SlideShare una empresa de Scribd logo
1 de 202
Descargar para leer sin conexión
La Divina Comedia
Dante Alighieri
EL PURGATORIO
1
Canto I
Catón guardián de la playa
Por surcar mejores aguas alza las velas
ahora la navecilla de mi ingenio,
tan cruel mar detrás de sí dejando;
y cantaré de aquel segundo reino,
donde el humano espíritu se purga
y se hace digno de subir al Cielo.
Resurja ahora aquí la muerta poesía,
¡oh Santas Musas! pues vuestro soy;
y que Calíope un algo surja
acompañando mi canto con aquel son
del cual las míseras Urracas sintieron
tal golpe, que ya no esperan perdón.
Dulce color de oriental zafiro,
que se acogía en el sereno aspecto
del medio, puro hasta el primer giro,
a mis ojos recomenzó dilecto,
así como salí fuera del aura muerta,
que contristado me había los ojos y el pecho.
El bello planeta que de amar conforta
hacía que el entero oriente riera,
velando a los Peces que eran su escolta.
Volvíme a la derecha, y dirigí la mente
2
al otro polo, y vi las cuatro estrellas,
que nadie vio más la primera gente.
Gozar parecía el cielo de sus flamas:
¡oh septentrional viudo sitio,
pues que privado estás de verlas!
Así que de mirarlas me apartara,
volviéndome un poco hacia el otro polo,
allí donde el Carro ya se había ido,
vi cerca de mí a un viejo solo
digno de tanta reverencia al ver,
que más no debe al padre ningún hijo.
Larga la barba y de blanco pelo mestiza
tenía, a sus cabellos semejante,
de la que caía al pecho doble lista.
Los rayos de las cuatros luces santas
franjeaban de luz tanto su rostro,
que lo veía como si el Sol fuera delante.
¿Quién sois vosotros, que contrario al ciego río
huido habéis de la prisión eterna?
dijo, moviendo esas honestas plumas.
¿Quién os ha guiado? ¿o quién os fue lucerna,
saliendo fuera de la profunda noche
que siempre tiene negro el infernal valle?
¿así se han roto las leyes del abismo?
¿o se ha dictado en el cielo nuevo consejo
3
de que, condenados, vengáis a mis grutas?
Mi conductor entonces me tomó la mano,
y con palabras, manos y señales
hízome hincar y bajar la frente reverente.
Después le dijo: Por mí no viene;
mujer bajó del cielo, a cuyos ruegos,
mi compañía para con él dispuso.
Pero como es afán tuyo que más te explique
cuánto de honesta nuestra condición sea
no cabe en mí que a tí me niegue.
Éste aún no vio su última tarde
pero estuvo por su locura tan cerca,
que le era escaso el tiempo para que volver pudiera.
Así como te dije, a él yo fui mandado
por que viviera; y no había para él otro camino
que éste por el que me he metido.
Mostrado le he la perversa gente;
y ahora pretendo mostrarle los espíritus
que se purgan en tus dominios.
Cómo lo traje, sería largo contarte;
de lo alto una virtud me ayuda
a conducirlo a verte y a escucharte.
Ahora pues que su visita acoger te plazca:
libertad va buscando, que le es tan cara,
como lo sabe quién la vida por ella deja.
4
Lo sabes tú, que por ella no te fue amarga
en Útica la muerte, donde dejaste
la vestidura que en el gran día será tan clara.
Los eternos edictos no hemos quebrado;
que éste vive, y a mí Minos no alcanza;
que soy del giro donde están los ojos castos
de tu Marcia, que al parecer te ruega
¡oh santo pecho! que la tengas por tuya;
por su amor, pues, a nuestro deseo accedas.
Déjanos viajar por tus siete reinos;
gracias reportaré de ti a ella,
si de ser mencionado allá abajo te dignas.
Marcia plugo tanto a mis ojos
mientras allá estuve, dijo entonces,
que cuantos gracias quiso de mí, las tuvo.
Ahora que allende el mal río habita,
no puede más conmoverme, por aquella ley
que hecha fue cuando salíme fuera.
Mas si dama del cielo te mueve y te sostiene
como tú dices, no hacen falta lisonjas;
baste bien que en su nombre requieras.
Vete pues, y haz que éste se ciña
de un junco mondo y que el rostro lave
para que de toda suciedad así se redima,
5
que bien no fuera con el ojo herido
de alguna niebla, venir ante el ministro
primero, que es de los del paraíso.
Aquella apartada isla, bien abajo de la playa,
allá donde las olas azotan,
abriga juncos sobre el blando limo:
ninguna otra planta de hojas
o de tronco duro, puede vivir allí,
que el batir de las olas no secunde.
Después no volváis aquí:
el Sol os mostrará, que ahora surge,
a tomar del monte la más leve cuesta.
Ahí desapareció; y de pie me puse,
en silencio, y me allegué muy cerca
de mi conductor, y hacia él alcé la vista.
Y él comenzó: sigue mis pasos,
retrocedamos, que por aquí declina
esta llanura a sus lugares más bajos.
Vencía el alba la hora matutina
que delante huía, de modo que de lejos
pude ver el fluctuar de las olas.
Íbamos por el solitario llano
como quien vuelve a la perdida senda
y que hacia ella le parece ir en vano.
Cuando llegamos allí donde el rocío
6
lidia con el Sol, y por estar
a la sombra se difunde poco a poco,
ambas manos sobre la hierba abiertas
suavemente mi maestro puso:
y yo entonces, su intento advirtiendo,
le ofrecí mis mejillas lacrimosas:
y allí dejóme descubierto
aquel color que ocultara el infierno.
Llegamos luego al litoral desierto,
cuyas aguas no vieron navegar nunca
a hombre, que de ellas regresara experto.
Ciñóme allí como al otro plugo:
¡oh maravilla! que así como escogió
la humilde planta, igual renació otra
súbito allí donde la arrancara.
Canto II
Ya estaba el Sol al horizonte junto,
cuyo meridiano círculo cubre
a Jerusalén en su más alto punto;
y la noche que opuesta a éste gira
salía del Ganges con las Balanzas,
de cuyas manos se cae cuando se alarga;
de modo que las blancas y rosadas mejillas,
7
donde yo estaba, de la bella Aurora,
por la mayor edad ya eran naranjas.
Nos hallábamos aún sobre la orilla del mar,
como quien el camino a tomar medita,
que de corazón avanza, pero de cuerpo demora.
Y entonces, así como sorprendido a la mañana,
por el grosor de la niebla, Marte enrojece,
allá en el poniente sobre el marino suelo,
así se mostraba, como si aún la viera.
una luz por el mar venir tan presto
que no había volar que al suyo pareciera.
Como la vista un momento apartara
hacia mi Maestro por una pregunta,
al reverla la vi, de más brillo y mayor tamaño.
Luego a sus lados ver me parecía
un no sé qué de blanco, y que de abajo
un otro blanco poco a poco aparecía.
Mi maestro aún palabra no decía
en tanto se veía que los blancos eran alas;
y aunque al gondolero bien lo conocía
gritóme: ¡Dobla, dobla la rodilla!
éste es el Ángel de Dios: junta las manos;
de ahora en más verás oficiales tales.
8
Mira cómo desprecia los medios humanos,
que remo no quiere, ni más otro velamen
que sus alas, en riberas tan lejanas.
Mira como alzadas las tiene al cielo,
agitando el aire con eternas plumas,
que no se mudan como el mortal pelo.
Luego como poco a poco hacia nos vino
el ave divina, más brillante aparecía:
pero como el ojo de cerca no lo sufría
incliné la vista; y él se dirigió a la orilla
en una navecilla esbelta y leve,
tanto que en el agua apenas se metía.
En popa estaba el celestial barquero,
cuyo sólo aspecto ya mostrábalo bendito;
y más de cien espíritus sentados dentro.
“In exitu Israel de Aegypto”
cantaban juntos a una voz en coro
con lo que sigue escrito de aquel salmo.
Luego de la santa cruz les hizo el signo;
y ellos se arrojaron todos a la playa,
y el ángel se marchó, veloz, como vino.
La turba que allí quedó, extrañada
del lugar parecía, mirando alrededor
como quien nuevas cosas contemplara.
9
De todas partes saetaba el día
el Sol, quien con las nobles saetas
del medio cielo había echado a las Cabras,
cuando la nueva gente alzó la frente
a nosotros, diciendo: si vos sabéis,
mostradnos la vía de subir al monte.
Y Virgilio respondió: tal vez creéis
que expertos seamos de este sitio;
mas como vosotros peregrinos somos.
Ha poco que llegamos, antes que vosotros,
por otra vía, que fue tan dura y fuerte,
que subir ésta nos parecerá de juego.
Las almas, que habían advertido,
por el respirar, que aún estaba vivo,
maravilladas palidecieron.
Y como el mensajero, que porta olivo,
atrae a la gente para oír las nuevas,
y de pisotear a otro nadie es esquivo,
así en mi rostro se fijaron ellas
almas afortunadas todas
como olvidando de hacerse bellas.
Yo vi a una salir delante
para abrazarme con tan grande afecto,
10
que movióme a hacer lo semejante.
¡Ay sombras vanas, aunque sólo en el aspecto!
Tres veces detrás de él ceñí las manos,
y otras tantas ceñidas las hallé a mi pecho.
De sorpresa, creo, quedé pintado;
pero la sombra se retiró sonriendo,
y yo siguiéndola, avancé adelante.
Suavemente pidió me detuviera;
conocí entonces quien era, y le rogué,
que para hablarme, un poco se estuviera.
Respondióme: Así como te amé
en el mortal cuerpo, así te amo suelto:
por éso me detengo; pero tú ¿por qué vas?
Casella mío, por retornar de nuevo
allá de donde soy, hago este viaje,
le dije, pero tú ¿porque te demoraron tanto?
Y él a mí: No me han hecha ultraje alguno
porque aquel, que lleva cuando y quién le place,
muchas veces me ha negado el pasaje:
de su justo querer así se hace:
en verdad desde hace tres meses, ha llevado
a todo el que quiso entrar, en paz completa.
Por éso yo, que al mar me había vuelto
11
donde el agua del Tíber de sal se impregna,
fui acogido por él benignamente.
Hacia aquella embocadura dirige ahora el ala
porque allí se congregan siempre
los que al Aqueronte no descienden.
Y yo: si una nueva ley no te priva
de memoria o del uso del amoroso canto
que solía aquietar todas mis penas,
con él te plazca consolar un tanto
el alma mía, porque, con su cuerpo
aquí viniendo, ¡se ha afanado tanto!
"Amor que en la mente me razona",
comenzó él entonces tan dulcemente,
que la dulzura aún dentro de mi suena.
Mi maestro y yo y aquella gente
que con él estaban, parecían tan contentos,
como si a nadie otra cosa en mente fuera.
Todos quietos éramos y atentos
a sus notas; y entonces el viejo honesto
gritando: ¿qué es ésto, espíritus lentos?
¿qué negligencia, qué quedarse es éste?
corred al monte a quitaros los escollos
que a vos no dejan mirar a Dios manifiesto.
12
Como cuando, cogiendo grano o hierba,
las palomas apiñadas en pastura,
quietas, sin mostrar su normal orgullo,
si algo aparece de lo que ellas tengan miedo
súbitamente dejan estar el alimento,
porque acosadas de un mayor cuidado;
así vi yo a aquella mesnada fresca
dejar el canto, y lanzarse a la costa,
como quien va, sin saber a donde;
ni nuestra partida fue más lenta.
Canto III
Los arrepentidos en trance de muerte
Entonces cuando la súbita fuga
los dispersó por la campiña
hacia el monte a donde la razón los lleva,
yo me acogí al confiable compañero:
¿y cómo estaría yo sin su concurso?
¿quién me habría hecho subir la montaña?
Me pareció consigo mismo atrito;
¡oh digna conciencia y clara,
cómo breve falta te es compunción amarga!
Cuando sus pies abandonaron la prisa,
que de todo acto la honestidad empaña,
13
mi mente, que reducida estaba,
el designio dilató, aguijoneada,
y volví mi rostro a la colina
que al más alto cielo sobre las aguas se exalta.
El Sol, que detrás flameaba rojo,
lanzaba adelante mi figura,
porque en mí hallaban sus rayos apoyo.
A mi lado volvíme con pavor
de ser abandonado, al ver sólo
de mí delante la tierra oscura;
y mi sostén: ¿Por qué desconfías?
comenzó a decirme muy alterado;
¿no crees que estoy contigo y soy tu guía?
Allá es de tarde donde sepulto
está el cuerpo en el cual hacía sombra;
lo tiene Nápoles, y de Brindis fue sacado.
Ahora, si ante mí nada se nubla
no te asombres más que de los cielos
un rayo al otro no obsta.
A sufrir tormentos, calor y hielo
tales cuerpos la virtud dispone,
y cómo sea, no quiere que se nos devele.
Loco es quien espera que la razón nuestra
14
pueda recorrer la infinita vía
que tiene una sustancia en tres personas.
Estad contentos, humana gente, del quia;
porque si tuvierais poder de verlo todo
no hubiera sido necesario parir María.;
vos visteis que lo desearon sin fruto
los que así hubieran aquietado el deseo
que eternamente queda en ellos como luto:
de Arístoteles y de Platón hablo
y de otros muchos; y aquí curvó la frente
y más no dijo, y quedó turbado.
En tanto al pie del monte llegamos,
allí encontramos tan abrupta roca
que en vano fueran las piernas prontas.
Entre Lérici y Turbía la más desierta,
la más quebrada ruina es una escala,
cotejada con ésta, ágil y abierta.
¿Quién sabe cuál es más asequible lado,
dijo mi maestro frenando el paso.
para que pueda subir el que no tiene alas?
Y mientras guardando la vista baja
examinaba el curso del camino,
y yo arriba miraba alrededor de la roca,
15
por la izquierda apareció una afluencia
de almas, que movían el pie hacia nosotros,
y no lo parecía, por venir tan lentas.
Alza, dije yo, maestro, tus ojos:
mira por allí quien nos dará consejo,
si no logras por ti mismo tenerlo.
Miró entonces, y con franco aspecto
respondió: Vamos allá, que vienen lentos;
y tú mantén la esperanza, dulce hijo.
Aquella gente estaba lejos,
aún después de haber dado mil pasos,
cuanto una piedra lanzada por buena honda,
cuando se apretujaron todos contra la masa dura
del alto escollo, quedando quietos y juntos,
como se está mirando, quien anda en duda.
¡Oh bien finados!, ¡oh espíritus ya selectos!
comenzó Virgilio, por la paz aquella
que todos vosotros, creo, esperan,
decidnos donde la montaña sesga,
para que podamos trepar por ella;
que perder tiempo, a quien más sabe, más desplace.
Como salen del redil las ovejas
una, dos, tres, y las demás se quedan
tímidas, bajos los ojos y el hocico;
16
y lo que hace la primera, lo hacen las otras,
apretándose a ella, si se detiene,
simples y quietas, aunque ignoran el motivo;
así vi venir a nosotros la primera
de aquella grey ahora afortunada,
de rostro púdico y en el andar honesta.
Como llegaron entonces a ver rota
la luz que a tierra iba hacia mi derecha,
de modo que de mi a la gruta iba la sombra,
quedaron quietas, retrocediendo un poco,
y todos los demás que atrás venían,
sin saber porqué, otro tanto hicieron.
Sin que lo pregunten les confieso
que es humano cuerpo el que estáis viendo;
por quién la luz del Sol quiébrase al suelo.
No os maravilléis; mas creed
que no sin virtud que del cielo venga
intenta sobrepasar esta pared.
Así el maestro; y aquella gente digna:
Volved, dijeron, id delante de nosotros,
con el dorso de la mano haciendo señas.
Y uno de ellos comenzó: Quienquiera
seas, andando así, vuélveme el rostro:
17
piensa si de allá alguna vez no me vieras.
A él volvíme y miréle fijo:
rubio era y bello y de gentil aspecto,
mas una ceja un golpe había partido.
Cuando húbeme humildemente escusado
de haberlo visto nunca, me dijo: Pues mira,
y enseñóme una llaga sobre el pecho.
Luego sonriendo me dijo: Yo soy Manfredo,
nieto de Constanza emperatriz;
por donde te ruego, que cuando vuelvas,
vayas a mi bella hija, raíz
del honor de Aragón y de Sicilia,
y dile la verdad a ella, si es que se dice otra cosa.
Cuando mi cuerpo fue traspasado
por dos heridas mortales, yo me rendí,
llorando, a aquel que con gusto perdona.
Horribles mis pecados fueron
mas la infinita bondad tiene tan largos brazos
que toma a todo el que se vuelve a ella.
Si el pastor de Cosenza, que a cazarme
fue puesto entonces por Clemente,
hubiera de Dios leído bien esta cara,
los huesos de mi cuerpo estarían ahora
18
en la cabeza del puente, cabe Benvenuto,
bajo custodia de pesadas rocas.
Pero los moja la lluvia y el viento los arroja
fuera del reino, casi a la orilla del Verde,
a donde los llevó, con extintos cirios.
Por su maldición así no se pierde,
que no pueda volver, el eterno amor,
mientras la flor de la esperanza reverdece.
Verdad es que quien en contumacia muere
de la Santa Iglesia, aun cuando al fin se arrepienta,
forzoso es que de este monte quede afuera,
por todo el tiempo que ha estado, treinta.
en su presunción, si tal decreto
más breve no se hiciera por plegarias buenas.
Mira pues si darme alegría puedes
revelando a mi buena Constanza,
cómo me has visto, y cómo estoy prohibido,
que por los ruegos de allá, mucho se avanza.
Canto IV
Los perezosos
Cuando por un placer o por un dolor,
que alguna virtud nuestra comprenda,
el alma fuertemente a ella se recoge,
19
parece que ya a otra potencia no atienda;
y ésto va contra aquel error que cree
que un alma sobre otra en nosotros se encienda.
Por éso, cuando algo se oye o mira
que con fuerza tenga así el alma vuelta,
el tiempo pasa y el hombre no lo observa;
que una es la potencia que escucha,
y otra la que subyuga el alma entera:
ésta está como atada, y la otra está suelta.
De lo que tuve experiencia verdadera
oyendo aquel espíritu y admirando;
que bien cincuenta grados salido había
el Sol, sin que lo advirtiera, cuando
llegamos a donde aquellas almas acordes
nos gritaron: Aquí está vuestra respuesta.
Mayor portillo con frecuencia obtura
con un manojo de espinas
el aldeano cuando la uva madura,
que no la senda por donde subimos
mi conductor, y yo detrás, solos,
cuando se nos separó la turba.
Súbase a San Leo y bájese en Noli,
móntese en Bismantua y en Cacume
20
bastan los pies; pero aquí se precisa el vuelo;
digo con las ligeras alas y con las plumas
del gran deseo, siguiendo al que conduce
que me daba esperanza y me brindaba lumbre.
Subimos por una quebrada senda
cuyos costados me apretujaban entero
mientras abajo el suelo pies y manos requería.
Cuando llegamos al borde supremo
de la barrera a una abierta meseta,
Maestro mío, dije, ¿por dónde iremos?
Y él a mí: Ningún paso tuyo descienda:
arriba, hacia el monte detrás de mí, trepa,
hasta que hallemos una sabia escolta.
Tan alta era la cumbre que la vista
no alcanzaba, y la ladera empinaba tanto
como de medio cuadrante la línea al centro.
Yo estaba agotado cuando comencé:
¡Oh dulce padre! vuélvete y mira
cómo solo me quedo si no te aquietas.
Hijito mío, dijo, súbete hasta este punto,
mostrándome arriba un descanso
desplegado de aquel lado del monte.
Me animaron tanto sus dichos,
21
que esforzándome hacia él trepé
hasta que el ámbito quedó bajo mis pies.
En ese lugar los dos nos sentamos,
mirando a levante por donde subimos:
que agradar suele contemplar lo andado.
Primero incliné la vista a los lugares de abajo,
luego la alcé al Sol, y me admiraba
que por la izquierda me hería.
Bien advirtió el poeta que atónito
estaba yo ante el carro de la luz,
que entre nos y el Aquilón entraba.
Entonces él: Si Castor y Pólux
estuvieran en compañía del aquel espejo
que arriba y abajo su luz conduce,
verías el Zodíaco rojizo
girar todavía muy junto a la Osa,
si afuera no se saliera del camino antiguo.
Y cómo ésto ser pueda, si elaborarlo quieres,
recogido en ti mismo, imagina a Sion
y a este monte estar en la Tierra
de forma que ambos un solo horizonte
y distinto hemisferio tengan; así la ruta
que mal supo carretear Faetón,
22
verás como a éste es necesario que vaya
por un lado, cuando por otro va aquel,
si tu intelecto bien claramente mira.
Cierto, maestro mío, dije, nunca
había visto tan claro como entiendo ahora
en lo que mi ingenio antes parecía manco,
porque el círculo medio del motor superno
que se llama Ecuador, en alguna ciencia,
y que permanece siempre entre Sol e invierno,
por la razón que dices, de aquí se marcha
hacia el Septentrión, mientras los Hebreos
lo ven hacia la ardiente parte.
Mas si te place, quisiera saber
cuánto hemos de andar; pues el monte asciende
más de lo que alcanzar mis ojos pueden.
Y él a mí: Esta montaña es tal
que siempre el comenzar de abajo es duro;
y cuando se sube más, menor es el mal.
Mas cuando te parezca suave
tanto, que el andar por ello te será ligero,
como boga a favor de la corriente la nave,
estarás entonces al fin de este sendero;
por tanto a reposar la pena espera.
Más no respondo, sólo ésto sé de cierto.
23
Y así que hubo sus palabras dicho
sonó una voz muy cerca: Tal vez
antes te verás forzado a sentarte.
A tal sonido ambos torcimos,
y a la izquierda una gran peña vimos,
de la que él ni yo nos dimos cuenta.
Allá nos fuimos: y allí había personas
que a la sombra estaban tras la roca
como indolentes que a estar se sientan.
Y uno de ellos, que parecía cansado,
sentado se abrazaba las rodillas,
teniendo entre ellas el rostro bajo.
¡Oh dulce señor mío!, dije, contempla
a éste que se muestra más negligente
como si hermana suya fuera la pereza.
Volvióse entonces a mirarnos
y alzando el rostro de entre las piernas
dijo: ¡Sube tú, que eres valiente!
Supe quién era entonces, y aquella angustia
que me exigía aún algo de aliento,
no me impidió acercarme; y luego
que junto a él estuve, alzó apenas la testa
y dijo: ¿Has comprendido bien cómo el Sol
24
por el dorso siniestro el carro lleva?
Sus perezosas señas y su palabra escasa
pusieron en mis labios algo de risa;
luego empecé: Belacqua, ya más de ti
no me conduelo; pero dime, ¿por qué sentado
aquí mismo estás? ¿Esperas escolta
o a la vieja costumbre has retornado?
Y él: ¡Oh hermano! subir ¿qué me aprovecha?
porque no me dejaría ir al martirio
el Ángel de Dios que está en la puerta.
Antes preciso es que dé tantos giros el cielo
y yo afuera de ella, cuantos giró en mi vida,
pues aplacé hasta el final el buen suspiro,
si no hay oración que auxilie
que surja de un alma que en gracia viva;
pues ¿qué valdría de otra si en el cielo no es oída?
Y ya el poeta delante precedía
y decía: Ven ahora; mira que toca
el Sol el meridiano y la orilla
cubre la noche ya junto a Marruecos.
25
Canto V
Los muertos por violencia
Habíame ya de aquella sombra partido
y las huellas de mi conductor seguía
cuando detrás de mí, alzando el dedo,
uno gritó: ¡Ved que no brilla
el izquierdo rayo en aquel de abajo
y al parecer se conduce como un vivo!
Volví la vista de esta voz al sonido
y allí estaba mirándome con maravilla
a mí, a mí y a la luz que estaba rota.
¿Por qué tu alma tanto se complica,
dijo el maestro, que el paso aflojas?
¿qué te afecta lo que aquí se musita?
Sígueme y deja hablar a la gente,
sé como firme torre que su cima
no abate por más que sople el viento;
porque siempre que apila el hombre un pensamiento
sobre otro, se desvía del intento,
pues en llegando el uno se debilita el otro.
¿Qué podría yo decir, sino “ya voy”?
Díjeselo, un poco de rubor moteado
que acaso hace al hombre de perdón digno.
26
En tanto por la costa al sesgo
venía gente un poco hacia nosotros
cantando “Miserere” verso por verso.
Cuando advirtieron que no daba yo
por mi cuerpo paso a los rayos,
cambiaron el canto por un ¡Oh! largo y opaco,
y dos de ellos, en mensajeros,
corrieron a nosotros en demanda:
De vuestra condición haznos conscientes.
Y mi maestro: Podéis ir vosotros
y llevar a vuestros mandantes
que el cuerpo de éste es veraz carne.
Si os detuvisteis a ver su sombra,
como pienso, tenéis ya la respuesta:
rendidle honor, que puede valeros algo.
Fuegos fugaces no vi yo tan veloces
hender al nacer la noche el sereno,
ni en agosto el Sol correr las nubes,
que ellos no se volvieron en menos.
y, una vez allá, hacia nosotros vinieron
como partida que sin freno acude.
Esta gente que nos rodea es mucha,
y vienen a rogarnos, dijo el poeta,
con todo anda, y andando escucha.
27
¡Oh alma que vas hacia la dicha
con los miembros con los que naciste,
venían gritando, un poco el paso aquieta!
Mira si a alguno de nosotros nunca vistes,
para que allá reportes sus noticias:
¡Eh! ¿por qué sigues?¿por qué no esperas?
Nosotros todos fuimos por la fuerza muertos,
y pecadores hasta la última hora fuimos;
allí nos despertó la luz del cielo,
tal que, arrepintiéndonos y perdonando,
de la vida salimos en paz con Dios
que de verlo nos apremia el ansia.
Y yo: en vuestros rostros ajados
a nadie reconozco; mas si a vosotros place,
lo que pueda, bien nacidas almas,
decid, y lo haré, por aquella paz
que, detrás de los pies de mi otorgada guía,
de mundo en mundo, buscar se me hace.
Y uno empezó: Cada uno confía
en tu ayuda sin que lo jures,
y si no estorbare algo que te lo impida.
Por lo que yo, que solo entre los otros hablo,
te ruego, si acaso vieras aquel país
28
situado entre Romaña y el de Carlos,
que me seas cortés con tus oraciones
en Fano, de modo que por mí se adore,
así que purgar pueda las ofensas graves.
Allí yo nací; más las profundas heridas
que vertieron la sangre en la que yo vivía,
me fueron hechas en el seno de los Antenórides,
allí donde más seguro estar creía:
el del Este lo ordenó, porque me tenía odio
mucho más de lo que hubiera sido justo.
Pero si hubiera huido hacia la Mira
cuando sobrevine a Oriaco,
estaría aún allá donde se respira.
Corrí al pantano, y las cañas y el barro
me obstaron tanto que caí; y allí vi yo
de mis venas hacerse en la tierra un lago.
Después otro dijo: ¡Ea! Si aquel deseo
se cumple que te trajo al alto monte,
con buena piedad, ¡ayuda al mío!
Yo fui de Montefeltro, soy Bonconte;
Juan y otros de mí no se cuidan;
por eso voy con éstos con la frente abatida.
Y yo a él: ¿Qué poder o qué ventura
29
te llevó tan lejos de Campaldino,
que nunca se conoció tu sepultura?
¡Ay! me respondió, al pie del Cosentino
pasa un arroyo de nombre Archiano,
que sobre el Eremo nace en el Apenino.
Allá donde su nombre pierde,
llegué yo con el cuello perforado
huyendo a pie y ensangrentando el llano.
Allí perdí la vista y la palabra;
en el nombre de María fenecí; y allí
caí, y quedó mi carne sola.
Te diré la verdad, y repítelo entre los vivos:
me tomó el ángel de Dios, y el del infierno
gritaba: ¡Eh, tú, del Cielo! ¿por qué me privas?
Tú de éste te llevas lo eterno
por una lagrimita me lo quitan,
pero ¡yo tendré del cuerpo otro gobierno!
Bien sabes tú cómo en el aire se recoge
ese húmedo vapor que en agua llueve,
así que sube hasta donde lo aprieta el frío.
Juntóse aquel mal querer que sólo mal quiere
con el intelecto, y movió el humo y el viento
por la virtud que su naturaleza tiene.
30
De allí el valle, cuando acabose el día,
de Pratomagno hasta el gran yugo cubrió
de niebla; y arriba condensó el cielo
y convirtió en agua el aire espeso;
cayó la lluvia y rellenó barrancos
con el agua que no absorbió la tierra;
y se formaron grandes torrentes,
que al verdadero río tan velozmente
se volcaron, pues nada contenerlos pudo.
A mi cuerpo helado en la embocadura
halló el furioso Arquiano; y lo arrojó
en el Arno, y desarmó la cruz de mi pecho
que de mí hiciera cuando me venció el dolor;
por la orilla me arrastró y por el fondo,
después me cubrió y ciñó con su arena.
¡Ah! cuando hayas vuelto al mundo
y reposado de la larga vía,
terció un otro espíritu tras el segundo,
recuérdate de mí que soy la Pía;
Siena me hizo, y me deshizo la Marisma:
sábelo aquel que antes me desposara
con un anillo enriquecido de ricas piedras.
31
Canto VI
Cuando termina el juego de la zara,
el perdedor queda doliente,
recordando lances, y triste aprende;
con el otro se va toda la gente;
uno marcha adelante, otro de atrás lo prende,
y otro de lado en él quiere que piense;
él no se para, y a éste y a otro escucha,
al que tendió la mano, ese ya no molesta;
y así de la pandilla se defiende.
Tal estaba yo entre aquella turba espesa,
volviendo a ellos, aquí y allá, la cara,
y, prometiendo, me libraba de ella.
Allí estaba el Aretino que por los brazos
crueles de Ghin de Tacco halló la muerte,
y el otro que se ahogó yendo de caza.
Allí oraba con abiertos brazos,
Federico Novello, y aquel de Pisa
que mostró el valor del buen Marzuco.
Vi al conde Orso y al alma separada
de su cuerpo por rencor y por envidia,
como él decía, y no por culpa cometida;
a Pedro de la Brocha nombro; y que prevenga,
32
mientras está de acá, la dama de Brabante,
de modo que no sea parte de peor rueda.
Cuando libre fui de todas ellas,
sombras que rogaban que otros rueguen,
para que más pronto a ser santas lleguen,
comencé: Me parece que tú niegas,
o luz mía, expresado en algún texto,
que el decreto del cielo la oración venza;
bien que esta gente ruega por ello:
¿será entonces su fe vana
o no he entendido bien tu documento?
Y él a mí: Mi escritura es clara;
y la esperanza de estos no será falsa:
si bien se observa con la mente sana.
Que el alto juicio no se abate
porque el fuego del amor logre en un punto,
lo que por satisfacerlo aquí uno se instala;
y allá afirmé sobre este punto:
que no se enmendaba, por rogar, el defecto,
porque el rogar de Dios estaba desjunto.
En verdad en tan alta sospecha
no te detengas, hasta que aquella te lo diga,
y ponga luz entre la verdad y el intelecto.
33
No sé si me entiendes; hablo de Beatriz:
tú la verás arriba, sobre la cumbre
de este monte, riendo y feliz.
Y yo: vamos, Señor, con más presteza,
que ya no me fatigo como antes,
y observa como el monte ahora sombra echa.
En este día proseguiremos adelante,
respondió, cuanto de ahora en más podremos,
pero la cosa es de otra forma que no piensas.
Antes que estés arriba, volver verás
al que ahora se oculta tras la loma
y cuyos rayos ya no quiebras.
Pero mira allí un alma inmóvil,
sola solita, a nosotros observando:
ella nos indicará la más corta senda.
A él nos allegamos: ¡Oh alma lombarda!
¡Cómo en tu porte eres, altanera y desdeñosa,
y en el mover los ojos honesta y tarda!
No decía ella ninguna cosa
mas dejábanos pasar, solo mirando
a guisa de león cuando se posa.
Luego Virgilio se le acercó, rogando
que nos mostrara la mejor subida:
mas ella no respondió a la demanda,
34
más de nuestra patria y de la vida
inquirió. Y el dulce conductor ya comenzaba:
Mantua ..., y la sombra, ensimismada,
saltó hacia él del lugar en donde estaba
diciendo: ¡Mantuano, yo soy Sordello
de tu tierra!; y uno al otro se abrazaban.
¡Ay sierva Italia, del dolor albergue,
nave sin timonel en gran borrasca,
no dueña de provincias, sino burdel!
Aquella alma gentil fue así tan presta,
sólo por el dulce son de su tierra,
en honrar al ciudadano suyo aquí con fiestas;
y ahora en ti no están sin guerra
tus vivos, y el uno al otro se laceran
los que un mismo muro y foso encierra.
Busca, mísera, en derredor de las orillas
tus marinas, y luego dentro de ti observa,
si alguna parte tuya de paz se alegra.
¿Qué vale que te sujetara el freno
Justiniano, si la silla está vacía?
Sin ello fuera la vergüenza menos.
¡Ay gentes que debieran ser devotas
y dejar sentar a César en la silla,
35
si bien entiendes lo que Dios te anota,
mira cómo se ha vuelto arisca esta fiera
por no haber sido enmendada con la espuela,
pues que pusiste mano en las riendas!
¡Oh germánico Alberto que abandonas
la que se ha hecho indómita y salvaje
y que sus ijares espolear debieras!
Justo juicio de las estrellas caiga
sobre tu sangre, nuevo y patente,
para que mueva tu sucesor a espanto!
¡Habéis, tu padre y tú, tolerado,
por codicias de allá distraídos,
que el jardín del imperio sea un desierto!
¡Ven y contempla Montesgos y Capuletos,
Monaldos y Filipescos, hombre indolente:
tristes unos y otros con recelo!
¡Ven, cruel, ven y mira la esclavitud
de sus nobles, y sus males cura;
y verás Santaflor como es oscura!
Ven a ver a tu Roma que está llorando,
viuda y sola, y que de noche clama:
César mío ¿por qué no me acompañas?
¡Ven y contempla la gente cómo se ama!
36
y si de nosotros ninguno a piedad te mueve,
en vergüenza convertirás tu fama!
Y si me es lícito decir, ¡oh sumo Jove!
que crucificado fuiste por nos en Tierra,
¿es que tus justos ojos para otra parte miran?
¿O es providencia, que en el abismo
de tu consejo engendras, por algún bien
de nuestro entender tan escindido?
Porque las ciudades de Italia están todas
de tiranos llenas, y se hace un Marcelo
cualquier villano que a un partido ingresa.
¡Florencia mía!, bien puedes estar contenta
de esta digresión que no te toca
gracias a tu pueblo que así lo piensa.
Muchos tienen justicia en el alma, más la sacan
tarde, por no soltar sin consejo el arco,
pero tu pueblo la tiene en la punta de los labios.
Muchos se niegan a los comunes cargos;
pero tu pueblo solícito responde,
sin ser llamado, y grita: ¡de ellos me encargo!
¡Ponte pues contenta, que has de donde:
tú rica, tú en paz, tú con buen tiento!
Pues digo la verdad, los hechos no lo esconden.
37
Atenas y Lacedemonia, que escribieron
las antiguas leyes y fueron tan civiles,
que del vivir bien te hicieron breve guiño
a ti, que preparas tan sutiles
providencias, que a mitad noviembre
no llega lo que en octubre enfilas.
¡Cuántas veces, del tiempo que remembro,
leyes, moneda, cargos y costumbres
has tú mudado, y renovado miembros!
Y si bien recuerdas y ves la luz
veráste semejante a aquella enferma
que no halla pose sobre plumas
mas dando vueltas su dolor reserva.
Canto VII
Los príncipes que descuidaron sus deberes
Luego que los agasajos honestos y alegres
reiterados fueron tres y cuatro veces,
Sordello se contuvo y dijo: ¿Vos, quién sois?
Antes que a este monte vinieran
las almas dignas de subir a Dios,
fueron mis huesos sepultos por Octavio.
Yo soy Virgilio; y por ningún otro motivo
el cielo perdí que por no tener la fe.
38
Así respondió entonces mi conductor.
Como aquel que cuando una cosa delante
súbitamente ve que maravilla,
que cree y que no cree diciendo: “Es...no es...”,
así se mostró aquel: luego bajó la vista,
y humildemente se acercó a él,
y lo abrazó donde un menor alcanza.
¡Oh gloria de los latinos, dijo, por quien
mostróse lo que podía nuestra lengua!
¡Oh galardón eterno del lugar de donde fui!
¿qué mérito o cuál gracia a ti me muestra?
Si de oír tus palabras soy digno
dime si del infierno vienes, y de qué fosa.
Por todos los giros del doliente reino,
le respondió, hasta aquí he venido;
virtud del cielo me llevó, y con éste vengo.
No por hacer, mas por no hacer he perdido
de ver el alto Sol que tú deseas,
y que tarde de mi fue conocido.
Lugar hay allá no triste por martirios,
mas sólo por tinieblas, donde los lamentos
no suenan como gritos, mas son suspiros.
Allí estoy yo con los niños inocentes
mordidos por los dientes de la muerte antes
de que fueran de la humana culpa absueltos;
39
allí estoy yo con los que las tres santas
virtudes no vistieron, y sin vicios
conocieron las otras y las siguieron cuantas.
Mas si tú sabes y puedes, algún indicio
danos para que llegar podamos más presto
allí donde el purgatorio tiene cabal inicio.
Respondió: lugar cierto aquí no hay designado;
me es lícito andar subiendo y en torno,
en lo que pueda, como guía me propongo.
Mas observa ya cómo declina el día,
y subir de noche no se puede;
así es bueno pensar en buena estadía.
Hay almas a la derecha de aquí remotas;
si me lo aceptas, te llevaré a ellas,
y no sin deleite será que las conozcas.
¿Cómo es ésto?, le fue dicho, quien quisiese
subir de noche, ¿sería impedido
por alguien, o sería que no puede?
Y el buen Sordello trazó en el suelo con el dedo
diciendo: ¿Ves? sólo esta línea
no sortearéis luego del Sol partido;
no que haya otra cosa que ponga traba
que la nocturna tiniebla, para ir arriba;
y así al no poder a la voluntad estorba.
40
En cambio se podría ir hacia abajo
a pasear en torno por la costa errando
mientras que el horizonte el día tiene ocluso.
Y entonces, mi señor, casi admirando,
llévanos, dijo, a donde dices
a ver si es posible deleitarse esperando.
No muy lejos estaban de nuestro sitio,
cuando noté que el monte tenía barrancos
como los valles en la Tierra tienen quebradas.
Allá, dijo la sombra, iremos
donde la costa forma un regazo
y allí el nuevo día aguardaremos.
Entre alturas y bajíos había un sendero sesgado,
que nos condujo al flanco de la cañada,
cuya hondura de las otras es mediana.
Oro y plata finos, bermejo y blanco,
índigo, ébano negro, añil intenso,
fresca esmeralda recién tallada,
de hierbas y flores dentro de aquel seno
puesto, serían por su color vencidos
como por el mayor es vencido el menos.
No sólo los había allí pintado la natura
más de la suavidad de mil aromas
fundía allí otra desconocida y distinta.
“Salve Regina” sobre el verde y sobre flores
41
sentadas cantando vi allí varias almas
que por el valle no se veían de afuera.
Antes que el poco Sol ahora se anide,
comenzó el Mantuano vuelto a nosotros,
entre aquellos no queráis que yo os guíe.
Desde esta altura mejor los actos y rostros
conoceréis vosotros de todos ellos,
que mezclados con ellos en el fondo.
Aquel que en lo alto asienta y muestra semblante
de haber sido negligente en lo que debiera
y que no adhiere con sus labios al canto,
Rodolfo fue emperador, quien podía
sanar las llagas que tienen a Italia muerta,
de modo que fue otro el que más tarde lo haría.
Aquel otro que se ve confortarlo,
rigió la tierra donde al agua nace
que el Moldava al Elba y el Elba al mar lleva:
Ottokar tiene por nombre, y ya en pañales
fue mucho mejor que Wenceslao su hijo
en las barbas, quien en lujurio y ocio pace.
Y aquel Nasetto que estrecha consejo
al parecer con ése de tan benigno aspecto,
murió huyendo y desflorando el lirio:
¡míralo allá como se bate el pecho!
Mira al otro que ha hecho para su mejilla,
42
de la palma de su mano, lecho.
Padre y suegro son del mal de Francia:
saben que su vida es viciosa y sucia,
y de ahí viene el dolor que los alcanza.
Aquel que se ve tan membrudo y concuerda
cantando con aquel del macho naso,
de todo valor llevó ceñida la cuerda;
y si rey, después de él, hubiera quedado
el jovencito que detrás de él se asienta,
bien hubiera ido el valor de vaso en vaso.
lo que del otro heredero decir no se puede;
Jaime y Federico conservan el reino;
del legado mejor ninguno es dueño.
Raras veces resurge en las ramas
la humana probidad; y ésto quiere
aquel que la da, pues que de él se gana.
Incluso al Narigudo van mis palabras
no menos que al otro, Pedro, que con él canta,
por donde Pulla y Provenza ya se duelen.
Tanto es menor que su semilla la planta
cuanto, más que Beatriz y Margarita,
Constanza de su marido aún se alaba.
Ved al rey de la simple vida
sentado sólo, Enrique de Inglaterra:
éste tuvo en sus ramas mejor salida.
43
Ése otro que más abajo asienta en tierra
mirando arriba, es Guillermo marqués,
por quien Alejandría y su guerra
hacen llorar a Monferrato y a Canavés.
Canto VIII
Los ángeles custodios del ante purgatorio
Era ya la hora cuando la nostalgia vuelve
a los navegantes y les enternece el corazón
el día que a los dulces amigos han dicho adiós;
y cuando del mar el nuevo peregrino de amor
se acongoja oyendo a lo lejos la esquila
como si el día llorara que se muere;
cuando comencé a dejar de lado
el oír, y a mirar una de las almas
que de pié que la escucharan pedía con la mano.
Juntando y alzando ambas manos,
fijos los ojos en oriente,
parecía decir a Dios: De nada curo,
“Te lucis ante” tan devotamente
brotó de sus labios y con tan dulces notas
que me puso fuera de la mente;
y las demás luego dulce y devotamente
seguirla a ella por todo el himno entero,
con la vista atenta en las supernos ruedos.
44
Aguza aquí, lector, bien los ojos a lo cierto
porque el velo es ahora tan sutil,
que en verdad traspasar dentro es ligero.
Yo vi aquel ejército gentil
callado observar arriba luego
como esperando, pálido y humilde;
y vi salir de lo alto y abajo descendiendo
dos ángeles con dos espadas de fuego
romas y de sus puntas privadas.
Verdes como retoños recién natos
eran las vestes, que, por las verdes plumas
agitadas, detrás traían ondulando.
Allá poco sobre nosotros a posarse vino uno,
y el otro descendió en la opuesta orilla,
de modo que la gente en medio se tenía.
Bien se veía en ellos la testa blonda,
pero en el rostro el ojo se perdía,
como virtud que por exceso se confunde.
Ambos vienen del regazo de María,
dijo Sordello, a custodiar el valle
de la serpiente que vendrá enseguida.
Por donde yo, que no sabía por cual calle,
miré en torno, y encogido me arrimé,
helado todo, a las espaldas fiables.
45
Y Sordello agregó: Ahora pues descendamos
entre las grandes sombras, y hablemos con ellas;
a ellos veros les será muy grato.
Sólo tres pasos creo que descendí
y llegué abajo, y vi a uno que miraba
sólo a mi, como si conocerme quisiera.
Era ya la hora en que el aire ennegrecía,
mas no tanto que entre sus ojos y los míos
no se mostrase lo que primero no se veía.
Hacia mí vino, y yo hacia él fui;
¡Cuánto me plugo juez Nino,
cuando te vi que entre los reos no estabas!
Ningún buen saludo entre nosotros faltó;
después preguntó: ¿Cuánto hace que viniste
al pie del monte por las lejanas aguas?
¡Oh!, le dije, a través de los lugares tristes
vine esta mañana, y estoy en la primera vida,
hasta que la otra, así andando, consiga.
Y así como mi respuesta fue oída,
Sordello y él atrás se recogieron,
como gente súbitamente perdida.
Uno a Virgilio, y el otro a uno se volvió
sentado allí gritando: ¡Álzate Conrado!
ven a ver lo que Dios por su gracia quiere.
Después, vuelto a mí: Por la singular gratitud
46
que debes a aquel que tanto esconde
su primer porqué, que no admite paso,
cuando estés allende las amplias ondas,
di a mi Juana que por mí clame
allá donde a los inocentes se responde.
No creo que su madre aún me ame,
pues trasmutó las blancas vendas
las que conviene, ¡oh mísera! que aún anhele.
Por ella no poco se comprende
cuanto en la mujer el fuego de amor dura,
si el ojo o el tacto asiduamente no lo enciende.
No le hará tan bella sepultura
la sierpe del Milanés en el campo
cuanto habría hecho el gallo de Gallura.
Así decía, signado con la estampa,
en su aspecto, de aquel correcto celo
que mensuradamente inflama el alma.
Vagaban mis golosos ojos por el cielo,
por allá donde las estrellas son más tardas,
así como las ruedas más cercanas del perno.
Y mi conductor: Hijito, ¿qué allá observas?
Y yo a él: Aquellas tres bujías
por las que este polo entero arde.
Entonces él: Las cuatro estrellas claras
que esta mañana viste, están bajas allende,
47
y estas han subido a donde estaban ellas.
Así como él hablaba, Sordello lo atrajo
diciendo: Mira allá nuestro adversario;
y extendió el dedo para que lo mirase.
De aquella parte donde no tiene reparo
el vallecillo, había una serpiente,
quizá la misma que dio a Eva el pasto amargo.
Entre hierba y flor venía la mala cinta,
volviendo aquí y allá la testa, y su dorso
lamiendo como bestia que la piel se alisa.
Yo no vi, por lo que decir no puedo,
cómo se movieron los celestes azores
pero bien vi a ambos en movimiento.
Oyendo hender el aire las verdes alas
huyó la sierpe, y los ángeles volvieron,
a su puesto arriba volando iguales.
La sombra que al juez se había recogido
cuando la llamó, durante todo aquel asalto
no dejó de mirarme ni un instante.
Si la lámpara que te lleva a lo alto
halla en tu arbitrio tanta cera
cuanto hace falta hasta el sumo esmalte,
comenzó, si noticia verdadera
del Val de Magra o de vecina parte
sabes, dímelo, que un grande allá ya era.
48
Fui llamado Conrado Malaspina;
no el antiguo, mas de él desciendo;
a los míos les di el amor que aquí se afina.
¡Oh! le dije, por vuestro país
nunca estuve; mas ¿acaso región hay
en toda Europa donde no seáis conocidos?
De la fama que vuestra casa honra,
echan bando los señores y la comarca
de modo que lo sabe aún aquel que allí no estuvo;
y yo os juro, que así arriba llegar pueda,
que de vuestra gente honrada no se pierda
el buen nombre de su bolsa o de su espada.
Uso y natura le da tal privilegio,
que, aunque el perverso jefe el mundo tuerza,
ella sola va derecho y el mal camino desprecia.
Y él: Ahora vete; que antes que el Sol retorne
siete veces al lecho que el Morueco
con todas sus cuatro patas cubre y monta,
que esta cortés opinión
te sea clavada en medio de la testa
con mayores clavos que los dichos de otro,
si el curso del juicio no se arresta.
49
Canto IX
Rapto de Dante por Lucía
La concubina de Titono antiguo
blanqueaba ya en el balcón de oriente
fuera de los brazos de su dulce amigo;
gemas relumbraban su frente,
colocada en la figura del frío animal
que con la cola zahiere a la gente;
y la noche, de los pasos con que sube,
dos había hecho allí donde estábamos,
y el tercero ya inclinaba las alas;
cuando yo, que conmigo tenía algo de aquel Adán,
vencido por el sueño, me reincliné sobre la hierba,
allí donde ya los cinco nos sentábamos.
A la hora en que comienza su triste cantar,
casi ya de mañana, la golondrina,
tal vez en memoria de sus primeros ayes,
y cuando nuestra mente, peregrina
más de la carne que del pensamiento presa,
en sus visiones casi es divina,
en sueños me parecía ver suspendida
un águila en el cielo con plumas de oro,
abiertas las alas, y a lanzarse decidida;
50
y que yo estaba, me parecía, allí donde fueron
abandonados los suyos por Ganímedes,
cuando raptado fue al sumo consistorio.
Entre mí pensaba: Tal vez ésta caza
sólo aquí por costumbre, y quizá de otro lugar
desdeña de cargar arriba en sus patas.
Después me parecía, que revoloteando un poco
terrible como un fulgor descendía,
y me arrebataba hacia arriba hasta el fuego.
Allí parecía que ella y yo nos ardiéramos,
y tanto ardió el imaginado incendio,
que forzó al sueño a que se rompiera.
No de otra forma Aquiles despertó
desvelados los ojos en torno revolviendo
y no sabiendo donde se encontraba,
cuando la madre, de Quirón a Esciro,
en sus brazos a escondidas lo llevó dormido
allá de donde los Griegos lo llevaron luego;
así sobresalté, en cuanto del rostro
me huyó el sueño, y quedé muy pálido
como el hombre al que el espanto hiela.
A mi lado estaba mi sostén,
y el Sol en alto iba ya más de dos horas
y yo estaba con el rostro vuelto al mar.
No temas, dijo mi señor;
51
reasegúrate, que en buen punto estamos;
no encojas, mas expande el vigor todo.
Tú has ahora junto al purgatorio llegado:
mira allá la ladera que lo cierra en torno;
mira la entrada allá donde hay una fisura.
Antes, al alba que precede al día,
cuando tu alma dentro dormía
sobre las flores que el suelo adornan
vino una dama, y dijo. Yo soy Lucía;
dejadme tomar a éste que duerme;
más ágil lo haré andar por su vía.
Sordello quedó y las demás gentiles formas;
ella te tomó, y cuando el día fue claro,
vino aquí arriba, y yo tras sus pasos.
Aquí te posó, pero antes me mostraron
sus ojos bellos aquella entrada abierta;
después ella y el sueño juntos se marcharon.
Como quien cambia su duda por certeza
y su pavor muda en sosiego
luego que la verdad le es descubierta,
me cambié yo; y como sin cuidado
mi conductor me veía, arriba por la cuesta
se movió, y yo detrás hacia la altura.
Lector, tú ves como yo exalto
mi materia, y con todo con más arte
52
no te maravilles si la afianzo.
Nos apresuramos, y estando en la parte
allá donde antes me parecía rota,
justo como una raja que el muro abre,
vi una puerta, y abajo tres gradas
para subir a ella, de colores varios,
y un portero que aún no decía nada.
Como más y más el ojo abriese
sentado lo vi sobre la grada soberana,
tal en su rostro que no lo toleraba;
y una espada desnuda tenía en la mano,
que a nosotros tanto sus rayos reflejaba,
que yo intentaba mirarla en vano.
Decidme desde allí: ¿qué queréis vosotros?
comenzó a decir, ¿dónde la escolta?
Cuidad que el subir aquí no os sea en daño.
Dama del cielo, enterada de estas cosas,
respondió mi maestro, un poco antes
nos dijo: “Id allá: allí está la puerta”.
Que ella en bien preceda vuestros pasos,
respondió el cortés portero,
Venid pues, ante nuestros peldaños.
Allí nos acercamos; y el escalón primero
de blanco mármol era tan pulido y terso,
que en él me espejé tal como me veo.
53
El segundo era oscuro tirando a negro,
de piedra tosca y ardida,
a lo largo y al través rasgado.
El tercero, que en lo alto agobia,
pórfido parecía, tan encendido,
como sangre que de vena brota.
Sobre este tenía ambas plantas
el ángel de Dios, sentado en el umbral,
que se veía como gema de diamante.
Por las tres gradas de buen grado
me llevó mi conductor, diciendo: Pide
humildemente que el cerrojo corra.
Devoto me arrojé a los santos pies;
pedí misericordia y que me abriese,
mas tres veces antes el pecho me golpeé.
Siete P me escribió en la frente
con la punta de la espada, y: Haz que lave,
dijo, cuando esté dentro, estas llagas.
De ceniza, o de arcilla que seca se extrae,
sería el color de su veste;
de debajo de la cual sacó dos llaves.
Una era de oro y la otra de argento;
primero con la blanca y luego con la dorada
abrió la puerta, y así me dejó contento.
54
Cuando alguna de estas llaves falla,
que libre no gire en el cerrojo,
nos dijo, no se abre esta entrada.
Más rica es una, más la otra exige mucho
de arte y de ingenio antes que descierre,
porque es la que desata el nudo,
De Pedro las tengo; y me dijo que yerre
más por abrir que por tenerla cerrada,
con tal que se postren a mis pies las gentes.
Empujó luego con fuerza la sagrada puerta,
diciendo: Entrad; mas os advierto
que quien atrás mira vuelve afuera.
Y cuando en los goznes giraron
los pernos de aquellos postigos sacros,
que de metal son sonante y fuerte,
no rugió tanto ni sonó tan estridente
Tarpeya, cuando quitado le fue al buen
Metelo, porque después quedó magra.
Volvíme atento al primer tono
y “Te Deum laudamus” me parecía
oír en voz acorde con el dulce son.
Tal imagen entonces me dejaba
lo que oía, como la que tener se suele
cuando con órgano se canta;
que ora sí ora no se oyen las palabras.
55
Canto X
Los soberbios agobiados por grandes pesos
Luego que cruzamos el umbral de la puerta
que de las almas el mal amor destierra,
que hace ver derecha la vía tuerta,
por el sonido sentí que fue cerrada;
y si los ojos hubiera vuelto a ella,
¿qué excusa hubiera sido digna de tal falla?
Subíamos por una piedra hendida,
que se movía de una y otra parte,
como la onda que huye y que regresa.
Conviene aquí hacer uso de algún arte,
comenzó mi conductor, para apoyarse
ora aquí ora allá del lado que se aparte.
Y nuestros pasos se hicieron más escasos,
tanto que el cuarto de la Luna
alcanzó su lecho de descanso,
cuando salimos de la angostura aquella;
mas cuando quedamos libres y al abierto,
arriba donde el monte se repliega,
yo fatigado y ambos inciertos
del camino, nos quedamos en un plano
más solitario que senda en un desierto.
56
Su contorno, limitado por el vano,
al pie de la empinada cuesta ascendente,
mediría tres veces lo que un cuerpo humano;
y a cuanto más mi ojo podía extender las alas,
por el izquierdo y por el diestro lado,
esta cornisa me parecía tal.
Aún los pies no habíamos movido asuso,
cuando noté que aquella cuesta en torno
que no tenía permiso de subida,
era de mármol blanco y adornado
de relieves tales que no sólo Policleto,
más la natura se habría avergonzado.
El ángel que bajó a la Tierra con el decreto
de paz por mucho años llorada,
que abrió el cielo después del largo encierro
parecía a la vista tan verdadero
labrado allí en actitud suave,
que no parecía imagen que no hablara.
Hubiera jurado que decía “Ave”;
pues allí estaba figurada aquella
que de abrir el alto amor giró la llave;
y tenía en la expresión impresa esta leyenda
“Ecce ancilla Dei”, a la manera
como en la cera una figura se sella.
57
A un solo lugar no pongas mientes,
dijo el dulce maestro, que me tenía
del lado en que el corazón tiene la gente.
Por lo que mudé mi vista, y allí veía,
luego de María, por el lado
donde estaba aquel que me movía,
otra historia en la roca puesta;
por lo que dejé a Virgilio, y acerquéme,
a fin de que a mis ojos fuera manifiesta.
Estaba tallado allí en el mármol mismo
el carro y los bueyes llevando el arca santa,
por la que es temible el oficio no confiado.
Delante había personas; y todas juntas,
partidas en siete coros, a dos de mis sentidos
hacían decir, uno “No”, y el otro “Sí, canta”.
De igual forma, al humo del incienso.
que allí estaba figurado, el ojo y la nariz
en sí y en no, discordes disentían.
Precedía allí al bendito vaso,
en saltos y cabriolas, el humilde salmista,
y más o menos que rey era en el caso.
En otra parte, tallada en una vista
de un gran palacio, Micol reparaba
como dama triste y despectiva.
Moví el pie de donde estaba,
58
para mirar de cerca otra historia,
que seguido a Micol blanqueaba.
Ahí estaba historiada la alta gloria
del principado romano, cuyo valor
movió a Gregorio a su gran victoria;
hablo de Trajano emperador;
y una viudilla le asía el freno,
fatigada de lágrimas y de dolor.
A su alrededor calcando el suelo multitud
de caballeros, y las águilas de oro
sobre ellos veíanse moverse al viento.
La pobrecilla entre todos ellos
parecía decir: “Señor, véngame
de mi hijo que está muerto, y me desgarro”.
y él a responderle: “Espérame
a que yo vuelva”; y ella: “Señor mío”,
como persona a quien el dolor apremia,
•¿y si no vuelves?” Y él: “Quien me remplaza,
él lo hará”; y ella: “Acaso hará
otro el bien, que tú olvidas?”;
a lo que él: “Anímate; habré de cumplir
mi deber antes de seguir adelante:
la justicia lo quiere, y la piedad me retiene”.
Aquel que no vio jamás cosa nueva
produjo este visible hablar, que nos es
59
nuevo, pues no se halla en la tierra.
Mientras me deleitaba mirando
las imágenes de tanta humildad,
y por su artífice tan preciosas,
Mira allá, que a pasos lentos,
murmuraba el poeta, viene mucha gente;
ellos nos enviarán a las altos grados.
Mis ojos que a mirar contentos,
y por ver novedades tan animados,
volviendo a él no fueron lentos.
Empero no quiero, lector, que te apartes
de tu buen propósito, por venir a oír
cómo quiere Dios que el débito se pague.
No te fijes en la forma de las penas:
piensa en la sucesión; piensa que a lo peor
allende la gran sentencia ir no se puede.
Comencé: Maestro, los que veo
venir a nosotros, no parecen personas,
y no sé qué sean, pues mi visión desfallece.
Y él a mí: La pesada condición
de su tormento a la tierra los inclina,
tanto que mis ojos tenían dudas.
Mas mira fijo allá, y que tu vista
discierna lo que debajo viene de esas peñas:
descubrir puedes cómo cada uno se castiga.
60
¡Oh cristianos soberbios! míseros enclenques,
que, en la visión de vuestras mentes enfermas,
tenéis confianza en vuestra regresivos pasos,
¿No os dais cuenta que somos larvas
nacidos a formar la angélica mariposa
que a la justicia vuela sin trabas?
¿De qué tanto se os exalta el alma,
ya que sois cual insectos defectuosos,
como larvas cuyo desarrollo falla?
Como a sustentar terraza o techo,
como pilar a veces se pone una figura
que junta las rodillas con el pecho,
que aunque es cosa ficticia real piedad
provoca en quien la mira; así agobiados
vi yo a aquellos cuando los miré atento.
Verdad es que más o menos contraídos iban
según llevaban al dorso más carga o menos;
y el que más paciencia allí ejercía
llorando parecía decir: “Ya más no puedo”.
61
Canto XI
Padre nuestro, que en el cielo estás,
no circunscrito, mas por el más amor
que a los primeros efectos allá arriba has.
Alabado sea tu nombre y tu valor
de toda criatura, porque es digno
rendir gracias a tu dulce vapor.
Venga a nosotros la paz de tu reino,
que a ella por nosotros no podemos no,
si ella no viene, con todo nuestro ingenio.
Como de su querer los ángeles tuyos
te ofrecen sacrificio, cantando hosanna,
así también los hombres del suyo.
Danos hoy el cotidiano maná,
sin el cual por este áspero desierto
atrás se vuelve cuando más de ir se afana.
Y como nosotros el mal que hemos sufrido
perdonamos a cada uno, también tú perdona
benigno, y no mires nuestro merecido.
Nuestra virtud que fácilmente se rinde,
no pruebes con el antiguo adversario,
mas líbranos de él, que así la incita.
Esta última oración, hacemos, señor caro,
no ya por nosotros, que no es menester,
mas por los que detrás nuestro quedaron.”
62
Así para ellos y nosotros el buen auspicio
aquellas sombras rogando, iban bajo el lastre,
tal como el que a veces se sueña.
Diversamente agobiados todos en rueda
y fatigados en la primer cornisa,
purgando la calígine del mundo.
Si de allí siempre el bien se nos pide,
de aquí ¿qué no podrán pedir y hacer por ellos
los que aquí tienen de su querer buena cepa?
Bien sea ayudarlos a lavar sus manchas
que llevaron de aquí, para que, limpios y leves,
puedan salir a las supernas ruedas.
¡Ah! Que justicia y piedad os alivien
pronto, de modo que podáis batir las alas
que según vuestro deseo os lleven.
Mostradnos de que lado hacia la escala
se va más breve; y si hay más de un paso,
enseñadnos cuál menos brusco se eleva.
Que éste que va conmigo, por la carga
de la carne de Adán con que se viste,
a trepar, contra su voluntad, es parco.
Sus palabras, que dieron a éstas
que dichas fueron por el que yo seguía,
de quien vinieron no fue manifiesto.
63
Pero se dijo: A la derecha por la orilla
venid con nos, y hallaréis el paso
por el que pueda subir una persona viva.
Y si no estuviera impedido por la laja
que doma la soberbia cerviz mía,
por lo que debo andar con la vista baja.
A este, que aún vive y no se nombra,
lo miraría, para ver si lo conozco,
y para que se compadezca de mi alforja.
Yo fui latino, y nacido de un gran Tosco:
Guillermo Aldobrandesco fue mi padre;
ignoro si su nombre ya estuvo entre vosotros.
La sangre antigua y las acciones liberales
de mis mayores me hicieron tan arrogante,
que, no pensando en la común madre.
A todo hombre tuve en desprecio tanto
que de ello morí, como los sieneses saben,
y lo sabe en Campagnatico todo parlante.
Yo soy Humberto; y no sólo a mi dañó
la soberbia, porque a mis parientes
todos a la desdicha arrastró.
Y así es menester que este peso cargue
por ella, hasta que a Dios satisfaga,
pues vivo no hice, lo que entre los muertos hago.
Escuchando incliné abajo la cara;
64
y uno de ellos, no éste que hablaba,
se torció bajo el peso que lo clava,
Y vióme y conocióme y me llamaba,
los ojos fatigados absortos en mí
que muy inclinado con ellos marchaba.
¡Oh!, le dije, ¿no eres tú Oderisi,
el honor de Agobbio y de aquel arte
de iluminar llamado así en París?
Hermano, me dijo, más dan las planchas
que Franco Bolognese a pluma traza;
el honor es todo suyo, y mío en parte.
Cierto que tan cortés no hubiera sido
mientras vivía, por la ambición
de grandeza, que mi corazón buscaba.
De tal soberbia aquí se paga lo debido;
y aún aquí no estuviera, si no fuera
que, pudiendo pecar, me volví a Dios.
¡Oh vanagloria de lo que puede el hombre!
¡cuán poco verde en la cima dura,
mientras la edad no la vuelve tosca!
Creía Cimabue en la pintura
tener el cetro, y ahora es del Giotto,
y la fama de aquel ahora es oscura.
Así ha robado uno del otro Guido
la gloria de la lengua; y quizá ya haya nacido
65
quien a uno y otro echará del nido.
El mundano rumor no es más que un vaho
de viento, que ora viene, ora va,
y muda de nombre porque muda de lado.
¡Qué mayor fama tendrías si en la vejez salieras
de la carne, que si hubieras muerto
cuando dejabas la “papa” y el “din”.
De aquí a mil años? porque es más corto
ese espacio ante lo eterno, que lo es un parpadeo
respecto del cerco que más tardo en el cielo ronda.
De aquel que tanto ante mi
se adelanta, Toscana resonó entera;
y ahora en Siena apenas se musita.
Donde era señor cuando fue destruida
la rabia florentina, que gloriosa
era en aquel tiempo, y ahora es puta.
Vuestra nombradía es color de hierba,
que viene y va, y aquel la decolora
por quién ella sale de la tierra acerba.
Y yo a él: tus veras palabras graban en mí
buena humildad y el gran tumor aplanan;
mas ¿quién es del que recién hablabas?
Es, respondió, Provenzan Salvani;
y está aquí porque presumiendo
quiso tener a toda Siena en sus manos.
66
Así va y así marcha sin sosiego
desde que murió; con tal moneda paga
y satisface quien allá abajo osó tanto.
Y yo: Si un espíritu aguarda,
antes de arrepentirse, la orilla de la vida,
abajo se retrasa, y no sube arriba.
Si una buena oración no lo auxilia,
antes que pase tanto tiempo cuanto ha vivido,
¿cómo fuéle concedida la venida?
Cuando más glorioso, dijo, vivía,
libremente en el Campo de Siena
se instaló, depuesta toda vergüenza.
Y allí por sacar a un amigo de la pena
que sufría en la prisión de Carlos,
se comportó hasta temblar todas sus venas.
Mas no diré, y sé que oscuro hablo;
mas en poco tiempo, tus vecinos,
obrarán de modo que tu podrás descifrarlo.
Tal acción lo libró de aquellos confines.
Canto XII
Pareados, como bueyes bajo el yugo,
andaba yo con aquel alma cargada,
67
en tanto el buen pedagogo lo permitía.
Mas cuando dijo: Déjalo y pasa;
que aquí es bueno con las alas y los remos,
en cuanto pueda, cada uno fuerce su barca;
erguido me rehice, tal como andar debe
la gente, aunque mis pensamientos
quedaran inclinados y vacíos.
Me había movido, y de buena gana seguía
los pasos del maestro, y en ambos
ya se veía cuán ligeros andábamos;
y me dijo: Mira hacia abajo;
bueno te será, para aliviar el camino,
mirar el lecho donde posas las plantas.
Como, para que haya memoria de ellos,
sobre los sepultados las tumbas terrestres
llevan escrito lo que fueron antes ,
de modo que muchas veces allí se llora
tras el aguijón de la remembranza
cuya punción sólo a los píos alcanza;
así vi yo, pero con mejor semblanza
de obra de arte, por entero dibujada,
la vía que fuera del monte avanza.
Veía a aquel que noble fue creado
más que otra criatura, desde el cielo,
caer fulminado, en un lado.
68
Veía a Briareo, clavado por el dardo
celestial, yacer, en otra parte,
oprimido en tierra bajo el mortal hielo.
Veía a Timbreo, veía a Palas y a Marte,
todavía armados, entorno a su padre,
mirar los miembros dispersos de los Gigantes.
Veía a Nemrod al pie del gran trabajo,
como extraviado, contemplar las gentes
que en Senaar con él fueron soberbios.
¡Oh Niobe, con cuán dolientes ojos
te veía yo dibujada sobre la estrada
entre siete y siete hijos tuyos extintos!
¡Oh Saúl, cómo, sobre tu propia espada
aquí muerto en Gelboé aparecías,
cuando ya no sentías ni la lluvia ni el rocío!
¡Oh loca Aracne, así yo te veía
ya medio araña, triste sobre los harapos
de la obra que por ti fue mal diseñada.
¡Oh Roboam, no ya porque amenaces
aquí en el diseño; mas lleno de espanto
te lleva un carro, sin que te cace nadie.
Mostraba aún el duro pavimento
cómo Alcmeón a su madre caro
hizo pagar el infortunado ornamento.
69
Mostraba cómo los hijos se arrojaron
sobre Sennaquerib dentro del templo,
y cómo, muerto, allí lo dejaron.
Mostraba la ruina y el crudo estrago
que hizo Tomiris, cuando dijo a Ciro:
“Sangre quisiste, y yo de sangre te harto”.
Mostraba como en derrota huyeron
los Asirios, luego de muerto Holofernes,
y también las huellas del martirio.
Veía Troya en cenizas y en ruinas;
¡Oh Ilion, cuán bajo y vil te mostraba
el diseño que allí se veía!
¿Quién de la pluma fue el maestro o del estilo
que aquí surgir hizo las sombras y rasgos
que admirables serían para un ingenio sutil?
Muertos los muertos y vivos eran los vivos:
no ve mejor que yo quien ve lo verdadero
cuanto pisé yo, mientras inclinado anduve.
¡Endiosaos entonces e id altaneros,
hijos de Eva, y no inclinéis el rostro
para no ver vuestro mal sendero!
Ya mucho habíamos contornado el monte
y el Sol su camino bastante había andado
más de lo que creía mi ánimo absorto,
cuando el que siempre adelante atento
70
iba, comenzó: Alza la testa;
pasó el tiempo de ir tan en suspenso.
Mira allá un ángel que se apresta
a venir a nosotros; mira que vuelve
del servicio del día la sierva sexta.
De reverencia tu rostro y actos adorna,
tal que le agrade enviarnos asuso;
piensa que este día ya más no retorna.
Yo estaba de su advertir tan en uso
de no perder tiempo, de modo que
en tal materia no me resultaba oscuro.
Hacia nosotros venía la criatura bella,
de blanco vestida, y la cara cual
surge tremolando la matutina estrella.
Abrió los brazos, y después las alas;
dijo: Venid: cerca de aquí están las gradas,
y de ahora en más ágilmente se remonta.
A está invitación veloces adherimos:
¡Oh gente humana, para volar nacida!
¿porqué al menor soplo caes vencida?
Llevónos a la roca que cortada estaba;
allí batióme las alas en la frente;
después me prometió segura marcha.
Así como a la derecha, para subir el monte
donde se encuentra la iglesia que subyuga
71
a la bien guiada sobre el Rubaconte,
se rompe de subir el audaz repecho
con las escaleras hechas en la edad
cuando eran seguros la lista y el cuaderno;
así se tempera la cuesta que cae
aquí bien empinada desde el otro cerco;
pero aquí y allá las altas rocas nos rozan.
Dirigiendo allí nuestras personas
“Beati pauperes spiritu!” voces cantaron
tan bien que no se expresaría con palabras.
¡Ah, cuán son diversos estos barrancos
de los infernales, que aquí con cantos
se entra, y allá con lamentos feroces.
Ya subíamos por los peldaños santos,
que me parecían ser mucho más livianos
que no me lo parecían antes por el llano.
Por donde yo: Maestro, ¿qué pesada cosa
se me ha quitado, que ninguna casi
fatiga, andando, en mí se percibe?
Respondió: Cuando las P, subsistentes
aún en tu rostro casi borradas,
sean como una que ya del todo fue quitada,
serán tus pies del buen querer tan vencidos
que no solamente no sentirán fatiga
más les será deleitoso ser llevados arriba.
72
Entonces hice como aquellos que llevan
algo en la cabeza que ignoran,
más que sospechan por señas de otros;
y con la mano en acertar se ayudan,
y buscan y hallan y así la mano cumple
lo que la vista cumplir no puede;
con los dedos de la derecha extendidos
halle sólo seis letras, que me grabó
aquel de las llaves sobre la frente;
a lo que viendo mi conductor sonreía.
Canto XIII
Los envidiosos.
Tienen cosidos los ojos y están ciegos.
Nos hallábamos en la cima de la escala,
donde un segundo giro restringe
la montaña que, subiendo, a otros sana.
Allí también una cornisa la ciñe
en rededor, como a la primera;
sólo que su arco más corto repliega.
Sombras no tiene, ni diseños semejantes:
vese la cuesta y vese la plana senda
con el lívido color de la piedra.
Si aquí por preguntar gente se espera,
73
razonaba el poeta, temo que quizá
mucho tardaremos en elegir la senda.
Luego fijos los ojos en el Sol puso;
volvióse al derecho lado, tomó apoyo
y avanzó la izquierda parte.
¡Oh dulce luz! en ti confiando ingreso
un camino nuevo, tú condúceme,
decía, como conducir se debe aquí adentro.
Tú calientas el mundo, tú sobre él luces;
si no hay causa contraria que se oponga,
guías han de ser siempre tus rayos.
Cuanto en la tierra un milla cuenta,
tanto allí habíamos ya andado
en poco tiempo, por el querer resuelto.
Y hacia nosotros volar sentimos,
sin verlos, espíritus hablando,
a la mesa de amor corteses invitando.
La primera voz que pasó volando
“Vinum non habent” claramente dijo,
y tras nosotros lo siguió reiterando.
Y antes que del todo ya más no se oyera
al alejarse, otra: “Yo soy Orestes”
pasó gritando, y tampoco se detuvo.
¡Oh, dije, padre! ¿qué voces son éstas?
Y en tanto preguntaba, pasó otra
74
diciendo: “Amad a quien mal os hace”.
Y el buen maestro: En este giro se azota
la culpa de la envidia, sin embargo de amor
están hechas las cuerdas de la fusta.
El azote ha de ser de contrario tono;
creo que lo oirás, según indicio,
antes que llegues al paso del perdón.
Fija bien los ojos en el aire firme,
y verás delante gentes sentadas,
y a lo largo de la gruta cada una posada.
Entonces más que antes abrí los ojos;
miré adelante, y vi sombras con mantos
de color de la piedra semejantes.
Y luego que estuvimos más adelante
oía gritar: “María, por nos ora”:
gritar “Miguel” y “Pedro”, y “Todos los santos”.
No creo que en la tierra existir pueda
hombre tan duro, que no fuera herido
de compasión, por lo que yo vi luego.
Porque, cuando junto a ellos hube llegado,
y su condición me fue cierta,
lo que vi dejóme de gran dolor punzado.
De vil cilicio parecían cubiertos,
y uno sostenía al otro con la espalda
y todos se apoyaban en la cuesta.
75
Así los ciegos, a quienes la comida falta,
se ponen en la iglesia a pedir sustento,
y cada uno la testa en la del otro recuesta,
Para que a piedad la gente pronto se mueva,
no sólo por el sonar de las palabras,
mas por la vista que no menos afecta.
Y así como el Sol a esos ojos no llega,
así a las sombras, de las que hablo ahora,
la luz del cielo otorgarse no dona;
Porque a todos un alambre perfora las cejas
y cose, como con el gavilán salvaje
se hace, porque quieto no se soporta.
Me parecía, andando, hacerles ultraje,
viendo a los otros, no siendo visto:
por lo que volvíme a mi consejo sabio.
Bien él sabía lo que quería decir el mudo;
Y así no esperó mi demanda
mas dijo: Habla, se breve y agudo.
Virgilio me acompañaba por aquel lado
de la cornisa de donde caer se puede,
porque ningún barandal lo guarnecía;
Del otro lado estaban las devotas
sombras, que por la horrible costura
tanto exprimían el llanto que bañaban sus mejillas.
76
A ellos volvíme y: ¡Oh gente segura,
comencé, de ver el alta lumbre,
que de ello vuestro deseo sólo se cura
Que pronto la gracia disuelva las espumas
de vuestra conciencia, tanto que claro
por ella descienda de la mente el río;
Decidme, que me será grato y amado,
si hay alma entre vos que sea latina;
quizá le será bueno si yo lo guardo.
¡Oh hermano mío, cada una es ciudadana
de una ciudad verdadera; mas tú inquieres
si alguna en Italia viviera peregrina.
Ésto me pareció oír por respuesta,
un poco más delante de donde yo estaba,
por donde hice para que aún más me sintieran.
Entre las otras vi un alma al parecer
expectante; y si quisiera decir alguno ¿Cómo?
a la manera de los ciegos, el mentón alzaba.
Espíritu, le dije, que por salir te domas,
si eres tú el que me respondiste,
házteme noto por tu patria o por tu nombre.
Yo fui sienesa, respondió, y con estos
otros remiendo aquí la vida rea,
lagrimando a aquel que se nos conceda.
Sabia no fui, aunque Sapia
77
fuese llamada, y fui del daño ajeno
mucho más feliz que de mi propia ventura.
Y porque no creas que te engaño,
oye si fui, como te digo, loca,
al descender ya la curva de mis años.
Estaban mis ciudadanos cerca de Colle
en campo al encuentro de sus adversarios,
y yo rogaba a Dios que ocurriera lo que él quería.
Destrozados fueron allí y ceñidos a los amargos
pasos de la fuga; y viendo la cacería,
tuve tal alegría que a ninguna se compara,
Tanto que alcé al cielo mi audaz cara
gritando a Dios: “¡De hoy en más ya no te temo!“
como confió el mirlo en la breve bonanza.
Paz quise con Dios en el extremo
de mi vida; y no sería todavía
mi deuda de penitencia completa,
Si no fuera que en su memoria me tuvo
Pedro Pettinaio en sus santos ruegos,
quien de mí se apiadó por caridad.
Mas tú ¿quién eres, que nuestra condición
vas demandando, y tienes los ojos sueltos,
como yo creo, y respirando hablas?
Los ojos, dije, me serán aquí cerrados,
por poco tiempo empero, porque poca es la ofensa
78
que hice por haberlos con envidia usado.
Mucho mayor es el terror que suspende
al alma mía del tormento primero
que la carga de allí abajo ya me pesa.
Y ella a mí: ¿Quién te ha conducido
aquí entre nosotros, si abajo retornar crees?
Y yo: Éste que va conmigo y está mudo.
Y vivo estoy; pero ahora pídeme,
espíritu electo, si tú quieres aún que mueva
allá por ti mis mortales plantas.
¡Oh, oír ésto es cosa tan nueva,
respondió, que gran señal es de que Dios te ama;
pero que tu oración alguna vez me ayude.
Y pídote, por aquello que más anhelas,
si por acaso pisas tierra toscana,
que ante mis parientes rehagas mi fama.
Tú los verás entre aquella gente vana
que confía en Talamone, y antes perderán
la esperanza que si encontraran la Diana;
Pero más perderán sus capitanes.
Canto XIV
¿Quién es éste que el monte rodea
antes que la muerte le haya dado el vuelo,
y los ojos abre a voluntad y los cierra?
79
No sé quién es, mas no está solo;
pregunta tú que estás más cerca
y dulcemente, para que hable, acógelo.
Así dos espíritus, juntos inclinados,
razonaban de mi allí a la derecha;
luego alzaron el rostro para hablarme;
y dijo uno: ¡Oh alma que fija
aún en el cuerpo al cielo te conduces,
por caridad consuélame, y dime
de dónde vienes y quién eres, pues tanto
me maravilla la gracia que has recibido
como cosa que antes no fue vista nunca.
Y yo: En medio de Toscana se espacia
un arroyuelo que nace en Falterona,
y cien millas de curso no lo sacian.
De tal lugar traigo esta mi persona:
decirte quién soy sería hablar en vano,
que mucho mi nombre aún no resuena.
Si tu explicación bien considero
en mi intelecto, me dijo entonces,
el que habló primero, tú hablas del Arno.
Y el otro dijo: ¿Por qué éste esconde
el nombre de aquella orilla,
como se hace de las horribles cosas?
80
Y la sombra que de ello rogada era,
se libró diciendo: No sé; más digno
es que el nombre de ese valle muera;
porque de su inicio, donde está tan de agua lleno
el alpestre monte del que se apartó el Peloro,
que en pocos sitios sobrepasa aquella cota,
hasta el final allá donde restaura
lo que de la marina enjuga el cielo,
de donde toman los ríos lo que acarrean luego,
así, como enemiga, la virtud se fuga
de todos como de sierpes, por desventura
del sitio, o porque los incita el mal uso;
por donde tienen tan alterada la natura
los habitantes del mísero valle,
como si Circe los tuviera en pastura.
Entre brutos puercos, dignos más de bellotas
que de otro pasto propio del humano uso,
arrastra primero su pobre curso.
Perros encuentra luego, siguiendo abajo,
que gruñen más de lo que les toca,
y de ellos desdeñoso tuerce el morro.
Vase cayendo; y cuando más engorda,
tanto más halla perros hacerse lobos
la maldita y desventurada fosa.
Bajando luego por piélagos más hondos,
81
encuentra zorros tan llenos de fraude,
que no temen ingenio que los entrampe.
No callaré porque otros me oigan;
y bueno le será a éste, si recuerda
lo que el veraz espíritu me revela.
Yo veo a tu sobrino transformado
en cazador de aquellos lobos en la orilla
del fiero río, y los destruye a todos.
Vende su carne aun estando viva;
luego los mata como a las vacas viejas;
muchos de la vida, y así de precio priva.
Sangriento emerge de la triste selva;
la deja tal, que de aquí a mil años
a su primer estado no vuelve.
Así como al anuncio de dolorosos daños
se turba el rostro del que escucha,
fuera de donde fuere que el peligro venga,
así vi a la otra alma, que atenta
a oír se tenía, turbarse y quedar sombría,
después de oír lo que se decía.
Las palabras de una, y de la otra el rostro,
creó en mí el deseo de conocer sus nombres,
y entonces rogando les pregunté por ellos,
y el espíritu que primero hablara,
recomenzó: Tú quieres que haga
82
lo que tú no quieres hacer conmigo.
Mas desde que Dios en ti quiere que luzca
tanto su gracia, no te seré escaso;
sabe pues que fui Guido del Duca.
Estaba mi sangre de envidia tan inflamado,
que de haber visto a uno estar alegre,
visto me habrías de lividez manchado.
De mi simiente igual paja cosecho;
¡Oh humana gente! porqué el corazón pones
donde excluir a los familiares manda el derecho?
Éste es Rinieri; él es el valor y el honor
de la casa de Calboli, donde no hay hecho
alguno que de su valía sea herencia.
Y no sólo su sangre se ha empobrecido
entre el Po y el monte y la marina y el Reno,
de bienes necesarios al saber y al buen vivir;
porque entre aquellos lindes está lleno
de venenosas sierpes, tantas que ya es tarde
a que ahora por cultivarse se hicieran menos.
¿Dónde están el buen Licio y Enrique Mainardi?
¿Pedro Traversaro y Guido de Carpigna?
¡Oh romañoles trasmutados en bastardos!
¿Cuándo renacerá en Bolonia un Fabro?
¿Cuándo en Faenza un Bernardino de Fosco,
vara gentil de pequeñita simiente?
83
No te asombres, si lloro, Tosco,
cuando recuerdo que junto a Guido de Prata
Ugolino de Azzo vivió con nosotros.
Federico Tiñoso y su brigada,
la casa Traversara y los Anastagi
(y una familia y la otra desheredadas),
las damas y caballeros, los afanes y justas
empapados de amor y cortesía allí
donde tan malvados se han hecho ahora los corazones.
¡Oh Bretinoro! ¿porqué no te saliste
luego que huyera tu familia
y mucha gente para no ser convictos?
Bien hace Bagnacaval que no procrea,
Y mal hace Castrocaro, y peor Conio,
que de criar tales condes más se empeñan.
Bien harán los Pagani, cuando su demonio
se vaya; pero no sin embargo que puro
de él ya más no quede testimonio.
¡Oh Ugolino de los Fantolino, seguro
está tu nombre, desde que ya no se espera
que puedas, degenerando, hacerlo oscuro!
Ahora, toscano, vete ya; que más me deleita
llorar mucho ahora que hablar,
que esta plática me ha conturbado la mente.
84
Sabíamos que aquellas almas queridas
nos sentían andar; pero ellas callando
nos daban del correcto camino confianza.
Luego nos quedamos solos avanzando,
y como fulgor el aire hendiendo
una voz vino a nuestro encuentro diciendo:
“Me ultimará cualquiera que me aprese”,
y huyó como se aleja el trueno
si súbitamente la nube se dispersa.
Cuando nuestro oír de él tuvo tregua
entonces otra con gran estruendo,
como tronar que al fulgor pronto sigue:
“Yo soy Aglauro, convertida en roca”;
y luego yo, para adherirme al poeta,
a diestra y no adelante avancé un paso.
Ya en todos lados estaba la brisa quieta:
y él me dijo: Ése es el duro freno
que debería el hombre tener en su mente.
Mas vos tomáis la vianda, de modo que el amo
del antiguo adversario a sí os tira;
para lo cual poco vale freno o reclamo.
Clamáis al cielo y él en torno a vosotros gira,
mostrándoos sus bellezas eternas,
y vuestro ojo sólo a la tierra mira;
por donde os abate aquel que todo discierne.
85
Canto XV
Los iracundos en vueltos en una espesa nube de humo.
Entre el morir de la hora tercia
y el principio del día, cuanto se ve de la esfera
que siempre a modo de chiquillo juega,
tal espacio parecía ya hacia la puesta
quedarle aún al Sol en su carrera;
la tarde era allá, y aquí media noche era.
Y sus rayos me herían en la mitad del naso,
porque tanto habíamos rodeado el monte,
que marchábamos directo hacia el ocaso,
cuando entonces sentí la frente alcanzada
por el resplandor mucho más que antes,
y esta novedad de estupor me embargaba;
por tanto alcé las manos por arriba
de las cejas, y me armé una visera
para que el exceso de luz se atenuara.
Como cuando del agua o del espejo
salta el rayo hacia la opuesta parte,
subiendo de comparable modo
a aquel que baja, y tanto se aparta
del caer de la piedra igual espacio,
86
como lo demuestra el arte y el ensayo;
así me pareció que de la luz refractada
allí mismo por delante era herido,
por lo que mi vista en apartarse fue ligera.
¿Quién es ése, dulce padre, del que no puedo
resguardar mi vista por más que intente,
dije yo, y parece hacia nosotros moverse?
No te maravilles si aún te deslumbra,
me respondió, la familia del cielo:
es el enviado que viene a invitar a que se suba.
Pronto será cuando mirar estas cosas
no te será grave, mas tan placentero
cuanto la natura a sentirlo te disponga.
Luego que al ángel bendito juntos llegamos
con voz alegre nos dijo: “Entrad aquí
a una escala muy menos erguida que las otras”.
Montamos por ella de allí mismo partiendo,
y “Beati misericordes” nos fue
cantado detrás, y “Goza tu que vences”.
Mi maestro y yo, solos los dos
asuso andábamos; y andando pensaba,
en el provecho a sacar de sus palabras;
y a él me dirigí así preguntando:
¿Qué decir quiso el espíritu de Romania,
“excluir” y “los familiares” mencionando?
87
Por lo que me dijo: Del tamaño de su falta
conoce el daño; por éso no es de admirar
si se reprende de ello para llorar menos.
Porque vuestros deseos apuntan
a donde por compañía la parte mengua,
la envidia mueve a suspiros el fuelle.
Mas si el amor de la esfera suprema
arriba vuestro deseo torciera,
no anidaría en vuestro corazón ese miedo;
pues, cuanto más se dice “nuestro”,
tanto de bien más cada uno posee,
y más la caridad arde en ese aposento.
Yo de estar contento estoy más ayuno,
dije yo, que si antes callado me hubiera,
y mayor duda en la mente aúno.
¿Cómo es posible que un bien distribuido
a más tenedores, los haga más ricos
que si fuera de unos pocos poseído?
Y él a mí: Como tú sólo apuntas
la mente a las terrenas cosas
de la vera luz las tinieblas te separan.
Aquel infinito e inefable bien
que arriba está, corre al amor
como al lúcido cuerpo el rayo viene.
88
Tanto se da cuanto encuentra de ardor;
de modo que, cuanto la caridad se extiende,
sobre ella crece el eterno valor.
Y cuanta más gente allá arriba se ama
más se os da de bien amar, y más se os ama,
y como espejo el uno al otro se entrega.
Y si mi razonamiento no te calma,
verás a Beatriz, y ella plenamente
te quitará éste y cualquier otro afán.
Procura sólo que pronto se extingan,
como ya lo fueron dos, las cinco plagas
que cicatrizan por lamentarse de ellas.
Y cuando yo iba a decir: Tú me calmas,
vi que llegados éramos al otro recinto,
y quedé en silencio con los ojos rondando.
Allí parecióme que una visión
estática súbitamente me arrastraba,
y veía en un templo muchas personas;
y una mujer, en la entrada, en actitud
dulce de madre, decir: “Hijito mío,
¿por qué has así con nosotros obrado?
He aquí, que angustiados, tu padre y yo
te buscábamos”. Y como aquí se callara
desapareció la visión primera.
De allí me apareció otra con esas aguas,
89
que por las mejillas, el dolor destila,
cuando una gran despecho contra otro nace,
y decir: “Si eres tú señor de la ciudad,
de cuyo nombre hubo entre los Dioses gran litigio,
y donde toda ciencia resplandece,
véngate de aquellos audaces brazos
que abrazaron a nuestra hija, ¡Oh Pisístrato!”
Y el señor, a mi parecer, benigno y suave,
responderle con el rostro templado:
“¿Qué le haremos al que el mal nos desea,
si aquel que nos ama condenamos?”
Después vi gente inflamadas en ira,
con piedras matar a un jovencito, unidos en
un solo y fuerte grito: ¡Mátalo, mátalo!
Y lo veía inclinarse, por la muerte
que ya le pesaba, hacia la tierra,
mas con los ojos siempre al cielo alzados,
orando al alto Sire, entre tanta guerra,
que perdonase a sus perseguidores,
con aquel semblante que a piedad lleva.
Cuando mi alma volvió afuera
a las cosas que fuera de ella son veras,
reconocí mis no falsos errores.
Mi conductor, que me veía
como quien del sueño se desliga,
90
dijo: ¿Qué tienes que no puedes tenerte,
mas has marchado más de media legua
con los ojos bajos y vacilantes pasos,
como a quien el sueño o el vino pliega?
¡Oh dulce padre mío, si me escuchas,
te diré, yo dije, lo que me apareció
cuando las piernas me ligaron!
Y él: Si tuvieras cien máscaras
sobre el rostro, no se me ocultarían
tus pensamientos, por pequeños que fueran.
Lo que viste fue para que no te recuses
a abrir el corazón a las aguas de la paz
que de la eterna fuente se difunden.
No te pregunté: ¿Qué tienes? como hace
el que mira sólo con el ojo que no ve,
cuando desanimado el cuerpo yace;
mas pregunté para darte fuerza en los pies;
de este modo hay que excitar a los pigros, lentos
a usar su vigilia cuando a ella retornan.
Seguíamos en el ocaso, atentos
hasta donde los ojos podían alargarse
contra los lucientes rayos de la tarde.
Y he aquí que poco a poco un humo vino
hacia nosotros como la noche oscuro;
ni de él lugar había donde abrigarse.
91
Y nos privó de la vista y del aire puro.
Canto XVI
Oscuridad de infierno y de noche priva
de todo planeta, bajo pobre cielo,
cuanto ser puede de nubes atenebrada,
no cubrió mi rostro de tan espeso velo,
como aquel humo que allí nos cubría,
ni nunca hubo más áspero pelo,
que el ojo abierto sufrir podría;
por éso mi escolta sabida y confiable
se me acercó y el hombro me ofrecía.
Como ciego que va detrás de su guía
por no perderse y no dar tropiezo
en cosa que le moleste, o quizá lo hiera,
así me andaba yo bajo el aire amargo y negro,
escuchando a mi conductor que me decía:
Cuídate que de mi lado no te muevas.
Sentía voces, y cada una parecía
orar, por paz y misericordia,
al Ángel de Dios que los pecados lleva.
Sólo “Agnus Dei” eran sus exordios;
todas las palabras era de un solo modo
92
pues entre ellas había cabal concordia.
¿Son espíritus éstos, maestro, que oigo?
dije yo. Y él a mí: Bien has comprendido,
y de la iracundia el nudo van resolviendo.
¿Quién eres tú que nuestro humo hiendes,
y de nosotros hablas como si
por calendas aún midieras el tiempo?
Así se oyó una voz decir;
por lo que mi maestro dijo: Responde,
y pregunta si por aquí se va arriba.
Y yo: ¡Oh criatura que te purgas
por volverte bella ante quien te hizo,
maravillas oirás, si me acompañas.
Yo te seguiré cuanto me es lícito,
respondió, y si el humo ver no nos deja
el oído nos mantendrá juntos supliendo.
Entonces empecé: Con aquel rostro
que la muerte disuelve voy arriba,
y llegué aquí por las infernas penas,
y si Dios en su gracia tal me puso
que quiere que su corte vea de forma
totalmente fuera del corriente uso,
no me ocultes quién antes de morir fuiste,
mas dime, y dime si voy bien hacia el paso;
y tus palabras nos servirán escolta.
93
Lombardo fui, y fui llamado Marco;
del mundo supe, y aquel valor amé
del cual hoy todos han arriado el arco.
Para subir ve derechamente,
respondió, y agregó: te ruego
que por mí ruegas cuando estés arriba.
Y yo a él: Por mi fe a ti me ligo
que haré lo que me pides; pero me muero
por un dilema, si no me lo explico.
Primero era simple, y ahora se ha duplicado
por tu sentencia, pues es cierto,
lo que aquí y en otro lugar, ahora vinculo.
El mundo está pues bien desierto
de toda virtud, como tú me suenas,
y de malicia grávido y cubierto;
más te ruego me señales la razón
de modo que la vea y la explique a otros;
pues hay quien en el cielo otros aquí abajo la ponen.
Un fuerte suspiro, que al dolor ciñó en un ¡ay!
soltó primero; y comenzó: Hermano,
el mundo es ciego, y bien se ve que de él vienes.
Vosotros que vivís toda razón fundáis
sólo en el cielo, como si todo
se moviera por necesidad.
94
Si así fuera, en vosotros se destruiría
el libre albedrío, y nos sería justicia
por bien alegría, y por mal ganar luto.
El cielo vuestros movimientos inicia;
no digo todos, mas, aunque así fuera,
luz os es dada para bien y para malicia;
y el libre querer que, si a la fatiga
de las primeras batallas con el cielo resiste,
después vence todo, si bien se afirma.
Ante mayor fuerza y mayor natura,
libres yacéis; y a ella la crea en vosotros
la mente, de la que el cielo no cura.
Sin embargo, si el presente mundo se desvía,
en vos la razón está, de vos se la reclama,
y de ello te seré verdadero espía.
Sale de manos de aquel que la acaricia
antes que sea, como hace una mocilla
que riendo y llorando parlotea,
el alma simplísima que nada sabe,
salvo que, llevada por el alegre hacedor,
de su voluntad se dirige a lo que le agrada.
Primero de un pequeño bien gusta el sabor;
allí se engaña, y tras él corre,
si guía o freno no tuerce su amor.
Por éso tiene que haber leyes de freno;
95
necesario que haya rey, que discierna
de la vera ciudad la torre al menos.
Las leyes existen, mas ¿quién cura de ellas?
Ninguno, y aunque el pastor que guía,
rumiar puede, con todo no tiene la pezuña hendida;
porque la gente, que contempla a su guía
hender sólo hacia aquel bien del que ella es glotona,
de ése se pace, y más allá no ambiciona.
Bien puedes ver que la mala conducta
es la razón que a hecho al mundo reo,
y no que en vos la natura esté corrupta.
Solía Roma, que el buen mundo hizo,
dos soles tener, que uno y otro camino
hacían ver, el del mundo y el de Dios.
El uno al otro ha extinguido; y unida la espada
al cayado, y ambos estando juntos,
por la violencia es forzoso que mal vaya;
porque juntos, uno al otro no se temen:
si no me crees, atiende a la espiga
que toda hierba se conoce por la semilla.
En el país que el Adigio y el Po riegan
solía valor y cortesía hallarse,
antes que Federico diera pelea;
hoy por allí seguro puede pasar
cualquiera que evitara, por vergüenza,
96
de hablar con buenos, o de prisa darse.
Verdad que hay allí aún tres ancianos
en quienes la vieja edad riñe a la nueva,
y sienten que Dios tarda a mejor vida llevarlos;
Conrado da Palazzo y el buen Gerardo
y Guido de Castel, que mejor se nombra,
como los franceses, el simple Lombardo.
Como hoy nunca la Iglesia de Roma,
confundiendo ambas regencias,
cae en el fango, se afea ella misma y a la otra.
¡Oh Marco mío!, dije yo, bien argumentas;
y ahora entiendo porqué del reparto
los hijos de Leví fueron exentos.
Mas ¿cuál Gerardo es aquel que por sabio
dices que aún queda de la extinguida gente,
para reproche del salvaje siglo?
O tus palabras me engañan o me tientas,
me repuso, porqué, hablando tosco,
parece que del buen Gerardo nada sepas.
Por otro nombre no lo conozco,
salvo que lo tomara de su hija Gaya.
Dios os acompañe, más no voy con vosotros.
Mira el albor, que por entre el humo destella,
ya va blanqueando, y me conviene partir
(el Ángel está allí) antes de que aparezca.
97
Entonces retrocedió, y más oírme no quiso.
Canto XVII
Habíamos ya dejado atrás al ángel,
al ángel que al sexto giro nos llevara,
que del rostro una seña me borrara;
y a los que tienen de la justicia el deseo
beatos los llamara, y cuyas voces
“sitiunt”, sin más, nos propusieron.
Y más leve que por las otros huecos
caminaba yo, tal que sin fatiga alguna
seguía a arriba a los espíritus veloces;
entonces Virgilio comenzó: Amor,
de virtud inflamado, siempre a otro inflama,
con tal que la llama se vea afuera;
por eso desde que descendió
a nuestro limbo del infierno Juvenal,
quien tu afecto me hizo patente,
mi benevolencia hacia ti fue tal
como nunca fue hacia ninguna otra persona,
y así ahora me son cortas estas escalas.
Mas dime, y como amigo perdóname,
si la mucha confianza afloja el freno,
y como amigo ahora conmigo razona:
98
¿cómo pudo hallar en tu seno
lugar la avaricia, en medio de tan buen sentido
del que por tus estudios y cuidados estuviste lleno?
Estas palabras a Estacio mover lo hicieron
un poco a risa primero; luego respondió:
Todos tus dichos de amor me son claro signo.
En verdad muchas veces vienen cosas
que a la duda dan falsa materia
porque esconden la razones veras.
Tu pregunta tu creencia me confirma
de que yo fuera avaro en la otra vida,
tal vez por aquel giro en el que yo era.
Pues bien, sabe que la avaricia lejos
de mi estuvo, y a ésta desmesura
mil lunaciones la han castigado.
Y si no fuera que apliqué pronto la cura
cuando escuché aquello que tú clamas,
fastidiado casi de la humana natura:
“¿A dónde no arrastras tú, oh sacro hambre
del oro, el apetito de los mortales?”,
estaría en las anteriores tristes labores.
Entonces advertí que por abrir demás las alas
podía irse de manos el gasto, y arrepentíme
así de éste como de los otros males.
99
¡Cuántos resurgirán con rapadas crines
por ignorancia, que a este defecto
priva de penitencia en vida y en los fines!
Y sabe que la culpa que replica
por directa oposición algún pecado,
juntamente con él aquí su verdor seca;
pues, si yo entre la gente me he contado
que llora su avaricia, por purgarme,
en su contrario me he encontrado.
Ahora cuando tú cantaste las crueles armas
de la doble tristeza de Yocasta,
dijo el cantor del bucólico Carmen,
por lo que allí Clio contigo trata,
no parece que entonces te hiciera fiel
la fe, sin la cual hacer bien no basta.
Si así fue, ¿qué Sol o qué candelas
te sacaron de tinieblas tantas que alzaste
luego detrás del pescador las velas?
Y aquel a él: Tú primero me enviaste
al Parnaso a beber en sus grutas,
y el primero junto a Dios me iluminaste.
Hiciste como aquel que va de noche,
que lleva en su detrás la luz y no se ayuda,
mas tras de sí hace a las personas doctas,
cuando dijiste: “El siglo se renueva;
100
vuelve la justicia y el primer tiempo humano,
y una progenie desciende del cielo nueva”.
Por ti fui poeta, por ti cristiano:
mas porque veas mejor lo que diseño
para colorearlo extenderé la mano.
Ya estaba el mundo preñado
de la vera creencia, sembrada
con los mensajes del eterno reino;
y tu palabra arriba indicada
se armonizaba con los nuevos predicantes;
por donde a visitarlos tomé usanza.
Vinieron luego pareciendo tan santos,
que, cuando Domiciano los perseguía,
de mis lágrimas no carecieron sus llantos;
y mientras que de aquel lado estuve,
los auxilié, y sus derechas costumbres
me llevó al desprecio de todas las demás sectas.
Y antes que condujera a los Griegos a los ríos
de Tebas poetizando, recibí el bautismo;
mas por miedo oculto cristiano estuve
largamente mostrando paganismo;
y esta tibieza en el cuarto círculo
me hizo rodar más de cuatro centésimos.
Tú pues, que alzado has la cubierta
que me escondía todo el bien que digo,
101
mientras que subiendo tenemos tiempo,
dime dónde está Terencio nuestro antiguo,
Cecilio y Plauto y Varro, si lo sabes;
dime si están condenados y en cuál giro.
Ellos y Persio y yo y otros muchos,
respondió mi guía, estamos con aquel griego
que lactaron las Musas más que a ninguno,
en el primer círculo del penal ciego;
muchas veces hablamos del monte
que tiene siempre a nuestras nodrizas consigo.
Allí Eurípides con nosotros y Anacreonte,
Simónides, Agatón y otros muchos
griegas que ya de laurel ornaron su frente.
Allí se ven de tus gentes
Antígona, Deifila y Argía,
e Ismenea tan triste como siempre.
Vese a aquella que mostró a Langia;
la hija de Tiresia y Tetis
y con sus hermanas Deidamia.
Callaban ya ambos poetas
de nuevo atentos a mirar en torno
libre de escalera y de paredes;
y ya las cuatro esclavas habían del día
quedado atrás, y la quinta al timón
alzaba en alto el ardiente cuerno,
102
cuando mi conductor: Creo que al extremo
hay que volver la espalda diestra,
girando el monte como hacer solemos.
Así la rutina fue allí nuestra consigna,
y tomamos la vía con menor recelo
por el sentir de aquella alma digna.
Iban ellos delante y yo solito
detrás, y escuchaba su conversa,
que de poetizar me daba intelecto.
Más pronto quebró las dulces razones
un árbol que hallamos en medio de la estrada,
con manzanas de aromas suaves y buenos;
y como el abeto hacia lo alto degrada
de rama en rama, así aquel hacia abajo,
creo yo, para que nadie arriba no vaya.
Del lado donde nuestro camino estaba ocluso,
caía de la alta roca un licor claro
y se expandía por las hojas superiores.
Los dos poetas al árbol se acercaron;
y una voz de adentro de la fronda
gritó: De este fruto careceréis.
Luego dijo: Más pensaba María en
que las bodas honradas fueran y enteras,
que en su propia boca, que ahora os apoya.
103
Y las Romanas antiguas, para su beber,
contentas estuvieron con agua; y Daniel
despreció comida y adquirió saber.
El primer siglo, como el oro, fue bello,
hizo sabrosas, con hambre, las bellotas,
y fue néctar a la sed todo arroyuelo.
Miel y langostas fueron la vianda
que nutrieron al Bautista en el desierto;
pues él es glorioso y tan grande
cuanto por el Evangelio se os es abierto.
Canto XVIII
Los acidiosos, corren sin detenerse nunca.
Terminado ya su razonamiento,
el alto doctor atento contemplaba
mi rostro por ver si contento me veía;
y yo, a quien nueva sed por más movía,
por fuera nada, y por dentro decía:
quizá el mucho preguntar mío lo cansa.
Mas aquel veraz padre que advirtió
el tímido querer que no se abría,
hablando, de osar hablar me dio aliento.
Y yo entonces: Maestro, mi vista se aviva
tanto con tu luz, que discierno claro
todo lo que tu razón parte o describe.
104
Empero te ruego, dulce padre amado,
que me muestres el amor, al cual reduces
todo bien obrar y su contrario.
Alza, me dijo, a mí las agudas luces
de tu intelecto, y séate manifiesto
el error de los ciegos que se hacen guías.
El alma, que fue creada a amar pronta,
a toda cosa se mueve que le place,
luego que al placer en acto se despierta.
Vuestra aprehensiva del ser verdadero
trae la imagen, y adentro la despliega,
de modo que mueve al alma a volverse a ella;
y si al hacerlo a ella se entrega,
ése entregarse es amor, y es la naturaleza
que por placer de nuevo en vosotros se ata.
Después, así como el fuego muévese a la altura,
por su forma nacida a subir
a donde más en su materia dura,
así el alma presa entra en deseo,
que es moción espiritual, y ya no reposa
hasta no gozar de la cosa amada.
Ahora ya puedes ver cuán escondida
la verdad está a los que avalan
cualquier amor en sí como loable cosa;
105
porque quizá creen que su materia
es siempre buena, pero no todo sello
es bueno, aun cuando buena sea la cera.
Tus palabras y mi seguidor ingenio,
le respondí, el amor me ha descubierto,
mas me ha dejado de dudar más lleno;
pues si el amor nos es de afuera dado,
y el alma no va de otra manera,
si recta o torcida va, no es su mérito.
Y él a mí: cuanto la razón observa,
puedo decirte; de allí en más espera
sólo a Beatriz, pues ya de fe es materia.
Toda forma sustancial, que distinta
es de la materia y está unida a ella,
tiene una virtud específica propia,
la cual, sin el obrar, no se percibe,
ni más no se muestra que por el efecto,
como en la planta por verde fronda la vida.
Sin embargo, de donde la intelección venga
de las primeras noticias, no lo sabemos,
ni de las primeras apetencias el afecto,
que en vosotros están, como en la abeja
el arte de hacer la miel, y este primer querer
mérito de alabanza o de reproche no tiene.
Ahora, como todo otro de este se infiere,
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.
La divina comedia- El purgatorio.

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

La actualidad más candente (17)

Alighieri dante divina comedia
Alighieri dante   divina comediaAlighieri dante   divina comedia
Alighieri dante divina comedia
 
Poesía chilena
Poesía chilenaPoesía chilena
Poesía chilena
 
Linoleos y Textos
Linoleos y TextosLinoleos y Textos
Linoleos y Textos
 
El camino de rosas sin espinas
El camino de rosas sin espinasEl camino de rosas sin espinas
El camino de rosas sin espinas
 
Poesia Erotica
Poesia EroticaPoesia Erotica
Poesia Erotica
 
Señor del mal
Señor del malSeñor del mal
Señor del mal
 
Voz del maestro, la gibrán khalil gibrán
Voz del maestro, la   gibrán khalil gibránVoz del maestro, la   gibrán khalil gibrán
Voz del maestro, la gibrán khalil gibrán
 
Er, el armenio
Er, el armenioEr, el armenio
Er, el armenio
 
Egogla garcilazo
Egogla   garcilazoEgogla   garcilazo
Egogla garcilazo
 
Figuras retoricas y tipos de nrrador
Figuras retoricas y tipos de nrradorFiguras retoricas y tipos de nrrador
Figuras retoricas y tipos de nrrador
 
Via crucis web
Via crucis webVia crucis web
Via crucis web
 
VÍA-CRUCIS
VÍA-CRUCISVÍA-CRUCIS
VÍA-CRUCIS
 
Bach, richard ilusiones 2 (1)
Bach, richard   ilusiones 2 (1)Bach, richard   ilusiones 2 (1)
Bach, richard ilusiones 2 (1)
 
Apocalipsis de Sofonías
Apocalipsis de SofoníasApocalipsis de Sofonías
Apocalipsis de Sofonías
 
Apocalipsis de Abraham
Apocalipsis de AbrahamApocalipsis de Abraham
Apocalipsis de Abraham
 
H. p. lovecraft celephais 617858-e6
H. p. lovecraft   celephais 617858-e6H. p. lovecraft   celephais 617858-e6
H. p. lovecraft celephais 617858-e6
 
El amor
El amorEl amor
El amor
 

Destacado

El Paraíso (La Divina Comedia)
El Paraíso (La Divina Comedia)El Paraíso (La Divina Comedia)
El Paraíso (La Divina Comedia)Nazth Dleon
 
Novena a la Divina Pastora
Novena a la Divina PastoraNovena a la Divina Pastora
Novena a la Divina PastoraYarinp
 
Divina comedia
Divina comedia Divina comedia
Divina comedia ediaz63
 
Misión y Visión de la Universidad, de la Facultad y de la Carrera e himno al ...
Misión y Visión de la Universidad, de la Facultad y de la Carrera e himno al ...Misión y Visión de la Universidad, de la Facultad y de la Carrera e himno al ...
Misión y Visión de la Universidad, de la Facultad y de la Carrera e himno al ...Anthony Leon
 
La Divina Comedia
La Divina ComediaLa Divina Comedia
La Divina ComediaNazth Dleon
 
Power point renacimiento
Power point renacimientoPower point renacimiento
Power point renacimientoNuri Cruz
 

Destacado (13)

Purgatorio
PurgatorioPurgatorio
Purgatorio
 
Purgatorio
PurgatorioPurgatorio
Purgatorio
 
Purgatorio (Divina Comedia)
Purgatorio (Divina Comedia)Purgatorio (Divina Comedia)
Purgatorio (Divina Comedia)
 
El Paraíso (La Divina Comedia)
El Paraíso (La Divina Comedia)El Paraíso (La Divina Comedia)
El Paraíso (La Divina Comedia)
 
La divina comedia - Infierno
La divina comedia - InfiernoLa divina comedia - Infierno
La divina comedia - Infierno
 
Novena a la Divina Pastora
Novena a la Divina PastoraNovena a la Divina Pastora
Novena a la Divina Pastora
 
Divina comedia
Divina comedia Divina comedia
Divina comedia
 
Misión y Visión de la Universidad, de la Facultad y de la Carrera e himno al ...
Misión y Visión de la Universidad, de la Facultad y de la Carrera e himno al ...Misión y Visión de la Universidad, de la Facultad y de la Carrera e himno al ...
Misión y Visión de la Universidad, de la Facultad y de la Carrera e himno al ...
 
Purgatorio, canto I
Purgatorio, canto IPurgatorio, canto I
Purgatorio, canto I
 
Divina comedia, power point
Divina comedia, power pointDivina comedia, power point
Divina comedia, power point
 
La Divina Comedia
La Divina ComediaLa Divina Comedia
La Divina Comedia
 
El Renacimiento
El RenacimientoEl Renacimiento
El Renacimiento
 
Power point renacimiento
Power point renacimientoPower point renacimiento
Power point renacimiento
 

Similar a La divina comedia- El purgatorio.

La Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdf
La Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdfLa Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdf
La Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdfssuser09ebd1
 
La Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdf
La Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdfLa Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdf
La Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdfssuser09ebd1
 
La Divina Comedia de Dante Alighieri-Cántico III-El Paraiso
La Divina Comedia de Dante Alighieri-Cántico III-El ParaisoLa Divina Comedia de Dante Alighieri-Cántico III-El Paraiso
La Divina Comedia de Dante Alighieri-Cántico III-El ParaisoEURIDICECANOVA
 
Dante Alighieri Divina comedia.pdf
Dante Alighieri Divina comedia.pdfDante Alighieri Divina comedia.pdf
Dante Alighieri Divina comedia.pdfPato770764
 
Dante alighieri divina comedia
Dante alighieri   divina comediaDante alighieri   divina comedia
Dante alighieri divina comediaIvan Romero
 
Khalil+GibráN+GibráN+ +El+Profeta
Khalil+GibráN+GibráN+ +El+ProfetaKhalil+GibráN+GibráN+ +El+Profeta
Khalil+GibráN+GibráN+ +El+ProfetaJohn Salcedo
 
El+Profeta
El+ProfetaEl+Profeta
El+Profetayuyimoto
 
Khalil+GibráN+GibráN+ +El+Profeta
Khalil+GibráN+GibráN+ +El+ProfetaKhalil+GibráN+GibráN+ +El+Profeta
Khalil+GibráN+GibráN+ +El+Profetaorlando9005
 
Versosybesos2013
Versosybesos2013Versosybesos2013
Versosybesos2013jmalegre
 
Coleridge, samuel taylor rima del anciano marinero
Coleridge, samuel taylor   rima del anciano marineroColeridge, samuel taylor   rima del anciano marinero
Coleridge, samuel taylor rima del anciano marinerolinoturcott
 
Cuentos para la expo lord dunsany
Cuentos para la expo lord dunsanyCuentos para la expo lord dunsany
Cuentos para la expo lord dunsanyCarolina More
 
Los versos del capitan pablo neruda
Los versos del capitan   pablo nerudaLos versos del capitan   pablo neruda
Los versos del capitan pablo nerudaNatyalvarez
 
Los versos del capitan pablo neruda
Los versos del capitan   pablo nerudaLos versos del capitan   pablo neruda
Los versos del capitan pablo nerudacaroflandez
 
Los versos del capitan pablo neruda
Los versos del capitan   pablo nerudaLos versos del capitan   pablo neruda
Los versos del capitan pablo nerudamariahernandezr
 
Los versos del capitan pablo neruda
Los versos del capitan   pablo nerudaLos versos del capitan   pablo neruda
Los versos del capitan pablo nerudaNatyalvarez
 
Los versos del capitan pablo neruda
Los versos del capitan   pablo nerudaLos versos del capitan   pablo neruda
Los versos del capitan pablo nerudaprocuro95
 

Similar a La divina comedia- El purgatorio. (20)

La Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdf
La Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdfLa Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdf
La Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdf
 
La Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdf
La Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdfLa Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdf
La Divina Comedia Autor Dante Alighieri.pdf
 
La Divina Comedia de Dante Alighieri-Cántico III-El Paraiso
La Divina Comedia de Dante Alighieri-Cántico III-El ParaisoLa Divina Comedia de Dante Alighieri-Cántico III-El Paraiso
La Divina Comedia de Dante Alighieri-Cántico III-El Paraiso
 
Dante Alighieri Divina comedia.pdf
Dante Alighieri Divina comedia.pdfDante Alighieri Divina comedia.pdf
Dante Alighieri Divina comedia.pdf
 
Dante alighieri divina comedia
Dante alighieri   divina comediaDante alighieri   divina comedia
Dante alighieri divina comedia
 
Khalil+GibráN+GibráN+ +El+Profeta
Khalil+GibráN+GibráN+ +El+ProfetaKhalil+GibráN+GibráN+ +El+Profeta
Khalil+GibráN+GibráN+ +El+Profeta
 
El+Profeta
El+ProfetaEl+Profeta
El+Profeta
 
Khalil+GibráN+GibráN+ +El+Profeta
Khalil+GibráN+GibráN+ +El+ProfetaKhalil+GibráN+GibráN+ +El+Profeta
Khalil+GibráN+GibráN+ +El+Profeta
 
El profeta khalil gibran
El profeta   khalil gibranEl profeta   khalil gibran
El profeta khalil gibran
 
Libro electronico
Libro electronicoLibro electronico
Libro electronico
 
Versosybesos2013
Versosybesos2013Versosybesos2013
Versosybesos2013
 
Coleridge, samuel taylor rima del anciano marinero
Coleridge, samuel taylor   rima del anciano marineroColeridge, samuel taylor   rima del anciano marinero
Coleridge, samuel taylor rima del anciano marinero
 
Cuentos para la expo lord dunsany
Cuentos para la expo lord dunsanyCuentos para la expo lord dunsany
Cuentos para la expo lord dunsany
 
Español
EspañolEspañol
Español
 
Los versos del capitan pablo neruda
Los versos del capitan   pablo nerudaLos versos del capitan   pablo neruda
Los versos del capitan pablo neruda
 
Los versos del capitan pablo neruda
Los versos del capitan   pablo nerudaLos versos del capitan   pablo neruda
Los versos del capitan pablo neruda
 
Los versos del capitan pablo neruda
Los versos del capitan   pablo nerudaLos versos del capitan   pablo neruda
Los versos del capitan pablo neruda
 
Los versos del capitan pablo neruda
Los versos del capitan   pablo nerudaLos versos del capitan   pablo neruda
Los versos del capitan pablo neruda
 
Los versos del capitan pablo neruda
Los versos del capitan   pablo nerudaLos versos del capitan   pablo neruda
Los versos del capitan pablo neruda
 
Los versos del capitan pablo neruda
Los versos del capitan   pablo nerudaLos versos del capitan   pablo neruda
Los versos del capitan pablo neruda
 

Más de EURIDICECANOVA

Poemas de Amor de Eurídice Canova y Sabra-Libro14
Poemas de Amor de Eurídice Canova y Sabra-Libro14Poemas de Amor de Eurídice Canova y Sabra-Libro14
Poemas de Amor de Eurídice Canova y Sabra-Libro14EURIDICECANOVA
 
Poesía Gótica,Dark, Surrealista-Libro13
Poesía Gótica,Dark, Surrealista-Libro13Poesía Gótica,Dark, Surrealista-Libro13
Poesía Gótica,Dark, Surrealista-Libro13EURIDICECANOVA
 
POESÍA ARTÍSTICA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA- LIBRO 12
POESÍA ARTÍSTICA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA- LIBRO 12POESÍA ARTÍSTICA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA- LIBRO 12
POESÍA ARTÍSTICA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA- LIBRO 12EURIDICECANOVA
 
Décimas Poéticas de Eurídice Canova y Sabra-Libro11
Décimas Poéticas de Eurídice Canova y Sabra-Libro11Décimas Poéticas de Eurídice Canova y Sabra-Libro11
Décimas Poéticas de Eurídice Canova y Sabra-Libro11EURIDICECANOVA
 
POESÍA DE AMOR Y SENSUAL DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 10
POESÍA DE AMOR Y SENSUAL DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 10POESÍA DE AMOR Y SENSUAL DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 10
POESÍA DE AMOR Y SENSUAL DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 10EURIDICECANOVA
 
POEMAS DE ARTE MAYOR Y MENOR-LIBRO 9
POEMAS DE ARTE MAYOR Y MENOR-LIBRO 9POEMAS DE ARTE MAYOR Y MENOR-LIBRO 9
POEMAS DE ARTE MAYOR Y MENOR-LIBRO 9EURIDICECANOVA
 
POESÍA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA.- LIBRO 8-DÉCIMAS POÉTICAS
POESÍA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA.- LIBRO 8-DÉCIMAS POÉTICASPOESÍA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA.- LIBRO 8-DÉCIMAS POÉTICAS
POESÍA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA.- LIBRO 8-DÉCIMAS POÉTICASEURIDICECANOVA
 
POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 7
POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 7POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 7
POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 7EURIDICECANOVA
 
POEMAS DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 6
POEMAS DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 6POEMAS DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 6
POEMAS DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 6EURIDICECANOVA
 
POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 5
POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 5POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 5
POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 5EURIDICECANOVA
 
POESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 4
POESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 4POESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 4
POESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 4EURIDICECANOVA
 
POESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA
POESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVAPOESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA
POESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVAEURIDICECANOVA
 
POESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 2
 POESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 2 POESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 2
POESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 2EURIDICECANOVA
 
POESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO I
POESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO IPOESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO I
POESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO IEURIDICECANOVA
 
JUVENILIA DE MIGUEL CANÉ
JUVENILIA DE MIGUEL CANÉJUVENILIA DE MIGUEL CANÉ
JUVENILIA DE MIGUEL CANÉEURIDICECANOVA
 
El falso inca de Roberto J Payró
El falso inca de Roberto J PayróEl falso inca de Roberto J Payró
El falso inca de Roberto J PayróEURIDICECANOVA
 
Navidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano
Navidad en las montañas de Ignacio Manuel AltamiranoNavidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano
Navidad en las montañas de Ignacio Manuel AltamiranoEURIDICECANOVA
 
Su único hijo de Leopoldo Alas
Su único hijo  de  Leopoldo AlasSu único hijo  de  Leopoldo Alas
Su único hijo de Leopoldo AlasEURIDICECANOVA
 
Ensayos de Rafael Barrett-Actos de Esperanza-Castigos Corporales-La justicia.
Ensayos de Rafael Barrett-Actos de Esperanza-Castigos Corporales-La justicia.Ensayos de Rafael Barrett-Actos de Esperanza-Castigos Corporales-La justicia.
Ensayos de Rafael Barrett-Actos de Esperanza-Castigos Corporales-La justicia.EURIDICECANOVA
 
La catedral de Vicente Blasco Ibáñez
La catedral  de Vicente Blasco IbáñezLa catedral  de Vicente Blasco Ibáñez
La catedral de Vicente Blasco IbáñezEURIDICECANOVA
 

Más de EURIDICECANOVA (20)

Poemas de Amor de Eurídice Canova y Sabra-Libro14
Poemas de Amor de Eurídice Canova y Sabra-Libro14Poemas de Amor de Eurídice Canova y Sabra-Libro14
Poemas de Amor de Eurídice Canova y Sabra-Libro14
 
Poesía Gótica,Dark, Surrealista-Libro13
Poesía Gótica,Dark, Surrealista-Libro13Poesía Gótica,Dark, Surrealista-Libro13
Poesía Gótica,Dark, Surrealista-Libro13
 
POESÍA ARTÍSTICA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA- LIBRO 12
POESÍA ARTÍSTICA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA- LIBRO 12POESÍA ARTÍSTICA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA- LIBRO 12
POESÍA ARTÍSTICA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA- LIBRO 12
 
Décimas Poéticas de Eurídice Canova y Sabra-Libro11
Décimas Poéticas de Eurídice Canova y Sabra-Libro11Décimas Poéticas de Eurídice Canova y Sabra-Libro11
Décimas Poéticas de Eurídice Canova y Sabra-Libro11
 
POESÍA DE AMOR Y SENSUAL DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 10
POESÍA DE AMOR Y SENSUAL DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 10POESÍA DE AMOR Y SENSUAL DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 10
POESÍA DE AMOR Y SENSUAL DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 10
 
POEMAS DE ARTE MAYOR Y MENOR-LIBRO 9
POEMAS DE ARTE MAYOR Y MENOR-LIBRO 9POEMAS DE ARTE MAYOR Y MENOR-LIBRO 9
POEMAS DE ARTE MAYOR Y MENOR-LIBRO 9
 
POESÍA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA.- LIBRO 8-DÉCIMAS POÉTICAS
POESÍA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA.- LIBRO 8-DÉCIMAS POÉTICASPOESÍA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA.- LIBRO 8-DÉCIMAS POÉTICAS
POESÍA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA.- LIBRO 8-DÉCIMAS POÉTICAS
 
POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 7
POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 7POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 7
POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 7
 
POEMAS DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 6
POEMAS DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 6POEMAS DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 6
POEMAS DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 6
 
POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 5
POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 5POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 5
POESÍA DE AMOR DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA-LIBRO 5
 
POESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 4
POESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 4POESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 4
POESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 4
 
POESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA
POESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVAPOESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA
POESÍA DE TRISTEZA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA
 
POESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 2
 POESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 2 POESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 2
POESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO 2
 
POESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO I
POESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO IPOESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO I
POESÍA GÓTICA-SURREALISTA-DARK DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA LIBRO I
 
JUVENILIA DE MIGUEL CANÉ
JUVENILIA DE MIGUEL CANÉJUVENILIA DE MIGUEL CANÉ
JUVENILIA DE MIGUEL CANÉ
 
El falso inca de Roberto J Payró
El falso inca de Roberto J PayróEl falso inca de Roberto J Payró
El falso inca de Roberto J Payró
 
Navidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano
Navidad en las montañas de Ignacio Manuel AltamiranoNavidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano
Navidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano
 
Su único hijo de Leopoldo Alas
Su único hijo  de  Leopoldo AlasSu único hijo  de  Leopoldo Alas
Su único hijo de Leopoldo Alas
 
Ensayos de Rafael Barrett-Actos de Esperanza-Castigos Corporales-La justicia.
Ensayos de Rafael Barrett-Actos de Esperanza-Castigos Corporales-La justicia.Ensayos de Rafael Barrett-Actos de Esperanza-Castigos Corporales-La justicia.
Ensayos de Rafael Barrett-Actos de Esperanza-Castigos Corporales-La justicia.
 
La catedral de Vicente Blasco Ibáñez
La catedral  de Vicente Blasco IbáñezLa catedral  de Vicente Blasco Ibáñez
La catedral de Vicente Blasco Ibáñez
 

Último

ACUERDO MINISTERIAL 078-ORGANISMOS ESCOLARES..pptx
ACUERDO MINISTERIAL 078-ORGANISMOS ESCOLARES..pptxACUERDO MINISTERIAL 078-ORGANISMOS ESCOLARES..pptx
ACUERDO MINISTERIAL 078-ORGANISMOS ESCOLARES..pptxzulyvero07
 
Lecciones 04 Esc. Sabática. Defendamos la verdad
Lecciones 04 Esc. Sabática. Defendamos la verdadLecciones 04 Esc. Sabática. Defendamos la verdad
Lecciones 04 Esc. Sabática. Defendamos la verdadAlejandrino Halire Ccahuana
 
Manual - ABAS II completo 263 hojas .pdf
Manual - ABAS II completo 263 hojas .pdfManual - ABAS II completo 263 hojas .pdf
Manual - ABAS II completo 263 hojas .pdfMaryRotonda1
 
30-de-abril-plebiscito-1902_240420_104511.pdf
30-de-abril-plebiscito-1902_240420_104511.pdf30-de-abril-plebiscito-1902_240420_104511.pdf
30-de-abril-plebiscito-1902_240420_104511.pdfgimenanahuel
 
Registro Auxiliar - Primaria 2024 (1).pptx
Registro Auxiliar - Primaria  2024 (1).pptxRegistro Auxiliar - Primaria  2024 (1).pptx
Registro Auxiliar - Primaria 2024 (1).pptxFelicitasAsuncionDia
 
Historia y técnica del collage en el arte
Historia y técnica del collage en el arteHistoria y técnica del collage en el arte
Historia y técnica del collage en el arteRaquel Martín Contreras
 
CALENDARIZACION DE MAYO / RESPONSABILIDAD
CALENDARIZACION DE MAYO / RESPONSABILIDADCALENDARIZACION DE MAYO / RESPONSABILIDAD
CALENDARIZACION DE MAYO / RESPONSABILIDADauxsoporte
 
La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...
La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...
La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...JonathanCovena1
 
La triple Naturaleza del Hombre estudio.
La triple Naturaleza del Hombre estudio.La triple Naturaleza del Hombre estudio.
La triple Naturaleza del Hombre estudio.amayarogel
 
Dinámica florecillas a María en el mes d
Dinámica florecillas a María en el mes dDinámica florecillas a María en el mes d
Dinámica florecillas a María en el mes dstEphaniiie
 
RETO MES DE ABRIL .............................docx
RETO MES DE ABRIL .............................docxRETO MES DE ABRIL .............................docx
RETO MES DE ABRIL .............................docxAna Fernandez
 
NARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFARO
NARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFARONARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFARO
NARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFAROJosé Luis Palma
 
Planificacion Anual 4to Grado Educacion Primaria 2024 Ccesa007.pdf
Planificacion Anual 4to Grado Educacion Primaria   2024   Ccesa007.pdfPlanificacion Anual 4to Grado Educacion Primaria   2024   Ccesa007.pdf
Planificacion Anual 4to Grado Educacion Primaria 2024 Ccesa007.pdfDemetrio Ccesa Rayme
 
SELECCIÓN DE LA MUESTRA Y MUESTREO EN INVESTIGACIÓN CUALITATIVA.pdf
SELECCIÓN DE LA MUESTRA Y MUESTREO EN INVESTIGACIÓN CUALITATIVA.pdfSELECCIÓN DE LA MUESTRA Y MUESTREO EN INVESTIGACIÓN CUALITATIVA.pdf
SELECCIÓN DE LA MUESTRA Y MUESTREO EN INVESTIGACIÓN CUALITATIVA.pdfAngélica Soledad Vega Ramírez
 
Neurociencias para Educadores NE24 Ccesa007.pdf
Neurociencias para Educadores  NE24  Ccesa007.pdfNeurociencias para Educadores  NE24  Ccesa007.pdf
Neurociencias para Educadores NE24 Ccesa007.pdfDemetrio Ccesa Rayme
 
Informatica Generalidades - Conceptos Básicos
Informatica Generalidades - Conceptos BásicosInformatica Generalidades - Conceptos Básicos
Informatica Generalidades - Conceptos BásicosCesarFernandez937857
 
Identificación de componentes Hardware del PC
Identificación de componentes Hardware del PCIdentificación de componentes Hardware del PC
Identificación de componentes Hardware del PCCesarFernandez937857
 

Último (20)

Medición del Movimiento Online 2024.pptx
Medición del Movimiento Online 2024.pptxMedición del Movimiento Online 2024.pptx
Medición del Movimiento Online 2024.pptx
 
ACUERDO MINISTERIAL 078-ORGANISMOS ESCOLARES..pptx
ACUERDO MINISTERIAL 078-ORGANISMOS ESCOLARES..pptxACUERDO MINISTERIAL 078-ORGANISMOS ESCOLARES..pptx
ACUERDO MINISTERIAL 078-ORGANISMOS ESCOLARES..pptx
 
Lecciones 04 Esc. Sabática. Defendamos la verdad
Lecciones 04 Esc. Sabática. Defendamos la verdadLecciones 04 Esc. Sabática. Defendamos la verdad
Lecciones 04 Esc. Sabática. Defendamos la verdad
 
Manual - ABAS II completo 263 hojas .pdf
Manual - ABAS II completo 263 hojas .pdfManual - ABAS II completo 263 hojas .pdf
Manual - ABAS II completo 263 hojas .pdf
 
30-de-abril-plebiscito-1902_240420_104511.pdf
30-de-abril-plebiscito-1902_240420_104511.pdf30-de-abril-plebiscito-1902_240420_104511.pdf
30-de-abril-plebiscito-1902_240420_104511.pdf
 
Registro Auxiliar - Primaria 2024 (1).pptx
Registro Auxiliar - Primaria  2024 (1).pptxRegistro Auxiliar - Primaria  2024 (1).pptx
Registro Auxiliar - Primaria 2024 (1).pptx
 
Historia y técnica del collage en el arte
Historia y técnica del collage en el arteHistoria y técnica del collage en el arte
Historia y técnica del collage en el arte
 
CALENDARIZACION DE MAYO / RESPONSABILIDAD
CALENDARIZACION DE MAYO / RESPONSABILIDADCALENDARIZACION DE MAYO / RESPONSABILIDAD
CALENDARIZACION DE MAYO / RESPONSABILIDAD
 
La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...
La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...
La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...
 
La triple Naturaleza del Hombre estudio.
La triple Naturaleza del Hombre estudio.La triple Naturaleza del Hombre estudio.
La triple Naturaleza del Hombre estudio.
 
Dinámica florecillas a María en el mes d
Dinámica florecillas a María en el mes dDinámica florecillas a María en el mes d
Dinámica florecillas a María en el mes d
 
RETO MES DE ABRIL .............................docx
RETO MES DE ABRIL .............................docxRETO MES DE ABRIL .............................docx
RETO MES DE ABRIL .............................docx
 
NARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFARO
NARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFARONARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFARO
NARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFARO
 
Planificacion Anual 4to Grado Educacion Primaria 2024 Ccesa007.pdf
Planificacion Anual 4to Grado Educacion Primaria   2024   Ccesa007.pdfPlanificacion Anual 4to Grado Educacion Primaria   2024   Ccesa007.pdf
Planificacion Anual 4to Grado Educacion Primaria 2024 Ccesa007.pdf
 
Unidad 3 | Metodología de la Investigación
Unidad 3 | Metodología de la InvestigaciónUnidad 3 | Metodología de la Investigación
Unidad 3 | Metodología de la Investigación
 
SELECCIÓN DE LA MUESTRA Y MUESTREO EN INVESTIGACIÓN CUALITATIVA.pdf
SELECCIÓN DE LA MUESTRA Y MUESTREO EN INVESTIGACIÓN CUALITATIVA.pdfSELECCIÓN DE LA MUESTRA Y MUESTREO EN INVESTIGACIÓN CUALITATIVA.pdf
SELECCIÓN DE LA MUESTRA Y MUESTREO EN INVESTIGACIÓN CUALITATIVA.pdf
 
Neurociencias para Educadores NE24 Ccesa007.pdf
Neurociencias para Educadores  NE24  Ccesa007.pdfNeurociencias para Educadores  NE24  Ccesa007.pdf
Neurociencias para Educadores NE24 Ccesa007.pdf
 
Informatica Generalidades - Conceptos Básicos
Informatica Generalidades - Conceptos BásicosInformatica Generalidades - Conceptos Básicos
Informatica Generalidades - Conceptos Básicos
 
Presentacion Metodología de Enseñanza Multigrado
Presentacion Metodología de Enseñanza MultigradoPresentacion Metodología de Enseñanza Multigrado
Presentacion Metodología de Enseñanza Multigrado
 
Identificación de componentes Hardware del PC
Identificación de componentes Hardware del PCIdentificación de componentes Hardware del PC
Identificación de componentes Hardware del PC
 

La divina comedia- El purgatorio.

  • 1. La Divina Comedia Dante Alighieri EL PURGATORIO
  • 2. 1 Canto I Catón guardián de la playa Por surcar mejores aguas alza las velas ahora la navecilla de mi ingenio, tan cruel mar detrás de sí dejando; y cantaré de aquel segundo reino, donde el humano espíritu se purga y se hace digno de subir al Cielo. Resurja ahora aquí la muerta poesía, ¡oh Santas Musas! pues vuestro soy; y que Calíope un algo surja acompañando mi canto con aquel son del cual las míseras Urracas sintieron tal golpe, que ya no esperan perdón. Dulce color de oriental zafiro, que se acogía en el sereno aspecto del medio, puro hasta el primer giro, a mis ojos recomenzó dilecto, así como salí fuera del aura muerta, que contristado me había los ojos y el pecho. El bello planeta que de amar conforta hacía que el entero oriente riera, velando a los Peces que eran su escolta. Volvíme a la derecha, y dirigí la mente
  • 3. 2 al otro polo, y vi las cuatro estrellas, que nadie vio más la primera gente. Gozar parecía el cielo de sus flamas: ¡oh septentrional viudo sitio, pues que privado estás de verlas! Así que de mirarlas me apartara, volviéndome un poco hacia el otro polo, allí donde el Carro ya se había ido, vi cerca de mí a un viejo solo digno de tanta reverencia al ver, que más no debe al padre ningún hijo. Larga la barba y de blanco pelo mestiza tenía, a sus cabellos semejante, de la que caía al pecho doble lista. Los rayos de las cuatros luces santas franjeaban de luz tanto su rostro, que lo veía como si el Sol fuera delante. ¿Quién sois vosotros, que contrario al ciego río huido habéis de la prisión eterna? dijo, moviendo esas honestas plumas. ¿Quién os ha guiado? ¿o quién os fue lucerna, saliendo fuera de la profunda noche que siempre tiene negro el infernal valle? ¿así se han roto las leyes del abismo? ¿o se ha dictado en el cielo nuevo consejo
  • 4. 3 de que, condenados, vengáis a mis grutas? Mi conductor entonces me tomó la mano, y con palabras, manos y señales hízome hincar y bajar la frente reverente. Después le dijo: Por mí no viene; mujer bajó del cielo, a cuyos ruegos, mi compañía para con él dispuso. Pero como es afán tuyo que más te explique cuánto de honesta nuestra condición sea no cabe en mí que a tí me niegue. Éste aún no vio su última tarde pero estuvo por su locura tan cerca, que le era escaso el tiempo para que volver pudiera. Así como te dije, a él yo fui mandado por que viviera; y no había para él otro camino que éste por el que me he metido. Mostrado le he la perversa gente; y ahora pretendo mostrarle los espíritus que se purgan en tus dominios. Cómo lo traje, sería largo contarte; de lo alto una virtud me ayuda a conducirlo a verte y a escucharte. Ahora pues que su visita acoger te plazca: libertad va buscando, que le es tan cara, como lo sabe quién la vida por ella deja.
  • 5. 4 Lo sabes tú, que por ella no te fue amarga en Útica la muerte, donde dejaste la vestidura que en el gran día será tan clara. Los eternos edictos no hemos quebrado; que éste vive, y a mí Minos no alcanza; que soy del giro donde están los ojos castos de tu Marcia, que al parecer te ruega ¡oh santo pecho! que la tengas por tuya; por su amor, pues, a nuestro deseo accedas. Déjanos viajar por tus siete reinos; gracias reportaré de ti a ella, si de ser mencionado allá abajo te dignas. Marcia plugo tanto a mis ojos mientras allá estuve, dijo entonces, que cuantos gracias quiso de mí, las tuvo. Ahora que allende el mal río habita, no puede más conmoverme, por aquella ley que hecha fue cuando salíme fuera. Mas si dama del cielo te mueve y te sostiene como tú dices, no hacen falta lisonjas; baste bien que en su nombre requieras. Vete pues, y haz que éste se ciña de un junco mondo y que el rostro lave para que de toda suciedad así se redima,
  • 6. 5 que bien no fuera con el ojo herido de alguna niebla, venir ante el ministro primero, que es de los del paraíso. Aquella apartada isla, bien abajo de la playa, allá donde las olas azotan, abriga juncos sobre el blando limo: ninguna otra planta de hojas o de tronco duro, puede vivir allí, que el batir de las olas no secunde. Después no volváis aquí: el Sol os mostrará, que ahora surge, a tomar del monte la más leve cuesta. Ahí desapareció; y de pie me puse, en silencio, y me allegué muy cerca de mi conductor, y hacia él alcé la vista. Y él comenzó: sigue mis pasos, retrocedamos, que por aquí declina esta llanura a sus lugares más bajos. Vencía el alba la hora matutina que delante huía, de modo que de lejos pude ver el fluctuar de las olas. Íbamos por el solitario llano como quien vuelve a la perdida senda y que hacia ella le parece ir en vano. Cuando llegamos allí donde el rocío
  • 7. 6 lidia con el Sol, y por estar a la sombra se difunde poco a poco, ambas manos sobre la hierba abiertas suavemente mi maestro puso: y yo entonces, su intento advirtiendo, le ofrecí mis mejillas lacrimosas: y allí dejóme descubierto aquel color que ocultara el infierno. Llegamos luego al litoral desierto, cuyas aguas no vieron navegar nunca a hombre, que de ellas regresara experto. Ciñóme allí como al otro plugo: ¡oh maravilla! que así como escogió la humilde planta, igual renació otra súbito allí donde la arrancara. Canto II Ya estaba el Sol al horizonte junto, cuyo meridiano círculo cubre a Jerusalén en su más alto punto; y la noche que opuesta a éste gira salía del Ganges con las Balanzas, de cuyas manos se cae cuando se alarga; de modo que las blancas y rosadas mejillas,
  • 8. 7 donde yo estaba, de la bella Aurora, por la mayor edad ya eran naranjas. Nos hallábamos aún sobre la orilla del mar, como quien el camino a tomar medita, que de corazón avanza, pero de cuerpo demora. Y entonces, así como sorprendido a la mañana, por el grosor de la niebla, Marte enrojece, allá en el poniente sobre el marino suelo, así se mostraba, como si aún la viera. una luz por el mar venir tan presto que no había volar que al suyo pareciera. Como la vista un momento apartara hacia mi Maestro por una pregunta, al reverla la vi, de más brillo y mayor tamaño. Luego a sus lados ver me parecía un no sé qué de blanco, y que de abajo un otro blanco poco a poco aparecía. Mi maestro aún palabra no decía en tanto se veía que los blancos eran alas; y aunque al gondolero bien lo conocía gritóme: ¡Dobla, dobla la rodilla! éste es el Ángel de Dios: junta las manos; de ahora en más verás oficiales tales.
  • 9. 8 Mira cómo desprecia los medios humanos, que remo no quiere, ni más otro velamen que sus alas, en riberas tan lejanas. Mira como alzadas las tiene al cielo, agitando el aire con eternas plumas, que no se mudan como el mortal pelo. Luego como poco a poco hacia nos vino el ave divina, más brillante aparecía: pero como el ojo de cerca no lo sufría incliné la vista; y él se dirigió a la orilla en una navecilla esbelta y leve, tanto que en el agua apenas se metía. En popa estaba el celestial barquero, cuyo sólo aspecto ya mostrábalo bendito; y más de cien espíritus sentados dentro. “In exitu Israel de Aegypto” cantaban juntos a una voz en coro con lo que sigue escrito de aquel salmo. Luego de la santa cruz les hizo el signo; y ellos se arrojaron todos a la playa, y el ángel se marchó, veloz, como vino. La turba que allí quedó, extrañada del lugar parecía, mirando alrededor como quien nuevas cosas contemplara.
  • 10. 9 De todas partes saetaba el día el Sol, quien con las nobles saetas del medio cielo había echado a las Cabras, cuando la nueva gente alzó la frente a nosotros, diciendo: si vos sabéis, mostradnos la vía de subir al monte. Y Virgilio respondió: tal vez creéis que expertos seamos de este sitio; mas como vosotros peregrinos somos. Ha poco que llegamos, antes que vosotros, por otra vía, que fue tan dura y fuerte, que subir ésta nos parecerá de juego. Las almas, que habían advertido, por el respirar, que aún estaba vivo, maravilladas palidecieron. Y como el mensajero, que porta olivo, atrae a la gente para oír las nuevas, y de pisotear a otro nadie es esquivo, así en mi rostro se fijaron ellas almas afortunadas todas como olvidando de hacerse bellas. Yo vi a una salir delante para abrazarme con tan grande afecto,
  • 11. 10 que movióme a hacer lo semejante. ¡Ay sombras vanas, aunque sólo en el aspecto! Tres veces detrás de él ceñí las manos, y otras tantas ceñidas las hallé a mi pecho. De sorpresa, creo, quedé pintado; pero la sombra se retiró sonriendo, y yo siguiéndola, avancé adelante. Suavemente pidió me detuviera; conocí entonces quien era, y le rogué, que para hablarme, un poco se estuviera. Respondióme: Así como te amé en el mortal cuerpo, así te amo suelto: por éso me detengo; pero tú ¿por qué vas? Casella mío, por retornar de nuevo allá de donde soy, hago este viaje, le dije, pero tú ¿porque te demoraron tanto? Y él a mí: No me han hecha ultraje alguno porque aquel, que lleva cuando y quién le place, muchas veces me ha negado el pasaje: de su justo querer así se hace: en verdad desde hace tres meses, ha llevado a todo el que quiso entrar, en paz completa. Por éso yo, que al mar me había vuelto
  • 12. 11 donde el agua del Tíber de sal se impregna, fui acogido por él benignamente. Hacia aquella embocadura dirige ahora el ala porque allí se congregan siempre los que al Aqueronte no descienden. Y yo: si una nueva ley no te priva de memoria o del uso del amoroso canto que solía aquietar todas mis penas, con él te plazca consolar un tanto el alma mía, porque, con su cuerpo aquí viniendo, ¡se ha afanado tanto! "Amor que en la mente me razona", comenzó él entonces tan dulcemente, que la dulzura aún dentro de mi suena. Mi maestro y yo y aquella gente que con él estaban, parecían tan contentos, como si a nadie otra cosa en mente fuera. Todos quietos éramos y atentos a sus notas; y entonces el viejo honesto gritando: ¿qué es ésto, espíritus lentos? ¿qué negligencia, qué quedarse es éste? corred al monte a quitaros los escollos que a vos no dejan mirar a Dios manifiesto.
  • 13. 12 Como cuando, cogiendo grano o hierba, las palomas apiñadas en pastura, quietas, sin mostrar su normal orgullo, si algo aparece de lo que ellas tengan miedo súbitamente dejan estar el alimento, porque acosadas de un mayor cuidado; así vi yo a aquella mesnada fresca dejar el canto, y lanzarse a la costa, como quien va, sin saber a donde; ni nuestra partida fue más lenta. Canto III Los arrepentidos en trance de muerte Entonces cuando la súbita fuga los dispersó por la campiña hacia el monte a donde la razón los lleva, yo me acogí al confiable compañero: ¿y cómo estaría yo sin su concurso? ¿quién me habría hecho subir la montaña? Me pareció consigo mismo atrito; ¡oh digna conciencia y clara, cómo breve falta te es compunción amarga! Cuando sus pies abandonaron la prisa, que de todo acto la honestidad empaña,
  • 14. 13 mi mente, que reducida estaba, el designio dilató, aguijoneada, y volví mi rostro a la colina que al más alto cielo sobre las aguas se exalta. El Sol, que detrás flameaba rojo, lanzaba adelante mi figura, porque en mí hallaban sus rayos apoyo. A mi lado volvíme con pavor de ser abandonado, al ver sólo de mí delante la tierra oscura; y mi sostén: ¿Por qué desconfías? comenzó a decirme muy alterado; ¿no crees que estoy contigo y soy tu guía? Allá es de tarde donde sepulto está el cuerpo en el cual hacía sombra; lo tiene Nápoles, y de Brindis fue sacado. Ahora, si ante mí nada se nubla no te asombres más que de los cielos un rayo al otro no obsta. A sufrir tormentos, calor y hielo tales cuerpos la virtud dispone, y cómo sea, no quiere que se nos devele. Loco es quien espera que la razón nuestra
  • 15. 14 pueda recorrer la infinita vía que tiene una sustancia en tres personas. Estad contentos, humana gente, del quia; porque si tuvierais poder de verlo todo no hubiera sido necesario parir María.; vos visteis que lo desearon sin fruto los que así hubieran aquietado el deseo que eternamente queda en ellos como luto: de Arístoteles y de Platón hablo y de otros muchos; y aquí curvó la frente y más no dijo, y quedó turbado. En tanto al pie del monte llegamos, allí encontramos tan abrupta roca que en vano fueran las piernas prontas. Entre Lérici y Turbía la más desierta, la más quebrada ruina es una escala, cotejada con ésta, ágil y abierta. ¿Quién sabe cuál es más asequible lado, dijo mi maestro frenando el paso. para que pueda subir el que no tiene alas? Y mientras guardando la vista baja examinaba el curso del camino, y yo arriba miraba alrededor de la roca,
  • 16. 15 por la izquierda apareció una afluencia de almas, que movían el pie hacia nosotros, y no lo parecía, por venir tan lentas. Alza, dije yo, maestro, tus ojos: mira por allí quien nos dará consejo, si no logras por ti mismo tenerlo. Miró entonces, y con franco aspecto respondió: Vamos allá, que vienen lentos; y tú mantén la esperanza, dulce hijo. Aquella gente estaba lejos, aún después de haber dado mil pasos, cuanto una piedra lanzada por buena honda, cuando se apretujaron todos contra la masa dura del alto escollo, quedando quietos y juntos, como se está mirando, quien anda en duda. ¡Oh bien finados!, ¡oh espíritus ya selectos! comenzó Virgilio, por la paz aquella que todos vosotros, creo, esperan, decidnos donde la montaña sesga, para que podamos trepar por ella; que perder tiempo, a quien más sabe, más desplace. Como salen del redil las ovejas una, dos, tres, y las demás se quedan tímidas, bajos los ojos y el hocico;
  • 17. 16 y lo que hace la primera, lo hacen las otras, apretándose a ella, si se detiene, simples y quietas, aunque ignoran el motivo; así vi venir a nosotros la primera de aquella grey ahora afortunada, de rostro púdico y en el andar honesta. Como llegaron entonces a ver rota la luz que a tierra iba hacia mi derecha, de modo que de mi a la gruta iba la sombra, quedaron quietas, retrocediendo un poco, y todos los demás que atrás venían, sin saber porqué, otro tanto hicieron. Sin que lo pregunten les confieso que es humano cuerpo el que estáis viendo; por quién la luz del Sol quiébrase al suelo. No os maravilléis; mas creed que no sin virtud que del cielo venga intenta sobrepasar esta pared. Así el maestro; y aquella gente digna: Volved, dijeron, id delante de nosotros, con el dorso de la mano haciendo señas. Y uno de ellos comenzó: Quienquiera seas, andando así, vuélveme el rostro:
  • 18. 17 piensa si de allá alguna vez no me vieras. A él volvíme y miréle fijo: rubio era y bello y de gentil aspecto, mas una ceja un golpe había partido. Cuando húbeme humildemente escusado de haberlo visto nunca, me dijo: Pues mira, y enseñóme una llaga sobre el pecho. Luego sonriendo me dijo: Yo soy Manfredo, nieto de Constanza emperatriz; por donde te ruego, que cuando vuelvas, vayas a mi bella hija, raíz del honor de Aragón y de Sicilia, y dile la verdad a ella, si es que se dice otra cosa. Cuando mi cuerpo fue traspasado por dos heridas mortales, yo me rendí, llorando, a aquel que con gusto perdona. Horribles mis pecados fueron mas la infinita bondad tiene tan largos brazos que toma a todo el que se vuelve a ella. Si el pastor de Cosenza, que a cazarme fue puesto entonces por Clemente, hubiera de Dios leído bien esta cara, los huesos de mi cuerpo estarían ahora
  • 19. 18 en la cabeza del puente, cabe Benvenuto, bajo custodia de pesadas rocas. Pero los moja la lluvia y el viento los arroja fuera del reino, casi a la orilla del Verde, a donde los llevó, con extintos cirios. Por su maldición así no se pierde, que no pueda volver, el eterno amor, mientras la flor de la esperanza reverdece. Verdad es que quien en contumacia muere de la Santa Iglesia, aun cuando al fin se arrepienta, forzoso es que de este monte quede afuera, por todo el tiempo que ha estado, treinta. en su presunción, si tal decreto más breve no se hiciera por plegarias buenas. Mira pues si darme alegría puedes revelando a mi buena Constanza, cómo me has visto, y cómo estoy prohibido, que por los ruegos de allá, mucho se avanza. Canto IV Los perezosos Cuando por un placer o por un dolor, que alguna virtud nuestra comprenda, el alma fuertemente a ella se recoge,
  • 20. 19 parece que ya a otra potencia no atienda; y ésto va contra aquel error que cree que un alma sobre otra en nosotros se encienda. Por éso, cuando algo se oye o mira que con fuerza tenga así el alma vuelta, el tiempo pasa y el hombre no lo observa; que una es la potencia que escucha, y otra la que subyuga el alma entera: ésta está como atada, y la otra está suelta. De lo que tuve experiencia verdadera oyendo aquel espíritu y admirando; que bien cincuenta grados salido había el Sol, sin que lo advirtiera, cuando llegamos a donde aquellas almas acordes nos gritaron: Aquí está vuestra respuesta. Mayor portillo con frecuencia obtura con un manojo de espinas el aldeano cuando la uva madura, que no la senda por donde subimos mi conductor, y yo detrás, solos, cuando se nos separó la turba. Súbase a San Leo y bájese en Noli, móntese en Bismantua y en Cacume
  • 21. 20 bastan los pies; pero aquí se precisa el vuelo; digo con las ligeras alas y con las plumas del gran deseo, siguiendo al que conduce que me daba esperanza y me brindaba lumbre. Subimos por una quebrada senda cuyos costados me apretujaban entero mientras abajo el suelo pies y manos requería. Cuando llegamos al borde supremo de la barrera a una abierta meseta, Maestro mío, dije, ¿por dónde iremos? Y él a mí: Ningún paso tuyo descienda: arriba, hacia el monte detrás de mí, trepa, hasta que hallemos una sabia escolta. Tan alta era la cumbre que la vista no alcanzaba, y la ladera empinaba tanto como de medio cuadrante la línea al centro. Yo estaba agotado cuando comencé: ¡Oh dulce padre! vuélvete y mira cómo solo me quedo si no te aquietas. Hijito mío, dijo, súbete hasta este punto, mostrándome arriba un descanso desplegado de aquel lado del monte. Me animaron tanto sus dichos,
  • 22. 21 que esforzándome hacia él trepé hasta que el ámbito quedó bajo mis pies. En ese lugar los dos nos sentamos, mirando a levante por donde subimos: que agradar suele contemplar lo andado. Primero incliné la vista a los lugares de abajo, luego la alcé al Sol, y me admiraba que por la izquierda me hería. Bien advirtió el poeta que atónito estaba yo ante el carro de la luz, que entre nos y el Aquilón entraba. Entonces él: Si Castor y Pólux estuvieran en compañía del aquel espejo que arriba y abajo su luz conduce, verías el Zodíaco rojizo girar todavía muy junto a la Osa, si afuera no se saliera del camino antiguo. Y cómo ésto ser pueda, si elaborarlo quieres, recogido en ti mismo, imagina a Sion y a este monte estar en la Tierra de forma que ambos un solo horizonte y distinto hemisferio tengan; así la ruta que mal supo carretear Faetón,
  • 23. 22 verás como a éste es necesario que vaya por un lado, cuando por otro va aquel, si tu intelecto bien claramente mira. Cierto, maestro mío, dije, nunca había visto tan claro como entiendo ahora en lo que mi ingenio antes parecía manco, porque el círculo medio del motor superno que se llama Ecuador, en alguna ciencia, y que permanece siempre entre Sol e invierno, por la razón que dices, de aquí se marcha hacia el Septentrión, mientras los Hebreos lo ven hacia la ardiente parte. Mas si te place, quisiera saber cuánto hemos de andar; pues el monte asciende más de lo que alcanzar mis ojos pueden. Y él a mí: Esta montaña es tal que siempre el comenzar de abajo es duro; y cuando se sube más, menor es el mal. Mas cuando te parezca suave tanto, que el andar por ello te será ligero, como boga a favor de la corriente la nave, estarás entonces al fin de este sendero; por tanto a reposar la pena espera. Más no respondo, sólo ésto sé de cierto.
  • 24. 23 Y así que hubo sus palabras dicho sonó una voz muy cerca: Tal vez antes te verás forzado a sentarte. A tal sonido ambos torcimos, y a la izquierda una gran peña vimos, de la que él ni yo nos dimos cuenta. Allá nos fuimos: y allí había personas que a la sombra estaban tras la roca como indolentes que a estar se sientan. Y uno de ellos, que parecía cansado, sentado se abrazaba las rodillas, teniendo entre ellas el rostro bajo. ¡Oh dulce señor mío!, dije, contempla a éste que se muestra más negligente como si hermana suya fuera la pereza. Volvióse entonces a mirarnos y alzando el rostro de entre las piernas dijo: ¡Sube tú, que eres valiente! Supe quién era entonces, y aquella angustia que me exigía aún algo de aliento, no me impidió acercarme; y luego que junto a él estuve, alzó apenas la testa y dijo: ¿Has comprendido bien cómo el Sol
  • 25. 24 por el dorso siniestro el carro lleva? Sus perezosas señas y su palabra escasa pusieron en mis labios algo de risa; luego empecé: Belacqua, ya más de ti no me conduelo; pero dime, ¿por qué sentado aquí mismo estás? ¿Esperas escolta o a la vieja costumbre has retornado? Y él: ¡Oh hermano! subir ¿qué me aprovecha? porque no me dejaría ir al martirio el Ángel de Dios que está en la puerta. Antes preciso es que dé tantos giros el cielo y yo afuera de ella, cuantos giró en mi vida, pues aplacé hasta el final el buen suspiro, si no hay oración que auxilie que surja de un alma que en gracia viva; pues ¿qué valdría de otra si en el cielo no es oída? Y ya el poeta delante precedía y decía: Ven ahora; mira que toca el Sol el meridiano y la orilla cubre la noche ya junto a Marruecos.
  • 26. 25 Canto V Los muertos por violencia Habíame ya de aquella sombra partido y las huellas de mi conductor seguía cuando detrás de mí, alzando el dedo, uno gritó: ¡Ved que no brilla el izquierdo rayo en aquel de abajo y al parecer se conduce como un vivo! Volví la vista de esta voz al sonido y allí estaba mirándome con maravilla a mí, a mí y a la luz que estaba rota. ¿Por qué tu alma tanto se complica, dijo el maestro, que el paso aflojas? ¿qué te afecta lo que aquí se musita? Sígueme y deja hablar a la gente, sé como firme torre que su cima no abate por más que sople el viento; porque siempre que apila el hombre un pensamiento sobre otro, se desvía del intento, pues en llegando el uno se debilita el otro. ¿Qué podría yo decir, sino “ya voy”? Díjeselo, un poco de rubor moteado que acaso hace al hombre de perdón digno.
  • 27. 26 En tanto por la costa al sesgo venía gente un poco hacia nosotros cantando “Miserere” verso por verso. Cuando advirtieron que no daba yo por mi cuerpo paso a los rayos, cambiaron el canto por un ¡Oh! largo y opaco, y dos de ellos, en mensajeros, corrieron a nosotros en demanda: De vuestra condición haznos conscientes. Y mi maestro: Podéis ir vosotros y llevar a vuestros mandantes que el cuerpo de éste es veraz carne. Si os detuvisteis a ver su sombra, como pienso, tenéis ya la respuesta: rendidle honor, que puede valeros algo. Fuegos fugaces no vi yo tan veloces hender al nacer la noche el sereno, ni en agosto el Sol correr las nubes, que ellos no se volvieron en menos. y, una vez allá, hacia nosotros vinieron como partida que sin freno acude. Esta gente que nos rodea es mucha, y vienen a rogarnos, dijo el poeta, con todo anda, y andando escucha.
  • 28. 27 ¡Oh alma que vas hacia la dicha con los miembros con los que naciste, venían gritando, un poco el paso aquieta! Mira si a alguno de nosotros nunca vistes, para que allá reportes sus noticias: ¡Eh! ¿por qué sigues?¿por qué no esperas? Nosotros todos fuimos por la fuerza muertos, y pecadores hasta la última hora fuimos; allí nos despertó la luz del cielo, tal que, arrepintiéndonos y perdonando, de la vida salimos en paz con Dios que de verlo nos apremia el ansia. Y yo: en vuestros rostros ajados a nadie reconozco; mas si a vosotros place, lo que pueda, bien nacidas almas, decid, y lo haré, por aquella paz que, detrás de los pies de mi otorgada guía, de mundo en mundo, buscar se me hace. Y uno empezó: Cada uno confía en tu ayuda sin que lo jures, y si no estorbare algo que te lo impida. Por lo que yo, que solo entre los otros hablo, te ruego, si acaso vieras aquel país
  • 29. 28 situado entre Romaña y el de Carlos, que me seas cortés con tus oraciones en Fano, de modo que por mí se adore, así que purgar pueda las ofensas graves. Allí yo nací; más las profundas heridas que vertieron la sangre en la que yo vivía, me fueron hechas en el seno de los Antenórides, allí donde más seguro estar creía: el del Este lo ordenó, porque me tenía odio mucho más de lo que hubiera sido justo. Pero si hubiera huido hacia la Mira cuando sobrevine a Oriaco, estaría aún allá donde se respira. Corrí al pantano, y las cañas y el barro me obstaron tanto que caí; y allí vi yo de mis venas hacerse en la tierra un lago. Después otro dijo: ¡Ea! Si aquel deseo se cumple que te trajo al alto monte, con buena piedad, ¡ayuda al mío! Yo fui de Montefeltro, soy Bonconte; Juan y otros de mí no se cuidan; por eso voy con éstos con la frente abatida. Y yo a él: ¿Qué poder o qué ventura
  • 30. 29 te llevó tan lejos de Campaldino, que nunca se conoció tu sepultura? ¡Ay! me respondió, al pie del Cosentino pasa un arroyo de nombre Archiano, que sobre el Eremo nace en el Apenino. Allá donde su nombre pierde, llegué yo con el cuello perforado huyendo a pie y ensangrentando el llano. Allí perdí la vista y la palabra; en el nombre de María fenecí; y allí caí, y quedó mi carne sola. Te diré la verdad, y repítelo entre los vivos: me tomó el ángel de Dios, y el del infierno gritaba: ¡Eh, tú, del Cielo! ¿por qué me privas? Tú de éste te llevas lo eterno por una lagrimita me lo quitan, pero ¡yo tendré del cuerpo otro gobierno! Bien sabes tú cómo en el aire se recoge ese húmedo vapor que en agua llueve, así que sube hasta donde lo aprieta el frío. Juntóse aquel mal querer que sólo mal quiere con el intelecto, y movió el humo y el viento por la virtud que su naturaleza tiene.
  • 31. 30 De allí el valle, cuando acabose el día, de Pratomagno hasta el gran yugo cubrió de niebla; y arriba condensó el cielo y convirtió en agua el aire espeso; cayó la lluvia y rellenó barrancos con el agua que no absorbió la tierra; y se formaron grandes torrentes, que al verdadero río tan velozmente se volcaron, pues nada contenerlos pudo. A mi cuerpo helado en la embocadura halló el furioso Arquiano; y lo arrojó en el Arno, y desarmó la cruz de mi pecho que de mí hiciera cuando me venció el dolor; por la orilla me arrastró y por el fondo, después me cubrió y ciñó con su arena. ¡Ah! cuando hayas vuelto al mundo y reposado de la larga vía, terció un otro espíritu tras el segundo, recuérdate de mí que soy la Pía; Siena me hizo, y me deshizo la Marisma: sábelo aquel que antes me desposara con un anillo enriquecido de ricas piedras.
  • 32. 31 Canto VI Cuando termina el juego de la zara, el perdedor queda doliente, recordando lances, y triste aprende; con el otro se va toda la gente; uno marcha adelante, otro de atrás lo prende, y otro de lado en él quiere que piense; él no se para, y a éste y a otro escucha, al que tendió la mano, ese ya no molesta; y así de la pandilla se defiende. Tal estaba yo entre aquella turba espesa, volviendo a ellos, aquí y allá, la cara, y, prometiendo, me libraba de ella. Allí estaba el Aretino que por los brazos crueles de Ghin de Tacco halló la muerte, y el otro que se ahogó yendo de caza. Allí oraba con abiertos brazos, Federico Novello, y aquel de Pisa que mostró el valor del buen Marzuco. Vi al conde Orso y al alma separada de su cuerpo por rencor y por envidia, como él decía, y no por culpa cometida; a Pedro de la Brocha nombro; y que prevenga,
  • 33. 32 mientras está de acá, la dama de Brabante, de modo que no sea parte de peor rueda. Cuando libre fui de todas ellas, sombras que rogaban que otros rueguen, para que más pronto a ser santas lleguen, comencé: Me parece que tú niegas, o luz mía, expresado en algún texto, que el decreto del cielo la oración venza; bien que esta gente ruega por ello: ¿será entonces su fe vana o no he entendido bien tu documento? Y él a mí: Mi escritura es clara; y la esperanza de estos no será falsa: si bien se observa con la mente sana. Que el alto juicio no se abate porque el fuego del amor logre en un punto, lo que por satisfacerlo aquí uno se instala; y allá afirmé sobre este punto: que no se enmendaba, por rogar, el defecto, porque el rogar de Dios estaba desjunto. En verdad en tan alta sospecha no te detengas, hasta que aquella te lo diga, y ponga luz entre la verdad y el intelecto.
  • 34. 33 No sé si me entiendes; hablo de Beatriz: tú la verás arriba, sobre la cumbre de este monte, riendo y feliz. Y yo: vamos, Señor, con más presteza, que ya no me fatigo como antes, y observa como el monte ahora sombra echa. En este día proseguiremos adelante, respondió, cuanto de ahora en más podremos, pero la cosa es de otra forma que no piensas. Antes que estés arriba, volver verás al que ahora se oculta tras la loma y cuyos rayos ya no quiebras. Pero mira allí un alma inmóvil, sola solita, a nosotros observando: ella nos indicará la más corta senda. A él nos allegamos: ¡Oh alma lombarda! ¡Cómo en tu porte eres, altanera y desdeñosa, y en el mover los ojos honesta y tarda! No decía ella ninguna cosa mas dejábanos pasar, solo mirando a guisa de león cuando se posa. Luego Virgilio se le acercó, rogando que nos mostrara la mejor subida: mas ella no respondió a la demanda,
  • 35. 34 más de nuestra patria y de la vida inquirió. Y el dulce conductor ya comenzaba: Mantua ..., y la sombra, ensimismada, saltó hacia él del lugar en donde estaba diciendo: ¡Mantuano, yo soy Sordello de tu tierra!; y uno al otro se abrazaban. ¡Ay sierva Italia, del dolor albergue, nave sin timonel en gran borrasca, no dueña de provincias, sino burdel! Aquella alma gentil fue así tan presta, sólo por el dulce son de su tierra, en honrar al ciudadano suyo aquí con fiestas; y ahora en ti no están sin guerra tus vivos, y el uno al otro se laceran los que un mismo muro y foso encierra. Busca, mísera, en derredor de las orillas tus marinas, y luego dentro de ti observa, si alguna parte tuya de paz se alegra. ¿Qué vale que te sujetara el freno Justiniano, si la silla está vacía? Sin ello fuera la vergüenza menos. ¡Ay gentes que debieran ser devotas y dejar sentar a César en la silla,
  • 36. 35 si bien entiendes lo que Dios te anota, mira cómo se ha vuelto arisca esta fiera por no haber sido enmendada con la espuela, pues que pusiste mano en las riendas! ¡Oh germánico Alberto que abandonas la que se ha hecho indómita y salvaje y que sus ijares espolear debieras! Justo juicio de las estrellas caiga sobre tu sangre, nuevo y patente, para que mueva tu sucesor a espanto! ¡Habéis, tu padre y tú, tolerado, por codicias de allá distraídos, que el jardín del imperio sea un desierto! ¡Ven y contempla Montesgos y Capuletos, Monaldos y Filipescos, hombre indolente: tristes unos y otros con recelo! ¡Ven, cruel, ven y mira la esclavitud de sus nobles, y sus males cura; y verás Santaflor como es oscura! Ven a ver a tu Roma que está llorando, viuda y sola, y que de noche clama: César mío ¿por qué no me acompañas? ¡Ven y contempla la gente cómo se ama!
  • 37. 36 y si de nosotros ninguno a piedad te mueve, en vergüenza convertirás tu fama! Y si me es lícito decir, ¡oh sumo Jove! que crucificado fuiste por nos en Tierra, ¿es que tus justos ojos para otra parte miran? ¿O es providencia, que en el abismo de tu consejo engendras, por algún bien de nuestro entender tan escindido? Porque las ciudades de Italia están todas de tiranos llenas, y se hace un Marcelo cualquier villano que a un partido ingresa. ¡Florencia mía!, bien puedes estar contenta de esta digresión que no te toca gracias a tu pueblo que así lo piensa. Muchos tienen justicia en el alma, más la sacan tarde, por no soltar sin consejo el arco, pero tu pueblo la tiene en la punta de los labios. Muchos se niegan a los comunes cargos; pero tu pueblo solícito responde, sin ser llamado, y grita: ¡de ellos me encargo! ¡Ponte pues contenta, que has de donde: tú rica, tú en paz, tú con buen tiento! Pues digo la verdad, los hechos no lo esconden.
  • 38. 37 Atenas y Lacedemonia, que escribieron las antiguas leyes y fueron tan civiles, que del vivir bien te hicieron breve guiño a ti, que preparas tan sutiles providencias, que a mitad noviembre no llega lo que en octubre enfilas. ¡Cuántas veces, del tiempo que remembro, leyes, moneda, cargos y costumbres has tú mudado, y renovado miembros! Y si bien recuerdas y ves la luz veráste semejante a aquella enferma que no halla pose sobre plumas mas dando vueltas su dolor reserva. Canto VII Los príncipes que descuidaron sus deberes Luego que los agasajos honestos y alegres reiterados fueron tres y cuatro veces, Sordello se contuvo y dijo: ¿Vos, quién sois? Antes que a este monte vinieran las almas dignas de subir a Dios, fueron mis huesos sepultos por Octavio. Yo soy Virgilio; y por ningún otro motivo el cielo perdí que por no tener la fe.
  • 39. 38 Así respondió entonces mi conductor. Como aquel que cuando una cosa delante súbitamente ve que maravilla, que cree y que no cree diciendo: “Es...no es...”, así se mostró aquel: luego bajó la vista, y humildemente se acercó a él, y lo abrazó donde un menor alcanza. ¡Oh gloria de los latinos, dijo, por quien mostróse lo que podía nuestra lengua! ¡Oh galardón eterno del lugar de donde fui! ¿qué mérito o cuál gracia a ti me muestra? Si de oír tus palabras soy digno dime si del infierno vienes, y de qué fosa. Por todos los giros del doliente reino, le respondió, hasta aquí he venido; virtud del cielo me llevó, y con éste vengo. No por hacer, mas por no hacer he perdido de ver el alto Sol que tú deseas, y que tarde de mi fue conocido. Lugar hay allá no triste por martirios, mas sólo por tinieblas, donde los lamentos no suenan como gritos, mas son suspiros. Allí estoy yo con los niños inocentes mordidos por los dientes de la muerte antes de que fueran de la humana culpa absueltos;
  • 40. 39 allí estoy yo con los que las tres santas virtudes no vistieron, y sin vicios conocieron las otras y las siguieron cuantas. Mas si tú sabes y puedes, algún indicio danos para que llegar podamos más presto allí donde el purgatorio tiene cabal inicio. Respondió: lugar cierto aquí no hay designado; me es lícito andar subiendo y en torno, en lo que pueda, como guía me propongo. Mas observa ya cómo declina el día, y subir de noche no se puede; así es bueno pensar en buena estadía. Hay almas a la derecha de aquí remotas; si me lo aceptas, te llevaré a ellas, y no sin deleite será que las conozcas. ¿Cómo es ésto?, le fue dicho, quien quisiese subir de noche, ¿sería impedido por alguien, o sería que no puede? Y el buen Sordello trazó en el suelo con el dedo diciendo: ¿Ves? sólo esta línea no sortearéis luego del Sol partido; no que haya otra cosa que ponga traba que la nocturna tiniebla, para ir arriba; y así al no poder a la voluntad estorba.
  • 41. 40 En cambio se podría ir hacia abajo a pasear en torno por la costa errando mientras que el horizonte el día tiene ocluso. Y entonces, mi señor, casi admirando, llévanos, dijo, a donde dices a ver si es posible deleitarse esperando. No muy lejos estaban de nuestro sitio, cuando noté que el monte tenía barrancos como los valles en la Tierra tienen quebradas. Allá, dijo la sombra, iremos donde la costa forma un regazo y allí el nuevo día aguardaremos. Entre alturas y bajíos había un sendero sesgado, que nos condujo al flanco de la cañada, cuya hondura de las otras es mediana. Oro y plata finos, bermejo y blanco, índigo, ébano negro, añil intenso, fresca esmeralda recién tallada, de hierbas y flores dentro de aquel seno puesto, serían por su color vencidos como por el mayor es vencido el menos. No sólo los había allí pintado la natura más de la suavidad de mil aromas fundía allí otra desconocida y distinta. “Salve Regina” sobre el verde y sobre flores
  • 42. 41 sentadas cantando vi allí varias almas que por el valle no se veían de afuera. Antes que el poco Sol ahora se anide, comenzó el Mantuano vuelto a nosotros, entre aquellos no queráis que yo os guíe. Desde esta altura mejor los actos y rostros conoceréis vosotros de todos ellos, que mezclados con ellos en el fondo. Aquel que en lo alto asienta y muestra semblante de haber sido negligente en lo que debiera y que no adhiere con sus labios al canto, Rodolfo fue emperador, quien podía sanar las llagas que tienen a Italia muerta, de modo que fue otro el que más tarde lo haría. Aquel otro que se ve confortarlo, rigió la tierra donde al agua nace que el Moldava al Elba y el Elba al mar lleva: Ottokar tiene por nombre, y ya en pañales fue mucho mejor que Wenceslao su hijo en las barbas, quien en lujurio y ocio pace. Y aquel Nasetto que estrecha consejo al parecer con ése de tan benigno aspecto, murió huyendo y desflorando el lirio: ¡míralo allá como se bate el pecho! Mira al otro que ha hecho para su mejilla,
  • 43. 42 de la palma de su mano, lecho. Padre y suegro son del mal de Francia: saben que su vida es viciosa y sucia, y de ahí viene el dolor que los alcanza. Aquel que se ve tan membrudo y concuerda cantando con aquel del macho naso, de todo valor llevó ceñida la cuerda; y si rey, después de él, hubiera quedado el jovencito que detrás de él se asienta, bien hubiera ido el valor de vaso en vaso. lo que del otro heredero decir no se puede; Jaime y Federico conservan el reino; del legado mejor ninguno es dueño. Raras veces resurge en las ramas la humana probidad; y ésto quiere aquel que la da, pues que de él se gana. Incluso al Narigudo van mis palabras no menos que al otro, Pedro, que con él canta, por donde Pulla y Provenza ya se duelen. Tanto es menor que su semilla la planta cuanto, más que Beatriz y Margarita, Constanza de su marido aún se alaba. Ved al rey de la simple vida sentado sólo, Enrique de Inglaterra: éste tuvo en sus ramas mejor salida.
  • 44. 43 Ése otro que más abajo asienta en tierra mirando arriba, es Guillermo marqués, por quien Alejandría y su guerra hacen llorar a Monferrato y a Canavés. Canto VIII Los ángeles custodios del ante purgatorio Era ya la hora cuando la nostalgia vuelve a los navegantes y les enternece el corazón el día que a los dulces amigos han dicho adiós; y cuando del mar el nuevo peregrino de amor se acongoja oyendo a lo lejos la esquila como si el día llorara que se muere; cuando comencé a dejar de lado el oír, y a mirar una de las almas que de pié que la escucharan pedía con la mano. Juntando y alzando ambas manos, fijos los ojos en oriente, parecía decir a Dios: De nada curo, “Te lucis ante” tan devotamente brotó de sus labios y con tan dulces notas que me puso fuera de la mente; y las demás luego dulce y devotamente seguirla a ella por todo el himno entero, con la vista atenta en las supernos ruedos.
  • 45. 44 Aguza aquí, lector, bien los ojos a lo cierto porque el velo es ahora tan sutil, que en verdad traspasar dentro es ligero. Yo vi aquel ejército gentil callado observar arriba luego como esperando, pálido y humilde; y vi salir de lo alto y abajo descendiendo dos ángeles con dos espadas de fuego romas y de sus puntas privadas. Verdes como retoños recién natos eran las vestes, que, por las verdes plumas agitadas, detrás traían ondulando. Allá poco sobre nosotros a posarse vino uno, y el otro descendió en la opuesta orilla, de modo que la gente en medio se tenía. Bien se veía en ellos la testa blonda, pero en el rostro el ojo se perdía, como virtud que por exceso se confunde. Ambos vienen del regazo de María, dijo Sordello, a custodiar el valle de la serpiente que vendrá enseguida. Por donde yo, que no sabía por cual calle, miré en torno, y encogido me arrimé, helado todo, a las espaldas fiables.
  • 46. 45 Y Sordello agregó: Ahora pues descendamos entre las grandes sombras, y hablemos con ellas; a ellos veros les será muy grato. Sólo tres pasos creo que descendí y llegué abajo, y vi a uno que miraba sólo a mi, como si conocerme quisiera. Era ya la hora en que el aire ennegrecía, mas no tanto que entre sus ojos y los míos no se mostrase lo que primero no se veía. Hacia mí vino, y yo hacia él fui; ¡Cuánto me plugo juez Nino, cuando te vi que entre los reos no estabas! Ningún buen saludo entre nosotros faltó; después preguntó: ¿Cuánto hace que viniste al pie del monte por las lejanas aguas? ¡Oh!, le dije, a través de los lugares tristes vine esta mañana, y estoy en la primera vida, hasta que la otra, así andando, consiga. Y así como mi respuesta fue oída, Sordello y él atrás se recogieron, como gente súbitamente perdida. Uno a Virgilio, y el otro a uno se volvió sentado allí gritando: ¡Álzate Conrado! ven a ver lo que Dios por su gracia quiere. Después, vuelto a mí: Por la singular gratitud
  • 47. 46 que debes a aquel que tanto esconde su primer porqué, que no admite paso, cuando estés allende las amplias ondas, di a mi Juana que por mí clame allá donde a los inocentes se responde. No creo que su madre aún me ame, pues trasmutó las blancas vendas las que conviene, ¡oh mísera! que aún anhele. Por ella no poco se comprende cuanto en la mujer el fuego de amor dura, si el ojo o el tacto asiduamente no lo enciende. No le hará tan bella sepultura la sierpe del Milanés en el campo cuanto habría hecho el gallo de Gallura. Así decía, signado con la estampa, en su aspecto, de aquel correcto celo que mensuradamente inflama el alma. Vagaban mis golosos ojos por el cielo, por allá donde las estrellas son más tardas, así como las ruedas más cercanas del perno. Y mi conductor: Hijito, ¿qué allá observas? Y yo a él: Aquellas tres bujías por las que este polo entero arde. Entonces él: Las cuatro estrellas claras que esta mañana viste, están bajas allende,
  • 48. 47 y estas han subido a donde estaban ellas. Así como él hablaba, Sordello lo atrajo diciendo: Mira allá nuestro adversario; y extendió el dedo para que lo mirase. De aquella parte donde no tiene reparo el vallecillo, había una serpiente, quizá la misma que dio a Eva el pasto amargo. Entre hierba y flor venía la mala cinta, volviendo aquí y allá la testa, y su dorso lamiendo como bestia que la piel se alisa. Yo no vi, por lo que decir no puedo, cómo se movieron los celestes azores pero bien vi a ambos en movimiento. Oyendo hender el aire las verdes alas huyó la sierpe, y los ángeles volvieron, a su puesto arriba volando iguales. La sombra que al juez se había recogido cuando la llamó, durante todo aquel asalto no dejó de mirarme ni un instante. Si la lámpara que te lleva a lo alto halla en tu arbitrio tanta cera cuanto hace falta hasta el sumo esmalte, comenzó, si noticia verdadera del Val de Magra o de vecina parte sabes, dímelo, que un grande allá ya era.
  • 49. 48 Fui llamado Conrado Malaspina; no el antiguo, mas de él desciendo; a los míos les di el amor que aquí se afina. ¡Oh! le dije, por vuestro país nunca estuve; mas ¿acaso región hay en toda Europa donde no seáis conocidos? De la fama que vuestra casa honra, echan bando los señores y la comarca de modo que lo sabe aún aquel que allí no estuvo; y yo os juro, que así arriba llegar pueda, que de vuestra gente honrada no se pierda el buen nombre de su bolsa o de su espada. Uso y natura le da tal privilegio, que, aunque el perverso jefe el mundo tuerza, ella sola va derecho y el mal camino desprecia. Y él: Ahora vete; que antes que el Sol retorne siete veces al lecho que el Morueco con todas sus cuatro patas cubre y monta, que esta cortés opinión te sea clavada en medio de la testa con mayores clavos que los dichos de otro, si el curso del juicio no se arresta.
  • 50. 49 Canto IX Rapto de Dante por Lucía La concubina de Titono antiguo blanqueaba ya en el balcón de oriente fuera de los brazos de su dulce amigo; gemas relumbraban su frente, colocada en la figura del frío animal que con la cola zahiere a la gente; y la noche, de los pasos con que sube, dos había hecho allí donde estábamos, y el tercero ya inclinaba las alas; cuando yo, que conmigo tenía algo de aquel Adán, vencido por el sueño, me reincliné sobre la hierba, allí donde ya los cinco nos sentábamos. A la hora en que comienza su triste cantar, casi ya de mañana, la golondrina, tal vez en memoria de sus primeros ayes, y cuando nuestra mente, peregrina más de la carne que del pensamiento presa, en sus visiones casi es divina, en sueños me parecía ver suspendida un águila en el cielo con plumas de oro, abiertas las alas, y a lanzarse decidida;
  • 51. 50 y que yo estaba, me parecía, allí donde fueron abandonados los suyos por Ganímedes, cuando raptado fue al sumo consistorio. Entre mí pensaba: Tal vez ésta caza sólo aquí por costumbre, y quizá de otro lugar desdeña de cargar arriba en sus patas. Después me parecía, que revoloteando un poco terrible como un fulgor descendía, y me arrebataba hacia arriba hasta el fuego. Allí parecía que ella y yo nos ardiéramos, y tanto ardió el imaginado incendio, que forzó al sueño a que se rompiera. No de otra forma Aquiles despertó desvelados los ojos en torno revolviendo y no sabiendo donde se encontraba, cuando la madre, de Quirón a Esciro, en sus brazos a escondidas lo llevó dormido allá de donde los Griegos lo llevaron luego; así sobresalté, en cuanto del rostro me huyó el sueño, y quedé muy pálido como el hombre al que el espanto hiela. A mi lado estaba mi sostén, y el Sol en alto iba ya más de dos horas y yo estaba con el rostro vuelto al mar. No temas, dijo mi señor;
  • 52. 51 reasegúrate, que en buen punto estamos; no encojas, mas expande el vigor todo. Tú has ahora junto al purgatorio llegado: mira allá la ladera que lo cierra en torno; mira la entrada allá donde hay una fisura. Antes, al alba que precede al día, cuando tu alma dentro dormía sobre las flores que el suelo adornan vino una dama, y dijo. Yo soy Lucía; dejadme tomar a éste que duerme; más ágil lo haré andar por su vía. Sordello quedó y las demás gentiles formas; ella te tomó, y cuando el día fue claro, vino aquí arriba, y yo tras sus pasos. Aquí te posó, pero antes me mostraron sus ojos bellos aquella entrada abierta; después ella y el sueño juntos se marcharon. Como quien cambia su duda por certeza y su pavor muda en sosiego luego que la verdad le es descubierta, me cambié yo; y como sin cuidado mi conductor me veía, arriba por la cuesta se movió, y yo detrás hacia la altura. Lector, tú ves como yo exalto mi materia, y con todo con más arte
  • 53. 52 no te maravilles si la afianzo. Nos apresuramos, y estando en la parte allá donde antes me parecía rota, justo como una raja que el muro abre, vi una puerta, y abajo tres gradas para subir a ella, de colores varios, y un portero que aún no decía nada. Como más y más el ojo abriese sentado lo vi sobre la grada soberana, tal en su rostro que no lo toleraba; y una espada desnuda tenía en la mano, que a nosotros tanto sus rayos reflejaba, que yo intentaba mirarla en vano. Decidme desde allí: ¿qué queréis vosotros? comenzó a decir, ¿dónde la escolta? Cuidad que el subir aquí no os sea en daño. Dama del cielo, enterada de estas cosas, respondió mi maestro, un poco antes nos dijo: “Id allá: allí está la puerta”. Que ella en bien preceda vuestros pasos, respondió el cortés portero, Venid pues, ante nuestros peldaños. Allí nos acercamos; y el escalón primero de blanco mármol era tan pulido y terso, que en él me espejé tal como me veo.
  • 54. 53 El segundo era oscuro tirando a negro, de piedra tosca y ardida, a lo largo y al través rasgado. El tercero, que en lo alto agobia, pórfido parecía, tan encendido, como sangre que de vena brota. Sobre este tenía ambas plantas el ángel de Dios, sentado en el umbral, que se veía como gema de diamante. Por las tres gradas de buen grado me llevó mi conductor, diciendo: Pide humildemente que el cerrojo corra. Devoto me arrojé a los santos pies; pedí misericordia y que me abriese, mas tres veces antes el pecho me golpeé. Siete P me escribió en la frente con la punta de la espada, y: Haz que lave, dijo, cuando esté dentro, estas llagas. De ceniza, o de arcilla que seca se extrae, sería el color de su veste; de debajo de la cual sacó dos llaves. Una era de oro y la otra de argento; primero con la blanca y luego con la dorada abrió la puerta, y así me dejó contento.
  • 55. 54 Cuando alguna de estas llaves falla, que libre no gire en el cerrojo, nos dijo, no se abre esta entrada. Más rica es una, más la otra exige mucho de arte y de ingenio antes que descierre, porque es la que desata el nudo, De Pedro las tengo; y me dijo que yerre más por abrir que por tenerla cerrada, con tal que se postren a mis pies las gentes. Empujó luego con fuerza la sagrada puerta, diciendo: Entrad; mas os advierto que quien atrás mira vuelve afuera. Y cuando en los goznes giraron los pernos de aquellos postigos sacros, que de metal son sonante y fuerte, no rugió tanto ni sonó tan estridente Tarpeya, cuando quitado le fue al buen Metelo, porque después quedó magra. Volvíme atento al primer tono y “Te Deum laudamus” me parecía oír en voz acorde con el dulce son. Tal imagen entonces me dejaba lo que oía, como la que tener se suele cuando con órgano se canta; que ora sí ora no se oyen las palabras.
  • 56. 55 Canto X Los soberbios agobiados por grandes pesos Luego que cruzamos el umbral de la puerta que de las almas el mal amor destierra, que hace ver derecha la vía tuerta, por el sonido sentí que fue cerrada; y si los ojos hubiera vuelto a ella, ¿qué excusa hubiera sido digna de tal falla? Subíamos por una piedra hendida, que se movía de una y otra parte, como la onda que huye y que regresa. Conviene aquí hacer uso de algún arte, comenzó mi conductor, para apoyarse ora aquí ora allá del lado que se aparte. Y nuestros pasos se hicieron más escasos, tanto que el cuarto de la Luna alcanzó su lecho de descanso, cuando salimos de la angostura aquella; mas cuando quedamos libres y al abierto, arriba donde el monte se repliega, yo fatigado y ambos inciertos del camino, nos quedamos en un plano más solitario que senda en un desierto.
  • 57. 56 Su contorno, limitado por el vano, al pie de la empinada cuesta ascendente, mediría tres veces lo que un cuerpo humano; y a cuanto más mi ojo podía extender las alas, por el izquierdo y por el diestro lado, esta cornisa me parecía tal. Aún los pies no habíamos movido asuso, cuando noté que aquella cuesta en torno que no tenía permiso de subida, era de mármol blanco y adornado de relieves tales que no sólo Policleto, más la natura se habría avergonzado. El ángel que bajó a la Tierra con el decreto de paz por mucho años llorada, que abrió el cielo después del largo encierro parecía a la vista tan verdadero labrado allí en actitud suave, que no parecía imagen que no hablara. Hubiera jurado que decía “Ave”; pues allí estaba figurada aquella que de abrir el alto amor giró la llave; y tenía en la expresión impresa esta leyenda “Ecce ancilla Dei”, a la manera como en la cera una figura se sella.
  • 58. 57 A un solo lugar no pongas mientes, dijo el dulce maestro, que me tenía del lado en que el corazón tiene la gente. Por lo que mudé mi vista, y allí veía, luego de María, por el lado donde estaba aquel que me movía, otra historia en la roca puesta; por lo que dejé a Virgilio, y acerquéme, a fin de que a mis ojos fuera manifiesta. Estaba tallado allí en el mármol mismo el carro y los bueyes llevando el arca santa, por la que es temible el oficio no confiado. Delante había personas; y todas juntas, partidas en siete coros, a dos de mis sentidos hacían decir, uno “No”, y el otro “Sí, canta”. De igual forma, al humo del incienso. que allí estaba figurado, el ojo y la nariz en sí y en no, discordes disentían. Precedía allí al bendito vaso, en saltos y cabriolas, el humilde salmista, y más o menos que rey era en el caso. En otra parte, tallada en una vista de un gran palacio, Micol reparaba como dama triste y despectiva. Moví el pie de donde estaba,
  • 59. 58 para mirar de cerca otra historia, que seguido a Micol blanqueaba. Ahí estaba historiada la alta gloria del principado romano, cuyo valor movió a Gregorio a su gran victoria; hablo de Trajano emperador; y una viudilla le asía el freno, fatigada de lágrimas y de dolor. A su alrededor calcando el suelo multitud de caballeros, y las águilas de oro sobre ellos veíanse moverse al viento. La pobrecilla entre todos ellos parecía decir: “Señor, véngame de mi hijo que está muerto, y me desgarro”. y él a responderle: “Espérame a que yo vuelva”; y ella: “Señor mío”, como persona a quien el dolor apremia, •¿y si no vuelves?” Y él: “Quien me remplaza, él lo hará”; y ella: “Acaso hará otro el bien, que tú olvidas?”; a lo que él: “Anímate; habré de cumplir mi deber antes de seguir adelante: la justicia lo quiere, y la piedad me retiene”. Aquel que no vio jamás cosa nueva produjo este visible hablar, que nos es
  • 60. 59 nuevo, pues no se halla en la tierra. Mientras me deleitaba mirando las imágenes de tanta humildad, y por su artífice tan preciosas, Mira allá, que a pasos lentos, murmuraba el poeta, viene mucha gente; ellos nos enviarán a las altos grados. Mis ojos que a mirar contentos, y por ver novedades tan animados, volviendo a él no fueron lentos. Empero no quiero, lector, que te apartes de tu buen propósito, por venir a oír cómo quiere Dios que el débito se pague. No te fijes en la forma de las penas: piensa en la sucesión; piensa que a lo peor allende la gran sentencia ir no se puede. Comencé: Maestro, los que veo venir a nosotros, no parecen personas, y no sé qué sean, pues mi visión desfallece. Y él a mí: La pesada condición de su tormento a la tierra los inclina, tanto que mis ojos tenían dudas. Mas mira fijo allá, y que tu vista discierna lo que debajo viene de esas peñas: descubrir puedes cómo cada uno se castiga.
  • 61. 60 ¡Oh cristianos soberbios! míseros enclenques, que, en la visión de vuestras mentes enfermas, tenéis confianza en vuestra regresivos pasos, ¿No os dais cuenta que somos larvas nacidos a formar la angélica mariposa que a la justicia vuela sin trabas? ¿De qué tanto se os exalta el alma, ya que sois cual insectos defectuosos, como larvas cuyo desarrollo falla? Como a sustentar terraza o techo, como pilar a veces se pone una figura que junta las rodillas con el pecho, que aunque es cosa ficticia real piedad provoca en quien la mira; así agobiados vi yo a aquellos cuando los miré atento. Verdad es que más o menos contraídos iban según llevaban al dorso más carga o menos; y el que más paciencia allí ejercía llorando parecía decir: “Ya más no puedo”.
  • 62. 61 Canto XI Padre nuestro, que en el cielo estás, no circunscrito, mas por el más amor que a los primeros efectos allá arriba has. Alabado sea tu nombre y tu valor de toda criatura, porque es digno rendir gracias a tu dulce vapor. Venga a nosotros la paz de tu reino, que a ella por nosotros no podemos no, si ella no viene, con todo nuestro ingenio. Como de su querer los ángeles tuyos te ofrecen sacrificio, cantando hosanna, así también los hombres del suyo. Danos hoy el cotidiano maná, sin el cual por este áspero desierto atrás se vuelve cuando más de ir se afana. Y como nosotros el mal que hemos sufrido perdonamos a cada uno, también tú perdona benigno, y no mires nuestro merecido. Nuestra virtud que fácilmente se rinde, no pruebes con el antiguo adversario, mas líbranos de él, que así la incita. Esta última oración, hacemos, señor caro, no ya por nosotros, que no es menester, mas por los que detrás nuestro quedaron.”
  • 63. 62 Así para ellos y nosotros el buen auspicio aquellas sombras rogando, iban bajo el lastre, tal como el que a veces se sueña. Diversamente agobiados todos en rueda y fatigados en la primer cornisa, purgando la calígine del mundo. Si de allí siempre el bien se nos pide, de aquí ¿qué no podrán pedir y hacer por ellos los que aquí tienen de su querer buena cepa? Bien sea ayudarlos a lavar sus manchas que llevaron de aquí, para que, limpios y leves, puedan salir a las supernas ruedas. ¡Ah! Que justicia y piedad os alivien pronto, de modo que podáis batir las alas que según vuestro deseo os lleven. Mostradnos de que lado hacia la escala se va más breve; y si hay más de un paso, enseñadnos cuál menos brusco se eleva. Que éste que va conmigo, por la carga de la carne de Adán con que se viste, a trepar, contra su voluntad, es parco. Sus palabras, que dieron a éstas que dichas fueron por el que yo seguía, de quien vinieron no fue manifiesto.
  • 64. 63 Pero se dijo: A la derecha por la orilla venid con nos, y hallaréis el paso por el que pueda subir una persona viva. Y si no estuviera impedido por la laja que doma la soberbia cerviz mía, por lo que debo andar con la vista baja. A este, que aún vive y no se nombra, lo miraría, para ver si lo conozco, y para que se compadezca de mi alforja. Yo fui latino, y nacido de un gran Tosco: Guillermo Aldobrandesco fue mi padre; ignoro si su nombre ya estuvo entre vosotros. La sangre antigua y las acciones liberales de mis mayores me hicieron tan arrogante, que, no pensando en la común madre. A todo hombre tuve en desprecio tanto que de ello morí, como los sieneses saben, y lo sabe en Campagnatico todo parlante. Yo soy Humberto; y no sólo a mi dañó la soberbia, porque a mis parientes todos a la desdicha arrastró. Y así es menester que este peso cargue por ella, hasta que a Dios satisfaga, pues vivo no hice, lo que entre los muertos hago. Escuchando incliné abajo la cara;
  • 65. 64 y uno de ellos, no éste que hablaba, se torció bajo el peso que lo clava, Y vióme y conocióme y me llamaba, los ojos fatigados absortos en mí que muy inclinado con ellos marchaba. ¡Oh!, le dije, ¿no eres tú Oderisi, el honor de Agobbio y de aquel arte de iluminar llamado así en París? Hermano, me dijo, más dan las planchas que Franco Bolognese a pluma traza; el honor es todo suyo, y mío en parte. Cierto que tan cortés no hubiera sido mientras vivía, por la ambición de grandeza, que mi corazón buscaba. De tal soberbia aquí se paga lo debido; y aún aquí no estuviera, si no fuera que, pudiendo pecar, me volví a Dios. ¡Oh vanagloria de lo que puede el hombre! ¡cuán poco verde en la cima dura, mientras la edad no la vuelve tosca! Creía Cimabue en la pintura tener el cetro, y ahora es del Giotto, y la fama de aquel ahora es oscura. Así ha robado uno del otro Guido la gloria de la lengua; y quizá ya haya nacido
  • 66. 65 quien a uno y otro echará del nido. El mundano rumor no es más que un vaho de viento, que ora viene, ora va, y muda de nombre porque muda de lado. ¡Qué mayor fama tendrías si en la vejez salieras de la carne, que si hubieras muerto cuando dejabas la “papa” y el “din”. De aquí a mil años? porque es más corto ese espacio ante lo eterno, que lo es un parpadeo respecto del cerco que más tardo en el cielo ronda. De aquel que tanto ante mi se adelanta, Toscana resonó entera; y ahora en Siena apenas se musita. Donde era señor cuando fue destruida la rabia florentina, que gloriosa era en aquel tiempo, y ahora es puta. Vuestra nombradía es color de hierba, que viene y va, y aquel la decolora por quién ella sale de la tierra acerba. Y yo a él: tus veras palabras graban en mí buena humildad y el gran tumor aplanan; mas ¿quién es del que recién hablabas? Es, respondió, Provenzan Salvani; y está aquí porque presumiendo quiso tener a toda Siena en sus manos.
  • 67. 66 Así va y así marcha sin sosiego desde que murió; con tal moneda paga y satisface quien allá abajo osó tanto. Y yo: Si un espíritu aguarda, antes de arrepentirse, la orilla de la vida, abajo se retrasa, y no sube arriba. Si una buena oración no lo auxilia, antes que pase tanto tiempo cuanto ha vivido, ¿cómo fuéle concedida la venida? Cuando más glorioso, dijo, vivía, libremente en el Campo de Siena se instaló, depuesta toda vergüenza. Y allí por sacar a un amigo de la pena que sufría en la prisión de Carlos, se comportó hasta temblar todas sus venas. Mas no diré, y sé que oscuro hablo; mas en poco tiempo, tus vecinos, obrarán de modo que tu podrás descifrarlo. Tal acción lo libró de aquellos confines. Canto XII Pareados, como bueyes bajo el yugo, andaba yo con aquel alma cargada,
  • 68. 67 en tanto el buen pedagogo lo permitía. Mas cuando dijo: Déjalo y pasa; que aquí es bueno con las alas y los remos, en cuanto pueda, cada uno fuerce su barca; erguido me rehice, tal como andar debe la gente, aunque mis pensamientos quedaran inclinados y vacíos. Me había movido, y de buena gana seguía los pasos del maestro, y en ambos ya se veía cuán ligeros andábamos; y me dijo: Mira hacia abajo; bueno te será, para aliviar el camino, mirar el lecho donde posas las plantas. Como, para que haya memoria de ellos, sobre los sepultados las tumbas terrestres llevan escrito lo que fueron antes , de modo que muchas veces allí se llora tras el aguijón de la remembranza cuya punción sólo a los píos alcanza; así vi yo, pero con mejor semblanza de obra de arte, por entero dibujada, la vía que fuera del monte avanza. Veía a aquel que noble fue creado más que otra criatura, desde el cielo, caer fulminado, en un lado.
  • 69. 68 Veía a Briareo, clavado por el dardo celestial, yacer, en otra parte, oprimido en tierra bajo el mortal hielo. Veía a Timbreo, veía a Palas y a Marte, todavía armados, entorno a su padre, mirar los miembros dispersos de los Gigantes. Veía a Nemrod al pie del gran trabajo, como extraviado, contemplar las gentes que en Senaar con él fueron soberbios. ¡Oh Niobe, con cuán dolientes ojos te veía yo dibujada sobre la estrada entre siete y siete hijos tuyos extintos! ¡Oh Saúl, cómo, sobre tu propia espada aquí muerto en Gelboé aparecías, cuando ya no sentías ni la lluvia ni el rocío! ¡Oh loca Aracne, así yo te veía ya medio araña, triste sobre los harapos de la obra que por ti fue mal diseñada. ¡Oh Roboam, no ya porque amenaces aquí en el diseño; mas lleno de espanto te lleva un carro, sin que te cace nadie. Mostraba aún el duro pavimento cómo Alcmeón a su madre caro hizo pagar el infortunado ornamento.
  • 70. 69 Mostraba cómo los hijos se arrojaron sobre Sennaquerib dentro del templo, y cómo, muerto, allí lo dejaron. Mostraba la ruina y el crudo estrago que hizo Tomiris, cuando dijo a Ciro: “Sangre quisiste, y yo de sangre te harto”. Mostraba como en derrota huyeron los Asirios, luego de muerto Holofernes, y también las huellas del martirio. Veía Troya en cenizas y en ruinas; ¡Oh Ilion, cuán bajo y vil te mostraba el diseño que allí se veía! ¿Quién de la pluma fue el maestro o del estilo que aquí surgir hizo las sombras y rasgos que admirables serían para un ingenio sutil? Muertos los muertos y vivos eran los vivos: no ve mejor que yo quien ve lo verdadero cuanto pisé yo, mientras inclinado anduve. ¡Endiosaos entonces e id altaneros, hijos de Eva, y no inclinéis el rostro para no ver vuestro mal sendero! Ya mucho habíamos contornado el monte y el Sol su camino bastante había andado más de lo que creía mi ánimo absorto, cuando el que siempre adelante atento
  • 71. 70 iba, comenzó: Alza la testa; pasó el tiempo de ir tan en suspenso. Mira allá un ángel que se apresta a venir a nosotros; mira que vuelve del servicio del día la sierva sexta. De reverencia tu rostro y actos adorna, tal que le agrade enviarnos asuso; piensa que este día ya más no retorna. Yo estaba de su advertir tan en uso de no perder tiempo, de modo que en tal materia no me resultaba oscuro. Hacia nosotros venía la criatura bella, de blanco vestida, y la cara cual surge tremolando la matutina estrella. Abrió los brazos, y después las alas; dijo: Venid: cerca de aquí están las gradas, y de ahora en más ágilmente se remonta. A está invitación veloces adherimos: ¡Oh gente humana, para volar nacida! ¿porqué al menor soplo caes vencida? Llevónos a la roca que cortada estaba; allí batióme las alas en la frente; después me prometió segura marcha. Así como a la derecha, para subir el monte donde se encuentra la iglesia que subyuga
  • 72. 71 a la bien guiada sobre el Rubaconte, se rompe de subir el audaz repecho con las escaleras hechas en la edad cuando eran seguros la lista y el cuaderno; así se tempera la cuesta que cae aquí bien empinada desde el otro cerco; pero aquí y allá las altas rocas nos rozan. Dirigiendo allí nuestras personas “Beati pauperes spiritu!” voces cantaron tan bien que no se expresaría con palabras. ¡Ah, cuán son diversos estos barrancos de los infernales, que aquí con cantos se entra, y allá con lamentos feroces. Ya subíamos por los peldaños santos, que me parecían ser mucho más livianos que no me lo parecían antes por el llano. Por donde yo: Maestro, ¿qué pesada cosa se me ha quitado, que ninguna casi fatiga, andando, en mí se percibe? Respondió: Cuando las P, subsistentes aún en tu rostro casi borradas, sean como una que ya del todo fue quitada, serán tus pies del buen querer tan vencidos que no solamente no sentirán fatiga más les será deleitoso ser llevados arriba.
  • 73. 72 Entonces hice como aquellos que llevan algo en la cabeza que ignoran, más que sospechan por señas de otros; y con la mano en acertar se ayudan, y buscan y hallan y así la mano cumple lo que la vista cumplir no puede; con los dedos de la derecha extendidos halle sólo seis letras, que me grabó aquel de las llaves sobre la frente; a lo que viendo mi conductor sonreía. Canto XIII Los envidiosos. Tienen cosidos los ojos y están ciegos. Nos hallábamos en la cima de la escala, donde un segundo giro restringe la montaña que, subiendo, a otros sana. Allí también una cornisa la ciñe en rededor, como a la primera; sólo que su arco más corto repliega. Sombras no tiene, ni diseños semejantes: vese la cuesta y vese la plana senda con el lívido color de la piedra. Si aquí por preguntar gente se espera,
  • 74. 73 razonaba el poeta, temo que quizá mucho tardaremos en elegir la senda. Luego fijos los ojos en el Sol puso; volvióse al derecho lado, tomó apoyo y avanzó la izquierda parte. ¡Oh dulce luz! en ti confiando ingreso un camino nuevo, tú condúceme, decía, como conducir se debe aquí adentro. Tú calientas el mundo, tú sobre él luces; si no hay causa contraria que se oponga, guías han de ser siempre tus rayos. Cuanto en la tierra un milla cuenta, tanto allí habíamos ya andado en poco tiempo, por el querer resuelto. Y hacia nosotros volar sentimos, sin verlos, espíritus hablando, a la mesa de amor corteses invitando. La primera voz que pasó volando “Vinum non habent” claramente dijo, y tras nosotros lo siguió reiterando. Y antes que del todo ya más no se oyera al alejarse, otra: “Yo soy Orestes” pasó gritando, y tampoco se detuvo. ¡Oh, dije, padre! ¿qué voces son éstas? Y en tanto preguntaba, pasó otra
  • 75. 74 diciendo: “Amad a quien mal os hace”. Y el buen maestro: En este giro se azota la culpa de la envidia, sin embargo de amor están hechas las cuerdas de la fusta. El azote ha de ser de contrario tono; creo que lo oirás, según indicio, antes que llegues al paso del perdón. Fija bien los ojos en el aire firme, y verás delante gentes sentadas, y a lo largo de la gruta cada una posada. Entonces más que antes abrí los ojos; miré adelante, y vi sombras con mantos de color de la piedra semejantes. Y luego que estuvimos más adelante oía gritar: “María, por nos ora”: gritar “Miguel” y “Pedro”, y “Todos los santos”. No creo que en la tierra existir pueda hombre tan duro, que no fuera herido de compasión, por lo que yo vi luego. Porque, cuando junto a ellos hube llegado, y su condición me fue cierta, lo que vi dejóme de gran dolor punzado. De vil cilicio parecían cubiertos, y uno sostenía al otro con la espalda y todos se apoyaban en la cuesta.
  • 76. 75 Así los ciegos, a quienes la comida falta, se ponen en la iglesia a pedir sustento, y cada uno la testa en la del otro recuesta, Para que a piedad la gente pronto se mueva, no sólo por el sonar de las palabras, mas por la vista que no menos afecta. Y así como el Sol a esos ojos no llega, así a las sombras, de las que hablo ahora, la luz del cielo otorgarse no dona; Porque a todos un alambre perfora las cejas y cose, como con el gavilán salvaje se hace, porque quieto no se soporta. Me parecía, andando, hacerles ultraje, viendo a los otros, no siendo visto: por lo que volvíme a mi consejo sabio. Bien él sabía lo que quería decir el mudo; Y así no esperó mi demanda mas dijo: Habla, se breve y agudo. Virgilio me acompañaba por aquel lado de la cornisa de donde caer se puede, porque ningún barandal lo guarnecía; Del otro lado estaban las devotas sombras, que por la horrible costura tanto exprimían el llanto que bañaban sus mejillas.
  • 77. 76 A ellos volvíme y: ¡Oh gente segura, comencé, de ver el alta lumbre, que de ello vuestro deseo sólo se cura Que pronto la gracia disuelva las espumas de vuestra conciencia, tanto que claro por ella descienda de la mente el río; Decidme, que me será grato y amado, si hay alma entre vos que sea latina; quizá le será bueno si yo lo guardo. ¡Oh hermano mío, cada una es ciudadana de una ciudad verdadera; mas tú inquieres si alguna en Italia viviera peregrina. Ésto me pareció oír por respuesta, un poco más delante de donde yo estaba, por donde hice para que aún más me sintieran. Entre las otras vi un alma al parecer expectante; y si quisiera decir alguno ¿Cómo? a la manera de los ciegos, el mentón alzaba. Espíritu, le dije, que por salir te domas, si eres tú el que me respondiste, házteme noto por tu patria o por tu nombre. Yo fui sienesa, respondió, y con estos otros remiendo aquí la vida rea, lagrimando a aquel que se nos conceda. Sabia no fui, aunque Sapia
  • 78. 77 fuese llamada, y fui del daño ajeno mucho más feliz que de mi propia ventura. Y porque no creas que te engaño, oye si fui, como te digo, loca, al descender ya la curva de mis años. Estaban mis ciudadanos cerca de Colle en campo al encuentro de sus adversarios, y yo rogaba a Dios que ocurriera lo que él quería. Destrozados fueron allí y ceñidos a los amargos pasos de la fuga; y viendo la cacería, tuve tal alegría que a ninguna se compara, Tanto que alcé al cielo mi audaz cara gritando a Dios: “¡De hoy en más ya no te temo!“ como confió el mirlo en la breve bonanza. Paz quise con Dios en el extremo de mi vida; y no sería todavía mi deuda de penitencia completa, Si no fuera que en su memoria me tuvo Pedro Pettinaio en sus santos ruegos, quien de mí se apiadó por caridad. Mas tú ¿quién eres, que nuestra condición vas demandando, y tienes los ojos sueltos, como yo creo, y respirando hablas? Los ojos, dije, me serán aquí cerrados, por poco tiempo empero, porque poca es la ofensa
  • 79. 78 que hice por haberlos con envidia usado. Mucho mayor es el terror que suspende al alma mía del tormento primero que la carga de allí abajo ya me pesa. Y ella a mí: ¿Quién te ha conducido aquí entre nosotros, si abajo retornar crees? Y yo: Éste que va conmigo y está mudo. Y vivo estoy; pero ahora pídeme, espíritu electo, si tú quieres aún que mueva allá por ti mis mortales plantas. ¡Oh, oír ésto es cosa tan nueva, respondió, que gran señal es de que Dios te ama; pero que tu oración alguna vez me ayude. Y pídote, por aquello que más anhelas, si por acaso pisas tierra toscana, que ante mis parientes rehagas mi fama. Tú los verás entre aquella gente vana que confía en Talamone, y antes perderán la esperanza que si encontraran la Diana; Pero más perderán sus capitanes. Canto XIV ¿Quién es éste que el monte rodea antes que la muerte le haya dado el vuelo, y los ojos abre a voluntad y los cierra?
  • 80. 79 No sé quién es, mas no está solo; pregunta tú que estás más cerca y dulcemente, para que hable, acógelo. Así dos espíritus, juntos inclinados, razonaban de mi allí a la derecha; luego alzaron el rostro para hablarme; y dijo uno: ¡Oh alma que fija aún en el cuerpo al cielo te conduces, por caridad consuélame, y dime de dónde vienes y quién eres, pues tanto me maravilla la gracia que has recibido como cosa que antes no fue vista nunca. Y yo: En medio de Toscana se espacia un arroyuelo que nace en Falterona, y cien millas de curso no lo sacian. De tal lugar traigo esta mi persona: decirte quién soy sería hablar en vano, que mucho mi nombre aún no resuena. Si tu explicación bien considero en mi intelecto, me dijo entonces, el que habló primero, tú hablas del Arno. Y el otro dijo: ¿Por qué éste esconde el nombre de aquella orilla, como se hace de las horribles cosas?
  • 81. 80 Y la sombra que de ello rogada era, se libró diciendo: No sé; más digno es que el nombre de ese valle muera; porque de su inicio, donde está tan de agua lleno el alpestre monte del que se apartó el Peloro, que en pocos sitios sobrepasa aquella cota, hasta el final allá donde restaura lo que de la marina enjuga el cielo, de donde toman los ríos lo que acarrean luego, así, como enemiga, la virtud se fuga de todos como de sierpes, por desventura del sitio, o porque los incita el mal uso; por donde tienen tan alterada la natura los habitantes del mísero valle, como si Circe los tuviera en pastura. Entre brutos puercos, dignos más de bellotas que de otro pasto propio del humano uso, arrastra primero su pobre curso. Perros encuentra luego, siguiendo abajo, que gruñen más de lo que les toca, y de ellos desdeñoso tuerce el morro. Vase cayendo; y cuando más engorda, tanto más halla perros hacerse lobos la maldita y desventurada fosa. Bajando luego por piélagos más hondos,
  • 82. 81 encuentra zorros tan llenos de fraude, que no temen ingenio que los entrampe. No callaré porque otros me oigan; y bueno le será a éste, si recuerda lo que el veraz espíritu me revela. Yo veo a tu sobrino transformado en cazador de aquellos lobos en la orilla del fiero río, y los destruye a todos. Vende su carne aun estando viva; luego los mata como a las vacas viejas; muchos de la vida, y así de precio priva. Sangriento emerge de la triste selva; la deja tal, que de aquí a mil años a su primer estado no vuelve. Así como al anuncio de dolorosos daños se turba el rostro del que escucha, fuera de donde fuere que el peligro venga, así vi a la otra alma, que atenta a oír se tenía, turbarse y quedar sombría, después de oír lo que se decía. Las palabras de una, y de la otra el rostro, creó en mí el deseo de conocer sus nombres, y entonces rogando les pregunté por ellos, y el espíritu que primero hablara, recomenzó: Tú quieres que haga
  • 83. 82 lo que tú no quieres hacer conmigo. Mas desde que Dios en ti quiere que luzca tanto su gracia, no te seré escaso; sabe pues que fui Guido del Duca. Estaba mi sangre de envidia tan inflamado, que de haber visto a uno estar alegre, visto me habrías de lividez manchado. De mi simiente igual paja cosecho; ¡Oh humana gente! porqué el corazón pones donde excluir a los familiares manda el derecho? Éste es Rinieri; él es el valor y el honor de la casa de Calboli, donde no hay hecho alguno que de su valía sea herencia. Y no sólo su sangre se ha empobrecido entre el Po y el monte y la marina y el Reno, de bienes necesarios al saber y al buen vivir; porque entre aquellos lindes está lleno de venenosas sierpes, tantas que ya es tarde a que ahora por cultivarse se hicieran menos. ¿Dónde están el buen Licio y Enrique Mainardi? ¿Pedro Traversaro y Guido de Carpigna? ¡Oh romañoles trasmutados en bastardos! ¿Cuándo renacerá en Bolonia un Fabro? ¿Cuándo en Faenza un Bernardino de Fosco, vara gentil de pequeñita simiente?
  • 84. 83 No te asombres, si lloro, Tosco, cuando recuerdo que junto a Guido de Prata Ugolino de Azzo vivió con nosotros. Federico Tiñoso y su brigada, la casa Traversara y los Anastagi (y una familia y la otra desheredadas), las damas y caballeros, los afanes y justas empapados de amor y cortesía allí donde tan malvados se han hecho ahora los corazones. ¡Oh Bretinoro! ¿porqué no te saliste luego que huyera tu familia y mucha gente para no ser convictos? Bien hace Bagnacaval que no procrea, Y mal hace Castrocaro, y peor Conio, que de criar tales condes más se empeñan. Bien harán los Pagani, cuando su demonio se vaya; pero no sin embargo que puro de él ya más no quede testimonio. ¡Oh Ugolino de los Fantolino, seguro está tu nombre, desde que ya no se espera que puedas, degenerando, hacerlo oscuro! Ahora, toscano, vete ya; que más me deleita llorar mucho ahora que hablar, que esta plática me ha conturbado la mente.
  • 85. 84 Sabíamos que aquellas almas queridas nos sentían andar; pero ellas callando nos daban del correcto camino confianza. Luego nos quedamos solos avanzando, y como fulgor el aire hendiendo una voz vino a nuestro encuentro diciendo: “Me ultimará cualquiera que me aprese”, y huyó como se aleja el trueno si súbitamente la nube se dispersa. Cuando nuestro oír de él tuvo tregua entonces otra con gran estruendo, como tronar que al fulgor pronto sigue: “Yo soy Aglauro, convertida en roca”; y luego yo, para adherirme al poeta, a diestra y no adelante avancé un paso. Ya en todos lados estaba la brisa quieta: y él me dijo: Ése es el duro freno que debería el hombre tener en su mente. Mas vos tomáis la vianda, de modo que el amo del antiguo adversario a sí os tira; para lo cual poco vale freno o reclamo. Clamáis al cielo y él en torno a vosotros gira, mostrándoos sus bellezas eternas, y vuestro ojo sólo a la tierra mira; por donde os abate aquel que todo discierne.
  • 86. 85 Canto XV Los iracundos en vueltos en una espesa nube de humo. Entre el morir de la hora tercia y el principio del día, cuanto se ve de la esfera que siempre a modo de chiquillo juega, tal espacio parecía ya hacia la puesta quedarle aún al Sol en su carrera; la tarde era allá, y aquí media noche era. Y sus rayos me herían en la mitad del naso, porque tanto habíamos rodeado el monte, que marchábamos directo hacia el ocaso, cuando entonces sentí la frente alcanzada por el resplandor mucho más que antes, y esta novedad de estupor me embargaba; por tanto alcé las manos por arriba de las cejas, y me armé una visera para que el exceso de luz se atenuara. Como cuando del agua o del espejo salta el rayo hacia la opuesta parte, subiendo de comparable modo a aquel que baja, y tanto se aparta del caer de la piedra igual espacio,
  • 87. 86 como lo demuestra el arte y el ensayo; así me pareció que de la luz refractada allí mismo por delante era herido, por lo que mi vista en apartarse fue ligera. ¿Quién es ése, dulce padre, del que no puedo resguardar mi vista por más que intente, dije yo, y parece hacia nosotros moverse? No te maravilles si aún te deslumbra, me respondió, la familia del cielo: es el enviado que viene a invitar a que se suba. Pronto será cuando mirar estas cosas no te será grave, mas tan placentero cuanto la natura a sentirlo te disponga. Luego que al ángel bendito juntos llegamos con voz alegre nos dijo: “Entrad aquí a una escala muy menos erguida que las otras”. Montamos por ella de allí mismo partiendo, y “Beati misericordes” nos fue cantado detrás, y “Goza tu que vences”. Mi maestro y yo, solos los dos asuso andábamos; y andando pensaba, en el provecho a sacar de sus palabras; y a él me dirigí así preguntando: ¿Qué decir quiso el espíritu de Romania, “excluir” y “los familiares” mencionando?
  • 88. 87 Por lo que me dijo: Del tamaño de su falta conoce el daño; por éso no es de admirar si se reprende de ello para llorar menos. Porque vuestros deseos apuntan a donde por compañía la parte mengua, la envidia mueve a suspiros el fuelle. Mas si el amor de la esfera suprema arriba vuestro deseo torciera, no anidaría en vuestro corazón ese miedo; pues, cuanto más se dice “nuestro”, tanto de bien más cada uno posee, y más la caridad arde en ese aposento. Yo de estar contento estoy más ayuno, dije yo, que si antes callado me hubiera, y mayor duda en la mente aúno. ¿Cómo es posible que un bien distribuido a más tenedores, los haga más ricos que si fuera de unos pocos poseído? Y él a mí: Como tú sólo apuntas la mente a las terrenas cosas de la vera luz las tinieblas te separan. Aquel infinito e inefable bien que arriba está, corre al amor como al lúcido cuerpo el rayo viene.
  • 89. 88 Tanto se da cuanto encuentra de ardor; de modo que, cuanto la caridad se extiende, sobre ella crece el eterno valor. Y cuanta más gente allá arriba se ama más se os da de bien amar, y más se os ama, y como espejo el uno al otro se entrega. Y si mi razonamiento no te calma, verás a Beatriz, y ella plenamente te quitará éste y cualquier otro afán. Procura sólo que pronto se extingan, como ya lo fueron dos, las cinco plagas que cicatrizan por lamentarse de ellas. Y cuando yo iba a decir: Tú me calmas, vi que llegados éramos al otro recinto, y quedé en silencio con los ojos rondando. Allí parecióme que una visión estática súbitamente me arrastraba, y veía en un templo muchas personas; y una mujer, en la entrada, en actitud dulce de madre, decir: “Hijito mío, ¿por qué has así con nosotros obrado? He aquí, que angustiados, tu padre y yo te buscábamos”. Y como aquí se callara desapareció la visión primera. De allí me apareció otra con esas aguas,
  • 90. 89 que por las mejillas, el dolor destila, cuando una gran despecho contra otro nace, y decir: “Si eres tú señor de la ciudad, de cuyo nombre hubo entre los Dioses gran litigio, y donde toda ciencia resplandece, véngate de aquellos audaces brazos que abrazaron a nuestra hija, ¡Oh Pisístrato!” Y el señor, a mi parecer, benigno y suave, responderle con el rostro templado: “¿Qué le haremos al que el mal nos desea, si aquel que nos ama condenamos?” Después vi gente inflamadas en ira, con piedras matar a un jovencito, unidos en un solo y fuerte grito: ¡Mátalo, mátalo! Y lo veía inclinarse, por la muerte que ya le pesaba, hacia la tierra, mas con los ojos siempre al cielo alzados, orando al alto Sire, entre tanta guerra, que perdonase a sus perseguidores, con aquel semblante que a piedad lleva. Cuando mi alma volvió afuera a las cosas que fuera de ella son veras, reconocí mis no falsos errores. Mi conductor, que me veía como quien del sueño se desliga,
  • 91. 90 dijo: ¿Qué tienes que no puedes tenerte, mas has marchado más de media legua con los ojos bajos y vacilantes pasos, como a quien el sueño o el vino pliega? ¡Oh dulce padre mío, si me escuchas, te diré, yo dije, lo que me apareció cuando las piernas me ligaron! Y él: Si tuvieras cien máscaras sobre el rostro, no se me ocultarían tus pensamientos, por pequeños que fueran. Lo que viste fue para que no te recuses a abrir el corazón a las aguas de la paz que de la eterna fuente se difunden. No te pregunté: ¿Qué tienes? como hace el que mira sólo con el ojo que no ve, cuando desanimado el cuerpo yace; mas pregunté para darte fuerza en los pies; de este modo hay que excitar a los pigros, lentos a usar su vigilia cuando a ella retornan. Seguíamos en el ocaso, atentos hasta donde los ojos podían alargarse contra los lucientes rayos de la tarde. Y he aquí que poco a poco un humo vino hacia nosotros como la noche oscuro; ni de él lugar había donde abrigarse.
  • 92. 91 Y nos privó de la vista y del aire puro. Canto XVI Oscuridad de infierno y de noche priva de todo planeta, bajo pobre cielo, cuanto ser puede de nubes atenebrada, no cubrió mi rostro de tan espeso velo, como aquel humo que allí nos cubría, ni nunca hubo más áspero pelo, que el ojo abierto sufrir podría; por éso mi escolta sabida y confiable se me acercó y el hombro me ofrecía. Como ciego que va detrás de su guía por no perderse y no dar tropiezo en cosa que le moleste, o quizá lo hiera, así me andaba yo bajo el aire amargo y negro, escuchando a mi conductor que me decía: Cuídate que de mi lado no te muevas. Sentía voces, y cada una parecía orar, por paz y misericordia, al Ángel de Dios que los pecados lleva. Sólo “Agnus Dei” eran sus exordios; todas las palabras era de un solo modo
  • 93. 92 pues entre ellas había cabal concordia. ¿Son espíritus éstos, maestro, que oigo? dije yo. Y él a mí: Bien has comprendido, y de la iracundia el nudo van resolviendo. ¿Quién eres tú que nuestro humo hiendes, y de nosotros hablas como si por calendas aún midieras el tiempo? Así se oyó una voz decir; por lo que mi maestro dijo: Responde, y pregunta si por aquí se va arriba. Y yo: ¡Oh criatura que te purgas por volverte bella ante quien te hizo, maravillas oirás, si me acompañas. Yo te seguiré cuanto me es lícito, respondió, y si el humo ver no nos deja el oído nos mantendrá juntos supliendo. Entonces empecé: Con aquel rostro que la muerte disuelve voy arriba, y llegué aquí por las infernas penas, y si Dios en su gracia tal me puso que quiere que su corte vea de forma totalmente fuera del corriente uso, no me ocultes quién antes de morir fuiste, mas dime, y dime si voy bien hacia el paso; y tus palabras nos servirán escolta.
  • 94. 93 Lombardo fui, y fui llamado Marco; del mundo supe, y aquel valor amé del cual hoy todos han arriado el arco. Para subir ve derechamente, respondió, y agregó: te ruego que por mí ruegas cuando estés arriba. Y yo a él: Por mi fe a ti me ligo que haré lo que me pides; pero me muero por un dilema, si no me lo explico. Primero era simple, y ahora se ha duplicado por tu sentencia, pues es cierto, lo que aquí y en otro lugar, ahora vinculo. El mundo está pues bien desierto de toda virtud, como tú me suenas, y de malicia grávido y cubierto; más te ruego me señales la razón de modo que la vea y la explique a otros; pues hay quien en el cielo otros aquí abajo la ponen. Un fuerte suspiro, que al dolor ciñó en un ¡ay! soltó primero; y comenzó: Hermano, el mundo es ciego, y bien se ve que de él vienes. Vosotros que vivís toda razón fundáis sólo en el cielo, como si todo se moviera por necesidad.
  • 95. 94 Si así fuera, en vosotros se destruiría el libre albedrío, y nos sería justicia por bien alegría, y por mal ganar luto. El cielo vuestros movimientos inicia; no digo todos, mas, aunque así fuera, luz os es dada para bien y para malicia; y el libre querer que, si a la fatiga de las primeras batallas con el cielo resiste, después vence todo, si bien se afirma. Ante mayor fuerza y mayor natura, libres yacéis; y a ella la crea en vosotros la mente, de la que el cielo no cura. Sin embargo, si el presente mundo se desvía, en vos la razón está, de vos se la reclama, y de ello te seré verdadero espía. Sale de manos de aquel que la acaricia antes que sea, como hace una mocilla que riendo y llorando parlotea, el alma simplísima que nada sabe, salvo que, llevada por el alegre hacedor, de su voluntad se dirige a lo que le agrada. Primero de un pequeño bien gusta el sabor; allí se engaña, y tras él corre, si guía o freno no tuerce su amor. Por éso tiene que haber leyes de freno;
  • 96. 95 necesario que haya rey, que discierna de la vera ciudad la torre al menos. Las leyes existen, mas ¿quién cura de ellas? Ninguno, y aunque el pastor que guía, rumiar puede, con todo no tiene la pezuña hendida; porque la gente, que contempla a su guía hender sólo hacia aquel bien del que ella es glotona, de ése se pace, y más allá no ambiciona. Bien puedes ver que la mala conducta es la razón que a hecho al mundo reo, y no que en vos la natura esté corrupta. Solía Roma, que el buen mundo hizo, dos soles tener, que uno y otro camino hacían ver, el del mundo y el de Dios. El uno al otro ha extinguido; y unida la espada al cayado, y ambos estando juntos, por la violencia es forzoso que mal vaya; porque juntos, uno al otro no se temen: si no me crees, atiende a la espiga que toda hierba se conoce por la semilla. En el país que el Adigio y el Po riegan solía valor y cortesía hallarse, antes que Federico diera pelea; hoy por allí seguro puede pasar cualquiera que evitara, por vergüenza,
  • 97. 96 de hablar con buenos, o de prisa darse. Verdad que hay allí aún tres ancianos en quienes la vieja edad riñe a la nueva, y sienten que Dios tarda a mejor vida llevarlos; Conrado da Palazzo y el buen Gerardo y Guido de Castel, que mejor se nombra, como los franceses, el simple Lombardo. Como hoy nunca la Iglesia de Roma, confundiendo ambas regencias, cae en el fango, se afea ella misma y a la otra. ¡Oh Marco mío!, dije yo, bien argumentas; y ahora entiendo porqué del reparto los hijos de Leví fueron exentos. Mas ¿cuál Gerardo es aquel que por sabio dices que aún queda de la extinguida gente, para reproche del salvaje siglo? O tus palabras me engañan o me tientas, me repuso, porqué, hablando tosco, parece que del buen Gerardo nada sepas. Por otro nombre no lo conozco, salvo que lo tomara de su hija Gaya. Dios os acompañe, más no voy con vosotros. Mira el albor, que por entre el humo destella, ya va blanqueando, y me conviene partir (el Ángel está allí) antes de que aparezca.
  • 98. 97 Entonces retrocedió, y más oírme no quiso. Canto XVII Habíamos ya dejado atrás al ángel, al ángel que al sexto giro nos llevara, que del rostro una seña me borrara; y a los que tienen de la justicia el deseo beatos los llamara, y cuyas voces “sitiunt”, sin más, nos propusieron. Y más leve que por las otros huecos caminaba yo, tal que sin fatiga alguna seguía a arriba a los espíritus veloces; entonces Virgilio comenzó: Amor, de virtud inflamado, siempre a otro inflama, con tal que la llama se vea afuera; por eso desde que descendió a nuestro limbo del infierno Juvenal, quien tu afecto me hizo patente, mi benevolencia hacia ti fue tal como nunca fue hacia ninguna otra persona, y así ahora me son cortas estas escalas. Mas dime, y como amigo perdóname, si la mucha confianza afloja el freno, y como amigo ahora conmigo razona:
  • 99. 98 ¿cómo pudo hallar en tu seno lugar la avaricia, en medio de tan buen sentido del que por tus estudios y cuidados estuviste lleno? Estas palabras a Estacio mover lo hicieron un poco a risa primero; luego respondió: Todos tus dichos de amor me son claro signo. En verdad muchas veces vienen cosas que a la duda dan falsa materia porque esconden la razones veras. Tu pregunta tu creencia me confirma de que yo fuera avaro en la otra vida, tal vez por aquel giro en el que yo era. Pues bien, sabe que la avaricia lejos de mi estuvo, y a ésta desmesura mil lunaciones la han castigado. Y si no fuera que apliqué pronto la cura cuando escuché aquello que tú clamas, fastidiado casi de la humana natura: “¿A dónde no arrastras tú, oh sacro hambre del oro, el apetito de los mortales?”, estaría en las anteriores tristes labores. Entonces advertí que por abrir demás las alas podía irse de manos el gasto, y arrepentíme así de éste como de los otros males.
  • 100. 99 ¡Cuántos resurgirán con rapadas crines por ignorancia, que a este defecto priva de penitencia en vida y en los fines! Y sabe que la culpa que replica por directa oposición algún pecado, juntamente con él aquí su verdor seca; pues, si yo entre la gente me he contado que llora su avaricia, por purgarme, en su contrario me he encontrado. Ahora cuando tú cantaste las crueles armas de la doble tristeza de Yocasta, dijo el cantor del bucólico Carmen, por lo que allí Clio contigo trata, no parece que entonces te hiciera fiel la fe, sin la cual hacer bien no basta. Si así fue, ¿qué Sol o qué candelas te sacaron de tinieblas tantas que alzaste luego detrás del pescador las velas? Y aquel a él: Tú primero me enviaste al Parnaso a beber en sus grutas, y el primero junto a Dios me iluminaste. Hiciste como aquel que va de noche, que lleva en su detrás la luz y no se ayuda, mas tras de sí hace a las personas doctas, cuando dijiste: “El siglo se renueva;
  • 101. 100 vuelve la justicia y el primer tiempo humano, y una progenie desciende del cielo nueva”. Por ti fui poeta, por ti cristiano: mas porque veas mejor lo que diseño para colorearlo extenderé la mano. Ya estaba el mundo preñado de la vera creencia, sembrada con los mensajes del eterno reino; y tu palabra arriba indicada se armonizaba con los nuevos predicantes; por donde a visitarlos tomé usanza. Vinieron luego pareciendo tan santos, que, cuando Domiciano los perseguía, de mis lágrimas no carecieron sus llantos; y mientras que de aquel lado estuve, los auxilié, y sus derechas costumbres me llevó al desprecio de todas las demás sectas. Y antes que condujera a los Griegos a los ríos de Tebas poetizando, recibí el bautismo; mas por miedo oculto cristiano estuve largamente mostrando paganismo; y esta tibieza en el cuarto círculo me hizo rodar más de cuatro centésimos. Tú pues, que alzado has la cubierta que me escondía todo el bien que digo,
  • 102. 101 mientras que subiendo tenemos tiempo, dime dónde está Terencio nuestro antiguo, Cecilio y Plauto y Varro, si lo sabes; dime si están condenados y en cuál giro. Ellos y Persio y yo y otros muchos, respondió mi guía, estamos con aquel griego que lactaron las Musas más que a ninguno, en el primer círculo del penal ciego; muchas veces hablamos del monte que tiene siempre a nuestras nodrizas consigo. Allí Eurípides con nosotros y Anacreonte, Simónides, Agatón y otros muchos griegas que ya de laurel ornaron su frente. Allí se ven de tus gentes Antígona, Deifila y Argía, e Ismenea tan triste como siempre. Vese a aquella que mostró a Langia; la hija de Tiresia y Tetis y con sus hermanas Deidamia. Callaban ya ambos poetas de nuevo atentos a mirar en torno libre de escalera y de paredes; y ya las cuatro esclavas habían del día quedado atrás, y la quinta al timón alzaba en alto el ardiente cuerno,
  • 103. 102 cuando mi conductor: Creo que al extremo hay que volver la espalda diestra, girando el monte como hacer solemos. Así la rutina fue allí nuestra consigna, y tomamos la vía con menor recelo por el sentir de aquella alma digna. Iban ellos delante y yo solito detrás, y escuchaba su conversa, que de poetizar me daba intelecto. Más pronto quebró las dulces razones un árbol que hallamos en medio de la estrada, con manzanas de aromas suaves y buenos; y como el abeto hacia lo alto degrada de rama en rama, así aquel hacia abajo, creo yo, para que nadie arriba no vaya. Del lado donde nuestro camino estaba ocluso, caía de la alta roca un licor claro y se expandía por las hojas superiores. Los dos poetas al árbol se acercaron; y una voz de adentro de la fronda gritó: De este fruto careceréis. Luego dijo: Más pensaba María en que las bodas honradas fueran y enteras, que en su propia boca, que ahora os apoya.
  • 104. 103 Y las Romanas antiguas, para su beber, contentas estuvieron con agua; y Daniel despreció comida y adquirió saber. El primer siglo, como el oro, fue bello, hizo sabrosas, con hambre, las bellotas, y fue néctar a la sed todo arroyuelo. Miel y langostas fueron la vianda que nutrieron al Bautista en el desierto; pues él es glorioso y tan grande cuanto por el Evangelio se os es abierto. Canto XVIII Los acidiosos, corren sin detenerse nunca. Terminado ya su razonamiento, el alto doctor atento contemplaba mi rostro por ver si contento me veía; y yo, a quien nueva sed por más movía, por fuera nada, y por dentro decía: quizá el mucho preguntar mío lo cansa. Mas aquel veraz padre que advirtió el tímido querer que no se abría, hablando, de osar hablar me dio aliento. Y yo entonces: Maestro, mi vista se aviva tanto con tu luz, que discierno claro todo lo que tu razón parte o describe.
  • 105. 104 Empero te ruego, dulce padre amado, que me muestres el amor, al cual reduces todo bien obrar y su contrario. Alza, me dijo, a mí las agudas luces de tu intelecto, y séate manifiesto el error de los ciegos que se hacen guías. El alma, que fue creada a amar pronta, a toda cosa se mueve que le place, luego que al placer en acto se despierta. Vuestra aprehensiva del ser verdadero trae la imagen, y adentro la despliega, de modo que mueve al alma a volverse a ella; y si al hacerlo a ella se entrega, ése entregarse es amor, y es la naturaleza que por placer de nuevo en vosotros se ata. Después, así como el fuego muévese a la altura, por su forma nacida a subir a donde más en su materia dura, así el alma presa entra en deseo, que es moción espiritual, y ya no reposa hasta no gozar de la cosa amada. Ahora ya puedes ver cuán escondida la verdad está a los que avalan cualquier amor en sí como loable cosa;
  • 106. 105 porque quizá creen que su materia es siempre buena, pero no todo sello es bueno, aun cuando buena sea la cera. Tus palabras y mi seguidor ingenio, le respondí, el amor me ha descubierto, mas me ha dejado de dudar más lleno; pues si el amor nos es de afuera dado, y el alma no va de otra manera, si recta o torcida va, no es su mérito. Y él a mí: cuanto la razón observa, puedo decirte; de allí en más espera sólo a Beatriz, pues ya de fe es materia. Toda forma sustancial, que distinta es de la materia y está unida a ella, tiene una virtud específica propia, la cual, sin el obrar, no se percibe, ni más no se muestra que por el efecto, como en la planta por verde fronda la vida. Sin embargo, de donde la intelección venga de las primeras noticias, no lo sabemos, ni de las primeras apetencias el afecto, que en vosotros están, como en la abeja el arte de hacer la miel, y este primer querer mérito de alabanza o de reproche no tiene. Ahora, como todo otro de este se infiere,