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COMISIÓN INTERAMERICANA DE MUJERES Y LOS ORÍGENES DEL
                MULTILATERALISMO AMERICANO1
                                        Notas para pensar una relación



                                                                                                  Briseida Allard O.



                                                                    Mi patria es el continente de la América…
                                                                                                      Manuelita Sáenz



       La Comisión Interamericana de Mujeres (CIM), una de las organizaciones que conforma

el actual sistema interamericano de Estados, nació durante la Sexta Conferencia Internacional

Americana, celebrada en La Habana en 1928. Fue el primer organismo de carácter

intergubernamental en el mundo fundado expresamente para fomentar el ejercicio de los

derechos ciudadanos de las mujeres en las Américas. Con más exactitud, para “extender el

reconocimiento del derecho al voto para las mujeres” (Durán y Lalaguna, 2007: 129).

       Después de ochenta años de aquel momento político fundacional en el largo proceso de

construcción de ciudadanía en el continente americano, es muy poco lo que conocemos de

aquella experiencia singular de los movimientos de mujeres de la región y su impacto en la

estructura internacional2. Se trata de un tema marginal que involucra a “gente sin historia” en

las narrativas predominantes de la política internacional. De ahí que no se cuenten con

descripciones de los modos como las subjetividades femeninas lograron vencer las



1 La primera versión de este artículo fue presentada como ponencia en el XXV Congreso Científico Nacional, convocado por
la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado, Universidad de Panamá, el 22 de octubre de 2008, en homenaje a los 80 años de
la CIM-OEA.
2
   Hay referencias útiles en el portal de la Comisión Interamericana de Mujeres. Sobre aspectos relativos al origen e
importancia del organismo en González, 2006; Durán y Lalaguna, 2007 y Marco, 2007.
2

resistencias, estructurar sus demandas e incluirla en las agendas de las institucionalidades

multilaterales emergentes.

            Aunque el surgimiento de la CIM supuso un salto cualitativo en la configuración de

    la sociedad internacional de las primeras décadas del siglo XX, ha sido más fuerte el código

    del silencio disciplinar que según Ferrero y Filibi (2005) “incluso determina la propia

    noción de ‘lo científico’ en un momento y lugar histórico determinado” (p. 29).

            En las presentes notas intento mapear algunos puntos de referencia en el periodo

    comprendido entre 1928-1948, que estimo importantes para delimitar nuestra comprensión

    del proceso.



                                                   Sister, outsider3

            La específica exclusión de las mujeres de lo público-exterior no es una cuestión

    nueva ni mucho menos. Se trata de un terreno milenariamente ocupado por varones, lugar

    donde, al decir de Heráclito (s.f.), “la guerra es la madre de todo”.

            Desde el siglo XVI, el sistema interestatal es, junto al económico y a la geocultura,

    uno de los ejes articuladores del sistema-mundo moderno (Wallerstein, 1984), en tanto

    sistema político basado en estados soberanos, independientes jurídicamente pero

    vinculados a través de un sistema interestatal donde las diferencias y desigualdades son

    constitutivas del mismo.

            Justamente, en la intersección de las condiciones y procesos internos y externos,

    ‘nacionales’ e ‘internacionales’ – o como dice Merle (2000), entre el “derecho público




3
  Título de un ensayo de Audre Lorde, feminista afroamericana, en el que reivindica la subjetividad de los marginados o
excluidos por diferentes regímenes de opresión en los que se interrelacionan el racismo, el clasismo, el machismo y la
homofobia.
3

  interior” y el “derecho público exterior” (p. 344)- quedaron determinados los atributos del

  Estado, entre ellos el lugar y los modos como hombres y mujeres se sitúan en esa relación.

     En 1938, en su memorable libro Tres Guineas, Virginia Woolf (1979) se refiere a la

relación entre masculinidad, autoritarismo y cultura de la guerra. Bedregal (2006) explica que

“se trata de la primera obra que ha sido capaz de desmenuzar el logos masculino, la simbólica

viril que construye la relación entre autoritarismo, cultura de privilegios/poder masculino

(patriarcado) y la generación de la guerra y la única hasta hoy que lo ha hecho de manera tan

global”.

     Evans (1980) da cuenta cómo en Occidente desde mediados del siglo XIX y comienzos

del XX, las mujeres y sus organizaciones bregaron por incorporarse a la esfera pública tanto

en el ámbito interno como en el externo.

     Según Eley (citado en Fraser, 1997), la esfera pública es el escenario estructurado en

donde tiene lugar la competencia y/o la negociación cultural e ideológica entre una variedad

de públicos, desiguales y privilegiados unos, y en desventaja otros. Desde esas zonas de la

soberanía estatal las mujeres organizadas intentaron alterar y transformar las articulaciones

entre regulación social y autonomía y libertad (Sousa Santos, 1998).

     En 1926, dos años antes de la creación de la CIM, cuando se celebró en Panamá el

Congreso Interamericano de Mujeres, en un artículo publicado en la revista Orientación

Feminista, órgano del Partido Nacional Feminista, Clara González (2006), escribe:

           Conjuntamente con el Congreso Bolivariano que ha de verificarse en esta Capital,

           en junio próximo, tendrá lugar la reunión de un Congreso representativo de las

           intelectualidades femeninas de toda la América. Este acontecimiento..., ha de

           marcar, sin duda, una época verdaderamente trascendental para las mujeres de

           nuestro continente empeñadas en la liberación del elemento femenino mundial.
4

           Los muchos beneficios que del Congreso organizado por Doña Esther Neira de

           Calvo, esperamos los que siempre optimistas preferimos ver el lado mejor de las

           cosas a fin de sacar de ellas el mayor provecho para la causa que defendemos,

           podríamos sintetizarlos en dos: uno de índole internacional y otro de carácter

           local... Ahora que la oportunidad le es propicia, con motivo de la celebración del

           Congreso Interamericano de Mujeres, [la mujer hispanoamericana] no debe

           desperdiciar un instante, ni perder detalle alguno que tienda a crear una corriente

           de simpatía, de fraternidad y de cultura entre las delegadas a fin de hacer factible

           el acercamiento que tanto los intereses morales como materiales requieren para el

           progreso y la constitución de una unidad política hispanoamericana…

           Continuamos optimistas y creemos que el Congreso Interamericano de Mujeres,...,

           unirá en un solo abrazo no sólo a las mujeres de todos los países

           hispanoamericanos, sino a todas las que en nuestro país, por diversos caminos y

           con más o menos comprensión se esfuerzan en la persecución del ideal social, de

           justicia (p. 151).

     Tiene razón Feijoó (2008) cuando sostiene que “el hecho más llamativo referido al

surgimiento y expansión de los movimientos de mujeres a lo largo de toda su historia es el

carácter de internacionales o globalizados que los mismos tienen desde sus inicios” (p. 14).

     En efecto, en la intersección nacional/internacional las sufragistas cuestionaron los

límites discursivos establecidos y politizaron problemas hasta entonces despolitizados, crearon

nuevos públicos para sus discursos, nuevos espacios e instituciones en los cuales estas

interpretaciones opositoras pudieran desarrollarse y desde donde pudieran llegar a públicos

más amplios (Vargas, s.f.).
5

          Sin embargo, no hay que perder de vista que en las décadas iniciales del siglo XX, la

praxis internacional feminista se enmarca en lo que Fraser (1997) denomina contra-públicos

subalternos, esto es, espacios discursivos paralelos donde las mujeres organizadas inventaron

e hicieron circular contra-discursos, lo que a su vez les permitió formular interpretaciones

alternativas de sus identidades, intereses y necesidades (p. 115).

          Aunque esos contra-públicos surgieron como respuesta a exclusiones dentro de los

públicos dominantes y contribuyeron a alargar el contenido material y discursivo de la esfera

pública internacional (Fraser, 1997), lo cierto es que tales avances fueron muy disputados,

muchos de ellos negados y/o minimizados en el nivel territorial, nacional, de la política.



Género, transnacionalidad y ciudadanía

          A diferencia de la concepción territorializada que estructuraron los modos ciudadanos

antiguos y modernos, la idea de ciudadanía que impulsaron los movimientos sufragistas desde

su origen estuvo estrechamente vinculada a la interacción entre lo local y lo global, a las

relaciones que mezclan elementos nacionales y no nacionales.

          Justamente, en una época en que era indiscutible la preeminencia de la escala nacional y

de la autoridad exclusiva del Estado sobre su territorio y los sujetos que actuaban en él, todo

indica que con la práctica política sufragista americana4 emergen procesos cosmopolitas de

“localización de lo global y desnacionalización de lo nacional” (Sassen, 2007: 13). En aquel

momento, este modo político de actuar rompió los esquemas establecidos. Una transgresión

que también implicó significativos costos políticos y personales para las sufragistas, sobre

todo en países pobres y periféricos como los de América Latina, donde el estado de derecho ha

sido desde siempre precario y lábil. En este sentido, el caso panameño ha sido emblemático.

4
    A menos que se diga lo contrario, en este trabajo el término americano indica que procede del continente llamado América.
6

     Este rasgo de la interacción nacional/internacional, aunque todavía impreciso, fortaleció

el diferencial de género en la concepción dominante de ciudadanía. A mi modo de ver, esta

circunstancia tiene al menos dos consecuencias para las complejas relaciones entre personas,

colectividades y el Estado, y las maneras en que las relaciones de género los afectan y son

afectadas por ellos (Yuval Davis, 1996).

     Por una parte, mientras que la ciudadanía moderna fue asumida como un derecho

político, esto es, un ordenamiento normativo coactivo de la potencia estatal; el derecho de

ciudadanía de las mujeres que las sufragistas logran impulsar se origina como un derecho

humano, esto es, como un programa “reformador y emancipatorio de la vida social y personal”

(Ortiz Rivas, 2002: 22). Algo de lo que quiero decir se insinúa en el siguiente párrafo de Nari

(2004), “A diferencia de la maternidad, la paternidad no era definida a partir de los

sentimientos sino de la presencia (a veces, abusiva) o ausencia de poder, del reconocimiento

jurídico y de la manutención de los hijos” (p. 252).

     En este sentido, sobre el ideal cosmopolita y solidario que sostiene el conjunto de ideas

ético-jurídicas y políticas denominado derechos humanos, permanece la condición básica de

los mismos: ir a la zaga de la “razón de Estado” (Allard, 1998), manteniendo distancia de la

tendencia de cada Estado a imponer su propia voluntad y sus propios intereses.

     Como sostiene Ortiz Rivas (2002):

             A pesar de [la] grandeza de los derechos humanos, desde su formulación jurídica

             procedente de la modernidad hasta nuestro tiempo…, han estado siempre

             marcados por una contradicción desafiante entre su alta teoría bimilenaria y su

             baja praxis social que los niega, entre su rica normatividad moral, jurídica y

             política y su pobre vida cotidiana que los viola, contradicción que los hace

             universales en la letra, pero sin ser universales en la vida (p. 18).
7

      Décadas más tarde, correspondió a los feminismos de la segunda ola la repolitización de

la idea y práctica ciudadana como derecho humano, legadas por el feminismo sufragista

(Ungo, 2002).

      Por otra parte, está la compleja y espinosa relación entre la cuestión nacional y las

mujeres. Desde hace tiempo se afirma que los discursos nacionales constituyen una práctica

reguladora ligada a los sistemas patriarcales para imponer una vigilancia sobre el cuerpo de

las mujeres. McClintock (citada por Ruiz Martínez, 2001) sostiene que, desde sus inicios "el

nacionalismo se constituyó como un discurso con carácter de género y, por tanto,… no puede

entenderse sin una teoría sobre el poder y el género” (p. 56).

      Ruiz Martínez (2001) al examinar los debates sobre la cuestión nacional y la mujer

durante la revolución mexicana, concluye que “cuando se examina el nacionalismo de los

años veinte desde la perspectiva de género, se observan más continuidades que rompimientos

en la forma en que la nación mexicana era imaginada” (p. 56).

      Para Yuval-Davis (citada por Rayas, 2008), ningún discurso, y desde luego el de nación

no es una excepción, puede aislarse de las esferas determinadas por el género y la orientación

sexual, en especial cuando éstas se emplean continuamente para marcar y territorializar los

límites nacionales y/o comunitarios. Desde este punto de vista, cuando se representa a la

nación se suele traer al imaginario una estampa de mujer, esto es, se recurre a la metáfora de la

mujer como nación que tiene como contraparte la idea del Estado como un ente masculino. En

este sentido, la nación se refiere a la dimensión de la reproducción y continuidad –tareas de

mujeres- en los sentidos biológico, cultural y simbólico (Yuval Davis citada por Carmona,

2004).

      Quizá como en ningún otro país del continente la experiencia vivida por las feministas

panameñas puede ser, en este sentido, emblemática. Un acontecimiento ocurrido a finales de
8

la década del treinta, muy cerca al inicio de la segunda guerra mundial, permite ilustrar cómo

los comportamientos políticos que se alejan de la norma nacional-estatal establecida pueden

ser etiquetados como perniciosos y situados en el margen del colectivo humano.

     En efecto, en 1938, diez años después del nacimiento de la CIM, y durante un período

crítico en el desarrollo de la militancia nacional por el derecho al sufragio, la abogada

feminista Clara González (2006), escribe una larga carta personal al ex presidente y

diplomático panameño, Dr. Ricardo J. Alfaro, en la que expone con detalles los pormenores de

un enfrentamiento sombreado por componentes ideológicos nacionalistas. Vale la pena citar

con largueza su contenido.

     González (2006) da cuenta del apoyo que el público da al Partido Nacional

Feminista (PNF) que preside, señalando “el movimiento crecía. Se hablaba en parques

y corrillos del feminismo como cuestión de actualidad y los hombres, entre ellos

funcionarios públicos…, contribuían con dinero a la campaña reiniciada con tan buenos

auspicios” (p. 164).


     Clara González (2006) reitera “las comunes conexiones [del PNF] con la

Comisión Interamericana de Mujeres de Washington, y de éstas con las organizaciones

femeninas de la Zona del Canal” (p. 164).         Y es que las relaciones entre las

organizaciones de mujeres de Panamá y las estadounidenses localizadas en la Zona del

Canal tienen lugar en el marco institucional de la CIM, por tanto no eran privadas ni

secretas. Justamente, en la coyuntura de 1938 “de la manera más solidaria y fraternal,

se dispusieron a colaborar con nosotras tanto en la celebración del Congreso

proyectado, como en los demás puntos de nuestro programa feminista” (González,

2006: p.164).
9

     Efectivamente, durante una actividad realizada en el Palacio Municipal que,

recuerda Clara, “constituyó una verdadera manifestación de fuerza”, estuvieron “las

organizaciones de la Zona representadas por la señora Evelyn Moore y la señorita Ruth

Williams, quienes trajeron la voz del Club de Mujeres Universitarias, del Club de

Mujeres de Pedro Miguel y de la Liga Femenina” (González, 2006: p. 164)


     Clara señala en su carta a Alfaro que “Ruth Williams tomó la palabra para

ratificarnos el apoyo que las organizaciones de la Zona prestaban al movimiento

nuestro, como una demostración de solidaridad que a través de la Comisión

Interamericana de Mujeres, venía cultivándose entre las mujeres del Continente” (p.

164). Una actividad, como señala Clara, sin “ninguna estridencia, todo legal, dentro de

los ideales que desde hace 16 años perseguimos como a usted le consta” (p. 164).


     Este hecho provocó una desproporcionada reacción estatal. Siguiendo el

testimonio de Clara González (2006),


          El mismo día lunes aparecieron en los periódicos las declaraciones

          despampanantes del Excmo. Presidente de que vetaría la ley que concediera

          el voto a la mujer para salvar así su “responsabilidad ante la historia”.

          Enseguida siguieron las declaraciones del Secretario de Educación,

          amenazando a las maestras que tomaran parte en actividades feministas…


     Pero la cuestión no quedó únicamente a nivel del Poder Ejecutivo,


          Los Concejales que en la sesión a que me he referido se habían deshecho en

          elogios y en promesas de apoyo, al día siguiente, lunes, nos botaron a la calle
10

            sin ninguna excusa después que espontáneamente nos habían cedido el salón

            del Consejo para nuestras reuniones ordinarias (González, 2006: p. 165)


        En cuanto a la feminista norteamericana Ruth Williams, ésta fue acusada

personalmente por el presidente Juan D. Arosemena ante el Gobernador de la Zona del

Canal, “por haber asistido a la sesión y haber tomado la palabra, actitud que el gobierno

de Panamá consideraba como una intromisión de las mujeres de la Zona del Canal en la

política panameña prohibida por las leyes de esa misma jurisdicción” (González, 2006:

165),


            ….A Ruth la llamaron a la Jefatura del servicio de inteligencia y le dijeron

            que por orden del Gobernador le informaban que si continuaba en

            comunicación siquiera telefónica con alguna de nosotras tres [Elida de

            Crespo, Otilia de Tejeira y Clara González. B.A] sería deportada

            inmediatamente pues el gobierno en la forma que acabo de expresar, se había

            quejado de su intervención en la política del país. No valieron protestas, y

            adiós colaboración…. Un corresponsal del New York Times vino a

            entrevistar a una de nosotras, pero nos negamos a dar ninguna información,

            temerosas de… que el público sepa que en la Zona nos tienen fichadas, por

            decirlo así, como personas non gratas. Miss Stevens conoce todo esto5… (pp.

            164-167)


        Como bien reconoció Clara González, esta coyuntura significó “un golpe mortal” al

PNF. Aunque el partido no cesó en su trabajo, “por efecto de las medidas represivas se ha

5
 Clara se refiere a Doris Stevens, la primera presidenta de la CIM y reconocida sufragista estadounidense. Hasta
ahora, no tengo referencia sobre alguna reacción de la CIM, de su dirigencia o membrecía, ante los serios
acontecimientos ocurridos en Panamá, que afectaron a organizaciones que integraban tal organismo multilateral.
11

transformado en una organización semiilegal después de haber gozado de 16 años de libertad”

(p. 166).


      Refiriéndose a Argentina, Nari (2004) plantea que “En la década de 1930 las mujeres se

movilizaron no sólo por sus derechos sino por la paz: la guerra civil española, la Segunda

Guerra Mundial” (p. 264). En realidad, fue un escenario frecuente en la mayor parte de los

países latinoamericanos, y Panamá no fue una excepción (González, 2006; Marco, 2007). En

consecuencia, la persecución a las feministas panameñas invocando el discurso nacionalista

no parece casual. Ocurría justamente en momentos en que, por una parte, tal como Boersner

(2004) documenta, “Estados Unidos realizaba las gestiones político-militares encaminadas a

tratar de crear un sistema de seguridad regional bajo su hegemonía y una comunidad

hemisférica dominada por el capital norteamericano” (pp. 172- 173). Refiriéndose a estos

años Pizzurno y Araúz (1996) mencionan una serie de acontecimientos que evidencian que el

proyecto estadounidense en las Américas contó con el apoyo activo de la diplomacia

panameña.



La CIM y la diplomacia multilateral

      Para Borja (1998) el multilateralismo “se refiere a la negociación, trato contratación,

conversación, comercio u otra relación entre varios países considerados partes en el asunto de

que se trata. Las organizaciones mundiales, regionales y subregionales de Estados son

multilaterales. Ciertas entidades internacionales de crédito –el Banco Mundial, el Fondo

Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Corporación Andina de

Fomento y varias otras- lo son también.” (p. 690), mientras que la diplomacia multilateral es

“la encargada de manejar las relaciones simultáneas entre varios Estados sobre asuntos
12

específicos, las relaciones de un Estado con los organismos internacionales y la representación

de los Estados en los cada vez más frecuentes foros y conferencias internacionales” (p. 691).

      La CIM emergió en la encrucijada de la primera posguerra, durante “la difícil transición

al siglo XX” (Sepúlveda, 1995), en tiempos que pergeñan una transformación radical de la

naturaleza y el papel del poder político interestatal ya fracturado por la presencia activa en la

arena internacional de Estados Unidos y la Unión Soviética. Fue un nacimiento marcado por

una coyuntura crítica tanto en el ámbito estatal interno como en el interestatal. Justamente, a

este complejo entramado debe la Comisión buena parte de sus luces y sus sombras.

      En efecto, el sufragismo americano también combinó sus acciones en los dos ámbitos en

los que el Estado-nación despliega la fuerza de su poder disciplinario: por un lado, en el

espacio- tiempo nacional y, por otro, en el espacio-tiempo internacional. Aquí radica la

complejidad y riqueza de la praxis sufragista en las Américas, en los primeros años del siglo

XX.

      Atendiendo a su larga tradición de transnacionalidad pudo ser más razonable para las

mujeres que ya ostentaban la condición de ciudadanas –hasta ese momento, las

estadounidenses-, que, después de la larga marcha que significó la apertura y expansión del

sistema político de su sociedad nacional, intentaran ejercitar los recién adquiridos derechos

políticos justamente en las institucionalidades políticas internacionales existentes, espacios

duros del poder masculino pero que no eran del todo ajenas al nuevo espíritu igualitario de los

tiempos (Sepúlveda, 1995).       Tales organizaciones intergubernamentales se convierten,

entonces, en el nuevo objeto del deseo feminista, por lo que aprovechan las fisuras que el

propio sistema interestatal les ofrece. Y por ahí se insertan a partir de 1928, con el nacimiento

de la Comisión Interamericana de Mujeres.
13

      Como señala Durán y Lalaguna (2007), si bien “el continente americano tiene una larga

historia de tradición multilateral”, todo lo referido a la igualdad de género “no fue una

cuestión fácil de integrar en la agenda” (p. 131). Quizá estas dificultades tengan relación con

lo que en el fondo apunta Camargo (2000) acerca de las miradas masculinas y femeninas en la

construcción de los problemas sociales y políticos.

              El hecho de que fenómenos como el de la exclusión y marginación social, por ser

              percibidos subjetivamente, de forma creciente, en términos de identidades –sea

              de género, religión etnia u otras- plantean un problema particular para el

              multilateralismo, justamente porque éste depende de la capacidad de transformar

              la concepción exclusivista de identidad en el reconocimiento de la diferencia…

              (p. 71)

El papel de la CIM en el multilateralismo americano

      Corrían los años iniciales del multilateralismo, aquel modelo de gobernanza global que

se desarrolló después de la primera guerra mundial cuando la creación de la Sociedad de

Naciones (1919-1946), tradujo la esperanza de que una diplomacia pública y colectiva lograría

la paz definitiva.

      Aunque la Sociedad de Naciones tuvo una vida efímera (1919-1946), el debate

multilateral inaugurado por este organismo abrió el sistema internacional por vez primera al

intercambio de ideas, de informaciones y propuestas, al tiempo que permitió apreciar la

convergencia y/o la divergencia en torno de un conjunto de tópicos nacionales. Un empeño

que durante el tiempo que duró se debatió en medio de profundas tensiones y contradicciones,

y las que al final provocaron su posterior colapso.

      El debate multilateral, esto es, “la capacidad para crear un espacio de debate y

construcción de consensos” (Rojas, 2000: 29), constituye un intercambio de ideas, de
14

informaciones y propuestas, y, al mismo tiempo, la ocasión de apreciar la convergencia o la

divergencia en torno a un conjunto de actividades de diversa índole. No consiste simplemente

en tratar los problemas, sino de influir sobre la solución, llevando a cabo acuerdos con un

carácter lo más amplio posible, que concilien los planteamientos de los Estados.

       No obstante que el principio westfaliano de soberanía absoluta de los estados se

mantuvo intacto junto con la jerarquización del orden internacional, el nacimiento de la CIM,

en 1928, estuvo precedido por una intensa movilización de las mujeres a nivel mundial, en el

afán de transformar las estructuras de dominio político que las desconocían como sujetos.


       El organismo experimentó diversos clivajes que marcaron su acción e incidencia en la

política internacional regional y mundial. Desde esta perspectiva, la fase sufragista de la CIM

comprende, a mi juicio, el período que va de 1928 a 1946, esto es, desde la creación del

organismo en el seno de la Unión Panamericana, hasta el inicio de la guerra fría6.


         Dentro de este marco de acción, el movimiento sufragista en las Américas siempre

estuvo tensionado y sujeto a desarrollos contradictorios que enfrentaron principios reguladores

y emancipatorios, en un escenario en el que, además, Estados Unidos jugó un papel de

primordial importancia.

6
  Los cambios y adecuaciones que el organismo regional experimentó durante las décadas posteriores a la creación de la CIM,
especialmente a partir de 1948 con el inicio de la Guerra Fría, marcaron diferencias sustantivas en la incorporación de las
mujeres en ese espacio multilateral y en la relación entre las mujeres y sus movimientos en cada país de la región. De 1953-
1975: se trata de un momento transicional en el que, por una parte, la política internacional está signada por la dureza del
conflicto Este-Oeste, al tiempo que las sociedades nacionales expresan un gran dinamismo y movilización política. De 1975 a
1991: Durante el Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer: Igualdad, Desarrollo y Paz, tuvieron lugar procesos de
reflexividad cada vez más sistemáticos en torno a la situación y condición de las mujeres en las sociedades actuales. En las
Américas estos procesos cristalizaron en numerosos proyectos, reuniones y seminarios, apoyo a la creación de oficinas
nacionales, avances en la acción de los gobiernos, surgimiento de numerosas organizaciones no gubernamentales volcadas a
mejorar la condición de las mujeres, creación de nuevas corrientes de opinión pública y publicaciones, actividades en gran
medida centradas en la llamada perspectiva de género, así como importantes cambios legislativos, entre los cuales destaca la
entrada en vigencia de la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, apoyada
y ratificada por la mayoría de los países de la región. En poco menos de dos décadas culmina esta etapa con la súbita
desaparición de la Unión Soviética y, con ello, el fin de la guerra fría. De 1992 a nuestros días. Es una fase marcada por la
crisis de la OEA como organismo multilateral, en medio de significativos avances de las institucionalidades gubernamentales
y no gubernamentales de género en el contexto regional. En esta fase, ha habido un aumento significativo de los mandatos
encomendados a la CIM por las Cumbres de las Américas y la Asamblea General de la OEA.
15

       Dado su carácter transnacional, el proyecto político sufragista trascendió el marco

exclusivo del Estado-nación al tiempo que disputó territorios e instituciones nacionales. Pero

no sólo esto. Como la mayor parte de los movimientos sufragistas de la época, el americano

defendió una indiscutible visión cosmopolita de la idea democrática que impulsó.

        Como se puede apreciar, es una historia en gran medida desconocida así como un relato

complejo si tenemos en cuenta que el marco discursivo e institucional que originalmente

cobija a la CIM fue el panamericanismo, aquel viejo concepto aglutinador de todos los

Estados del continente americano que enmascaraba los afanes hegemónicos de dominación

política y económica de los Estados Unidos de América sobre los países del Sur del Río

Grande. En otras palabras, el panamericanismo7 como praxis del destino manifiesto.

       El surgimiento de la CIM constituye un episodio fundamental de la historia de la

relación de los sistemas políticos del Continente y los movimientos sociales convertidos desde

finales del siglo XIX y comienzos del XX, en nuevos actores políticos internacionales.


       Visto desde la CIM, el sistema interamericano de inicios del siglo XX, produjo una

notable transformación del espacio público internacional regional y paulatinamente tomó

forma un nuevo paradigma sobre el papel del Estado en la regulación de aspectos

concernientes a la vida privada y a los nuevos roles familiares. Todo ello centrado en la

tematización de los derechos de ciudadanía para las mujeres en el marco de una politización

creciente de la maternidad (Nari, 2004).




7
 Desde 1890 hasta 1948, el sistema interamericano sufrió mutaciones institucionales significativas que dependieron en gran
medida de los cambios a nivel macro del sistema internacional, así como, específicamente, de la política exterior de Estados
Unidos y su papel en la región. En 1890, la Primera Conferencia Internacional Americana, efectuada en la ciudad de
Washington, estableció la Unión Internacional de las Repúblicas Americanas (y su Secretaría Permanente, la Oficina
Comercial de las Repúblicas Americanas). A partir de 1910, la Unión de las Repúblicas Americanas se denominó Unión
Panamericana, y desde 1948 a nuestros días, Organización de los Estados Americanos, OEA.
16

          En la VII Conferencia de Montevideo (1933) fue adoptada la Convención sobre la

Nacionalidad de la Mujer que permitía a las mujeres mantener su propia nacionalidad en caso

de matrimonio con un hombre de nacionalidad distinta. Este fue el primer instrumento

internacional adoptado en el mundo relativo a los derechos de la mujer. La convención fue

decisiva para que la Liga de las Naciones reconociera la existencia y validez de los

movimientos sobre derechos de la mujer en la región.


          De esta manera los movimientos de mujeres de las Américas se convirtieron en actores

no estatales que jugaron un papel novedoso en la arena internacional, haciendo público sus

problemas específicos y contribuyendo activamente a convertirlos en reglamentaciones y

convenciones vinculantes para los Estados de la región.


          Por otro lado, el nuevo espacio conquistado también implicó profundas disputas y

divisiones entre los movimientos de mujeres sobre las visiones y concepciones ideológico-

políticas imperantes en la época sobre el papel de la mujer y su relación con el Estado y las

organizaciones internacionales.


                                                        Conclusión


          En un contexto internacional ambiguo, pletórico de transformaciones y nuevos riesgos,

el surgimiento de la CIM coronó el largo quehacer de los movimientos sufragistas en

Occidente, los que en diversas partes del mundo durante unos ochenta años8, confrontaron a

través de una variopinta práctica política, los diseños hegemónicos relativos a contextos

sociopolíticos, culturales y sexuales en medio de los cuales se desarrollaban. Como ocurre en

casi todas partes, “El hundimiento de la emancipación en el seno de la regulación, y la


8
    La Convención de Seneca Falls, E. U., tuvo lugar en 1848.
17

consiguiente imposibilidad de pensar la emancipación social de manera coherente (Sousa

Santos, 2009: 16)”, en gran medida signan la calidad y contenido de los proyectos por la

equidad y justicia de género en nuestros días.

     No dudo que estas notas dejan más preguntas y cuestionamientos que respuestas y

argumentos precisos. Queda mucho por hacer en el análisis de las relaciones internacionales

desde la perspectiva de un feminismo crítico que “no reduce ‘la realidad’ a lo que existe”.




                                        REFERENCIAS


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CIM/OEA Y LA DIPLOMACIA MULTILATERAL

  • 1. COMISIÓN INTERAMERICANA DE MUJERES Y LOS ORÍGENES DEL MULTILATERALISMO AMERICANO1 Notas para pensar una relación Briseida Allard O. Mi patria es el continente de la América… Manuelita Sáenz La Comisión Interamericana de Mujeres (CIM), una de las organizaciones que conforma el actual sistema interamericano de Estados, nació durante la Sexta Conferencia Internacional Americana, celebrada en La Habana en 1928. Fue el primer organismo de carácter intergubernamental en el mundo fundado expresamente para fomentar el ejercicio de los derechos ciudadanos de las mujeres en las Américas. Con más exactitud, para “extender el reconocimiento del derecho al voto para las mujeres” (Durán y Lalaguna, 2007: 129). Después de ochenta años de aquel momento político fundacional en el largo proceso de construcción de ciudadanía en el continente americano, es muy poco lo que conocemos de aquella experiencia singular de los movimientos de mujeres de la región y su impacto en la estructura internacional2. Se trata de un tema marginal que involucra a “gente sin historia” en las narrativas predominantes de la política internacional. De ahí que no se cuenten con descripciones de los modos como las subjetividades femeninas lograron vencer las 1 La primera versión de este artículo fue presentada como ponencia en el XXV Congreso Científico Nacional, convocado por la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado, Universidad de Panamá, el 22 de octubre de 2008, en homenaje a los 80 años de la CIM-OEA. 2 Hay referencias útiles en el portal de la Comisión Interamericana de Mujeres. Sobre aspectos relativos al origen e importancia del organismo en González, 2006; Durán y Lalaguna, 2007 y Marco, 2007.
  • 2. 2 resistencias, estructurar sus demandas e incluirla en las agendas de las institucionalidades multilaterales emergentes. Aunque el surgimiento de la CIM supuso un salto cualitativo en la configuración de la sociedad internacional de las primeras décadas del siglo XX, ha sido más fuerte el código del silencio disciplinar que según Ferrero y Filibi (2005) “incluso determina la propia noción de ‘lo científico’ en un momento y lugar histórico determinado” (p. 29). En las presentes notas intento mapear algunos puntos de referencia en el periodo comprendido entre 1928-1948, que estimo importantes para delimitar nuestra comprensión del proceso. Sister, outsider3 La específica exclusión de las mujeres de lo público-exterior no es una cuestión nueva ni mucho menos. Se trata de un terreno milenariamente ocupado por varones, lugar donde, al decir de Heráclito (s.f.), “la guerra es la madre de todo”. Desde el siglo XVI, el sistema interestatal es, junto al económico y a la geocultura, uno de los ejes articuladores del sistema-mundo moderno (Wallerstein, 1984), en tanto sistema político basado en estados soberanos, independientes jurídicamente pero vinculados a través de un sistema interestatal donde las diferencias y desigualdades son constitutivas del mismo. Justamente, en la intersección de las condiciones y procesos internos y externos, ‘nacionales’ e ‘internacionales’ – o como dice Merle (2000), entre el “derecho público 3 Título de un ensayo de Audre Lorde, feminista afroamericana, en el que reivindica la subjetividad de los marginados o excluidos por diferentes regímenes de opresión en los que se interrelacionan el racismo, el clasismo, el machismo y la homofobia.
  • 3. 3 interior” y el “derecho público exterior” (p. 344)- quedaron determinados los atributos del Estado, entre ellos el lugar y los modos como hombres y mujeres se sitúan en esa relación. En 1938, en su memorable libro Tres Guineas, Virginia Woolf (1979) se refiere a la relación entre masculinidad, autoritarismo y cultura de la guerra. Bedregal (2006) explica que “se trata de la primera obra que ha sido capaz de desmenuzar el logos masculino, la simbólica viril que construye la relación entre autoritarismo, cultura de privilegios/poder masculino (patriarcado) y la generación de la guerra y la única hasta hoy que lo ha hecho de manera tan global”. Evans (1980) da cuenta cómo en Occidente desde mediados del siglo XIX y comienzos del XX, las mujeres y sus organizaciones bregaron por incorporarse a la esfera pública tanto en el ámbito interno como en el externo. Según Eley (citado en Fraser, 1997), la esfera pública es el escenario estructurado en donde tiene lugar la competencia y/o la negociación cultural e ideológica entre una variedad de públicos, desiguales y privilegiados unos, y en desventaja otros. Desde esas zonas de la soberanía estatal las mujeres organizadas intentaron alterar y transformar las articulaciones entre regulación social y autonomía y libertad (Sousa Santos, 1998). En 1926, dos años antes de la creación de la CIM, cuando se celebró en Panamá el Congreso Interamericano de Mujeres, en un artículo publicado en la revista Orientación Feminista, órgano del Partido Nacional Feminista, Clara González (2006), escribe: Conjuntamente con el Congreso Bolivariano que ha de verificarse en esta Capital, en junio próximo, tendrá lugar la reunión de un Congreso representativo de las intelectualidades femeninas de toda la América. Este acontecimiento..., ha de marcar, sin duda, una época verdaderamente trascendental para las mujeres de nuestro continente empeñadas en la liberación del elemento femenino mundial.
  • 4. 4 Los muchos beneficios que del Congreso organizado por Doña Esther Neira de Calvo, esperamos los que siempre optimistas preferimos ver el lado mejor de las cosas a fin de sacar de ellas el mayor provecho para la causa que defendemos, podríamos sintetizarlos en dos: uno de índole internacional y otro de carácter local... Ahora que la oportunidad le es propicia, con motivo de la celebración del Congreso Interamericano de Mujeres, [la mujer hispanoamericana] no debe desperdiciar un instante, ni perder detalle alguno que tienda a crear una corriente de simpatía, de fraternidad y de cultura entre las delegadas a fin de hacer factible el acercamiento que tanto los intereses morales como materiales requieren para el progreso y la constitución de una unidad política hispanoamericana… Continuamos optimistas y creemos que el Congreso Interamericano de Mujeres,..., unirá en un solo abrazo no sólo a las mujeres de todos los países hispanoamericanos, sino a todas las que en nuestro país, por diversos caminos y con más o menos comprensión se esfuerzan en la persecución del ideal social, de justicia (p. 151). Tiene razón Feijoó (2008) cuando sostiene que “el hecho más llamativo referido al surgimiento y expansión de los movimientos de mujeres a lo largo de toda su historia es el carácter de internacionales o globalizados que los mismos tienen desde sus inicios” (p. 14). En efecto, en la intersección nacional/internacional las sufragistas cuestionaron los límites discursivos establecidos y politizaron problemas hasta entonces despolitizados, crearon nuevos públicos para sus discursos, nuevos espacios e instituciones en los cuales estas interpretaciones opositoras pudieran desarrollarse y desde donde pudieran llegar a públicos más amplios (Vargas, s.f.).
  • 5. 5 Sin embargo, no hay que perder de vista que en las décadas iniciales del siglo XX, la praxis internacional feminista se enmarca en lo que Fraser (1997) denomina contra-públicos subalternos, esto es, espacios discursivos paralelos donde las mujeres organizadas inventaron e hicieron circular contra-discursos, lo que a su vez les permitió formular interpretaciones alternativas de sus identidades, intereses y necesidades (p. 115). Aunque esos contra-públicos surgieron como respuesta a exclusiones dentro de los públicos dominantes y contribuyeron a alargar el contenido material y discursivo de la esfera pública internacional (Fraser, 1997), lo cierto es que tales avances fueron muy disputados, muchos de ellos negados y/o minimizados en el nivel territorial, nacional, de la política. Género, transnacionalidad y ciudadanía A diferencia de la concepción territorializada que estructuraron los modos ciudadanos antiguos y modernos, la idea de ciudadanía que impulsaron los movimientos sufragistas desde su origen estuvo estrechamente vinculada a la interacción entre lo local y lo global, a las relaciones que mezclan elementos nacionales y no nacionales. Justamente, en una época en que era indiscutible la preeminencia de la escala nacional y de la autoridad exclusiva del Estado sobre su territorio y los sujetos que actuaban en él, todo indica que con la práctica política sufragista americana4 emergen procesos cosmopolitas de “localización de lo global y desnacionalización de lo nacional” (Sassen, 2007: 13). En aquel momento, este modo político de actuar rompió los esquemas establecidos. Una transgresión que también implicó significativos costos políticos y personales para las sufragistas, sobre todo en países pobres y periféricos como los de América Latina, donde el estado de derecho ha sido desde siempre precario y lábil. En este sentido, el caso panameño ha sido emblemático. 4 A menos que se diga lo contrario, en este trabajo el término americano indica que procede del continente llamado América.
  • 6. 6 Este rasgo de la interacción nacional/internacional, aunque todavía impreciso, fortaleció el diferencial de género en la concepción dominante de ciudadanía. A mi modo de ver, esta circunstancia tiene al menos dos consecuencias para las complejas relaciones entre personas, colectividades y el Estado, y las maneras en que las relaciones de género los afectan y son afectadas por ellos (Yuval Davis, 1996). Por una parte, mientras que la ciudadanía moderna fue asumida como un derecho político, esto es, un ordenamiento normativo coactivo de la potencia estatal; el derecho de ciudadanía de las mujeres que las sufragistas logran impulsar se origina como un derecho humano, esto es, como un programa “reformador y emancipatorio de la vida social y personal” (Ortiz Rivas, 2002: 22). Algo de lo que quiero decir se insinúa en el siguiente párrafo de Nari (2004), “A diferencia de la maternidad, la paternidad no era definida a partir de los sentimientos sino de la presencia (a veces, abusiva) o ausencia de poder, del reconocimiento jurídico y de la manutención de los hijos” (p. 252). En este sentido, sobre el ideal cosmopolita y solidario que sostiene el conjunto de ideas ético-jurídicas y políticas denominado derechos humanos, permanece la condición básica de los mismos: ir a la zaga de la “razón de Estado” (Allard, 1998), manteniendo distancia de la tendencia de cada Estado a imponer su propia voluntad y sus propios intereses. Como sostiene Ortiz Rivas (2002): A pesar de [la] grandeza de los derechos humanos, desde su formulación jurídica procedente de la modernidad hasta nuestro tiempo…, han estado siempre marcados por una contradicción desafiante entre su alta teoría bimilenaria y su baja praxis social que los niega, entre su rica normatividad moral, jurídica y política y su pobre vida cotidiana que los viola, contradicción que los hace universales en la letra, pero sin ser universales en la vida (p. 18).
  • 7. 7 Décadas más tarde, correspondió a los feminismos de la segunda ola la repolitización de la idea y práctica ciudadana como derecho humano, legadas por el feminismo sufragista (Ungo, 2002). Por otra parte, está la compleja y espinosa relación entre la cuestión nacional y las mujeres. Desde hace tiempo se afirma que los discursos nacionales constituyen una práctica reguladora ligada a los sistemas patriarcales para imponer una vigilancia sobre el cuerpo de las mujeres. McClintock (citada por Ruiz Martínez, 2001) sostiene que, desde sus inicios "el nacionalismo se constituyó como un discurso con carácter de género y, por tanto,… no puede entenderse sin una teoría sobre el poder y el género” (p. 56). Ruiz Martínez (2001) al examinar los debates sobre la cuestión nacional y la mujer durante la revolución mexicana, concluye que “cuando se examina el nacionalismo de los años veinte desde la perspectiva de género, se observan más continuidades que rompimientos en la forma en que la nación mexicana era imaginada” (p. 56). Para Yuval-Davis (citada por Rayas, 2008), ningún discurso, y desde luego el de nación no es una excepción, puede aislarse de las esferas determinadas por el género y la orientación sexual, en especial cuando éstas se emplean continuamente para marcar y territorializar los límites nacionales y/o comunitarios. Desde este punto de vista, cuando se representa a la nación se suele traer al imaginario una estampa de mujer, esto es, se recurre a la metáfora de la mujer como nación que tiene como contraparte la idea del Estado como un ente masculino. En este sentido, la nación se refiere a la dimensión de la reproducción y continuidad –tareas de mujeres- en los sentidos biológico, cultural y simbólico (Yuval Davis citada por Carmona, 2004). Quizá como en ningún otro país del continente la experiencia vivida por las feministas panameñas puede ser, en este sentido, emblemática. Un acontecimiento ocurrido a finales de
  • 8. 8 la década del treinta, muy cerca al inicio de la segunda guerra mundial, permite ilustrar cómo los comportamientos políticos que se alejan de la norma nacional-estatal establecida pueden ser etiquetados como perniciosos y situados en el margen del colectivo humano. En efecto, en 1938, diez años después del nacimiento de la CIM, y durante un período crítico en el desarrollo de la militancia nacional por el derecho al sufragio, la abogada feminista Clara González (2006), escribe una larga carta personal al ex presidente y diplomático panameño, Dr. Ricardo J. Alfaro, en la que expone con detalles los pormenores de un enfrentamiento sombreado por componentes ideológicos nacionalistas. Vale la pena citar con largueza su contenido. González (2006) da cuenta del apoyo que el público da al Partido Nacional Feminista (PNF) que preside, señalando “el movimiento crecía. Se hablaba en parques y corrillos del feminismo como cuestión de actualidad y los hombres, entre ellos funcionarios públicos…, contribuían con dinero a la campaña reiniciada con tan buenos auspicios” (p. 164). Clara González (2006) reitera “las comunes conexiones [del PNF] con la Comisión Interamericana de Mujeres de Washington, y de éstas con las organizaciones femeninas de la Zona del Canal” (p. 164). Y es que las relaciones entre las organizaciones de mujeres de Panamá y las estadounidenses localizadas en la Zona del Canal tienen lugar en el marco institucional de la CIM, por tanto no eran privadas ni secretas. Justamente, en la coyuntura de 1938 “de la manera más solidaria y fraternal, se dispusieron a colaborar con nosotras tanto en la celebración del Congreso proyectado, como en los demás puntos de nuestro programa feminista” (González, 2006: p.164).
  • 9. 9 Efectivamente, durante una actividad realizada en el Palacio Municipal que, recuerda Clara, “constituyó una verdadera manifestación de fuerza”, estuvieron “las organizaciones de la Zona representadas por la señora Evelyn Moore y la señorita Ruth Williams, quienes trajeron la voz del Club de Mujeres Universitarias, del Club de Mujeres de Pedro Miguel y de la Liga Femenina” (González, 2006: p. 164) Clara señala en su carta a Alfaro que “Ruth Williams tomó la palabra para ratificarnos el apoyo que las organizaciones de la Zona prestaban al movimiento nuestro, como una demostración de solidaridad que a través de la Comisión Interamericana de Mujeres, venía cultivándose entre las mujeres del Continente” (p. 164). Una actividad, como señala Clara, sin “ninguna estridencia, todo legal, dentro de los ideales que desde hace 16 años perseguimos como a usted le consta” (p. 164). Este hecho provocó una desproporcionada reacción estatal. Siguiendo el testimonio de Clara González (2006), El mismo día lunes aparecieron en los periódicos las declaraciones despampanantes del Excmo. Presidente de que vetaría la ley que concediera el voto a la mujer para salvar así su “responsabilidad ante la historia”. Enseguida siguieron las declaraciones del Secretario de Educación, amenazando a las maestras que tomaran parte en actividades feministas… Pero la cuestión no quedó únicamente a nivel del Poder Ejecutivo, Los Concejales que en la sesión a que me he referido se habían deshecho en elogios y en promesas de apoyo, al día siguiente, lunes, nos botaron a la calle
  • 10. 10 sin ninguna excusa después que espontáneamente nos habían cedido el salón del Consejo para nuestras reuniones ordinarias (González, 2006: p. 165) En cuanto a la feminista norteamericana Ruth Williams, ésta fue acusada personalmente por el presidente Juan D. Arosemena ante el Gobernador de la Zona del Canal, “por haber asistido a la sesión y haber tomado la palabra, actitud que el gobierno de Panamá consideraba como una intromisión de las mujeres de la Zona del Canal en la política panameña prohibida por las leyes de esa misma jurisdicción” (González, 2006: 165), ….A Ruth la llamaron a la Jefatura del servicio de inteligencia y le dijeron que por orden del Gobernador le informaban que si continuaba en comunicación siquiera telefónica con alguna de nosotras tres [Elida de Crespo, Otilia de Tejeira y Clara González. B.A] sería deportada inmediatamente pues el gobierno en la forma que acabo de expresar, se había quejado de su intervención en la política del país. No valieron protestas, y adiós colaboración…. Un corresponsal del New York Times vino a entrevistar a una de nosotras, pero nos negamos a dar ninguna información, temerosas de… que el público sepa que en la Zona nos tienen fichadas, por decirlo así, como personas non gratas. Miss Stevens conoce todo esto5… (pp. 164-167) Como bien reconoció Clara González, esta coyuntura significó “un golpe mortal” al PNF. Aunque el partido no cesó en su trabajo, “por efecto de las medidas represivas se ha 5 Clara se refiere a Doris Stevens, la primera presidenta de la CIM y reconocida sufragista estadounidense. Hasta ahora, no tengo referencia sobre alguna reacción de la CIM, de su dirigencia o membrecía, ante los serios acontecimientos ocurridos en Panamá, que afectaron a organizaciones que integraban tal organismo multilateral.
  • 11. 11 transformado en una organización semiilegal después de haber gozado de 16 años de libertad” (p. 166). Refiriéndose a Argentina, Nari (2004) plantea que “En la década de 1930 las mujeres se movilizaron no sólo por sus derechos sino por la paz: la guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial” (p. 264). En realidad, fue un escenario frecuente en la mayor parte de los países latinoamericanos, y Panamá no fue una excepción (González, 2006; Marco, 2007). En consecuencia, la persecución a las feministas panameñas invocando el discurso nacionalista no parece casual. Ocurría justamente en momentos en que, por una parte, tal como Boersner (2004) documenta, “Estados Unidos realizaba las gestiones político-militares encaminadas a tratar de crear un sistema de seguridad regional bajo su hegemonía y una comunidad hemisférica dominada por el capital norteamericano” (pp. 172- 173). Refiriéndose a estos años Pizzurno y Araúz (1996) mencionan una serie de acontecimientos que evidencian que el proyecto estadounidense en las Américas contó con el apoyo activo de la diplomacia panameña. La CIM y la diplomacia multilateral Para Borja (1998) el multilateralismo “se refiere a la negociación, trato contratación, conversación, comercio u otra relación entre varios países considerados partes en el asunto de que se trata. Las organizaciones mundiales, regionales y subregionales de Estados son multilaterales. Ciertas entidades internacionales de crédito –el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Corporación Andina de Fomento y varias otras- lo son también.” (p. 690), mientras que la diplomacia multilateral es “la encargada de manejar las relaciones simultáneas entre varios Estados sobre asuntos
  • 12. 12 específicos, las relaciones de un Estado con los organismos internacionales y la representación de los Estados en los cada vez más frecuentes foros y conferencias internacionales” (p. 691). La CIM emergió en la encrucijada de la primera posguerra, durante “la difícil transición al siglo XX” (Sepúlveda, 1995), en tiempos que pergeñan una transformación radical de la naturaleza y el papel del poder político interestatal ya fracturado por la presencia activa en la arena internacional de Estados Unidos y la Unión Soviética. Fue un nacimiento marcado por una coyuntura crítica tanto en el ámbito estatal interno como en el interestatal. Justamente, a este complejo entramado debe la Comisión buena parte de sus luces y sus sombras. En efecto, el sufragismo americano también combinó sus acciones en los dos ámbitos en los que el Estado-nación despliega la fuerza de su poder disciplinario: por un lado, en el espacio- tiempo nacional y, por otro, en el espacio-tiempo internacional. Aquí radica la complejidad y riqueza de la praxis sufragista en las Américas, en los primeros años del siglo XX. Atendiendo a su larga tradición de transnacionalidad pudo ser más razonable para las mujeres que ya ostentaban la condición de ciudadanas –hasta ese momento, las estadounidenses-, que, después de la larga marcha que significó la apertura y expansión del sistema político de su sociedad nacional, intentaran ejercitar los recién adquiridos derechos políticos justamente en las institucionalidades políticas internacionales existentes, espacios duros del poder masculino pero que no eran del todo ajenas al nuevo espíritu igualitario de los tiempos (Sepúlveda, 1995). Tales organizaciones intergubernamentales se convierten, entonces, en el nuevo objeto del deseo feminista, por lo que aprovechan las fisuras que el propio sistema interestatal les ofrece. Y por ahí se insertan a partir de 1928, con el nacimiento de la Comisión Interamericana de Mujeres.
  • 13. 13 Como señala Durán y Lalaguna (2007), si bien “el continente americano tiene una larga historia de tradición multilateral”, todo lo referido a la igualdad de género “no fue una cuestión fácil de integrar en la agenda” (p. 131). Quizá estas dificultades tengan relación con lo que en el fondo apunta Camargo (2000) acerca de las miradas masculinas y femeninas en la construcción de los problemas sociales y políticos. El hecho de que fenómenos como el de la exclusión y marginación social, por ser percibidos subjetivamente, de forma creciente, en términos de identidades –sea de género, religión etnia u otras- plantean un problema particular para el multilateralismo, justamente porque éste depende de la capacidad de transformar la concepción exclusivista de identidad en el reconocimiento de la diferencia… (p. 71) El papel de la CIM en el multilateralismo americano Corrían los años iniciales del multilateralismo, aquel modelo de gobernanza global que se desarrolló después de la primera guerra mundial cuando la creación de la Sociedad de Naciones (1919-1946), tradujo la esperanza de que una diplomacia pública y colectiva lograría la paz definitiva. Aunque la Sociedad de Naciones tuvo una vida efímera (1919-1946), el debate multilateral inaugurado por este organismo abrió el sistema internacional por vez primera al intercambio de ideas, de informaciones y propuestas, al tiempo que permitió apreciar la convergencia y/o la divergencia en torno de un conjunto de tópicos nacionales. Un empeño que durante el tiempo que duró se debatió en medio de profundas tensiones y contradicciones, y las que al final provocaron su posterior colapso. El debate multilateral, esto es, “la capacidad para crear un espacio de debate y construcción de consensos” (Rojas, 2000: 29), constituye un intercambio de ideas, de
  • 14. 14 informaciones y propuestas, y, al mismo tiempo, la ocasión de apreciar la convergencia o la divergencia en torno a un conjunto de actividades de diversa índole. No consiste simplemente en tratar los problemas, sino de influir sobre la solución, llevando a cabo acuerdos con un carácter lo más amplio posible, que concilien los planteamientos de los Estados. No obstante que el principio westfaliano de soberanía absoluta de los estados se mantuvo intacto junto con la jerarquización del orden internacional, el nacimiento de la CIM, en 1928, estuvo precedido por una intensa movilización de las mujeres a nivel mundial, en el afán de transformar las estructuras de dominio político que las desconocían como sujetos. El organismo experimentó diversos clivajes que marcaron su acción e incidencia en la política internacional regional y mundial. Desde esta perspectiva, la fase sufragista de la CIM comprende, a mi juicio, el período que va de 1928 a 1946, esto es, desde la creación del organismo en el seno de la Unión Panamericana, hasta el inicio de la guerra fría6. Dentro de este marco de acción, el movimiento sufragista en las Américas siempre estuvo tensionado y sujeto a desarrollos contradictorios que enfrentaron principios reguladores y emancipatorios, en un escenario en el que, además, Estados Unidos jugó un papel de primordial importancia. 6 Los cambios y adecuaciones que el organismo regional experimentó durante las décadas posteriores a la creación de la CIM, especialmente a partir de 1948 con el inicio de la Guerra Fría, marcaron diferencias sustantivas en la incorporación de las mujeres en ese espacio multilateral y en la relación entre las mujeres y sus movimientos en cada país de la región. De 1953- 1975: se trata de un momento transicional en el que, por una parte, la política internacional está signada por la dureza del conflicto Este-Oeste, al tiempo que las sociedades nacionales expresan un gran dinamismo y movilización política. De 1975 a 1991: Durante el Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer: Igualdad, Desarrollo y Paz, tuvieron lugar procesos de reflexividad cada vez más sistemáticos en torno a la situación y condición de las mujeres en las sociedades actuales. En las Américas estos procesos cristalizaron en numerosos proyectos, reuniones y seminarios, apoyo a la creación de oficinas nacionales, avances en la acción de los gobiernos, surgimiento de numerosas organizaciones no gubernamentales volcadas a mejorar la condición de las mujeres, creación de nuevas corrientes de opinión pública y publicaciones, actividades en gran medida centradas en la llamada perspectiva de género, así como importantes cambios legislativos, entre los cuales destaca la entrada en vigencia de la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, apoyada y ratificada por la mayoría de los países de la región. En poco menos de dos décadas culmina esta etapa con la súbita desaparición de la Unión Soviética y, con ello, el fin de la guerra fría. De 1992 a nuestros días. Es una fase marcada por la crisis de la OEA como organismo multilateral, en medio de significativos avances de las institucionalidades gubernamentales y no gubernamentales de género en el contexto regional. En esta fase, ha habido un aumento significativo de los mandatos encomendados a la CIM por las Cumbres de las Américas y la Asamblea General de la OEA.
  • 15. 15 Dado su carácter transnacional, el proyecto político sufragista trascendió el marco exclusivo del Estado-nación al tiempo que disputó territorios e instituciones nacionales. Pero no sólo esto. Como la mayor parte de los movimientos sufragistas de la época, el americano defendió una indiscutible visión cosmopolita de la idea democrática que impulsó. Como se puede apreciar, es una historia en gran medida desconocida así como un relato complejo si tenemos en cuenta que el marco discursivo e institucional que originalmente cobija a la CIM fue el panamericanismo, aquel viejo concepto aglutinador de todos los Estados del continente americano que enmascaraba los afanes hegemónicos de dominación política y económica de los Estados Unidos de América sobre los países del Sur del Río Grande. En otras palabras, el panamericanismo7 como praxis del destino manifiesto. El surgimiento de la CIM constituye un episodio fundamental de la historia de la relación de los sistemas políticos del Continente y los movimientos sociales convertidos desde finales del siglo XIX y comienzos del XX, en nuevos actores políticos internacionales. Visto desde la CIM, el sistema interamericano de inicios del siglo XX, produjo una notable transformación del espacio público internacional regional y paulatinamente tomó forma un nuevo paradigma sobre el papel del Estado en la regulación de aspectos concernientes a la vida privada y a los nuevos roles familiares. Todo ello centrado en la tematización de los derechos de ciudadanía para las mujeres en el marco de una politización creciente de la maternidad (Nari, 2004). 7 Desde 1890 hasta 1948, el sistema interamericano sufrió mutaciones institucionales significativas que dependieron en gran medida de los cambios a nivel macro del sistema internacional, así como, específicamente, de la política exterior de Estados Unidos y su papel en la región. En 1890, la Primera Conferencia Internacional Americana, efectuada en la ciudad de Washington, estableció la Unión Internacional de las Repúblicas Americanas (y su Secretaría Permanente, la Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas). A partir de 1910, la Unión de las Repúblicas Americanas se denominó Unión Panamericana, y desde 1948 a nuestros días, Organización de los Estados Americanos, OEA.
  • 16. 16 En la VII Conferencia de Montevideo (1933) fue adoptada la Convención sobre la Nacionalidad de la Mujer que permitía a las mujeres mantener su propia nacionalidad en caso de matrimonio con un hombre de nacionalidad distinta. Este fue el primer instrumento internacional adoptado en el mundo relativo a los derechos de la mujer. La convención fue decisiva para que la Liga de las Naciones reconociera la existencia y validez de los movimientos sobre derechos de la mujer en la región. De esta manera los movimientos de mujeres de las Américas se convirtieron en actores no estatales que jugaron un papel novedoso en la arena internacional, haciendo público sus problemas específicos y contribuyendo activamente a convertirlos en reglamentaciones y convenciones vinculantes para los Estados de la región. Por otro lado, el nuevo espacio conquistado también implicó profundas disputas y divisiones entre los movimientos de mujeres sobre las visiones y concepciones ideológico- políticas imperantes en la época sobre el papel de la mujer y su relación con el Estado y las organizaciones internacionales. Conclusión En un contexto internacional ambiguo, pletórico de transformaciones y nuevos riesgos, el surgimiento de la CIM coronó el largo quehacer de los movimientos sufragistas en Occidente, los que en diversas partes del mundo durante unos ochenta años8, confrontaron a través de una variopinta práctica política, los diseños hegemónicos relativos a contextos sociopolíticos, culturales y sexuales en medio de los cuales se desarrollaban. Como ocurre en casi todas partes, “El hundimiento de la emancipación en el seno de la regulación, y la 8 La Convención de Seneca Falls, E. U., tuvo lugar en 1848.
  • 17. 17 consiguiente imposibilidad de pensar la emancipación social de manera coherente (Sousa Santos, 2009: 16)”, en gran medida signan la calidad y contenido de los proyectos por la equidad y justicia de género en nuestros días. No dudo que estas notas dejan más preguntas y cuestionamientos que respuestas y argumentos precisos. Queda mucho por hacer en el análisis de las relaciones internacionales desde la perspectiva de un feminismo crítico que “no reduce ‘la realidad’ a lo que existe”. REFERENCIAS Allard, Briseida (1998). Género y Relaciones Internacionales Contemporáneas. Revista Lotería 417, 97-105. Bedregal, Ximena (2006). Virginia Woolf: "Tres Guineas". La Jornada, 20 de diciembre 2006. Extraído el 15 diciembre 2009, desde http://www.nodo50.org/tortuga/Virginia-Woolf-Tres- Guineas Boersner, Demetrio (2004). Relaciones Internacionales de América Latina. Breve historia. Caracas: Editorial Nueva Sociedad. Durán y Lalaguna, Paloma (2007). Sobre el género y su tratamiento en las Organizaciones Internacionales. Madrid: Ediciones Internacionales Universitarias. Evans, Richard J. (1980). Las feministas. Los movimientos de emancipación de la mujer en Europa, América y Australasia, 1840-1920. Madrid: Siglo XXI de España Editores. Feijoó, María del Carmen, comp. (2008). Participación política de las mujeres en América Latina. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, Coppal.
  • 18. 18 Ferrero, M. y Filibi, Igor (2006). ¡Bárbaros en Delfos! Geopolítica del conocimiento y Relaciones Internacionales ante el siglo XXI. Extraído el 4 de julio de 2008 desde http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=63320302 Fraser, Nancy (1997). Iustitia Interrupta. Reflexiones críticas desde la posición “postsocialista”. Santafé de Bogotá: Siglo del Hombre Editores, Universidad de los Andes. Facultad de Derecho. González, Clara (2006). La mujer del siglo. Selección de escritos con estudio introductorio de Anayansi Turner. Panamá: Imprenta Articsa. Marco, Yolanda (2007). Clara González de Behringer. Biografía. Panamá: Edición Hans Roeder. Merle, Marcel (2000). Sociología de las relaciones internacionales. (3ª reimpresión revisada y ampliada). Madrid: Alianza Editorial. Nari, Marcela (2004). Políticas de maternidad y maternalismo político. Buenos Aires, 1890-1940. Buenos Aires: Biblos. Ortiz Rivas, Hernán (2002). Derechos Humanos. (3ª edición). Bogotá: Ediciones Jurídicas Gustavo Ibáñez Ltda. Pizzurno, Patricia y Araúz, Celestino (1996). Estudios sobre el Panamá Republicano (1903-1989). Colombia: Manfer, S. A. Rayas, Lucía (2008). Subyugar a la nación. Cuando el cuerpo femenino es territorio de tortura a manos del estado. La Fogata Digital. Extraído el 14 de enero 2009 desde http://www.lafogata.org/zapa2008/z.27.2.htm Rojas A., Francisco, editor (2000). Multilateralismo. Perspectivas latinoamericanas. Caracas: Editorial Nueva Sociedad y Flacso-Chile.
  • 19. 19 Ruiz Martínez, Apen (2001). Nación y género en el México revolucionario: La India Bonita y Manuel Gamio. Signos históricos núm. 5, enero-junio, 2001, pp. 55-86 Sassen, Saskia (2007). Una sociología de la globalización. Buenos Aires: Katz Editores. Sepúlveda, César (1995). El derecho de gentes y la organización internacional en los umbrales del siglo XXI. México: Fondo de Cultura Económica. Sousa Santos, Boaventura (1998). De la mano de Alicia. Lo social y lo político en la postmodernidad. Santafé de Bogotá: Siglo del Hombre Editores, Facultad de Derecho, Universidad de los Andes, Ediciones Uniandes. ______ (2009). Sociología jurídica crítica. Para un nuevo sentido común en el derecho. Madrid: Editorial Trotta. Vargas, Virginia (s.f.). Los feminismos latinoamericanos en su tránsito al nuevo milenio. (Una lectura político personal). Perú: Centro de la Mujer Peruana “Flora Tristán”. Ungo, Urania (2002). Para cambiar la vida: política y pensamiento del feminismo en América Latina (1ª reimp.) Panamá: Instituto de la Mujer de la Universidad de Panamá. Wallerstein, Immanuel (1984). El moderno sistema mundial II. El mercantilismo y la consolidación de la economía-mundo europea, 1600-1750. México: Siglo XXI Editores. Woolf, Virginia (1979). Tres guineas. Buenos Aires: Editorial Suramericana. Yuval Davis, Nira (1996). Mujeres, ciudadanía y diferencia. Buenos Aires: Documentos Prigepp 2004.