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La orquesta imposible es posible

Él quiere paz. Y la busca. El músico argentino-israelí, Daniel Barenmboim, cree en la posible
reconciliación de judíos y musulmanes. Junto a la West-Eastern Divan Orchestra, integrada por músicos
israelíes y palestinos, finalizó su gira mundial con un concierto en la ciudad palestina de Ramallah. Un
intento de comunión, de diálogo, entre enemigos históricos.

Por Pablo María Sorondo
Fotos: Ignacio Rodríguez Mugica
Ilustración: Ariadna Segafredo

Arena. Todo el paisaje es arena y ruinas. El aire revuelve polvo y olor a aceite quemado. Desfilan
soldados, topadoras, camiones militares. Todo se ha derrumbado; todo. A grito crudo, forcejeando, entre
llantos, invadidos por la furia. Muchos colonos intentaron resistir al desalojo realizado por sus propios
hermanos: militares israelíes. Manifestaciones, enfrentamientos, fuego, disparos, heridos. Muertos. La
Franja de Gaza, después de 38 años, fue desocupada.
Los colonos judíos fueron obligados a dejar la tierra que habitaron desde 1967. El Estado llevó allí a sus
ciudadanos israelíes que hoy expulsó.
Nunca se habían hecho tantas banderas palestinas. La ciudad es decorada. Una caravana de colectivos
llevará a cientos para conocer el lugar. Piensan bailar hasta en los techos, esperan conocer los alegres
jardines de algunos israelíes. Se vendían remeras con la leyenda: “Hoy es Gaza, mañana será
Cisjordania y Jerusalén”.
Pero no todo era festejo. En Cisjordania: un israelí robó el fusil a un soldado y mató a cuatro palestinos. El
grupo terrorista Hamas prometió venganza. En Netivot: una mujer israelí se prendió fuego a sí misma,
como testimonio de resistencia. Eran Tzuberi, del grupo extremista Kaj, subió con sus 19 años a un
autobús en dirección a Shfaram; disparó a quemarropa y mató a cuatro árabes. Quienes viajaban en el
vehículo, furiosos, golpearon al joven hasta matarlo. Semanas más tarde, un palestino, miembro de la
Jihad Islámica, se acercó a un ómnibus con cinco kilos de explosivos en su cuerpo. La detonación causó
heridas a más de 40 personas.
Días antes del desalojo, en el Palacio de la Cultura de Ramallah (Palestina), frente a una vasta audiencia,
un argentino construía un puente. Un puente con notas a cambio de ladrillos. No de cemento, sino de
música. Un puente entre culturas distintas, un puente hacia una paz que se aleja a cada instante. En una
acción sin precedentes, un argentino-israelí llevó a Palestina una orquesta de jóvenes judíos y
musulmanes. Para ingresar al país, utilizaron el pasaporte diplomático que les cedió el gobierno español.
Mientras la desocupación israelí de Gaza terminaba, en Ramallah un anhelo de amistad tenía su origen.
La amistad de Medio Oriente.
Desde el escenario, el director argentino-israelí Daniel Barenboim se lanzó contra el mundo con su “arma
de construcción masiva”. Así le gusta llamar a su proyecto, la orquesta imposible que hizo posible. ¿Podrá
la música unir al mundo? El pianista no pierde esta esperanza, aún cuando la situación entre los judíos y
musulmanes parezca irreversible. El músico pide que se redirija la historia: “La historia contada en Israel
fue diferente de la contada en el mundo Árabe”, dijo, y opinó que ambas versiones son falsas. Planteó
luego un posible camino: “La historia debería aclararse, sin ambigüedades y -en cierto modo- sin
emociones, para poder asegurar su continuidad”.
Reconciliación, en definitiva, es lo que busca. Barenboim cree que no se consigue con la tolerancia,
puesto que “se tolera al que es igual”. Y profundiza: “Sólo imagine a todos tocando igual, esos serían los
conciertos más aburridos del mundo”, sentenció el músico; y fue por más: “La aceptación de que uno es
libre de tocar diferente es una de las reglas más importantes de la música, y todos debemos aprender
esto, como también debemos aprender que la violencia, que está siendo ejercida en todo el mundo, es
inaceptable”.

El Maestro

De familia rusa-judía, Daniel Barenboim nació en 1942, en Buenos Aires. Pasó los primeros años de su
infancia a pocas cuadras del Teatro Colón –donde tocaría innumerables veces-, sobre la calle Arenales.
Su madre y padre le dieron lecciones de piano, desde los 5 años. A los 7 dio su primer concierto oficial,
con un pantalón cortito y unas manos pequeñas.
En 1952 los Barenboim viajaron a Israel, donde Daniel vivió su adolescencia, estudió y confirmó su
carrera como pianista, además de haber tomado clases con ilustres músicos (ver:
www.danielbarenboim.com).
En diálogo con MYRIADES 1, el divulgador musical Marcelo Arce, quien es además docente y compositor,
parece enorgullecerse al hablar del maestro. “Barenboim, este nuevo (Herbert von) Karajan, es un músico
que prueba que el arte es, antes que nada, humano: si no hay sentido humano, no hay obra, no hay amor,
no hay arte”, dijo Arce.
En algunos de sus cursos (www.marceloarce.com), Arce utiliza la orquesta de Barenboim como material
didáctico. Destaca en él su cualidad de “penetrar las obras”, de ingresar en el contenido extra musical y
no sólo quedarse en la dirección. Arce se enciende y no para: “Hace que la orquesta se ría, sufra, llore. Él
logra eso: que la orquesta se compenetre y goce, y baila, como lo hacía Karajan en su momento”.
Un músico de la West-Eastern, el contrabajista egipcio Nabil Shehata (24), conoce muy bien las virtudes
del pianista: “Es un gran músico, cuanto más lo conozco más lo admiro. He conocido a otros músicos y
aprendí de ellos, pero él está siempre dando más... crees que lo conoces pero luego sale con algo
nuevo”, dijo a MYRIADES 1.
La lista de premios y condecoraciones que ha recibido es vastísima. Se destaca el Premio Príncipe de
Asturias de la Concordia (España, octubre de 2002), por ser compartido con el ya difunto Edward Said,
intelectual cristiano y palestino, quien fundó junto a Barenboim la orquesta de paz que hoy dirige. En esa
ocasión, Said dio un memorable discurso: “Nos da esperanza que quizás entre todos, entre ustedes y yo,
podamos proveer a los pueblos palestinos y judíos con algo sin lo que el hombre no puede vivir:
esperanza en una vida mejor”.

West-Eastern Divan: arma de construcción masiva

Es un grupo de jóvenes muy particular. Sus países son enemigos. Sus familias, hostiles. Sus linajes,
heridos por siglos de sangre. Y ellos, a espaldas de la crudeza histórica que los envuelve, mirando de
soslayo al fanatismo de la misma tierra que los viera nacer, toman con mansedumbre sus instrumentos.
Se concentran. Aguardan la señal del director. Y en un instante mágico, surrealista, casi imperceptible, la
batuta danza y la música cobra vida. Nota por nota. Músico por músico.
La West-Eastern Divan Orchestra es un experimento sin igual. La idea de la orquesta surgió en 1999. Y
fue de la mano de dos hombres que deberían ser, para la histórica confrontación, enemigos: Barenboim y
Said.
El nombre de la orquesta fue tomado de una colección de poemas de Goethe (West-östlicher Divan, o
poemas del Diván de Oriente y Occidente, 1819), un alemán que se interesó en profundidad por la cultura
del Islam y la poesía persa. La orquesta se conforma por un número idéntico de músicos árabes (de
Líbano, Jordania, Siria y Egipto) e israelíes, más otros de Andalucía (España).
Allí se establece el taller, entre las costas mediterráneas y las áridas sierras andaluzas. Según comentara
el maestro, durante siglos los cristianos, judíos y musulmanes lograron vivir en paz en tal sitio. Desde ahí,
la Orquesta propone la aceptación del otro, del “extraño”, y convoca a superar las diferencias culturales
en pos de una integración. En palabras de Barenboim: “Chinos, europeos, judíos, musulmanes… todos
somos iguales frente a la Quinta sinfonía de Beethoven”.
La orquesta de Barenboim-Said permitió un acercamiento artístico-cultural entre pueblos que se
encuentran históricamente en guerra. De hecho, “las relaciones son tan frías que en el pasado ocurrió que
muchos de los jóvenes músicos temían venir al Taller, porque hacerlo es percibido negativamente en sus
países”, dijo Barenboim.
Parecerá inusual, pero los jóvenes de la West-Eastern consolidaron una buena amistad, sin dar lugar a
conflictos internos. El violinista israelí Netanel Draiblate (23), minutos antes de la última presentación de la
orquesta (ver El último concierto…), comentó a MYRIADES 1: “No hubo conflictos, nunca ha ocurrido.
Tuvimos una discusión en Chicago y todos dijeron lo que pensaban. Fue una época difícil, en 2001,
cuando todo estaba realmente mal”.
Junto a él, sonriente, el contrabajista egipcio Nabil Shehata dio cuenta de los rápidos frutos que pueden
observarse en la orquesta: “He conocido a mucha gente con la que estamos trabajando juntos y somos
amigos. Todos estamos unidos y no importa de dónde sea cada uno”. Por último, dijo, con picardía, que
“la música es incluso mejor”.
En Sevilla comenzó la gira que los trajo hasta Buenos Aires, después de pasar por varias ciudades
europeas y sudamericanas. No obstante, el plato fuerte de este ciclo fue el último concierto, en Ramallah.
El maestro expresó: “Voy a Ramallah como un acto de solidaridad humana, de justicia. Para mí no es un
acto político. Es un reconocimiento para una Palestina libre, porque reconocemos que los palestinos
tienen los mismos derechos que los demás pueblos. El derecho a su Estado, a la igualdad”. Los
tradicionales conflictos entre palestinos e israelíes, sumado al desalojo de colonos en la franja de Gaza,
convirtieron al concierto en un suceso desafiante, de importancia histórica mundial.
Los jóvenes de la orquesta hacen oír su opinión: “No nos importan las cosas militares que ocurren,
estamos aquí por la música, por nosotros, por los palestinos y por los israelíes y todos los que están en el
proyecto”, dijo Netanel; y continuó, con una sonrisa dócil: “El ejército hará su trabajo y nosotros el nuestro,
que es mucho más importante”.
El proyecto no es utópico: Barenboim sabe que la música sola no solucionará el conflicto, pero al menos –
cree- puede contribuir a alcanzar el diálogo entre dos países cuyos destinos están implicados
mutuamente. Para el pianista, hay un camino hacia la paz, que “se puede hacer con la música porque es
un idioma de integración. El que no entiende de integración no puede hacer música. El músico para crear
tiene que integrar el ritmo, la armonía, la melodía, el volumen, la velocidad”, dijo.
Alcanzar la paz es una tarea compleja y agotadora, de duración indefinida y frágiles resultados ¿En qué
momento se dará por cumplido este proyecto? Barenboim opina que se lograrán sus objetivos cuando la
orquesta pueda tocar en todos los países que representa. Y agregó: “Sé que todavía no es posible, pero
tengo grandes esperanzas de que sucederá pronto”.
Publicación: Diciembre 2005

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  • 1. La orquesta imposible es posible Él quiere paz. Y la busca. El músico argentino-israelí, Daniel Barenmboim, cree en la posible reconciliación de judíos y musulmanes. Junto a la West-Eastern Divan Orchestra, integrada por músicos israelíes y palestinos, finalizó su gira mundial con un concierto en la ciudad palestina de Ramallah. Un intento de comunión, de diálogo, entre enemigos históricos. Por Pablo María Sorondo Fotos: Ignacio Rodríguez Mugica Ilustración: Ariadna Segafredo Arena. Todo el paisaje es arena y ruinas. El aire revuelve polvo y olor a aceite quemado. Desfilan soldados, topadoras, camiones militares. Todo se ha derrumbado; todo. A grito crudo, forcejeando, entre llantos, invadidos por la furia. Muchos colonos intentaron resistir al desalojo realizado por sus propios hermanos: militares israelíes. Manifestaciones, enfrentamientos, fuego, disparos, heridos. Muertos. La Franja de Gaza, después de 38 años, fue desocupada. Los colonos judíos fueron obligados a dejar la tierra que habitaron desde 1967. El Estado llevó allí a sus ciudadanos israelíes que hoy expulsó. Nunca se habían hecho tantas banderas palestinas. La ciudad es decorada. Una caravana de colectivos llevará a cientos para conocer el lugar. Piensan bailar hasta en los techos, esperan conocer los alegres jardines de algunos israelíes. Se vendían remeras con la leyenda: “Hoy es Gaza, mañana será Cisjordania y Jerusalén”. Pero no todo era festejo. En Cisjordania: un israelí robó el fusil a un soldado y mató a cuatro palestinos. El grupo terrorista Hamas prometió venganza. En Netivot: una mujer israelí se prendió fuego a sí misma, como testimonio de resistencia. Eran Tzuberi, del grupo extremista Kaj, subió con sus 19 años a un autobús en dirección a Shfaram; disparó a quemarropa y mató a cuatro árabes. Quienes viajaban en el vehículo, furiosos, golpearon al joven hasta matarlo. Semanas más tarde, un palestino, miembro de la Jihad Islámica, se acercó a un ómnibus con cinco kilos de explosivos en su cuerpo. La detonación causó heridas a más de 40 personas. Días antes del desalojo, en el Palacio de la Cultura de Ramallah (Palestina), frente a una vasta audiencia, un argentino construía un puente. Un puente con notas a cambio de ladrillos. No de cemento, sino de música. Un puente entre culturas distintas, un puente hacia una paz que se aleja a cada instante. En una acción sin precedentes, un argentino-israelí llevó a Palestina una orquesta de jóvenes judíos y musulmanes. Para ingresar al país, utilizaron el pasaporte diplomático que les cedió el gobierno español. Mientras la desocupación israelí de Gaza terminaba, en Ramallah un anhelo de amistad tenía su origen. La amistad de Medio Oriente. Desde el escenario, el director argentino-israelí Daniel Barenboim se lanzó contra el mundo con su “arma de construcción masiva”. Así le gusta llamar a su proyecto, la orquesta imposible que hizo posible. ¿Podrá la música unir al mundo? El pianista no pierde esta esperanza, aún cuando la situación entre los judíos y musulmanes parezca irreversible. El músico pide que se redirija la historia: “La historia contada en Israel fue diferente de la contada en el mundo Árabe”, dijo, y opinó que ambas versiones son falsas. Planteó luego un posible camino: “La historia debería aclararse, sin ambigüedades y -en cierto modo- sin emociones, para poder asegurar su continuidad”. Reconciliación, en definitiva, es lo que busca. Barenboim cree que no se consigue con la tolerancia, puesto que “se tolera al que es igual”. Y profundiza: “Sólo imagine a todos tocando igual, esos serían los conciertos más aburridos del mundo”, sentenció el músico; y fue por más: “La aceptación de que uno es libre de tocar diferente es una de las reglas más importantes de la música, y todos debemos aprender esto, como también debemos aprender que la violencia, que está siendo ejercida en todo el mundo, es inaceptable”. El Maestro De familia rusa-judía, Daniel Barenboim nació en 1942, en Buenos Aires. Pasó los primeros años de su infancia a pocas cuadras del Teatro Colón –donde tocaría innumerables veces-, sobre la calle Arenales. Su madre y padre le dieron lecciones de piano, desde los 5 años. A los 7 dio su primer concierto oficial, con un pantalón cortito y unas manos pequeñas. En 1952 los Barenboim viajaron a Israel, donde Daniel vivió su adolescencia, estudió y confirmó su
  • 2. carrera como pianista, además de haber tomado clases con ilustres músicos (ver: www.danielbarenboim.com). En diálogo con MYRIADES 1, el divulgador musical Marcelo Arce, quien es además docente y compositor, parece enorgullecerse al hablar del maestro. “Barenboim, este nuevo (Herbert von) Karajan, es un músico que prueba que el arte es, antes que nada, humano: si no hay sentido humano, no hay obra, no hay amor, no hay arte”, dijo Arce. En algunos de sus cursos (www.marceloarce.com), Arce utiliza la orquesta de Barenboim como material didáctico. Destaca en él su cualidad de “penetrar las obras”, de ingresar en el contenido extra musical y no sólo quedarse en la dirección. Arce se enciende y no para: “Hace que la orquesta se ría, sufra, llore. Él logra eso: que la orquesta se compenetre y goce, y baila, como lo hacía Karajan en su momento”. Un músico de la West-Eastern, el contrabajista egipcio Nabil Shehata (24), conoce muy bien las virtudes del pianista: “Es un gran músico, cuanto más lo conozco más lo admiro. He conocido a otros músicos y aprendí de ellos, pero él está siempre dando más... crees que lo conoces pero luego sale con algo nuevo”, dijo a MYRIADES 1. La lista de premios y condecoraciones que ha recibido es vastísima. Se destaca el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia (España, octubre de 2002), por ser compartido con el ya difunto Edward Said, intelectual cristiano y palestino, quien fundó junto a Barenboim la orquesta de paz que hoy dirige. En esa ocasión, Said dio un memorable discurso: “Nos da esperanza que quizás entre todos, entre ustedes y yo, podamos proveer a los pueblos palestinos y judíos con algo sin lo que el hombre no puede vivir: esperanza en una vida mejor”. West-Eastern Divan: arma de construcción masiva Es un grupo de jóvenes muy particular. Sus países son enemigos. Sus familias, hostiles. Sus linajes, heridos por siglos de sangre. Y ellos, a espaldas de la crudeza histórica que los envuelve, mirando de soslayo al fanatismo de la misma tierra que los viera nacer, toman con mansedumbre sus instrumentos. Se concentran. Aguardan la señal del director. Y en un instante mágico, surrealista, casi imperceptible, la batuta danza y la música cobra vida. Nota por nota. Músico por músico. La West-Eastern Divan Orchestra es un experimento sin igual. La idea de la orquesta surgió en 1999. Y fue de la mano de dos hombres que deberían ser, para la histórica confrontación, enemigos: Barenboim y Said. El nombre de la orquesta fue tomado de una colección de poemas de Goethe (West-östlicher Divan, o poemas del Diván de Oriente y Occidente, 1819), un alemán que se interesó en profundidad por la cultura del Islam y la poesía persa. La orquesta se conforma por un número idéntico de músicos árabes (de Líbano, Jordania, Siria y Egipto) e israelíes, más otros de Andalucía (España). Allí se establece el taller, entre las costas mediterráneas y las áridas sierras andaluzas. Según comentara el maestro, durante siglos los cristianos, judíos y musulmanes lograron vivir en paz en tal sitio. Desde ahí, la Orquesta propone la aceptación del otro, del “extraño”, y convoca a superar las diferencias culturales en pos de una integración. En palabras de Barenboim: “Chinos, europeos, judíos, musulmanes… todos somos iguales frente a la Quinta sinfonía de Beethoven”. La orquesta de Barenboim-Said permitió un acercamiento artístico-cultural entre pueblos que se encuentran históricamente en guerra. De hecho, “las relaciones son tan frías que en el pasado ocurrió que muchos de los jóvenes músicos temían venir al Taller, porque hacerlo es percibido negativamente en sus países”, dijo Barenboim. Parecerá inusual, pero los jóvenes de la West-Eastern consolidaron una buena amistad, sin dar lugar a conflictos internos. El violinista israelí Netanel Draiblate (23), minutos antes de la última presentación de la orquesta (ver El último concierto…), comentó a MYRIADES 1: “No hubo conflictos, nunca ha ocurrido. Tuvimos una discusión en Chicago y todos dijeron lo que pensaban. Fue una época difícil, en 2001, cuando todo estaba realmente mal”. Junto a él, sonriente, el contrabajista egipcio Nabil Shehata dio cuenta de los rápidos frutos que pueden observarse en la orquesta: “He conocido a mucha gente con la que estamos trabajando juntos y somos amigos. Todos estamos unidos y no importa de dónde sea cada uno”. Por último, dijo, con picardía, que “la música es incluso mejor”. En Sevilla comenzó la gira que los trajo hasta Buenos Aires, después de pasar por varias ciudades europeas y sudamericanas. No obstante, el plato fuerte de este ciclo fue el último concierto, en Ramallah. El maestro expresó: “Voy a Ramallah como un acto de solidaridad humana, de justicia. Para mí no es un acto político. Es un reconocimiento para una Palestina libre, porque reconocemos que los palestinos
  • 3. tienen los mismos derechos que los demás pueblos. El derecho a su Estado, a la igualdad”. Los tradicionales conflictos entre palestinos e israelíes, sumado al desalojo de colonos en la franja de Gaza, convirtieron al concierto en un suceso desafiante, de importancia histórica mundial. Los jóvenes de la orquesta hacen oír su opinión: “No nos importan las cosas militares que ocurren, estamos aquí por la música, por nosotros, por los palestinos y por los israelíes y todos los que están en el proyecto”, dijo Netanel; y continuó, con una sonrisa dócil: “El ejército hará su trabajo y nosotros el nuestro, que es mucho más importante”. El proyecto no es utópico: Barenboim sabe que la música sola no solucionará el conflicto, pero al menos – cree- puede contribuir a alcanzar el diálogo entre dos países cuyos destinos están implicados mutuamente. Para el pianista, hay un camino hacia la paz, que “se puede hacer con la música porque es un idioma de integración. El que no entiende de integración no puede hacer música. El músico para crear tiene que integrar el ritmo, la armonía, la melodía, el volumen, la velocidad”, dijo. Alcanzar la paz es una tarea compleja y agotadora, de duración indefinida y frágiles resultados ¿En qué momento se dará por cumplido este proyecto? Barenboim opina que se lograrán sus objetivos cuando la orquesta pueda tocar en todos los países que representa. Y agregó: “Sé que todavía no es posible, pero tengo grandes esperanzas de que sucederá pronto”. Publicación: Diciembre 2005