1. ¡Eres Libre! ¿Qué Haces Cautivo?
¡Libertad! Qué grande es ¡Y qué precio
tan grande se paga para obtenerla! Bolívar pagó
un alto precio, Lincoln también, Cristo aun más,
incomparable el precio que Él pagó por tu
libertad. El prisionero piensa en ser libre de una
celda, el obrero de un jefe gruñón y el conyugue
mal casado anhela ser libre de ese yugo de
esclavitud... Pero la privación de libertad más
fuerte la da el pecado, sus cadenas parecen
irrompibles, su prisión parece inviolable, pero
Cristo con su muerte en la cruz y su sangre
derramada, abrió la puerta y te anuncia que hay
libertad del pecado para ti. Entonces ¿Qué haces
cautivo? ¿Te atrae la celda? ¿Menosprecias la
Libertad o no crees al Libertador? Te daré una
ilustración de esto con algo que conocí en mi
camino… En el nido del cóndor, en los andes
venezolanos está Chía, un Cóndor hembra,
adulto y de plumaje hermoso, ojos rojos y con
collar blanco que le da un toque de majestad.
Mide casi un metro de altura y sus alas abiertas
quizá alcanzan los dos metros. Pero lo triste es
que Chía está confinada en una jaula donde come
carroña y duerme con dos buitres más.
Los investigadores que cuidan de ella colocaron un transmisor en su ala derecha, abrieron
la jaula y le dieron plena libertad. Un cóndor puede alcanzar hasta 10 mil metros sobre el nivel
del mar, y así hizo Chía al emprender vuelo en los fríos pasajes de las cordilleras.
¡Pero nuestra mayor sorpresa fue que al día siguiente Chía amaneció dentro de la jaula
otra vez! Había sentido hambre y regresó por su cuenta para disfrutar de sus platos de carne
descompuesta que allí le servían. En varias ocasiones hemos intentado libertarla, pero Chía
vuelve. Fue decretada libre pero está cautiva porque quiere.
Leo en mi Biblia que “todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (Juan 8:34).
Las carroñas de este mundo guardan a uno en la jaula, por decirlo así. El apóstol Juan escribió:
“Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria
de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:16).
Pero también leo: “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36).
No pudimos hacer más que ofrecer la libertad a Chía; no éramos capaces de hacerla una realidad
para ella. Pero el Señor Jesucristo no solamente pasó por la muerte del Calvario para salvar al
2. pecador, sino resucitó y ascendió al cielo para dar una vida nueva a quien crea en él. Le hace hijo
de Dios con nuevos apetitos, nuevos horizontes y nuevas esperanzas eternas.
Debo aclararle que no basta con abrir un boquete en techo de la jaula a un ave tan grande
como Chía, pues debido a su tamaño y peso, se le dificulta subir hasta allí. Hay que abrirle la
puerta y dejar que dé unos pasos a contraviento para que alce su vuelo. Cristo abrió la puerta
para darle libertad a usted; mejor, ¡Él es la puerta! “Yo soy la puerta”, dijo, “el que por mí
entrare será salvo, y entrará y saldrá y hallará pastos” (Juan 10:9). Contraviento habrá,
porque ni el diablo ni los enemigos de la cruz quieren que usted sea salvo, pero sea como esta
ave: mientras más fuerte el viento más alto alza vuelo.
¿Por qué comer carroña? ¿Por qué limitarse a una jaula con buitres igualmente
hambrientos? La libertad verdadera no es hacer lo que quiera, sino dejar que Cristo le salve del
poder del pecado y vivir sujeto a la voluntad de él. El fin no será una altura de 10 mil metros sino
el cielo eterno con su Salvador.
M.V. Marcos Tulio Sequera
Panamá.