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Imperio Romano
  1 INTRODUCCIÓN
Como Imperio Romano se conoce al periodo de la historia de Roma caracterizado por
un régimen político dominado por un emperador, que comprende desde el momento
en que Octavio recibió el título de Augusto (27 a.C.) hasta la disolución del Imperio
romano de Occidente (476 d.C.).

   2 AUGUSTO Y LA DINASTÍA JULIA-CLAUDIA
El Imperio sucedió a la República de Roma y Augusto, como princeps (primer
ciudadano) mantuvo la constitución republicana hasta el año 23 a.C. en que el
poder tribunicio y el imperium militar (o mando supremo) fueron revestidos con la
autoridad real. El Senado conservó el control de Roma, la península Itálica y las
provincias más romanizadas y pacíficas. Las provincias fronterizas, donde fue
preciso el acuartelamiento estable de legiones, estaban gobernadas por legados,
nombrados y controlados directamente por Augusto. La corrupción y extorsión que
habían caracterizado a la administración provincial romana durante el último siglo
de la República no fue tolerada, de lo que se beneficiaron en especial las provincias.
Augusto introdujo numerosas reformas sociales, entre ellas las que pretendían
restaurar las tradiciones morales del pueblo romano y la integridad del matrimonio;
intentó combatir las costumbres licenciosas de la época y recuperar los antiguos
festivales religiosos. Embelleció Roma con templos, basílicas y pórticos en lo que
parecía el nacimiento de una era de paz y prosperidad. Este periodo representa la
culminación de la edad de oro de la literatura latina, en la que destacan las obras
poéticas de Virgilio, Horacio y Ovidio, y la monumental obra en prosa de Tito Livio
Ab urbe condita libri (Décadas).

Con el establecimiento de un sistema de gobierno imperial, la historia de Roma se
identificó en gran medida con los reinados de cada uno de los emperadores. El
emperador Tiberio, sucesor de su padrastro Augusto desde el 14 d.C., competente
gestor, fue objeto del descontento y de la sospecha general; apoyándose en el poder
militar, mantuvo en Roma a su Guardia Pretoriana (las únicas tropas permitidas en
la capital), siempre prestas a su llamada. Fue sucedido por el tiránico y
mentalmente inestable Calígula (37-41). A su muerte el título imperial pasó a
Claudio I, cuyo mandato contempló la conquista de Britania y continuó las obras
públicas y las reformas administrativas iniciadas por César y Augusto. Su hijo
adoptivo Nerón inició su gobierno bajo el sabio consejo y asesoramiento del filósofo
Lucio Anneo Séneca y de Sexto Afranio Burro, prefecto de la Guardia Pretoriana; sin
embargo, sus posteriores excesos de poder le condujeron a su derrocamiento y
suicidio en el 68 d.C., lo que supuso el fin de la dinastía Julia-Claudia.
3 DINASTÍAS DEL LOS FLAVIOS Y LOS ANTONINOS (69-192)
Los breves reinados de Galba, Otón y Vitelio entre los años 68 y 69 d.C. fueron
seguidos por el de Vespasiano, que junto a sus hijos, los emperadores Tito y
Domiciano, constituyen la dinastía de los Flavios (69-96). Resucitaron la sencillez de
la corte en los comienzos del Imperio e intentaron restaurar la autoridad del Senado
y promover el bienestar del pueblo. Fue durante el reinado de Tito cuando se
produjo la erupción del Vesubio que devastó la zona al sur de Nápoles donde se
encontraban las ciudades de Herculano y Pompeya. Aunque la literatura floreció
durante el reinado de Domiciano, éste se convirtió en sus últimos años en una
persona cruel y un gobernante tiránico. Este periodo de terror sólo acabó con su
asesinato.

Marco Coceyo Nerva (96-98) fue el primero de los denominados ‘cinco buenos
emperadores’ junto a Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio. Cada uno de
ellos era elegido y adoptado legalmente por su predecesor según su habilidad e
integridad. Trajano llevó a cabo una campaña contra los dacios, armenios y partos,
permitiendo que el Imperio alcanzara su mayor extensión territorial; también
destacó por su excelente administración. El escritor satírico Juvenal, el orador y
escritor Plinio el Joven y el historiador Tácito vivieron bajo el reinado de Trajano. Los
21 años de gobierno de Adriano también fueron un periodo de paz y prosperidad;
tras ceder algunos de los territorios más orientales, Adriano consolidó el resto del
Imperio y estabilizó sus fronteras. El reinado de su sucesor, Antonino Pío se
caracterizó igualmente por el orden y la paz. Las incursiones de varios pueblos
emigrantes sobre diversas zonas del Imperio agitaron el reinado del siguiente
emperador, el filósofo estoico Marco Aurelio, que gobernó junto a Lucio Aurelio Vero
hasta el fallecimiento de este último. Marco Aurelio fue sucedido por su disoluto hijo
Lucio Aurelio Cómodo, considerado como uno de los más sanguinarios y licenciosos
tiranos de la historia. Fue asesinado en el 192 y con él finalizó la dinastía de los
Antoninos (96-192).

   4 DECADENCIA Y CAÍDA DEL IMPERIO
Los breves reinados de Publio Helvio Pertinax (193) y Didio Severo Juliano fueron
seguidos por el de Lucio Septimio Severo (193-211), primer emperador de la breve
dinastía de los Severos. Los emperadores de este linaje fueron: Caracalla (211-217),
Publio Septimio Geta (211-212, compartiendo el primer año de reinado de su
hermano Caracalla), Heliogábalo (218-222) y Severo Alejandro (222-235). Septimio
Severo fue un hábil gobernante; Caracalla fue famoso por su brutalidad y
Heliogábalo por su corrupción. Caracalla otorgó en el año 212 la ciudadanía romana
a todos los hombres libres del Imperio romano a fin de poder grabarlos con los
impuestos a los que sólo estaban sometidos los ciudadanos. Severo Alejandro
destacó por su justicia y sabiduría.
El periodo posterior a la muerte de Severo Alejandro (235) fue de gran confusión. De
los 12 emperadores que gobernaron en los 33 años siguientes, casi todos murieron
violentamente, por lo general a manos del Ejército, quien también los había
entronizado. Los emperadores ilirios, nativos de Dalmacia, lograron que se
desarrollara un periodo breve de paz y prosperidad. Esta nueva dinastía incluyó a
Claudio II el Gótico, que rechazó a los godos, y Aureliano, quien entre el 270 y el 275
derrotó a los godos, germanos y a la reina de Palmira, Septimia Zenobia, la cual
había ocupado Egipto y Asia Menor, restaurando la unidad del Imperio durante
algún tiempo. A Aureliano le siguieron una serie de emperadores relativamente
insignificantes hasta el ascenso al trono en el año 284 de Diocleciano.

Gobernante capaz, Diocleciano llevó a cabo un buen número de reformas sociales,
económicas y políticas: eliminó los privilegios económicos y políticos que habían
disfrutado Roma e Italia a costa de las provincias, intentó regular la creciente
inflación mediante el control de los precios de los alimentos y de otros productos
básicos, así como del salario máximo de los trabajadores, instituyó un nuevo
sistema de gobierno en el cual él y Aurelio Valerio Maximiano compartieron el título
de augusto, a fin de establecer una administración más uniforme en todo el Imperio.
Sus poderes fueron reforzados por el nombramiento de dos césares, Galerio y
Constancio, instaurando así el régimen de tetrarquía (dos augustos y dos césares).
Diocleciano controlaba Tracia, Egipto y Asia, mientras que su césar Galerio
gobernaba las provincias danubianas. Maximiano administraba Italia y África y su
césar Constancio, Hispania, la Galia y Britania. La tetrarquía creó una maquinaria
administrativa más sólida pero aumentó la ya enorme burocracia gubernamental
con cuatro sectores imperiales y sus correspondientes funcionarios, lo que supuso
una enorme carga financiera para los limitados recursos imperiales.

Diocleciano y Maximiano abdicaron en el 305 y dejaron a los dos nuevos césares
inmersos en una guerra civil, que no acabó hasta la ascensión del hijo de
Constancio Constantino I el Grande en el 312. Constantino, que había sido con
anterioridad césar en Britania derrotó a sus rivales en la lucha por el poder y
reunificó el Imperio de Occidente bajo su mando. Tras derrotar en el 324 a Licinio,
emperador de Oriente, Constantino quedó como único gobernante del mundo
romano. Se convirtió al cristianismo, que había hecho su aparición durante el
reinado de Augusto y que, a pesar de las numerosas persecuciones de que fue
objeto, se había difundido durante el mandato de los últimos emperadores y, a
finales del siglo IV, se convirtió en la religión oficial del Imperio. Constantino
estableció la capital en Bizancio, ciudad reconstruida en el 330 y rebautizada con el
nombre de Constantinopla (actual Estambul). La muerte de Constantino (337)
marcó el inicio de la guerra civil entre los césares rivales, que continuó hasta que su
único hijo vivo, Constancio II reunificó el Imperio bajo su mando en el 351. Fue
sucedido por Juliano el Apóstata, conocido por tal nombre a causa de su renuncia al
cristianismo, y éste por Joviano (363-364).
A continuación el Imperio volvió a escindirse, aunque bajo el reinado de Teodosio I
estuvo unido por última vez tras la muerte del emperador de Occidente Valentiniano
II. Cuando falleció Teodosio (395), sus dos hijos se repartieron el Imperio: Arcadio se
convirtió en emperador de Oriente (395-408) y Flavio Honorio en emperador de
Occidente (395-423).

En el siglo V las provincias del Imperio romano de Occidente se empobrecieron por
los impuestos exigidos para el mantenimiento del Ejército y de la burocracia;
también a causa de la guerra civil y de las invasiones de los pueblos germanos. Al
principio la política conciliadora con los invasores al nombrarles para cargos
militares en el Ejército romano y administrativos en el gobierno, tuvo éxito. No
obstante, los pueblos invasores del Este emprendieron gradualmente la conquista
del Occidente y a finales del siglo IV Alarico I, rey de los visigodos, ocupó Iliria y
arrasó Grecia; en el 410 conquistó y saqueó Roma, pero murió poco después. Su
sucesor Ataúlfo (410-415) dirigió a los visigodos a la Galia y en el 419 el rey visigodo
Valia recibió autorización del emperador Flavio Honorio para asentarse en el
suroeste de la Galia, donde fundó un reino visigodo. En torno a estas fechas los
vándalos, suevos y alanos ya habían invadido Hispania, por lo que Flavio Honorio se
vio obligado a reconocer la autoridad de estos pueblos sobre esa provincia. Durante
el reinado de su sucesor, Valentiniano III, los vándalos, bajo el mando de Genserico
conquistaron Cartago, mientras que la Galia e Italia eran invadidas por los hunos,
encabezados por Atila. Éste marchó primero sobre la Galia pero los visigodos, ya
cristianizados y leales a Roma, le hicieron frente. En el año 451 un ejército de
romanos y visigodos, mandado por Flavio Aecio, derrotó a los hunos en la batalla de
los Campos Cataláunicos. En el año siguiente Atila invadió Lombardía, pero no pudo
seguir avanzando hacia el sur y falleció en el año 453. En el 455, Valentiniano,
último miembro del linaje de Teodosio en Occidente, fue asesinado. En el periodo
comprendido entre su muerte y el año 476 el título de emperador de Occidente fue
ostentado por nueve gobernantes, aunque el auténtico poder en la sombra era el
general romano de origen suevo Ricimer, llamado también el ‘proclamador de reyes’.
Rómulo Augústulo, último emperador de Occidente, fue depuesto por el jefe de los
hérulos Odoacro, a quien sus tropas proclamaron rey de Italia en el año 476. El
Imperio de Oriente, también llamado Imperio bizantino, perduraría hasta 1453.
Imperio bizantino
   1 INTRODUCCIÓN
El Imperio bizantino fue la parte oriental del Imperio romano que sobrevivió a la
caída del Imperio de Occidente en el siglo V, su capital fue Constantinopla (la actual
Estambul, en Turquía) y su duración se prolongó hasta la toma de ésta por los
otomanos en 1453.

Constantinopla se convirtió en la capital del Imperio romano de Oriente en el 330,
después de que Constantino I el Grande, el primer emperador cristiano, la fundara
en el lugar de la antigua ciudad de Bizancio, dándole su propio nombre. De forma
gradual la desarrolló hasta convertirla en una verdadera capital de las provincias
romanas orientales, es decir, aquellas áreas del Imperio localizadas en el sureste de
Europa, suroeste de Asia y en el noreste de África, que también incluían los actuales
países de la península de los Balcanes, Turquía occidental, Siria, Jordania, Israel,
Líbano, Chipre, Egipto y la zona más oriental de Libia.

Los investigadores lo han llamado Imperio bizantino según el antiguo nombre de su
capital, Bizancio, o también Imperio romano de Oriente, pero para los coetáneos, y
en la terminología oficial de la época, era simplemente Roma y sus ciudadanos eran
romanos (en griego, rhomaioi). El griego era la lengua principal, aunque algunos
habitantes hablaban latín, copto, sirio, armenio y otras lenguas locales a lo largo de
su historia. Sus emperadores consideraron los límites geográficos del Imperio
romano como los suyos propios y buscaron en Roma sus tradiciones, sus símbolos y
sus instituciones. El Imperio, regido por un emperador (en griego, basileus) sin una
constitución formal, lentamente formó una síntesis a partir de las instituciones
tardorromanas, del cristianismo ortodoxo y de la cultura y lengua griegas.

   2 ETAPA INICIAL
Constantino I estableció las bases de la armonía entre las autoridades eclesiásticas
y las imperiales que duró a lo largo de la historia del Imperio. Éstas incluían la
creación de un sistema monetario basado en el solidus de oro, o nomisma, que
perduró hasta la mitad del siglo XII. La prosperidad comercial de los siglos IV, V y VI
hizo posible el auge de muchas antiguas ciudades. Las grandes propiedades
dominaban el mundo rural y aunque los elevados impuestos tuvieron como
consecuencia el abandono de la tierra, la agricultura permaneció como la principal
fuente de riqueza del Imperio. La Iglesia y la monarquía adquirieron vastos
territorios, convirtiéndose de este modo en los mayores terratenientes del Imperio.
Una rigurosa regulación imperial sobre la pureza y suministro de los metales
preciosos, al igual que sobre la organización del comercio y la actividad artesanal,
caracterizaron la vida económica.
El emperador Justiniano I y su esposa, Teodora, intentaron restaurar la antigua
majestuosidad y los límites geográficos del Imperio romano. Entre el 534 y el 565
reconquistaron el norte de África, Italia, Sicilia, Cerdeña y algunas zonas de la
península Ibérica. Sin embargo, este esfuerzo, junto con los importantes gastos
contraídos al construir edificios públicos e iglesias, como la basílica de Santa Sofía
en Constantinopla, agotaron los recursos económicos del Imperio a la vez que
distintas plagas diezmaron su población.

   3 EL IMPERIO ASEDIADO
El Imperio sobrevivió a las migraciones e incursiones de los godos y de los hunos
durante los siglos V y VI, y estableció una frontera razonablemente segura en el este
frente al Imperio persa de los Sasánidas, pero no pudo recobrar y gobernar todo el
Mediterráneo. Durante la segunda mitad del siglo VI, los lombardos invadieron y
ocuparon de forma gradual gran parte de la antigua Italia bizantina, excepto Roma,
Ravena, Nápoles y el sur más lejano, a la vez que los ávaros realizaban incursiones y
despoblaban gran parte de los Balcanes bizantinos.

Muchas de las características del Imperio y de su cultura cambiaron durante el siglo
VII. La mayor parte de los Balcanes se perdieron a manos de los ávaros y de tribus
eslavas, que se reasentaban en lugares abandonados. Mientras, el asesinato en el
602 de Mauricio, el primer emperador bizantino fallecido a causa de una muerte
violenta, supuso el inicio de una guerra civil y una guerra exterior. El emperador
Heraclio I acabó finalmente con una larga serie de guerras con los persas, tras una
decisiva victoria en el 628, y recuperó la Siria ocupada por aquéllos, así como
Palestina y Egipto, aunque no pudo evitar que el rey visigodo Suintila expulsara en
el 625 a sus tropas de la estrecha franja costera mediterránea que los bizantinos
poseían en la península Ibérica.

El agotamiento producido por estas guerras y las ásperas disputas religiosas entre
cultos cristianos rivales, hundieron las defensas y la moral bizantinas, dejando al
Imperio en condiciones muy precarias para hacer frente a otro peligro en la década
siguiente. Entre los años 634 y 642, los árabes, motivados por una nueva religión, el
islam, conquistaron Palestina, Siria, Mesopotamia y Egipto. Constantinopla aguantó
grandes asedios por parte de los árabes en la década del 670 y durante los años 717
al 718; igualmente, el Asia Menor bizantina sobrevivió a incursiones casi anuales de
los musulmanes. Mediante un proceso, que sigue siendo controvertido entre los
historiadores, los ejércitos del Imperio bizantino fueron transformados en una fuerza
expedicionaria de elite llamada tagmata y se organizaron unos distritos militares
llamados temas (themata). Cada tema estaba mandado por un strategos, o general,
revestido de autoridad civil y militar en todo su distrito; los soldados de estos
ejércitos adquirieron tierras exentas de impuestos y preservaron el corazón del
Imperio, a la vez que evitaban la ruinosa pérdida de dinero que habían supuesto los
ejércitos asalariados del periodo anterior a las invasiones de los árabes. La vida
urbana y el comercio decayeron, excepto en la ciudad portuaria griega de Tesalónica
y en la propia Constantinopla. La situación bélica y la consecuente inseguridad
inhibió a la agricultura y a la educación. El Imperio, con unos recursos limitados, no
pudo mantener por más tiempo la integridad territorial, las infraestructuras y la
complejidad del Imperio tardorromano. Aún así, logró subsistir y adaptarse a sus
limitadas circunstancias.

    4 PERIODO DE RECONQUISTA
Al inicio del siglo IX, el Imperio bizantino experimentó una gran recuperación que
adoptó distintos aspectos. La ofensiva musulmana se detuvo en la frontera oriental
por dos razones: por la decadencia del califato Abasí y por la habilidad de la
estrategia bizantina. Los ejércitos imperiales comenzaron a recuperar territorios en
el sureste de Asia Menor a principios del siglo X. Las tierras perdidas a manos de los
eslavos en Grecia, Macedonia y en Tracia fueron reconquistadas y reorganizadas. La
recuperación alcanzó su plenitud bajo el largo reinado de la dinastía Macedónica,
que comenzó en el 867 con su fundador, el emperador Basilio I, y que duró hasta
1057. La vida intelectual revivió: se copiaron y extractaron antiguos manuscritos; se
compilaron enciclopedias y obras de referencia; las matemáticas, la astronomía y la
literatura recibieron otra vez una gran atención. El renacimiento cultural estuvo
acompañado por un retorno consciente a los modelos clásicos en el arte y en la
literatura. El comercio exterior también se intensificó en el Mediterráneo y en el mar
Negro.

Bulgaria decayó y fue ocupada por los ejércitos bizantinos en la década del 970, a la
vez que éstos recuperaban a los musulmanes tierras al sur de la cadena montañosa
del Taurus, incluyendo zonas del norte de Mesopotamia, del norte de Siria y de la
costa norte de Siria.

El más grande emperador de la dinastía Macedónica fue Basilio II, que reprimió
vigorosamente una amplia rebelión búlgara en el 1014 y amplió su control de los
antiguamente independientes principados de Armenia y Georgia. Sus esfuerzos, al
igual que los de sus predecesores, para invertir la creciente concentración de tierras
en las manos de unos pocos propietarios y de la Iglesia, fracasaron en última
instancia. Aunque sustituyó a muchas viejas familias por un nuevo grupo de
familias leales, su creciente riqueza y poder perjudicó de forma notable a los
ingresos, a la autoridad del Estado y a los recursos militares del Imperio.

Tras la muerte de Basilio II, el Imperio disfrutó de una expansión y prosperidad
económica, pero padeció una serie de emperadores mediocres que renegaron de
nuevos progresos tecnológicos, culturales y económicos provenientes del occidente
europeo y del mundo islámico, al tiempo que el ejército sufría una fuerte
decadencia. Los Selyúcidas, después de realizar diversas incursiones devastadoras
sobre los territorios orientales del Imperio, derrotaron a un ejército imperial en la
batalla de Mantzikert (1071), que tuvo lugar en las cercanías del lago Van (en el este
de la actual Turquía), e invadieron la mayor parte del Asia Menor bizantina. Los
viejos ejércitos de los temas habían decaído. Mientras, los bizantinos perdieron sus
últimas posesiones en Italia y fueron separados del occidente cristiano a causa del
cisma de 1054 abierto entre la Iglesia ortodoxa y el Papado.

  5 DECADENCIA Y CAÍDA
Pese a la ruptura religiosa, el emperador Alejo I Comneno pidió en 1095 ayuda al
papa Urbano II para luchar contra la dinastía turca de los Selyúcidas. El occidente
europeo respondió con la primera Cruzada.

Aunque en un primer momento el Imperio se benefició de las Cruzadas,
recuperando algunos territorios en Asia Menor, éstas precipitaron su decadencia.
Las ciudades mercantiles italianas recibieron especiales privilegios comerciales en
territorio bizantino, controlando así gran parte del comercio y de la riqueza del
Imperio. Éste experimentó cierta prosperidad en el siglo XII, pero su poder político y
militar se desvaneció. Los cruzados, aliados con la república de Venecia, sacaron
provecho de las luchas intestinas en Constantinopla para apoderarse y saquear la
ciudad en 1204, estableciendo el denominado Imperio latino de Constantinopla.
Surgieron núcleos de resistencia bizantina en Epiro (noroeste de Grecia), Trebisonda
(la actual Trabzon, en Turquía), y de forma especial en la ciudad y región de Nicea
(hoy Iznik, también en Turquía). El emperador Miguel VIII Paleólogo recuperó
Constantinopla de manos de los latinos en 1261 y fundó la dinastía de los Paleólogo,
que gobernó hasta 1453.

Los recursos del Imperio gobernado por los Paleólogo fueron muy limitados en
términos económicos y territoriales, así como en cuanto a la autoridad central. Las
condiciones agrícolas empeoraron para la población rural. Los turcos otomanos, en
plena ascensión, conquistaron los restos del Asia Menor bizantina a principios del
siglo XIV. Después de 1354 ocuparon los Balcanes y finalmente tomaron
Constantinopla, lo que supuso el fin del Imperio en 1453.

    6 LA FUNCIÓN IMPERIAL
El Imperio bizantino fue regido por unos emperadores autocráticos que constituían
la fuente de la autoridad gubernamental. Ellos fueron los responsables de mantener
la doctrina religiosa ortodoxa, situando toda la fuerza del poder imperial bajo una
uniformidad doctrinal. Los emperadores lucharon por esa uniformidad, en parte
para obtener el apoyo de la Iglesia, pero también porque creyeron que la
supervivencia y el bienestar del Imperio dependían del favor divino. En el 726, León
III el Isaurio instituyó la política contraria al uso de imágenes en el culto, o
iconoclasia, lo cual puso en marcha una controversia que duró hasta el 843, con
unas consecuencias de largo alcance para las relaciones entre la religión y el arte en
la sociedad bizantina. El emperador, encarnación viviente del derecho, emitió leyes,
y era el último intérprete del Derecho civil. La última responsabilidad en todas las
cuestiones políticas y militares recaía sobre él; jugó un papel decisivo en la
designación y cese del patriarca de Constantinopla y otros cargos eclesiásticos. El
emperador estaba a la cabeza de un espléndido protocolo oficial, y la sociedad
bizantina se caracterizaba por un firme sentido de jerarquía y una minuciosa
atención al protocolo. También fue uno de los más importantes protectores del arte y
arquitectura bizantinas.

   7 EL LEGADO BIZANTINO
Esta concepción de la autoridad imperial, la creación del alfabeto cirílico realizada
por los misioneros bizantinos para los pueblos eslavos, así como la conservación de
antiguos manuscritos griegos y de la cultura helénica por eruditos bizantinos han
sido las más importantes contribuciones del Imperio bizantino a la posterioridad. La
tradición intelectual bizantina no murió en 1453: los eruditos bizantinos que
visitaron Italia (bien por su cuenta, bien como enviados imperiales) durante los
siglos XIV y XV ejercieron una fuerte influencia sobre el renacimiento italiano. El
resurgimiento en el reinado de los Paleólogo de aspectos del clasicismo griego,
especialmente el enciclopedismo, la historia, literatura, filosofía, las matemáticas y
la astronomía, fue transmitido a una expectante audiencia de eruditos italianos y
residentes griegos en Italia; de este modo la cultura bizantina sobrevivió largo
tiempo a la desaparición del Imperio. Las tradiciones y conductas bizantinas
también pervivieron entre los griegos y los pueblos eslavos. La conversión de los
gobernantes búlgaros, serbios y rusos al cristianismo ortodoxo en los siglos IX y X
condujo a estos pueblos hacia las esferas cultural y religiosa bizantinas, e influyó de
manera notable en su desarrollo en época medieval y en los inicios de la edad
moderna.

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  • 1. Imperio Romano 1 INTRODUCCIÓN Como Imperio Romano se conoce al periodo de la historia de Roma caracterizado por un régimen político dominado por un emperador, que comprende desde el momento en que Octavio recibió el título de Augusto (27 a.C.) hasta la disolución del Imperio romano de Occidente (476 d.C.). 2 AUGUSTO Y LA DINASTÍA JULIA-CLAUDIA El Imperio sucedió a la República de Roma y Augusto, como princeps (primer ciudadano) mantuvo la constitución republicana hasta el año 23 a.C. en que el poder tribunicio y el imperium militar (o mando supremo) fueron revestidos con la autoridad real. El Senado conservó el control de Roma, la península Itálica y las provincias más romanizadas y pacíficas. Las provincias fronterizas, donde fue preciso el acuartelamiento estable de legiones, estaban gobernadas por legados, nombrados y controlados directamente por Augusto. La corrupción y extorsión que habían caracterizado a la administración provincial romana durante el último siglo de la República no fue tolerada, de lo que se beneficiaron en especial las provincias. Augusto introdujo numerosas reformas sociales, entre ellas las que pretendían restaurar las tradiciones morales del pueblo romano y la integridad del matrimonio; intentó combatir las costumbres licenciosas de la época y recuperar los antiguos festivales religiosos. Embelleció Roma con templos, basílicas y pórticos en lo que parecía el nacimiento de una era de paz y prosperidad. Este periodo representa la culminación de la edad de oro de la literatura latina, en la que destacan las obras poéticas de Virgilio, Horacio y Ovidio, y la monumental obra en prosa de Tito Livio Ab urbe condita libri (Décadas). Con el establecimiento de un sistema de gobierno imperial, la historia de Roma se identificó en gran medida con los reinados de cada uno de los emperadores. El emperador Tiberio, sucesor de su padrastro Augusto desde el 14 d.C., competente gestor, fue objeto del descontento y de la sospecha general; apoyándose en el poder militar, mantuvo en Roma a su Guardia Pretoriana (las únicas tropas permitidas en la capital), siempre prestas a su llamada. Fue sucedido por el tiránico y mentalmente inestable Calígula (37-41). A su muerte el título imperial pasó a Claudio I, cuyo mandato contempló la conquista de Britania y continuó las obras públicas y las reformas administrativas iniciadas por César y Augusto. Su hijo adoptivo Nerón inició su gobierno bajo el sabio consejo y asesoramiento del filósofo Lucio Anneo Séneca y de Sexto Afranio Burro, prefecto de la Guardia Pretoriana; sin embargo, sus posteriores excesos de poder le condujeron a su derrocamiento y suicidio en el 68 d.C., lo que supuso el fin de la dinastía Julia-Claudia.
  • 2. 3 DINASTÍAS DEL LOS FLAVIOS Y LOS ANTONINOS (69-192) Los breves reinados de Galba, Otón y Vitelio entre los años 68 y 69 d.C. fueron seguidos por el de Vespasiano, que junto a sus hijos, los emperadores Tito y Domiciano, constituyen la dinastía de los Flavios (69-96). Resucitaron la sencillez de la corte en los comienzos del Imperio e intentaron restaurar la autoridad del Senado y promover el bienestar del pueblo. Fue durante el reinado de Tito cuando se produjo la erupción del Vesubio que devastó la zona al sur de Nápoles donde se encontraban las ciudades de Herculano y Pompeya. Aunque la literatura floreció durante el reinado de Domiciano, éste se convirtió en sus últimos años en una persona cruel y un gobernante tiránico. Este periodo de terror sólo acabó con su asesinato. Marco Coceyo Nerva (96-98) fue el primero de los denominados ‘cinco buenos emperadores’ junto a Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio. Cada uno de ellos era elegido y adoptado legalmente por su predecesor según su habilidad e integridad. Trajano llevó a cabo una campaña contra los dacios, armenios y partos, permitiendo que el Imperio alcanzara su mayor extensión territorial; también destacó por su excelente administración. El escritor satírico Juvenal, el orador y escritor Plinio el Joven y el historiador Tácito vivieron bajo el reinado de Trajano. Los 21 años de gobierno de Adriano también fueron un periodo de paz y prosperidad; tras ceder algunos de los territorios más orientales, Adriano consolidó el resto del Imperio y estabilizó sus fronteras. El reinado de su sucesor, Antonino Pío se caracterizó igualmente por el orden y la paz. Las incursiones de varios pueblos emigrantes sobre diversas zonas del Imperio agitaron el reinado del siguiente emperador, el filósofo estoico Marco Aurelio, que gobernó junto a Lucio Aurelio Vero hasta el fallecimiento de este último. Marco Aurelio fue sucedido por su disoluto hijo Lucio Aurelio Cómodo, considerado como uno de los más sanguinarios y licenciosos tiranos de la historia. Fue asesinado en el 192 y con él finalizó la dinastía de los Antoninos (96-192). 4 DECADENCIA Y CAÍDA DEL IMPERIO Los breves reinados de Publio Helvio Pertinax (193) y Didio Severo Juliano fueron seguidos por el de Lucio Septimio Severo (193-211), primer emperador de la breve dinastía de los Severos. Los emperadores de este linaje fueron: Caracalla (211-217), Publio Septimio Geta (211-212, compartiendo el primer año de reinado de su hermano Caracalla), Heliogábalo (218-222) y Severo Alejandro (222-235). Septimio Severo fue un hábil gobernante; Caracalla fue famoso por su brutalidad y Heliogábalo por su corrupción. Caracalla otorgó en el año 212 la ciudadanía romana a todos los hombres libres del Imperio romano a fin de poder grabarlos con los impuestos a los que sólo estaban sometidos los ciudadanos. Severo Alejandro destacó por su justicia y sabiduría.
  • 3. El periodo posterior a la muerte de Severo Alejandro (235) fue de gran confusión. De los 12 emperadores que gobernaron en los 33 años siguientes, casi todos murieron violentamente, por lo general a manos del Ejército, quien también los había entronizado. Los emperadores ilirios, nativos de Dalmacia, lograron que se desarrollara un periodo breve de paz y prosperidad. Esta nueva dinastía incluyó a Claudio II el Gótico, que rechazó a los godos, y Aureliano, quien entre el 270 y el 275 derrotó a los godos, germanos y a la reina de Palmira, Septimia Zenobia, la cual había ocupado Egipto y Asia Menor, restaurando la unidad del Imperio durante algún tiempo. A Aureliano le siguieron una serie de emperadores relativamente insignificantes hasta el ascenso al trono en el año 284 de Diocleciano. Gobernante capaz, Diocleciano llevó a cabo un buen número de reformas sociales, económicas y políticas: eliminó los privilegios económicos y políticos que habían disfrutado Roma e Italia a costa de las provincias, intentó regular la creciente inflación mediante el control de los precios de los alimentos y de otros productos básicos, así como del salario máximo de los trabajadores, instituyó un nuevo sistema de gobierno en el cual él y Aurelio Valerio Maximiano compartieron el título de augusto, a fin de establecer una administración más uniforme en todo el Imperio. Sus poderes fueron reforzados por el nombramiento de dos césares, Galerio y Constancio, instaurando así el régimen de tetrarquía (dos augustos y dos césares). Diocleciano controlaba Tracia, Egipto y Asia, mientras que su césar Galerio gobernaba las provincias danubianas. Maximiano administraba Italia y África y su césar Constancio, Hispania, la Galia y Britania. La tetrarquía creó una maquinaria administrativa más sólida pero aumentó la ya enorme burocracia gubernamental con cuatro sectores imperiales y sus correspondientes funcionarios, lo que supuso una enorme carga financiera para los limitados recursos imperiales. Diocleciano y Maximiano abdicaron en el 305 y dejaron a los dos nuevos césares inmersos en una guerra civil, que no acabó hasta la ascensión del hijo de Constancio Constantino I el Grande en el 312. Constantino, que había sido con anterioridad césar en Britania derrotó a sus rivales en la lucha por el poder y reunificó el Imperio de Occidente bajo su mando. Tras derrotar en el 324 a Licinio, emperador de Oriente, Constantino quedó como único gobernante del mundo romano. Se convirtió al cristianismo, que había hecho su aparición durante el reinado de Augusto y que, a pesar de las numerosas persecuciones de que fue objeto, se había difundido durante el mandato de los últimos emperadores y, a finales del siglo IV, se convirtió en la religión oficial del Imperio. Constantino estableció la capital en Bizancio, ciudad reconstruida en el 330 y rebautizada con el nombre de Constantinopla (actual Estambul). La muerte de Constantino (337) marcó el inicio de la guerra civil entre los césares rivales, que continuó hasta que su único hijo vivo, Constancio II reunificó el Imperio bajo su mando en el 351. Fue sucedido por Juliano el Apóstata, conocido por tal nombre a causa de su renuncia al cristianismo, y éste por Joviano (363-364).
  • 4. A continuación el Imperio volvió a escindirse, aunque bajo el reinado de Teodosio I estuvo unido por última vez tras la muerte del emperador de Occidente Valentiniano II. Cuando falleció Teodosio (395), sus dos hijos se repartieron el Imperio: Arcadio se convirtió en emperador de Oriente (395-408) y Flavio Honorio en emperador de Occidente (395-423). En el siglo V las provincias del Imperio romano de Occidente se empobrecieron por los impuestos exigidos para el mantenimiento del Ejército y de la burocracia; también a causa de la guerra civil y de las invasiones de los pueblos germanos. Al principio la política conciliadora con los invasores al nombrarles para cargos militares en el Ejército romano y administrativos en el gobierno, tuvo éxito. No obstante, los pueblos invasores del Este emprendieron gradualmente la conquista del Occidente y a finales del siglo IV Alarico I, rey de los visigodos, ocupó Iliria y arrasó Grecia; en el 410 conquistó y saqueó Roma, pero murió poco después. Su sucesor Ataúlfo (410-415) dirigió a los visigodos a la Galia y en el 419 el rey visigodo Valia recibió autorización del emperador Flavio Honorio para asentarse en el suroeste de la Galia, donde fundó un reino visigodo. En torno a estas fechas los vándalos, suevos y alanos ya habían invadido Hispania, por lo que Flavio Honorio se vio obligado a reconocer la autoridad de estos pueblos sobre esa provincia. Durante el reinado de su sucesor, Valentiniano III, los vándalos, bajo el mando de Genserico conquistaron Cartago, mientras que la Galia e Italia eran invadidas por los hunos, encabezados por Atila. Éste marchó primero sobre la Galia pero los visigodos, ya cristianizados y leales a Roma, le hicieron frente. En el año 451 un ejército de romanos y visigodos, mandado por Flavio Aecio, derrotó a los hunos en la batalla de los Campos Cataláunicos. En el año siguiente Atila invadió Lombardía, pero no pudo seguir avanzando hacia el sur y falleció en el año 453. En el 455, Valentiniano, último miembro del linaje de Teodosio en Occidente, fue asesinado. En el periodo comprendido entre su muerte y el año 476 el título de emperador de Occidente fue ostentado por nueve gobernantes, aunque el auténtico poder en la sombra era el general romano de origen suevo Ricimer, llamado también el ‘proclamador de reyes’. Rómulo Augústulo, último emperador de Occidente, fue depuesto por el jefe de los hérulos Odoacro, a quien sus tropas proclamaron rey de Italia en el año 476. El Imperio de Oriente, también llamado Imperio bizantino, perduraría hasta 1453.
  • 5. Imperio bizantino 1 INTRODUCCIÓN El Imperio bizantino fue la parte oriental del Imperio romano que sobrevivió a la caída del Imperio de Occidente en el siglo V, su capital fue Constantinopla (la actual Estambul, en Turquía) y su duración se prolongó hasta la toma de ésta por los otomanos en 1453. Constantinopla se convirtió en la capital del Imperio romano de Oriente en el 330, después de que Constantino I el Grande, el primer emperador cristiano, la fundara en el lugar de la antigua ciudad de Bizancio, dándole su propio nombre. De forma gradual la desarrolló hasta convertirla en una verdadera capital de las provincias romanas orientales, es decir, aquellas áreas del Imperio localizadas en el sureste de Europa, suroeste de Asia y en el noreste de África, que también incluían los actuales países de la península de los Balcanes, Turquía occidental, Siria, Jordania, Israel, Líbano, Chipre, Egipto y la zona más oriental de Libia. Los investigadores lo han llamado Imperio bizantino según el antiguo nombre de su capital, Bizancio, o también Imperio romano de Oriente, pero para los coetáneos, y en la terminología oficial de la época, era simplemente Roma y sus ciudadanos eran romanos (en griego, rhomaioi). El griego era la lengua principal, aunque algunos habitantes hablaban latín, copto, sirio, armenio y otras lenguas locales a lo largo de su historia. Sus emperadores consideraron los límites geográficos del Imperio romano como los suyos propios y buscaron en Roma sus tradiciones, sus símbolos y sus instituciones. El Imperio, regido por un emperador (en griego, basileus) sin una constitución formal, lentamente formó una síntesis a partir de las instituciones tardorromanas, del cristianismo ortodoxo y de la cultura y lengua griegas. 2 ETAPA INICIAL Constantino I estableció las bases de la armonía entre las autoridades eclesiásticas y las imperiales que duró a lo largo de la historia del Imperio. Éstas incluían la creación de un sistema monetario basado en el solidus de oro, o nomisma, que perduró hasta la mitad del siglo XII. La prosperidad comercial de los siglos IV, V y VI hizo posible el auge de muchas antiguas ciudades. Las grandes propiedades dominaban el mundo rural y aunque los elevados impuestos tuvieron como consecuencia el abandono de la tierra, la agricultura permaneció como la principal fuente de riqueza del Imperio. La Iglesia y la monarquía adquirieron vastos territorios, convirtiéndose de este modo en los mayores terratenientes del Imperio. Una rigurosa regulación imperial sobre la pureza y suministro de los metales preciosos, al igual que sobre la organización del comercio y la actividad artesanal, caracterizaron la vida económica.
  • 6. El emperador Justiniano I y su esposa, Teodora, intentaron restaurar la antigua majestuosidad y los límites geográficos del Imperio romano. Entre el 534 y el 565 reconquistaron el norte de África, Italia, Sicilia, Cerdeña y algunas zonas de la península Ibérica. Sin embargo, este esfuerzo, junto con los importantes gastos contraídos al construir edificios públicos e iglesias, como la basílica de Santa Sofía en Constantinopla, agotaron los recursos económicos del Imperio a la vez que distintas plagas diezmaron su población. 3 EL IMPERIO ASEDIADO El Imperio sobrevivió a las migraciones e incursiones de los godos y de los hunos durante los siglos V y VI, y estableció una frontera razonablemente segura en el este frente al Imperio persa de los Sasánidas, pero no pudo recobrar y gobernar todo el Mediterráneo. Durante la segunda mitad del siglo VI, los lombardos invadieron y ocuparon de forma gradual gran parte de la antigua Italia bizantina, excepto Roma, Ravena, Nápoles y el sur más lejano, a la vez que los ávaros realizaban incursiones y despoblaban gran parte de los Balcanes bizantinos. Muchas de las características del Imperio y de su cultura cambiaron durante el siglo VII. La mayor parte de los Balcanes se perdieron a manos de los ávaros y de tribus eslavas, que se reasentaban en lugares abandonados. Mientras, el asesinato en el 602 de Mauricio, el primer emperador bizantino fallecido a causa de una muerte violenta, supuso el inicio de una guerra civil y una guerra exterior. El emperador Heraclio I acabó finalmente con una larga serie de guerras con los persas, tras una decisiva victoria en el 628, y recuperó la Siria ocupada por aquéllos, así como Palestina y Egipto, aunque no pudo evitar que el rey visigodo Suintila expulsara en el 625 a sus tropas de la estrecha franja costera mediterránea que los bizantinos poseían en la península Ibérica. El agotamiento producido por estas guerras y las ásperas disputas religiosas entre cultos cristianos rivales, hundieron las defensas y la moral bizantinas, dejando al Imperio en condiciones muy precarias para hacer frente a otro peligro en la década siguiente. Entre los años 634 y 642, los árabes, motivados por una nueva religión, el islam, conquistaron Palestina, Siria, Mesopotamia y Egipto. Constantinopla aguantó grandes asedios por parte de los árabes en la década del 670 y durante los años 717 al 718; igualmente, el Asia Menor bizantina sobrevivió a incursiones casi anuales de los musulmanes. Mediante un proceso, que sigue siendo controvertido entre los historiadores, los ejércitos del Imperio bizantino fueron transformados en una fuerza expedicionaria de elite llamada tagmata y se organizaron unos distritos militares llamados temas (themata). Cada tema estaba mandado por un strategos, o general, revestido de autoridad civil y militar en todo su distrito; los soldados de estos ejércitos adquirieron tierras exentas de impuestos y preservaron el corazón del Imperio, a la vez que evitaban la ruinosa pérdida de dinero que habían supuesto los ejércitos asalariados del periodo anterior a las invasiones de los árabes. La vida
  • 7. urbana y el comercio decayeron, excepto en la ciudad portuaria griega de Tesalónica y en la propia Constantinopla. La situación bélica y la consecuente inseguridad inhibió a la agricultura y a la educación. El Imperio, con unos recursos limitados, no pudo mantener por más tiempo la integridad territorial, las infraestructuras y la complejidad del Imperio tardorromano. Aún así, logró subsistir y adaptarse a sus limitadas circunstancias. 4 PERIODO DE RECONQUISTA Al inicio del siglo IX, el Imperio bizantino experimentó una gran recuperación que adoptó distintos aspectos. La ofensiva musulmana se detuvo en la frontera oriental por dos razones: por la decadencia del califato Abasí y por la habilidad de la estrategia bizantina. Los ejércitos imperiales comenzaron a recuperar territorios en el sureste de Asia Menor a principios del siglo X. Las tierras perdidas a manos de los eslavos en Grecia, Macedonia y en Tracia fueron reconquistadas y reorganizadas. La recuperación alcanzó su plenitud bajo el largo reinado de la dinastía Macedónica, que comenzó en el 867 con su fundador, el emperador Basilio I, y que duró hasta 1057. La vida intelectual revivió: se copiaron y extractaron antiguos manuscritos; se compilaron enciclopedias y obras de referencia; las matemáticas, la astronomía y la literatura recibieron otra vez una gran atención. El renacimiento cultural estuvo acompañado por un retorno consciente a los modelos clásicos en el arte y en la literatura. El comercio exterior también se intensificó en el Mediterráneo y en el mar Negro. Bulgaria decayó y fue ocupada por los ejércitos bizantinos en la década del 970, a la vez que éstos recuperaban a los musulmanes tierras al sur de la cadena montañosa del Taurus, incluyendo zonas del norte de Mesopotamia, del norte de Siria y de la costa norte de Siria. El más grande emperador de la dinastía Macedónica fue Basilio II, que reprimió vigorosamente una amplia rebelión búlgara en el 1014 y amplió su control de los antiguamente independientes principados de Armenia y Georgia. Sus esfuerzos, al igual que los de sus predecesores, para invertir la creciente concentración de tierras en las manos de unos pocos propietarios y de la Iglesia, fracasaron en última instancia. Aunque sustituyó a muchas viejas familias por un nuevo grupo de familias leales, su creciente riqueza y poder perjudicó de forma notable a los ingresos, a la autoridad del Estado y a los recursos militares del Imperio. Tras la muerte de Basilio II, el Imperio disfrutó de una expansión y prosperidad económica, pero padeció una serie de emperadores mediocres que renegaron de nuevos progresos tecnológicos, culturales y económicos provenientes del occidente europeo y del mundo islámico, al tiempo que el ejército sufría una fuerte decadencia. Los Selyúcidas, después de realizar diversas incursiones devastadoras sobre los territorios orientales del Imperio, derrotaron a un ejército imperial en la
  • 8. batalla de Mantzikert (1071), que tuvo lugar en las cercanías del lago Van (en el este de la actual Turquía), e invadieron la mayor parte del Asia Menor bizantina. Los viejos ejércitos de los temas habían decaído. Mientras, los bizantinos perdieron sus últimas posesiones en Italia y fueron separados del occidente cristiano a causa del cisma de 1054 abierto entre la Iglesia ortodoxa y el Papado. 5 DECADENCIA Y CAÍDA Pese a la ruptura religiosa, el emperador Alejo I Comneno pidió en 1095 ayuda al papa Urbano II para luchar contra la dinastía turca de los Selyúcidas. El occidente europeo respondió con la primera Cruzada. Aunque en un primer momento el Imperio se benefició de las Cruzadas, recuperando algunos territorios en Asia Menor, éstas precipitaron su decadencia. Las ciudades mercantiles italianas recibieron especiales privilegios comerciales en territorio bizantino, controlando así gran parte del comercio y de la riqueza del Imperio. Éste experimentó cierta prosperidad en el siglo XII, pero su poder político y militar se desvaneció. Los cruzados, aliados con la república de Venecia, sacaron provecho de las luchas intestinas en Constantinopla para apoderarse y saquear la ciudad en 1204, estableciendo el denominado Imperio latino de Constantinopla. Surgieron núcleos de resistencia bizantina en Epiro (noroeste de Grecia), Trebisonda (la actual Trabzon, en Turquía), y de forma especial en la ciudad y región de Nicea (hoy Iznik, también en Turquía). El emperador Miguel VIII Paleólogo recuperó Constantinopla de manos de los latinos en 1261 y fundó la dinastía de los Paleólogo, que gobernó hasta 1453. Los recursos del Imperio gobernado por los Paleólogo fueron muy limitados en términos económicos y territoriales, así como en cuanto a la autoridad central. Las condiciones agrícolas empeoraron para la población rural. Los turcos otomanos, en plena ascensión, conquistaron los restos del Asia Menor bizantina a principios del siglo XIV. Después de 1354 ocuparon los Balcanes y finalmente tomaron Constantinopla, lo que supuso el fin del Imperio en 1453. 6 LA FUNCIÓN IMPERIAL El Imperio bizantino fue regido por unos emperadores autocráticos que constituían la fuente de la autoridad gubernamental. Ellos fueron los responsables de mantener la doctrina religiosa ortodoxa, situando toda la fuerza del poder imperial bajo una uniformidad doctrinal. Los emperadores lucharon por esa uniformidad, en parte para obtener el apoyo de la Iglesia, pero también porque creyeron que la supervivencia y el bienestar del Imperio dependían del favor divino. En el 726, León III el Isaurio instituyó la política contraria al uso de imágenes en el culto, o iconoclasia, lo cual puso en marcha una controversia que duró hasta el 843, con unas consecuencias de largo alcance para las relaciones entre la religión y el arte en la sociedad bizantina. El emperador, encarnación viviente del derecho, emitió leyes,
  • 9. y era el último intérprete del Derecho civil. La última responsabilidad en todas las cuestiones políticas y militares recaía sobre él; jugó un papel decisivo en la designación y cese del patriarca de Constantinopla y otros cargos eclesiásticos. El emperador estaba a la cabeza de un espléndido protocolo oficial, y la sociedad bizantina se caracterizaba por un firme sentido de jerarquía y una minuciosa atención al protocolo. También fue uno de los más importantes protectores del arte y arquitectura bizantinas. 7 EL LEGADO BIZANTINO Esta concepción de la autoridad imperial, la creación del alfabeto cirílico realizada por los misioneros bizantinos para los pueblos eslavos, así como la conservación de antiguos manuscritos griegos y de la cultura helénica por eruditos bizantinos han sido las más importantes contribuciones del Imperio bizantino a la posterioridad. La tradición intelectual bizantina no murió en 1453: los eruditos bizantinos que visitaron Italia (bien por su cuenta, bien como enviados imperiales) durante los siglos XIV y XV ejercieron una fuerte influencia sobre el renacimiento italiano. El resurgimiento en el reinado de los Paleólogo de aspectos del clasicismo griego, especialmente el enciclopedismo, la historia, literatura, filosofía, las matemáticas y la astronomía, fue transmitido a una expectante audiencia de eruditos italianos y residentes griegos en Italia; de este modo la cultura bizantina sobrevivió largo tiempo a la desaparición del Imperio. Las tradiciones y conductas bizantinas también pervivieron entre los griegos y los pueblos eslavos. La conversión de los gobernantes búlgaros, serbios y rusos al cristianismo ortodoxo en los siglos IX y X condujo a estos pueblos hacia las esferas cultural y religiosa bizantinas, e influyó de manera notable en su desarrollo en época medieval y en los inicios de la edad moderna. Microsoft ® Encarta ® Biblioteca de Consulta 2002. © 1993-2001 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.