la revelacion de jesucristo, estudio del libro Apocalipsis
TRATADO "EL MAESTRO SILENCIOSO". LA MUCHACHA DEL VESTIDO AMARILLO.No. 189.
1. La muchacha del vestido amarillo
Matilde oyó el evangelio en los días
tempranos de su vida. Sin embargo, en su
adolescencia, le pareció mejor vivir lejos de Dios y
haciendo su propia voluntad en el pecado. Conoció
a un joven del mundo del delito y la droga y se
unió conyugalmente a él. Así empezó para ella la
vida de drogadicta, trabajando, primero, para
mantener el vicio y, hurtando, después. Más tarde,
cuando ya no tenía fuerzas para trabajar o robar,
comenzó a mendigar por las calles de la ciudad.
Matilde, convertida en una escoria social
y, además, llenando de vergüenza a sus familiares,
se podría haber dicho acerca de ella que ya no tenía
remedio. Realmente, como se describe en la carta
a los efesios, Matilde iba “siguiendo la corriente
de este mundo, conforme al príncipe de la potestad
del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de
desobediencia… haciendo la voluntad de la carne y
de los pensamientos” (Ef. 2:2,3), pero, como en
esta misma porción citada dice, “Dios… es rico en
misericordia” y habla de “su gran amor con que
nos amó” (Ef. 2:4), sí, Dios usó con Matilde los
muchos caminos de su gracia para salvarla y
transformarla en una ciudadana del cielo y en un testimonio viviente del poder de Dios para
salvar y transformar al peor de los peores.
Así, un día Matilde salió por las calles a mendigar y, al pasar frente a un gran espejo de
una casa comercial, se fijó en una muchacha de aspecto cadavérico que llevaba un vestido
amarillo. Aparte de asombrarse del terrible aspecto de tan mísera mujer, le pareció que nunca en
la vida la había visto. De pronto, se miró a sí misma y descubrió, con terror, que esa muchacha
era ella misma frente al espejo. Fue tan grande la impresión causada por su propia imagen, que
quedó sin fuerzas para mantenerse en pie y cayó al suelo llorando amargamente su miseria
moral, espiritual y física. Matilde no tomó allí una decisión a favor de su alma, pero el espejo la
dejó convencida de su terrible miseria. Dios, sin duda, estaba obrando en ella y algo de mucho
valor quedó de ese episodio.
Más tarde, en la casita de Matilde aparecieron unos malhechores. Eran enemigos de su
compañero de vida y venían a matarlo. Ella se lanzó barranco abajo (llevando a una de sus
pequeñas niñas) para salvar su vida. Pronto, desde la parte baja del cerro, ella pudo oír la
balacera. Sin duda, estaban acribillando a su hombre. “Si te apuras – le dijo un vecino -- todavía
lo podrás ver vivo”. Si, efectivamente, el hombre agonizaba bañado en sangre y convertido en un
2. colador humano. Así lo vio morir, y sin que nadie le quisiera dar ayuda para trasladarlo a un
hospital.
Días antes, el hombre recién asesinado le había impedido dejar la droga y, ahora, ese
hombre que yacía inerte le estaba mostrando el rostro más terrible de la muerte. Pensó en su
alma, en el riesgo de su propia muerte, en la eternidad. Pensó en Cristo, aquel que, como muy
bien ella sabía, había dado su vida en la dura cruz por salvar al pecado. Reconoció que, habiendo
caminado por los laberintos de la vida, sólo había encontrado dolor y frustración, pero que,
ahora, miraba a Cristo y podía reconocer en Él el único camino que llevaba al cielo y que
aseguraba un transitar feliz aquí. Entonces, Matilde, la muchacha del vestido amarillo, no esperó
más. Aceptó a Cristo de todo corazón y todo para ella cambió.
Matilde es ahora miembro de una sana congregación evangélica en Valera. Camina
fielmente en los caminos del Señor y está felizmente casada y criando sus hijos con la ayuda de
su Dios. Preguntamos: ¿El Dios que obra para la salvación de Matilde, no podrá hacerlo con
usted? Y, si Matilde se refugió en ese Cristo tan fiel y compasivo, ¿no podrá hacerlo usted?
Lic. Gelson Villegas.