SlideShare una empresa de Scribd logo
Indice
Viñetas de Don Bosco
1. La figura de Don Bosco
Una instantánea
2. Había una vez un pastorcillo...
El Perfil de la Madre
El pastorcillo Bosco
Apóstol en miniatura
3. ¿Sólo para cuidar vacas...?
Hacia los libros
El alumno diligente
4. A veces los sueños son micrófonos de Dios
Un sueño enigmático
El soñador
5. Todo por un ideal
El siete-oficios
Heraldo de la alegría
Dos conquistas
6. El Altar era su sueño
Seminarista
Novel sacerdote
7. Los andamios de una obra
La sorpresa de una madrugada
Vida de bohemios
Un internado típico
8. La pluma también es arma
Con la pluma en ristre
Una obra monumental
9. Hombre de cielo y tierra
Lo extraordinario... ordinario
Los sueños-visiones
¿Milagros...?
10. Como granito de mostaza
La Congregación Salesiana nació así:
Los inicios
Las Hijas de María Auxiliadora
11. Su secreto pedagógico
Una lección práctica
Su sistema
Algo indispensable en el Sistema Preventivo
12. Un gran devoto de María Auxiliadora
2
El origen de esta devoción
La correspondencia de don Bosco
Una auténtica devoción
Se la llevó también a su casa
13. Los santos nunca mueren
El único remedio
En los altares
A su tiempo todo lo comprenderás...
3
P. Hugo Estrada, sdb
Viñetas de Don Bosco
4
1. La figura de Don Bosco
Una instantánea
En cierta ocasión, el Cardenal Maffi escribía: «La vida de Don Bosco es tan variada y
tan densa, y presenta tan múltiples facetas, que a quien se acerca a estudiarla y a
contemplarla, siempre se le queda en la sombra alguna fase importante del poliedro». En
realidad, la figura de Don Bosco -como apuntaba la «Civiltá Cattolica»- se agiganta
conforme nos acercamos a ella. Los 19 voluminosos tomos -algunos de más de 1,000
páginas- de las «MEMORIAS BIOGRÁFICAS DE SAN JUAN BOSCO» no son sino
una síntesis de lo que fue el gran taumaturgo del siglo XIX. Su vida es como esas
pampas sudamericanas, cuyos horizontes no están cortados por las montañas.
La vida de Don Bosco es una tentación halagadora para todo biógrafo. Huysman,
Joergensen, Auffray, Lemoyne, Ceria y Teresio Bosco han experimentado que su pluma
se tornaba febricitante cuando comenzaban a escribir acerca del Santo. Al biografiar a
Don Bosco, se han sentido marineros sin temor de escollos, pues estaban seguros de
navegar en aguas muy profundas.
Si se quisiera esbozar, con dos plumazos, la personalidad de Don Bosco, tal vez,
habría que acudir a la misa de su festividad. Allí, con breves y bien adivinadas palabras,
se nos presenta lo que se podría llamar una «instantánea» de la figura del santo turinés.
«Le dio el Señor sabiduría y prudencia sobremanera grande, y anchura de corazón cual
la inmensidad de las arenas de la playa».
Don Bosco -como lo proclama la liturgia mencionada- es el HOMBRE SABIO y genial
que con sus creaciones innovadoras se adelantó de muchos años a su siglo. «En Italia -
escribe Auffray- inauguró el apostolado por la prensa; es el fundador de las colonias de
vacaciones; abrió a la pedagogía nuevas rutas; innovó audazmente en materia de piedad,
a la manera de los santos, con el pensamiento puesto en las más puras tradiciones; fue el
primero en aportar, a la terrible crisis del aprendizaje, un eficaz remedio con sus talleres
profesionales...». Por eso, muy acertadamente, Veuillot aseveraba que la obra de Don
Bosco es más actual hoy que cuando él vivía. Alguien creyó loco a Don Bosco y, tal vez,
no se equivocó del todo, ya que todos los genios son, en cierto sentido, «locos».
5
6
Don Bosco es el hombre PRUDENTE que, sin hipocresías, sabe conjugar la «política
del Padre Nuestro» -como él la llamaba- con la difícil diplomacia humana. El, al
mediodía, banquetea con el rey, y, por la noche, se sienta ante su humilde mesa para
alimentarse con un plato de almidón, que era lo único que quedaba en su despensa. Es
amigo de los «comecuras» Ratazzi, Cavour, Crispi, y, al mismo tiempo es el máximo
defensor de los derechos del Papa y de los Obispos. Con Manzoni, con Silvio Pellico,
con Giobertí platica competentemente de Poesía, de Historia, de Filosofía, y con los
muchachuelos de la barriada se entretiene conversando de las puerilidades que le
encantan a todos los niños.
No debe causar extrañeza que se compare el corazón de Don Bosco con la
INMENSIDAD DE LAS ARENAS DE LA PLAYA. Los conocedores de su vida saben
de sobra que en ese corazón había cabida para todos los niños pobres del mundo, en pro
de quienes el santo ofrendó su existencia. El médico Giovant Albertotti, que lo examinó
en sus últimos años, dijo de él que era un «gabinete patológico ambulante». Y es que
aquel abnegado sacerdote, con su lema «descansaremos en el paraíso», no había
escatimado fatigas y sacrificios cuando se trataba del bien material y espiritual de la
juventud pobre.
Sin hablar hiperbólicamente, se puede asegurar que Don Bosco fue un hombre genial y
un santo excepcional. Acercarse a la figura de Don Bosco es como asomarse a un pozo
misterioso y profundo en el que siempre se descubren nuevas estrellas.
7
2. Había una vez un pastorcillo...
El Perfil de la Madre
En las noches de invierno, mientras la abuela cabeceaba rezando el rosario, Margarita,
al mismo tiempo que remendaba un pantalón, junto a la chimenea, les iba narrando a sus
hijos la Historia Sagrada: La serpiente del paraíso, Caín y Abel, el Arca de Noé, David
contra Goliat...
Chisporroteaba la leña en el brasero; Margarita volvía a enhebrar la aguja, y los ojos
de los niños no se desprendían de los labios de aquella mujer analfabeta que, lo que no
había estudiado en los libros de los hombres, lo había aprendido en el abecedario de
Dios. ¡Había que oiría hablándoles a sus chicuelos de la presencia de Dios, de la Madre
de Jesús, del Cielo!
Margarita Occhiena era una mujer pueblerina, retrato perfecto del ama hacendosa, de
la esposa abnegada y de la madre sabia. A los 29 años contrajo matrimonio con
Francisco Bosco, que había enviudado. El dichoso enlace duró apenas cinco años: una
fulminante pulmonía vino a arrancar a Francisco de su hogar. Margarita quedó viuda con
dos hijos, José y Juan, con el hijastro Antonio y con la anciana suegra.
8
9
El ambiente político que corría no era nada halagüeño; las cosechas iban de mal en
peor; el ánimo de los aldeanos estaba decaído. A pesar de todo, gracias a la tenacidad y
arrojo de Margarita, en la casa de los Bosco nunca faltó la apetitosa «polenta» que, en
repetidas ocasiones, alcanzó también para muchos pedigüeños hambrientos que acudían
a Margarita seguros de que no los despediría con las manos vacías.
En un ángulo de la humilde estancia, Margarita había hecho colgar una simbólica
«varita». Cuando sus niños no cumplían con su deber, les señalaba la «varita» que se
bamboleaba como un péndulo. Los niños comprendían al punto y pedían perdón o
prometían enmienda.
Margarita poseía una pedagogía exquisita. Nunca un bofetón a sus hijos, nunca gritos
destemplados; pero eso sí, nada de melindres. A sus chicos los levantaba al canto del
gallo; sus manecitas blancas se habían encallecido manejando el rastrillo y la azada; el
lecho que Margarita les deparaba no era nada muelle; no los dejaba ir a dormir sino
después de concluir las faenas y rezar las oraciones.
Muchas de las frases, que Margarita pronunció, se han conservado como lapidarias y
nos revelan el alto grado de sabiduría espiritual que una mujer analfabeta puede alcanzar
bajo el influjo de la fe cristiana. Cierta madrugada que la abuela y los hermanos se
entretienen ridiculizando un sueño misterioso, que les contara el pequeño Juan,
Margarita, pensativa, comenta: «¿Quién sabe si mi hijo no llegará a ser sacerdote?».
Cuando, emocionada, ve que su Juan ha recibido la sotana, le advierte: «Recuerda que
no es el hábito el que honra tu estado, sino la práctica de la virtud». Otro día: «Si llegas a
ser un sacerdote rico, nunca pondré un pie en tu casa». Al ver a su Juan, que ha recibido
la Ordenación Sacerdotal, le dice: «Ya eres sacerdote; recuerda que empezar a decir misa
quiere decir comenzar a sufrir».
Nada extraño que en aquel hogar, caldeado por el ferviente pensamiento espiritual, el
cielo hiciera germinar una de las más fragantes flores de santidad que luciría en la
guirnalda de la Iglesia Católica.
El pastorcillo Bosco
Muy de madrugada, cuando el bosque se despertaba con el alboroto de los pájaros,
pasaba el pastorcillo Bosco conduciendo unas vacas al verdeante prado. Iba mondulando
casi siempre alguna canción; su voz timbrada aún se percibía cuando el pastorcillo se
perdía por entre una alameda de pinos. Las amas de casa se asomaban a las ventanas
para ver pasar a aquel niño de pelo rizado y negro; señalándolo con el dedo, les decían a
sus hijos: «Así como Juanito deben ser ustedes».
Juan Bosco había nacido un 16 de Agosto de 1815. Era un chico vivaracho e
inteligente. En su carácter y en su comportamiento se adivinaba la mano de una madre
austera y cristiana. Varias veces sus amigos lo vieron en el prado con los ojos cerrados y
de rodillas, musitando plegarias, bajo la bóveda azul, mientras sus vacas pastaban bajo el
sol de la mañana. «Juan, ¿qué estás haciendo?» -le preguntaban sus amigos pastores-.
«Amigos, -les respondía- estoy rezando».
10
Un anciano bonachón del pueblo se empeñó en enseñarle a leer. Durante los ocios del
invierno, mientras afuera soplaba el viento, y la nieve iba blanqueando los tejados, Juan,
con su voz blanca, y el viejo, con su voz baritonal, formaban un dúo musical y rítmico,
deletreando un amarillento librote en el que muchas generaciones habían aprendido a
leer. Pronto Juan ya dejaba atrás a su preceptor, al leer de corrido. El buen viejo para
disimular empezaba a toser.
A veces, sus amigos lo invitaron: «¡Juan, ven a jugar con nosotros!».
-Hoy no puedo, amigos, debo aprovechar este rato para leer un poco.
El sol sembraba risas de luz en los campos; las vacas mugían estrepitosamente; Juan, a
la sombra de un pino, estaba enfrascado en la lectura de algún libro predilecto.
Apóstol en miniatura
Juan llegó a su casa con la cabeza que le sangraba: un inexperto jugador lo había
herido con una bola de madera.
-Ya te he dicho -le reprochó la madre- que no vuelvas a ir con esos muchachuelos
revoltosos...
-Es que cuando estoy con ellos -objetó el niño- no dicen palabrotas ni hablan de cosas
inconvenientes...
Margarita callaba, disimulaba, comprendía.
El pastorcillo Bosco era un apóstol en pequeño. Subido sobre una silla, como desde un
púlpito, repetía, a chicos y a grandes, los sermones que había oído en la iglesia. «¡Qué
memorión tiene el muchacho!», comentaba un viejo, mientras se atusaba el negro bigote.
En un pueblecito cercano se celebraba una feria. La bullanga fascinaba a los poblanos;
Juan, indignado, veía con tristeza que los del pueblo abandonaban la misa dominical por
acudir a la charanga. Las amonestaciones del chico para que fueran a la iglesia se
despreciaban con una sonrisa maliciosa. Juan entonces principió a cantar a todo pulmón.
Su voz de soprano fascinaba, atraía, conmovía, maravillaba a aquellas gentes que,
arrastradas magnéticamente por aquella voz excepcional, siguieron al niño hasta la iglesia.
Varios establecimientos de la feria perdieron su clientela. Mientras la gente entraba junto
con el niño en la iglesia, un hombrón de cara patibularia, dueño de una lotería, borbotaba:
«¡Muchacho sinvergüenza, nos han aguado la fiesta!»
Juan estudió un nuevo plan de apostolado. Con sus ahorros logró asistir a los
espectáculos de los prestidigitadores, y no quedó satisfecho hasta haberles descubierto
sus trucos. Al volver a su casa, el niño se adiestraba en la prestidigitación y en la
acrobacia. Cuando se sintió competente, anunció una función para los del pueblo. Los
vecinos -siempre ávidos de novelerías- acudieron en gran número. El éxito fue
halagüeño. Los espectáculos se renovaron, cada vez más atractivos; pero con una
variante: antes de la función, el pastorcillo Bosco, subido sobre un montículo, repetía,
casi de memoria, la prédica del sacerdote; además entonaba el rosario. Para los poblanos,
que para frecuentar la iglesia más cercana debían caminar unos 10 kilómetros, en ir y
11
volver, aquello era un acontecimiento.
Los domingos por la tarde, en un verde prado de Becchi Juan Bosco caminaba sobre
una cuerda como por un sendero; hacía el salto mortal, la golondrina y varios juegos de
prestidigitación. Los poblanos, abrían cada vez más la boca al presenciar la agilidad de
aquel niño; los chicuelos lo vitoreaban acaloradamente; desde lejos, Margarita
contemplaba a su Juanito y pensaba: «Dios mío... ¡quién sabe si un día mi hijo...».
12
13
14
3. ¿Sólo para cuidar vacas...?
Hacia los libros
Mañana de Primavera. Alboroto de campanas. Los feligreses salen de la iglesia
comentando el sermón del predicador. Entre ellos viene un anciano sacerdote, alegrando
el grupo con su afable sonrisilla. Sus ojos se detienen en un rapazuelo mezclado entre la
gente mayor.
-¡Pobre, hijo, seguramente no has comprendido ni jota de mi sermón!-.
-Lo he comprendido todo, padre, y si desea le repito ahora mismo la prédica.
Un corrillo se formó alrededor de Juan Bosco. Los campesinos de ruda faz no podían
disimular su admiración al oír al niño de 12 años, repitiendo hasta de memoria algunos
pasajes de la prédica. El padre Calosso -el anciano sacerdote- se interesó vivamente por
aquel niño de ingenio precoz. Conoció sus dificultades para ir a la escuela: era pobre y su
hermanastro Antonio no le dejaba estudiar porque no quería «un señorito» en casa de
labradores. El niño, además, deseaba ser sacerdote.
Durante un año, el padre Calosso le sirvió de preceptor. En los ratos libres, el niño
dejaba a un lado el azadón y corría a la casa de padre Calosso. El viejo cura rumiaba los
salmos de su breviario; junto a él, el niño iba adentrándose en los secretos de la
«Gramática Latina».
Aquella suerte duró solamente un año. Un ataque apoplético le quitó al muchacho a su
gran protector. Antes de morir, el padre Calosso entregó a Juan la llave de un cofrecito
con cuya riqueza deseaba asegurarle el porvenir. Al llegar los herederos, Juan Bosco -ya
desde entonces desprendido- les entregó la llave del cofre. En su autobiografía Juan
Bosco, refiriéndose al hecho, solamente apunta: «Les di la llave y todo lo demás”.
Más tarde, Juan Bosco empezó a frecuentar la escuela de un cercano pueblo,
Castelnuovo. Muy de madrugada enfilaba por los prados, con las botas al hombro para
no gastarlas. Bajo el ardoroso sol de verano, por cenagosos caminos en invierno, debía
andar 20 kilómetros, entre ida y vuelta. Era demasiado el sacrificio que aquel muchacho
de trece años se imponía por amor al estudio. La madre pensó hospedarlo en la casa de
un sastre de Castelnuovo; pagaría con cereales y frutos del campo.
El adelanto de Juan en aquella escuela fue mínimo. Su colérico maestro no valía un
comino y todo el tiempo se le iba en intentar disciplinar aquella tumultuosa clase.
Margarita decidió trasladar a su hijo a la pequeña ciudad de Chieri para que asistiera a la
escuela del lugar. Quedó alojado en la cafetería de Juan Pianta.
Al mismo tiempo que se entregaba al estudio, aprendió el oficio de sastre, pastelero,
herrero. Aún hoy, el turista puede contemplar, en la antigua cafetería de Juan Pianta, una
lápida conmemorativa, colocada cabe una buhardilla: Allí, en ese tugurio, pasó Juan
Bosco los primeros años de su vida estudiantil.
El alumno diligente
15
¡Peor no podía ser la acogida que se le dispensó a Bosco la primera vez que se
presentó en la escuela de Chieri! Contaba ya 16 años, era robusto, bien desarrollado, y
debía sentarse a la par de niños de 10 y 12 años. Al verlo entrar tímidamente en la clase,
con una chaqueta que no le venía muy bien, alguien con sonrisa picarezca le gritó:
«¡Cómo que era más grande el difunto...!» El profesor se contentó con preguntarle:
«¿De dónde eres?» Al responder el muchacho que era de Becchi, hizo una mueca con
los labios, meneando la cabeza, refunfuñó: «Los de Becchi sólo sirven para cuidar las
vacas...»
Bosco quedó instalado en un ángulo de la clase. No se le ocultaba el desprecio, mal
disimulado, de su maestro y de sus condiscípulos. Pronto el desprecio se trocó en
admiración y simpatía. En dos meses, Bosco mereció ser trasladado a la clase superior;
dos meses después se le concedía otro ascenso. Juan Bosco en sus memorias nos
asegura que le bastaba leer la lección, durante el camino a la escuela, para aferrarla al pie
de la letra.
En cierta ocasión convenció al maestro para que le permitiera participar en el examen
de la clase superior. Su trabajo resultó perfecto; el desconfiado preceptor lo acusó de
haber copiado; más luego cayó en la cuenta de su error: el examen de Bosco era el mejor
de todos.
Otra vez, Bosco olvidó llevar el libro de latín. La casualidad -la Providencia- quiso que
ese día le preguntaran la lección. Con toda naturalidad Bosco tomó un libro cualquiera,
leyó y tradujo a perfección. Los alumnos notaron el ardid; se codeaban mientras Juan
hacía como que leía; al terminar lo ovacionaron con sonoro aplauso. Ya al profesor se le
estaban subiendo los «humos magisteriales», cuando los alumnos, alborotadamente, le
participaron la maravilla; el maestro le perdonó el olvido y lo felicitó.
Todas las noches, después de haber servido en la cafetería de Juan Pianta, Bosco se
retiraba a su buhardilla. A al luz amarillenta y temblona de un candil, sus ojos se
deslizaban rápidamente por las páginas de algún libro... En su mente vagaba una
inquietante pregunta: «¿Será posible que yo pueda estudiar para sacerdote?» El viento
hacia tambalear la llama del candil; a lo lejos ladraba un perro; era casi media noche y
Juan Bosco continuaba aún leyendo.
16
4. A veces los sueños son micrófonos de Dios
Un sueño enigmático
Sobre ruda mesita de madera un grueso cirio, que ha llorado lagrimones de cera; el
pabilo aun está humeante. A través de la ventana la luz plenilunar aureola la rizada
cabeza de un niño de 9 años que duerme. Juan Bosco aletea en el mundo de los sueños.
Ante su puerta se extiende un patio inmenso: multitud de agresivos muchachos arman
ensordecedora algazara; sus blancas voces pueblan los aires de malas palabras. Juan se
indigna; furibundo se precipita hacia los revoltosos y, repartiendo puñetazos a diestra y
siniestra, intenta reducirlos al silencio. Como por encanto aparece un personaje de esbelta
figura: rubia cabellera, túnica blanca y manto de grana. «Juan -le dice- no con golpes,
sino con caridad. Instrúyete, Juan, para que ilumines sus tinieblas».
El niño se queda de piedra. Con un hilo de voz, mitad súplica mitad sollozo, pregunta:
-¿Quién es usted que me manda cosas imposibles a mí pobre niño?
-Mi nombre te lo dirá mi Madre. Con su ayuda se allanarán tus caminos.
Como surge la aurora entre un arco iris de colores, apareció una señora bellísima:
sobre su túnica nítida un ceñidor celeste, un manto rubí sobre sus hombros.
-Juanito, mira a tu derecha- le indica la dulce señora.
El niño ve con asombro que los muchachos revoltosos se han trocado en corderos,
gatos, osos, perros... Una lágrima brillante está por desprenderse de sus ojos, como
suplicando una explicación ante el enigma.
Y La Señora le dice: “Juanito, yo soy Aquella a quien tu madre te enseñó a saludar
tres veces al día. Vengo a señalarte tu campo de labores. Para triunfar debes hacerte
HUMILDE, FUERTE y ROBUSTO».
El Personaje de rubia cabellera y su Madre sonríen al niño desde un pedestal de nubes
coloreadas. Un grito de angustia se paraliza en la garganta del niño. Llora, solloza, al fin
logra gritar. Su mismo grito lo despierta.
Sobre la ruda mesita el cirio; el pabilo ya se apagó por completo. La luz plenilunar
sigue entrando por la ventana.
Juan narró a sus familiares el sueño.
-Serás capitán de bandidos-, le objetó el hermanastro Antonio.
-No hay que hacer caso de los sueños-, comentó la abuela.
-¡Quién sabe si mi hijo no llegará a ser sacerdote!-, concluyó la madre.
Después de esta intimidad familiar, Juan Bosco conservó en secreto este sueño durante
34 años. Por instancia de Pío IX -que le mandó redactar su autobiografía- el santo lo
escribió detalladamente. En aquel sueño maravilloso –donde se le mandaban «cosas
imposibles»–, el cielo le trazaba el derrotero de su vida: convertir en mansos corderos a
los jóvenes descarriados. Aquel sueño era el primero de una serie de muchísimos otros
con los que aquella bellísima Señora lo iría instruyendo a lo largo del camino. Con razón
17
al final de sus días, al ver el progreso de su obra, Don Bosco no se cansaba de repetir:
«TODO LO HA HECHO MARÍA AUXILIADORA».
El soñador
A la muerte de su gran protector, el Padre Calosso, el niño Juan Bosco quedó
angustiado. Parecía que nuevamente se le cerraban todos los caminos hacia el
sacerdocio. Para borrar la impresión de aquella muerte, su madre lo envía a la casa del
abuelo, en Capriglio. Allí sueña nuevamente. Mucho nos agradaría conocer los
pormenores de ese mensaje nocturno, pero en su autobiografía solamente leemos: «Tuve
un sueño en el que se me vituperaba acremente por haber puesto mi confianza en los
hombres y no en la bondad del Padre Celestial».
El señor Turco, propietario de una viña, que cuidaba Juan, al verlo una mañana
cantando y silbando, le preguntó:
-¿Cómo es que hace algunos días se te veía tan tristón, y ahora tan alegre y cantando?
-Porque ahora sí creo que llegaré a ser sacerdote. Anoche, en sueños, se me presentó
una bellísima Señora; me encomendó un rebaño y me dijo: «No temas, yo estaré
contigo».
En aquel entonces contaba Juan 15 años.
Juan estudiaba en Chieri. Curvados sobre el escritorio, los alumnos sudaban ante el
examen de traducción latina. En brevísimo tiempo, Bosco entrega su trabajo. El maestro
con desconfianza empieza a leerlo; lo encuentra perfecto, y piensa: «Es imposible que en
tan corto tiempo haya superado tantas dificultades puestas intencionalmente... ¡Hum!. ..
¿Habrá copiado...? Imposible: este tema lo escribí yo mismo anoche.. .». El estupor del
maestro llega al culmen cuando descubre algo inexplicable: por juzgar demasiado largo el
trozo de traducción, lo acortó para el examen ¿cómo es entonces que Bosco le presenta
ahora el tema completo?
-Bosco, ven acá... ¿cómo explicas todo esto?
Bosco se pone serio; baja la cabeza y responde:
-Señor maestro, anoche soñé el examen...
-¿Soñaste el examen? ¡Hum!
Una mañana, Bosco comunica a sus amigos de clase que soñó que su hermano
Antonio no podía caminar por la fiebre. Esa misma tarde, llega José, su hermano, y le
confirma el sueño: Antonio estaba grave.
A José de Egipto sus hermanos lo llamaban «el soñador». A Juan Bosco sus
condiscípulos también lo apodaban «el soñador». Los sueños de ambos llegaron a ser
realidad.
Juan Bosco comenzó su cadena de sueños-visiones a los nueve años. Centenares de
sueños proféticos, didácticos, develadores de conciencias se suceden en su vida, hasta el
8 de Diciembre de 1887, un año antes de su muerte. En esas visiones, la Maestra, que le
fuera prometida a los 9 años, y un misterioso personaje, le iban definiendo su campo de
18
labores y le enseñaban a superar los obstáculos. Casi al fin de sus días, Don Bosco le
confesaba, en intimidad, al Padre Barberis: «Puede decirse que Don Bosco lo ve todo
claramente y es conducido de la mano por la Virgen”.
19
5. Todo por un ideal
El siete-oficios
Feria en el pueblo de Montafia. Ajetreo de aldeanos; voces estentóreas de vendedores
ambulantes que pregonan sus mercancías; un hombrazo con voz nasal grita los números
de la lotería.
En el centro de la plaza, se yergue altivo el palo ensebado, ostentando un ramillete de
premios bamboleados por el viento. Los poblanos chiflan y rechiflan a los atrevidos
concursantes que no han logrado llegar ni a la mitad del palo. En escena se presenta un
simpático joven; se despoja de su chaqueta y abrazado al palo ensebado, comienza su
lenta ascensión. Se renuevan las rechiflas por lo despaciosamente que el joven ha
iniciado su ascenso; pronto Juan Bosco -que no era otro el intrépido concursante- alcanza
con la diestra los premios. Toma un paquetito con 20 liras, un largo y grueso jamón y un
pañuelo. Los otros premios los deja colgando en el extremo del palo para que continúen
estimulando la codicia de los osados pretendientes.
Aquellas 20 liras y el grueso jamón le vinieron de perlas a Bosco que, en aquel tiempo,
luchaba desesperadamente en Chieri -lejos de su hogar- por salir avante en los estudios,
sirviendo como dependiente en una cafetería y trasnochándose hasta la madrugada para
llevar al día las lecciones.
Las actividades de Bosco, a pesar de su duro trabajo, se multiplicaban. Entabló
amistad con un tal Juan Roberto, maestro de capilla y director de un coro, quien lo
seleccionó para el coro. Su delicado oído musical lo indujo a alistarse como violinista
entre los de la orquesta del pueblo; aprende también a tocar discretamente el clavicordio
y el órgano; se hace amigo de un viejo herrero que lo adiestra en el manejo de la
almágana y de la fragua; se gana las simpatías de un sastre del barrio que, gustoso, le
descubre los secretos de su profesión. En su autobiografía, recordando esos tiempos,
Don Bosco escribía con gracejo: «Me parecía haber llegado a ser oficial de sastre».
Por caminos tan incomprensibles para el joven Bosco, la Providencia preparaba al que
con los años habría de ser el gran propulsor de las ESCUELAS DE ARTES Y OFICIOS
para jóvenes.
Heraldo de la alegría
En Chieri, Juan era muy apreciado. Los jóvenes de su edad, atraídos por su talento y
por sus mil cualidades, se disputaban su amistad. Juan se vio rodeado por un grupo de
alegres muchachos, y su primer anhelo fue encaminarlos por la senda de la virtud. Fundó
entre ellos lo que llamaron «La Sociedad de la Alegría». Los estatutos de dicha
agrupación se reducían a dos: evitar toda conversación inconveniente ser fieles
cumplidores de los deberes religiosos y escolares.
Los domingos, muy de madrugada, se veía a aquellos muchachos participando en la
misa; luego, en alborotado escuadrón, organizaban largas excursiones a montañas o al
20
campo para regresar, al caer la tarde, con una canción entre los labios y con los pulmones
llenos de aire puro, con aromas de fresas y de madreselvas.
Un domingo por la tarde, en el pueblo hizo su aparición un payaso. Sus juegos y sus
chanzas apartaban a los poblanos de la misa en la iglesia. Vanos fueron los reclamos de
Bosco a aquel hombre impertinente, hasta que Bosco concibió una idea salvadora:
desafiar a aquel charlatán y vencerlo. El payaso aceptó encantado aquel certamen
público, ya que sus espectadores se multiplicarían; pero exigió que fuera una
competencia con apuesta de dinero. Bosco, en su pobreza, estuvo a punto de ser
derrotado; los amigos de la «Sociedad de la Alegría» acudieron en su ayuda y recaudaron
20 liras que era lo estipulado por el charlatán.
El primer punto del desafío consistió en una carrera; Bosco salió airoso. El payaso
propuso doblar la suma apostada, para un concurso de salto. Nuevamente el estudiante
consigue la victoria. El ilusionista no da su brazo a torcer y reclama una nueva justa:
quien suba más alto a un olmo. El mismo toma la delantera y con facilidad alcanza la
cima del árbol; imposible continuar un centímetro más: la rama cruje amenazadora. Se
piensa que esta vez la suerte se ha volteado para Bosco. Este emprende su ascención;
llega hasta donde su competidor; la rama se columpia peligrosamente. Bosco se aferra
con las manos a la rama y, en un prodigio de equilibrio y acrobacia, lanza los pies al aire.
Los vítores de la multitud zahieren el orgullo del acróbata que juega su última carta: el
baile de la vara mágica. Bosco inicia; la vara salta maravillosamente por su dedos, sube al
hombro, al mentón, vuelve a las manos. Le toca el turno al profesional: con redoblada
maestría era su juego favorito- danza la varita entre sus dedos; mas -¡calamidad!- su
alargada nariz es un obstáculo con el que tropieza la varita y... cae... ¡Pobre ilusionista
completamente derrotado por un joven estudiante, y con una deuda de 240 liras!
Bosco se mostró en extremo noble. Unicamente le exigió que le pagara una cena a los
de la «Sociedad de la Alegría», por valor de 40 liras. Aquel infeliz payaso se esfumó de
la mejor manera para no continuar escuchando los estridentes silbidos de los aldeanos.
21
22
Dos conquistas
En la clase de Bosco había un joven judío llamado Jonás. Bosco clandestinamente le
redactaba el trabajo escolar de religión para que no sufriera apuros. De tal manera llegó a
granjearse su afecto, que lo indujo a conocer la religión cristiana. La madre del jovencito
descubrió que su hijo furtivamente escondía un Catecismo; montó en cólera y lo despidió
de su casa. Bosco se industrió para que un sacerdote velara por el porvenir de Jonás,
quien más tarde fue bautizado.
Al acudir a la Catedral, un sábado por la tarde, Bosco observó que el sacristán, Carlos
Palazzolo, estaba enfrascado en la lectura. Se acercó. Grande fue su sorpresa al reparar
que el libro, cuya lectura lo absorbía, era una gramática latina. Confidencialmente el
piadoso hombre le informó acerca de su ardiente deseo de llegar al Sacerdocio y de las
mil dificultades que encontraba con aquella lengua tan ininteligible. Bosco,
pacientemente, se constituyó en pedagogo sin par de aquel buen sacristán. Al principio el
cerebro del viejo alumno se mostró impermeable a la dulce lengua de Virgilio; mas con la
pericia de Bosco, el sacristán logró superar las dificultades e ingresar en el seminario.
En todas sus actividades a Bosco lo perseguía un idea fija, obsesionante: llegar a ser
Sacerdote. Pero ¿sería posible que aquel aprendiz de herrero, que el sastrecillo mediocre,
que el violinista de pueblo, que el maestro improvisado pudiera alcanzar una meta tan
lejana? Bosco por momentos dudaba; otras veces creía; nunca perdía la esperanza.
23
6. El Altar era su sueño
Seminarista
Tarde del año 1835. Juan Bosco, joven de 20 años, toca el viejo portón del Seminario
de Chieri. El portero, que sale a recibirlo, ciertamente no piensa que en aquellos
momentos está ingresando uno de los que habría de dar más renombre al seminario.
Bosco entra. Su mirada, como por sorpresa, se encuentra en un ambiente misterioso y
melancólico: viejas arcadas, pórticos largos y espaciosos, poblados de silencio. Su
recuerdo vuela hasta el pretérito. Han pasado tantos años: largos años de lucha en pos de
un ideal, largas noches de vigilia ante los libros, largas jornadas de trabajo,
desempeñando los oficios más diversos... Y ahora, finalmente, allí, en el seminario por el
que tanto había suspirado.
Gracias a su amigo el Teólogo Cinzano logró obtener cartas de recomendación para el
canónigo Guala, quien se comprometió a pagarle aquel año de estudios en el seminario.
Un amigo le regaló la sotana, un tercero le ofreció el manteo, un par de zapatos le fue
donado por una piadosa señora. Con razón Don Bosco escribía más tarde: «Yo siempre
tuve necesidad de todos».
Bosco vistió la sotana meses antes de ingresar en el Seminario. Cuando su madre
Margarita vio a su hijo revestido con aquella simbólica indumentaria, le dijo: «Recuerda
bien que no es el hábito el que honra tu estado, sino la práctica de la virtud. Si un día
llegas a dudar de tu vocación, quítate al punto la sotana, prefiero tener un hijo campesino
que un sacerdote descuidado en sus deberes». En la biografía de Don Bosco, Margarita
aparece repetidas veces en escena; cuando se presenta es para decir palabras lapidarias
que el hijo llevará siempre grabadas en su corazón.
La carrera de Bosco en el Seminario fue brillantísima. Desde un principio se granjeó la
simpatía de profesores y alumnos. Su afición por el estudio no tenía límites: leía a toda
hora, devoraba libro tras libro. Anualmente se otorgaba un premio de 60 liras al alumno
que obtuviera mejores calificaciones; durante sus 6 años de seminario, Bosco siempre se
hizo acreedor a dicho premio. Su talento era reconocido por sus condiscípulos, que lo
buscaban para que les hiciera de repetidor de lecciones. En el grupo literario, que se
había formado entre los seminaristas amantes de las Letras, las críticas de Bosco se
cotizaban con gran estima; hasta llegaron a apodarlo «El Rabino de la Gramática».
24
25
Bosco, en el Seminario, continuaba siendo el siete-oficios de siempre. Si alguno
necesitaba que le cortaran el cabello, la navaja de Bosco era la más indicada. Si había
una sotana que remendar, todos acudían siempre a Bosco. Si se estrellaban contra alguna
dificultad en el estudio, ya se sabía que Bosco los sacaría del atolladero. Además, Bosco
ejercía el oficio de sacristán por el que devengaba 70 liras con las que costeaba parte de
sus estudios; el resto lo daba de su bolsillo su amigo, el santo sacerdote José Cafasso.
Durante su estadía en el Seminario, logró leer gran cantidad de obras famosas, que
más tarde le sirvieron incomparablemente en su vida de escritor. Entre ellas:
«Comentario sobre los libros del Antiguo y Nuevo Testamento», de Calmet;
«Antigüedades Judaicas», de Flavio Josefo; «Defensa del Cristianismo», del obispo
Frayssinous; «Historia Eclesiástica», de Henrion; «Sermones», de Segneri, y alguna obra
de Balmes.
Su afición por los libros corría parejas con el estudio de las lenguas extranjeras.
Aprendió Francés, rudimentos de Hebreo y, según él mismo apuntó en su autobiografía,
llegó a leer el Griego con tanta facilidad como el Latín.
Razón tenían, pues, sus superiores cuando en vísperas de finalizar sus años de
Seminario, emitieron este juicio acerca del seminarista Bosco: «Plus quam optime. Lleno
de celo, tiene asegurado el éxito más completo».
Novel sacerdote
Mañana de un cinco de Junio de 1841. En el oratorio privado del Arzobispo de Turín,
Monseñor Fransoni, se verifica una ceremonia solemnísima. Juan Bosco es ordenado
sacerdote; el obispo impone las manos sobre su cabeza; Bosco queda armado caballero
de Cristo. ¡Quién lo dijera: el pastorcillo prestidigitador de otros tiempos ya era
sacerdote!
Al día siguiente. Campanas al vuelo. Aglomeración humana. Cabezas que se mueven
en continuo cabrilleo; algunos se empinan para poder contemplar mejor la lejana figura
del novel sacerdote, que oficia su primera misa. El joven sacerdote siente que sus labios
tiemblan al silabear las palabras del rito sagrado. En su mente y en su corazón se agita
una marea de sentimientos místicos y de dulces añoranzas...
Llega el momento de la Comunión. En primera línea, su madre, que lo mira sin
parpadear. El novel sacerdote se acerca hasta ella; una lágrima brillante rueda por la
mejilla de Margarita y ligeramente desciende hasta la reluciente patena en donde queda
como una nueva reliquia de algo sagrado.
Por la noche, en la antigua casona, se reúne la madre y el hijo. Ha sido un día de
emociones; finalmente pueden hablar a solas. Chisporrotea el fuego. La madre no se
cansa de clavar sus ojos en la mirada transparente del hijo sacerdote. Y -¡claro está!-
tenía que decirle otras palabras clave: «Juan, ya eres sacerdote y dirás misa todos los
días. Tienes que acordarte de esto: empezar a decir misa significa empezar a sufrir. Al
principio no lo notarás, pero, con el tiempo, verás que tu madre tiene razón. Estoy segura
26
de que todas las mañanas pedirás por mí. No te pido más que eso. En adelante no
pienses en nada más que en salvar almas y no te preocupes de mi». Mientras Margarita
reposadamente pronuncia aquellas frases tan preñadas de sabiduría, Juan Bosco no
desprende su mirada de la ventana y recuerda con nostalgia aquel prado, bañado por la
luz plenilunar, en el que había tenido aquel sueño, develador de su futuro, en donde
Aquella Señora, vestida de pastorcilla, le había profetizado su misión sacerdotal. «A su
tiempo todo lo comprenderás», le había dicho. Sí, ahora comprendía perfectamente: ya
era sacerdote, ya empezaba a celebrar misa... ¿Dónde estaban los lobos que había visto
en aquel primer sueño misterioso? ¡Ya había sonado la hora de convertir esos lobos en
corderos!
El fuego chisporroteaba con más estrépito. De los labios de la madre continuaban
brotando palabras de oro. Juan Bosco no desprendía su mirada de aquella ventana desde
donde se veía el prado espectacularmente iluminado por el plenilunio. Como entre
neblina se veía de niño caminando sobre una cuerda, predicándoles a sus compañeros,
enseñándoles el Catecismo... Recordaba el día en que tuvo que abandonar su hogar para
trasladarse a Chieri, a ganarse la vida como sirviente en una cafetería, como aprendiz de
sastre, de herrero, de maestro sin título. Y ahora... ¡ya era sacerdote! ¡Empezaría a
celebrar la Eucaristía!
27
28
29
7. Los andamios de una obra
La sorpresa de una madrugada
Juan Bosco era sacerdote novel. Una familia genovesa se ilusionaba con tenerlo como
maestro de sus hijos, y le ofrecían 1000 liras anuales de sueldo. Mamá Margarita -
recelosa de la riqueza- no permitió que su hijo viviera entre adinerados. Por otra parte,
sus coterráneos de Murialdo lo llamaban con insistencia para que desempeñara el cargo
de cura ecónomo del pueblo. Su benefactor el padre Cinzano lo presionaba para que
estuviera a su lado como vicario. Juan Bosco se encontraba indeciso sobre qué partido
tomar. Consultó a su sabio y santo director, el padre José Cafasso; éste le aconsejó
perfeccionar sus estudios teológicos en el «Convitto Eclesiástico», que él mismo dirigía.
Juan Bosco obedeció.
En la mente del joven sacerdote revoloteaba, sin cesar, el recuerdo de aquel sueño
misterioso en que se le trazara el camino a seguir. Ahora ya era sacerdote. ¿Pero dónde
estaban aquellos lobos que la Señora de los sueños le encomendara. ..?
Un ocho de diciembre de 1841, un chicuelo tiritante, sin saber cómo, llega a la
sacristía de la iglesia. El sacristán lo ve como caído del cielo, pues aquella mañana los
monaguillos no han madrugado. Invita al niño a acolitar la misa, pero éste se niega,
alegando que no lo sabe hacer. El colérico sacristán descarga tres soberanos escobazos
sobre sus endebles espaldas. Juan Bosco, que llega a la sacristía para celebrar la misa,
presencia la escena. Reprocha al sacristán y lo obliga a traerle, de buenas maneras, a
aquel jovencito que ya huía despavorido por el corredor, camino de la calle.
El adolescente Bartolomé Garelli –así se llamaba el niño maltratado– mira con
desconfianza a aquel sacerdote que le pregunta su nombre y su oficio y que con dulces
modales lo invita a ayudarle en la misa. Aunque el chico nunca en su vida había
acolitado, aquella madrugada lo hizo por primera vez para no contrariar a aquel simpático
sacerdote. Concluida la misa, nuevamente volvieron a platicar como si fueran viejos
conocidos. El jovencito quedó convidado para volver el próximo domingo a misa y a
aprender la doctrina. Además, se comprometió a traer algunos de sus amigos.
Garelli cumplió su palabra. El domingo siguiente se presentó escoltado por varios
rapazuelos. En el estrecho patio del Seminario tuvieron su primera reunión. Domingo tras
domingo, aquel patio se fue vivificando con la algarabía de toda una barriada de niños.
Allí se asistía a la misa, se aprendía el catecismo y se jugaba bulliciosamente. De vez en
cuando una bola reducía a añicos el cristal de alguna ventana. El padre Cafasso
disimulaba, sonreía y ayudaba económicamente en aquella obra que Juan Bosco había
emprendido.
Así -con sencillez evangélica- nació la gran obra de LOS ORATORIOS FESTIVOS
para niños pobres, porción predilecta de Juan Bosco, y que, con los años, habían de
multiplicarse por todo el mundo, cumpliendo una de las más preciadas funciones sociales
y religiosas de la Iglesia.
30
Vida de bohemios
El patio del Convitto Eclesiástico resultó demasiado estrecho para tantos chicuelos
que, domingo tras domingo, acudían atraídos por las maravillas que los compañeritos
narraban en su barrio.
Juan Bosco planeó trasladarse a los jardines del orfanato «El Refugio», cuya
capellanía regentaba. Pidió el consentimiento a la rica propietaria, la Marquesa de Barolo.
Le fue concedido. No acababan los chicos de aclimatarse en su nueva casa, cuando ya
empezaron a llover las quejas de los habitantes del «Refugio». Que tronchaban las
flores... que el ruido molestaba a los enfermos... que ya no había paz en el orfanato...
¡Fueron despedidos!
El siguiente domingo se dieron cita en un campo anexo al cementerio de San Pedro in
Vincoli. El amable padre Tesio, capellán de 72 años, los recibió jubiloso. Mas a su
histérica empleada aquel ruido ensordecedor y aquel ir y venir de pelotas que rebotaban
contra las paredes de la casa, le ponía los nervios de punta. Cobró inquina contra
aquellos jóvenes y no se contentó sino hasta haberle llenado la cabeza al padre Tesio de
mil chismes. Nuevamente se despidió al sacerdote y a su abigarrado séquito de
rapazuelos.
Juan Bosco no se desalentó. «El próximo domingo –les dijo– los espero en los Molinos
del Dora». Había allí una capillita con un campo regular al lado. También allí los
persiguió la mala suerte. Los feligreses se encontraban a disgusto, en la iglesia, al lado de
aquellos jóvenes inquietos. Los vecinos empezaron a quejarse y... sucedió lo de siempre:
los invitaron a marcharse.
Todos los domingos un escuadrón de muchachos asediaba al simpático curita. Juan
Bosco no sabía ya qué hacer. De todos los lugares habían sido despedidos. ¿A dónde
llevar aquel ejército de chiquillos que, aunque caminaran de puntillas, estorbaban en
todas partes? Ya hacía 8 meses que el joven sacerdote iba y venía por los cuatro puntos
cardinales con su oratorio ambulante.
«Una tarde –nos cuenta él mismo en sus «MEMORIAS»–, me hallaba solo, sin
ayuda, al cabo de mis fuerzas, con la salud resentida, ya no sabía dónde reunir a mis
pobres pequeños. Ocultando mi dolor, me paseaba apartado de ellos, y quizá por vez
primera sentía que las lágrimas subían hasta mis ojos. “Dios mío –suplicaba–, ¡indícame
el lugar donde el domingo próximo he de reunirlos, o dime qué es lo que debo hacer!”
Sumido en su tristeza se encontraba Juan Bosco, cuando se le presentó un buen hombre.
Se llamaba Pinardi -su nombre se recuerda con cariño en los anales salesianos-; llegaba
para ofrecerle el alquiler de un cobertizo con un prado contiguo. El precio sería de 300
liras anuales. ¡Era toda una ganga! Esa misma tarde fueron a visitar el predio y quedó
cerrado el contrato. Bajo aquel rústico cobertizo de la Casa Pinardi nacía -en la más
impresionante miseria y regada con lágrimas- la semilla que, con los años, se trocaría en
el gigantesco roble de la CONGREGACIÓN SALESIANA, que actualmente registra
entre sus filas a 18,000 miembros esparcidos por los cinco continentes.
31
Aquella tarde, con las primeras estrellas, Juan Bosco retornaba de su excursión
dominical, pletórico de entusiasmo. ¡Ya sus 400 jovencitos dispondrían de un lugar
donde asistir a misa, estudiar la doctrina y jugar! Su voz baritonal se acoplaba a las
infantiles voces de sus acompañantes que aquella tarde regresaban locos de alegría,
entonando radiantes canciones.
Un internado típico
Noviembre de 1846. Por la polvorienta carretera hacia Valdocco camina
despaciosamente Mamá Margarita en compañía de su hijo sacerdote a quien ya todos
empiezan a llamar «DON BOSCO».
“Madre –le había dicho–, vivo solo en un barrio de mala fama y usted comprende que
las malas lenguas siempre andan buscando algo que inventar. Necesito que usted se
venga a vivir conmigo. Además no logro multiplicarme para atender al sinnúmero de
chicuelos que acuden a mi oratorio”. Margarita inmediatamente caviló en lo fastidioso
que sería para ella abandonar la tranquilidad del campo para caer en medio de aquel
avispero de chiquillos alborotadores y desarrapados. Pero no resistió la súplica del hijo.
Abrió lentamente el oloroso ropero; contempló con nostalgia su viejo traje de bodas, que
permanecía allí desde hacía 30 años, como una estatua de mármol, y apresuradamente,
lo fue a vender al igual que otras alhajas matrimoniales, para hacer frente a los primeros
gastos.
Hacia el atardecer, llegaron a Valdocco. Entraron en la humildísima estancia.
Margarita, con intuición de ama hacendosa, de un vistazo, inventarió el escasísimo ajuar:
una mesita, dos camas, algunas sillas recientemente arregladas. Se quedó mirando
inquisidoramente al hijo como diciéndole: «¿Aquí debo vivir?» Don Bosco le señaló el
crucifijo pendiente de la pared. Margarita comprendió e inmediatamente se dio prisa en
aderezar la cena para esa noche.
Todas las tardes, una avalancha de 500 rapazuelos hormigueaba por aquellos
cuartuchos destartalados. Se les impartían clases de Lectura, Geografía, Historia,
Música, etc.... Pronto dispuso Don Bosco de un selecto grupo de avispados jovencitos
que, muy equilibradamente, se convirtieron en preceptores de sus mismos compañeros.
El adelanto fue patente. Al ser visitados por un inspector estatal, éste quedó tan
satisfecho que se les otorgó una subvención de 300 liras.
Por aquellos años, las barriadas de Turín pululaban de niños ociosos o abandonados
por sus padres. En míseras covachas se amontonaban, como en una ratonera, hasta 10 y
12 personas. Esos barrios eran simiente que pronto cosecharían las cárceles y los
hospitales. Había que remediar aquello. Don Bosco así lo entendía; pero ¿con qué
medios?
Cierta noche, al doblar una esquina, se topa de improviso con un grupo de
muchachotes que, al ver una sotana, empezaron a blasfemar. Pero aquel «curita» era
vivo y medio. “Muchachos -les dijo-, los convido a tomar un vaso de vino”. Los llevó a
32
un restaurante cercano y cumplió su promesa. «Y ahora, amigos –les recalcó–, cuidado
con las blasfemias y pronto a su casa que ya no es hora de ir vagabundeando por las
calles». Con una sonrisa de ironía aquellos grandulones le informaron que no tenían casa.
Don Bosco se los llevó a la suya, con la intención de que fueran la primicia de un
orfanato que planeaba abrir. Los acondicionó en el granero; pero con tan mala suerte
que, a la mañana siguiente, aquellos aventureros madrugaron para huír con las sábanas
que el sacerdote les prestara.
Aquella primera experiencia no lo amilanó. Volvió a la carga. De un día para otro, el
que antes era un simple cobertizo fue transformando en un peculiar internado. Un grupo
de niños paupérrimos convivía bajo el mismo techo. De mañana, salían a su trabajo para
volver a medio día a arremeter, ávidamente, con las humeantes viandas que aquel
«curita» y su madre les servían con primor.
Muchas cosas faltaban en aquel típico internado; pero sobraba la felicidad. Mientras
las últimas luces del dormitorio se apagaban, Margarita velaba, remendando algún
pantalón, zurciendo alguna camisa. Pocos años después, donde antes sólo se veía un
cobertizo, apareció un regular edificio de dos pisos. Don Bosco se industriaba para
encontrar algún agujero en los bolsillos de los ricos.
Una prueba del cielo le esperaba al dinámico sacerdote. En la madrugada del 25 de
noviembre de 1856, moría, de pulmonía, su anciana madre, después de haber colaborado
con él por 10 años. Dos horas después se encontraba Don Bosco en la iglesia de la
Consolata, celebrando misa por la eterna felicidad de su madre. Concluido el sacrificio,
se dirigió a la que es «Consuelo de los Afligidos», con una sentida oración: «Es
indispensable que una madre dirija mi gran familia; ¿quién lo hará sino tú? Vela sobre su
vida y alma ahora y siempre”. Una telita brillante empañaba la mirada del SACERDOTE
HUERFANO Y PADRE DE LOS HUERFANOS.
33
8. La pluma también es arma
Con la pluma en ristre
Noche cerrada. Tres aldabonazos resuenan en el zaguán del Oratorio. Dos hombres de
sombría catadura reclaman un sacerdote para auxiliar a un moribundo. Don Bosco se
apresta a acudir. Se hace acompañar de cuatro muchachotes vigorosos. «Don Bosco -
insisten los dos hombre-, no hace falta que vengan esos jóvenes porque nosotros también
lo acompañaremos al regreso». El sacerdote alega que los lleva para proporcionarles un
paseo.
Llegan a una casa aislada en la periferia de la ciudad. Entran. Varios hombrazos
brindan alborotadamente alrededor de una mesa. Introducen a Don Bosco en la alcoba
de una mujer que fingía ataques de asma. Alguien da un manotazo a la bujía y empiezan
a llover garrotazos mortales dirigidos hacia donde se encontraba Don Bosco. Este,
ágilmente, toma una silla como escudo y, así parapetado, alcanza la puerta... Aparecen
sus cuatro guardaespaldas: «Don Bosco, ¿qué le pasa que chorrea sangre?»
-Nada, hijos, vamos a casa... ¡ha sido una broma pesada, nada más...!
Era éste otro de los repetidos atentados que los de la secta valdense habían tramado
contra su inquebrantable enemigo. Por aquellos años -a mediados del siglo XIX- los
valdenses eran una verdadera plaga. Embestían a la Iglesia, desconcertaban a las almas
ingenuas y, sobre todo, invadían los hogares con su propaganda folletinesca. Precisaba
librar una batalla. Pronto se presentó Don Bosco con la pluma en ristre. ”EL AMIGO
DEL HOGAR”, -calendario de los valdenses- que, en medio de mil novedades, deslizaba
la falsa doctrina, encontró un competidor en el «GALANTUOMO» («EL HOMBRE DE
BIEN»), primer almanaque religioso que se editaba en Europa, precisamente por Don
Bosco.
Con estilo fácil y popular el abnegado sacerdote comenzó a escribir sus «LECTURAS
CATÓLICAS», colección de libretos que el pueblo buscaba con avidez. En esos libritos
se encontraba una exposición clara y asequible de la doctrina cristiana.
Los valdenses se alarmaron. En un principio planearon sobornar, zalameramente, con
dinero a aquel escritor tan original que cautivaba al pueblo. Tuvieron que desistir. Don
Bosco no cejaba en fustigarlos con sus escritos. Entonces acudieron a los atentados y a
las trampas por medio de criminales a sueldo. Pero la Providencia velaba por Don Bosco:
siempre logró esquivar el golpe mortal.
Las «LECTURAS CATÓLICAS» alcanzaron un tiraje de 14,000 ejemplares, cuyo
precio estaba al alcance de todas las personas. Don Bosco soñaba con disponer de un
taller de imprenta para mejor organizar la difusión de la buena prensa. En 1861 instaló
una minúscula tipografía. Todo el equipo consistía en viejas máquinas, movidas a mano,
y en una mísera prensa. «Esto es el comienzo -les decía el santo a sus desanimados
colaboradores-. Y en verdad aquello era el preludio de las grandes rotativas y de las
34
famosas editoriales salesianas que, con los años, funcionarían en los cuatro puntos
cardinales.
Don Bosco era un escritor sencillo, original y cautivador. Su estilo era claro y vigoroso.
De Moliere se cuenta que leía sus comedias a su sirvienta y que no quedaba satisfecho
hasta que la anciana las comprendía. Don Bosco también releía sus manuscritos a su
sencilla madre, antes de enviarlos a la imprenta, y eliminaba los giros y expresiones que
Margarita no captaba bien. Por su estilo popular, el prestigiado Nicolás Tomaseo le decía:
«Don Bosco, usted encontró un estilo fácil de explicar, de una manera elocuente y
asequible a todos, sus ideas...»
Una obra monumental
El conocedor de la agitada y dinámica vida de Don Bosco se pregunta cómo pudo el
Santo, en medio de un mar de preocupaciones cotidianas, encontrar retazos de tiempo
para escribir un sinnúmero de obras tan documentadas.
De Ercilla se afirma que aprovechaba los descansos de las batallas para poetizar, en
pedazos de cuero, las vibrantes octavas de su «Araucana». Cervantes, en la incómoda
prisión, escribe algunos capítulos de su «Quijote». Don Bosco no tiene tiempo durante el
día para redactar sus obras y por eso ocupa las horas de la noche, hasta que por su
ventana casi lo sorprende la alborada.
Rodolfo Fierro presenta el siguiente catálogo de los escritos de Don Bosco:
a) Libros históricos, 28.
b) Libros catequísticos y polémicos, 2.
c) Biografías, 7.
d) Vidas de los Papas, 18.
e) Libros marianos, 9.
f) Libros ascéticos, 8.
g) Libros amenos y educativos, 16.
h) Libros escolares, 9.
i) Varias piezas de teatro...
El mejor juez de la obra de Don Bosco fue el tiempo. A través de los años sus libros
«HISTORIA ECLESIÁSTICA», «HISTORIA SAGRADA», «HISTORIA DE
ITALIA», al igual que las biografías de jóvenes modelo, alcanzaron repetidas ediciones
de varios miles de ejemplares. Los jóvenes las devoraban con cariño, pues sabían que
habían sido escritas especialmente para ellos. Don Bosco era, en realidad, un escritor
sencillo. Sin pretensiones ni ínfulas, y buscando solamente la gloria de Dios, logró dejar a
la posteridad una valiosa colección de obras en las que se retrata como un ARTISTA DE
LA PLUMA.
35
9. Hombre de cielo y tierra
Lo extraordinario... ordinario
El cardenal Vives y Tuto -relator de la causa de canonización de Don Bosco- escribió:
«He ojeado muchos expedientes, pero jamás hallé uno tan colmado de lo sobrenatural».
La vida de Don Bosco es un patente e ininterrumpido eslabonarse del cielo con la
tierra, de lo divino con lo humano, desde su profético sueño, a la edad de nueve años,
hasta su última palabra, el 31 de enero de 1888. «Dios Nuestro Señor –puntualizaba
Rodolfo Fierro, s.d.b.– se complació en hacer de él como un resumen de los carismas
que adornaron a los santos en las centurias pasadas. Porque Don Bosco sanaba con su
bendición, leía en las conciencias y en el futuro, multiplicaba los panes, las medallas y
hasta las hostias consagradas para que los fieles no se quedaran sin comulgar. Bilocó
varias veces su presencia; resucitó 3 muertos, y los animales obedecían sumisos a su
mandato».
Contemplemos algunas viñetas de su vida carismática. Año 1855. Don Bosco está
sentado a la mesa. Algunos de sus seminaristas –Rúa, Francesia, Cagliero...– lo rodean.
«Uno de ustedes -les dice Don Bosco, sonriente- será obispo...». 29 años más tarde, en
1884, se verificaba el pronóstico: Cagliero recibía la consagración episcopal.
El futuro era para Don Bosco como una cortina transparente. Una noche, les dice a
sus niños internos: «Antes de un mes morirá uno de ustedes». Nadie estaba enfermo.
Antes del mes moría el joven Berardi.
Bajando apresuradamente por las escaleras del dormitorio, el padre Cagliero busca a
Don Bosco para notificarle la muerte de un alumno. Don Bosco con aplomo le advierte:
«De aquí a dos meses morirán otros dos». Cagliero lo presiona para que le revele los
nombres de aquellos dos sujetos. Es complacido. Escribe los dos nombres y los deposita
en un sobre que confía al padre Alasonatti. Mueren los dos jóvenes. Al abrir el sobre
lacrado, se constata que aquellos nombres corresponden a los de los alumnos difuntos.
De esta manera, con sencillez pasmosa, Don Bosco profetiza, con mucho tiempo de
antelación, la muerte de muchos alumnos y de personas a él allegadas.
En el Oratorio era curioso observar que algunos jovencitos se calaban la gorra hasta
los ojos. Sabían de sobra que Don Bosco intuía en sus conciencias; ellos creían que les
leía en la frente, y por eso, cuando había algo que iba descarrilado, echaban mano de
este artificio. A un niño, que le huía por el consabido motivo, el santo lo llama y le dice
con dulzura: «Confiésate, pero... di esto y esto...”.
36
37
La mirada de Don Bosco penetraba hasta en las conciencias más herméticas.
Confidencialmente les decía al Padre Rúa y a otros superiores salesianos:
«Verdaderamente el buen Dios es bondadoso con mis jóvenes. Cada vez que me hallo
con ellos, si en el grupo se encuentra un alma en pecado, inmediatamente tengo
conciencia de ello por la fetidez que exhala. Presénteme un joven a quien nunca haya
visto; me bastará mirarle en la frente para revelarle sus faltas desde su más tierna
infancia”.
En otra ocasión decía: «A menudo, cuando confieso, leo en las conciencias como en
un libro abierto». ¡Sólo el conocedor de la aquilatada santidad y de la sencillez del santo
no fruncirá la frente con desconfianza, al oír hablar así a Don Bosco!
Los sueños-visiones
Y ahora algo muy peculiar, casi único en las páginas del santoral: los sueños de Don
Bosco. Comenzó la serie de sus sueños-visiones desde que era niño. En su extensa
biografía se acumulan centenares de esos sueños extraordinarios. En ellos, a través de
fantásticos cuadros, el cielo le descorría el porvenir, le develaba el estado de conciencias,
le señalaba el camino a seguirse en casos apurados, le aconsejaba métodos pedagógicos,
le ponía alerta contra peligros amenazadores. En un principio, los creyó juegos de la
imaginación. Más tarde empezó a creer en ellos y hasta se los narró a sus muchachos.
Pero luego le asaltaron las inquietudes: ¿No era aquello una presunción? Consultó a su
doctísimo confesor, el padre José Cafasso -santo canonizado-. Este le dio una norma de
oro: «Si tus sueños se han cumplido, puedes estar tranquilo». ¡Y aquellos sueños se
cumplían! Don Bosco ya no los tuvo como juego de la fantasía, sino como una voz del
cielo que, como a José de Egipto o a Jacob, le hablaba secretamente a través del
micrófono de los sueños. Desde 1854 comenzó a narrárselos a sus niños en forma de
fábulas. Los avispados muchachos se percataban de que aquellas narraciones no eran
«simples sueños» y escuchaban -sin dudar- la voz de Dios. La última de estas visiones
nocturnas la tuvo el santo en 1887, un mes y medio antes de su muerte.
Comentando sus sueños, el santo les advertía con gracejo a sus niños: «Algunas veces
Dios se sirve de los instrumentos más indignos, como se sirvió de la burra de Balaam,
haciéndola hablar, y de Balaam, falso profeta».
¿Milagros...?
Hay muchos que creen que los milagros son algo legendario de épocas muy lejanas. La
vida de Don Bosco está matizada de milagros obrados a plena luz y ante toda clase de
personas. Cuando el panadero del Oratorio no quiere proporcionar más pan hasta que no
se le cancelen todas las deudas, Don Bosco con 15 panes da de comer a sus 300 niños.
Al terminar el reparto, en la canasta quedaban 15 panes. Para una fiesta de gala, al
olvidadizo sacristán se le pasa por alto llenar de hostias el copón. Don Bosco lo descubre
solamente antes de iniciar la comunión de los fieles. Su fe de roca multiplica las hostias
38
consagradas, y con 20 hostias, que había en el copón, reparte el Pan de Vida a 600
niños. El sacristán, ante el milagro de primera, se preguntaba sí no estaría soñando.
Carlos, niño del Oratorio, muere, con la conciencia intranquila, llamando a Don Bosco,
que se encontraba ausente. Al llegar el santo a la casa de Carlos, ya es demasiado tarde:
el cadáver está amortajado -según la costumbre de aquel tiempo- Don Bosco reza, lo
resucita, lo confiesa y le pregunta: «¿Quieres morir o seguir viviendo?». El niño contesta
que prefiere ir al cielo. Don Bosco le dice: «Entonces duérmete...», y el niño vuelve al
reino de la muerte.
En cierta ocasión, el niño protagonista de una opereta se encuentra completamente
afónico. Ya el público ha colmado las butacas del teatro. Todos -sin dudar un momento-
acuden a Don Bosco. El santo realiza un intercambio original: durante la actuación
artística, el protagonista recobra su voz, mientras Don Bosco no logra silabear ni una
palabra. Al terminar la opereta, Don Bosco ya habla, como antes, mientras el niño torna
a su ronquera.
Con razón Agustín Auffray escribió que Don Bosco «fue uno de los más grandes
taumaturgos del siglo XIX, si no el más grande». Y con muy sobrada razón Pío XI, al
ver la vida de Don Bosco, tejida con tantas hiladuras de milagros, afirmaba de él que en
su vida lo sobrenatural llegó a ser natural, y lo extraordinario, ordinario.
39
40
41
10. Como granito de mostaza
La Congregación Salesiana nació así:
Numeroso grupo de muchachuelos desarrapados y gritones asediaban al novel
sacerdote Juan Bosco. Alguno, levantando su voz destemplada, le formula una pregunta,
otro se le colgaba cariñosamente el brazo; un niño se ofrecía a llevarle su valijín; un
joven le hacía alguna broma.
Aquel curita tan “liberal” empezó a llamar la atención de algunos meticulosos
eclesiásticos. «¿Dónde está la dignidad de ese sacerdote -comentaban- que permite que
esos rapaces se le cuelguen de la sotana?». Alguien hasta pensó que Don Bosco no
estaba en sus cabales. Dos de estos eclesiásticos pretendieron sondear las intenciones -no
muy equilibradas, según ellos- de aquel sacerdote que tanto daba que hablar. Don Bosco
con emoción y sinceridad, como si penetrara en el futuro, les comunicó sus anhelos de
tener muchos institutos y colaboradores para entregarse de lleno a la educación de
aquellos jovencitos que no se desprendían de su lado.
-¡Ah! ¿conque usted quiere fundar una nueva «Congregación»?... ¿Y qué hábito les
impondrá a los socios?
-Será un hábito particular: los vestiré de virtud...
Aquellos dos sacerdotes quedaron plenamente convencidos de que Don Bosco era un
desequilibrado mental.
Se ha escrito que para fundar una Congregación se necesitan dos cosas: la gracia de la
ceguera para no ver las dificultades, y dinero. Don Bosco no contaba con fondos
pecuniarios, pero el cielo le había concedido el don de «hacerse el ciego» para no ver las
dificultades cuando se trataba de servir a Dios.
El prudentísimo padre José Caffaso -San José Caffaso- le había planteado la necesidad
de fundar una congregación para perpetuar su apostolado entre los jóvenes. También se
lo insinuó su arzobispo Monseñor Fransoni, y hasta el «comecuras», Urbano Ratazzi,
amigo de Don Bosco, que conocía su labor en el barrio de Valdocco, en pro de la
juventud desamparada, le esbozó una forma peculiar de sociedad que no pudiera
encontrar trabas frente a los gobiernos anticlericales.
Desde 1842, Don Bosco empieza a seleccionar, entre sus niños, colaboradores con
este fin; pero fracasa. Acude entonces al clero turinés en busca de ayuda: nuevo fracaso.
Vuelve a intentar escoger a sus futuros ayudantes de entre sus niños, y esta vez
encuentra cuatro magníficos elementos -Beglia, Buzetti, Gastim, Reviglio-. Les enseña
Latín, los amaestra convenientemente, consigue que vistan la sotana, y los lleva a la
Universidad de Turín; pero fracasa por tercera vez ya que dos de los mencionados
jóvenes cuelgan los hábitos, y los otros dos lo abandonan para sumarse a los seminaristas
del clero diocesano.
42
Don Bosco no se cruzó de brazos; volvió a la carga y esta vez con espléndido
resultado. Otros cuatro jóvenes -Rúa, Cagliero, Francesia, Turchi- se pusieron a sus
órdenes y no lo abandonaron nunca. Al principio se limitó a llamarlos colaboradores; más
tarde les descubrió su deseo de fundar una congregación religiosa. En 1854, ya les
anuncia que los que quisieran continuar a su lado se llamarían «SALESIANOS», es
decir, imitadores de San FRANCISCO DE SALES, por el que Don Bosco sentía
simpatía, ya que era el santo de la dulzura que, según Don Bosco, había de ser la llave
maestra con la que se apoderaría de los corazones de los jóvenes.
Los inicios
La vida de los primeros salesianos era una vida espartana. A las 3.30 de la madrugada
ya estaban de pie prontos a sentarse ante su mesa de estudio. Durante el día debían
batirse como maestros y dirigentes de los centenares de alumnos que frecuentaban el
Oratorio Salesiano. A altas horas de la noche, nuevamente se les veía ante un candil
amarillento, enfrascados en los libros. Algunos eclesiásticos, «demasiado celosos»,
pusieron su grito en el cielo, alegando que los seminaristas de Don Bosco no estudiaban
«en forma». Pero optaron por callarse cuando esos seminaristas, tan calumniados,
obtuvieron los primeros puestos en los exámenes públicos.
En 1858, Don Bosco, después de haber elaborado concienzudamente un proyecto
para las «REGLAS» de su congregación, parte para Roma. Pío IX -a quien ya había
llegado la fama de aquel singular sacerdote- lo anima y se permite hacerle algunas
correcciones y sugestiones. Ilusionado quedó Don Bosco; no se imaginaba que aquel día
comenzaba para él la anhelante espera de 16 años de trámites, de malentendidos, de
viajes de ida y vuelta a Roma para vencer la resistencia de la Curia Romana que no veía
con simpatía a aquel sacerdote, que pretendía fundar una congregación en tiempos
políticos tan adversos a la Iglesia.
Al fin triunfó la tenacidad. El 3 de abril de 1874 se aprobó definitivamente la
Congregación Salesiana. Doce años antes Don Bosco les decía, en son de profecía, a sus
primeros 22 seminaristas: «¿Quién sabe si, dentro de 25 años o 30, nuestro grupito, con
la ayuda de Dios, se habrá extendido por el mundo y llegado a ser un ejército, por lo
menos, de 1,000 religiosos?». A la muerte de Don Bosco, los salesianos eran 768. En la
actualidad la Congregación Salesiana alcanza la cifra de 18,000 miembros esparcidos en
los cinco continentes.
43
44
Siguiendo las huellas del Padre, se dedican a la enseñanza de la juventud ya por medio
de colegios para la clase popular con institutos profesionales para la formación de los
obreros, ya con los típicamente llamados ORATORIOS FESTIVOS en los que se
congregan, los días de fiesta, centenares de jóvenes pobres a los que se adoctrina en la
religión y se les entretiene con variedad de deportes.
Las Hijas de María Auxiliadora
Alguna vez Don Bosco expresó que si le tocara nuevamente fundar la Congregación
Salesiana, tal vez no tendría el ánimo suficiente para comenzar. Mas aquella confesión
del santo no pasó de ser un desahogo personal ya que, una vez estabilizados los
salesianos, emprendió otra fundación.
Muchas personas prudentes lo instaban para que se preocupara también de las
jovencitas. Don Bosco, al fin, se decidió a consultar el problema con Pío IX. «En mi
opinión -le expresó el Papa- esas futuras religiosas serían la contrapartida de los
salesianos. Ellas harán por las muchachas lo que los salesianos están haciendo por los
muchachos».
Las religiosas fundadas por San Juan Bosco se alistaron entre las congregaciones
femeninas con el nombre de HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA. Su primera superiora
y coofundadora fue SOR MARÍA MAZZARELLO, canonizada en 1951. En la
actualidad esta congregación femenina rebasa la cifra de 18,000 socias.
Así nació la Congregación Salesiana que un día fue el sueño acariciado del humilde y
genial sacerdote Juan Bosco.
45
11. Su secreto pedagógico
Una lección práctica
Don Bosco y el Cardenal Tosti dialogan acerca del modo mejor de educar a la
juventud. Don Bosco recalca que la clave para el éxito educativo estriba en ganarse la
confianza y el amor de los jóvenes.
-Pero ¿cómo obtener esa confianza -pregunta el Cardenal.
-Acercándonos a los jóvenes, atrayéndolos a nosotros -responde Don Bosco-. Si me
permite, se lo mostraré prácticamente.
Don Bosco y el Cardenal se dirigen a la «Plaza del Pueblo». Un grupo de
alborotadores chiquillos juegan alocadamente. Don Bosco se acerca a ellos. Todos huyen
despavoridos como si la policía les cayera encima para capturarlos. El Cardenal, de lejos,
sonríe con malicia. Don Bosco, conocedor de la psicología juvenil, no se da por vencido.
Los llama amigablemente, se introduce en la conversación, preguntándoles acerca de sus
familias y estudios; juega con ellos; los chicuelos se entusiasman por aquel curita
bromista. Al cabo de un cuarto de hora, cuando Don Bosco trata de despedirse, los niños
no aciertan a dejarlo partir; lo acompañan hasta el carruaje y lo vitorean entusiasmados.
¡El paso de la teoría a la práctica no había resultado mal!
Alguien ha querido negarle a Don Bosco el titulo de «pedagogo». Será, tal vez, porque
Don Bosco nunca escribió gruesos y aburridos tratados de Pedagogía en los que, tantas
veces, se teoriza en demasía sin afrontar el problema en el terreno práctico. Don Bosco
no se dedicó a escribir esta clase de libros; apenas tuvo tiempo para esbozar unos breves
consejos pedagógicos; pero nadie puede negar que ha sido uno de los máximos
pedagogos católicos.
Don Bosco nació educador; traía en sus venas el genio de la educación. Niño de cinco
años, reúne a sus amiguitos y les enseña el Catecismo. Adolescente, aprende acrobacias
y prestidigitación con el fin de atraer a los poblanos y predicarles el sermón que había
oído, por la mañana, en la misa del domingo. De joven, funda la «Sociedad de la
Alegría» para salvaguardar la moralidad de sus amigos.
Con su madre se quejaba de que los sacerdotes eran muy dignos, pero que no se
preocupaban de los jóvenes. «Si yo fuera sacerdote -le aseguraba- me acercaría a los
muchachos, los reuniría en torno mío, los amaría y me haría amar de ellos, les daría
buenos consejos y me consagraría por entero a su eterna salvación». Estas palabras las
decía cuando era un adolescente de 13 años.
Su sistema
Alguien le rogó a Don Bosco que le revelara el secreto de su sistema educativo. «Mi
sistema, mí sistema... -repetía el santo-, ni yo mismo lo conozco. Sólo tengo un mérito:
marchar adelante siguiendo la inspiración de Dios y de las circunstancias». A su manera
de educar, Don Bosco la llamó MÉTODO PREVENTIVO, que está en abierta oposición
46
con el método reprensivo en el que se le entrega al alumno un código de deberes y un
código penal, en donde están anotadas, detalladamente, las sanciones para cada
infracción al reglamento. En el sistema de Don Bosco -llamémoslo sistema- es todo lo
contrario. El superior busca, por todos los medios, ganarse las simpatías y el cariño de
los jóvenes para merecer así el título de hermano mayor y conducir al educando por el
camino del amor y la comprensión. El superior se interesa de los juegos de los niños
bromea con ellos, busca amalgamarse con la masa juvenil para ser un vigía disimulado
que con su presencia impida que los alumnos se descarrilen. En el pensamiento de Don
Bosco, la continua y paternal vigilancia debe poner a los jóvenes en la «imposibilidad
moral de pecar». A Don Bosco, a los 53 años de edad, todavía se le veía jugando entre
los muchachos y desafiándolos en la carrera.
Ganarse el corazón del joven es la clave del triunfo en el «Sistema Preventivo». «Sin
afecto no hay confianza y sin confianza no hay educación», decía Don Bosco.
«¿Quieren ser amados por los jóvenes? Amen. Y todavía no es suficiente -afirmaba-;
hagan algo más: es preciso que no sólo amen a sus alumnos, sino que ellos se sientan
amados...” De aquí que el superior debe, por momentos, olvidar que es un hombre
maduro para escuchar con seriedad las puerilidades de los jóvenes y atenderlos con
interés cuando ellos le cuenten sus quimeras o cuando le abran su corazón para narrarle
sus penas. «No sean superiores, sino padres», les decía Don Bosco a sus salesianos. La
autoridad del superior, de ninguna manera, menguará por esta confianza que se les
dispensa a los educandos. Por el contrario, el alumno buscará cultivar una conducta
diligente para no perder el cariño de su superior.
En el «Sistema Preventivo» no se busca una disciplina militar que hace que los
alumnos se vuelvan soldaditos rígidos, mientras por dentro reniegan del superior que los
condena a aquella rigidez de estatuas, que mata sus entusiasmos. La disciplina, que busca
el Sistema Preventivo, es una disciplina indispensable, que no para mientes en
menudencias, para que la escuela no sea una cárcel, sino la prolongación de la familia.
Don Bosco deseaba que a sus colegios se los llamara «casas» para dar a entender el
ambiente de familiaridad que debía reinar en ellos.
Los castigos usados por Don Bosco son ciento por ciento originales y efectivos. Nada
de gritos destemplados, ni de golpes y torturas, que cierran el corazón del alumno y lo
hacen odiar a su superior. «Para los jóvenes -enseñaba- es castigo todo lo que aparece
como tal». Con estas ideas, él se servía de estrategias maternales para castigar a sus
jóvenes. Y así, al mal portado lo miraba con tristeza; a otro le dirigía una fría palabra; a
éste le prodigaba una corrección muy oportuna; a aquél le negaba palabras de afecto... ¡Y
qué efecto producían los castigos de Don Bosco! Uno de sus biógrafos narra que, una
noche, en el dormitorio de un internado, había un niño que no podía conciliar el sueño.
Se le preguntó la causa y el chico respondió que ese día Don Bosco lo había mirado «¡de
una manera!» Don Bosco comenzó su labor pedagógica desde muy joven y, ya en
avanzada edad, les aseguraba a sus hijos que llevaba cuarenta años de trabajar con los
niños y que nunca le había «pegado» a nadie.
47
Algo indispensable en el Sistema Preventivo
Este sistema de educación resultaría, desde todo punto de vista, utópico, si se lo
disociara del ELEMENTO SOBRENATURAL. «O religión o palo» –le decía Don Bosco
a un pastor protestante, interesado en conocer su método pedagógico–.
En el pensamiento de Don Bosco, la Piedad debía ser la base de su «sistema»’. Por
piedad entendía «una disposición de ánimo de evitar la ofensa de Dios, aunque fuera
ligera, y de cumplir por amor de Dios los propios deberes». Prácticamente, para alcanzar
esta meta, Don Bosco inculcaba sobremanera la confesión y comunión frecuentes y la
devoción a la Virgen Santísima. Tal vez la prédica más usual del santo era la de la
conversión. Conocía por experiencia que esta autodisciplina espiritual del alumno es un
factor primordial en su formación. En todas partes se le veía confesando a sus niños: en
el patio, en la iglesia, en un rincón de algún prado. Deseaba, asimismo, que sus jóvenes
se robustecieran en sus ideales con la frecuencia al Sacramento de Eucaristía, y que
alimentaran su alma con la tierna y eficaz devoción a la Madre de Jesús. «Dígase lo que
se quiera -repetía- acerca de los varios sistemas educativos; pero yo no encuentro
ninguna base segura más que en la confesión y comunión, y creo no exagerar al afirmar
que si se omiten estos dos elementos, la moralidad queda aniquilada».
Se industriaba para que las prácticas de piedad resultaran agradables a sus muchachos.
Nada de ceremonias interminables y de prédicas demasiado prolongadas. No. Todo
breve, adaptado a la mentalidad de los jóvenes: los sermones, amenos y con su granito
de sal. Según Don Bosco, la piedad debía envolver, imperceptiblemente, al alumno como
la atmósfera, que gravita sobre nuestras espaldas, sin que sintamos su peso. Este
ambiente espiritual engendraba esa alegría franca y espontánea que caracterizaba a los
alumnos del santo.
El sistema de Don Bosco -según él mismo afirmaba- es eficaz en un noventa por
ciento. El educando se encariña con su colegio y con sus superiores. Tal vez, al dejar el
colegio, lleguen momentos de crisis espiritual, pero aquella semilla, que el educador
sembrara con cariño, no morirá nunca, y el hijo pródigo, un día, se verá obligado a
retornar a su colegio a volcar sus secretos íntimos en las manos de los educadores que él
sabe que siempre lo acogen como padres.
El sistema de Don Bosco ha obtenido su máximo triunfo al llevar a los altares a un
joven de apenas 15 años, Domingo Savio, que entusiasma a centenares de muchachos
que lo tienen por modelo. Contemporáneos de Domingo Savio fueron los jóvenes,
también santos, Francisco Bessuco y Miguel Magone. Y los frutos siguen cosechándose:
Ceferino Namuncurá y Laura Vicuña son otros tantos jóvenes de vida ejemplar, laureles
que el SISTEMA PREVENTIVO DE DON BOSCO ha ido conquistando en la espinosa
labor de educar a la juventud moderna.
Don Bosco nunca escribió un tratado de Pedagogía. Únicamente nos dejó un libro: su
vida, verdadero arsenal de psicología juvenil y de experiencias pedagógicas que lo
proclaman como uno de LOS MÁXIMOS EDUCADORES CATÓLICOS.
48
12. Un gran devoto de María Auxiliadora
La Virgen María es uno de los inapreciables regalos de Jesús, en los últimos instantes
de su vida terrenal, para la Iglesia. «He ahí a tu madre» (Jn 19,27) es el gran legado que
Jesús entregó a los hombres, como tesoro de Gracia, como camino sencillo para
encontrarlo a él más fácilmente.
Entre los santos que han destacado por haber descubierto en la devoción a la Virgen
María un medio poderoso de salvación, se encuentra San Juan Bosco. Alguien escribió
que para Don Bosco, la Eucaristía y la devoción a la Virgen María fueron las dos «alas»
que le sirvieron para remontarse a las encumbradas cimas de la santidad.
Esto se patentiza en uno de los sueños -visiones- que tuvo Don Bosco. Vio a la Iglesia
representada en una enorme barca; en la proa iba el Papa; la barca enorme se balanceaba
en medio de un mar tempestuoso en donde múltiples atacantes intentaban hundirla. La
barca -la Iglesia- estaba amarrada a dos grandes columnas: en una -la más alta-, se veía
una Hostia; en la otra -más baja-, estaba una imagen de la Virgen María. En este sueño
se proyecta el camino espiritual de Don Bosco: Jesús Sacramentado y la Virgen María.
Es interesante preguntarse por qué motivo Don Bosco se sintió atraído por el título de
María Auxiliadora. Don Bosco comenzó invocando a María como la Virgen del Rosario;
luego sintió simpatía por la Virgen Consoladora, que se venera en Turín. Más tarde
demuestra predilección por la Inmaculada. Pero la advocación que va a fascinar a Don
Bosco es la de María Auxiliadora. A Don Bosco le tocó vivir en tiempos sumamente
difíciles en lo concerniente a la política y a la situación crítica de la Iglesia. Fue un
sacerdote incomprendido y perseguido también por los mismos sacerdotes.
Continuamente se encontraba en apuros. En todas estas circunstancias, Don Bosco siente
que la Virgen María llega a «auxiliarlo»; le extiende una mano fuerte de Madre. Don
Bosco experimenta en su vida a la Virgen como una Madre Auxiliadora. No es raro,
entonces, que se sienta inclinado a llamarla Auxiliadora.
El origen de esta devoción
El origen de la devoción a la Virgen María, en Don Bosco, hay que buscarlo en su
propio hogar. Tenía mucha razón Juan Joergensen, cuando, al iniciar la vida de Don
Bosco, apunta: «En el principio era la madre». El niño Juan Bosco ve a su madre
Margarita como una ferviente devota de la Virgen María. En su primer sueño-visión se le
aparece Jesús y le dice: «Yo soy el Hijo de aquella a quien tu Madre te enseñó a saludar
tres veces al día». Es el mismo Jesús quien hace resaltar esa devoción mariana que el
niño Juan Bosco ha aprendido de su madre.
Cuando Juan Bosco está por ingresar al seminario, su madre le da un consejo
estupendo: «Conságrate a la Virgen; sé amigo de los que son devotos de María; si llegas a
ser sacerdote, propaga la devoción a la Virgen». Aquí está plasmada la devoción mariana
de Margarita, que ella transmitió a su hijo. Esta sencilla madre ayudó a formar a uno de
los más insignes devotos de la Virgen María.
49
El sueño-visión que Juan Bosco tuvo a los nueve años es sumamente iluminador con
relación a la devoción mariana de Don Bosco. El niño Juan Bosco se encuentra llorando
ante un sinnúmero de jóvenes descarriados a quienes intenta convertir a base de
puñetazos. Se le aparece Jesús y lo consuela diciéndole: «Yo te daré una maestra». Y le
señala a la Virgen María. La Madre de Jesús, en este momento, toma al niño, lo acaricia
y comienza a darle instrucciones para su misión. Le dice: «Hazte humilde, fuerte y
robusto; lo que veas que sucede con estos animales, lo deberás hacer tú con mis hijos. Al
punto Juan Bosco ve un gran número de animales feroces que se convierten en corderos
mansos. Aquí, la madre entró inmediatamente en acción como la gran colaboradora que
Jesús entregaba a Juan Bosco para su misión entre los jóvenes desorientados, para
llevarlos por el camino de la salvación.
A Moisés le costó inmensamente aceptar la misión que Dios le encomendaba: liberar al
pueblo prisionero en Egipto. Dios le entregó un bastón por medio del cual podría obrar
milagros. Ese bastón era símbolo del poder que Dios ponía en sus manos, al enviarlo a
cumplir su difícil misión.
El jovencito Juan Bosco estaba llorando ante la tremenda tarea de orientar a tantos
jóvenes descarriados. Jesús, en ese momento, le entrega una Maestra que será para Don
Bosco, como el «bastón de Moisés», el símbolo del poder con que Dios lo equipaba para
poder cumplir con su delicada misión.
Eso será La Virgen María en la vida de Don Bosco, una maestra inigualable, que Jesús
le ha entregado para que le ayude a trabajar entre los jóvenes. En el sueño de los nueve
años, la Virgen María toma su papel de maestra y comienza indicándole a Juan Bosco
que debe hacerse «humilde, fuerte y robusto» para poder enfrentar la misión juvenil que
se le ha sido encomendada.
La Virgen María, con frecuencia, en los sueños-visiones, se le presenta a Don Bosco
para darle indicaciones precisas con respecto a sus jóvenes. Se conserva un registro de
contabilidad en el que, al lado del nombre de cada niño se lee un consejo. Se ve que Don
Bosco, al despertar de su sueño, tomó apresuradamente lo primero que encontró para
anotar lo que la Virgen le había encomendado decir a cada joven.
50
51
A fines del siglo XIX, una furiosa persecución se desató en Francia contra la Iglesia.
Muchos religiosos tuvieron que huir apresuradamente. La Virgen se le presentó, en
sueños, a Don Bosco, cubriendo con su manto las casas salesianas. Don Bosco
comprendió el mensaje de María. Se apresuró a escribirles a los salesianos de Francia
que no se alarmaran, que no huyeran porque la Virgen los protegía.
En otro sueño, María se le presenta y posa su pie sobre una piedra, en un terreno
conocido por Don Bosco. Le pide que le construya un santuario. Le dice la Virgen con
tono profético: «Esta es mi casa, de aquí saldrá mi gloria». El Santuario, que la Virgen
pedía, es la actual Basílica de María Auxiliadora, que Don Bosco construyó en Turín,
Italia. En otro sueño, la Virgen le indica el lugar a donde los salesianos irán a misionar.
Son múltiples y variados los sueños de Don Bosco en los que la Virgen María lo aconseja
y le da pautas precisas para llevar adelante su obra educativa y misionera.
Confidencialmente, Don Bosco les decía, sin ambajes, a sus salesianos: «Don Bosco lo
ve todo, y es guiado de la mano por la Virgen». Parece una frase atrevidísima. Los
salesianos no dudaban ni un ápice de las palabras de Don Bosco porque veían cómo se
realizaba todo lo que la Virgen María le iba adelantando a Don Bosco en sus sueños.
La correspondencia de don Bosco
Cuando murió la anciana madre de Don Bosco, Margarita, el joven sacerdote se fue a
la Iglesia de la Virgen Consoladora (La Consolata), y le dijo: «Ahora, haz tú de madre de
mis niños». Eso es la Virgen en la obra salesiana: la madre que el mismo Jesús le entregó
a Don Bosco para su familia religiosa.
Don Bosco comenzó su obra con un Avemaría en compañía del desamparado niño
Bartolomé Garelli, que se había asomado a la sacristía para refugiarse del frío. El
Sacristán lo recibió con golpes; Don Bosco lo llamó aparte y lo invitó a rezar a la Virgen
un Avemaría. Así comenzó la obra salesiana, un 8 de diciembre de 1841.
Cuando Don Bosco estaba por emprender una obra importante, rezaba un Avemaría y
se disponía a enfrentar, confiadamente, cualquier dificultad. En el inmenso colegio de
Don Bosco, cayó un rayo. Todos sugirieron la conveniencia de poner un pararrayos. Don
Bosco aceptó la sugerencia. Tiempo después cuando le indicaron que se había olvidado
de poner el pararrayos. Don Bosco señaló una enorme estatua de la Virgen Auxiliadora
que había mandado colocar en la cúpula de la basílica de la Virgen. Para Don Bosco ella
era un pararrayos inigualable.
La Basílica de María Auxiliadora, que Don Bosco construyó en Turín, Italia, es el
monumento de amor que el santo quiso levantar a su muy querida madre Auxiliadora. Se
dice que cada ladrillo de este santuario es un milagro. La construcción, Don Bosco la
comenzó con cuarenta centavos en el monedero. La Virgen María se encargó de irlo
sacando, vez por vez, de sus apuros económicos. En cierta oportunidad, se encontraba
con que tenía que pagar una gran deuda; había buscado por todos lados y no había
aparecido la solución. Don Bosco, a la aventura de Dios, se lanzó a la calle. Un hombre
52
se le acerca y le dice que el señor de la casa en donde trabaja lo ha enviado para que
busque a Don Bosco y lo lleve urgentemente junto a su lecho de enfermo. El dueño de la
casa era un rico señor que desde hacía varios anos estaba postrado en cama. Don Bosco
fue, de una vez, al grano. Le preguntó si estaría dispuesto a dar una gran suma de dinero
para el Santuario de María Auxiliadora si la Virgen le conseguía la gracia de la curación.
Aquel hombre afirmó que ya estaba desesperado de ir de médico en médico y de gastar
su dinero; que si recibía la curación, daría una buena ayuda. Aquel mismo día el recién
sanado fue con Don Bosco al banco para cumplir su promesa a la Virgen.
Con frecuencia Don Bosco empleaba lo que se ha llamado la «Bendición de María
Auxiliadora»; una oración que había compuesto para suplicar el patrocinio de la Virgen
ante el Señor por las personas necesitadas. Son innumerables los testimonios de personas
que recibieron favores de Dios por medio de la fervorosa oración de Don Bosco. Bien
dice Santiago que «la oración ferviente del justo tiene mucho poder ante Dios» (St
5,16).
Le llevaron a Don Bosco a un hombre que apenas se podía mover con sus muletas.
Todos pudieron ver cómo aquel hombre, que durante 18 años había llevado muletas, se
retiraba totalmente curado.
Una madrugada dejaron en la puerta de la Iglesia a un tullido. Se lo llevaron a la
sacristía a Don Bosco. Aquel dichoso hombre salió caminando de la iglesia.
El Padre Dalmazzo, al ver los prodigios que se obraban cuando Don Bosco daba la
bendición de María Auxiliadora, le objetó: «Yo he dado también muchas veces la
bendición de María Auxiliadora, y no sucede nada». Don Bosco le contestó: «Es que no
tienes fe». Don Bosco había experimentado muchas veces el poder de la oración de la
Virgen María, por eso acudía a ella con todo su amor y confianza, con la seguridad que
ella, como en las bodas de Caná, lo llevaría directamente a Jesús, para que cambiara el
agua de las malas circunstancias en el vino de la gracia, del milagro.
Una auténtica devoción
Durante algún tiempo se malentendió la devoción a la Virgen María; hubo exceso de
piropos marianos, no del todo ortodoxos; abundó el sentimentalismo. Tanto el Concilio,
como «El culto mariano», de Pablo VI, y «La Madre del Redentor», de Juan Pablo II,
han dado pautas muy precisas para la renovación de la devoción a la Virgen María. Debe
ser una devoción sólida, basada en la Biblia y en la Tradición. Debe ser eficaz, es decir,
debe llevar al individuo a imitar a la Virgen María, que fue la que mejor «escuchó la
Palabra de Dios y la puso en práctica» (Lc 8,21).
El cuadro de María Auxiliadora, que está en la Basílica de Turín, es una muestra
fehaciente de esa sólida devoción de Don Bosco, fundamentada en la Biblia y en la
Tradición. Don Bosco llamó al pintor Lorenzone y le describió cómo había concebido el
cuadro: arriba, las tres divinas personas; más abajo, la Virgen María rodeada de los
apóstoles, los profetas, los santos. Al pie del cuadro, la Iglesia de San Pedro, en Roma.
Ese cuadro parece arrancado de una página del libro de los Hechos de los apóstoles. Allí
53
está la Iglesia que aparece el día de Pentecostés: los apóstoles, los discípulos, la Virgen
María. Ese era el concepto teológico-bíblico que Don Bosco tenía acerca del papel de la
Virgen María, como Madre, en la Iglesia. Esto lo expresó en seis folletos que escribió
acerca de la devoción a la Virgen María.
Para Don Bosco, la devoción a la Virgen María debía ser eminentemente
CRISTOCÉNTRICA. Los «meses» y «novenas» a María, según Don Bosco, debían
culminar en una buena confesión y comunión. Para Don Bosco no existía la falsa idea de
que la Virgen introduce a los pecadores por una puerta «clandestina» en el cielo. Para
Don Bosco la Virgen María es la Maestra que Jesús le entregó, y que exige disciplina y
cumplimiento del deber. Para Don Bosco, la devoción a la Virgen María se sintetiza en
cumplir lo que Dios manda. La Virgen es la que no deja de ordenar: «Hagan lo que él les
diga» (Jn 2,5).
El especialista en pedagogía, el Padre Pietro Braido, afirma que en el sistema
educativo de Don Bosco, la devoción a la Virgen María es un «incentivo sicológico».
Cita el caso del joven Miguel Magone que, de muchacho díscolo, se convierte en un
joven santo. Miguel Magone evitaba el pecado porque «no quería disgustar a la Madre
de Jesús».
54
55
Se la llevó también a su casa
El primer devoto de la Virgen María, según la Biblia, fue el apóstol, Juan. Al pie de la
cruz, la recibió como la madre de la Iglesia. Se la llevó a su casa. No deja de ser muy
llamativo que San Juan se muestra el evangelista más espiritual, el más teólogo, el más
visionario. La presencia de la Virgen María en su casa tiene que haber sido algo decisivo
en su vida espiritual para conocer mejor a Jesús y darle su sí más rotundo, como la
Virgen María.
No hay santo de la Iglesia católica que no haya descubierto en su vida el regalo que
Jesús nos dejó cuando nos invitó a llevarnos a nuestra casa a la Virgen María.
San Juan Bosco fue uno de esos santos que nació en un hogar en donde se veneraba
con fervor a la Madre de Jesús. Juan Bosco, como el Evangelista Juan, se llevó también
él a su casa, a su vida, a la Virgen María; fue su “bastón de Moisés», que Jesús le
entregó para que llevara adelante con éxito la misión juvenil que le encomendaba. Habría
que escribir varios tomos para recoger los innumerables favores, gracias y milagros que
Don Bosco consiguió en su vida por mediación de la Virgen María Auxiliadora.
Jesús, a Juan Evangelista, le dijo: “He ahí a tu Madre”. Y él se la llevó a su casa. Al
jovencito Juan Bosco, Jesús, en el sueño de los nueve años, le dice: «Yo te daré la
maestra». Y Juan Bosco recibe ese inapreciable regalo del cielo para beneficio de su obra
juvenil.
La presencia de la Virgen en un hogar, en una vida, es como la señal segura de la
bendición. Cuando la Virgen María llega a la casa de Santa Isabel, al punto, Isabel queda
llena del Espíritu Santo, y el niño -Juan Bautista-, que llevaba en su seno, queda
santificado. La Virgen María, a donde va, lleva a Jesús. Ella nunca se presenta sola. Ella
está para mostrar a Jesús como lo hizo con los Magos y con los pastores de Belén.
Los de la familia de Caná de Galilea también tuvieron la suerte de haber invitado a su
casa a la Virgen María. Por poco se les arruina la fiesta con la falta de vino. Pero, allí
estaba la Señora del gran corazón y del ojo atento para toda necesidad de sus hijos.
María acudió al punto a su Hijo. Y cuando la Virgen María pide, siempre sucede algo. El
agua se convirtió en vino.
En los hogares en donde se honra a la Virgen María, este milagro no deja de estar de
moda. Ahí las penas se convierten en gozo. Los hijos descarriados se tornan hijos
pródigos que vuelven al hogar. Las angustias se convierten en aleluyas de
agradecimiento.
Don Bosco estaba en su lecho de muerte. Pocos momentos faltaban para que cerrara
sus ojos para siempre. El primer sucesor de Don Bosco, el Padre Miguel Rúa -Beato- se
le acercó para pedirle un último consejo. Don Bosco no dudó en decirle: «Recomiendo la
devoción a María Auxiliadora». El Padre Rúa comentó que podría servir como aguinaldo
para el año nuevo. Don Bosco complementó: «No, esto es para toda la vida».
Don Bosco tenía experiencia de lo que era «llevarse a la Virgen Auxiliadora a su casa».
56
Sabía que era uno de los grandes obsequios de Jesús para la salvación de sus hijos. Para
Don Bosco María Auxiliadora, había sido ese «acueducto» por medio del cual había
recibido infinidad de Gracias de Dios en su vida. Por eso, sin dudarlo, repitió muchas
veces en su vida: «Sean devotos de María Auxiliadora, ¡y verán lo que son los
milagros!» Ponerse en manos de la Virgen María es exponerse a ser llevados
directamente a Jesús, el puente directo que nos conduce hacia el Padre por medio del
Espíritu Santo.
57
58
59
13. Los santos nunca mueren
El único remedio
-Y bien, doctor Combal, ¿cuál es su dictamen?-
-Don Bosco, usted ha consumido su vida por exceso de trabajo. Su organismo es
como un traje usado; el tejido está totalmente gastado por excesivo uso. ¿Remedio?
Meter el traje en el armario, quiero decir, el reposo más absoluto.
-Doctor, el remedio que me receta es el único que no puedo aceptar... Es imposible
detener la máquina; hay mucho trabajo por delante.
Y la máquina, a pesar del mandato del médico francés, continuó trabajando. Las
manos de Don Bosco no cesaban de dar absoluciones a la multitud de jóvenes que
asediaban su confesionario. Don Bosco continuaba siendo el andariego incansable, en
busca de dinero y más dinero para sus obras; por sus manos pasaban millones de liras sin
hacer escala, ya que las necesidades iban en proporción directa a los donativos. Sobre su
escritorio, diariamente, aparecían centenares de cartas que el santo con su escasa vista
leía despaciosamente y contestaba. Las audiencias aumentaban cada vez más; la fama de
su santidad había traspasado las fronteras de Italia, y desde Francia, España, Inglaterra
venían a buscar el acertado consejo del santo turinés.
Un día, aquella máquina ya no pudo marchar. El 3 de diciembre de 1887, Don Bosco
se vio en la imposibilidad de continuar celebrando misa. Sus piernas varicosas ya no lo
sostenían, sus manos se iban volviendo frías y entumecidas, y sus ojos ya no veían con
claridad.
A pesar de todo, Don Bosco continuaba siendo el hombre sonriente y jovial. En uno
de sus últimos paseos no cesaba de recitar versos y más versos de autores latinos e
italianos; todos admiraban la frescura de su memoria y su gusto artístico al comentar a
los poetas. A su enfermero le decía: «Tráeme un café caliente, pero que esté bien frío».
A un grupo de amigos, que lo visitaban, les preguntó con mucha seriedad: «¿Hay alguien
que conozca alguna fábrica de fuelles?» “¿Y para qué Don Bosco?” “Es que deseo
comprar unos fuelles ya que mis pulmones no sirven para nada”.
Su feroz enfermedad no retrocedía. Los periódicos del mundo, diariamente,
informaban acerca de la enfermedad del santo italiano. Alguien le propuso a Don Bosco
que con su oración se uniera a los ruegos que de todas partes se elevaban por su salud.
«Si supiera -dijo- que con decir una sola jaculatoria me curaría, no la diría para que se
cumpla en mí la voluntad de Dios».
Llegó la madrugada del día 31 de enero de 1888. Alrededor del lecho de Don Bosco se
habían congregado sus hijos, los Salesianos, que silenciosos veían a su Padre que se les
iba. Afuera una multitud de jóvenes y de amigos esperaban angustiados la fatal noticia.
Eran las cuatro y cuarenta y cinco. Después de tres suspiros intermitentes, Don Bosco se
quedó exánime para siempre. Contaba 72 años, cinco meses, quince días.
60
En los altares
La tumba de Don Bosco se convirtió en meta frecuentadísima de centenares de
peregrinos. Allí brotaban los milagros con la misma espontaneidad y frecuencia con que
reventaban las flores silvestres, que manos campesinas y sencillas habían sembrado cabe
la tumba del santo. Era el cielo que hablaba a través de los prodigios, proclamando la
santidad exquisita de aquel sacerdote humilde que había ofrendado su vida en pro de la
juventud pobre.
Roma se apresuró a llevar a los altares al que ya millares de devotos llevaban en el
corazón. En 1907, lo declaró Venerable. El 22 de junio de 1929, el Papa Pío XI lo
proclamó Beato. El mismo Sumo Pontífice -apellidado el Papa de Don Bosco- lo elevó al
honor de los Altares, el primero de abril de 1934.
A la bullanga de las mañaneras campanas de Pascua se unieron las 50,000 voces de
italianos y de peregrinos, que habían acudido de todas partes del mundo, para vitorear al
nuevo santo. Mientras las bien timbradas trompetas de San Pedro lanzaban a los vientos
sus notas agudas y vibrantes, la multitud, en un delirio de gozo, invocaba al nuevo santo:
SAN JUAN BOSCO, RUEGA POR NOSOTROS.
A su tiempo todo lo comprenderás...
Mañana del año 1887. Don Bosco celebra misa en el Templo del Sagrado Corazón,
que él mismo construyera en Roma. Quince veces ha tenido que suspender la celebración
del santo sacrificio porque un torrente de lágrimas le impide continuar. Ya en la sacristía,
su secretario, el padre Viglietti, le pregunta: “Don Bosco, ¿qué le pasaba en la misa?”
“¡Ah!, querido hijo, durante toda la misa, aquel sueño, que tuve cuando era un niño de
nueve años, me obsesionaba. He vuelto a verme pastorcillo en I Becchi, alegándole a la
celestial Señora de mi sueño que no me mandara COSAS IMPOSIBLES. Ella, por toda
respuesta, me dijo sonriente: A SU TIEMPO TODO LO COMPRENDERAS... Sí,
querido Viglietti, ahora lo comprendo todo”.
En aquel entonces contaba Don Bosco 72 años; desde la cumbre de su vida veía el
triunfo de sus obras. La humilde galera de la casa Pinardi se había transformado, como
por encanto, en un edificio esbelto que albergaba a 800 muchachos. Aquellos 22 jóvenes
salesianos -sus primeros colaboradores- se habían multiplicado y habían traspasado las
fronteras de Italia, llegando como misioneros hasta las lejanas tierras de la Patagonia. De
la noche a la mañana, habían surgido colegios, orfanatos, oratorios festivos, iglesias,
escuelas de artes y oficios.
Don Bosco lloraba y reía a la vez, recordando aquel día en que dos sacerdotes
«hipersicólogos» habían intentado llevarlo a un manicomio porque lo creyeron loco,
cuando él, entusiasmado, les exponía sus proyectos de fundar una congregación y de
disponer de muchos edificios para atender a millares de jóvenes. No. ¡Aquella no era una
locura! ¡Era la pura realidad ahora patente! Y el septuagenario anciano reía y reía
mientras unos lagrimones rodaban a saltitos por sus mejillas... «Sí, AHORA LO
COMPRENDO TODO...».
61
FIN.
62
63
Viñetas de Don Bosco - P. Hugo Estrada
Viñetas de Don Bosco - P. Hugo Estrada

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

08 concilio de jerusalen
08 concilio de jerusalen08 concilio de jerusalen
08 concilio de jerusalen
chucho1943
 
34 El Bautismo
34 El Bautismo34 El Bautismo
34 El Bautismo
Julio Gómez
 
La Eucaristia
La EucaristiaLa Eucaristia
La Eucaristia
Angie Vidal
 
Catecismo de la iglesia católica
Catecismo de la iglesia católicaCatecismo de la iglesia católica
Catecismo de la iglesia católica
Jaime Gonzalez Muñoz
 
Catecumenado
CatecumenadoCatecumenado
Catecumenado
verritolc
 
Ser cristão objetivo primeiro da catequese
Ser cristão   objetivo primeiro da catequeseSer cristão   objetivo primeiro da catequese
Ser cristão objetivo primeiro da catequese
Catequese Anjos dos Céus
 
Evangelización y catequesis
Evangelización y catequesisEvangelización y catequesis
Evangelización y catequesis
Miguel Montes
 
Orden Sacerdotal
Orden SacerdotalOrden Sacerdotal
Orden Sacerdotal
ulsabcr
 
Uma nova catequese - reflexão para catequese em estilo catecumenal
Uma nova catequese - reflexão para catequese em estilo catecumenalUma nova catequese - reflexão para catequese em estilo catecumenal
Uma nova catequese - reflexão para catequese em estilo catecumenal
IRINEU FILHO
 
EucaristíA 01
EucaristíA 01EucaristíA 01
EucaristíA 01
CARLOS MASSUH
 
Teresa de calcuta diapositivas
Teresa de calcuta diapositivasTeresa de calcuta diapositivas
Teresa de calcuta diapositivas
favio zuñiga
 
PRIMERA COMUNION
PRIMERA COMUNIONPRIMERA COMUNION
PRIMERA COMUNION
FEDERICO ALMENARA CHECA
 
La finalidad y las tareas de la catequesis
La finalidad y las tareas de la catequesisLa finalidad y las tareas de la catequesis
La finalidad y las tareas de la catequesis
tulioandres
 
1.e. herejías de los primeros siglos
1.e. herejías de los primeros siglos1.e. herejías de los primeros siglos
1.e. herejías de los primeros siglos
David Galarza Fernández
 
Maria no Vaticano II: Esquema do capítulo 8 da lumen gentium.
Maria no Vaticano II: Esquema do capítulo 8 da lumen gentium.Maria no Vaticano II: Esquema do capítulo 8 da lumen gentium.
Maria no Vaticano II: Esquema do capítulo 8 da lumen gentium.
Angela Cabrera
 
Itinerario catecumenal para niños
Itinerario catecumenal para niñosItinerario catecumenal para niños
Itinerario catecumenal para niños
Andres Boone
 
12 Vida oculta de Jesús
12 Vida oculta de Jesús12 Vida oculta de Jesús
12 Vida oculta de Jesús
Catequista Primera Comunion
 
Relatos acerca de la iglesia primitiva. El período de expansión 30 al 60 d. C...
Relatos acerca de la iglesia primitiva. El período de expansión 30 al 60 d. C...Relatos acerca de la iglesia primitiva. El período de expansión 30 al 60 d. C...
Relatos acerca de la iglesia primitiva. El período de expansión 30 al 60 d. C...
institutoslr
 
Kerigma
KerigmaKerigma
Kerigma
CatequesiSNB
 
La iglesia es apostólica
La iglesia es apostólicaLa iglesia es apostólica
La iglesia es apostólica
pilar sánchez alvarez
 

La actualidad más candente (20)

08 concilio de jerusalen
08 concilio de jerusalen08 concilio de jerusalen
08 concilio de jerusalen
 
34 El Bautismo
34 El Bautismo34 El Bautismo
34 El Bautismo
 
La Eucaristia
La EucaristiaLa Eucaristia
La Eucaristia
 
Catecismo de la iglesia católica
Catecismo de la iglesia católicaCatecismo de la iglesia católica
Catecismo de la iglesia católica
 
Catecumenado
CatecumenadoCatecumenado
Catecumenado
 
Ser cristão objetivo primeiro da catequese
Ser cristão   objetivo primeiro da catequeseSer cristão   objetivo primeiro da catequese
Ser cristão objetivo primeiro da catequese
 
Evangelización y catequesis
Evangelización y catequesisEvangelización y catequesis
Evangelización y catequesis
 
Orden Sacerdotal
Orden SacerdotalOrden Sacerdotal
Orden Sacerdotal
 
Uma nova catequese - reflexão para catequese em estilo catecumenal
Uma nova catequese - reflexão para catequese em estilo catecumenalUma nova catequese - reflexão para catequese em estilo catecumenal
Uma nova catequese - reflexão para catequese em estilo catecumenal
 
EucaristíA 01
EucaristíA 01EucaristíA 01
EucaristíA 01
 
Teresa de calcuta diapositivas
Teresa de calcuta diapositivasTeresa de calcuta diapositivas
Teresa de calcuta diapositivas
 
PRIMERA COMUNION
PRIMERA COMUNIONPRIMERA COMUNION
PRIMERA COMUNION
 
La finalidad y las tareas de la catequesis
La finalidad y las tareas de la catequesisLa finalidad y las tareas de la catequesis
La finalidad y las tareas de la catequesis
 
1.e. herejías de los primeros siglos
1.e. herejías de los primeros siglos1.e. herejías de los primeros siglos
1.e. herejías de los primeros siglos
 
Maria no Vaticano II: Esquema do capítulo 8 da lumen gentium.
Maria no Vaticano II: Esquema do capítulo 8 da lumen gentium.Maria no Vaticano II: Esquema do capítulo 8 da lumen gentium.
Maria no Vaticano II: Esquema do capítulo 8 da lumen gentium.
 
Itinerario catecumenal para niños
Itinerario catecumenal para niñosItinerario catecumenal para niños
Itinerario catecumenal para niños
 
12 Vida oculta de Jesús
12 Vida oculta de Jesús12 Vida oculta de Jesús
12 Vida oculta de Jesús
 
Relatos acerca de la iglesia primitiva. El período de expansión 30 al 60 d. C...
Relatos acerca de la iglesia primitiva. El período de expansión 30 al 60 d. C...Relatos acerca de la iglesia primitiva. El período de expansión 30 al 60 d. C...
Relatos acerca de la iglesia primitiva. El período de expansión 30 al 60 d. C...
 
Kerigma
KerigmaKerigma
Kerigma
 
La iglesia es apostólica
La iglesia es apostólicaLa iglesia es apostólica
La iglesia es apostólica
 

Similar a Viñetas de Don Bosco - P. Hugo Estrada

Don bosco
Don boscoDon bosco
Don bosco
freddygoya
 
Biografía de don bosco
Biografía de don boscoBiografía de don bosco
Biografía de don bosco
luis77450
 
San juan bosco
San juan boscoSan juan bosco
San juan bosco
Jared Mosquera
 
San juan bosco
San juan boscoSan juan bosco
San juan bosco
Jared Mosquera
 
Juan bosco!
Juan bosco!Juan bosco!
Juan bosco!
kariitom
 
Juan bosco!
Juan bosco!Juan bosco!
Juan bosco!
kariitom
 
Vida de san juan bosco
Vida de san juan boscoVida de san juan bosco
Vida de san juan bosco
'Lau Ktrine
 
Don bosco
Don boscoDon bosco
Don bosco
Pilay1256
 
San juan bosco
San juan boscoSan juan bosco
San juan bosco
monica eljuri
 
San juan bosco
San juan boscoSan juan bosco
San juan bosco
claudiamarcelalopez
 
Don bosco 2
Don bosco 2Don bosco 2
Don bosco 2
Angel Jara
 
Juan bosco
Juan boscoJuan bosco
Juan bosco
jimena12
 
Don Bosco
Don BoscoDon Bosco
Don Bosco
Diego Fernández
 
Margarita madre de don bosco
Margarita madre de don boscoMargarita madre de don bosco
Margarita madre de don bosco
Fernando Llomplat
 
San juan bosco
San juan boscoSan juan bosco
San juan bosco
Fredy Leiva
 
San Juan Bosco
San Juan BoscoSan Juan Bosco
San Juan Bosco
Diffusor Fidei
 
Palabras
PalabrasPalabras
Palabras
Domingo Savio
 
365 florecillas de Don Bosco - Michele Molineris
365 florecillas de Don Bosco - Michele Molineris365 florecillas de Don Bosco - Michele Molineris
365 florecillas de Don Bosco - Michele Molineris
JasterRogue2
 
Don Bosco De Los Muchachos
Don Bosco De Los MuchachosDon Bosco De Los Muchachos
Don Bosco De Los Muchachos
SalesianoS Ecuador
 
Tbo de d.bosco
Tbo de d.boscoTbo de d.bosco
Tbo de d.bosco
Arocomunicacion
 

Similar a Viñetas de Don Bosco - P. Hugo Estrada (20)

Don bosco
Don boscoDon bosco
Don bosco
 
Biografía de don bosco
Biografía de don boscoBiografía de don bosco
Biografía de don bosco
 
San juan bosco
San juan boscoSan juan bosco
San juan bosco
 
San juan bosco
San juan boscoSan juan bosco
San juan bosco
 
Juan bosco!
Juan bosco!Juan bosco!
Juan bosco!
 
Juan bosco!
Juan bosco!Juan bosco!
Juan bosco!
 
Vida de san juan bosco
Vida de san juan boscoVida de san juan bosco
Vida de san juan bosco
 
Don bosco
Don boscoDon bosco
Don bosco
 
San juan bosco
San juan boscoSan juan bosco
San juan bosco
 
San juan bosco
San juan boscoSan juan bosco
San juan bosco
 
Don bosco 2
Don bosco 2Don bosco 2
Don bosco 2
 
Juan bosco
Juan boscoJuan bosco
Juan bosco
 
Don Bosco
Don BoscoDon Bosco
Don Bosco
 
Margarita madre de don bosco
Margarita madre de don boscoMargarita madre de don bosco
Margarita madre de don bosco
 
San juan bosco
San juan boscoSan juan bosco
San juan bosco
 
San Juan Bosco
San Juan BoscoSan Juan Bosco
San Juan Bosco
 
Palabras
PalabrasPalabras
Palabras
 
365 florecillas de Don Bosco - Michele Molineris
365 florecillas de Don Bosco - Michele Molineris365 florecillas de Don Bosco - Michele Molineris
365 florecillas de Don Bosco - Michele Molineris
 
Don Bosco De Los Muchachos
Don Bosco De Los MuchachosDon Bosco De Los Muchachos
Don Bosco De Los Muchachos
 
Tbo de d.bosco
Tbo de d.boscoTbo de d.bosco
Tbo de d.bosco
 

Último

DIOS SU NOMBRE ES PADRE, IGLESIA CED.pptx
DIOS SU NOMBRE ES PADRE, IGLESIA CED.pptxDIOS SU NOMBRE ES PADRE, IGLESIA CED.pptx
DIOS SU NOMBRE ES PADRE, IGLESIA CED.pptx
jenune
 
Folleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docx
Folleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docxFolleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docx
Folleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docx
SantosGuidoRodrguez
 
Antropología Filosófica facil de entender.ppt
Antropología Filosófica facil de entender.pptAntropología Filosófica facil de entender.ppt
Antropología Filosófica facil de entender.ppt
FacundoRiquel
 
Homo Deus, Breve historia del mañana, Yuval Noah Harari
Homo Deus, Breve historia del mañana, Yuval Noah HarariHomo Deus, Breve historia del mañana, Yuval Noah Harari
Homo Deus, Breve historia del mañana, Yuval Noah Harari
Moisés Granados
 
El sentido de la vida.pdf Como ser ùtil en la vida
El sentido de la vida.pdf Como ser ùtil en la vidaEl sentido de la vida.pdf Como ser ùtil en la vida
El sentido de la vida.pdf Como ser ùtil en la vida
MayaJesseHidalgo
 
La inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdf
La inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdfLa inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdf
La inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdf
adyesp
 
Voces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptx
Voces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptxVoces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptx
Voces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptx
jenune
 
COMO DEJAR EL ORGULLO SEGUN LA BIBLIA .pptx
COMO DEJAR EL ORGULLO SEGUN LA BIBLIA .pptxCOMO DEJAR EL ORGULLO SEGUN LA BIBLIA .pptx
COMO DEJAR EL ORGULLO SEGUN LA BIBLIA .pptx
EvangelistaOmarDiaz
 

Último (8)

DIOS SU NOMBRE ES PADRE, IGLESIA CED.pptx
DIOS SU NOMBRE ES PADRE, IGLESIA CED.pptxDIOS SU NOMBRE ES PADRE, IGLESIA CED.pptx
DIOS SU NOMBRE ES PADRE, IGLESIA CED.pptx
 
Folleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docx
Folleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docxFolleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docx
Folleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docx
 
Antropología Filosófica facil de entender.ppt
Antropología Filosófica facil de entender.pptAntropología Filosófica facil de entender.ppt
Antropología Filosófica facil de entender.ppt
 
Homo Deus, Breve historia del mañana, Yuval Noah Harari
Homo Deus, Breve historia del mañana, Yuval Noah HarariHomo Deus, Breve historia del mañana, Yuval Noah Harari
Homo Deus, Breve historia del mañana, Yuval Noah Harari
 
El sentido de la vida.pdf Como ser ùtil en la vida
El sentido de la vida.pdf Como ser ùtil en la vidaEl sentido de la vida.pdf Como ser ùtil en la vida
El sentido de la vida.pdf Como ser ùtil en la vida
 
La inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdf
La inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdfLa inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdf
La inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdf
 
Voces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptx
Voces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptxVoces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptx
Voces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptx
 
COMO DEJAR EL ORGULLO SEGUN LA BIBLIA .pptx
COMO DEJAR EL ORGULLO SEGUN LA BIBLIA .pptxCOMO DEJAR EL ORGULLO SEGUN LA BIBLIA .pptx
COMO DEJAR EL ORGULLO SEGUN LA BIBLIA .pptx
 

Viñetas de Don Bosco - P. Hugo Estrada

  • 1.
  • 2. Indice Viñetas de Don Bosco 1. La figura de Don Bosco Una instantánea 2. Había una vez un pastorcillo... El Perfil de la Madre El pastorcillo Bosco Apóstol en miniatura 3. ¿Sólo para cuidar vacas...? Hacia los libros El alumno diligente 4. A veces los sueños son micrófonos de Dios Un sueño enigmático El soñador 5. Todo por un ideal El siete-oficios Heraldo de la alegría Dos conquistas 6. El Altar era su sueño Seminarista Novel sacerdote 7. Los andamios de una obra La sorpresa de una madrugada Vida de bohemios Un internado típico 8. La pluma también es arma Con la pluma en ristre Una obra monumental 9. Hombre de cielo y tierra Lo extraordinario... ordinario Los sueños-visiones ¿Milagros...? 10. Como granito de mostaza La Congregación Salesiana nació así: Los inicios Las Hijas de María Auxiliadora 11. Su secreto pedagógico Una lección práctica Su sistema Algo indispensable en el Sistema Preventivo 12. Un gran devoto de María Auxiliadora 2
  • 3. El origen de esta devoción La correspondencia de don Bosco Una auténtica devoción Se la llevó también a su casa 13. Los santos nunca mueren El único remedio En los altares A su tiempo todo lo comprenderás... 3
  • 4. P. Hugo Estrada, sdb Viñetas de Don Bosco 4
  • 5. 1. La figura de Don Bosco Una instantánea En cierta ocasión, el Cardenal Maffi escribía: «La vida de Don Bosco es tan variada y tan densa, y presenta tan múltiples facetas, que a quien se acerca a estudiarla y a contemplarla, siempre se le queda en la sombra alguna fase importante del poliedro». En realidad, la figura de Don Bosco -como apuntaba la «Civiltá Cattolica»- se agiganta conforme nos acercamos a ella. Los 19 voluminosos tomos -algunos de más de 1,000 páginas- de las «MEMORIAS BIOGRÁFICAS DE SAN JUAN BOSCO» no son sino una síntesis de lo que fue el gran taumaturgo del siglo XIX. Su vida es como esas pampas sudamericanas, cuyos horizontes no están cortados por las montañas. La vida de Don Bosco es una tentación halagadora para todo biógrafo. Huysman, Joergensen, Auffray, Lemoyne, Ceria y Teresio Bosco han experimentado que su pluma se tornaba febricitante cuando comenzaban a escribir acerca del Santo. Al biografiar a Don Bosco, se han sentido marineros sin temor de escollos, pues estaban seguros de navegar en aguas muy profundas. Si se quisiera esbozar, con dos plumazos, la personalidad de Don Bosco, tal vez, habría que acudir a la misa de su festividad. Allí, con breves y bien adivinadas palabras, se nos presenta lo que se podría llamar una «instantánea» de la figura del santo turinés. «Le dio el Señor sabiduría y prudencia sobremanera grande, y anchura de corazón cual la inmensidad de las arenas de la playa». Don Bosco -como lo proclama la liturgia mencionada- es el HOMBRE SABIO y genial que con sus creaciones innovadoras se adelantó de muchos años a su siglo. «En Italia - escribe Auffray- inauguró el apostolado por la prensa; es el fundador de las colonias de vacaciones; abrió a la pedagogía nuevas rutas; innovó audazmente en materia de piedad, a la manera de los santos, con el pensamiento puesto en las más puras tradiciones; fue el primero en aportar, a la terrible crisis del aprendizaje, un eficaz remedio con sus talleres profesionales...». Por eso, muy acertadamente, Veuillot aseveraba que la obra de Don Bosco es más actual hoy que cuando él vivía. Alguien creyó loco a Don Bosco y, tal vez, no se equivocó del todo, ya que todos los genios son, en cierto sentido, «locos». 5
  • 6. 6
  • 7. Don Bosco es el hombre PRUDENTE que, sin hipocresías, sabe conjugar la «política del Padre Nuestro» -como él la llamaba- con la difícil diplomacia humana. El, al mediodía, banquetea con el rey, y, por la noche, se sienta ante su humilde mesa para alimentarse con un plato de almidón, que era lo único que quedaba en su despensa. Es amigo de los «comecuras» Ratazzi, Cavour, Crispi, y, al mismo tiempo es el máximo defensor de los derechos del Papa y de los Obispos. Con Manzoni, con Silvio Pellico, con Giobertí platica competentemente de Poesía, de Historia, de Filosofía, y con los muchachuelos de la barriada se entretiene conversando de las puerilidades que le encantan a todos los niños. No debe causar extrañeza que se compare el corazón de Don Bosco con la INMENSIDAD DE LAS ARENAS DE LA PLAYA. Los conocedores de su vida saben de sobra que en ese corazón había cabida para todos los niños pobres del mundo, en pro de quienes el santo ofrendó su existencia. El médico Giovant Albertotti, que lo examinó en sus últimos años, dijo de él que era un «gabinete patológico ambulante». Y es que aquel abnegado sacerdote, con su lema «descansaremos en el paraíso», no había escatimado fatigas y sacrificios cuando se trataba del bien material y espiritual de la juventud pobre. Sin hablar hiperbólicamente, se puede asegurar que Don Bosco fue un hombre genial y un santo excepcional. Acercarse a la figura de Don Bosco es como asomarse a un pozo misterioso y profundo en el que siempre se descubren nuevas estrellas. 7
  • 8. 2. Había una vez un pastorcillo... El Perfil de la Madre En las noches de invierno, mientras la abuela cabeceaba rezando el rosario, Margarita, al mismo tiempo que remendaba un pantalón, junto a la chimenea, les iba narrando a sus hijos la Historia Sagrada: La serpiente del paraíso, Caín y Abel, el Arca de Noé, David contra Goliat... Chisporroteaba la leña en el brasero; Margarita volvía a enhebrar la aguja, y los ojos de los niños no se desprendían de los labios de aquella mujer analfabeta que, lo que no había estudiado en los libros de los hombres, lo había aprendido en el abecedario de Dios. ¡Había que oiría hablándoles a sus chicuelos de la presencia de Dios, de la Madre de Jesús, del Cielo! Margarita Occhiena era una mujer pueblerina, retrato perfecto del ama hacendosa, de la esposa abnegada y de la madre sabia. A los 29 años contrajo matrimonio con Francisco Bosco, que había enviudado. El dichoso enlace duró apenas cinco años: una fulminante pulmonía vino a arrancar a Francisco de su hogar. Margarita quedó viuda con dos hijos, José y Juan, con el hijastro Antonio y con la anciana suegra. 8
  • 9. 9
  • 10. El ambiente político que corría no era nada halagüeño; las cosechas iban de mal en peor; el ánimo de los aldeanos estaba decaído. A pesar de todo, gracias a la tenacidad y arrojo de Margarita, en la casa de los Bosco nunca faltó la apetitosa «polenta» que, en repetidas ocasiones, alcanzó también para muchos pedigüeños hambrientos que acudían a Margarita seguros de que no los despediría con las manos vacías. En un ángulo de la humilde estancia, Margarita había hecho colgar una simbólica «varita». Cuando sus niños no cumplían con su deber, les señalaba la «varita» que se bamboleaba como un péndulo. Los niños comprendían al punto y pedían perdón o prometían enmienda. Margarita poseía una pedagogía exquisita. Nunca un bofetón a sus hijos, nunca gritos destemplados; pero eso sí, nada de melindres. A sus chicos los levantaba al canto del gallo; sus manecitas blancas se habían encallecido manejando el rastrillo y la azada; el lecho que Margarita les deparaba no era nada muelle; no los dejaba ir a dormir sino después de concluir las faenas y rezar las oraciones. Muchas de las frases, que Margarita pronunció, se han conservado como lapidarias y nos revelan el alto grado de sabiduría espiritual que una mujer analfabeta puede alcanzar bajo el influjo de la fe cristiana. Cierta madrugada que la abuela y los hermanos se entretienen ridiculizando un sueño misterioso, que les contara el pequeño Juan, Margarita, pensativa, comenta: «¿Quién sabe si mi hijo no llegará a ser sacerdote?». Cuando, emocionada, ve que su Juan ha recibido la sotana, le advierte: «Recuerda que no es el hábito el que honra tu estado, sino la práctica de la virtud». Otro día: «Si llegas a ser un sacerdote rico, nunca pondré un pie en tu casa». Al ver a su Juan, que ha recibido la Ordenación Sacerdotal, le dice: «Ya eres sacerdote; recuerda que empezar a decir misa quiere decir comenzar a sufrir». Nada extraño que en aquel hogar, caldeado por el ferviente pensamiento espiritual, el cielo hiciera germinar una de las más fragantes flores de santidad que luciría en la guirnalda de la Iglesia Católica. El pastorcillo Bosco Muy de madrugada, cuando el bosque se despertaba con el alboroto de los pájaros, pasaba el pastorcillo Bosco conduciendo unas vacas al verdeante prado. Iba mondulando casi siempre alguna canción; su voz timbrada aún se percibía cuando el pastorcillo se perdía por entre una alameda de pinos. Las amas de casa se asomaban a las ventanas para ver pasar a aquel niño de pelo rizado y negro; señalándolo con el dedo, les decían a sus hijos: «Así como Juanito deben ser ustedes». Juan Bosco había nacido un 16 de Agosto de 1815. Era un chico vivaracho e inteligente. En su carácter y en su comportamiento se adivinaba la mano de una madre austera y cristiana. Varias veces sus amigos lo vieron en el prado con los ojos cerrados y de rodillas, musitando plegarias, bajo la bóveda azul, mientras sus vacas pastaban bajo el sol de la mañana. «Juan, ¿qué estás haciendo?» -le preguntaban sus amigos pastores-. «Amigos, -les respondía- estoy rezando». 10
  • 11. Un anciano bonachón del pueblo se empeñó en enseñarle a leer. Durante los ocios del invierno, mientras afuera soplaba el viento, y la nieve iba blanqueando los tejados, Juan, con su voz blanca, y el viejo, con su voz baritonal, formaban un dúo musical y rítmico, deletreando un amarillento librote en el que muchas generaciones habían aprendido a leer. Pronto Juan ya dejaba atrás a su preceptor, al leer de corrido. El buen viejo para disimular empezaba a toser. A veces, sus amigos lo invitaron: «¡Juan, ven a jugar con nosotros!». -Hoy no puedo, amigos, debo aprovechar este rato para leer un poco. El sol sembraba risas de luz en los campos; las vacas mugían estrepitosamente; Juan, a la sombra de un pino, estaba enfrascado en la lectura de algún libro predilecto. Apóstol en miniatura Juan llegó a su casa con la cabeza que le sangraba: un inexperto jugador lo había herido con una bola de madera. -Ya te he dicho -le reprochó la madre- que no vuelvas a ir con esos muchachuelos revoltosos... -Es que cuando estoy con ellos -objetó el niño- no dicen palabrotas ni hablan de cosas inconvenientes... Margarita callaba, disimulaba, comprendía. El pastorcillo Bosco era un apóstol en pequeño. Subido sobre una silla, como desde un púlpito, repetía, a chicos y a grandes, los sermones que había oído en la iglesia. «¡Qué memorión tiene el muchacho!», comentaba un viejo, mientras se atusaba el negro bigote. En un pueblecito cercano se celebraba una feria. La bullanga fascinaba a los poblanos; Juan, indignado, veía con tristeza que los del pueblo abandonaban la misa dominical por acudir a la charanga. Las amonestaciones del chico para que fueran a la iglesia se despreciaban con una sonrisa maliciosa. Juan entonces principió a cantar a todo pulmón. Su voz de soprano fascinaba, atraía, conmovía, maravillaba a aquellas gentes que, arrastradas magnéticamente por aquella voz excepcional, siguieron al niño hasta la iglesia. Varios establecimientos de la feria perdieron su clientela. Mientras la gente entraba junto con el niño en la iglesia, un hombrón de cara patibularia, dueño de una lotería, borbotaba: «¡Muchacho sinvergüenza, nos han aguado la fiesta!» Juan estudió un nuevo plan de apostolado. Con sus ahorros logró asistir a los espectáculos de los prestidigitadores, y no quedó satisfecho hasta haberles descubierto sus trucos. Al volver a su casa, el niño se adiestraba en la prestidigitación y en la acrobacia. Cuando se sintió competente, anunció una función para los del pueblo. Los vecinos -siempre ávidos de novelerías- acudieron en gran número. El éxito fue halagüeño. Los espectáculos se renovaron, cada vez más atractivos; pero con una variante: antes de la función, el pastorcillo Bosco, subido sobre un montículo, repetía, casi de memoria, la prédica del sacerdote; además entonaba el rosario. Para los poblanos, que para frecuentar la iglesia más cercana debían caminar unos 10 kilómetros, en ir y 11
  • 12. volver, aquello era un acontecimiento. Los domingos por la tarde, en un verde prado de Becchi Juan Bosco caminaba sobre una cuerda como por un sendero; hacía el salto mortal, la golondrina y varios juegos de prestidigitación. Los poblanos, abrían cada vez más la boca al presenciar la agilidad de aquel niño; los chicuelos lo vitoreaban acaloradamente; desde lejos, Margarita contemplaba a su Juanito y pensaba: «Dios mío... ¡quién sabe si un día mi hijo...». 12
  • 13. 13
  • 14. 14
  • 15. 3. ¿Sólo para cuidar vacas...? Hacia los libros Mañana de Primavera. Alboroto de campanas. Los feligreses salen de la iglesia comentando el sermón del predicador. Entre ellos viene un anciano sacerdote, alegrando el grupo con su afable sonrisilla. Sus ojos se detienen en un rapazuelo mezclado entre la gente mayor. -¡Pobre, hijo, seguramente no has comprendido ni jota de mi sermón!-. -Lo he comprendido todo, padre, y si desea le repito ahora mismo la prédica. Un corrillo se formó alrededor de Juan Bosco. Los campesinos de ruda faz no podían disimular su admiración al oír al niño de 12 años, repitiendo hasta de memoria algunos pasajes de la prédica. El padre Calosso -el anciano sacerdote- se interesó vivamente por aquel niño de ingenio precoz. Conoció sus dificultades para ir a la escuela: era pobre y su hermanastro Antonio no le dejaba estudiar porque no quería «un señorito» en casa de labradores. El niño, además, deseaba ser sacerdote. Durante un año, el padre Calosso le sirvió de preceptor. En los ratos libres, el niño dejaba a un lado el azadón y corría a la casa de padre Calosso. El viejo cura rumiaba los salmos de su breviario; junto a él, el niño iba adentrándose en los secretos de la «Gramática Latina». Aquella suerte duró solamente un año. Un ataque apoplético le quitó al muchacho a su gran protector. Antes de morir, el padre Calosso entregó a Juan la llave de un cofrecito con cuya riqueza deseaba asegurarle el porvenir. Al llegar los herederos, Juan Bosco -ya desde entonces desprendido- les entregó la llave del cofre. En su autobiografía Juan Bosco, refiriéndose al hecho, solamente apunta: «Les di la llave y todo lo demás”. Más tarde, Juan Bosco empezó a frecuentar la escuela de un cercano pueblo, Castelnuovo. Muy de madrugada enfilaba por los prados, con las botas al hombro para no gastarlas. Bajo el ardoroso sol de verano, por cenagosos caminos en invierno, debía andar 20 kilómetros, entre ida y vuelta. Era demasiado el sacrificio que aquel muchacho de trece años se imponía por amor al estudio. La madre pensó hospedarlo en la casa de un sastre de Castelnuovo; pagaría con cereales y frutos del campo. El adelanto de Juan en aquella escuela fue mínimo. Su colérico maestro no valía un comino y todo el tiempo se le iba en intentar disciplinar aquella tumultuosa clase. Margarita decidió trasladar a su hijo a la pequeña ciudad de Chieri para que asistiera a la escuela del lugar. Quedó alojado en la cafetería de Juan Pianta. Al mismo tiempo que se entregaba al estudio, aprendió el oficio de sastre, pastelero, herrero. Aún hoy, el turista puede contemplar, en la antigua cafetería de Juan Pianta, una lápida conmemorativa, colocada cabe una buhardilla: Allí, en ese tugurio, pasó Juan Bosco los primeros años de su vida estudiantil. El alumno diligente 15
  • 16. ¡Peor no podía ser la acogida que se le dispensó a Bosco la primera vez que se presentó en la escuela de Chieri! Contaba ya 16 años, era robusto, bien desarrollado, y debía sentarse a la par de niños de 10 y 12 años. Al verlo entrar tímidamente en la clase, con una chaqueta que no le venía muy bien, alguien con sonrisa picarezca le gritó: «¡Cómo que era más grande el difunto...!» El profesor se contentó con preguntarle: «¿De dónde eres?» Al responder el muchacho que era de Becchi, hizo una mueca con los labios, meneando la cabeza, refunfuñó: «Los de Becchi sólo sirven para cuidar las vacas...» Bosco quedó instalado en un ángulo de la clase. No se le ocultaba el desprecio, mal disimulado, de su maestro y de sus condiscípulos. Pronto el desprecio se trocó en admiración y simpatía. En dos meses, Bosco mereció ser trasladado a la clase superior; dos meses después se le concedía otro ascenso. Juan Bosco en sus memorias nos asegura que le bastaba leer la lección, durante el camino a la escuela, para aferrarla al pie de la letra. En cierta ocasión convenció al maestro para que le permitiera participar en el examen de la clase superior. Su trabajo resultó perfecto; el desconfiado preceptor lo acusó de haber copiado; más luego cayó en la cuenta de su error: el examen de Bosco era el mejor de todos. Otra vez, Bosco olvidó llevar el libro de latín. La casualidad -la Providencia- quiso que ese día le preguntaran la lección. Con toda naturalidad Bosco tomó un libro cualquiera, leyó y tradujo a perfección. Los alumnos notaron el ardid; se codeaban mientras Juan hacía como que leía; al terminar lo ovacionaron con sonoro aplauso. Ya al profesor se le estaban subiendo los «humos magisteriales», cuando los alumnos, alborotadamente, le participaron la maravilla; el maestro le perdonó el olvido y lo felicitó. Todas las noches, después de haber servido en la cafetería de Juan Pianta, Bosco se retiraba a su buhardilla. A al luz amarillenta y temblona de un candil, sus ojos se deslizaban rápidamente por las páginas de algún libro... En su mente vagaba una inquietante pregunta: «¿Será posible que yo pueda estudiar para sacerdote?» El viento hacia tambalear la llama del candil; a lo lejos ladraba un perro; era casi media noche y Juan Bosco continuaba aún leyendo. 16
  • 17. 4. A veces los sueños son micrófonos de Dios Un sueño enigmático Sobre ruda mesita de madera un grueso cirio, que ha llorado lagrimones de cera; el pabilo aun está humeante. A través de la ventana la luz plenilunar aureola la rizada cabeza de un niño de 9 años que duerme. Juan Bosco aletea en el mundo de los sueños. Ante su puerta se extiende un patio inmenso: multitud de agresivos muchachos arman ensordecedora algazara; sus blancas voces pueblan los aires de malas palabras. Juan se indigna; furibundo se precipita hacia los revoltosos y, repartiendo puñetazos a diestra y siniestra, intenta reducirlos al silencio. Como por encanto aparece un personaje de esbelta figura: rubia cabellera, túnica blanca y manto de grana. «Juan -le dice- no con golpes, sino con caridad. Instrúyete, Juan, para que ilumines sus tinieblas». El niño se queda de piedra. Con un hilo de voz, mitad súplica mitad sollozo, pregunta: -¿Quién es usted que me manda cosas imposibles a mí pobre niño? -Mi nombre te lo dirá mi Madre. Con su ayuda se allanarán tus caminos. Como surge la aurora entre un arco iris de colores, apareció una señora bellísima: sobre su túnica nítida un ceñidor celeste, un manto rubí sobre sus hombros. -Juanito, mira a tu derecha- le indica la dulce señora. El niño ve con asombro que los muchachos revoltosos se han trocado en corderos, gatos, osos, perros... Una lágrima brillante está por desprenderse de sus ojos, como suplicando una explicación ante el enigma. Y La Señora le dice: “Juanito, yo soy Aquella a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día. Vengo a señalarte tu campo de labores. Para triunfar debes hacerte HUMILDE, FUERTE y ROBUSTO». El Personaje de rubia cabellera y su Madre sonríen al niño desde un pedestal de nubes coloreadas. Un grito de angustia se paraliza en la garganta del niño. Llora, solloza, al fin logra gritar. Su mismo grito lo despierta. Sobre la ruda mesita el cirio; el pabilo ya se apagó por completo. La luz plenilunar sigue entrando por la ventana. Juan narró a sus familiares el sueño. -Serás capitán de bandidos-, le objetó el hermanastro Antonio. -No hay que hacer caso de los sueños-, comentó la abuela. -¡Quién sabe si mi hijo no llegará a ser sacerdote!-, concluyó la madre. Después de esta intimidad familiar, Juan Bosco conservó en secreto este sueño durante 34 años. Por instancia de Pío IX -que le mandó redactar su autobiografía- el santo lo escribió detalladamente. En aquel sueño maravilloso –donde se le mandaban «cosas imposibles»–, el cielo le trazaba el derrotero de su vida: convertir en mansos corderos a los jóvenes descarriados. Aquel sueño era el primero de una serie de muchísimos otros con los que aquella bellísima Señora lo iría instruyendo a lo largo del camino. Con razón 17
  • 18. al final de sus días, al ver el progreso de su obra, Don Bosco no se cansaba de repetir: «TODO LO HA HECHO MARÍA AUXILIADORA». El soñador A la muerte de su gran protector, el Padre Calosso, el niño Juan Bosco quedó angustiado. Parecía que nuevamente se le cerraban todos los caminos hacia el sacerdocio. Para borrar la impresión de aquella muerte, su madre lo envía a la casa del abuelo, en Capriglio. Allí sueña nuevamente. Mucho nos agradaría conocer los pormenores de ese mensaje nocturno, pero en su autobiografía solamente leemos: «Tuve un sueño en el que se me vituperaba acremente por haber puesto mi confianza en los hombres y no en la bondad del Padre Celestial». El señor Turco, propietario de una viña, que cuidaba Juan, al verlo una mañana cantando y silbando, le preguntó: -¿Cómo es que hace algunos días se te veía tan tristón, y ahora tan alegre y cantando? -Porque ahora sí creo que llegaré a ser sacerdote. Anoche, en sueños, se me presentó una bellísima Señora; me encomendó un rebaño y me dijo: «No temas, yo estaré contigo». En aquel entonces contaba Juan 15 años. Juan estudiaba en Chieri. Curvados sobre el escritorio, los alumnos sudaban ante el examen de traducción latina. En brevísimo tiempo, Bosco entrega su trabajo. El maestro con desconfianza empieza a leerlo; lo encuentra perfecto, y piensa: «Es imposible que en tan corto tiempo haya superado tantas dificultades puestas intencionalmente... ¡Hum!. .. ¿Habrá copiado...? Imposible: este tema lo escribí yo mismo anoche.. .». El estupor del maestro llega al culmen cuando descubre algo inexplicable: por juzgar demasiado largo el trozo de traducción, lo acortó para el examen ¿cómo es entonces que Bosco le presenta ahora el tema completo? -Bosco, ven acá... ¿cómo explicas todo esto? Bosco se pone serio; baja la cabeza y responde: -Señor maestro, anoche soñé el examen... -¿Soñaste el examen? ¡Hum! Una mañana, Bosco comunica a sus amigos de clase que soñó que su hermano Antonio no podía caminar por la fiebre. Esa misma tarde, llega José, su hermano, y le confirma el sueño: Antonio estaba grave. A José de Egipto sus hermanos lo llamaban «el soñador». A Juan Bosco sus condiscípulos también lo apodaban «el soñador». Los sueños de ambos llegaron a ser realidad. Juan Bosco comenzó su cadena de sueños-visiones a los nueve años. Centenares de sueños proféticos, didácticos, develadores de conciencias se suceden en su vida, hasta el 8 de Diciembre de 1887, un año antes de su muerte. En esas visiones, la Maestra, que le fuera prometida a los 9 años, y un misterioso personaje, le iban definiendo su campo de 18
  • 19. labores y le enseñaban a superar los obstáculos. Casi al fin de sus días, Don Bosco le confesaba, en intimidad, al Padre Barberis: «Puede decirse que Don Bosco lo ve todo claramente y es conducido de la mano por la Virgen”. 19
  • 20. 5. Todo por un ideal El siete-oficios Feria en el pueblo de Montafia. Ajetreo de aldeanos; voces estentóreas de vendedores ambulantes que pregonan sus mercancías; un hombrazo con voz nasal grita los números de la lotería. En el centro de la plaza, se yergue altivo el palo ensebado, ostentando un ramillete de premios bamboleados por el viento. Los poblanos chiflan y rechiflan a los atrevidos concursantes que no han logrado llegar ni a la mitad del palo. En escena se presenta un simpático joven; se despoja de su chaqueta y abrazado al palo ensebado, comienza su lenta ascensión. Se renuevan las rechiflas por lo despaciosamente que el joven ha iniciado su ascenso; pronto Juan Bosco -que no era otro el intrépido concursante- alcanza con la diestra los premios. Toma un paquetito con 20 liras, un largo y grueso jamón y un pañuelo. Los otros premios los deja colgando en el extremo del palo para que continúen estimulando la codicia de los osados pretendientes. Aquellas 20 liras y el grueso jamón le vinieron de perlas a Bosco que, en aquel tiempo, luchaba desesperadamente en Chieri -lejos de su hogar- por salir avante en los estudios, sirviendo como dependiente en una cafetería y trasnochándose hasta la madrugada para llevar al día las lecciones. Las actividades de Bosco, a pesar de su duro trabajo, se multiplicaban. Entabló amistad con un tal Juan Roberto, maestro de capilla y director de un coro, quien lo seleccionó para el coro. Su delicado oído musical lo indujo a alistarse como violinista entre los de la orquesta del pueblo; aprende también a tocar discretamente el clavicordio y el órgano; se hace amigo de un viejo herrero que lo adiestra en el manejo de la almágana y de la fragua; se gana las simpatías de un sastre del barrio que, gustoso, le descubre los secretos de su profesión. En su autobiografía, recordando esos tiempos, Don Bosco escribía con gracejo: «Me parecía haber llegado a ser oficial de sastre». Por caminos tan incomprensibles para el joven Bosco, la Providencia preparaba al que con los años habría de ser el gran propulsor de las ESCUELAS DE ARTES Y OFICIOS para jóvenes. Heraldo de la alegría En Chieri, Juan era muy apreciado. Los jóvenes de su edad, atraídos por su talento y por sus mil cualidades, se disputaban su amistad. Juan se vio rodeado por un grupo de alegres muchachos, y su primer anhelo fue encaminarlos por la senda de la virtud. Fundó entre ellos lo que llamaron «La Sociedad de la Alegría». Los estatutos de dicha agrupación se reducían a dos: evitar toda conversación inconveniente ser fieles cumplidores de los deberes religiosos y escolares. Los domingos, muy de madrugada, se veía a aquellos muchachos participando en la misa; luego, en alborotado escuadrón, organizaban largas excursiones a montañas o al 20
  • 21. campo para regresar, al caer la tarde, con una canción entre los labios y con los pulmones llenos de aire puro, con aromas de fresas y de madreselvas. Un domingo por la tarde, en el pueblo hizo su aparición un payaso. Sus juegos y sus chanzas apartaban a los poblanos de la misa en la iglesia. Vanos fueron los reclamos de Bosco a aquel hombre impertinente, hasta que Bosco concibió una idea salvadora: desafiar a aquel charlatán y vencerlo. El payaso aceptó encantado aquel certamen público, ya que sus espectadores se multiplicarían; pero exigió que fuera una competencia con apuesta de dinero. Bosco, en su pobreza, estuvo a punto de ser derrotado; los amigos de la «Sociedad de la Alegría» acudieron en su ayuda y recaudaron 20 liras que era lo estipulado por el charlatán. El primer punto del desafío consistió en una carrera; Bosco salió airoso. El payaso propuso doblar la suma apostada, para un concurso de salto. Nuevamente el estudiante consigue la victoria. El ilusionista no da su brazo a torcer y reclama una nueva justa: quien suba más alto a un olmo. El mismo toma la delantera y con facilidad alcanza la cima del árbol; imposible continuar un centímetro más: la rama cruje amenazadora. Se piensa que esta vez la suerte se ha volteado para Bosco. Este emprende su ascención; llega hasta donde su competidor; la rama se columpia peligrosamente. Bosco se aferra con las manos a la rama y, en un prodigio de equilibrio y acrobacia, lanza los pies al aire. Los vítores de la multitud zahieren el orgullo del acróbata que juega su última carta: el baile de la vara mágica. Bosco inicia; la vara salta maravillosamente por su dedos, sube al hombro, al mentón, vuelve a las manos. Le toca el turno al profesional: con redoblada maestría era su juego favorito- danza la varita entre sus dedos; mas -¡calamidad!- su alargada nariz es un obstáculo con el que tropieza la varita y... cae... ¡Pobre ilusionista completamente derrotado por un joven estudiante, y con una deuda de 240 liras! Bosco se mostró en extremo noble. Unicamente le exigió que le pagara una cena a los de la «Sociedad de la Alegría», por valor de 40 liras. Aquel infeliz payaso se esfumó de la mejor manera para no continuar escuchando los estridentes silbidos de los aldeanos. 21
  • 22. 22
  • 23. Dos conquistas En la clase de Bosco había un joven judío llamado Jonás. Bosco clandestinamente le redactaba el trabajo escolar de religión para que no sufriera apuros. De tal manera llegó a granjearse su afecto, que lo indujo a conocer la religión cristiana. La madre del jovencito descubrió que su hijo furtivamente escondía un Catecismo; montó en cólera y lo despidió de su casa. Bosco se industrió para que un sacerdote velara por el porvenir de Jonás, quien más tarde fue bautizado. Al acudir a la Catedral, un sábado por la tarde, Bosco observó que el sacristán, Carlos Palazzolo, estaba enfrascado en la lectura. Se acercó. Grande fue su sorpresa al reparar que el libro, cuya lectura lo absorbía, era una gramática latina. Confidencialmente el piadoso hombre le informó acerca de su ardiente deseo de llegar al Sacerdocio y de las mil dificultades que encontraba con aquella lengua tan ininteligible. Bosco, pacientemente, se constituyó en pedagogo sin par de aquel buen sacristán. Al principio el cerebro del viejo alumno se mostró impermeable a la dulce lengua de Virgilio; mas con la pericia de Bosco, el sacristán logró superar las dificultades e ingresar en el seminario. En todas sus actividades a Bosco lo perseguía un idea fija, obsesionante: llegar a ser Sacerdote. Pero ¿sería posible que aquel aprendiz de herrero, que el sastrecillo mediocre, que el violinista de pueblo, que el maestro improvisado pudiera alcanzar una meta tan lejana? Bosco por momentos dudaba; otras veces creía; nunca perdía la esperanza. 23
  • 24. 6. El Altar era su sueño Seminarista Tarde del año 1835. Juan Bosco, joven de 20 años, toca el viejo portón del Seminario de Chieri. El portero, que sale a recibirlo, ciertamente no piensa que en aquellos momentos está ingresando uno de los que habría de dar más renombre al seminario. Bosco entra. Su mirada, como por sorpresa, se encuentra en un ambiente misterioso y melancólico: viejas arcadas, pórticos largos y espaciosos, poblados de silencio. Su recuerdo vuela hasta el pretérito. Han pasado tantos años: largos años de lucha en pos de un ideal, largas noches de vigilia ante los libros, largas jornadas de trabajo, desempeñando los oficios más diversos... Y ahora, finalmente, allí, en el seminario por el que tanto había suspirado. Gracias a su amigo el Teólogo Cinzano logró obtener cartas de recomendación para el canónigo Guala, quien se comprometió a pagarle aquel año de estudios en el seminario. Un amigo le regaló la sotana, un tercero le ofreció el manteo, un par de zapatos le fue donado por una piadosa señora. Con razón Don Bosco escribía más tarde: «Yo siempre tuve necesidad de todos». Bosco vistió la sotana meses antes de ingresar en el Seminario. Cuando su madre Margarita vio a su hijo revestido con aquella simbólica indumentaria, le dijo: «Recuerda bien que no es el hábito el que honra tu estado, sino la práctica de la virtud. Si un día llegas a dudar de tu vocación, quítate al punto la sotana, prefiero tener un hijo campesino que un sacerdote descuidado en sus deberes». En la biografía de Don Bosco, Margarita aparece repetidas veces en escena; cuando se presenta es para decir palabras lapidarias que el hijo llevará siempre grabadas en su corazón. La carrera de Bosco en el Seminario fue brillantísima. Desde un principio se granjeó la simpatía de profesores y alumnos. Su afición por el estudio no tenía límites: leía a toda hora, devoraba libro tras libro. Anualmente se otorgaba un premio de 60 liras al alumno que obtuviera mejores calificaciones; durante sus 6 años de seminario, Bosco siempre se hizo acreedor a dicho premio. Su talento era reconocido por sus condiscípulos, que lo buscaban para que les hiciera de repetidor de lecciones. En el grupo literario, que se había formado entre los seminaristas amantes de las Letras, las críticas de Bosco se cotizaban con gran estima; hasta llegaron a apodarlo «El Rabino de la Gramática». 24
  • 25. 25
  • 26. Bosco, en el Seminario, continuaba siendo el siete-oficios de siempre. Si alguno necesitaba que le cortaran el cabello, la navaja de Bosco era la más indicada. Si había una sotana que remendar, todos acudían siempre a Bosco. Si se estrellaban contra alguna dificultad en el estudio, ya se sabía que Bosco los sacaría del atolladero. Además, Bosco ejercía el oficio de sacristán por el que devengaba 70 liras con las que costeaba parte de sus estudios; el resto lo daba de su bolsillo su amigo, el santo sacerdote José Cafasso. Durante su estadía en el Seminario, logró leer gran cantidad de obras famosas, que más tarde le sirvieron incomparablemente en su vida de escritor. Entre ellas: «Comentario sobre los libros del Antiguo y Nuevo Testamento», de Calmet; «Antigüedades Judaicas», de Flavio Josefo; «Defensa del Cristianismo», del obispo Frayssinous; «Historia Eclesiástica», de Henrion; «Sermones», de Segneri, y alguna obra de Balmes. Su afición por los libros corría parejas con el estudio de las lenguas extranjeras. Aprendió Francés, rudimentos de Hebreo y, según él mismo apuntó en su autobiografía, llegó a leer el Griego con tanta facilidad como el Latín. Razón tenían, pues, sus superiores cuando en vísperas de finalizar sus años de Seminario, emitieron este juicio acerca del seminarista Bosco: «Plus quam optime. Lleno de celo, tiene asegurado el éxito más completo». Novel sacerdote Mañana de un cinco de Junio de 1841. En el oratorio privado del Arzobispo de Turín, Monseñor Fransoni, se verifica una ceremonia solemnísima. Juan Bosco es ordenado sacerdote; el obispo impone las manos sobre su cabeza; Bosco queda armado caballero de Cristo. ¡Quién lo dijera: el pastorcillo prestidigitador de otros tiempos ya era sacerdote! Al día siguiente. Campanas al vuelo. Aglomeración humana. Cabezas que se mueven en continuo cabrilleo; algunos se empinan para poder contemplar mejor la lejana figura del novel sacerdote, que oficia su primera misa. El joven sacerdote siente que sus labios tiemblan al silabear las palabras del rito sagrado. En su mente y en su corazón se agita una marea de sentimientos místicos y de dulces añoranzas... Llega el momento de la Comunión. En primera línea, su madre, que lo mira sin parpadear. El novel sacerdote se acerca hasta ella; una lágrima brillante rueda por la mejilla de Margarita y ligeramente desciende hasta la reluciente patena en donde queda como una nueva reliquia de algo sagrado. Por la noche, en la antigua casona, se reúne la madre y el hijo. Ha sido un día de emociones; finalmente pueden hablar a solas. Chisporrotea el fuego. La madre no se cansa de clavar sus ojos en la mirada transparente del hijo sacerdote. Y -¡claro está!- tenía que decirle otras palabras clave: «Juan, ya eres sacerdote y dirás misa todos los días. Tienes que acordarte de esto: empezar a decir misa significa empezar a sufrir. Al principio no lo notarás, pero, con el tiempo, verás que tu madre tiene razón. Estoy segura 26
  • 27. de que todas las mañanas pedirás por mí. No te pido más que eso. En adelante no pienses en nada más que en salvar almas y no te preocupes de mi». Mientras Margarita reposadamente pronuncia aquellas frases tan preñadas de sabiduría, Juan Bosco no desprende su mirada de la ventana y recuerda con nostalgia aquel prado, bañado por la luz plenilunar, en el que había tenido aquel sueño, develador de su futuro, en donde Aquella Señora, vestida de pastorcilla, le había profetizado su misión sacerdotal. «A su tiempo todo lo comprenderás», le había dicho. Sí, ahora comprendía perfectamente: ya era sacerdote, ya empezaba a celebrar misa... ¿Dónde estaban los lobos que había visto en aquel primer sueño misterioso? ¡Ya había sonado la hora de convertir esos lobos en corderos! El fuego chisporroteaba con más estrépito. De los labios de la madre continuaban brotando palabras de oro. Juan Bosco no desprendía su mirada de aquella ventana desde donde se veía el prado espectacularmente iluminado por el plenilunio. Como entre neblina se veía de niño caminando sobre una cuerda, predicándoles a sus compañeros, enseñándoles el Catecismo... Recordaba el día en que tuvo que abandonar su hogar para trasladarse a Chieri, a ganarse la vida como sirviente en una cafetería, como aprendiz de sastre, de herrero, de maestro sin título. Y ahora... ¡ya era sacerdote! ¡Empezaría a celebrar la Eucaristía! 27
  • 28. 28
  • 29. 29
  • 30. 7. Los andamios de una obra La sorpresa de una madrugada Juan Bosco era sacerdote novel. Una familia genovesa se ilusionaba con tenerlo como maestro de sus hijos, y le ofrecían 1000 liras anuales de sueldo. Mamá Margarita - recelosa de la riqueza- no permitió que su hijo viviera entre adinerados. Por otra parte, sus coterráneos de Murialdo lo llamaban con insistencia para que desempeñara el cargo de cura ecónomo del pueblo. Su benefactor el padre Cinzano lo presionaba para que estuviera a su lado como vicario. Juan Bosco se encontraba indeciso sobre qué partido tomar. Consultó a su sabio y santo director, el padre José Cafasso; éste le aconsejó perfeccionar sus estudios teológicos en el «Convitto Eclesiástico», que él mismo dirigía. Juan Bosco obedeció. En la mente del joven sacerdote revoloteaba, sin cesar, el recuerdo de aquel sueño misterioso en que se le trazara el camino a seguir. Ahora ya era sacerdote. ¿Pero dónde estaban aquellos lobos que la Señora de los sueños le encomendara. ..? Un ocho de diciembre de 1841, un chicuelo tiritante, sin saber cómo, llega a la sacristía de la iglesia. El sacristán lo ve como caído del cielo, pues aquella mañana los monaguillos no han madrugado. Invita al niño a acolitar la misa, pero éste se niega, alegando que no lo sabe hacer. El colérico sacristán descarga tres soberanos escobazos sobre sus endebles espaldas. Juan Bosco, que llega a la sacristía para celebrar la misa, presencia la escena. Reprocha al sacristán y lo obliga a traerle, de buenas maneras, a aquel jovencito que ya huía despavorido por el corredor, camino de la calle. El adolescente Bartolomé Garelli –así se llamaba el niño maltratado– mira con desconfianza a aquel sacerdote que le pregunta su nombre y su oficio y que con dulces modales lo invita a ayudarle en la misa. Aunque el chico nunca en su vida había acolitado, aquella madrugada lo hizo por primera vez para no contrariar a aquel simpático sacerdote. Concluida la misa, nuevamente volvieron a platicar como si fueran viejos conocidos. El jovencito quedó convidado para volver el próximo domingo a misa y a aprender la doctrina. Además, se comprometió a traer algunos de sus amigos. Garelli cumplió su palabra. El domingo siguiente se presentó escoltado por varios rapazuelos. En el estrecho patio del Seminario tuvieron su primera reunión. Domingo tras domingo, aquel patio se fue vivificando con la algarabía de toda una barriada de niños. Allí se asistía a la misa, se aprendía el catecismo y se jugaba bulliciosamente. De vez en cuando una bola reducía a añicos el cristal de alguna ventana. El padre Cafasso disimulaba, sonreía y ayudaba económicamente en aquella obra que Juan Bosco había emprendido. Así -con sencillez evangélica- nació la gran obra de LOS ORATORIOS FESTIVOS para niños pobres, porción predilecta de Juan Bosco, y que, con los años, habían de multiplicarse por todo el mundo, cumpliendo una de las más preciadas funciones sociales y religiosas de la Iglesia. 30
  • 31. Vida de bohemios El patio del Convitto Eclesiástico resultó demasiado estrecho para tantos chicuelos que, domingo tras domingo, acudían atraídos por las maravillas que los compañeritos narraban en su barrio. Juan Bosco planeó trasladarse a los jardines del orfanato «El Refugio», cuya capellanía regentaba. Pidió el consentimiento a la rica propietaria, la Marquesa de Barolo. Le fue concedido. No acababan los chicos de aclimatarse en su nueva casa, cuando ya empezaron a llover las quejas de los habitantes del «Refugio». Que tronchaban las flores... que el ruido molestaba a los enfermos... que ya no había paz en el orfanato... ¡Fueron despedidos! El siguiente domingo se dieron cita en un campo anexo al cementerio de San Pedro in Vincoli. El amable padre Tesio, capellán de 72 años, los recibió jubiloso. Mas a su histérica empleada aquel ruido ensordecedor y aquel ir y venir de pelotas que rebotaban contra las paredes de la casa, le ponía los nervios de punta. Cobró inquina contra aquellos jóvenes y no se contentó sino hasta haberle llenado la cabeza al padre Tesio de mil chismes. Nuevamente se despidió al sacerdote y a su abigarrado séquito de rapazuelos. Juan Bosco no se desalentó. «El próximo domingo –les dijo– los espero en los Molinos del Dora». Había allí una capillita con un campo regular al lado. También allí los persiguió la mala suerte. Los feligreses se encontraban a disgusto, en la iglesia, al lado de aquellos jóvenes inquietos. Los vecinos empezaron a quejarse y... sucedió lo de siempre: los invitaron a marcharse. Todos los domingos un escuadrón de muchachos asediaba al simpático curita. Juan Bosco no sabía ya qué hacer. De todos los lugares habían sido despedidos. ¿A dónde llevar aquel ejército de chiquillos que, aunque caminaran de puntillas, estorbaban en todas partes? Ya hacía 8 meses que el joven sacerdote iba y venía por los cuatro puntos cardinales con su oratorio ambulante. «Una tarde –nos cuenta él mismo en sus «MEMORIAS»–, me hallaba solo, sin ayuda, al cabo de mis fuerzas, con la salud resentida, ya no sabía dónde reunir a mis pobres pequeños. Ocultando mi dolor, me paseaba apartado de ellos, y quizá por vez primera sentía que las lágrimas subían hasta mis ojos. “Dios mío –suplicaba–, ¡indícame el lugar donde el domingo próximo he de reunirlos, o dime qué es lo que debo hacer!” Sumido en su tristeza se encontraba Juan Bosco, cuando se le presentó un buen hombre. Se llamaba Pinardi -su nombre se recuerda con cariño en los anales salesianos-; llegaba para ofrecerle el alquiler de un cobertizo con un prado contiguo. El precio sería de 300 liras anuales. ¡Era toda una ganga! Esa misma tarde fueron a visitar el predio y quedó cerrado el contrato. Bajo aquel rústico cobertizo de la Casa Pinardi nacía -en la más impresionante miseria y regada con lágrimas- la semilla que, con los años, se trocaría en el gigantesco roble de la CONGREGACIÓN SALESIANA, que actualmente registra entre sus filas a 18,000 miembros esparcidos por los cinco continentes. 31
  • 32. Aquella tarde, con las primeras estrellas, Juan Bosco retornaba de su excursión dominical, pletórico de entusiasmo. ¡Ya sus 400 jovencitos dispondrían de un lugar donde asistir a misa, estudiar la doctrina y jugar! Su voz baritonal se acoplaba a las infantiles voces de sus acompañantes que aquella tarde regresaban locos de alegría, entonando radiantes canciones. Un internado típico Noviembre de 1846. Por la polvorienta carretera hacia Valdocco camina despaciosamente Mamá Margarita en compañía de su hijo sacerdote a quien ya todos empiezan a llamar «DON BOSCO». “Madre –le había dicho–, vivo solo en un barrio de mala fama y usted comprende que las malas lenguas siempre andan buscando algo que inventar. Necesito que usted se venga a vivir conmigo. Además no logro multiplicarme para atender al sinnúmero de chicuelos que acuden a mi oratorio”. Margarita inmediatamente caviló en lo fastidioso que sería para ella abandonar la tranquilidad del campo para caer en medio de aquel avispero de chiquillos alborotadores y desarrapados. Pero no resistió la súplica del hijo. Abrió lentamente el oloroso ropero; contempló con nostalgia su viejo traje de bodas, que permanecía allí desde hacía 30 años, como una estatua de mármol, y apresuradamente, lo fue a vender al igual que otras alhajas matrimoniales, para hacer frente a los primeros gastos. Hacia el atardecer, llegaron a Valdocco. Entraron en la humildísima estancia. Margarita, con intuición de ama hacendosa, de un vistazo, inventarió el escasísimo ajuar: una mesita, dos camas, algunas sillas recientemente arregladas. Se quedó mirando inquisidoramente al hijo como diciéndole: «¿Aquí debo vivir?» Don Bosco le señaló el crucifijo pendiente de la pared. Margarita comprendió e inmediatamente se dio prisa en aderezar la cena para esa noche. Todas las tardes, una avalancha de 500 rapazuelos hormigueaba por aquellos cuartuchos destartalados. Se les impartían clases de Lectura, Geografía, Historia, Música, etc.... Pronto dispuso Don Bosco de un selecto grupo de avispados jovencitos que, muy equilibradamente, se convirtieron en preceptores de sus mismos compañeros. El adelanto fue patente. Al ser visitados por un inspector estatal, éste quedó tan satisfecho que se les otorgó una subvención de 300 liras. Por aquellos años, las barriadas de Turín pululaban de niños ociosos o abandonados por sus padres. En míseras covachas se amontonaban, como en una ratonera, hasta 10 y 12 personas. Esos barrios eran simiente que pronto cosecharían las cárceles y los hospitales. Había que remediar aquello. Don Bosco así lo entendía; pero ¿con qué medios? Cierta noche, al doblar una esquina, se topa de improviso con un grupo de muchachotes que, al ver una sotana, empezaron a blasfemar. Pero aquel «curita» era vivo y medio. “Muchachos -les dijo-, los convido a tomar un vaso de vino”. Los llevó a 32
  • 33. un restaurante cercano y cumplió su promesa. «Y ahora, amigos –les recalcó–, cuidado con las blasfemias y pronto a su casa que ya no es hora de ir vagabundeando por las calles». Con una sonrisa de ironía aquellos grandulones le informaron que no tenían casa. Don Bosco se los llevó a la suya, con la intención de que fueran la primicia de un orfanato que planeaba abrir. Los acondicionó en el granero; pero con tan mala suerte que, a la mañana siguiente, aquellos aventureros madrugaron para huír con las sábanas que el sacerdote les prestara. Aquella primera experiencia no lo amilanó. Volvió a la carga. De un día para otro, el que antes era un simple cobertizo fue transformando en un peculiar internado. Un grupo de niños paupérrimos convivía bajo el mismo techo. De mañana, salían a su trabajo para volver a medio día a arremeter, ávidamente, con las humeantes viandas que aquel «curita» y su madre les servían con primor. Muchas cosas faltaban en aquel típico internado; pero sobraba la felicidad. Mientras las últimas luces del dormitorio se apagaban, Margarita velaba, remendando algún pantalón, zurciendo alguna camisa. Pocos años después, donde antes sólo se veía un cobertizo, apareció un regular edificio de dos pisos. Don Bosco se industriaba para encontrar algún agujero en los bolsillos de los ricos. Una prueba del cielo le esperaba al dinámico sacerdote. En la madrugada del 25 de noviembre de 1856, moría, de pulmonía, su anciana madre, después de haber colaborado con él por 10 años. Dos horas después se encontraba Don Bosco en la iglesia de la Consolata, celebrando misa por la eterna felicidad de su madre. Concluido el sacrificio, se dirigió a la que es «Consuelo de los Afligidos», con una sentida oración: «Es indispensable que una madre dirija mi gran familia; ¿quién lo hará sino tú? Vela sobre su vida y alma ahora y siempre”. Una telita brillante empañaba la mirada del SACERDOTE HUERFANO Y PADRE DE LOS HUERFANOS. 33
  • 34. 8. La pluma también es arma Con la pluma en ristre Noche cerrada. Tres aldabonazos resuenan en el zaguán del Oratorio. Dos hombres de sombría catadura reclaman un sacerdote para auxiliar a un moribundo. Don Bosco se apresta a acudir. Se hace acompañar de cuatro muchachotes vigorosos. «Don Bosco - insisten los dos hombre-, no hace falta que vengan esos jóvenes porque nosotros también lo acompañaremos al regreso». El sacerdote alega que los lleva para proporcionarles un paseo. Llegan a una casa aislada en la periferia de la ciudad. Entran. Varios hombrazos brindan alborotadamente alrededor de una mesa. Introducen a Don Bosco en la alcoba de una mujer que fingía ataques de asma. Alguien da un manotazo a la bujía y empiezan a llover garrotazos mortales dirigidos hacia donde se encontraba Don Bosco. Este, ágilmente, toma una silla como escudo y, así parapetado, alcanza la puerta... Aparecen sus cuatro guardaespaldas: «Don Bosco, ¿qué le pasa que chorrea sangre?» -Nada, hijos, vamos a casa... ¡ha sido una broma pesada, nada más...! Era éste otro de los repetidos atentados que los de la secta valdense habían tramado contra su inquebrantable enemigo. Por aquellos años -a mediados del siglo XIX- los valdenses eran una verdadera plaga. Embestían a la Iglesia, desconcertaban a las almas ingenuas y, sobre todo, invadían los hogares con su propaganda folletinesca. Precisaba librar una batalla. Pronto se presentó Don Bosco con la pluma en ristre. ”EL AMIGO DEL HOGAR”, -calendario de los valdenses- que, en medio de mil novedades, deslizaba la falsa doctrina, encontró un competidor en el «GALANTUOMO» («EL HOMBRE DE BIEN»), primer almanaque religioso que se editaba en Europa, precisamente por Don Bosco. Con estilo fácil y popular el abnegado sacerdote comenzó a escribir sus «LECTURAS CATÓLICAS», colección de libretos que el pueblo buscaba con avidez. En esos libritos se encontraba una exposición clara y asequible de la doctrina cristiana. Los valdenses se alarmaron. En un principio planearon sobornar, zalameramente, con dinero a aquel escritor tan original que cautivaba al pueblo. Tuvieron que desistir. Don Bosco no cejaba en fustigarlos con sus escritos. Entonces acudieron a los atentados y a las trampas por medio de criminales a sueldo. Pero la Providencia velaba por Don Bosco: siempre logró esquivar el golpe mortal. Las «LECTURAS CATÓLICAS» alcanzaron un tiraje de 14,000 ejemplares, cuyo precio estaba al alcance de todas las personas. Don Bosco soñaba con disponer de un taller de imprenta para mejor organizar la difusión de la buena prensa. En 1861 instaló una minúscula tipografía. Todo el equipo consistía en viejas máquinas, movidas a mano, y en una mísera prensa. «Esto es el comienzo -les decía el santo a sus desanimados colaboradores-. Y en verdad aquello era el preludio de las grandes rotativas y de las 34
  • 35. famosas editoriales salesianas que, con los años, funcionarían en los cuatro puntos cardinales. Don Bosco era un escritor sencillo, original y cautivador. Su estilo era claro y vigoroso. De Moliere se cuenta que leía sus comedias a su sirvienta y que no quedaba satisfecho hasta que la anciana las comprendía. Don Bosco también releía sus manuscritos a su sencilla madre, antes de enviarlos a la imprenta, y eliminaba los giros y expresiones que Margarita no captaba bien. Por su estilo popular, el prestigiado Nicolás Tomaseo le decía: «Don Bosco, usted encontró un estilo fácil de explicar, de una manera elocuente y asequible a todos, sus ideas...» Una obra monumental El conocedor de la agitada y dinámica vida de Don Bosco se pregunta cómo pudo el Santo, en medio de un mar de preocupaciones cotidianas, encontrar retazos de tiempo para escribir un sinnúmero de obras tan documentadas. De Ercilla se afirma que aprovechaba los descansos de las batallas para poetizar, en pedazos de cuero, las vibrantes octavas de su «Araucana». Cervantes, en la incómoda prisión, escribe algunos capítulos de su «Quijote». Don Bosco no tiene tiempo durante el día para redactar sus obras y por eso ocupa las horas de la noche, hasta que por su ventana casi lo sorprende la alborada. Rodolfo Fierro presenta el siguiente catálogo de los escritos de Don Bosco: a) Libros históricos, 28. b) Libros catequísticos y polémicos, 2. c) Biografías, 7. d) Vidas de los Papas, 18. e) Libros marianos, 9. f) Libros ascéticos, 8. g) Libros amenos y educativos, 16. h) Libros escolares, 9. i) Varias piezas de teatro... El mejor juez de la obra de Don Bosco fue el tiempo. A través de los años sus libros «HISTORIA ECLESIÁSTICA», «HISTORIA SAGRADA», «HISTORIA DE ITALIA», al igual que las biografías de jóvenes modelo, alcanzaron repetidas ediciones de varios miles de ejemplares. Los jóvenes las devoraban con cariño, pues sabían que habían sido escritas especialmente para ellos. Don Bosco era, en realidad, un escritor sencillo. Sin pretensiones ni ínfulas, y buscando solamente la gloria de Dios, logró dejar a la posteridad una valiosa colección de obras en las que se retrata como un ARTISTA DE LA PLUMA. 35
  • 36. 9. Hombre de cielo y tierra Lo extraordinario... ordinario El cardenal Vives y Tuto -relator de la causa de canonización de Don Bosco- escribió: «He ojeado muchos expedientes, pero jamás hallé uno tan colmado de lo sobrenatural». La vida de Don Bosco es un patente e ininterrumpido eslabonarse del cielo con la tierra, de lo divino con lo humano, desde su profético sueño, a la edad de nueve años, hasta su última palabra, el 31 de enero de 1888. «Dios Nuestro Señor –puntualizaba Rodolfo Fierro, s.d.b.– se complació en hacer de él como un resumen de los carismas que adornaron a los santos en las centurias pasadas. Porque Don Bosco sanaba con su bendición, leía en las conciencias y en el futuro, multiplicaba los panes, las medallas y hasta las hostias consagradas para que los fieles no se quedaran sin comulgar. Bilocó varias veces su presencia; resucitó 3 muertos, y los animales obedecían sumisos a su mandato». Contemplemos algunas viñetas de su vida carismática. Año 1855. Don Bosco está sentado a la mesa. Algunos de sus seminaristas –Rúa, Francesia, Cagliero...– lo rodean. «Uno de ustedes -les dice Don Bosco, sonriente- será obispo...». 29 años más tarde, en 1884, se verificaba el pronóstico: Cagliero recibía la consagración episcopal. El futuro era para Don Bosco como una cortina transparente. Una noche, les dice a sus niños internos: «Antes de un mes morirá uno de ustedes». Nadie estaba enfermo. Antes del mes moría el joven Berardi. Bajando apresuradamente por las escaleras del dormitorio, el padre Cagliero busca a Don Bosco para notificarle la muerte de un alumno. Don Bosco con aplomo le advierte: «De aquí a dos meses morirán otros dos». Cagliero lo presiona para que le revele los nombres de aquellos dos sujetos. Es complacido. Escribe los dos nombres y los deposita en un sobre que confía al padre Alasonatti. Mueren los dos jóvenes. Al abrir el sobre lacrado, se constata que aquellos nombres corresponden a los de los alumnos difuntos. De esta manera, con sencillez pasmosa, Don Bosco profetiza, con mucho tiempo de antelación, la muerte de muchos alumnos y de personas a él allegadas. En el Oratorio era curioso observar que algunos jovencitos se calaban la gorra hasta los ojos. Sabían de sobra que Don Bosco intuía en sus conciencias; ellos creían que les leía en la frente, y por eso, cuando había algo que iba descarrilado, echaban mano de este artificio. A un niño, que le huía por el consabido motivo, el santo lo llama y le dice con dulzura: «Confiésate, pero... di esto y esto...”. 36
  • 37. 37
  • 38. La mirada de Don Bosco penetraba hasta en las conciencias más herméticas. Confidencialmente les decía al Padre Rúa y a otros superiores salesianos: «Verdaderamente el buen Dios es bondadoso con mis jóvenes. Cada vez que me hallo con ellos, si en el grupo se encuentra un alma en pecado, inmediatamente tengo conciencia de ello por la fetidez que exhala. Presénteme un joven a quien nunca haya visto; me bastará mirarle en la frente para revelarle sus faltas desde su más tierna infancia”. En otra ocasión decía: «A menudo, cuando confieso, leo en las conciencias como en un libro abierto». ¡Sólo el conocedor de la aquilatada santidad y de la sencillez del santo no fruncirá la frente con desconfianza, al oír hablar así a Don Bosco! Los sueños-visiones Y ahora algo muy peculiar, casi único en las páginas del santoral: los sueños de Don Bosco. Comenzó la serie de sus sueños-visiones desde que era niño. En su extensa biografía se acumulan centenares de esos sueños extraordinarios. En ellos, a través de fantásticos cuadros, el cielo le descorría el porvenir, le develaba el estado de conciencias, le señalaba el camino a seguirse en casos apurados, le aconsejaba métodos pedagógicos, le ponía alerta contra peligros amenazadores. En un principio, los creyó juegos de la imaginación. Más tarde empezó a creer en ellos y hasta se los narró a sus muchachos. Pero luego le asaltaron las inquietudes: ¿No era aquello una presunción? Consultó a su doctísimo confesor, el padre José Cafasso -santo canonizado-. Este le dio una norma de oro: «Si tus sueños se han cumplido, puedes estar tranquilo». ¡Y aquellos sueños se cumplían! Don Bosco ya no los tuvo como juego de la fantasía, sino como una voz del cielo que, como a José de Egipto o a Jacob, le hablaba secretamente a través del micrófono de los sueños. Desde 1854 comenzó a narrárselos a sus niños en forma de fábulas. Los avispados muchachos se percataban de que aquellas narraciones no eran «simples sueños» y escuchaban -sin dudar- la voz de Dios. La última de estas visiones nocturnas la tuvo el santo en 1887, un mes y medio antes de su muerte. Comentando sus sueños, el santo les advertía con gracejo a sus niños: «Algunas veces Dios se sirve de los instrumentos más indignos, como se sirvió de la burra de Balaam, haciéndola hablar, y de Balaam, falso profeta». ¿Milagros...? Hay muchos que creen que los milagros son algo legendario de épocas muy lejanas. La vida de Don Bosco está matizada de milagros obrados a plena luz y ante toda clase de personas. Cuando el panadero del Oratorio no quiere proporcionar más pan hasta que no se le cancelen todas las deudas, Don Bosco con 15 panes da de comer a sus 300 niños. Al terminar el reparto, en la canasta quedaban 15 panes. Para una fiesta de gala, al olvidadizo sacristán se le pasa por alto llenar de hostias el copón. Don Bosco lo descubre solamente antes de iniciar la comunión de los fieles. Su fe de roca multiplica las hostias 38
  • 39. consagradas, y con 20 hostias, que había en el copón, reparte el Pan de Vida a 600 niños. El sacristán, ante el milagro de primera, se preguntaba sí no estaría soñando. Carlos, niño del Oratorio, muere, con la conciencia intranquila, llamando a Don Bosco, que se encontraba ausente. Al llegar el santo a la casa de Carlos, ya es demasiado tarde: el cadáver está amortajado -según la costumbre de aquel tiempo- Don Bosco reza, lo resucita, lo confiesa y le pregunta: «¿Quieres morir o seguir viviendo?». El niño contesta que prefiere ir al cielo. Don Bosco le dice: «Entonces duérmete...», y el niño vuelve al reino de la muerte. En cierta ocasión, el niño protagonista de una opereta se encuentra completamente afónico. Ya el público ha colmado las butacas del teatro. Todos -sin dudar un momento- acuden a Don Bosco. El santo realiza un intercambio original: durante la actuación artística, el protagonista recobra su voz, mientras Don Bosco no logra silabear ni una palabra. Al terminar la opereta, Don Bosco ya habla, como antes, mientras el niño torna a su ronquera. Con razón Agustín Auffray escribió que Don Bosco «fue uno de los más grandes taumaturgos del siglo XIX, si no el más grande». Y con muy sobrada razón Pío XI, al ver la vida de Don Bosco, tejida con tantas hiladuras de milagros, afirmaba de él que en su vida lo sobrenatural llegó a ser natural, y lo extraordinario, ordinario. 39
  • 40. 40
  • 41. 41
  • 42. 10. Como granito de mostaza La Congregación Salesiana nació así: Numeroso grupo de muchachuelos desarrapados y gritones asediaban al novel sacerdote Juan Bosco. Alguno, levantando su voz destemplada, le formula una pregunta, otro se le colgaba cariñosamente el brazo; un niño se ofrecía a llevarle su valijín; un joven le hacía alguna broma. Aquel curita tan “liberal” empezó a llamar la atención de algunos meticulosos eclesiásticos. «¿Dónde está la dignidad de ese sacerdote -comentaban- que permite que esos rapaces se le cuelguen de la sotana?». Alguien hasta pensó que Don Bosco no estaba en sus cabales. Dos de estos eclesiásticos pretendieron sondear las intenciones -no muy equilibradas, según ellos- de aquel sacerdote que tanto daba que hablar. Don Bosco con emoción y sinceridad, como si penetrara en el futuro, les comunicó sus anhelos de tener muchos institutos y colaboradores para entregarse de lleno a la educación de aquellos jovencitos que no se desprendían de su lado. -¡Ah! ¿conque usted quiere fundar una nueva «Congregación»?... ¿Y qué hábito les impondrá a los socios? -Será un hábito particular: los vestiré de virtud... Aquellos dos sacerdotes quedaron plenamente convencidos de que Don Bosco era un desequilibrado mental. Se ha escrito que para fundar una Congregación se necesitan dos cosas: la gracia de la ceguera para no ver las dificultades, y dinero. Don Bosco no contaba con fondos pecuniarios, pero el cielo le había concedido el don de «hacerse el ciego» para no ver las dificultades cuando se trataba de servir a Dios. El prudentísimo padre José Caffaso -San José Caffaso- le había planteado la necesidad de fundar una congregación para perpetuar su apostolado entre los jóvenes. También se lo insinuó su arzobispo Monseñor Fransoni, y hasta el «comecuras», Urbano Ratazzi, amigo de Don Bosco, que conocía su labor en el barrio de Valdocco, en pro de la juventud desamparada, le esbozó una forma peculiar de sociedad que no pudiera encontrar trabas frente a los gobiernos anticlericales. Desde 1842, Don Bosco empieza a seleccionar, entre sus niños, colaboradores con este fin; pero fracasa. Acude entonces al clero turinés en busca de ayuda: nuevo fracaso. Vuelve a intentar escoger a sus futuros ayudantes de entre sus niños, y esta vez encuentra cuatro magníficos elementos -Beglia, Buzetti, Gastim, Reviglio-. Les enseña Latín, los amaestra convenientemente, consigue que vistan la sotana, y los lleva a la Universidad de Turín; pero fracasa por tercera vez ya que dos de los mencionados jóvenes cuelgan los hábitos, y los otros dos lo abandonan para sumarse a los seminaristas del clero diocesano. 42
  • 43. Don Bosco no se cruzó de brazos; volvió a la carga y esta vez con espléndido resultado. Otros cuatro jóvenes -Rúa, Cagliero, Francesia, Turchi- se pusieron a sus órdenes y no lo abandonaron nunca. Al principio se limitó a llamarlos colaboradores; más tarde les descubrió su deseo de fundar una congregación religiosa. En 1854, ya les anuncia que los que quisieran continuar a su lado se llamarían «SALESIANOS», es decir, imitadores de San FRANCISCO DE SALES, por el que Don Bosco sentía simpatía, ya que era el santo de la dulzura que, según Don Bosco, había de ser la llave maestra con la que se apoderaría de los corazones de los jóvenes. Los inicios La vida de los primeros salesianos era una vida espartana. A las 3.30 de la madrugada ya estaban de pie prontos a sentarse ante su mesa de estudio. Durante el día debían batirse como maestros y dirigentes de los centenares de alumnos que frecuentaban el Oratorio Salesiano. A altas horas de la noche, nuevamente se les veía ante un candil amarillento, enfrascados en los libros. Algunos eclesiásticos, «demasiado celosos», pusieron su grito en el cielo, alegando que los seminaristas de Don Bosco no estudiaban «en forma». Pero optaron por callarse cuando esos seminaristas, tan calumniados, obtuvieron los primeros puestos en los exámenes públicos. En 1858, Don Bosco, después de haber elaborado concienzudamente un proyecto para las «REGLAS» de su congregación, parte para Roma. Pío IX -a quien ya había llegado la fama de aquel singular sacerdote- lo anima y se permite hacerle algunas correcciones y sugestiones. Ilusionado quedó Don Bosco; no se imaginaba que aquel día comenzaba para él la anhelante espera de 16 años de trámites, de malentendidos, de viajes de ida y vuelta a Roma para vencer la resistencia de la Curia Romana que no veía con simpatía a aquel sacerdote, que pretendía fundar una congregación en tiempos políticos tan adversos a la Iglesia. Al fin triunfó la tenacidad. El 3 de abril de 1874 se aprobó definitivamente la Congregación Salesiana. Doce años antes Don Bosco les decía, en son de profecía, a sus primeros 22 seminaristas: «¿Quién sabe si, dentro de 25 años o 30, nuestro grupito, con la ayuda de Dios, se habrá extendido por el mundo y llegado a ser un ejército, por lo menos, de 1,000 religiosos?». A la muerte de Don Bosco, los salesianos eran 768. En la actualidad la Congregación Salesiana alcanza la cifra de 18,000 miembros esparcidos en los cinco continentes. 43
  • 44. 44
  • 45. Siguiendo las huellas del Padre, se dedican a la enseñanza de la juventud ya por medio de colegios para la clase popular con institutos profesionales para la formación de los obreros, ya con los típicamente llamados ORATORIOS FESTIVOS en los que se congregan, los días de fiesta, centenares de jóvenes pobres a los que se adoctrina en la religión y se les entretiene con variedad de deportes. Las Hijas de María Auxiliadora Alguna vez Don Bosco expresó que si le tocara nuevamente fundar la Congregación Salesiana, tal vez no tendría el ánimo suficiente para comenzar. Mas aquella confesión del santo no pasó de ser un desahogo personal ya que, una vez estabilizados los salesianos, emprendió otra fundación. Muchas personas prudentes lo instaban para que se preocupara también de las jovencitas. Don Bosco, al fin, se decidió a consultar el problema con Pío IX. «En mi opinión -le expresó el Papa- esas futuras religiosas serían la contrapartida de los salesianos. Ellas harán por las muchachas lo que los salesianos están haciendo por los muchachos». Las religiosas fundadas por San Juan Bosco se alistaron entre las congregaciones femeninas con el nombre de HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA. Su primera superiora y coofundadora fue SOR MARÍA MAZZARELLO, canonizada en 1951. En la actualidad esta congregación femenina rebasa la cifra de 18,000 socias. Así nació la Congregación Salesiana que un día fue el sueño acariciado del humilde y genial sacerdote Juan Bosco. 45
  • 46. 11. Su secreto pedagógico Una lección práctica Don Bosco y el Cardenal Tosti dialogan acerca del modo mejor de educar a la juventud. Don Bosco recalca que la clave para el éxito educativo estriba en ganarse la confianza y el amor de los jóvenes. -Pero ¿cómo obtener esa confianza -pregunta el Cardenal. -Acercándonos a los jóvenes, atrayéndolos a nosotros -responde Don Bosco-. Si me permite, se lo mostraré prácticamente. Don Bosco y el Cardenal se dirigen a la «Plaza del Pueblo». Un grupo de alborotadores chiquillos juegan alocadamente. Don Bosco se acerca a ellos. Todos huyen despavoridos como si la policía les cayera encima para capturarlos. El Cardenal, de lejos, sonríe con malicia. Don Bosco, conocedor de la psicología juvenil, no se da por vencido. Los llama amigablemente, se introduce en la conversación, preguntándoles acerca de sus familias y estudios; juega con ellos; los chicuelos se entusiasman por aquel curita bromista. Al cabo de un cuarto de hora, cuando Don Bosco trata de despedirse, los niños no aciertan a dejarlo partir; lo acompañan hasta el carruaje y lo vitorean entusiasmados. ¡El paso de la teoría a la práctica no había resultado mal! Alguien ha querido negarle a Don Bosco el titulo de «pedagogo». Será, tal vez, porque Don Bosco nunca escribió gruesos y aburridos tratados de Pedagogía en los que, tantas veces, se teoriza en demasía sin afrontar el problema en el terreno práctico. Don Bosco no se dedicó a escribir esta clase de libros; apenas tuvo tiempo para esbozar unos breves consejos pedagógicos; pero nadie puede negar que ha sido uno de los máximos pedagogos católicos. Don Bosco nació educador; traía en sus venas el genio de la educación. Niño de cinco años, reúne a sus amiguitos y les enseña el Catecismo. Adolescente, aprende acrobacias y prestidigitación con el fin de atraer a los poblanos y predicarles el sermón que había oído, por la mañana, en la misa del domingo. De joven, funda la «Sociedad de la Alegría» para salvaguardar la moralidad de sus amigos. Con su madre se quejaba de que los sacerdotes eran muy dignos, pero que no se preocupaban de los jóvenes. «Si yo fuera sacerdote -le aseguraba- me acercaría a los muchachos, los reuniría en torno mío, los amaría y me haría amar de ellos, les daría buenos consejos y me consagraría por entero a su eterna salvación». Estas palabras las decía cuando era un adolescente de 13 años. Su sistema Alguien le rogó a Don Bosco que le revelara el secreto de su sistema educativo. «Mi sistema, mí sistema... -repetía el santo-, ni yo mismo lo conozco. Sólo tengo un mérito: marchar adelante siguiendo la inspiración de Dios y de las circunstancias». A su manera de educar, Don Bosco la llamó MÉTODO PREVENTIVO, que está en abierta oposición 46
  • 47. con el método reprensivo en el que se le entrega al alumno un código de deberes y un código penal, en donde están anotadas, detalladamente, las sanciones para cada infracción al reglamento. En el sistema de Don Bosco -llamémoslo sistema- es todo lo contrario. El superior busca, por todos los medios, ganarse las simpatías y el cariño de los jóvenes para merecer así el título de hermano mayor y conducir al educando por el camino del amor y la comprensión. El superior se interesa de los juegos de los niños bromea con ellos, busca amalgamarse con la masa juvenil para ser un vigía disimulado que con su presencia impida que los alumnos se descarrilen. En el pensamiento de Don Bosco, la continua y paternal vigilancia debe poner a los jóvenes en la «imposibilidad moral de pecar». A Don Bosco, a los 53 años de edad, todavía se le veía jugando entre los muchachos y desafiándolos en la carrera. Ganarse el corazón del joven es la clave del triunfo en el «Sistema Preventivo». «Sin afecto no hay confianza y sin confianza no hay educación», decía Don Bosco. «¿Quieren ser amados por los jóvenes? Amen. Y todavía no es suficiente -afirmaba-; hagan algo más: es preciso que no sólo amen a sus alumnos, sino que ellos se sientan amados...” De aquí que el superior debe, por momentos, olvidar que es un hombre maduro para escuchar con seriedad las puerilidades de los jóvenes y atenderlos con interés cuando ellos le cuenten sus quimeras o cuando le abran su corazón para narrarle sus penas. «No sean superiores, sino padres», les decía Don Bosco a sus salesianos. La autoridad del superior, de ninguna manera, menguará por esta confianza que se les dispensa a los educandos. Por el contrario, el alumno buscará cultivar una conducta diligente para no perder el cariño de su superior. En el «Sistema Preventivo» no se busca una disciplina militar que hace que los alumnos se vuelvan soldaditos rígidos, mientras por dentro reniegan del superior que los condena a aquella rigidez de estatuas, que mata sus entusiasmos. La disciplina, que busca el Sistema Preventivo, es una disciplina indispensable, que no para mientes en menudencias, para que la escuela no sea una cárcel, sino la prolongación de la familia. Don Bosco deseaba que a sus colegios se los llamara «casas» para dar a entender el ambiente de familiaridad que debía reinar en ellos. Los castigos usados por Don Bosco son ciento por ciento originales y efectivos. Nada de gritos destemplados, ni de golpes y torturas, que cierran el corazón del alumno y lo hacen odiar a su superior. «Para los jóvenes -enseñaba- es castigo todo lo que aparece como tal». Con estas ideas, él se servía de estrategias maternales para castigar a sus jóvenes. Y así, al mal portado lo miraba con tristeza; a otro le dirigía una fría palabra; a éste le prodigaba una corrección muy oportuna; a aquél le negaba palabras de afecto... ¡Y qué efecto producían los castigos de Don Bosco! Uno de sus biógrafos narra que, una noche, en el dormitorio de un internado, había un niño que no podía conciliar el sueño. Se le preguntó la causa y el chico respondió que ese día Don Bosco lo había mirado «¡de una manera!» Don Bosco comenzó su labor pedagógica desde muy joven y, ya en avanzada edad, les aseguraba a sus hijos que llevaba cuarenta años de trabajar con los niños y que nunca le había «pegado» a nadie. 47
  • 48. Algo indispensable en el Sistema Preventivo Este sistema de educación resultaría, desde todo punto de vista, utópico, si se lo disociara del ELEMENTO SOBRENATURAL. «O religión o palo» –le decía Don Bosco a un pastor protestante, interesado en conocer su método pedagógico–. En el pensamiento de Don Bosco, la Piedad debía ser la base de su «sistema»’. Por piedad entendía «una disposición de ánimo de evitar la ofensa de Dios, aunque fuera ligera, y de cumplir por amor de Dios los propios deberes». Prácticamente, para alcanzar esta meta, Don Bosco inculcaba sobremanera la confesión y comunión frecuentes y la devoción a la Virgen Santísima. Tal vez la prédica más usual del santo era la de la conversión. Conocía por experiencia que esta autodisciplina espiritual del alumno es un factor primordial en su formación. En todas partes se le veía confesando a sus niños: en el patio, en la iglesia, en un rincón de algún prado. Deseaba, asimismo, que sus jóvenes se robustecieran en sus ideales con la frecuencia al Sacramento de Eucaristía, y que alimentaran su alma con la tierna y eficaz devoción a la Madre de Jesús. «Dígase lo que se quiera -repetía- acerca de los varios sistemas educativos; pero yo no encuentro ninguna base segura más que en la confesión y comunión, y creo no exagerar al afirmar que si se omiten estos dos elementos, la moralidad queda aniquilada». Se industriaba para que las prácticas de piedad resultaran agradables a sus muchachos. Nada de ceremonias interminables y de prédicas demasiado prolongadas. No. Todo breve, adaptado a la mentalidad de los jóvenes: los sermones, amenos y con su granito de sal. Según Don Bosco, la piedad debía envolver, imperceptiblemente, al alumno como la atmósfera, que gravita sobre nuestras espaldas, sin que sintamos su peso. Este ambiente espiritual engendraba esa alegría franca y espontánea que caracterizaba a los alumnos del santo. El sistema de Don Bosco -según él mismo afirmaba- es eficaz en un noventa por ciento. El educando se encariña con su colegio y con sus superiores. Tal vez, al dejar el colegio, lleguen momentos de crisis espiritual, pero aquella semilla, que el educador sembrara con cariño, no morirá nunca, y el hijo pródigo, un día, se verá obligado a retornar a su colegio a volcar sus secretos íntimos en las manos de los educadores que él sabe que siempre lo acogen como padres. El sistema de Don Bosco ha obtenido su máximo triunfo al llevar a los altares a un joven de apenas 15 años, Domingo Savio, que entusiasma a centenares de muchachos que lo tienen por modelo. Contemporáneos de Domingo Savio fueron los jóvenes, también santos, Francisco Bessuco y Miguel Magone. Y los frutos siguen cosechándose: Ceferino Namuncurá y Laura Vicuña son otros tantos jóvenes de vida ejemplar, laureles que el SISTEMA PREVENTIVO DE DON BOSCO ha ido conquistando en la espinosa labor de educar a la juventud moderna. Don Bosco nunca escribió un tratado de Pedagogía. Únicamente nos dejó un libro: su vida, verdadero arsenal de psicología juvenil y de experiencias pedagógicas que lo proclaman como uno de LOS MÁXIMOS EDUCADORES CATÓLICOS. 48
  • 49. 12. Un gran devoto de María Auxiliadora La Virgen María es uno de los inapreciables regalos de Jesús, en los últimos instantes de su vida terrenal, para la Iglesia. «He ahí a tu madre» (Jn 19,27) es el gran legado que Jesús entregó a los hombres, como tesoro de Gracia, como camino sencillo para encontrarlo a él más fácilmente. Entre los santos que han destacado por haber descubierto en la devoción a la Virgen María un medio poderoso de salvación, se encuentra San Juan Bosco. Alguien escribió que para Don Bosco, la Eucaristía y la devoción a la Virgen María fueron las dos «alas» que le sirvieron para remontarse a las encumbradas cimas de la santidad. Esto se patentiza en uno de los sueños -visiones- que tuvo Don Bosco. Vio a la Iglesia representada en una enorme barca; en la proa iba el Papa; la barca enorme se balanceaba en medio de un mar tempestuoso en donde múltiples atacantes intentaban hundirla. La barca -la Iglesia- estaba amarrada a dos grandes columnas: en una -la más alta-, se veía una Hostia; en la otra -más baja-, estaba una imagen de la Virgen María. En este sueño se proyecta el camino espiritual de Don Bosco: Jesús Sacramentado y la Virgen María. Es interesante preguntarse por qué motivo Don Bosco se sintió atraído por el título de María Auxiliadora. Don Bosco comenzó invocando a María como la Virgen del Rosario; luego sintió simpatía por la Virgen Consoladora, que se venera en Turín. Más tarde demuestra predilección por la Inmaculada. Pero la advocación que va a fascinar a Don Bosco es la de María Auxiliadora. A Don Bosco le tocó vivir en tiempos sumamente difíciles en lo concerniente a la política y a la situación crítica de la Iglesia. Fue un sacerdote incomprendido y perseguido también por los mismos sacerdotes. Continuamente se encontraba en apuros. En todas estas circunstancias, Don Bosco siente que la Virgen María llega a «auxiliarlo»; le extiende una mano fuerte de Madre. Don Bosco experimenta en su vida a la Virgen como una Madre Auxiliadora. No es raro, entonces, que se sienta inclinado a llamarla Auxiliadora. El origen de esta devoción El origen de la devoción a la Virgen María, en Don Bosco, hay que buscarlo en su propio hogar. Tenía mucha razón Juan Joergensen, cuando, al iniciar la vida de Don Bosco, apunta: «En el principio era la madre». El niño Juan Bosco ve a su madre Margarita como una ferviente devota de la Virgen María. En su primer sueño-visión se le aparece Jesús y le dice: «Yo soy el Hijo de aquella a quien tu Madre te enseñó a saludar tres veces al día». Es el mismo Jesús quien hace resaltar esa devoción mariana que el niño Juan Bosco ha aprendido de su madre. Cuando Juan Bosco está por ingresar al seminario, su madre le da un consejo estupendo: «Conságrate a la Virgen; sé amigo de los que son devotos de María; si llegas a ser sacerdote, propaga la devoción a la Virgen». Aquí está plasmada la devoción mariana de Margarita, que ella transmitió a su hijo. Esta sencilla madre ayudó a formar a uno de los más insignes devotos de la Virgen María. 49
  • 50. El sueño-visión que Juan Bosco tuvo a los nueve años es sumamente iluminador con relación a la devoción mariana de Don Bosco. El niño Juan Bosco se encuentra llorando ante un sinnúmero de jóvenes descarriados a quienes intenta convertir a base de puñetazos. Se le aparece Jesús y lo consuela diciéndole: «Yo te daré una maestra». Y le señala a la Virgen María. La Madre de Jesús, en este momento, toma al niño, lo acaricia y comienza a darle instrucciones para su misión. Le dice: «Hazte humilde, fuerte y robusto; lo que veas que sucede con estos animales, lo deberás hacer tú con mis hijos. Al punto Juan Bosco ve un gran número de animales feroces que se convierten en corderos mansos. Aquí, la madre entró inmediatamente en acción como la gran colaboradora que Jesús entregaba a Juan Bosco para su misión entre los jóvenes desorientados, para llevarlos por el camino de la salvación. A Moisés le costó inmensamente aceptar la misión que Dios le encomendaba: liberar al pueblo prisionero en Egipto. Dios le entregó un bastón por medio del cual podría obrar milagros. Ese bastón era símbolo del poder que Dios ponía en sus manos, al enviarlo a cumplir su difícil misión. El jovencito Juan Bosco estaba llorando ante la tremenda tarea de orientar a tantos jóvenes descarriados. Jesús, en ese momento, le entrega una Maestra que será para Don Bosco, como el «bastón de Moisés», el símbolo del poder con que Dios lo equipaba para poder cumplir con su delicada misión. Eso será La Virgen María en la vida de Don Bosco, una maestra inigualable, que Jesús le ha entregado para que le ayude a trabajar entre los jóvenes. En el sueño de los nueve años, la Virgen María toma su papel de maestra y comienza indicándole a Juan Bosco que debe hacerse «humilde, fuerte y robusto» para poder enfrentar la misión juvenil que se le ha sido encomendada. La Virgen María, con frecuencia, en los sueños-visiones, se le presenta a Don Bosco para darle indicaciones precisas con respecto a sus jóvenes. Se conserva un registro de contabilidad en el que, al lado del nombre de cada niño se lee un consejo. Se ve que Don Bosco, al despertar de su sueño, tomó apresuradamente lo primero que encontró para anotar lo que la Virgen le había encomendado decir a cada joven. 50
  • 51. 51
  • 52. A fines del siglo XIX, una furiosa persecución se desató en Francia contra la Iglesia. Muchos religiosos tuvieron que huir apresuradamente. La Virgen se le presentó, en sueños, a Don Bosco, cubriendo con su manto las casas salesianas. Don Bosco comprendió el mensaje de María. Se apresuró a escribirles a los salesianos de Francia que no se alarmaran, que no huyeran porque la Virgen los protegía. En otro sueño, María se le presenta y posa su pie sobre una piedra, en un terreno conocido por Don Bosco. Le pide que le construya un santuario. Le dice la Virgen con tono profético: «Esta es mi casa, de aquí saldrá mi gloria». El Santuario, que la Virgen pedía, es la actual Basílica de María Auxiliadora, que Don Bosco construyó en Turín, Italia. En otro sueño, la Virgen le indica el lugar a donde los salesianos irán a misionar. Son múltiples y variados los sueños de Don Bosco en los que la Virgen María lo aconseja y le da pautas precisas para llevar adelante su obra educativa y misionera. Confidencialmente, Don Bosco les decía, sin ambajes, a sus salesianos: «Don Bosco lo ve todo, y es guiado de la mano por la Virgen». Parece una frase atrevidísima. Los salesianos no dudaban ni un ápice de las palabras de Don Bosco porque veían cómo se realizaba todo lo que la Virgen María le iba adelantando a Don Bosco en sus sueños. La correspondencia de don Bosco Cuando murió la anciana madre de Don Bosco, Margarita, el joven sacerdote se fue a la Iglesia de la Virgen Consoladora (La Consolata), y le dijo: «Ahora, haz tú de madre de mis niños». Eso es la Virgen en la obra salesiana: la madre que el mismo Jesús le entregó a Don Bosco para su familia religiosa. Don Bosco comenzó su obra con un Avemaría en compañía del desamparado niño Bartolomé Garelli, que se había asomado a la sacristía para refugiarse del frío. El Sacristán lo recibió con golpes; Don Bosco lo llamó aparte y lo invitó a rezar a la Virgen un Avemaría. Así comenzó la obra salesiana, un 8 de diciembre de 1841. Cuando Don Bosco estaba por emprender una obra importante, rezaba un Avemaría y se disponía a enfrentar, confiadamente, cualquier dificultad. En el inmenso colegio de Don Bosco, cayó un rayo. Todos sugirieron la conveniencia de poner un pararrayos. Don Bosco aceptó la sugerencia. Tiempo después cuando le indicaron que se había olvidado de poner el pararrayos. Don Bosco señaló una enorme estatua de la Virgen Auxiliadora que había mandado colocar en la cúpula de la basílica de la Virgen. Para Don Bosco ella era un pararrayos inigualable. La Basílica de María Auxiliadora, que Don Bosco construyó en Turín, Italia, es el monumento de amor que el santo quiso levantar a su muy querida madre Auxiliadora. Se dice que cada ladrillo de este santuario es un milagro. La construcción, Don Bosco la comenzó con cuarenta centavos en el monedero. La Virgen María se encargó de irlo sacando, vez por vez, de sus apuros económicos. En cierta oportunidad, se encontraba con que tenía que pagar una gran deuda; había buscado por todos lados y no había aparecido la solución. Don Bosco, a la aventura de Dios, se lanzó a la calle. Un hombre 52
  • 53. se le acerca y le dice que el señor de la casa en donde trabaja lo ha enviado para que busque a Don Bosco y lo lleve urgentemente junto a su lecho de enfermo. El dueño de la casa era un rico señor que desde hacía varios anos estaba postrado en cama. Don Bosco fue, de una vez, al grano. Le preguntó si estaría dispuesto a dar una gran suma de dinero para el Santuario de María Auxiliadora si la Virgen le conseguía la gracia de la curación. Aquel hombre afirmó que ya estaba desesperado de ir de médico en médico y de gastar su dinero; que si recibía la curación, daría una buena ayuda. Aquel mismo día el recién sanado fue con Don Bosco al banco para cumplir su promesa a la Virgen. Con frecuencia Don Bosco empleaba lo que se ha llamado la «Bendición de María Auxiliadora»; una oración que había compuesto para suplicar el patrocinio de la Virgen ante el Señor por las personas necesitadas. Son innumerables los testimonios de personas que recibieron favores de Dios por medio de la fervorosa oración de Don Bosco. Bien dice Santiago que «la oración ferviente del justo tiene mucho poder ante Dios» (St 5,16). Le llevaron a Don Bosco a un hombre que apenas se podía mover con sus muletas. Todos pudieron ver cómo aquel hombre, que durante 18 años había llevado muletas, se retiraba totalmente curado. Una madrugada dejaron en la puerta de la Iglesia a un tullido. Se lo llevaron a la sacristía a Don Bosco. Aquel dichoso hombre salió caminando de la iglesia. El Padre Dalmazzo, al ver los prodigios que se obraban cuando Don Bosco daba la bendición de María Auxiliadora, le objetó: «Yo he dado también muchas veces la bendición de María Auxiliadora, y no sucede nada». Don Bosco le contestó: «Es que no tienes fe». Don Bosco había experimentado muchas veces el poder de la oración de la Virgen María, por eso acudía a ella con todo su amor y confianza, con la seguridad que ella, como en las bodas de Caná, lo llevaría directamente a Jesús, para que cambiara el agua de las malas circunstancias en el vino de la gracia, del milagro. Una auténtica devoción Durante algún tiempo se malentendió la devoción a la Virgen María; hubo exceso de piropos marianos, no del todo ortodoxos; abundó el sentimentalismo. Tanto el Concilio, como «El culto mariano», de Pablo VI, y «La Madre del Redentor», de Juan Pablo II, han dado pautas muy precisas para la renovación de la devoción a la Virgen María. Debe ser una devoción sólida, basada en la Biblia y en la Tradición. Debe ser eficaz, es decir, debe llevar al individuo a imitar a la Virgen María, que fue la que mejor «escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica» (Lc 8,21). El cuadro de María Auxiliadora, que está en la Basílica de Turín, es una muestra fehaciente de esa sólida devoción de Don Bosco, fundamentada en la Biblia y en la Tradición. Don Bosco llamó al pintor Lorenzone y le describió cómo había concebido el cuadro: arriba, las tres divinas personas; más abajo, la Virgen María rodeada de los apóstoles, los profetas, los santos. Al pie del cuadro, la Iglesia de San Pedro, en Roma. Ese cuadro parece arrancado de una página del libro de los Hechos de los apóstoles. Allí 53
  • 54. está la Iglesia que aparece el día de Pentecostés: los apóstoles, los discípulos, la Virgen María. Ese era el concepto teológico-bíblico que Don Bosco tenía acerca del papel de la Virgen María, como Madre, en la Iglesia. Esto lo expresó en seis folletos que escribió acerca de la devoción a la Virgen María. Para Don Bosco, la devoción a la Virgen María debía ser eminentemente CRISTOCÉNTRICA. Los «meses» y «novenas» a María, según Don Bosco, debían culminar en una buena confesión y comunión. Para Don Bosco no existía la falsa idea de que la Virgen introduce a los pecadores por una puerta «clandestina» en el cielo. Para Don Bosco la Virgen María es la Maestra que Jesús le entregó, y que exige disciplina y cumplimiento del deber. Para Don Bosco, la devoción a la Virgen María se sintetiza en cumplir lo que Dios manda. La Virgen es la que no deja de ordenar: «Hagan lo que él les diga» (Jn 2,5). El especialista en pedagogía, el Padre Pietro Braido, afirma que en el sistema educativo de Don Bosco, la devoción a la Virgen María es un «incentivo sicológico». Cita el caso del joven Miguel Magone que, de muchacho díscolo, se convierte en un joven santo. Miguel Magone evitaba el pecado porque «no quería disgustar a la Madre de Jesús». 54
  • 55. 55
  • 56. Se la llevó también a su casa El primer devoto de la Virgen María, según la Biblia, fue el apóstol, Juan. Al pie de la cruz, la recibió como la madre de la Iglesia. Se la llevó a su casa. No deja de ser muy llamativo que San Juan se muestra el evangelista más espiritual, el más teólogo, el más visionario. La presencia de la Virgen María en su casa tiene que haber sido algo decisivo en su vida espiritual para conocer mejor a Jesús y darle su sí más rotundo, como la Virgen María. No hay santo de la Iglesia católica que no haya descubierto en su vida el regalo que Jesús nos dejó cuando nos invitó a llevarnos a nuestra casa a la Virgen María. San Juan Bosco fue uno de esos santos que nació en un hogar en donde se veneraba con fervor a la Madre de Jesús. Juan Bosco, como el Evangelista Juan, se llevó también él a su casa, a su vida, a la Virgen María; fue su “bastón de Moisés», que Jesús le entregó para que llevara adelante con éxito la misión juvenil que le encomendaba. Habría que escribir varios tomos para recoger los innumerables favores, gracias y milagros que Don Bosco consiguió en su vida por mediación de la Virgen María Auxiliadora. Jesús, a Juan Evangelista, le dijo: “He ahí a tu Madre”. Y él se la llevó a su casa. Al jovencito Juan Bosco, Jesús, en el sueño de los nueve años, le dice: «Yo te daré la maestra». Y Juan Bosco recibe ese inapreciable regalo del cielo para beneficio de su obra juvenil. La presencia de la Virgen en un hogar, en una vida, es como la señal segura de la bendición. Cuando la Virgen María llega a la casa de Santa Isabel, al punto, Isabel queda llena del Espíritu Santo, y el niño -Juan Bautista-, que llevaba en su seno, queda santificado. La Virgen María, a donde va, lleva a Jesús. Ella nunca se presenta sola. Ella está para mostrar a Jesús como lo hizo con los Magos y con los pastores de Belén. Los de la familia de Caná de Galilea también tuvieron la suerte de haber invitado a su casa a la Virgen María. Por poco se les arruina la fiesta con la falta de vino. Pero, allí estaba la Señora del gran corazón y del ojo atento para toda necesidad de sus hijos. María acudió al punto a su Hijo. Y cuando la Virgen María pide, siempre sucede algo. El agua se convirtió en vino. En los hogares en donde se honra a la Virgen María, este milagro no deja de estar de moda. Ahí las penas se convierten en gozo. Los hijos descarriados se tornan hijos pródigos que vuelven al hogar. Las angustias se convierten en aleluyas de agradecimiento. Don Bosco estaba en su lecho de muerte. Pocos momentos faltaban para que cerrara sus ojos para siempre. El primer sucesor de Don Bosco, el Padre Miguel Rúa -Beato- se le acercó para pedirle un último consejo. Don Bosco no dudó en decirle: «Recomiendo la devoción a María Auxiliadora». El Padre Rúa comentó que podría servir como aguinaldo para el año nuevo. Don Bosco complementó: «No, esto es para toda la vida». Don Bosco tenía experiencia de lo que era «llevarse a la Virgen Auxiliadora a su casa». 56
  • 57. Sabía que era uno de los grandes obsequios de Jesús para la salvación de sus hijos. Para Don Bosco María Auxiliadora, había sido ese «acueducto» por medio del cual había recibido infinidad de Gracias de Dios en su vida. Por eso, sin dudarlo, repitió muchas veces en su vida: «Sean devotos de María Auxiliadora, ¡y verán lo que son los milagros!» Ponerse en manos de la Virgen María es exponerse a ser llevados directamente a Jesús, el puente directo que nos conduce hacia el Padre por medio del Espíritu Santo. 57
  • 58. 58
  • 59. 59
  • 60. 13. Los santos nunca mueren El único remedio -Y bien, doctor Combal, ¿cuál es su dictamen?- -Don Bosco, usted ha consumido su vida por exceso de trabajo. Su organismo es como un traje usado; el tejido está totalmente gastado por excesivo uso. ¿Remedio? Meter el traje en el armario, quiero decir, el reposo más absoluto. -Doctor, el remedio que me receta es el único que no puedo aceptar... Es imposible detener la máquina; hay mucho trabajo por delante. Y la máquina, a pesar del mandato del médico francés, continuó trabajando. Las manos de Don Bosco no cesaban de dar absoluciones a la multitud de jóvenes que asediaban su confesionario. Don Bosco continuaba siendo el andariego incansable, en busca de dinero y más dinero para sus obras; por sus manos pasaban millones de liras sin hacer escala, ya que las necesidades iban en proporción directa a los donativos. Sobre su escritorio, diariamente, aparecían centenares de cartas que el santo con su escasa vista leía despaciosamente y contestaba. Las audiencias aumentaban cada vez más; la fama de su santidad había traspasado las fronteras de Italia, y desde Francia, España, Inglaterra venían a buscar el acertado consejo del santo turinés. Un día, aquella máquina ya no pudo marchar. El 3 de diciembre de 1887, Don Bosco se vio en la imposibilidad de continuar celebrando misa. Sus piernas varicosas ya no lo sostenían, sus manos se iban volviendo frías y entumecidas, y sus ojos ya no veían con claridad. A pesar de todo, Don Bosco continuaba siendo el hombre sonriente y jovial. En uno de sus últimos paseos no cesaba de recitar versos y más versos de autores latinos e italianos; todos admiraban la frescura de su memoria y su gusto artístico al comentar a los poetas. A su enfermero le decía: «Tráeme un café caliente, pero que esté bien frío». A un grupo de amigos, que lo visitaban, les preguntó con mucha seriedad: «¿Hay alguien que conozca alguna fábrica de fuelles?» “¿Y para qué Don Bosco?” “Es que deseo comprar unos fuelles ya que mis pulmones no sirven para nada”. Su feroz enfermedad no retrocedía. Los periódicos del mundo, diariamente, informaban acerca de la enfermedad del santo italiano. Alguien le propuso a Don Bosco que con su oración se uniera a los ruegos que de todas partes se elevaban por su salud. «Si supiera -dijo- que con decir una sola jaculatoria me curaría, no la diría para que se cumpla en mí la voluntad de Dios». Llegó la madrugada del día 31 de enero de 1888. Alrededor del lecho de Don Bosco se habían congregado sus hijos, los Salesianos, que silenciosos veían a su Padre que se les iba. Afuera una multitud de jóvenes y de amigos esperaban angustiados la fatal noticia. Eran las cuatro y cuarenta y cinco. Después de tres suspiros intermitentes, Don Bosco se quedó exánime para siempre. Contaba 72 años, cinco meses, quince días. 60
  • 61. En los altares La tumba de Don Bosco se convirtió en meta frecuentadísima de centenares de peregrinos. Allí brotaban los milagros con la misma espontaneidad y frecuencia con que reventaban las flores silvestres, que manos campesinas y sencillas habían sembrado cabe la tumba del santo. Era el cielo que hablaba a través de los prodigios, proclamando la santidad exquisita de aquel sacerdote humilde que había ofrendado su vida en pro de la juventud pobre. Roma se apresuró a llevar a los altares al que ya millares de devotos llevaban en el corazón. En 1907, lo declaró Venerable. El 22 de junio de 1929, el Papa Pío XI lo proclamó Beato. El mismo Sumo Pontífice -apellidado el Papa de Don Bosco- lo elevó al honor de los Altares, el primero de abril de 1934. A la bullanga de las mañaneras campanas de Pascua se unieron las 50,000 voces de italianos y de peregrinos, que habían acudido de todas partes del mundo, para vitorear al nuevo santo. Mientras las bien timbradas trompetas de San Pedro lanzaban a los vientos sus notas agudas y vibrantes, la multitud, en un delirio de gozo, invocaba al nuevo santo: SAN JUAN BOSCO, RUEGA POR NOSOTROS. A su tiempo todo lo comprenderás... Mañana del año 1887. Don Bosco celebra misa en el Templo del Sagrado Corazón, que él mismo construyera en Roma. Quince veces ha tenido que suspender la celebración del santo sacrificio porque un torrente de lágrimas le impide continuar. Ya en la sacristía, su secretario, el padre Viglietti, le pregunta: “Don Bosco, ¿qué le pasaba en la misa?” “¡Ah!, querido hijo, durante toda la misa, aquel sueño, que tuve cuando era un niño de nueve años, me obsesionaba. He vuelto a verme pastorcillo en I Becchi, alegándole a la celestial Señora de mi sueño que no me mandara COSAS IMPOSIBLES. Ella, por toda respuesta, me dijo sonriente: A SU TIEMPO TODO LO COMPRENDERAS... Sí, querido Viglietti, ahora lo comprendo todo”. En aquel entonces contaba Don Bosco 72 años; desde la cumbre de su vida veía el triunfo de sus obras. La humilde galera de la casa Pinardi se había transformado, como por encanto, en un edificio esbelto que albergaba a 800 muchachos. Aquellos 22 jóvenes salesianos -sus primeros colaboradores- se habían multiplicado y habían traspasado las fronteras de Italia, llegando como misioneros hasta las lejanas tierras de la Patagonia. De la noche a la mañana, habían surgido colegios, orfanatos, oratorios festivos, iglesias, escuelas de artes y oficios. Don Bosco lloraba y reía a la vez, recordando aquel día en que dos sacerdotes «hipersicólogos» habían intentado llevarlo a un manicomio porque lo creyeron loco, cuando él, entusiasmado, les exponía sus proyectos de fundar una congregación y de disponer de muchos edificios para atender a millares de jóvenes. No. ¡Aquella no era una locura! ¡Era la pura realidad ahora patente! Y el septuagenario anciano reía y reía mientras unos lagrimones rodaban a saltitos por sus mejillas... «Sí, AHORA LO COMPRENDO TODO...». 61
  • 63. 63