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La dimensión axiológica del hombre
1. Fabián Hernando Ruiz
LA DIMENSIÓN AXIOLÓGICA DEL HOMBRE
La Axiología es la ciencia que estudia los valores, ya que en
griego, axios, significa lo que es valioso o estimable, y logos, ciencia, teoría del
valor o de lo que se considera valioso. La axiología no sólo trata de los valores
positivos, sino también de los contravalores, analizando los principios que
permiten considerar que algo es o no valioso, y considerando los fundamentos de
tal juicio. La investigación de una teoría de los valores ha encontrado una
aplicación especial en la ética y en la estética, ámbitos donde el concepto de valor
posee una relevancia específica. Algunos filósofos como los alemanes Heinrich
Rickert o Max Scheler han realizado diferentes propuestas para elaborar una
jerarquía adecuada de los valores. En este sentido, puede hablarse de una “ética
axiológica”, que fue desarrollada, principalmente, por el propio Scheler y Nicolai
Hartmann.
Debemos a Francisco Brentano (1917-1938) que la axiología se considere en
nuestros días disciplina filosófica. Su pensamiento sirvió de base a los más
diversos exponentes de esta rama de la Filosofía como Husserl, fundador de la
Fenomenología inspirada en la teoría de las intencionalidades del mismo
Brentano; Nicolai Hartmann; Alexius Meinong; Crhistian Von Enfrenfles.
Paradójicamente le debemos a Nietzsche (1884-1900) el gran interés que tomó
este tema, porque al proclamar en su filosofía la transmutación de los valores
causó alarma, escándalo y llamó la atención de su época convirtiéndose así, sin
quererlo, en el principal instigador para que el mundo de los valores fuera tratado
de una manera ordenada y se constituyera en una rama de la Filosofía.
La axiología, en tanto ciencia de los valores, se integra orgánicamente al saber
filosófico y expresa una de sus determinaciones esenciales. El saber filosófico, en
su expresión sintética, integra momentos de carácter gnoseológico (cognoscitivo),
axiológico (valorativo), práctico y comunicativo. Esto se fundamenta en el hecho
de que la filosofía como autoconciencia de la cultura socio históricamente
determinada, y núcleo teórico de la concepción del mundo, resulta al mismo
tiempo aprehensión práctico-espiritual de la realidad, en su esencialidad y
concreción. Se trata de un proceso complejo que reproduce creadoramente la
realidad y la aprehende en su síntesis por sujetos reales y actuantes.
Este proceso de asunción y aprehensión de la realidad se funda en la actividad
humana. De ahí que la actividad en su dimensión filosófica se determine y exprese
como relación sujeto-objeto y como relación sujeto-sujeto. En la primera relación,
los momentos gnoseológicos y axiológicos encarnan la propia práctica social, es
decir, en la asunción práctica de la realidad (objeto) al hombre (sujeto) no le
interesa sólo qué son las cosas, cómo revela su esencia y devela la verdad, sino,
además, para qué le sirven, qué necesidad satisfacen, qué interés realizan. El
sujeto no sólo busca conocimiento, en tanto, modo de existencia, sino también
valores, en tanto ser de las cosas para el hombre, y modo en que existen sus
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necesidades e intereses. En la segunda relación (sujeto-sujeto), tiene lugar el
proceso de comunicación como intercambio de actividad y sus resultados,
conductas y relaciones sociales. En esta relación, que solo es aislable por medio
de la abstracción, los aspectos gnoseológicos, valorativos y prácticos aparecen en
síntesis, como trato humano, actividad intersubjetiva e interacción humana, social
en esencia.
El componente valorativo de la actividad y de todo el proceso del devenir humano,
comprendido en sus diversas expresiones y niveles, como valor y valoración; y en
la relación dialéctica de lo objetivo-subjetivo, lo absoluto-relativo y lo generalparticular, posee una gran importancia teórico-metodológica y práctica para la
comprensión del hombre y la sociedad. Si bien el momento valorativo de la
actividad humana resulta imposible que exista al margen de los momentos
práctico, gnoseológico y comunicativo, pues constituyen una totalidad orgánica
indisoluble y posee, como los restantes momentos estructurales, una relativa
autonomía. Esto determina que en algunos discursos filosóficos prime o tenga
más fuerza la axiología, o en otros, la gnoseología, la ontología, etc. Esto, por
supuesto, no niega en modo alguno la presencia de los restantes momentos que
les son inherentes y, más aún, inmanentes a todo quehacer humano, incluida la
filosofía como autoconciencia teórica.
Los valores, en tanto determinación primaria de las necesidades e intereses del
hombre, sirven de mediación esencial entre los momentos gnoseológico y
práctico, entre conocimiento y práctica. El hombre conoce la realidad impelido por
las necesidades y aplica los conocimientos en la técnica y la práctica para realizar
su ser esencial, que es, al mismo tiempo, proyectar su ser hacia el deber-ser, es
decir, realizar lo por venir, completando lo que le falta: satisfacer sus necesidades.
De ahí que el fenómeno designado con la palabra valor, constituya una compleja
formación que está contenida no sólo en las estructuras cognoscitivas, sino,
fundamentalmente, en los profundos procesos de la vida social y la cultura, en la
concepción del mundo del hombre. De aquí que la categoría que designa o
expresa este fenómeno, puede ser tratada, por lo menos, en tres significados
fundamentales: como concepto sociocultural, como concepto psicológico y como
concepto lógico-gnoseológico. Esta amplia dimensión de la categoría valor
evidencia que ella concentra en sí una serie de problemas heterogéneos por su
contenido y, al propio tiempo, en algo idéntico.
La dimensión valorativa de la actividad humana, en todas sus mediaciones,
condicionamientos y determinaciones, deviene fuerza propulsora y motivación
esencial del despliegue constante del hombre que se sabe sujeto del acontecer
histórico. Ciertamente, conocimiento y práctica en su interacción recíproca están
mediados por los valores, la propia comunicación intersubjetiva, en tanto
intercambio de actividad y trato humano, discurre como proceso, también
internamente mediado por los valores. Todo el desenvolvimiento del proceso
humano, que de una forma u otra, encarna las necesidades e intereses del
hombre, los valores como ser de la realidad para éste y forma de existencia de sus
aspiraciones, deseos, anhelos; tiene un carácter proyectador, en el sentido en que
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impulsan los fines con sus respectivos medios de realización. En este contexto los
valores, incluida la valoración, los juicios de valor, se integran como el eslabón que
media el tránsito del devenir ser al deber-ser, del presente al futuro.
Como al hombre no sólo le preocupa qué son las cosas, cuál es su esencia
(conocimiento), sino ante todo, para qué le sirven, qué necesidades satisfacen o
qué le falta para realizarlas (valor, valoración, juicios valorativos) en la
aprehensión práctico-espiritual de la realidad, la dimensión valorativa de su
actividad cumple una función orientadora-reguladora en la realización de su ser
esencial. Los valores y la valoración humana, al ser desprendimiento de la praxis
misma, le imprimen vialidad, (vitalidad) energía creadora, imaginación para
superarse a sí mismo y transitar a nuevos peldaños de realización. No es lo mismo
conocer una necesidad, la carencia de algo, que esforzarse por darle realidad
efectiva, por convertir el en sí, en para sí, e integrarlo al devenir humano en
formas nuevas y superiores de realización. Por eso el componente cognoscitivo de
la actividad humana se completa y hace realidad efectiva, en estrecha interacción
con el componente valorativo.
Conocer la realidad, hacerla objeto y valorarla, que es al mismo tiempo, evaluarla,
superarla e integrarla en función de las necesidades e intereses del hombre y la
sociedad, comporta realizar el ser esencial del hombre, en tanto sujeto. Es
identificar su naturaleza humana, en esencia social, e integrarla al cuerpo de la
cultura como contenido y medida de su desarrollo. En esta misma dirección de
análisis, elucidación y discernimiento del valor, como concepto sociocultural, como
concepto psicológico y como concepto lógico-gnoseológico, se integra en su
expresión sintética a la concepción del mundo y, por consiguiente, como una
totalidad sistémica inserta en la subjetividad humana. La dimensión axiológica de
la actividad humana concedida como valor y valoración, y como proceso y
resultado, en tanto momento esencial del devenir humano, deviene atributo
calificador de la subjetividad humana, como lo son también los momentos
gnoseológicos, prácticos y comunicativos de la actividad humana.
Sin embargo, en el discurso filosófico en torno a la subjetividad humana existen
diversos estilos y modos de expresión del problema, en correspondencia con la
concepción del mundo, el sentido de la vida, misión y oficio del hombre que
reflexiona sobre la realidad, las circunstancias sociales en que desarrolla su
pensamiento y acción y otras mediaciones y condicionantes; pues como se dijo
anteriormente, existen múltiples discursos que privilegian o enfatizan más el
aspecto gnoseológico, otros el axiológico-valorativo, etc. Esto no significa que se
soslayen de modo absoluto los otros momentos, pero se da primacía a uno
específico.