1. SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos y escribas esta parábola: Si uno de
vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el
campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra,
se la carga sobre los hombros, muy contento, y al llegar a casa reúne a sus
amigos y a los vecinos para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que
se me había perdido. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por
un solo pecador que se convierta que por noventa y nueva justos que no
necesitan convertirse.
Lucas 15, 3-7.
TRES IMÁGENES DE LA HUMANIDAD
Hay tres parábolas del evangelio de Lucas que nos muestran de forma
impactante cómo es el corazón de Dios, ese corazón que también es el
de Jesús, rebosante de amor y misericordia.
Una es la del hijo pródigo, la otra, la del buen samaritano. La tercera es
esta que leemos hoy, la de la oveja perdida.
En las tres vemos imágenes de la humanidad perdida: el hijo que se va
del hogar, el hombre maltratado y herido por los salteadores, medio
muerto. Y, finalmente, la oveja descarriada. Son tres imágenes
poderosas que representan al hombre de todos los tiempos: el hombre
que se ha alejado del hogar, el hombre injustamente golpeado por las
vicisitudes de la vida, el hombre que ha perdido el norte.
En estas tres imágenes podemos vernos reflejados, nosotros y los que
nos rodean. En alguna ocasión de nuestra vida habremos vivido la
ruptura, bien sea con nuestra familia, con nuestros orígenes, incluso con
nuestra raíz más profunda, que es Dios mismo. En otras ocasiones,
podemos experimentar el dolor y el abandono del hombre herido, que
es socorrido por el buen samaritano. Y otras veces andamos como
aturdidos buscando un sentido a nuestra vida, buscando el camino de
la felicidad, o persiguiendo sueños y metas que, en el fondo, no nos
aportan nada valioso, solo distracción y vaciedad.
UNA IMAGEN DE DIOS
Junto a estos tres retratos de la humanidad herida, vemos otra imagen:
el padre magnánimo que espera, perdona y olvida; el buen samaritano,
2. que recoge, cura y protege; el pastor que va en busca de la oveja
perdida. Son tres figuras humanas que se caracterizan por una enorme
sensibilidad ―se conmueven ante el dolor ―, pero también por su
capacidad de reacción ―actúan, y de inmediato van hacia el sufriente,
lo acogen y lo socorren―.
Estos tres personajes: el padre, el samaritano, el pastor, son imágenes
de Jesús. Y Jesús nos revela el rostro y el corazón de Dios. Quien ve a
Jesús, como nos recuerda san Juan en su evangelio, ve al mismo Dios.
Y, ¿qué imagen de Dios nos transmite su Hijo? Nada de un Dios terrible
y justiciero, nada de severidad ni de ojos inquisidores. Uno de los
atributos preferentes que la Biblia da a Dios es justamente este:
misericordioso. El adjetivo en hebreo tiene la misma raíz que la palabra
matriz. El Dios que nos muestra Jesús es un corazón de madre, que se
conmueve hasta las entrañas, y que no puede soportar el dolor y la
soledad de sus hijos.
Por tanto, lejos de nosotros una idea de Dios poderoso, lejano y
castigador. Ese no es el Dios de Jesucristo, ni el Dios cristiano.
DEJARNOS AMAR
Jesús es el buen pastor. No solo se preocupa por sus ovejas. Cuando
una se descarría, deja a las otras seguras y corre a buscar a la perdida.
Así sucede también con nosotros. Cuando nos alejamos de Dios, cuando
nos desviamos del camino de la vida, él no se queda impasible. Muchas
veces podemos pensar que Dios calla, que no responde a nuestras
súplicas, que es indiferente a nuestros problemas y nos deja
abandonados. ¡No es así! En ese silencio del alma, él nos está buscando.
Quizás no sabemos leer los signos que nos envía, no somos lo bastante
sensibles como para descubrir, en mil pequeñas cosas que nos ocurren,
que él nos está buscando y nos llama. Porque Dios, eso sí, nunca forzará
nuestra voluntad ni nos va a obligar. El buen pastor recoge a la oveja con
amor y la lleva en brazos, no a rastras ni a la fuerza. Quizás necesitamos
hacer silencio y limpieza interior para poder escuchar su voz y ver con
lucidez nuestra miseria y nuestro descarrío. Entonces nos dejaremos
encontrar, y él nos recogerá, y nos acunará contra su seno, con amor.
Dice el Papa Francisco que, a menudo, es más difícil dejarse amar que
amar. ¡Cuánta razón tiene! Somos tan orgullosos que creemos que
podemos amar y dar mucho, y luego nos enfadamos porque pensamos
que no somos correspondidos en justicia. Tan buenos, tan generosos
que somos… y el mundo nos devuelve ingratitud y golpes. ¡Qué ceguera
3. la nuestra! No nos damos cuenta de que, a amar, nunca ganaremos a
Dios. Él nos ama primero, y porque nos dejamos amar, aprendemos, al
menos un poco, a dar amor como él.
Dejémonos amar por el corazón de Jesús. Dejémonos mecer en su
ternura. Dejemos que nos enseñe cómo ama él, para poder ofrecer este
amor a los demás. Dejémonos encontrar por él y dejemos que él nos
guíe hacia los buenos pastos, hacia el redil seguro, hacia el refugio de
su corazón. El corazón de Jesús es nuestro hogar, nuestra raíz, nuestra
fuente de agua viva. En él, y desde él, podemos renovar nuestra vida y
alcanzar la plenitud.