1. UNA SOLA COSA ES IMPORTANTE
16º DOMINGO TIEMPO ORDINARIO – C
La primera lectura de hoy es hermosa: nos cuenta cómo Dios visita a
Abraham, en forma de tres viajeros misteriosos, y le hace una promesa:
dentro de un año, tu esposa dará a luz a un niño. Abraham es hospitalario
y espléndido con sus huéspedes. Los recibe en su tienda y les ofrece un
banquete. Dios le responde con la mayor bendición que podían esperar un
padre y una madre, en aquel tiempo: tener un hijo.
El evangelio nos muestra otra escena de acogida en casa de Lázaro, Marta
y María, los amigos de Betania tan queridos por Jesús. Pero aquí vemos
que hay dos tipos de hospitalidad: la de Marta, que se afana por las cosas
materiales, la comida, el servicio, la casa…, y la de María, que sólo tiene
ojos y oídos para el huésped, Jesús. Las dos acogidas son buenas y se
complementan. Ofrecer un entorno agradable y buena comida al invitado
siempre se agradece. Somos corporales y necesitamos techo y pan. Pero
María hace más que preparar una mesa: ella prepara su corazón. Toda ella
se entrega para escucharle, albergarle y recibir lo que él trae. María no da,
recibe, y para Jesús esto es todavía más importante, porque le está
recibiendo a él mismo.
En el amor, quizás es más difícil recibir que dar. Y con Dios, ¿cómo
podremos nunca darle suficiente? En cambio, él se contenta con que nos
abramos a recibirle. Como dice san Juan: en esto consiste el amor, en que
él nos amó primero. Dejarse amar, dejarse visitar y habitar por Dios es el
mayor regalo que podemos hacerle.
Una sola cosa es importante, le dice Jesús a Marta, tan afanosa, tan
estresada, queriendo llegar a todo. Cuántas veces los cristianos nos
parecemos a ella. Queremos hacer muchas cosas, queremos abarcarlo todo,
somos perfeccionistas y activistas, quizás un poco para que nos
reconozcan, quizás para sentirnos bien, aunque no lo admitamos. Tenemos
buena voluntad, pero nos olvidamos de lo más importante. Cuando estemos
cansados y agobiados, Jesús nos recuerda este episodio. No os afanéis
tanto. No os multipliquéis. Haced lo que tenéis que hacer, pero con calma.
Una sola cosa es importante. ¿Cuál? Recibirle a él. Acogerle. Hacernos uno
con él. Crecer con él. ¡Dejarnos amar! Desde esa unión íntima y profunda
seguramente saldrán frutos: tareas y apostolados fructíferos y llenos de
sentido. O quizás una vocación diferente a lo que imaginábamos. Pero
trabajaremos de otra manera, no ya para realizarnos nosotros, sino para
ayudar en la obra de Dios. Su obra, y no nuestra hazaña. Desde el amor,
sabiéndonos tan amados, y desde la gratitud, podremos vivir de otra
manera, más pacífica y humilde. Más gozosa. Sin tener que reclamar la
atención de nadie ni reprochar a nadie que sea diferente, que no nos siga
o no nos ayude… Cada cual tiene su propia llamada, única. A quien sabe
escucharla, no le falta nada más. Ha elegido la mejor parte, y no le será
quitada.