3. PROLOGO
El origen del presente trabajo se debe a una invitación
que el sociólogo berlinés Alfred Vierkant hizo al autor
para que redactara el artículo sobre la Edad Media y
el Renacimiento con destino al Diccionario de Sociolo-
gía. La amplitud que al correr de la pluma tomó el
tema del Renacimiento obligó a suprimir grandes par-
tes de lo escrito al incluirlo en el Diccionario. Entre
ellas figuraba el capítulo dedicado a estudiar el proble-
ma de las relaciones entre la clase capitalista poseedora
y los grupos intelectuales de humanistas. Para realzar
en lo posible la significación de ese problema concreto
publicó el autor un trabajo especial en el Arclziv für
Sozialwissenschaft. El deseo de presentar al público una
exposición de conjunto respecto a la cual tanto el ar-
tículo del Diccionario como el del Arclziv eran sólo par-
tes, cobró ma.yor fuerza al considerar que hasta el día
no se había hecho el intento de abarcar sociológicamen-
te, en todos los aspectos de su condición histórica, a
una época concreta. Con esto que decimos pretendemos
solicitar la indulgencia debida a todo primer intento
como el que este trabajo representa.
Las reservas que pudieran formularse son, por cier-
to, de muchas clases. Todas dependen de lo que se
proponga realizar una investigación sociológica. Ningu-
na puede llevarse a cabo sin aquel concepto del "tipo
ideal" que se debe al mayor de todos los sociólogos ale
manes conocidos, a Max Weber (que a la vez era un
historiador muy bien informado en múltiples aspectos).
Es verdad que sin esta construcción auxiliar nada puede
hacer el sociólogo, pero tampoco el historiador para
quien el trabajar con "épocas" significa algo más que
una "división" práctica y auxiliar, algo que encierra
ya un problema (y decisivo) que se refiere al "espíritu",
a la "esencia" de una época, por ejemplo, a la "esen-
cia" de la Edad Medía, del Renacimiento, etc. La res-
9
4. puesta a la cuestión sociológica, que debe ceñirse al
condicionamiento y a la función social del espíritu de
una época, es que tal espíritu se halla determinado siem-
pre por las clases que dominan económica, cultural y
políticamente. Se trata de analizar una civilización y de
poner al descubierto sus raíces. Desde dichos puntos
de vista enfoca el autor (familiarizado con el tema por
largos estudios culturales e histórico-espirituales) la
época del Renacimiento; es decir, trata de construir
lo típico según dicho sentido sociológico. Esto obliga a
limitar de propósito el campo visual a aquel círculo del
acaecer histórico en que las tendencias burguesas y es-
pecíficamente "modernas" son más tangibles y aparecen
con mayor precisión. Como el verdadero Renacimiento
es tan italiano —como la verdadera Edad Media y lo
verdadero "romántico" es alemán y la verdadera "Ilus-
tración" es europeo-occidental—, la limitación a Italia es
resultado de una preferencia tipológica, referida espe-
cialmente a la capital burguesa, Florencia, cuya historia
en esa época, junto con la de Roma, tiene en cuenta y
estudia, como característica de una época, el historia-
dor Karl Brandi en su libro sobre el Renacimiento (que
se recomienda muy especialmente como exposición com-
pendiada). A pesar de esta limitación del objeto, o pre-
cisamente por la selección que se hace, pretende el
presente análisis sociológico aportar algo sobre la bur-
guesía como tal, sobre la naturaleza de la misma y de
cómo se manifiesta en la primera cultura moderna que
fue creación suya, estudiando algunas formas típicas de
esa cultura. El norte que ha guiado al autor fue el
de realzar, con ayuda de una investigación sociológi-
ca del Renacimiento, aquellos conocimientos que tras-
cienden de la explicación de una situación histórica
concreta y que sirven para comprender toda la cultura
burguesa, incluso la de nuestros días. Por eso, y delibe-
radamente, no se habla aquí de la Edad Media que,
como es natural, seguía viviendo en gran medida en el
Renacimiento, pues ninguna época, como tampoco nin
gún hombre, puede renegar de su origen; y por eilo, a
lo sumo y de pasada, nos referimos a aquellos elementos
estáticos y tradicionales que, en esta época del capita-
lismo primitivo, actuaron como rémora para la forma-
ción de lo nuevo.
Cuando hablamos de la trayectoria del proceso his-
tórico-cultural que va del Renacimiento primitivo, pa-
sando por el alto Renacimiento, al bajo Renacimiento,
tenemos en vista un curso, por decirlo así, "normal"
dentro del ritmo inmanente al tipo estructural de la
cultura burguesa, es decir, considerado en sentido so-
ciológico, no en el sentido estrictamente cronológico o
genético del historiador. Las divisiones enumeradas re-
presentan tan sólo los hitos de un desarrollo "típico
ideal" que corresponde a la psicología de la burguesía
(como a la del burgués individual) en sus diversas ge-
neraciones. Determinar qué estadio psicológico predo-
mina en cada momento depende del grado alcanzado
en el desarrollo social ; es decir, depende de si la bur-
guesía se encuentra aún en proceso ascendente, o si ha
llegado ya al punto máximo de la curva, o si ha iniciado
su descenso.
Como el presente trabajo tiene en vista el análisis
y la síntesis sociológica, y no el de presentar un mate-
rial histórico, las notas se limitan al mínimo. Con res-
pecto a la bibliografía observaremos que el autor sigue
pensando que no está anticuada la obra fundamental de
Burckhardt, a pesar de todo lo que pueda decirse y aun
que necesite completarse con la bibliografía moderna
sobre la historia del capitalismo primitivo, en cuya bi-
bliografía habrá Sombart de figurar en primera línea,
porque atiende también a la "historia espiritual del
hombre económico moderno". Como historiador de la
cultura, con interés sociológico, citaremos a Eberhard
Gotheim, con su Historia del desarrollo cultural de la
Italia del Sur. Más que lo que su título histórico-econó-
mico hiciera esperar, ofrece la obra de A. Doren, La in-
dustria florentina de paños. Corno acopio de material
para la ideología social del Renacimiento, es útil el
libro de F. EnsIel-Janosi (1924). Importantes puntos de
vista, que contribuyen al conocimiento sociológico del
Renacimiento, se encuentran en la Filosofía del dinero
10 11
5. de Simmel, y en las monografías de Scheler sobre "so-
ciología del saber" (Wissenssoziologie). Éstos son los
trabajos preliminares después de los cuales se intenta
la presente exposición de conjunto.
La época del Renacimiento, vista la mayoría de las
veces de una manera más o menos literaria, es tratada
en este libro sondeando los problemas de un modo que
acaso defraude. Se busca la realidad social que está
detrás de aquella cultura, se investiga el estrato social
"de los poseedores y de la inteligencia", que aparece
por primera vez en la Edad Moderna, refiriéndonos al
de los propietarios y sólo en segundo término al de
la ilustración, y /as dos veces trataremos de esa situa-
ción intermedia, que determina su destino, de la "gran"
burguesía, colocada entre la nobleza y los estratos infe-
riores (clase media y proletariado). Se trata de seguir
la repercusión cultural de esta posición intermedia a
través de todas las transformaciones que realizó dicha
sociedad en el curso de su proceso ascendente y des-
cendente, partiendo de los nuevos impulsos y estímulos
con que la burguesía naciente removió todos los ámbi-
tos de la vida: desde el grado más alto de cultura al-
canzado hasta el punto en que se inició el descenso,
cuando el régimen de la democracia, dominado por la
gran burguesía, inicia su crisis y se presenta la abierta
bancarrota. Esto fue diagnosticado con clarividencia,
desde un punto de vista protofascista, por aquel crítico
contemporáneo que se llamó Maquiavelo.
El fenómeno peculiar de esta primera época burgue-
sa de la Edad Moderna, es que, siendo la aristocracia
y el clero poderes muy fuertes, el "tercer estado" se
asimila y acomoda a ellos deliberadamente para Verse
a la postre de nuevo repelido por aquellos estamento&
Este fenómeno, por lo demás, no es privativo de esa
época, pero nosotros no nos referimos ímicamente a un
pasado extinto. Y si el lector tiene esto en cuenta, ha-
brá cumplido el presente libro con la intención que le
anima.
INTRODUCCIÓN
ESTABILIDAD y cambio, estática y dinámica tanto en la
vida privada como en la social, son las categorías pri-
marias de que ha de partir un estudio sociológico de la
historia. Es cierto que la estabilidad en la historia sólo
puede concebirse en sentido relativo; ahora bien, lo que
importa es determinar si lo que prevalece es la estabi-
lidad o el cambio.
El centro hacia el cual gravita la sociedad medieval
es la tierra, el suelo, pero en la época del Renacimien-
to se desplaza el centro económico, y también el social,
a la ciudad. Se pasa del polo "conservador" al "liberal",
pues la ciudad representa el elemento movedizo y cam-
biante.
La sociedad medieval se basa en un orden de es-
tados consagrado por la Iglesia, orden en el cual cada
uno ocupa el lugar que la naturaleza y Dios le asigna.
ron. El intentar salirse de su estado equivale a rebe-
larse contra el orden establecido por Dios. Cada cual
vive dentro de los límites que han sido previamente de-
terminados. El clero y la nobleza son, como estratos
dominantes, las fuerzas que cuidan del mantenimiento
de esos límites. También el rey está limitado en su rei-
nar por la sumisión a ciertas leyes. Tiene deberes de
reciprocidad con respecto a sus vasallos y deberes de jus-
ticia frente a la iglesia, pero si no los observa, al vasallo
le asiste contra su rey el "derecho de resistencia" y la
Iglesia declarará tyrannus al príncipe que gobierne arbi-
trariamente, porque se ha salido de su estado. La Iglesia
podrá mantener dentro de esa ordenación a los burgue-
ses, pero siempre que se trate del "pequeño burgués" de
la- clase media que se siente plenamente ligado a su
estamento, o sea el habitante de la ciudad medieval, que
tiene una base conservadora y en la que predomina la
economía natural. Esa clase media de pequeña burgue-
sía sigue teniendo en la Italia del Renacimiento una
12 13
6. mentalidad por completo estamental.1 Pero al desarro-
llarse la economía monetaria, la burguesía adquiere un
poder, el pequeño traficante se convierte en gran co-
merciante y se inicia la disolución de las formas y con
cepciones sociales tradicionales al manifestarse la pro-
testa contra las capas sociales mantenedoras de aquellas
formas y concepciones sobre las cuales tenían estable-
cida su preponderancia. Surge una burguesía de cuño
"liberal" que se apoya en las nuevas fuerzas del dinero
y de la inteligencia y rompe las tradicionales ligaduras
con los estamentos, hasta entonces privilegiados, del
clero y de la feudalidad. La rebelión contra las anti-
guas formas de poder disuelve los vínculos de comuni-
dad que dichas formas mantenían, pues si tanto la
sangre como la tradición y el sentimiento de grupo eran
los fundamentos de las relaciones de comunidad, tam-
bién lo eran de las relaciones de poder. El espíritu
democrático y urbano iba carcomiendo las viejas for-
mas sociales y el orden divino "natural y consagrado.
Por eso fue necesario ordenar este mundo partiendo
del individuo y darle forma, como a una obra de arte,
guiados por fines que el sentido liberal y constructivo
del hombre burgués establecía de por
La vida dentro de un organismo o asociación comu-
nal, tiene como correlativo una concepción conservadora
y religiosa, que la regula desde arriba, frente a la cual
lo perecedero no es más que símbolo y remedo de lo
suprasensible, y la naturaleza sólo un reflejo de lo so-
brenatural. Al contrario, el mundo burgués, visto en la
perspectiva de la polis, con su simple realismo calcula-
dor, es un mundo "desencantado", en cuyo mecanismo
la mentalidad liberal del "individuo" trata de interve-
nir lo más metódicamente posible, cada vez más des-
vinculado de su pasado y cada vez más consciente de
sus propias fuerzas. Y así, frente a la "comunidad",
surge la "sociedad" y, como natural consecuencia, la
1 Cf. Vespasiano da Bisticci: Vire di uornini illustri (y el
trabajo del autor en el Festschrift für H. Finlce, Münster,
1925).
dominación de una nueva oligarquía constituida por
el poder capitalista de la gran burguesía del dinero, que
se sirve para establecerlo de las "tendencias democráti-
cas" que están destruyendo al régimen feudal. Si en la
Edad Media el poder político, consagrado por la reli-
gión, gozaba de primacía, ahora el predominio es del
poder económico, justificado con motivos intelectuales.
La religión y la política son simples medios, como en el
Medioevo lo fueron la economía y la cultura secular.
La Edad Media, tanto en lo social como en lo políti-
co, presentaba una rígida ordenación, constituida por
varios grados. Era una pirámide de estamentos y una
pirámide de valores. Esas pirámides se derrumbaban,
y se proclama el régimen de la competencia libre, bajo
el imperio libre de la ley natural. Se destronan a Dios
y a la Sangre, es decir, a los antiguos poderes. Siguen
éstos, es cierto, desempeñando un papel, pero no ya des-
de su antiguo trono.
El espíritu del capitalismo, que desde el Renacimien-
to inicia su imperio sobre el mundo, vacía a este mundo
de la sustancia de Dios, con el fin de objetivarlo, pero,
cuando menos el capitalismo en agraz que caracteriza
al Renacimiento, no deshumaniza a ese mundo. La ratio
no priva sobre lo esencialmente humano, pues no era un
fin en sí soberano. La riqueza seguía siendo sólo medio
para obtener libertad e independencia y adquirir presti-
gio y fama (L. B. Alberti). Aún había tiempo holgado
(aunque éste ya empezaba a ser escaso) para mantener
un sentido de "personalidad" y vivir una vida propia-
mente cultural. En la cultura italiana del Renacimiento
—y tan sólo en Italia se da un Renacimiento origina-
rio y genuino— se mezclan desde un principio elemen-
tos aristocráticos que van cobrando mayor acogida cada
vez. Es muy característico que en la época inicial del
capitalismo ejerciera Italia una hegemonía que luego
perdió con el auge del capitalismo.
La importancia tipológica del Renacimiento estriba
en que éste expresa la primera cisura social y cultural
que se produce en el tránsito de la "Edad Media" a la
"Edad Moderna". Es decir, un estado típico de los pri-
14 15
7. meros tiempos de la Edad Moderna, y este tipo ideal se
expresa en la situación italiana y especialmente en Flo-
rencia. "Los florentinos —dice Burckhardt— son el
modelo y prototipo de los italianos de hoy y, en general,
del europeo moderno." Y Poehlman2 escribe que en
Florencia encontramos "una expresión tan varia del es-
píritu de los tiempos modernos como en ninguna otra
parte a fines de la Edad Media o en ámbito tan redu-
cido". El que Italia, y en primer lugar Florencia, se
anticiparan en este proceso, se debe a causas cuyo estu-
dio corresponde a la historia política, constitucional y
económica, social y cultural, así como también a la his-
toria de las relaciones con la Iglesia, etc.
Pero lo que interesa al sociólogo en el proceso del
Renacimiento italiano es que éste expresa de modo
típico-ideal la marcha rítmica completa de toda una
época cultural dominada por la gran burguesía. La di-
visión, tan usada en Historia del arte, de Renacimiento
naciente, y de alto y bajo Renacimiento, responde a una
significación sociológica, porque la transformación de los
estilos no hace sino reflejar los cambios sociales adve-
nidos.
Ese preludio de la era burguesa al que llamarnos
Renacimiento, se inicia con espíritu democrático para
terminar con espíritu cortesano. El descollar de unos
pocos sobre los demás, constituye la primera fase del
proceso; el mantenerse en la altura alcanzada, tratando
de entablar relaciones con la aristocracia feudal y de
adoptar sus formas de vida, constituye la segunda.
Aquella parte de la burguesía que imprimió su carácter
a la época, a saber, los capitalistas, se sintió desde un
principio llamada a gobernar. Para conseguir este fin
tendrá que desplazar a los elementos a su "derecha", es
decir, a los que hasta entonces detentan el poder, mas
para ello necesita de la ayuda de la "izquierda%
Pero, desde un principio, siente una tendencia hacia
la "derecha", una tendencia a mezclarse con las clases
gobernantes tradicionales, a adoptar sus formas de vida,
sus actitudes y sus modos- de pensar, a entrar a formar
parte de la "buena sociedad" feudal.
Los intelectuales, es decir, los exponentes de la inte-
ligencia, siguen el mismo camino. Se sienten ligados a
la nueva "elite", voluntariamente o no, ésa es ya otra
cuestión; democracia, desde un principio, no significa
más que oposición a los privilegios de los poderes tra-
dicionales, del clero y de la nobleza y, en consecuencia,
negación de los valores en que aquéllos asentaban su
posición privilegiada, y la afirmación de un nuevo prin-
cipio de selección (es decir, burgués), fundado en crite-
rios puramente individuales, frente a los de nacimiento
y tradición. Pero esa libertad no es aún un principio
revolucionario, de subversión contra toda autoridad. Se
seguía respetando muy en primer término a la Iglesia,
institución autoritaria, aunque no interesaba mantener-
la en situación influyente. "Aquel desarme tan entu-
siasta, que bajo la avasalladora influencia del evangelio
de Rousseau, realizaron las clases más elevadas de
Francia antes de la Revolución, hubiera sido algo abso-
lutamente imposible entre estos utilitarios italianos" (cf.
Bezold). Aquella burguesía italiana tenía un muy claro
sentido del poder y de los intereses que representaba
el racionalismo y por eso se servía de él sin dejarle que
pudiera constituir un peligro.
2 Wirtschaltspolitik der notentiner Rerzaissante, 1878.
16 17
8. I. LA NUEVA DINÁMICA
a) La transformación de las capas sociales
"ITALIA siempre gozándose en lo nuevo. Ya nada que-
da de estable... de los criados, con gran facilidad salen
los reyes..." Eneas Silvio puede hablar así, porque de-
trás de lo que dice se percibe la nueva fuerza del dine-
ro, tan movible y que, a su vez, lo mueve todo; porque
es peculiaridad del "proceso económico del dinero el
someter a su propio ritmo todos los contenidos de
la vida" (Simmel). En la economía natural el indivi-
duo está directamente ligado al grupo a que pertenece
y, por la reciprocidad de servicios, estrechamente unido
a la colectividad; pero el dinero emancipa al individuo,
pues, al contrario que el suelo, su acción le moviliza.
"El lazo que ahora ata a los hombres es el pago en di-
nero contante" (Lujo Brentano).. El trabajo toma la
forma de un contrato libre, dentro del cual los contra-
tantes buscan cada uno su máxima ventaja. Y si en el
estadio de la economía natural predominan las relacio-
nes personales y humanas, en la economía monetaria
todas las relaciones se objetivan.
El poder medieval sobre la economía, fundado en la
autoridad y la tradición, se ejercía sobre empresas indi-
viduales autárquicas. Pero cuando la economía saltó
de la pequeña y mediana empresa a la gran empresa
capitalista, con su sistema fabril y de producción para
los mercados exteriores y el mercado mundial, ya no
fue posible seguir manteniendo las antiguas barreras y
la antigua reglamentación. La nueva forma tiene la
competencia como ley, mientras que todo el sentido y
toda la finalidad de la organiznción gremial, con su sis-
tema de regulación de precios y su estructura corpora-
tiva, tendía precisamente a evitar esa competencia. En
aquella época, si el individuo no era libre tenía por ello
garantizada su seguridad, como se tiene en el seno de la
19
9. familia. Esto sólo puede lograrse con una economía
destinada a satisfacer necesidades locales e inmedia-
tas, y, así, el comercio profesional podía conservar sus
características de artesanado y disfrutar de la plena se-
guridad de una tranquila existencia, pero sólo dentro
de un sistema de relaciones simples, que no pudo man-
tenerse cuando éstas se hicieron más complejas al des-
arrollarse y al acumularse las grandes fortunas en di-
nero (al contrario que en la Edad Media, donde la
propiedad territorial era la única de categoría). Para
el comerciante en grande escala así como para el finan-
ciero, la reglamentación gremial era una traba, y bien
sabían esos elementos libertarse de tales trabas. En
Florencia se instaura la libertad gremial e industrial y
la libertad adquisitiva y comercial del individuo, y así
quedan eliminadas todas las trabas gremiales que se
oponían al desarrollo de una clase empresaria propia-
mente dicha. El espíritu individualista de la burguesía
naciente acaba con el espíritu corporativo medieval y lo
sustituye por relationes de mando.
En forma ejemplar y típica se manifiesta este pro-
ceso en Florencia. En la Edad Media la población de
las ciudades estaba formada por "individuos económi-
camente homogéneos y económicamente independien-
tes" (Doren). Pero la fuerza creciente de la riqueza
mobiliaria lo transformó todo radicalmente. El auge
industrial altera, hasta en lo más profundo, la compo-
sición de las clases sociales. Se diferencia una "élite"
de capitalistas, que ya no trabaja manualmente, sino
que desarrolla una actividad más bien de organización,
y se mantiene aparte de la gran masa de la cláse me-
dia y del proletariado obrero. El trabajador asalariado
—privado de la propiedad de los instrumentos de pro-
ducción y también de los derechos políticos—, se ve
sometido a una desconsiderada explotación e incluso se
le niega el derecho a coligarse. También sobre los pe-
queños maestros de taller ejercen los grandes comer-
ciantes e industriales un predominio: ü popolo grasso,
de los gremios superiores, dominaba sobre il popolo mi-
nuto de los arti minori. Y fueron los grandes comer-
ciantes, a la cabeza de los arti maggiori, los que, en 1293,
transformaron la constitución florentina, dándole por
base la organización gremial (Sieveking). Las amplias
capas de la democracia, constituidas por la clase media,
obtienen sólo un triunfo formal (Davidson), porque en
realidad no fue el "pueblo" quien venció a la nobleza,
sino la fuerza del dinero de los gremios mayores, pues
los gremios menores, representantes de la clase media,
siguieron excluidos del poder. La constitución floren-
tina de 1293 significa la entrega del poder a una "élite"
de burguesía plutocrática. El "gobierno del pueblo" fue
una mera fórmula ideológica de propaganda para la
masa, para atraerla hacia la nueva clase directora
(la gran burguesía), y presentar así el nuevo orden como
"orden de justicia", conforme al cual toda una clase so-
cial, o sea la nobleza, fue degradada y privada de sus
derechos •políticos, procedimiento parejo con el trato
dado en la Rusia comunista a la clase burguesa. La lu-
cha contra la nobleza feudal fue la primera prueba má-
xima de fuerza de la gran burguesía, que no podía reali-
zarla sin el concurso de la burguesía en general, de la
pequeña y de la mediana.
Es cierto que en Italia no logró el feudalismo echar
fuertes raíces, no obstante que la constitución de Flo-
rencia, que ahora se trataba de disolver, fuera una
constitución medieval. Muy poco consiguió la legislación
de Federico II al tratar de someter al feudalismo en la
Baja Italia, pues el sistema feudal no tardó en resurgir
en el Nápoles del Renacimiento, pero del estudio de
Eberhard Gotheim se deduce que, aun aquí, "el régimen
feudal era una forma vacía de sentido, una mentira".
Ficción y engaño frente a una realidad que estaba en
contradicción con ese mecanismo externo. "Tanto la
mentalidad de los gobernantes como la de los goberna-
dos, había abandonado hacía mucho tiempo las formas
feudales", o sea "aquellas formas de organización feudal
que ya habían perdido su antiguo sentido" y que inter-
namente no expresaban más que una falsedad. La hege-
monía de la antigua clase dominadora había perdido
su importancia militar. La caballería pesada de los va-
20 21
10. sallos y de las gentes de armas se desplazaba, en el
orden de batalla, hacia la retaguardia, ocupando su an-
tiguo lugar la infantería, nueva arma burguesa, que
cada vez tenía mayor importancia táctica y como factor
decisivo. No menos desplazada se veía la nobleza eco-
nómica y culturalmente. El tiempo de la economía mo-
netaria y de la ratio no era ya el tiempo suyo. Si la
institución de la caballería había sido la primera en
disputar a la Iglesia su primacía exclusiva en lo espi-
ritual, ahora la nobleza perdía la base de su existencia
señorial —o sea el monopolio de la fuerza militar y del
valor de la tierra como fuente de todos los derechos y
de toda la riqueza—. También el concepto del honor
se transforma: Alfonso de Nápoles, según. Bistucci re-
fiere, rechazó con vehemente indignación, por conside-
rarla poco caballerosa, una propuesta para destruir la
flota genovesa con medios exclusivamente técnicos. Los
sentimientos negativos de esa clase aparecían como vie-
jos prejuicios aristocráticos en una época acostumbrada
a calcular de un modo racional el resultado de la ac-
ción, atendiendo sólo al éxito de la misma. Era una
época sin ilusiones. Frente a una mera ideología de
poder, la nobleza sólo invocaba su "legítimo derecho",
sin tener nada más tras de sí, pero el burgués, con su
criterio realista, opone a esas impotentes pretensiones,
falsas ya por ser débiles, la fuerza como única realidath
La debilidad es algo despreciable, pues sólo la fuerza
es lo que impone respeto. En la época de la economía
monetaria la fuerza estaba integrada por los siguientes
elementos: 1) el dinero, 2) la economía ordenada, es
decir, actividad económica con medios ordenados. La
economía anárquica de los feudales (germanos), sólo
puede satisfacer sus necesidades —así ve las cosas Gio-
vanni Villani-1 de dinero con medios desordenados
1Cf. E. Mehl, "Die Weltanschauung des Giovanni Villani"
(en los Beitrage zur Kultur- und Universalgeschichte de W.
Goetz), 1927. También, mis observaciones críticas en la Hist.
Ztschr. tomo 142 ("Zur kultur-soziologischen Problematik der
Geistesgeschichte").
(como la violencia y la deslealtad), pero el gran burgués,
que se respeta como buen comerciante, no necesita re-
cibir órdenes del noble porque la ratio económica le
ofrece medios para calcular exactamente los fines que
tiene que lograr. Y así, el burgués adquiere conciencia
de la superioridad de su civilización urbana.
El sistema medieval conocía en el campo de la eco-
nomía un sólo orden, el de los labriegos y el de los
menestrales, que con su trabajo cubrían el margen, tra-
dicionalmente fijado, de sus necesidades, de acuerdo
con su estado. Junto con esta ordenación estática, apli-
cada a la gran masa del pueblo, se nos muestra el gran
desorden en que vivían los ricos del periodo precapita-
lista, cuando los grandes señores, bien se tratara de la
nobleza seglar o de aquellos sacerdotes que, según Al-
berti, superaban a todos los demás en esplendor y boato,
vivían señorialmente entregados a la ociosidad y faltos
de todo sentido económico. En efecto, una gran par-
te de las familias de la antigua nobleza llevaba una
vida tan desarreglada que estaban abocados a la catás-
trofe económica. El empresario burgués, a diferencia
del noble, pero también del labriego y del menestral de
carácter medieval, es calculador, piensa racional y no
tradicionalmente. No gusta de la quietud (es decir, que
no se aferra a la tradición y a la costumbre ni al des-
orden), sino que tiene inquietud, es decir, anhelo de lo
nuevo y tendencia al orden. Calcula con visión lejana.
Sentimientos como el apego del labriego a su suelo y al
hogar, o el honor profesional del menestral, le son ex-
traños, pues sólo cultiva la energía y la disciplina apli-
cada al trabajo, y se cuida de adaptar muy claramente
los medios para conseguir el fin propuesto. Son éstos los
elementos que crean el orden, como una "obra de arte"
que el hombre realiza.
Pero es un rasgo característico del Renacimiento
italiano la facilidad con que la nobleza se acomoda a
las nuevas condiciones y cómo se incorpora a la ciudad.
La nobleza rural, en tanto que no extinguida por "las
pugnas caballerescas, o arruinada por el lujo, se radica
en la ciudad", donde se dedica a actividades comerciales,
22 23
11. y así adquiere riquezas, que son la base de un nuevo
poder político para ella, y el modo de sentir y pensar
de la burguesía. El burgués representa de esta manera
un tipo ya no vinculado a sus orígenes. Estos nobles
emparentar con los grandes patricios de la ciudad y for-
man con ellos una aristocracia mercantil exclusivista.
Este proceso es acelerado por la inclinación de las
familias no nobles a invertir en propiedades inmuebles
las riquezas acumuladas con el ejercicio de la industria
y el comercio, tanto para el prestigio de su propia razón
comercial como en interés de su posición social, pro-
bablemente después de haber despojado a los mismos
nobles. Así se fomenta un proceso de fusión cuyo resul-
tado es la formación de una capa social completamente
nueva, de una nueva aristocracia del talento y de la
energía activa (que sustituye a la anterior de naci-
miento y de rango), y que asocia al arte económico
el político, pero siendo siempre el "momento" econó-
mico (el burgués) el que, predominando, determina el
estilo de aquella vida.
b) El nuevo tipo del "empresario" individualista
Por el poder obtenido por la riqueza y por el prestigio
unido a ella la burguesía detentadora del capital era
políticamente superior a la nobleza. Lo esencialmente
nuevo en la economía monetaria era la "inversión" de
capitales. El capital es creador, estimula la inventiva,
fomenta el espíritu de empresa. En la Edad Media, de-
bido a la preponderancia dé la producción agraria, el
interés por el consumo es lo primordial, pues la propie-
dad no es susceptible de pérdida o de incremento; su
sustancia es inalterable. Sólo el dinero, como capital
adquisitivo, abre esas posibilidades ilimitadas, desplaza
el interés por los problemas del consumo a favor de los
de adquisición. La nueva y amplia perspectiva de posi-
bilidades despierta el afán de utilizarlas, y con ello la
extensión del negocio, y, a mayores problemas que se
plantean, crece la voluntad de dominarlos y aumentar
la capacidad de acción para lograrlo.2 En la estabilidad
de la economía, supeditada hasta entonces a motivos
fuertemente tradicionales, irrumpe un dinamismo que
va transformando todo el antiguo carácter. Caracteri-
zan ahora al nuevo tipo de economía y al nuevo tipo de
hombre económico, una fuerza motora, impulsiva y ex-
pansiva, ante cuya acción se desvanece un mundo antes
constituido por esferas adquisitivas separadas. Así es
posible que la economía monetaria y el crédito des-
arrollen el espíritu de empresa en grado hasta entonces
desconocido.
Fue posible proseguir fines de "empresa" en un sen-
tido completamente nuevo cuando se pudo fomentarlos
con medios del todo racionales, por la explotación ple-
na de las posibilidades abiertas por la economía mone-
taria, y desde que el espíritu comercial calculador y
previsor especuló con el futuro, pudo crearse, además
de un arte económico, un arte político y un arte gue-
rrero; el estado y la guerra considerados corno "obras
de arte". El burgués, que ha ganado un gran poder,
aspira todavía a más, y, de acuerdo con su psicología
expansiva y su voluntad de poderío, surge como empre-
sario capitalista, sobre la base de la libre concurrencia,
no sólo en el comercio, sino también en la política y en
la guerra. Las funciones de capitán de industria pue-
den ir unidas a las de jefe político y a las de organizador
(como los Médicis hicieron, valiéndose de sus riquezas
y de su fuerza como jefes de partido), o bien, las fun-
ciones políticas realizarse con medios capitalistas, dis-
poniendo a su voluntad de una tropa como condottiere
o de fina ciudad como nuevo principe en una Signoria.
Un rasgo característico de la cultura del capitalismo
inicial del Renacimiento es la íntima relación entre la
política y la economía, al punto que, dada la reciproci-
dad de intereses entre ambas, era imposible separarlas.
Esto lo podemos ver con toda claridad en Giovanni
Villani. La economía y la política se complementan
2 Cf. Alberti. Della famiglia, ed. Mancini, p. 137: crescendo
in noi corle faccende insieme industria et opera.
24 25
12. recíprocamente, y así como la economía sirve a la po-
lítica de poder, así ésta sirve a la economía. El crédito
político y el económico son ya inseparables. La fama y
el prestigio del estado (a lo cual sirven las guerras vic-
toriosas) son también económicamente elementos pro-
ductivos. Por otra parte, comienzan a notarse las difi-
cultades inherentes al carácter cosmopolita del nuevo
poder —el dinero— y a las conexiones internacionales
del capital; pero estas limitaciones, que cohiben la ac-
ción de una política exterior vigorosa, son más que con-
trapesadas por el estímulo que el dinero supone para los
fines imperialistas. La capa, relativamente exigua, cons-
tituida por la clase de los grandes comerciantes e in-
dustriales, que junto con el poder económico ha con-
quistado el político, también persigue en las relaciones
exteriores una política de grandes perspectivas, una po-
lítica de expansión territorial (como la adquisición de
puertos propios, tales los de Pisa y Livorno, en interés
del comercio marítimo florentino) y. de nuevos mer-
cados "aun a costa de la tranquilidad interior y sin
temor de arrostrar la guerra y sus penalidades" (Doren),
mientras que la política de cortos alcances, del petil
bourgeois, del artesano, se limitaba a conseguir un se-
guro vivir "burgués", de "pacífico goce, dentro de un
estrecho círculo" (Doren). La clase de los empresarios
pone, tanto en el interior corno en el exterior, el estado
al servicio de sus intereses.
El primer empresario capitalista es ahora el estado
mismo. El político se hace calculador. La política es un
cálculo. El factor económico determina la mentalidad
política y las decisiones políticas. La mentalidad calcu-
ladora invade la política toda, que se mueve con las ca-
tegorías de medios y fines dictados por los propósitos
e intereses burgueses. Ese espíritu de racionalismo era
extraño al estado de la Edad Media, pues la Iglesia
era entonces la única organización racional. No tiene
mayor importancia que la burguesía controle democrá-
ticamente, el estado o que los métodos-burgueses sean
adoptados por un estado absoluto en forma de mercan-
tilismo y de política racionalista, pues en ambas moda-
lidades prevalece la política realista de inspiración eco-
nómica, y las dos están en oposición, típica de aquella
época, con la política de las clases privilegiadas, repre-
sentada por la nobleza y el clero. El ataque a estas clases
pone de manifiesto el paralelismo entre la legislación
del primer intento del estado absoluto moderno, es de-
cir, el reino de Federico II en la Baja Italia, y los
Ordinarnenti della Giustizia. "Justicia", en este caso, se
interpreta con un criterio moderno, y significa la abo-
lición de los privilegios tradicionales. De este modo, la
monarquía moderna y la democracia formal de una
ciudad-estado cumplen la misma función social, pues
cada una de ellas es adecuada, en su estilo, para abor-
dar la nueva realidad social, creada por el desarrollo
económico. Estas dos formas estatales representan los
dos métodos posibles para ajustar la naturaleza del es-
tado a la, sociedad. Por esto la "tiranía", o Signoria
italiana, seguía teniendo por base, en su desarrollo, la
establecida por la comunidad urbana, pues tanto la una
como la otra tenían por supuesto la economía moneta-
ria y el libre desarrollo de las actividades individuales,
por una parte, y, por otra, una fuerte centralización del
poder, que cada vez era más administración que cons-
titución. Y sometía todas las esferas de la vida a una
regulación consciente y racional.
El vínculo social no está ya constituido por un. sen-
timiento , orgánico de comunidad (de sangre, de vecin-
dad ó de servicio), sino por una organización artificial
y mecánica, desligada de las antiguas fuerzas de la mo-
ral y de la religión, y que, con la ratio status, proclama
el laicismo y la autonomía del estado. Este arte del es-
tado, "tan objetivo" y "sin prejuicios", que actúa atento
a las distintas situaciones que puedan presentarse, y
según los fines a realizar, tiene por base un mero cálculo
de los factores de fuerza disponibles. Es una política
metódica en absoluto, objetivada y carente de alma.
Así es el sistema de la ciencia y de la técnica del stato.
Ya en su iniciación muestra el estado normando de
Roger II una tendencia a la racionalización burguesa,
al espíritu de fría especulación, que sólo estima las con-
26 27
13. diciones de capacidad y eficacia, y no las de sangre o
pertenencia a un estado social determinado. A la muer-
te de Roger, Siciliano Giorio Majo, hijo de un comer-
ciante de Bari, que había hecho magnos negocios trafi-
cando en aceite, fue nombrado Gran Canciller del Reino.
Roger crea ya una burocracia profesional y aplica una
ordenada política económica (establecimiento de manu-
facturas). Federico II, siguiendo esta orientación, abolió
las antiguas trabas, limitó los derechos de la Iglesia y
de la feudalidad, fomentando una organización central
que opera con instrumentos racionales y fiscales, a base
de dinero, burócratas a sueldo y ejércitos mercenarios.
La desconfianza básica, rasgó característico de la "so-
ciedad" a diferencia de la confianza tradicional propia
de la "comunidad", aparece también en el régimen de
Federico II, en el cual toda la maquinaria administra-
tiva estaba de tal modo estructurada "que cada uno de
sus miembros vigilaba y controlaba, en lo posible, la
actuación del otro" (Ed. Winkelmann), como ocurre más
tarde en las comunas urbanas; este absolutista "ilus-
trado" supo utilizar como instrumentum regni la ideo-
logia de la mágica mística imperial de la Edad Media,
sirviéndose de ella para combatir la ideología contraria,
defendida por los curialistas, de las "dos espadas".
Si en el estado normando tanto la administración
corno la legislación demandaban una base racional, era
esto debido a que se trataba de un estado que sólo se
apoyaba en la fuerza de la espada y en el prestigio de
una recia personalidad (E. Caspar). Ya Jacob Burck-
hardt traza un paralelo entre dicho estado y los estados
de los condottieri del siglo xv. Todos son creaciones "de
puro hecho", mantenidas por el talento o el virtuosis-
mo. En un existir en tal forma artificial, "sólo una gran
habilidad personal" y un actuar de reflexivo cálculo, po-
dría salvar la situación de constante amenaza. En esos
estados, que carecían en absoluto de tradición, tenía que
aparecer el concepto de estado como una obra de pura
construcción. El éxito dependía de que el constructor
perfecto se diera cuenta, de un modo objetivo y exacto,
de la naturaleza de la obra. El "individuo moderno"
228 29
encarna la nueva objetividad. Y no cabe separar el stato
de el príncipe, y así, la fuerza o la debilidad del uno
es a la vez fuerza o debilidad del otro. Para juzgar al
"tirano", o sea la negación del rex justus medieval —con-
cepto estático— se prescinde de todo criterio moral o
religioso, y se tiene sólo en cuenta la grandeza histórica
y política del personaje. La combinación de la guerra
con el arte adquisitivo es la expresión típica más anti-
gua de la unión del "espíritu de empresa" y del "espí-
ritu burgués", que. Sombart distingue como los dos ele-
mentos del espíritu capitalista. La encontramos ya en
las ciudades marítimas italianas antes de. las Cruzadas.
"Las empresas guerreras de las ciudades mercantiles
marítimas italianas --Pisa, Génova y Venecia— presen-
tan el carácter de empresas de accionistas." La partici-
pación en el botín se mide por las aportaciones hechas
ya sea en calidad de militar o de capitalista (Lujo Bren-
tano). Y cuando se desarrolló una profesión militar al
servido del mejor postor, la guerra se transformó en ne-
gocio monetario en grande escala. Era el negocio del
empresario de la guerra, el condottiere, que "con el fino
olfato de un bolsista moderno, sabía cambiar de partido
a tiempo y sabía asegurar de antemano el precio del
triunfo con el cual especulaba" (cf. Bezold), pero tam-
bién lo era del patrono que, como Stefano Poraro ante
la Signoria de Florencia, sopesaba "si sería más pro-
vechoso" pelear con los propios ciudadanos, obligados
por la leva, o con tropas mercenarias, para concluir que,
a pesar de ser más caro, "convenía más, por ser más
seguro y más útil", valerse del dinero.
También la curia tiene que plegarse a las nuevas ten-
dencias que reclaman esferas de dominación claramente
circunscritas, territorios perfectamente delimitados que
sirvan de base al poder fiscal. El papado "se ve des-
plazado de la base económica constituida por las aporta-
ciones tributarias de la Iglesia universal; y a partir del
gran cisma tiene la Iglesia que crearse su propio estado,
como base necesaria" (Cl. Bauer). Y así las necesidades
monetarias hacen que la iglesia intervenga en las
chas internas italianas para la adquisición del poder.
14. c) La nueva mentalidad
La nueva mentalidad, que se abre paso en todas las ac-
tividades, recibe, como es natural, su impulso de una
capa social superior. La clase media de pequeña bur-
guesía, que nos describe Vespasiano da Bisticci, entre
otros, siguió siendo conservadora, "sanamente conserva-
dora", en el sentido antiguo. Siguió esta clase enraizada
en el ordo estamental y patriarcal, concebido como algo
por completo estático. Y así "lo justo" es para ella la
conservación de lo existente, con lo cual hay que estar
"satisfecho". Honrada a carta cabal y proba, mantiene
el ideal del "buen cristiano y buen ciudadano". Su pie-
dad era sencilla, sin complicaciones, y creía en la exis-
tencia de una verdad absoluta, a diferencia de la ideo-
logía liberal, que todo lo consideraba como susceptible
de discusión. El celo de dicha clase se enardecía con-
tra "los muchos incrédulos" que discuten sobre la in-
mortalidad del alma, como si esto fuera materia de
discusión, y viendo que es "evidente locura dudar de cosa
tan elevada, según el juicio de los hombres más autori-
zados". Aquí tenemos una mentalidad por completo
vinculada a la autoridad y la tradición; en modo alguno
existe una emancipación individualista con un criterio
tan objetivo que, frente a la cosas, como dice Vespasia-
no, los "nombres" son algo "indiferente". Pero, sin em-
bargo, esta clase media se deja "impresionar", y le im-
presiona precisamente aquello que es apenas capaz de
realizar. A su modo, aquello que la impresiona tiene
valor. Y así, margré soi, participa en un complejo de va-
loraciones vitales que le son adversas. Cierto que exige
que la "fama" no se gane con medios inmorales, pero al
mismo tiempo admite que los grandes, quegli che gover-
nano gli stati e che vogliano essere innazi agli altri,
apenas están en situación de observar todos los precep-
tos de la moral. La Iglesia les ayuda a salir del conflicto,
pues ¿para qué están las indulgencias? Las infracciones
de la moral pueden expiarse con dinero. .Y así, la misma
clase media hace del dinero la última instancia, gracias
al influjo educativo de la Iglesia. Por otra parte, todo lo
30
superior, y especialmente los signore de nohile stirpe e
sangue, impresiona a esa clase media, que no tiene toda-
vía una plena conciencia democrática. Le impresiona,
en suma, todo lo que descuella, de cualquier modo que
sea, sin discriminar si procede de las dotes militares o
de la cultura literaria, de la capacidad personal, de la
nobleza o de la riqueza. A este respecto conviene realzar
el hecho sobre el cual llama la atención Simmel, de
que al aparecer los grandes capitales, cuando el capital
era una fuerza aún desconocida por la gran masa del
pueblo, "a la propia influencia del capital se añade el
efecto psicológico de que era algo extraordinario, por
decirlo así supra-empírico".3 Por su novedad influían
esos capitales sobre relaciones muy ajenas a ellos, ."como
una fuerza mágica e incalculable". El pueblo "miraba
con suspicacia el origen de las grandes fortunas" y veía
"algo diabólico en la persona de sus poseedores". Así
ocurre, por ejemplo, en el caso de los Grimaldi y los
Médicis.
Esta misma admiración por lo "diabólico" se revela
en el culto a la virtit, en el que todos eran partícipes,
atributo de un hombre grande, de un nuevo tipo de hom-
bre, que sólo podía ser grande, pisoteando, audaz, los
cadáveres de la tradición moral y religiosa, y -que po-
seía un tenebroso sentido de su propia superioridad,
que era la base de toda su actuación. La moral tradi-
cional se convierte en conseja de viejas, y así vemos
que hasta un hombre como Villani, que condena moral-
mente a individuos que carecen de virtud objetiva, los
admira por cuenta de su virtit subjetiva, como en el
caso de un Castruccio Castracani, adelantándose así a
Maquiavelo. Es cierto que, en teoría, no se niega la mo-
ral cristiana, imperante en la Edad Media, con su con-
denación de la superbia, como soberana confianza en las
propias fuerzas, pero de hecho esa moral carece de in-
3 Cf. Kautsky: "Cuanto más se desarrolla la producción
de mercancías y el comercio, más crecen las fuerzas sociales
sobre las cabezas de los hombres, y más invisibles se vuelven
las relaciones sociales."
31
15. fluencia práctica. El hombre se da cuenta que debe
contar con sus propias fuerzas y la superioridad de la
ratio sobre la traditio, acarreada por la época mercan-
til, le proporciona el vigor necesario. Un ejemplo de la
impregnación de todas las esferas de la vida por la men-
talidad comercial se nos ofrece en aquella partida que
el veneciano Jacobo Loredano sentó en su Libro Mayor:
"al Dogo Foscari, por la muerte de mi hijo y de mi tío",
y luego, después de haber eliminado al mismo Foscari y
a su hijo, en aquella contrapartida: "Pagado".4 Vemos
la represión completa del impulso y el control absoluto
sobre las emociones gracias a una rallo que opera según
cálculo y con inexorables consecuencias. Todo esto nos
acerca a una época burguesa, época de economía mo-
netaria.
Al capital en dinero, a la propiedad mueble, se aso-
cia al poder afín del tiempo, pues éste, visto desde este
ángulo, es dinero. Es la gran fuerza liberal frente a la
fuerza conservadora del espacio, de la propiedad inmue-
ble, de la del suelo. En la Edad Media monopolizaba el
poder quien fuera dueño de la tierra; por lo tanto,
el señor feudal; pero ahora, quien supiera aprovechar el
dinero y el tiempo, sería señor y dueño de todas las
cosas. Éstos son los instrumentos nuevos del poderío
burgués: dinero y tiempo, ambos fenómenos de movi-
miento. "Para expresar el carácter absolutamente di-
námico de este mundo no hay símbolo más claro que
el del dinero... cuando éste no se mueve deja de ser
dinero en el sentido propio de la palabra... la función
del dinero es facilitar el movimiento" (Simmel). La
misma capacidad de circulación del dinero comparada
con la inmovilidad del suelo refleja cómo ahora todo se
ha convertido en movimiento. El dinero, que todo lo
transforma, trae al mundo una gran inquietud y le pone
en constante cambio. Todo el ritmo de la vida acelera
su intensidad. Se impone el concepto moderno del tiem-
po, como un valor, como una mercancía útil. Se percibe
que el tiempo es algo fugaz, algo que escapa, y se trata
4 Daru, Histoire de la République de Venise, n, 411.
32
de retenerlo. Desde el siglo xiv, resuenan, en todas las
ciudades italianas, las campanas de los relojes, contando
las 24 horas del día, y así recuerdan que el tiempo es
escaso, que no debe perderse, sino administrarse bien;
que hay que economizarlo, que ahorrarlo, "si se quiere
ser dueño de todas las cosas". Esa economía del tiem-
po era algo descOnocido en la Edad Media. Esta época
aún tenía tiempo, y no necesitaba valorarlo como un
bien preciado, cosa que sólo ocurre cuando el tiempo
es escaso; y el tiempo escaseó cuando se empezó a pen-
sar con las categorías liberales del individuo, y a consi-
derar el tiempo que .a cada uno "correspondía". Porque
la vida individual, considerada por separado, era corta
por naturaleza y muy parcamente medida. Por eso ha-
bía que hacer ahora todo rápidamente. Había también
que construir rápidamente, porque ahora el que edifi-
caba lo hacía para su propio provecho .5 En la Edad
Media podía trabajarse en una obra cualquiera —una
catedral, la casa'asa del concejo, un castillo— decenios y aun
siglos (por ejemplo, La Certosa di Pavia, aún de estilo
gótico), pues se vivía dentro de una comunidad y para
ella, dentro de una continuidad de generaciones. Se
vivía, pues, dentro de un gran todo, y por eso se vivía
largo tiempo. Se podía, como lujo, gastar el tiempo, así
como la vida y los bienes. Era una época de la econo-
mía del consumo,; y es algo inherente a la economía
natural el consumo directo, porque la conservación de
los productos de la agricultura es muy perentoria y no
cabe la "conservación usuraria" de los mismos y, por
tanto, resultaba imposible la acumulación de valores.
"Allí donde los productos del suelo se recogen y se con-
sumen directamente, impera una cierta liberalidad...
pero, por lo contrario, el dinero incita más a la acumu-
lación (al ahorro)' dice Simmel; porque el dinero es
conservable sin limitación. La generosidad era una
virtud medieval, alabada per Bisticci, como entrega de
5 La efímera vida de todas las cosas se expresa también
en los rápidos cambios de la moda. A esto contribuyó el in-
cremento del papel social de la mujer (la dorna é mobile).
33
16. cualquier suma, "sin pago", y "a manos llenas", "Dor el
amor de Dios", y "en conciencia", "en alabanza de Dios".
La esplendidez del Renacimiento tiene otro carácter: el
Renacimiento es propiamente generoso "cuando procede
el serlo". Alberti considera los gastos hechos para la
erección de iglesias y edificios públicos como gastos he-
chos para honra de la casa y de los antepasados. Para
tales fines conviene dar no más que lo necesario, pero
también tanto como sea decoroso. La honra de una fa-
milia no puede separarse del buen nombre de una
firma.Esto es algo que desempeña muy peculiar papel en la
mentalidad mercantil : la onesta exige determinados gas-
tos, pero éstos tienen que ser "útiles" y no superfluos.
No hay que ser cicatero, pero la regla de gastar lo
menos posible es corolario natural de la de ganar lo más
posible. Esto constituye el conjunto de las "virtudes"
especificas burguesas. "Ordenación metódica", ésta es
la exigencia del día. Gastar menos o no más de lo que
se gana, economizar fuerzas, administrar con economía
tanto el cuerpo como la mente (la higiene y el deporte
son para Alberti medios para obtener fuerza y belleza),
ser trabajador y afanoso (en contraposición a la ociosi-
dad señorial), éstos son los medios para prosperar y
elevarse. Hay que distribuir el tiempo, ordenarlo, e in-
cluso racionar la misma actividad política al intervenir
en la vida pública. En el Nápoles monárquico se reco-
mienda la frecuentación de las ceremonias religiosas y
Caraecioli piensa que eso "puede ser útil, pero también
nocivo, y mucho, para el aprovechamiento completo de
la jornada".
Existe, sin embargo, una cierta religiosidad mercan-
til. Mientras que el pequeño burgués, que pertenece a la
categoría de artesano, honra a Dios con relativa fami-
liaridad, y a veces hasta de un modo vulgar, él gran
burgués está con respecto a Dios en una relación de
socio comercial. Giannozzo Manetti ve en Dios como un
maestro d'uno traffico,
como invisible organizador del
mundo, concebido como una gran empresa mercantil
Con Dios se entablan relaciones de cuenta corriente,
práctica que corresponde a la católica de "las buenas
34
obras". Villani ve en la limosna y otras práctkas aná
Togas cierto modo contractual de asegurarse la ayuda
divina (y la leal observancia de los contratos es la vi•
tud suprema de un "comerciante honrado"). Ne deo
quidem sine spe remunerationis servire fas est (Valla)
La prosperidad, según Alberti, es la recompensa visible
por la buena dirección, grata a Dios, del negocio: tal
es el verdadero espíritu religioso del capitalismo, en el
que se admite, manteniéndose en la más pura ortodoxias
una especie de cooperación entre la grazia y la propia
habilidad, y se considera la "gracia" como una contra
prestación, a la que se tiene derecho contractualmente
por la propia prestación. La religiosidad se convierte en
un cálculo de ventajas, en una especulación con el éxi-
to, lo mismo en el terreno económico que en el politice
(Villani).
La situación espiritual que esto revela es. que la re
ligón ha cesado de dar a la vida un impulso propio y
que ha entrado arrastrada en la nueva dirección que el
hombre burgués, con un criterio primordialmente eco-
nómico, ha dado a este mundo. La mentalidad religiosa
ha perdido ya la energía para penetrar en todas las
relaciones del mundo y recrearlo interiormente. Los in-
flujos, verdaderamente decisivos, que se manifiestan en
la vida, apenas si proceden de ella (los éxitos obteni-
dos por los predicadores de penitencia son sólo un epi-
sodio pasajero). Es tan extraña al sentir del burgués.
que vive en perfecto aislamiento nacional y político, la
conciencia de pertenecer a larfamilia occidental de na•
ciones representada en la Edad Media por el clero y la
caballería, como en época posterior al proletariado cons-
ciente el sentimiento de participar en la idea de nación
y estado representada por la burguesía. La conciencia
de "la cristiandad o Europa" ha muerto, juntamente con
la conciencia de una milicia santa para la protección
de la Europa cristiana contra los "infieles" y contra- el
peligro que esto representaba: La idea de una comuni-
dad por encima de las naciones del mundo occidental
perdió su vigor, hasta anularse, con la decadencia de
las clases sociales que la mantenían. Era una idea ya
35
17. gastada y que fueron los primeros en abandonar sus
más legítimos representantes, o sea los papas. Grego-
rio IX e Inocencio IV solicitaron la ayuda de los musul-
manes contra la Europa cristiana. También en este as-
pecto se anticipó la Iglesia, única institución racional
de la Edad Media, a la corriente del Renacimiento. Asi-
mismo, los distintos estados italianos, "abiertamente y
sin escrúpulo alguno —como dice Burckhardt—, se alían
con los turcos contra otros estados italianos", pues "ello
les parece un arma política como otra cualquiera".
Para los italianos precisamente, la solidaridad cristiana
ya nada significaba, y en ninguna otra parte causó
menos impresión la toma de Constantinopla que en Ita-
lia. Pero, en cambio, sí impresionaba la personalidad
destacada de un Mahomed II, que se titulaba amigo y
hermano de Gonzaga de Mantua. Para decidir a un papa
a que prestara su ayuda contra los turcos, había que
demostrarle antes qué ventaja le reportaría el hacerlo, y
qué daños le vendrían de no hacerlo.6 Alejandro VI,
junto con Lodovico il Moro, intentó mover a los turcos
contra Venecia.
La religión había perdido su importancia como fac-
tor de poder, y disminuido su función como el de una
lengua por todos comprendida y por todos aceptada, en
la misma proporción en que fueron desplazadas las an-
tiguas clases sociales directoras por la gran burguesía,
del mismo modo que las lenguas nacionales desplazaban
la herencia medieval del latín, como lenguaje único del
clero. A través del semirracionalismo clerical (comple-
tado por Santo Tomás) de adecuación de la naturaleza
sensible y de lo sobrenatural, de Dios y del mundo, se
dio un paso más para llegar a un completo racionalis-
mo; lo religioso se hace cada vez más formal, más exter-
no (proceso al que ya se había adelantado la influencia
del derecho canónico en la religión); la religión se neu-
traliza, potencialmente se convierte en inocua, pierde
su acción sobre el presente y sobre el curso de la vida.
No se niega la posibilidad teórica de la intervención
Vespasiano da Bisticci. ed, Frati, t, 249.
divina por el milagro sobrenatural; esto se deja a la
"ilustración" anti-teísta de una época posterior, en la que
lo apasionado de la oposición es indicio de la preocupa-.
ción por el problema religioso. El italiano típico del
Renacimiento había llegado, ya "mas allá", a un verda-
dero ateísmo que excluye la intervención eficaz divina
en los actos humanos (y así piensa y escribe)? Ya no
se cree en la existencia de factores irracionales que pue-
dan estorbar deliberadamente los propios planes racio-
nales, y así cada uno se cree capaz de dominar la
"fortuna" con la propia "virtud". Esto equivale a la su-
blimación absoluta del libre albedrío humano. Ya la
Iglesia católica enseñó en la Edad Media, para el fo-
mento de la educación moral, la teoría del libre albe-
drío, pero había seguido expresamente manteniendo la
antinomia teológica entre el liberum arbitrium y la gra-
cia divina como una paradoja religiosa. Ahora el pen-
samiento se emancipa de la dirección de la Iglesia y se
orienta hacia la plena libertad humana.
Las relaciones sociales, antes irracionalmente cándi-
cionadas, se entregan en su mayor parte a una regula.
ción metódica. Cada uno se apoya en sí mismo, sabien
do muy bien que nada tiene "detrás de sí", ni existe
metafísica alguna ni comunidad supraindividual. Ya
nadie se considera como representante de un cargo o
de una profesión. El único fin que se admite es el de
ser un virtuoso, un ideal puramente formal sin referen-
cia a valor objetivo alguno (religioso-moral) de comuni-
dad, sino sólo en el sentido de artífice dentro de su
propio campo, en el cual desarrolla su actividad con el
auxilio de todos los medios. Es una racionalización en
toda la línea. La afirmación "colectiva" e irracional de
determinados valores ha cesado, por haber perdido sus
fuerzas las vinculaciones orgánicas de los tiempos anti-
guos. Ahora lo que priva es una organización del mun-
do basada en principios racionales calculables.
7 Sobre la nueva visión histórica del humanismo, com-
pletamente desilusionada, con eliminación tácita de todo lo
milagroso Cf. Fuete:: Geschichte der neueren Historiographie
36 37
18. d) La aparición del saber técnico
Toda organización se basa en la acción consciente de
los individuos que la constituyen. Mas, para que el in-
dividuo sea capaz de actuar adecuadamente, necesita
conocer la "naturaleza" y las "leyes" de la misma. Sólo
entonces podrá dominar la naturaleza. Éste es un saber
útil, práctico, provechoso y aplicable, necesario para
lograr aquello que se pretende. La capacidad, basada en
tal conocimiento, de dominar las cosas, abre la pers-
pectiva de elevación del individuo. Esa creencia, típica-
mente burguesa y urbana, de que todo puede "hacerse"
con el dominio de una técnica racional, es por completo
opuesta a la mentalidad feudal o religiosa.
La nueva técnica (tomada la palabra en su sentido
amplio), en cuyo soberano dominio consiste la nueva
libertad, supone la existencia de una ley natural abso-
luta, y así el burgués, en su investidura de científico
profano moderno, llega a la transformación necesaria
de la ley natural en ley absoluta. La Edad Media cono-
cía ya el concepto de ley natural, pero sólo como un
concepto secundario, dentro del marco de un pensa-
miento semirracionalista y actuando como causae se-
cundae, sobre la cual privaba la instancia suprema me-
tafísica de la causa primaria, y con ello la constante
posibilidad de la intervención irracional, a través del
milagro divino, en la causalidad racional (concebida
ésta no de un modo absoluto, sin excepción posible,
sino como una regla establecida por Dios). Había, pues,
una autoridad divina suprema que disponía de medios
para intervenir en las leyes naturales, y la Iglesia, como
su representante en la tierra, expresada en la jerarquía
eclesiástica, permitía que la vida secular transcurriera
según sus leyes propias, aunque reservándose también
sobre ella el supremo poder de inspección. Esto es algo
más que una analogía basada en las apariencias exter-
nas, es una relación interna, condicionada sociológica-
mente. No hay que entenderlo en el sentido de una
vulgar interpretación materialista, como mantenimiento
consciente de una ficción en interés de una detelminada
38
clase, sino como formación inconsciente de modos de
pensar que guarda una ligazón irrompible con una serie
particular de condiciones sociales. En consecuencia, la
transformación en autónomas de las, hasta entonces,
causae secundae, que son las únicas que quedan como
determinantes, es el reflejo ideológico del- movimiento
de emancipación de la burguesía. Este sacudimiento de
la tutela clerical, este sesgo ideológico constituye una
de las armas que más tarde emplearán el ingeniero v
el técnico burgués para finalidades prácticas. La idea de
una ley natural —también aplicable a lo político, como
Maquiavelo trata de demostrar— se pone al servicio de
la libre concurrencia burguesa. El hecho de que, a pe-
sar de este desarrollo, no se llegara a negar sencilla-
mente la idea del gobierno divino del mundo, y se le
asignara su sede en el trono del mundo, y que no se ne-
gara abiertamente la posibilidad del milagro sino tan
sólo no se tuviera en cuenta, no representa más que una
concesión al decorum y no la admisión de tales posibi-
lidades. Algo semejante se hace con la autoridad del
clero y de la Iglesia, que no es directamente atacada en
polémica, sino socavada. Indagar las cosas sobrenatura-
les, "que no se ven", o tratar de hacer juicios sobre esos
"profundos arcanos" carece simplemente de sentido, se-
gún Guicciardini, pues sólo se debe preguntar por los
fundamentos y las causas "naturales". La metafísica
ya no interesa. El mundo, en el cual nos acomodamos,
se ha convertido en un mundo sin Dios. Puede Dios se-
guir existiendo, pero ya no está dentro del mundo en
que vivimos, como lo estaba en la Edad Media: "ha
huido del mundo", como algo que le era extraño. Esta
secularización de la mentalidad burguesa se funda en la
experiencia práctica, bien se trate de pensar según las
categorías de una técnica científico-natural, como hace
Leonardo, o bien de una técnica política, como hace Ma-
quiavelo.
Desde la perspectiva de esta nueva posición del empi-
rismo burgués, las relaciones entre el individuo y el
cosmos se expresan de un modo muy distinto que des-
de la perspectiva del clérigo o de los filósofos ecle-
39
19. siásticos. Este es- el camino que conduce, a través de
Giordano Bruno, hasta Galileo, hacia una actitud comple-
tamente secularizada frente al mundo, que ha sido pur-
gado de todos sus elementos irracionales. Esta es la
actitud que ante el mundo tiene el nuevo "empresario"
intelectual individualista, en perfecto paralelo con la
nueva actitud capitalista en materias económicas. Sim-
mel establece una efectiva relación causal con la eco-
nomía monetaria. "La economía monetaria introduce
por vez primera en el mundo la idea del cálculo numé-
rico exacto"; y "una interpretación matemática exacta
de la naturaleza no es sino la réplica teórica de la econo-
mía monetaria". Este modo de resolver el mundo en
ecuaciones matemáticas y de enfocarlo con independen-
cia de los ligámenes naturales, con respecto a los cuales
el individuo se siente superior, y de considerarlo "como
un gran problema de cllculo", un mundo donde todos
los valores son intercambiables, mensurables, imperso-
nales y abstractos, está en abierta oposición con la
manera de ser medieval, más espontánea y emotiva. Y
del mismo modo, la voluntad de poder, que se oculta
tras la nueva visión, que es arma suya, está estructu-
rada de un modo muy distinto que la voluntad medieval
de poder. Esta es propiamente política, es, en primer
término, imperio sobre hombres, y la dominación sobre
el territorio y la disposición de las cosas sólo le intere-
san como medios para la dominación sobre los hombres
(Scheler). A la voluntad de poder feudal va unida la
del poder de la Iglesia, expresión del otro estamento da
minante en la Edad Media. Ambos cooperan estrecha-
mente en la formación de un sistema de imperio, que
iniciado externa y originariamente de una manera for-
mal, por la fuerza militar, se justifica tradicionalmente,
en lo interno, por ser reflejo de la influencia, dirección
y ordenación de la vida conforme a la religión. Con el
cambio de la clase dominante apareció otra forma y
otra tendencia de voluntad de poder. La nueva volun-
tad de poder se expresa, técnica y económicamente,
como voluntad "para la transformación productiva de
las cosas" (Scheler). El hombre deja de ser el fin de la
dominación y se convierte en medio; ahora es cuando
puede aparecer la idea del aprovechamiento y explota-
ción de la fuerza de trabajo (que, en atención a esta
finalidad, se declara libre), al contrario que en la Edad
Media, en que aquella relación de sumisión envolvía a
la vez un deber de protección por parte del señor. La
nueva ciencia natural y la nueva técnica sirven a lavo-
luntad de poder económico e intelectual como expresión
de las nuevas tendencias racionales y liberales, opuestas
a las viejas tendencias conservadoras. El fin nuevo de
la voluntad, que la economía monetaria ha hecho posi-
ble, tiene ahora un nuevo saber como palanca para la
emancipación y como instrumento en la lucha por el po-
der, que es ahora una lucha para la dominación de "la
naturaleza", fundada en el conocimiento de sus "leyes".
La nueva ciencia de la naturaleza es también producto
de esa actividad de empresa que ya no se conforma con
los hechos dados por la tradición ni con el reconoci-
miento de "sumisiones queridas por Dios", sino que lo
considera todo como objeto de un tratamiento racional.
No sólo en el sentido teórico, en consideración al mé-
todo científico que no da nada por garantizado, sino
también en el de la aplicación del conocimiento. El pen-
sador burgués, ingeniero por naturaleza, hace una rápida
aplicación práctica en las ciencias técnicas. Se quiere
saber para "intervenir" en la naturaleza, se trata de en
tender las cosas para así poder dominarlas, y realizar
los fines de poder propuestos. Y por lo mismo que sólo
con la nueva concepción naturalista del mundo se puede
llegar a dominar técnicamente a la naturaleza, y porque
sólo esta nueva concepción científica burguesa realizaba
la función social de prestar los servicios necesarios acor-
des con las exigencias de la nueva clase en ascenso, se
convirtió en "dominante".
Por otra parte, la especulación científica recibió un
gran impulso, como Dilthey ha observado, por su unión
con el trabajo industrial. Las crecientes necesidades
prácticas de la nueva sociedad burguesa y las exigencias
de la vida nueva, sólo podían satisfacerse por una co-
operación entre el trabajo manual y el científico, lo que
40 41
20. se manifiesta en el experimento y el cálculo, en el des-
cubrimiento y la invención. Y los investigadores, los
Ubaldi, Benedetti, Leonardo, Galileo, abordaban proble-
mas de náutica, construcción y equipamiento de naves,
edificaciones urbanas y fortificaciones. Con la inven-
ción y perfeccionamiento de las armas de fuego tomó
la guerra un carácter técnico, al contrario de la época
caballeresca, en que era decisiva la acción de la caba-
llería, y con el desarrollo de la artillería se convierte
en rama de la ingeniería. En hombres como Federico
de Urbino o como Alfonso de Ferrara, aparece el nuevo
tipo del técnico militar. La guerra, convertida en cien-
cia y arte, se aburguesa y surge ese placer neutral del
espectador "que tiene un gran gusto en observar una
estrategia correcta" (Burckhardt), lo que halla su pa-
rangón en la ciencia y la técnica de la política que,
fundada en el virtuosismo y en la racionalización, se-
gún describe Maquiavelo, se considera como obra de la
inteligencia calculadora y del talento técnico. Incluso
las ideas (desterradas por los humanistas) de la Anti-
güedad sirven directamente a la práctica militar y po-
lítica. Como ya hemos sugerido, el resurgimiento de las
ciencias exactas fue posible gracias á la fusión de dos
grupos que antes habían estado separados: los intelec-
tuales, por una parte, y los prácticos en artes e indus-
trias, por otra. Estos últimos estaban interesados porque
de este modo podían mejorar sus conocimientos prác-
ticos y también su posición. La metódica teórica y la
práctico-técnica coinciden "en una comunidad de traba-
jo y trato" (Scheler), que es algo completamente nuevo
comparado con la comunidad medieval de los cultos.
Para el horno religiosus
de la Edad Media, imbuido del
punto de vista de la tradición, el mundo es un acto de
la creación divina; el burgués de la época del Renaci-
miento ve en él un objeto del trabajo humano, de previ-
sión, ordenación y conformación. La voluntad de domi-
nar y de gobernar las cosas determina ya las metas y
los métodos de la ciencia nueva, cuyo cuño original
se lo dan la investigación de la naturaleza, la técnica
y la industria.
42
e) La nueva tendencia en el arte
La nueva concepción del mundo como "obra de arte"
factible, como un problema a resolver por la mente
creadora según puntos de vista técnico-racionales, tenía
que afectar, a la vez que al ingeniero, al artista (que
ahora va surgiendo de la clase de los artesanos), y por
eso muchas veces coinciden en una misma persona am-
bos tipos, como lo vemos en Miguel Ángel y, por encima
de todo, en Leonardo. En el trabajo artístico propia-
mente dicho, y no, por lo tanto, por la mera coincidencia
en la persona, se expresa en el Renacimiento naciente,
de una manera muy fuertes la tendencia y el interés por
la técnica; piénsese en Castagno y en Uccello y, más
tarde, en Signorelli, Mantegna y los demás. La produc-
ción de una impresión de profundidad por medio de la
perspectiva geométrica se presenta al italiano del Rena-
cimiento como un problema científico, de cálculo ma-
temático, y por eso es la perspectiva italiana una pers-
pectiva puramente lineal, no perspectiva atmosférica
como la de los holandeses. Entre los alemanes, de pro-
pensión romántica, opuesta a la inspiración liberal bur-
guesa de los italianos, la perspectiva comenzó cómo una
experíencia de inspiración casi fáustica que se vive y se
intuye fi Según Alberti, el artista es ante todo un inves-
tigador de la naturaleza, un matemático y un técnico, y
sólo así podrá dominar sus recursos artísticos. Las cúpu-
las de Brunellesco son un ejemplo de una de esas obras
en las que se juntan el cálculo técnico y, en consciente
finalidad, la voluntad artística creadora. De este modo
la técnica parecía convertirse en fin propio, pues tanta
fuerza tenía el nuevo placer de descubrir y el goce de ex-
perimentar. En los intentos-y experimentos, del nuevo
arte se manifestaba la movilidad del mismo, la nue-
va dinámica. El movimiento general que había invadido
la vida arrastró también al arte en su torbellino. "Cuan-
do el medio se transforma claramente ante nosotros,
menos siente el contemporáneo la continuidad de su
8 Dehio, Geschichte der deutschen Kunst, n, 167 ss.
43
21. época con respecto al pasado, y tanto más se pierde la
fuerza de la tradición en el oficio y tanto más tratan
de buscarse nuevos caminos" (E. Lederer).9 La pro-
funda transformación de todas las relaciones existentes,
la emancipación general de todo lo tradicional, la mayor
amplitud de las aspiraciones personales, debían de des-
pertar "un enérgico desarrollo de la voluntad artística
y un planteamiento de nuevos problemas de arte". El
impulso creador debía brotar con una nueva concien-
cia en el artista: así podía ya aparecer el "concepto del
genio", como la expresión más alta, que sólo podía pro-
ducirse en un terreno burgués de una conciencia inde-
pendiente, que descansaba puramente en la fuerza y
dotes del individuo, en sentimientos de potencia y de
libertad. El sistema gremial, así como toda la organi-
zación de comunidad, se derrumba, y aquí, como en el
campo industrial, se impone el individualismo.
La nueva forma política de la burguesía emancipada
fue la democracia municipal y el arte asume la fun-
ción de expresar ese nuevo poder de la ciudad-estado.
Así nace el nuevo estilo del arte burgués que unía lo
sencillo con lo grande, el realismo con la majestad, y
representa de este modo el ideal burgués. Como monu-
mentos del orgullo burgués se erigen en Florencia, al tra-
montar el siglo mi, Santa Croce, Orsanmichele, el
Bargello, el Palazzo Vecchio y, sobre todo, la catedral.
Giotto —el hombre con el cual el arte se hace burgués
(compárese la sencillez de su pintura con el estilo pom-
poso de Cimabue, quien sigue expresando toa profunda
actitud religiosa, en lugar de limitarse a tratar motivos
religiosos)— fue nombrado arquitecto municipal y le-
vantó la catedral.
La erección de la catedral de Florencia era un asun-
to público de la república florentina, y en los incidentes
a que su construcción daba motivo tomaba parte activa
la opinión pública de los ciudadanos. Su interés no era
menor que el que les despertaban los grandes aconteci-
mientos políticos que a la sazón se desarrollaban. La
9 En la Erinnerungsgabe für Max Weber.
aprobación del genial proyecto de Brunellesco para la
cúpula de la catedral coincide con el alío de la conquis-
ta del puerto de Livorno. -Los monumentos artísticos
hablaban de la grandeza y de la fama de la ciudad;
eran los símbolos de la propia elevación por el desarro-
llo de la vida económica, política y cultural, que arras-
traba a todos. En aquellas obras de arte —y no se trata
sólo de Florencia, sino también de Orvieto, Pisa, Siena,
Venecia— veía "expresado el pueblo su propio sentir y
se sentía identificado con el artista, del cual no le sepa-
raba ningún abismo" (R. Saitschick). En aquella época
el arte no era privilegio de ciertas capas sociales, sino
algo común a todo el pueblo: en general, se consideraba
que "una obra de arte inspirada era un reflejo de la
fama de todo un pueblo" (Janitschek). Este arte bur-
gués era bajo todos los aspectos un arte popular. En
primer término, arte religioso, como lo demandaban la
tradición y las costumbres, de las cuales sólo poco a
poco iba despegándose aquella época. Por eso arrancó
de las tradicionales relaciones en que vivían el pueblo
y la Iglesia. Otro rasgo característico popular y burgués
era la tendencia del arte a lo familiar —como puede
verse en la pintura de un Filippo Lippi o de un Dome-
nico Ghirlandalo—; esa manera jovial, natural, deta-
llada, a veces hasta vulgar, como Wolflin dice, y esa
manera de representar a los santos como boas bour-
geois. . Un arte tan popular, y a la vez tan majestuoso
—la catedral de Florencia, como símbolo del poder de la
ciudad, tenía que superar a todo lo hecho hasta enton-
ces—, del que todo el pueblo tenía que sentirse orgu-
lloso, y que, sin embargo, no se distanciaba de él, sino,
al contrario, servía. por encima de todo a la piedad
religiosa y satisfacía al mismo tiempo el ansia espec-
tacular de un pueblo colocándose en el mismo terreno
que éste. Un arte así podía atraerse y despertar el sen-
tir de todo el pueblo, ingenuo y fácil de ganar por el
arte, aunque la realidad política a la que correspondía
fuera sólo en apariencia democrática. El arte, en cuyo
campo impera por derecho propio la apariencia hermo-
sa, daba al pueblo, que lo comprendía mejor que la
44
45
22. nebulosa alta política, cuando menos la bella ilusión de
una democracia. El pueblo manifestaba su gratitud,
honrando públicamente a los artistas, con lo cual hon-
raba a sus propios hombres, pues los artistas habían
salido de su propio seno. Durante las honras fúnebres
de Filippo Lippi se cerraron en Florencia todas las
tiendas de la Via de Servi como sólo se hacía en los en-
tierros de los príncipes.
Uno de los fenómenos más notables de la transfor-
mación burguesa del arte es la aparición del desnudo.
Esto tiene también su conexión sociológica. No sólo la
cultura clerical, sino también la aristocrática eran opues-
tas al desnudo. "El desnudo, como la muerte, es demo-
crático" (Jul. Lange). Las danzas de la muerte, de fines
de la Edad Media, en trance de aburguesamiento, pro-
clamaban la igualdad de todos los hombres ante la
muerte. Cuando la burguesía ya no se sintió oprimida
sino que tenía conciencia de su marcha ascendente ha-
cía el poder, pudo colocar, por medio de sus artistas, al
hombre mismo desnudo, a sí misma, en el centro de
la vida. Sin necesidad de esperar el día del juicio, ya
no valen las diferencias de clase, aun cuando ella mis-
ma nada puede hacer contra las nuevas diferencias que
van surgiendo. El elegir precisamente esas formas de
expresión artística se debe a la influencia de la Anti-
güedad, y esto es una prueba de la función sociológica
que el humanismo desempeñaba en aquella época.
f) La función del saber y de la educación
Se puede establecer un paralelo entre el culto artístico
del desnudo, como, por ejemplo, se muestra en Signo-
relli, con la idea de humanitas, y con la polémica de
Poggio contra la nobilitas. El humanismo representa
en este caso una ideología que realiza una función muy
determinada en la lucha por la emancipación y la con-
quista del poder por la capa social burguesa en progre-
sión ascendente. La idea de un saber "puramente hu-
mano", que persigue verdades "humanas generales",
junto con el ethos de la virtü personal, fundada en la
capacidad individual y las fuerzas propias de cada in-
dividuo, representa- la negación de todos los privilegios
de los diferentes órdenes, de todas las pretendidas pre-
rrogativas de nacimiento y estado, y es el sustituto de
la doctrina, mantenida por el clero, de los poderes so-
brenaturales, basado en una filosofía "natural"; signifi-
ca también que lo simplemente "burgués" se proclame
lo humano y universal, y ofrece además a la crítica la
posibilidad de emprender, desde esta base, nuevos ata-
ques contra- un terreno que hasta entonces, sin oposi-
ción alguna, ocupaba el clero. Éstas son las tendencias
inherentes a la libertad "burguesa" en el Renacimiento,
lo mismo que en tiempos posteriores, y, como siempre,
necesitaban de un fundamento que las revistiera de
"una nueva autoridad". Esta función fue asumida por
la Antigüedad clásica. Toda autoridad secular trata de
justificarse con lo retrospectivo, pues cuanto más anti-
gua sea, mayor fuerza tendrá; se necesitaba una "an-
tigüedad", y una antigüedad ejemplar, es decir, una
antigüedad "clásica". Ya la tradición del humanismo
medieval» ofrecía la posibilidad de arrancar hacia una
nueva educación secular, que correspondiera al estadio
a que había llegado la cultura burguesa. Esa educación
debía ser capaz de oponerse a la tradicional y teológica,
mantenida por el clero, que confería a éste el monopolio
educativo, y contar con la fuerza necesaria para arreba-
tarle ahora el monopolio. Y como la época se había
hecho burguesa, y sustentaba un nuevo ideal educativo,
tenía de su parte al futuro y la escolástica fue conde-
nada a una existencia artificial y de "gheto", limitada
a los círculos eclesiásticos. La Antigüedad, entronizada
como autoridad nueva, prestaba sus servicios para des-
plazar una mentalidad ya internamente muerta, pues
la gran época de la escolástica había pasado hacía ya
mucho tiempo, y la moderna, contra la cual polemiza-
» Cf. Herrnann Reuter, D. rel. Aufkldrung im Mittelalter,
ed. Norden ("D. antike Kunstprosa", tomo u), Fr. v. Bezold, D.
Fartleben der antiken Gotter inz mittelalterl. Humanism, etc.
-46 47
23. han los humanistas, no era más que una caricatura de
aquélla. La "autoridad" de lo antiguo daba a esta lucha
de liberación de la nueva cultura laica el indispensable
apoyo para conferir a sus ideales la consagración del
tiempo, y así sancionar y legitimar sus aspiraciones.
Pero la nueva autoridad tampoco podía compararse con
la antigua. Aunque la antigua se siguiera considerando
como "la edad de oro", que bajo la guía de la "natu-
raleza" había reconocido las verdades absolutas de la
"razón", el humanismo estaba muy lejos, como la Ilus-
tración de época posterior, de oponer un nuevo dogma
laico al dogma de la Iglesia. Se lo vedaba su antipatía
contra lo sistemático, en lo que veía la negación de todo
lo vivo al reducirlo a conceptos, que tan profundamente
odiaba en la escolástica, y también se lo vedaba su re-
pugnancia instintiva hacia las consecuencias revolucio-
narias que de tal afirmación pudieran derivarse. Apar-
tándose de todo lo abstracto, que era tormento en la
escolástica, el Humanismo, acorde con el espíritu de,
la época, tendía hacia lo concreto. Esta actitud revela-
ha una voluntad absoluta de emancipación y de libertad
en contra de todo lo que antes significaba sujeción y
ordenación del individuo. Así es que no se recibió a lo
"antiguo", como una filosofía unitaria, a modo de ca-
non —incluso el platonismo no fue para el Humanismo
más que anhelo y entusiasmo—, sino como el más noble
de los periodos de la historia. La "autoridad" de un
pasado (aun tan ejemplar) sólo podía significar que
aquél, en la medida de la realización terrena, es decir,
relativamente, había llegado al máximo: al máximo en
el tiempo, precisamente como lo comprendían el huma-
nista y el artista del Renacimiento al limitarlo 'como
tiempo pasado. Esto significa, con gran claridad, que
el tiempo presente contaba con instrumentos que podían
superar al pasado, y que ya, en algunas de sus grandes
personalidades, aparecía superado, y que el tiempo que
medió entre la Antigüedad y el tiempo presente, o sea
el de la Edad Media, fue una época de honda decaden-
cia. El nuevo "tercer" estado consideraba ese pasado
inmediato, la supervivencia de la. Edad Media, esa obra
cultural del clero y de la caballería, como una pesada
herencia muerta de la que tenía que librarse para poder
vivir. Para oponerse a ella se invocaba el derecho a
la vida, y la vida no es nunca justa. Así la nueva época
negaba todo el arte gótico como producto de una cul-
tura decadente. La nueva cultura burguesa, en su idea
de desprenderse de un pasado que no era el suyo pro-
pio, para ganar el espacio que necesitaba no podía me-
nos que negar todo el arte gótico como una aberración,
y así dice Vasari que el influjo del cristianismo había
sido muy daiiino para el arte. Como madrina, y a la vez
como aliada poderosa, en la lucha presente, se invocaba
la gran cultura burguesa de la Antigüedad. La dispo-
sición sobria y racional de la nueva época burguesa y la
mentalidad crítica ejercida, formada en el estudio de
lo antiguo, osaba atacar muchas cosas, hasta entonces
intangibles, que servían de base al poderío clerical, como
los milagros de las- leyendas de los santos (ya en Pe-
trarca) o las falsedades, amparadas por la autoridad
de la Iglesia, como la llamada carta de la donación de
Constantino (Valla); y como esta reacción era no menos
antifeudal que anticlerical, se atacaron también los ci-
clos legendarios. Todos estos son episodios de la gran
ofensiva de la burguesía liberal contra la tradición de
un pasado que gravitaba como tutela y sujeción sobre
la propia independencia. También contra la Antigüedad
se alzó una verdadera competencia, especialmente en el
campo de la literatura y del arte,U prueba bastante para
demostrar que a lo antiguo sólo se le concedía una reía•
tiva autoridad. Era considerado como digno de emula-
ción y lo que marcaba la dirección a seguir. El principio
de la libre concurrencia y la creencia en las posibili-
dades de un "progreso" fu.ndamentalmente ilimitado re-
11 Cf. Salutati en su polémica contra Poggio sobre la pre-
eminencia de Petrarca y de Boccaccio sobre los antiguos (el
trabajo del autor Cot. Salutati und das humanistische Le-
bensideal, 1916), y también, Leon Bruni, De tribus vatibus,
y la apreciación de Brunellesco y Donatello por Alberti, re-
feridos a los antiguos en Della pittura.
48 49
24. cibieron así en el terreno espiritual, científico y artístico
un fuertísimo impulso y una dirección concreta. Hasta
la ciencia (que en la Edad Media era conservadora) se
hace ahora liberal. La competencia con lo hasta ahora
tenido por lo más alto, despertaba el sentimiento de ri-
validad para ir todavía más allá, lo cuál incitó a los
esfuerzos máximos, estado de ánimo que era favorecido
todavía por la creencia de que la antigüedad romana
formaba parte del propio pasado. La fama de la propia
ciudad, de la propia época, del propio nombre, contri-
buía a ese fin y una inmensa conciencia individual des-
pierta en todos los campos de la cultura. El mito hu-
manista del "renacimiento" de la cultura antigua no era
más que el sueño, convertido en idea, de la renovación
de la cultura nacional, que así recibía un incentivo de
una eficacia vital directa y positiva. El burgués vive
siempre en un presente visible y natural cuyos derechos
no admiten limitaciones de futuro como las impuestas
por un pensamiento religioso trascendente, ni tampoco
de pasado, como lo que supone el pensamiento tradi-
cional.
Hasta ahora hemos hablado más que nada de la fun-
ción del aspecto subjetivo y psicológico del Humanismo,
pero también se puede señalar un sentido sociológico a
algunos de sus aspectos objetivos. Esto puede aplicarse,
en primer término, a la filosofía que, en relación con
la antigua, especialmente con la estoica (conocida sobre
todo a través de Cicerón y de Séneca), declara sagrada
a la razón. Con Alberti, y más aún con Giovanni Ru-
cellai, conocernos el derecho natural estoico, es decir, la
ley de la ordenación natural del mundo, que por serlo
es racional y moral, en una reinterpretación muy carac-
terística para la época, como pensamiento de justifica-
ción capitalista. Unas veces se invoca la razón contra
las pasiones, en interés de un ethos metódico, que dis-
ciplina la vida, y también aparece que la aspiración a
la riqueza es conforme con la "naturaleza" y es "sabia",
porque la posesión de las riquezas facilita una vida
guiada por la razón y unida a la virtud. El derecho
romano, al cual en la época de los emperadores se ha-
bía incorporado el concepto del derecho natural estoico,
y que ya desde el siglo mi empieza a extenderse por
Italia, preparó el individualismo y el egoísmo económi-
cos, partiendo de la idea (análoga a la sostenida por los
fisiócratas, por Aclara Smith y la escuela de Manchester)
de que persiguiendo el individuo su interés particular
es como mejor sirve a la prosperidad del todo. La aequi-
tas exige libertad, también para la actividad económica
adquisitiva.
Nos queda por ver qué fuerza tenía la idea huma-
nista para agrupar a los hombres. Su capacidad para
crear una comunidad, para abarcar a los hombres en
una comunidad de ideas basada en el reconocimiento
de valores comunes, es más bien pequeña. La idea cris-
tiana había logrado crear una comunidad próspera que,
afirmada por la organización de mando de la Iglesia me-
dieval, se convirtió en una fuerza real, de máximo poder
intensivo y extensivo. Si consideramos al Humanismo
como la réplica moderna del pensamiento cristiano, sal-
ta a la vista su esterilidad sociológica. Ni siquiera en la
"categoría sociológica de la unión" (Schmalenbach) ha
logrado pasar de unos débiles comienzos, como los re-
presentados por el Paradiso degli Alberti (caracterizado
por Voigt), de la Florencia del siglo ny, la Academia
Platónica del xv, y las varias Academias del Renaci-
miento en los siglos xv y xvi. Y si examinamos las rela-
ciones que entre sí mantienen los humanistas de más
relieve, los componentes de la nueva clase, nos encon-
tramos con que la organización de "amistad" ni siquiera
es una verdadera comunidad de intereses, como puede
verse por la "literatura de invectivas", que demuestra,
ya en este primer estudio de la ciencia secularizada de
Occidente, cómo la clase de los intelectuales profesio-
nales, más que ninguna otra, es portavoz máximo del
individualismo.
Durante el tiempo en que el clero administró la cien-
cia, como función aparte de su ministerio y de un modo
honorario, ad majorem Dei glorictm, se consideraba el
saber como una "propiedad colectiva" impersonal. El
sabio medieval trata de velar lo "propio" con la tradi-
50 51
25. ción, y con ella "encubrirlo". En la forma de la "socie
dad", con su exacerbada conciencia del "yo" y de la
propiedad, invade también el campo del espíritu el con-
cepto de la propiedad privada con todos los elementos
personales y suprapersonales, que le son inherentes, de
egoísmo, envidia y rencor. La "libre concurrencia" in-
duce en lo espiritual como en lo económico a operar
"con todos los medios". Y de esta penetración del es-
píritu personal en la ciencia, depende la nueva actitud
del "investigador", que aspira a encontrar una verdad,
que aún no se tiene, que empareje la satisfacción de sus
necesidades espirituales con su vanidad personal. La "po-
lémica científica" —que tiene su típica expresión en la
invectiva de Petrarca contra los averroístas, y que lleva
el gentil título De sui ipsius et aliorum ignorantia— es
ejemplo de aquella forma de discusión mezclada con
rivalidades personales, que se aparta de la manera me-
dieval, que combate a los representantes de un sistema
considerado como falso o como dañoso.
g) Las clases poseedoras y los intelectuales
La difícil posición en que se, hallan dentro de la socie-
dad los exponentes de la nueva inteligencia laica, como
una capa social nueva, se comprende al punto por la
relación de polaridad, de "compenetración" y "distancia-
miento" intelectual, en que se encuentran con respecto
al "pueblo", al cual descienden como literatos, cuando
escriben en- "lenguaje popular", en vagare, y del cual
como "elite" intelectual se distancian tanto más cuando
se expresan en el esotérico lenguaje de su latín huma-
nista; al igual que los artistas —a partir de Masaccio, y
hasta de Giotto— oscilan entre la tendencia democrática
del realismo y la aristocrática de la estilización. Así
unen los humanistas la ideología democrática, nivela-
dora, de la humanitas, que borra todas las prerrogativas
del estado, con la elevación de la virtus al rango de una
nueva nobilitas, e identifican la virtus, en su significado
de educación espiritual, con el studium humanitatis. Es
el nuevo distanciamiento aristocrático del "intelectual"
y del "retórico", que posee el saber (a tono con su
tiempo y, todavía más, con lo "general humano") y que
domina la forma (sapientia et eloquentia). El saber, al
como la riqueza, actúa ahora como un criterio de se-
lección.
Aparte del conde Pico de la Mirandola, y entre los
artistas Miguel Angel, la mayoría de los humanistas pro-
cedían de familias burguesas, de acuerdo con el carácter
urbano de toda la nueva cultura. Tanto la haute bour-
geoisie como los nuevos intelectuales proceden de la
clase media. Dentro de esa atmósfera urbana, en la cual
ni el nacimiento ni el estado social eran ya factores de-
cisivos, y el prestigio personal iba ganando en impor-
tancia, la superioridad intelectual podía ser un medio
de encumbramiento social y tener repercusiones tan
grandes como el desplazamiento de los clérigos por los
laicos en el nuevo sistema de instrucción, en las ta-
reas de la investigación, en la producción literaria y
en el arte.
Pero ese desplazamiento del clero no significa que
se buscara contacto con "los de abajo", sino más bien
que los "doctos" trataran de asumir frente a los "in-
doctos" una nueva posición directora, con lo cual se
abría un nuevo abismo social, paralelo al abierto por el
capitalismo en el, campo de la economía. Porque el nue
yo saber daba al que lo poseía, no sólo la conciencia
sublimada de su propia superioridad (que, muy carac-
terístico para la nueva época liberal, era más una con•
ciencia del "yo" que una conciencia de la capa social
a que se pertenecía), sino que también le confería a los
ojos del vulgus, por él despreciado, un nimbo ue pres-
tigio, en el cual la erudición clásica desempeñaba un
papel semejante a la riqueza tan rápida e inverosímil-
mente adquirida por el capitalista, y que la gran masa
del pueblo consideraba, por el inescrutable proceso de
su formación, como algo misterioso y extraordinario 12
Así el "pueblo" contribuyó a que se cobrara conciencia
12 Cf. p. 30.
52 53
26. de la distancia existente entre él mismo y las nuevas
clases de poseedores y de intelectuales.1a
En la estructura del nuevo grupo intelectual es fac-
tor determinante y característico lo abigarrado de su
reclutamiento social. Petrarca, el primero y el mayor
de los humanistas, empezó su carrera como joven y ele-
gante clérigo en la curia de Avignon; Boccaccio proce-
día de la clase comercial y vivía holgadamente de la
fortuna de su padre; Niccolo Niccoli practicó el comer-
cio hasta la muerte de su padre; Giannozzo Manetti fue
contable de un banquero antes de retirarse de la vida
de los negocios para dedicarse a sus aficiones sabias y
a la política. Humanistas son aquellos cancilleres flo-
rentinos, cuya serie se inicia con Salutati y termina con
Maquiavelo, entre los cuales se cuentan los Bruni, Pog-
gio y Marsupini. La vida material (y una clase inter-
media como la de los intelectuales necesita apoyarse en
alguna parte para asegurar su existencia) se logra, en el
tipo de los humanistas a que nos referimos, de un modo
natural en un burgués que siente todavía los vínculos
locales. Frente a este tipo de humanista no desprovisto
de raigambre, aparece ya con Petrarca el otro tipo de
la intelectualidad humanista libre, el tipo de literato
suelto, desligado de la polis y de la política realista, y
para quien la inteligencia no es algo al servicio de la co-
munidad citadina, sino un asunto puramente individual,
puramente literario." En el primer tipo, el movimiento
intelectual se ordena dentro de un sistema de deberes
políticos que cumplir, a través de los cuales la clase di-
rectora que, por su encumbramiento social y económico,
ha llegado a manejar el timón del estado, proclama un
sentir político y un patriotismo burgueses, y por cuyos
ojos ven los intelectuales al estado, tratando de asimi-
larse su concepción e ideal político. En el segundo tipo
aparece incluido Petrarca que, con la obstinación propia
del hombre que sólo se apoya en su genialidad personal,
y que se adelanta a su tiempo, corta aquellas raíces que
13 Muy gráfico en Bisticci.
14 Cf. H. Baron en su edición de Bruni.
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podían unir el Humanismo a un terreno concreto, social
y político, es decir, que lo desarraiga deliberadamente,
lo convierte en "flotante", para darle aquella soltura,
externa e interna, necesaria al tipo de literato propia-
mente dicho. La vida de Petrarca, con su vagar cons-
tante, su eterna inquietud (aun en el retiro solitario), su
imprescindible afán de celebridad, su hiperestésica con-
ciencia del propio yo, y las relaciones, ya tempranas, con
las familias famosas y las cortes de los pequeños tira-
nos, todo esto es ya ejemplo típico de la vida de un
literato. El desligamiento con respecto al estado corre
paralelo con el desligamiento respecto a la sociedad:
desligamiento de la sociedad "burguesa". Ya Petrarca,
Boccaccio y Niccolo, manifiestan la aversión muy pro-
nunciada contra la vida familiar burguesa, que solemos
asociar al nombre de literato. Luego surge aquel liber-
tinaje en tipos tales como Fidelfo, que lleva a Cino
Rinuccini, con certera visión sociológica, a comparar
a los aventureros humanistas con los condottieri. Y si
la negación literatoide de todos los vínculos supraindi-
viduales llega a proclamar en Valla, con respecto al
matrimonio, el soberano derecho de la unión ilegítima
frente a un tercero, o sea el marido, los individuos en
sus relaciones tienen derecho a impedir cualquier inter-
vención a nombre de pretendidas exigencias objetivas."
El honrado "burgués", ya por los efectos nocivos para
su crédito, no puede reconocer estas concepciones ni se-
guirlos en la vida. Sombart, apoyado en un material
histórico-cultural, ha subrayado la conexión psicológica
económica de esta importancia del crédito con el "te-
mor de Dios del burgués" y con la "honradez".
Por otra parte se manifiestan conexiones entre la
nueva gran burguesía capitalista y los representantes
de la cultura humanista, que, por cierto, se fundan en
una reciprocidad de intereses. Toda clase superior nece-
111 Si mulier 'mihi et ego mulieri placeo, quid tu tamquam
medius nos dirimere conaberis?, De volupt. 1, c. 38. omnino
nihil itzterest, utrum cum marito coeat mulier an cum ama-
tore.
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