahora mismo con él. Y puede que sea demasiado tarde. —Buena idea, Anakin —admitió Jacen. —Gracias. Lo que Anakin no mencionó a sus hermanos, era que se había despertado en mitad de la noche con el corazón retumbando, agarrotado por el temor. Y aunque no podía recordar la pesadilla que lo había arrancado de su sueño, al menos había retenido una imagen: el pelo rubio y los ojos verdes de Tahiri, su mejor amiga. Y Tahiri se encontraba en la academia.
  • 26. CAPÍTULO 2 uke Skywalker se hundió en una silla de su estudio, pasó la mano por la frente y contempló fijamente la noche… o lo que pasaba por tal en Coruscant: las cien sombras del fulgor nocturno, las brillantes líneas de coches y transportes aéreos, las rutas iluminadas hacia las invisibles estrellas. ¿Cuántos miles de años hacía que nadie había visto una estrella en el cielo nocturno de este mundo-ciudad? En Tatooine, las estrellas eran duras y parpadeantes promesas para un chico que quería algo más de la vida que envejecer en una granja de humedad. Ellas lo eran todo, y anhelarlas fue la semilla de todo en lo que Luke se había convertido. Ahora, en el corazón de la galaxia por la que tanto había luchado, ni siquiera podía verlas. Algo se deslizó en la Fuerza, un abrazo deseando ser recibido, deseando permiso para poder darse. —Entra, Mara —dijo en voz baja, al tiempo que se levantaba. —Quédate ahí, ahora voy —respondió su esposa. Ella se sentó a su lado y le cogió la mano. Él sintió que su contacto se volvía más íntimo y, sorprendido, se descubrió retrocediendo. —Eh, Skywalker, no he venido a matarte. —Una afirmación reconfortante. —¿Ah, sí? —su voz se endureció—. No creas que no se me ha pasado por la cabeza. Cuando no pude retener el desayuno en el estómago o cuando todas las emociones que he tenido, y otras que no sabía que tenían, dan un vuelco a la velocidad de la luz cada veinte minutos… y vuelta a empezar. Cuando mis tobillos se parezcan a los de un jabalí gamorreano y todo mi ser empiece a parecerse a un hutt, le aconsejaré al responsable de esos cambios que vigile su espalda. —Oye, espera un momento. No recuerdo haber conspirado para eso; yo me sorprendí tanto como tú. Además, fue tu último plan para matarme lo que dio pie a todo esto, embarazo incluido. Sigue así, y adelantaremos a Han y a Leia en un santiamén. L
  • 27. —Querido —cloqueó ella en tono que pareció casi sarcástico—. Te quiero, eres mi luz y mi vida. Pero como vuelvas a hacerme esto, te vaporizaré en el sitio —y le apretó la mano con ternura. —Como iba diciendo —Luke cambió de tema—, ¿qué puedo hacer por ti, cariño? —Decirme qué es lo que pasa. Él se encogió de hombros y giró la cara para volver a contemplar el paisaje. —Los Jedi, por supuesto. Nos estamos haciendo pedazos. Primero, la galaxia se vuelve contra nosotros, y ahora, nosotros mismos nos volvemos unos contra otros. —Lamento no haberme encargado de Kyp hace años —comentó Mara. —No lo digas ni en broma. No es culpa de Kyp… En el fondo es culpa mía. Una vez me lo explicaste claramente, ¿te acuerdas? —Me acuerdo de que te dejé claras unas cuantas cosas… Pero eso no implica que Kyp tenga razón. —No, no la tiene. Pero cuando los niños se desvían del buen camino, ¿no dice eso algo sobre los padres? —Un momento perfecto para confesar que vas a ser un padre horrible. ¿O acaso crees que no puedo ser una buena madre? Mara bromeaba, pero él sintió una súbita oleada de miedo, depresión y rabia emanando de su esposa. —¿Mara? —preguntó—. Sólo era una metáfora. —Lo sé. No es nada, sigue. —A mí no me lo parece. —No es nada. Hormonas, cambios de humor… Resulta muy incómodo estar controlada por la química de tu cuerpo. Además, no es tu problema, Skywalker. Sigue con lo que estabas diciendo, pero sin añadir metáforas sobre la paternidad. —De acuerdo. Lo que quiero decir es que si los demás acuden a Kyp en busca de consejo, es que mis enseñanzas no son lo bastante duraderas, lo bastante fuertes o lo bastante satisfactorias. —Hemos sido traicionados y estamos siendo asesinados —dijo Mara—. Kyp les da una respuesta para ese problema; tú, no. —Espera. ¿Estás de acuerdo con Kyp? —Estoy de acuerdo en que no podemos cruzarnos de brazos y esperar. Sé que tú tampoco quieres hacer eso, pero no sabes expresarlo bien. Kyp ha dado a los Jedi una visión, una visión tan clara y simple como equivocada. Pero todo lo que nosotros les damos es una mezcla confusa de promesas, convicciones y prohibiciones. Necesitamos decirles qué deben hacer, no lo que no deben hacer. —¿«Nosotros»? —Sí, Skywalker, nosotros. Tú y yo. Allá donde vayas tú, también iré yo. Su presencia en la Fuerza besó ligeramente la suya, y por un instante sólo pudo temblar. Se sentía bien, era un foco de calidez contra la gelidez y la dureza de sus dudas y su dolor.
  • 28. ¿Cómo podía permitirse el lujo de dudar? ¿Cómo podía permitir que nadie viera sus dudas, cuando eso podía significar el fin de todo? El contacto se hizo más ligero, como si ella se retirase, y Luke se relajó. Entonces volvió, más furtivo pero más fuerte. Al final se rindió, abriéndose a ella, y acabaron fundiéndose en torrente de luz. Él la tomó en sus brazos y permitió que un gesto de la mano y el fulgor que nacía dentro de ella alejaran sus mayores dudas. —Te quiero, Mara —suspiró, un rato después. —Yo también te quiero —replicó ella. —Es duro ver como todo se desmorona. —No se desmorona, Luke. Tienes que confiar. —Tengo que ser fuerte por ellos, tengo que servirles de ejemplo. Pero, hoy… —Sí, lo vi. Tuviste un momento de debilidad. Creo que soy la única que se dio cuenta. —No, Anakin también lo sintió. Lo perturbó, y mucho. —¿Te preocupa Anakin? —preguntó ella, captando el subtexto de lo que había dicho—. Te adora. Si hay alguien al que siempre haya querido imitar ese eres tú. Nunca apoyaría a Kyp. —No es eso lo que me preocupa. Es más parecido a Kyp de lo que él mismo cree, pero no se da cuenta. Se ha enfrentado a muchos problemas, Mara, y aún es demasiado joven para absorber todo por lo que ha pasado últimamente. Todavía se culpa por la muerte de Chewbacca y, en el fondo, sigue creyendo que también lo culpa Han. Vio morir a Daeshara’cor y se culpa de la destrucción de la flota hapana en Fondor. Soporta todo ese dolor, y algún día le pasará algo que su falta de experiencia no le permitirá asimilar. El dolor y la culpa están a un paso de la rabia y el odio. Y sigue siendo demasiado temerario. A pesar de toda la muerte que ha visto a su alrededor, sigue creyéndose inmortal. —Por eso le afectó tanto tu debilidad —dedujo Mara—. Cree que tú también eres inmortal. —Lo creía. Pero ahora sabe que si pudo perder a Chewie, puede perder a cualquiera, lo cual no le facilita las cosas. Está perdiendo la fe en todo lo que ha significado algo en su vida. —Yo tampoco tuve una infancia precisamente normal —apuntó Mara—. Pero, en cierto modo, ¿no le pasa lo mismo a la mayoría de los niños? —Sí, pero la mayoría de los niños no son aprendices Jedi. La mayoría de niños no son tan poderosos en la Fuerza como lo es Anakin, ni tan proclives a utilizarla como él. ¿Sabes que cuando apenas era un niño, mató una serpiente gigante deteniendo su corazón con la Fuerza? —No —Mara parpadeó sorprendida. —Pues lo hizo. Se estaba defendiendo y defendiendo a sus amigos. Probablemente, en aquel momento le pareció la única salida. —Anakin es un chico pragmático.
  • 29. —Ése es el problema —suspiró Luke—. Creció entre Jedi. Para él, usar la Fuerza es como respirar, y Anakin no encuentra nada místico en ello. Para él, es una herramienta con la que hacer cosas. —Jacen, en cambio… —Jacen es mayor, pero ha crecido como Anakin. Ambos reaccionan de formas diferentes ante la misma situación. Lo que tienen en común es que ninguno de los dos cree que yo esté haciendo lo adecuado. Y lo peor, es que uno de ellos tiene razón. He visto cómo… —su voz se quebró. —¿Qué? —urgió Mara suavemente. —No lo sé. He visto un futuro, varios en realidad. Cuando sea que acabe este asunto de los yuuzhan vong, no seré yo quien lo termine, ni Kyp, ni ningún Jedi. Sino alguien nuevo. —¿Anakin? —No lo sé. Me da miedo incluso hablar del tema. Cada palabra que pronuncio provoca oleadas en la Fuerza y cambia las cosas, cambia el futuro de todas las personas que la escucha. Empiezo a entender cómo se sentían Yoda y Ben. Siempre vigilando, siempre intentando guiarme, siempre procurando que no me equivocase, que viera con claridad que existe algo como la sabiduría y que no me engañase a mí mismo. Ella rió suavemente y le besó en la mejilla. —Te preocupas demasiado. —A veces, creo que no lo suficiente. —¿Ah, no? ¿Quieres preocuparte…? Escucha —dijo Mara suavemente, tomando su mano y presionándola contra su vientre. Una vez más lo envolvió en la Fuerza, y una vez más se fundieron uno con el otro y con la tercera vida que palpitaba en la habitación, la que crecía dentro de Mara. Dubitativo, vacilante, Luke llegó hasta su hijo. Su corazón latía con un ritmo hermoso y a su alrededor flotaba como una melodía, una consciencia alienígena y familiar al mismo tiempo, sensaciones como el sabor y el olor y la vista, pero sin serlo exactamente, un universo sin luz pero con todo el calor y la seguridad del mundo. —Asombroso —susurró—. Que puedas darle eso. Que puedas ser todo eso para él. —Hace que sientas humildad, inquietud… —reconoció ella—. ¿Y si cometo un error? ¿Y si mi enfermedad vuelve a manifestarse? Y lo peor de todo… —hizo una pausa y él esperó, sabiendo que seguiría a su debido tiempo—. En cierto modo es fácil. Ahora, para protegerlo sólo tengo que protegerme a mí misma, y llevo haciéndolo toda mi vida. Ahora mismo, mi vida es su vida. Pero en cuanto nazca ya no será así. Y eso es lo que me preocupa. Luke la rodeó con el brazo y la estrechó contra él. —Lo harás bien —le aseguró—. Te lo prometo. —No puedes prometérmelo, como tampoco puedes prometer que esos jóvenes Jedi estarán seguros en algún lugar. Es lo mismo. Es el mismo miedo, Luke. —Por supuesto —contestó—, por supuesto.
  • 30. Se sentaron y contemplaron el cielo de Coruscant. No volvieron a hablar hasta que alguien llegó ante su puerta. —Hablando del diablo… —murmuró Luke—. Son los chicos Solo. —Puedo decirles que se vayan. —No, necesitan hablar conmigo —alzó la voz—. Pasad. Se puso en pie y encendió las luces. Anakin, Jaina y Jacen entraron en el estudio. —Sentimos haber abandonado la reunión —empezó Jaina. —Sabía lo que estabais haciendo, y os doy las gracias por intentarlo. Kyp… bueno, Kyp debe seguir su propio camino por un tiempo. Pero no habéis venido por eso, ¿verdad? —No —confirmó Jacen—. Estamos preocupados por la academia Jedi. —Exacto —corroboró Anakin—. Se me ha ocurrido que si yo perteneciera a la Brigada de la Paz y quisiera atrapar un montón de Jedi a la vez… —Irías a Yavin 4. Buena deducción. El rostro de Anakin se ensombreció visiblemente. —Ya lo habías pensado. —No te sientas mal —lo consoló Luke, asintiendo con la cabeza—. Hace pocos días que hemos recibido los informes suficientes como para comprender lo en serio que han tomado la promesa del Maestro Bélico yuuzhan vong. Estaba tan ocupado intentando apagar todos los fuegos locales y buscando apoyo gubernamental para detener esta locura —o frenarla por lo menos—, que no pensé que no habíamos dejado suficientes Jedi adultos en el sistema como para mantener la ilusión que proyectábamos en torno al planeta. —Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Jacen. —Le he pedido a la Nueva República que envíe una nave para evacuarlos, pero están debatiéndolo. Y pueden seguir así durante semanas. —¡No podemos esperar tanto! —protestó Jaina. —No, no podemos; estoy de acuerdo —aseguró Luke—. He intentado encontrar a Booster Terrik. Creo que, de momento, lo mejor sería no sólo evacuar la academia sino mantener a los niños en movimiento a bordo de la Ventura Errante. Si los trasladamos a otro planeta no resolveremos el problema, sólo lo postergaremos. —¿Están con Booster? —se interesó Anakin. —Por desgracia, no he podido localizarlo. Sigo intentándolo. —Talon Karrde —dijo Mara suavemente. —Perfecto —exclamó Luke—. ¿Sabéis dónde encontrarlo? —¿Tú qué crees? —sonrió irónicamente Mara. —¿Y si la Brigada de la Paz ya está en Yavin 4 o camino de allí? —insistió Anakin. —Por ahora, es lo mejor que podemos hacer —dijo Luke—. Además, el peligro todavía es hipotético. Puede que la Brigada de la Paz ni siquiera conozca Yavin 4. Y aunque lo conociera y supiera qué oculta, aún están allí Kam y Tionne, y el Maestro Ikrit. Los niños no se encuentran precisamente indefensos. —No es el secreto mejor guardado de la galaxia —apuntó Jacen—. Y sin que los oculte la ilusión, ¿qué puede hacer Kam contra una nave de guerra? Déjanos ir.
  • 31. —Ni hablar —contestó Luke—. Os necesito a todos aquí. Y con vuestras cabezas a precio, sobre todo la tuya, Jacen, sería demasiado peligroso dejaros ir solos. Vuestros padres nunca me lo perdonarían si os enviara sin su permiso. —Entonces, pídeselo —argumentó Jaina. —No puedo. No podemos contactar con ellos, y seguirán así por un tiempo. —¿No deberíamos comprobar al menos la situación del Praxeum? —insistió Jaina—. Podríamos limitarnos a escondernos en el límite del sistema hasta que llegue Karrde y controlar la situación desde allí. Si algo sale mal, volveríamos aquí para informar. Luke agitó la cabeza. —Sé que estáis inquietos, sobre todo tú, Jaina. Pero tus ojos aún no se han curado del todo. —Quizás no, para los estándares del Escuadrón Pícaro —protestó Jaina—, pero veo lo suficiente para volar. —Aún cuando estuvieras completamente recuperada, sigo sin creer que un viaje hasta Yavin 4 sea productivo —apuntó Luke—. Aquí hay un importante trabajo pendiente. ¿No es eso lo que le decíais a Kyp, Jaina, Jacen? —Sí, tío Luke —reconoció Jacen—. Exactamente eso. —¿Anakin? Has estado muy callado. —Tampoco hay mucho que decir, ¿verdad? —respondió Anakin, encogiéndose de hombros. Luke creyó detectar un tono peligroso en sus palabras, pero desapareció rápidamente. —Me alegra que los tres penséis en esta situación. Estamos de acuerdo en que la academia es uno de nuestros puntos más vulnerables, ayudadme a encontrar los demás. No penséis ni por un segundo que ya los he descubierto todos porque, obviamente, no es así. Y no olvidéis que mañana por la mañana reanudaremos la discusión. Los tres asintieron con la cabeza y se marcharon del cuarto. —Puede que tengan razón —dijo Mara, una vez se hubieron ido. —Puede —volvió a suspirar Luke—. Pero tengo la sensación de que quien vaya a Yavin 4 necesitará hacer uso de la Fuerza o no saldrá de allí con vida. Y he aprendido a confiar en esas sensaciones. —Entonces, tendrías que habérselo dicho —añadió Mara. —Entonces, seguro que habrían ido —y le dirigió una sonrisa sardónica. Mara le tomó la mano. —No hay descanso para los cansados. Avisaré a Karrde —ella tocó de nuevo su vientre—. Entretanto, Skywalker, búscame algo de comer… Algo grande y que todavía sangre. * * * Anakin verificó los indicadores de los sistemas.
  • 32. —¿Cómo estamos, Fiver? —preguntó tranquilamente, estudiando la pantalla de comunicaciones de la cabina. SISTEMAS DENTRO DE LAS VARIANTES ÓPTIMAS, le aseguró la unidad R7. —Bien, espera mientras pido autorización. Entretanto calcula los saltos necesarios para llegar hasta el Sistema Yavin. Para conseguir el permiso tuvo que recurrir a cierta cantidad de artimañas, incluida la creación de un código específico que le permitiera despegar sin alertar a tío Luke o a cualquier otro que pudiera detenerlo. Porque, esta vez, tío Luke se equivocaba. Anakin podía sentirlo en el mismo centro de su ser. Los aprendices de Jedi estaban en grave peligro; Talon Karrde podría no llegar a tiempo. Es más, puede que ya fuera demasiado tarde. Resultaba extraño que tío Luke siguiera considerándolo un niño. Había matado a muchos yuuzhan vong, visto cómo morían sus amigos y provocado la muerte de otros. Era responsable de la destrucción de innumerables naves y de los seres que viajaban en ellas, y apenas había sufrido un arañazo. Esa forma de pensar de los adultos, ambivalencia y negación, era un punto débil. No veían quién era de verdad y sólo lo juzgaban por lo que parecía ser. Incluso su madre y tío Luke, que contaban con la ayuda de la Fuerza. Tía Mara probablemente lo comprendía, pues tampoco había sido realmente una niña, pero la cegaba su relación con tío Luke; no sólo debía tener en cuenta sus sentimientos, sino los de tío Luke. Se enfadarían mucho, seguro. Podría haberles explicado lo que sentía en la Fuerza, pero eso habría alertado al Maestro Jedi de lo que pretendía hacer. Aún cuando hubiera podido convencer a tío Luke de que tenía que enviar ya a alguien, sin más esperas o dilaciones, seguramente habría enviado a otro, alguien más adulto. Y Anakin sabía que debía ir, que tenía que ser él quien fuera. O su mejor amiga se vería condenada a un destino mucho peor que la muerte. Y, en ese momento, eso era de lo único que estaba completamente seguro. —Permiso para despegar —informó el control aéreo. —Impulso, Fiver —susurró Anakin—. Tenemos otro lugar al que ir.
  • 33. CAPÍTULO 3 uando las estrellas volvieron a la normalidad, Anakin puso el Ala-X XJ en caída libre y desconectó toda la energía de la nave, excepto la de los sensores y el soporte vital mínimo. Normalmente no era tan cauto; al fin y al cabo, alguien tendría que estar buscando específicamente las hiperondas de un Ala-X para poder detectarlo entrando en el sistema. Pero, dada la sensación que sentía en el estómago, puede que estuviera haciéndolo alguien. La deriva de su Ala-X no era aleatoria, sino calculada para que sus instrumentos pudieran captar todo el espacio circundante en el mínimo tiempo posible. Mientras los sensores hacían su trabajo, Anakin exploró con el sentido que el que más confiaba: la Fuerza. El planeta Yavin, con sus inmensos océanos anaranjados de gas hirviendo en pautas fractales, huidizas, llenaba la mayor parte del cielo frente a él. Su aspecto familiar había marcado muchos de los días y noches de su infancia. El Praxeum, la academia de su tío Luke, se encontraba en Yavin 4, una luna del gigante gaseoso. Recordó haber contemplado desde ella a Yavin colgado en el cielo nocturno, un espejismo planetario colosal, preguntándose qué podría contener, explorándolo mediante la Fuerza. Encontró nubes de metano y amoníaco más profundas que los océanos, hidrógeno bajo tanta presión que se transformaba en metal, formas de vida aplastadas, más finas que el papel pero desarrollándose, ciclones más pesados que el plomo pero más veloces que cualquier viento de cualquier mundo habitado por humanos. Y cristales, brillantes gemas coruscanas que ascendían por esos vientos titánicos, bailando una antigua danza, capturando la escasa luz que podían encontrar en la tenue atmósfera superior y atrapándola firmemente en sus moléculas. No vio nada de eso con los ojos, naturalmente, sino que lo sintió a través de la Fuerza, comprendiéndolo poco a poco gracias a las referencias que encontró en la biblioteca. C
  • 34. En su imaginación había visto más. Pedazos de la primera Estrella de la Muerte, que había encontrado su fin sobre estos mismos cielos, casi convertidos en filamentos monomoleculares por la presión y la gravedad. Cosas más antiguas, como reliquias Sith. Y especies todavía más viejas y distantes en el tiempo. Cuando un planeta como Yavin se tragaba un secreto, era improbable que lo devolviera, y dados los pocos que había revelado el sistema, como el Triturador de Soles que el propio Kyp Durron había conseguido rescatar de las entrañas del gigante naranja, era mejor así. Justo en el límite del vasto borde del planeta parpadeaba una estrella amarillenta. Era Yavin 8, una de las tres lunas bendecidas con vida. Anakin tenía una amiga nativa de ese mundo que había sido entrenada brevemente en la academia antes de volver a casa. Podía sentirla, aunque muy débilmente. En cierta forma, todo el sistema era familiar para Anakin, tanto que podía saber inmediatamente si algo estaba fuera de lugar. Y sentía que algo estaba muy fuera de lugar. Podía captar a los candidatos Jedi gracias a la Fuerza, porque eran fuertes en ella. Sentía a Kam Solusar, a su esposa Tionne, y al anciano Ikrit, que no eran estudiantes sino Jedi de pleno derecho. Los veía como a través de una nube, lo que sugería que intentaban mantener la ilusión que ocultaba Yavin 4 a un ojo casual. Pero, incluso a través de esa nube, una presencia resplandecía brillantemente, más luminosa por la familiaridad y la amistad: Tahiri. Ella también podía sentirlo a él, y aunque no oyera ninguna de las palabras que le intentaba enviar, Anakin captaba una especie de ritmo, como si alguien hablase rápida, agitadamente, sin hacer pausas ni siquiera para respirar. Anakin no pudo reprimir una sonrisa. Sí, ésa era Tahiri. Lo que le parecía fuera de lugar estaba un poco más cerca y era mucho más débil. No eran yuuzhan vong, porque no podían sentirlos mediante la Fuerza, sino alguien que no debería estar allí. Alguien ligeramente desconcertado, pero con una creciente sensación de confianza. —Espera, Fiver —le ordenó a su astromecánico—. Prepárate para huir o combatir en cuanto dé la orden. Igual sólo son Talon Karrde y su tripulación, que han llegado antes de lo previsto, pero preferiría apostar contra Lando Calrissian jugando al sabacc a confiar que es eso. AFIRMATIVO, parpadeó la pantalla. La presencia entró en el alcance del sensor, y su ordenador recreó una silueta a partir de la imagen aumentada. —No está tan mal; sólo es un transporte ligero corelliano —murmuró—. Quizá sea una de las naves de Karrde, pero quizá no. Y quizá había cien naves yuuzhan vong ocultas tras el gigante de gas, o al otro lado de Yavin 4, invisibles a los sentidos Jedi y ocultas a los sensores. Fuera como fuera, esperar allí no resolvería sus dudas. Volvió a conectar la energía, corrigió el rumbo y dio impulso a los motores iónicos. Activó el sistema de comunicaciones y llamó al extraño.
  • 35. —Transporte, responda. Por unos momentos no recibió respuesta, pero al final el altavoz dejó escapar un crujido. —¿Quién es? —Me llamo Anakin Solo. ¿Qué hacen en el Sistema Yavin? —Somos mineros de Coruscant. —Sí, seguro. ¿Dónde está su nave de apoyo? Otra pausa. Después, las palabras sugirieron un atisbo de enfado. —Tenemos la luna en nuestro campo de visión. Sabíamos que estabas ahí desde el principio. Tu hechicería Jedi ha fallado. EL TRANSPORTE ESTÁ ARMANDO LOS SISTEMAS DE ARMAMENTO, informó Fiver. Anakin asintió sombrío con la cabeza mientras la otra nave viraba hacia él. —Sólo se lo advertiré una vez —anunció Anakin—. No se acerque. La respuesta fue un disparo de cañón láser, lanzado desde tanta distancia que lo esquivó con tanta facilidad como desviaba el de una pistola con su sable láser. —Vaya, supongo que eso lo dice todo —susurró Anakin, abriendo los alerones de su Ala-X—. Fiver, acción evasiva seis, pero sigue alerta por si acaso. RECIBIDO. Se dejó caer a toda velocidad hacia Yavin 4 y hacia el transporte, bailando y girando al mismo tiempo, y cuando la Fuerza le permitió captar nítidamente su blanco, los rayos color rubí de sus cañones surcaran la negrura espacial. El transporte devolvió el fuego y realizó sus propias maniobras evasivas, pero era como si un bantha intentase esquivar una mosca. Pero, los desconocidos tenían buenos escudos. Cuando Anakin completó su primera pasada, seguían prácticamente intactos. Para que todo resultara más interesante, cuatro llameantes puntos azules parecieron desprenderse del transporte y sus instrumentos le informaron de que le disparaban torpedos de protones. Anakin se había preparado para un segundo ataque pero, en vista de los acontecimientos, se zambulló hacia la luna. —Cuatro torpedos de protones. A esos tipos no les gustamos nada, Fiver. EL TRANSPORTE PARECE HOSTIL, respondió el androide. Anakin suspiró. Fiver era un astromecánico más avanzado que R2-D2, pero a veces echaba de menos la personalidad del robot de su tío. Tendría que hacer algo al respecto. Dos descargas láser impactaron contra sus escudos en rápida sucesión, pero éstos resistieron. Tras él, los torpedos de protones siguieron acercándose mientras Anakin notaba que la nave empezaba a vibrar débilmente debido a la resistencia de la atmósfera. El morro y las alas del vehículo se calentaron a causa de la fricción. Si no calculaba la maniobra con exactitud, terminaría esparcido por los muchos kilómetros de selva que tenía bajo él. Cuando ya tenía el primer torpedo casi encima, desconectó los motores y alzó el morro. La atmósfera, aunque todavía tenue, le dio un buen bofetón a su Ala-X XJ, alejándolo de la luna. Los servos gimieron y algo, en algún lado, dejó escapar un sorprendente ping. Aprovechando la inercia del empuje atmosférico, hizo girar la nave en dirección al espacio,
  • 36. con la sangre agolpándose en su cabeza a medida que aumentaban los g’s de gravedad. En ese momento volvió a conectar los motores. Tras él, los torpedos de protones no pudieron maniobrar tan bien. Intentaron seguirlo, por supuesto, pero dos de ellos no lo consiguieron y cayeron a la luna. Los otros dos tomaron cursos tan distintos del seguido por Anakin, que nunca conseguirían volver a encontrarlo antes de que se les acabase el combustible. —Buen intento —comentó Anakin irónicamente. Ascendió, liberándose de la gravedad lunar y disparando sus láseres a un ritmo frenético. Recibió otro impacto del cañón enemigo y, por un instante, las luces de la cabina se oscurecieron. Pero volvieron a brillar cuando Fiver recondujo la energía, y Anakin se lanzó contra el transporte. Sus escudos vacilaron y los conectó al generador principal. Revoloteó alrededor del transporte, ametrallando torreones láser, lanzatorpedos y motores. Volvió a conectar las comunicaciones. —¿Dispuestos a hablar ahora? —preguntó. —¿Por qué no? —replicó la voz al otro extremo—. Aún puedes rendirte si quieres. —Eso es… —empezó Anakin, pero Fiver lo interrumpió. DETECTADO SALTO HIPERESPACIAL. HAN LLEGADO 12 NAVES, DISTANCIA 100.000 KILÓMETROS. —¡Esputo de Sith! —maldijo Anakin, desviando su mirada hacia los sensores. Descubrió al instante que no eran naves yuuzhan vong, sino una abigarrada colección de Alas-E, transportes y corbetas. Y convergían hacia él. —Nave no identificada, aquí la Brigada de la Paz —resonó una voz—. Ríndase y prepárese para ser abordada. No sufrirá daños. Estaban demasiado lejos para dispararle, pero pronto dejarían de estarlo. Anakin retrajo los flaps, apretó el acelerador y se lanzó hacia el distante Yavin 4. * * * Anakin descendió de la cabina de su Ala-X en medio de la oscuridad. Una débil iluminación en la distancia delataba la entrada de lo que antes fuera parte de un templo massassi y, mucho después, el poco utilizado hangar central de la flota rebelde, ya que la mayoría de las naves aterrizaban en la explanada frente a la academia. Las botas de vuelo de Anakin se arrastraron por la vieja superficie de piedra, y a su alrededor creció el rumor de un batir de alas enormes. Olía a piedra y lubricante, y más débilmente al almizcle que desprendía la selva del exterior. Alguien observaba a Anakin desde la oscuridad. —¿Quién va? —preguntó una voz, estirando cada una de las palabras para llenar el abismo. —Soy yo, Kam. Anakin.
  • 37. Apareció una débil luz, y después se encendió todo un conjunto de paneles. Kam Solusar se encontraba en pie a unos diez metros de distancia, colgando el sable láser del cinturón. —Ya me lo parecía —aseguró Kam—, pero hace varios días estándar que hay una nave desconocida en órbita. Estamos intentando mantenerlos desconcertados. —Es de la Brigada de la Paz —aclaró Anakin—. Acaba de recibir refuerzos, una docena aproximadamente. Y ya no están desconcertados. Mientras hablaba, se había estado acercando a Kam. De repente, su viejo maestro dio un paso adelante y lo abrazó. —Me alegra verte, Anakin. ¿Y tú? ¿Estás solo? Anakin asintió con la cabeza. —Talon Karrde viene de camino con una flotilla, se supone que para evacuarlo a usted y a los estudiantes. Tío Luke no esperaba que la Brigada de la Paz llegara tan pronto, supongo… —Pero tú sí, ¿verdad? —los ojos de Kam se entrecerraron—. Has venido sin permiso. —He venido desobedeciendo sus órdenes —corrigió Anakin—. Pero eso no importa ahora. Lo que importa es poner a los niños a salvo. —Por supuesto —accedió Kam—. ¿Cuánto crees que tardará en aterrizar la Brigada de la Paz? —Una hora, quizás. No mucho más. —¿Y Karrde? —Puede tardar días. —No podremos resistir tanto —reconoció Kam, haciendo una mueca. —Podremos. Todos somos Jedi. —Necesitas conocer tus limitaciones —resopló Kam—. Al menos, yo conozco las mías. Quizás podamos conseguirlo, pero perderemos algunosniños. Y son mi mayor prioridad. Ya estaban cerca del turboascensor cuando las puertas se abrieron con un siseo para dejar paso a una borrosa mancha de color rubio y naranja. La mancha chocó contra Anakin a la altura del pecho y, de repente, el chico se descubrió rodeado por unos brazos sorprendentemente fuertes que lo abrazaban con ferocidad. Brillantes ojos verdes bailaban a pocos centímetros de los suyos. Sintió que se ruborizaba. —Hola, Tahiri —pudo saludar por fin. Ella lo hizo retroceder. —Hola, tú, gran héroe de las estrellas, demasiado importante y demasiado ocupado para mantenerse en contacto con su mejor amiga. —He… —… estado ocupado. Vale. Lo sé todo sobre ti… Bueno, no todo, porque las noticias tardan en llegar aquí, pero he oído hablar de Duro, de Centralia, de… Se detuvo repentinamente por lo que vio en la cara de su amigo y lo que captó mediante la Fuerza: Centralia era un tema delicado.
  • 38. —Bueno, no sabes lo aburrido que esto ha estado sin ti —siguió sin dejarse amilanar—. Todos los aprendices se han marchado y sólo quedan los niños… —dio un paso atrás y Anakin pudo verla realmente por primera vez. Lo que fuera que ella detectase en su mirada hizo que se quedara a media frase. —¿Qué? —preguntó ella—. ¿Qué estás mirando? —Yo… —sentía su cara como si hubiera recibido el impacto directo de un láser—. Pareces… distinta. —¿Más vieja quizá? Ya tengo catorce años. Los cumplí la semana pasada. —Feliz cumpleaños. —Debiste recordarlo y felicitarme en su momento, tonto, pero gracias de todos modos. Anakin descubrió repentinamente que era incapaz de sostener su mirada y bajó los ojos. —Veo que… er, que sigues yendo descalza. —¿Qué esperabas? Odio los zapatos. Sólo me los pongo cuando es imprescindible. Seguro que los zapatos son un invento de los Sith para hacer que los delicados dedos de los pies sufran y se angustien. ¿Crees que porque haya crecido un centímetro o dos iba a empezar a torturar mis pies? Ella miró a Kam con sospecha. —A propósito, ¿qué hace aquí? Ya sé que no ha venido a verme. Anakin se estremeció ante el reproche implícito. —Ha venido a advertirnos de un problema —contestó Kam—. De hecho, sería mejor que siguieras después con tus reproches. —¿En serio? ¿Problemas? —Sí —corroboró Anakin. —Bien, ¿por qué no lo dijiste antes? —retó Tahiri con las manos en las caderas—. ¿Qué ocurre? —Tenemos que hablar con Tionne e Ikrit —dijo Kam, dirigiéndose de nuevo hacia el turboascensor. —Ahora —agregó Anakin siguiéndolo. —Pero, ¿qué ocurre? —gritó Tahiri a sus espaldas. —Te lo explicaré por el camino —prometió Anakin. —Vale —aceptó la chica, deslizándose entre las puertas del ascensor mientras se cerraban. —El Maestro Bélico de los yuuzhan vong ha puesto precio a nuestras cabezas —empezó Anakin—. A todas nuestras cabezas, las de todos los Jedi. Ha prometido que si lo que queda de la Nueva República les entrega a todos los Jedi, especialmente a Jacen, no atacará ni se apoderará de más planetas. —Chico, eso me suena a mentira —aseguró Tahiri. —Es posible, pero da igual porque la gente se lo ha creído. Gente como la de las naves que se están aproximando en este mismo momento. —¿Y quieren entregarnos a los yuuzhan vong? ¡Qué lo intenten!
  • 39. —No te preocupes, lo intentarán. La puerta se abrió en el segundo nivel. Kam tomó el pasillo principal y después toda una serie de pasajes muy familiares para Anakin, aunque le parecían más estrechos que la última vez que los había visto. El templo massassi que alojaba la academia se le había antojado increíblemente enorme. Ahora sólo le parecía grande. Llegaron a la zona central, y veinte caras se giraron hacia ellos. Humanos, bothanos, twi’lekos, wookiees… Había más de una docena de especies representadas. Todos muy jóvenes, excepto Tionne, la esposa de Kam, una mujer de pelo plateado y ojos semejantes a perlas blancas. Sus cejas se alzaron de sorpresa, pero sus labios sonrieron de placer. —¡Anakin! —exclamó alegre. —Tionne, tenemos que hablar —dijo Kam suavemente, pero con tono de urgencia. —¡Anakin! —gritó Sannah, una chica de trece años con pelo castaño y ojos amarillos, abalanzándose hacia él. Valin Horn hacía lo mismo, aunque no gritaba. —¡Está ocupado! —protestó Tahiri. Pero cuando Anakin se disponía a hablar con Kam y Tionne, Tahiri se unió al grupo. —Tahiri… —empezó Kam. —Oh, no. No vais a dejarme al margen. —No pensaba hacerlo —explicó Kam—, sólo iba a pedirte que buscases al Maestro Ikrit y que os reunáis con nosotros en la Sala de Conferencias. —Ah, de acuerdo. Dio media vuelta y corrió por el pasillo con los pies descalzos. * * * Tahiri volvió momentos después con Ikrit. El viejo Maestro Jedi entró en el cuarto casi arrastrando por el suelo las largas y caídas orejas. A Anakin, sus ojos normalmente brillantes le parecieron un poco embotados y sintió una punzada inexplicable. —Maestro Ikrit. —Joven Anakin, me alegro de verte —respondió Ikrit—. Aunque parece que traes noticias preocupantes. —Sí —y volvió a contar los detalles para Ikrit y Tionne. —¿Quieren llevarse a nuestros niños? —susurró Tionne, con un tono más sombrío que de costumbre. —¿La Brigada de la Paz? Por supuesto. Ahora mismo es malo para un Jedi salir al exterior, Tionne. —Comprendo —aceptó ella, apretando los puños—. No, no lo comprendo. ¿Se ha vuelto loca la galaxia? —Sí —dijo Kam suavemente—. Una vieja locura, la guerra. —No tenéis naves, ¿verdad? —No. Streen se fue en la nave de suministros con Peckhum. —¿A dónde?
  • 40. —A Corellia. Tenían que volver pronto, pero supongo que ya no lo harán. —Entonces, habrá que esconderse aquí —propuso Anakin—. ¿Dónde? —¡Río abajo! ¡En la cueva que hay bajo el Palacio del woolamandra! —propuso Tahiri— . La cueva del Maestro Ikrit. Anakin enarcó las cejas. —Buena idea. Les costará encontrarnos allí, sobre todo si tardan en empezar la búsqueda. —¿Qué quieres decir? —preguntó Kam repentinamente cauto—. ¿Por qué iban a tardar? —Yo me quedaré aquí —sentenció Anakin—. Les haré creer que seguimos en el templo y que intentamos resistir. Perderán mucho tiempo intentando abrirse camino mientras Tionne y vosotros ponéis los niños a salvo. —Olvidas un pequeño detalle —dijo Tahiri—. ¿Y tú? ¿Cómo te pondrás tú a salvo? —Esconderé el Ala-X, conozco un buen lugar. Puedo cruzar sus filas y jugar con ellos al gato y al ratón hasta que llegue Talon Karrde. Una vez acabe con la Brigada de la Paz, lo guiaré hasta vosotros. —Has estado planeándolo —tanteó Tionne. —Durante todo el camino —admitió Anakin—. Es la mejor solución. —Tiene razón —dijo Kam. —Kam, ¿cómo…? —quiso intervenir Tionne. —Tiene razón —repitió Kam—. Pero no será él quien se quede aquí… seré yo. —Soy mejor piloto —intervino Anakin bruscamente—. Y soy el único que puede conseguirlo. —Lo que dice Anakin es correcto —aseguró Ikrit con su voz irregular—. Es parte de su destino. Y del mío. —Maestro Ikrit… —Podéis argumentar que no soy un guerrero y será cierto… Hace mucho que no empuño un sable láser, y ni siquiera entonces me gustaba hacerlo. Pero no serán los sables láser los que prevalecerán hoy aquí, no serán las armas. No todos los usos de la Fuerza son agresivos. Anakin frunció el ceño, pero no pudo contradecir a su antiguo Maestro. Kam se mordió el labio un momento. —Está bien. No me gusta, pero no tenemos tiempo para seguir discutiendo. Ven, Tahiri, ayúdanos a Tionne y a mí a llevar a los estudiantes hasta los botes. —Pero después me quedaré con Anakin —aseguró la chica. —No —cortó Anakin. —¡Sí! —contraatacó Tahiri—. Me he quedado en esta bola de barro mientras tú andabas por ahí luchando contra los yuuzhan vong. ¡Y eso tiene que cambiar! ¡Estoy harta! —Eres demasiado joven —dijo Tionne. —¡Anakin sólo tiene dos años más que yo! ¡Tenía quince en Sernpidal!
  • 41. —Eso es verdad —reconoció Anakin—, y sólo conseguí matar a Chewbacca. Tahiri, por favor, vete con Kam. Sus ojos se abrieron de sorprendida traición. —¡No me quieres contigo! ¡Después de todo lo que…! ¡Crees que soy una niña, como ellos! No, pensó Anakin, es que no quiero que tú también mueras. —Vamos, Tahiri —dijo Tionne suavemente—. No hay tiempo que perder. —Bien, muy bien —masculló la chica. Y salió de la sala sin dirigirle otra mirada a Anakin. —Ha sido bastante duro convivir con ella sin tenerte aquí —dijo Kam, palmeando el hombro de Anakin. Éste asintió con la cabeza. —Será mejor que empecemos a trabajar —dijo enfurruñado. —Ten cuidado, Anakin. Y cuando tengas que irte, vete. Nosotros no necesitaremos mucho tiempo, es mucho más importante que sigas vivo. —Morir no entra en mis planes —aseguró Anakin. —Como la mayoría, pero la gente muere. Confía en la Fuerza, escucha a Ikrit. Que la Fuerza te acompañe.
  • 42. CAPÍTULO 4 e consumirá, Anakin —dijo solemne la voz áspera y familiar de Ikrit. Anakin alzó la vista del intercomunicador en el que trabajaba. El anciano Jedi y él se encontraban en lo que fue un centro de mando cuando el Gran Templo era una base rebelde. Había desaparecido la mayor parte del equipo de aquellos tiempos pero quedaba algo, como los diversos sistemas de comunicaciones. Incluso un intercomunicador que transmitía por todo el templo y sus aledaños. —¿Maestro? —Tu rabia. Te has construido un recipiente para almacenarla y contenerla, pero llegará un día en que ese mismo crisol se funda, y entonces arderá y te consumirá… y a otros contigo. Seguramente, a muchos otros. Anakin colocó el modificado chip de datos en su sitio y se puso en pie. —Los yuuzhan vong hacen que me enfurezca, Maestro. Están destruyendo todo cuanto conozco, todo cuanto amo. —No. Tú mismo te enfureces. La gente muere y tú te enfureces porque no puedes salvarlos. —Habla de Chewbacca. —Y de otros. Sus muertes están grabadas en ti. —Sí, Chewbacca murió por mi culpa. Muchos han muerto por mi culpa. —La muerte los reclama —contestó Ikrit—. No puedes sostener el agua en tus manos mucho tiempo. Gotea entre los dedos y termina yendo donde tiene que ir. A la tierra y al cielo. A los iones y después al espacio, donde nacen las estrellas. La frustración contrajo los labios de Anakin. —Muy poético, Maestro Ikrit, pero eso no es una respuesta. Mi abuelo era Darth Vader y mató a miles de millones de seres, pero fue consecuencia de vivir décadas en el Lado Oscuro. Yo sólo tengo dieciséis años, y mira lo que he hecho ya. Darth Vader se sentiría orgulloso de mí. T
  • 43. Ikrit clavó en él sus luminosos ojos azules. —Hay que reconocerte el mérito por sentir esas muertes, por lamentarlas. Pero tú no mataste a toda esa gente, no les deseaste la muerte ni luego te vanagloriaste de ello. —No —aceptó Anakin—, pero en Centralia deseé que todos los yuuzhan vong murieran, deseé matar hasta el último. Y si mi hermano no me hubiera detenido, quizá lo habría hecho. A menudo creo que debí hacerlo. —Tu hermano no te detuvo. —Usted no estuvo allí, Maestro Ikrit. Lo habría hecho. —Sí estuve allí, Anakin. A todos los efectos, los importantes, estuve. Debes liberar tu rabia, Anakin. Cada paso que das excava un surco en el camino hacia el Lado Oscuro. Es un camino fácil de seguir y difícil de evitar. Anakin se volvió hacia el control remoto del generador de energía y trasteó un poco en él. —Esto podría funcionar —murmuró—. Ojalá tuviera tiempo de sacar el generador. —Anakin —la voz del Maestro tenía un tono imperativo. Anakin no alzó la mirada de su trabajo. —¿Sabe, Maestro Ikrit? Todas las noches solía soñar que me convertía al Lado Oscuro, que me convertía en aquello en lo que se convirtió mi abuelo. Ahora me parece una tontería. La Fuerza no convierte a una persona en buena o mala. Es una herramienta, como un sable láser. No se preocupe por mí. —Escúchame, joven Solo, nunca he dicho que la Fuerza te conduciría al mal —explicó Ikrit—. Te he advertido de que tus sentimientos podrían llevarte a él. —Mientras no permitas que te controlen, los sentimientos también son herramientas — replicó Anakin. —¿Y cómo sabes si tus sentimientos te están controlando? —preguntó Ikrit, dejando escapar una suave risita—. ¿Cuándo la rabia guía tu mano o cuándo la culpabilidad no te abandona? Anakin suspiró. —Con el debido respeto, Maestro Ikrit, no es momento para esta discusión. La Brigada de la Paz llegará en cualquier momento. —Es el momento perfecto —dijo Ikrit—. Quizás el único. —¿Qué quiere decir? —Soy viejo, Anakin, he vivido varios siglos —Ikrit pestañeó muy lentamente y soltó un largo resoplido—. Vine aquí, a Yavin 4, para liberar los espíritus encarcelados de los niños massassi, o eso pensé en aquel momento. Ahora creo que había otra razón, una más importante. —¿Maestro? ¿Qué razón es ésa? —Era imposible que yo pudiera realizar la tarea que me trajo aquí, estaba más allá del poder de cualquier Jedi adulto. Tahiri y tú fuisteis los únicos que pudisteis realizarla. —Con su ayuda y su consejo. Sin usted, nunca los hubiéramos liberado.
  • 44. —Lo hubierais hecho conmigo o sin mí —ronroneó Ikrit, atusándose el pelaje—. Por eso digo que fui guiado hasta aquí por otra razón, adormecida durante siglos por otra causa. —¿Qué razón? —Para ver como de Tahiri y de ti nacía algo nuevo. Y para ofreceros la poca ayuda que pueda en alumbrar ese nacimiento. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Anakin. No sabría decir por qué, pero las palabras de Ikrit le llegaban muy adentro. Ikrit caminó hasta la ventana. —Ya están aquí —anunció. Anakin acudió junto a él. Las naves de la Brigada de la Paz estaban aterrizando por todas partes. —¡Aún no estoy preparado! —exclamó Anakin. —Sí, lo estás —corrigió Ikrit. —No tanto como me gustaría, diez minutos más me habrían ido de perlas. Podría haber activado las defensas automáticas del generador de energía. —Dime lo que sí has hecho. —Bueno, he conseguido levantar un escudo de energía, aunque sólo uno y sólo sobre el templo. Si lo bombardean un poco, lo abatirán —Anakin conectó el intercomunicador y débiles sonidos de conversaciones brotaron a su alrededor—. Con esto parecerá que aquí se oculta un puñado de hombres. Y esto… —se acercó a lo que antes fuera el panel de control de los sensores locales—. Puedo utilizar la vieja red de sensores para generar la ilusión de que se producen pequeños movimientos por todo el templo. —Furtivos, como si correteáramos por todos lados… —añadió Ikrit. —Exacto. Si se acercan a la fuente de los ruidos no verán nada, por supuesto, pero sus instrumentos les dirán que estamos diseminados por todo el recinto. —Oh, sí verán algo, ya lo creo. Déjame eso a mí —aseguró Ikrit—. Ahora, en marcha. * * * El Gran Templo era un ziggurat de tres gigantescos niveles, con el viejo centro de mando situado en el segundo piso. La estructura antigua tenía cinco aperturas para salir al exterior, a la superficie pavimentada que formaba el tejado del nivel inferior. Anakin e Ikrit se acercaron al lado más cercano al campo de aterrizaje y se asomaron al exterior. Más allá de la vaga distorsión del escudo de energía, Anakin divisó cinco naves posadas en el campo. De dos de ellas ya desembarcaban brigadistas armados. —Espero que se traguen nuestros trucos, espero que se los crean —casi imploró Anakin—. Si empiezan a buscar a Kam, Tionne y los niños, podrían encontrarlos. —Se los creerán —le aseguró Ikrit—. Creerán que los niños siguen aquí porque quieren creerlo y porque son débiles. No te preocupes, Anakin. Como he dicho antes, puede que no sea un guerrero, pero la Fuerza no es débil en mí.
  • 45. —Lo siento, Maestro Ikrit —se disculpó Anakin—. No debería dudar de usted. —Entonces, no lo hagas. Estudia tus sentimientos todos los días, contrólalos cuidadosamente. Los peores monstruos no se encuentran fuera de ti —el maestro cerró los ojos y canturreó débilmente para sí mismo. Anakin sintió que una oleada de Fuerza surgía de Ikrit y bañaba a los brigadistas situados bajo ellos, elevando su credulidad al límite. Anakin levantó una unidad de comunicaciones a control remoto y empalmó los altavoces exteriores. —Han entrado ilegalmente en los terrenos de la academia Jedi —dijo—. Por favor, márchense inmediatamente. Ante el sonido de su voz amplificada, algunos brigadistas buscaron refugio inmediatamente. Un segundo después, retumbaron los altavoces exteriores de una de las naves. —¡Eh, los que estáis dentro del Templo! —bramó una voz—. Soy el teniente Kot Mumo, de la Brigada de la Paz. Estamos autorizados a tomar el control de esta instalación. —¿Autorizados por quién? —Por la Alianza de los Doce. —Nunca he oído hablar de ella —contestó Anakin—. Quienquiera que sea no tiene jurisdicción en este sistema. —Ahora la tiene —replicó Mumo—. Nosotros somos sus enviados. Rendios y no sufriréis ningún daño. —¿En serio? ¿Seguro que cuándo entreguéis los yuuzhan vong los niños que habéis venido a secuestrar no les causarán daño alguno? Esta vez se produjo una pausa antes de que Mumo contestara. —Es el precio de la paz —sentenció—. Lo lamento, pero así son las cosas. Si pensamos en lo que los yuuzhan vong pueden hacer en todos y cada uno de los mundos habitados de esta galaxia, un puñado de Jedi no es mucho sacrificio. Vosotros provocasteis este desastre… y debéis pagar el precio. —¿Estáis culpando a los Jedi de la invasión yuuzhan vong? —preguntó Anakin incrédulo. —Los Jedi han provocado esta guerra y quieren aprovecharse de ella para aumentar su propio poder. Hace mucho que conocemos vuestros planes de dominar esta galaxia. Esta vez, la táctica se ha vuelto en vuestra contra. —Es el mayor montón de bosta bantha que he oído en toda mi vida —estalló Anakin—. Sois unos cobardes y unos traidores. ¿Nos queréis? Pues venid a por nosotros. Disparó su láser a través de la estrecha ventana, y tuvo que agacharse cuando los brigadistas devolvieron el fuego que rebotó en la antigua piedra. Un escudo de partículas como el que había erigido no servía para detener las descargas energéticas. El espeso aire de la selva se llenó con el siseo y el silbido de los láseres, mientras se disparaba también contra otras partes del complejo. —¿Por qué disparan contra la cima del templo? —se preguntó Anakin en voz alta. —Fantasmas de niebla y locura —respondió Ikrit.
  • 46. —¿No se darán cuenta de que nadie responde a sus disparos? —Todavía no. Creen ver rayos de armas energéticas dirigidos hacia ellos. —¿Cuánto tiempo podrá mantenerlos engañados? —Mucho más si de vez en cuando reciben algún disparo real. —Hecho —dijo Anakin, apoyándose contra el bastidor de la puerta. Apuntó cuidadosamente utilizando la Fuerza y arrancó un rifle láser de las manos de un hombre encapuchado. Siguió así durante veinte minutos aproximadamente, eligiendo sus tiros con cuidado. Cada segundo aligeraba un poco el peso que se había echado sobre los hombros; cada movimiento de su reloj alejaba más y más a Tahiri y los demás del peligro. —Han encontrado el generador —susurró Ikrit—. Tu escudo caerá muy pronto. —No importa, prácticamente hemos terminado —aceptó Anakin—. Aunque logren desconectarlo, tomarán muchas precauciones antes de entrar. Tenemos tiempo más que suficiente para ir al hangar y escapar con mi Ala-X. Después, sólo tendremos que eludir su pequeño bloqueo. Había notado que tres de las cinco naves estaban aparcadas frente a las cerradas puertas del hangar. No le extrañaba, era una medida de precaución lógica, pero lo que ellos no sabían era que uno de los cañones de iones que protegían los hangares seguía operativo… y tenía una fuente de alimentación propia que le permitiría realizar uno o dos disparos. Se asomó al exterior para lanzar un último disparo. Una descarga láser pasó por encima de su hombro y cayó entre los brigadistas de la paz. Anakin miró sorprendido a su alrededor. —¡Ese tiro procede de encima nuestro! —Sí. ¿No lo has notado? ¿No sabías que vendría? —¿Notar qué? Y de repente, lo supo. Tahiri estaba allá arriba. Tahiri y dos más. Todos Jedi. —¡Baba de hutt, lo que nos faltaba! —maldijo, antes de girarse hacia el Maestro Ikrit—. No cabremos todos en el Ala-X. Nos encontraremos en la gruta, ya pensaré algo por el camino. Y se lanzó hacia el pasillo, con una pistola láser en una mano y el sable Jedi en la otra. * * * Los encontró en el refectorio: Tahiri, Valin Hora y Sannah. Habían levantado una barricada con mesas frente a la puerta exterior y disponían de dos pistolas láser. No quiso ni pensar de dónde los habrían sacado. Cuando Anakin entró en tromba, Tahiri lo encañonó con su arma. —¿Qué estáis haciendo? —aulló Anakin. —Ayudándote —respondió Tahiri con una sonrisa. —¿Cómo habéis podido…?
  • 47. —Kam creyó que íbamos en el bote de Tionne, y Tionne que íbamos en el de Kam. Fácil, si lo planeas un poco. —Pero… ¡¿Valin?! ¡Valin sólo tiene once años! —¡Doce! —replicó Valin muy serio—. Y puedo ayudar. —Esto es una locura. —No eres el más adecuado para hablar, Anakin —cortó Tahiri—. Tú te marchaste de Coruscant sin permiso, ¿no? ¿Qué quieres, encargarte de todo mientras nosotros huimos sin hacer nada? Pues no, amiguito. —¿Ah, no? Pues mi plan era escapar en el Ala-X y ahora somos demasiados para eso. ¿Qué propone exactamente que hagamos la genial Tahiri? —Oh —los ojos verdes de la chica se abrieron desmesuradamente—. No había pensado en eso. —No, supongo que no. El suelo vibró de repente como la caja de un laúd hapano. —¿Qué es eso? —preguntó Sannah. Respondió Valin, tras atisbar por la ventana. —El escudo ha caído. Ahora están disparando contra las puertas. Y algunos ya suben las escaleras. —Se nos acabó el tiempo —se lamentó Anakin—. Tendremos que pensar en cómo salir de aquí mientras huimos. Le dije a Ikrit que nos reuniríamos con él en la gruta. —Pero… estaremos atrapados bajo tierra. —No he tenido mucho tiempo para pulir el plan, Tahiri. —¿Quieres decir que el plan va más allá de escondernos en una cueva? —Por supuesto —Anakin resopló con fuerza—. Robaremos una nave de la Brigada de la Paz. —¡Eh, no ha sido tan difícil, ¿verdad?! —sonrió Tahiri. Llegaron frente al turboascensor al mismo tiempo que un grupo de brigadistas aparecía por el pasillo al que daban las escaleras exteriores. —¡Eh, deteneos! —gritó uno de ellos. Dos rayos láser impactaron contra las puertas del turboascensor mientras se cerraban. Anakin soltó un suspiro de alivio cuando éste empezó a descender. Un segundo después, cambió de opinión. —Va a detenerse —anunció Anakin—. En el segundo nivel. —Anula la orden. —No puedo —reconoció, activando su sable láser con un siseo—. La puerta se mantendrá abierta unos segundos, si nos esperan fuera… La puerta se abrió ante los cañones de seis armas láser. Anakin no pensó. Ya le había dado una palmada al botón de bajada cuando saltó en medio de sus enemigos, bloqueando los dos primeros disparos con su sable láser y devolviéndolos contra los brigadistas. Cortó un rifle por la mitad y giró sobre sí mismo. Alarmados, los atacantes se tiraron al suelo gritando, intentando disparar sin temor a ser heridos. Dos de ellos se abalanzaron contra