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LA EDAD MEDIA
       Se trata de un período muy extenso (aproximadamente mil años) en el que la
condición de la mujer no sólo no mejora sino que conoce un importante retroceso. No
obstante, es difícil hacer generalizaciones por dos razones fundamentales: por un lado es
evidente que su situación variaba dependiendo del estamento al que perteneciera
(nobleza o estado llano), y por otro porque su condición era muy diferente según el
lugar geográfico y la época de que nos ocupemos, pues, lógicamente, hubo una
evolución a lo largo de tan extenso período.


Misoginias
Sin embargo, hay un hecho que permanece invariable: el sentimiento misógino. Esto es,
el odio o aborrecimiento de la mujer. Y esto es así porque la Edad Media acepta las
ideas antifemeninas de la Antigüedad que habían formulado filósofos tan importantes
como Aristóteles, y las aumenta con las aportaciones de la Biblia (libro del Génesis), de
los Padres de la Iglesia y de los clérigos en general.
En el libro del Génesis se dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza,
dándole el dominio sobre la Tierra y sus criaturas. Dios es masculino y su más
importante creación es masculina, de lo que se sigue la primacía y el lugar central del
hombre en el Universo, dejando claro que las mujeres juegan un lugar subordinado. El
relato cuenta también cómo la mujer, a la que posteriormente Adán llamó Eva fue
desobediente y sucumbió a la tentación, cuyo resultado fue la expulsión de ambos del
Paraíso. De esta manera, a lo largo de la historia del Cristianismo el relato del Génesis
ha proporcionado a los hombres argumentos para limitar y restringir la libertad de las
mujeres, haciéndolas responsables de todas las desgracias sufridas por la Humanidad.
                                                                           Por esta razón
                                                                           el          arte
                                                                           occidental ha
                                                                           dedicado una
                                                                                   especial
                                                                           atención       a
                                                                           ilustrar      el
                                                                           relato bíblico.
                                                                           Desde aquel
                                                                                 momento
                                                                           (Fig.1) en que
                                                                           Dios hizo caer
                                                                           a Adán en un
                                                                                 profundo
                                                                           sueño       para
                                                                           sacar a la
                                                                           primera mujer
                                                                           de           sus
                                                                           costillas, hasta
                                                                           aquel       otro
(Fig. 2) en que se nos narra la tentación de Eva por la serpiente y la posterior expulsión
del Paraíso. En relación con el primero ha de notarse que Eva sólo es creada después de
que Dios no encontrase una



                                                                                         2
ayuda
                                                                             proporcionada
                                                                           entre “todas las
                                                                           bestias       del
                                                                           campo y todas
                                                                           las aves del
                                                                           cielo”, pero es
                                                                           que      además
                                                                           Eva es creada
                                                                           como          un
                                                                                     simple
                                                                           apéndice       de
                                                                           Adán,       para
                                                                           servirle       de
                                                                           ayuda, lo que
                                                                           confirma       su
                                                                                   posición
                                                                               subordinada.
                                                                           Por lo que hace
al segundo hay que advertir que al identificarse a Eva como tentadora de Adán, a quien
ofrece el fruto prohibido, pasa a jugar el mismo papel que la serpiente, personificación
del mal. En el arte esta identificación se realiza de forma visual: esto es, la serpiente se
nos muestra con la parte superior de mujer, y la inferior, de serpiente. De este modo, la
identificación de la mujer con el mal es clara.
Esta idea de la mujer se ha mantenido vigente hasta prácticamente nuestros días, pero
fue sobre todo a lo largo de la Edad Media cuando encontró su más terrible expresión.




                                                                                          3
Dos imágenes nos pueden bastar para ponerlo de manifiesto. Con la primera (Fig. 3) se
trataría de demostrar el carácter violento de las mujeres en una escena en que una de
ellas golpea a un hombre sirviéndose de un objeto de utilización casi exclusivamente
femenina, la rueca, que se utilizaba para hilar. En la segunda (Fig. 4) se alude a la
pretendida tiranía del sexo femenino mediante la leyenda de Filis, esposa o amante de
Alejandro Magno que, supuestamente, sedujo y humilló a su maestro, Aristóteles, a
quien no dudó en azotar, al tiempo que lo utilizaba como montura. Todo ello sucede
ante la presencia de dos hombres que ríen la desgracia del filósofo quien, por cierto, no
tenía muy buena opinión sobre las mujeres.




Matrimonio y maternidad
Para la mujer el matrimonio significaba, en primer lugar, un cambio de familia, puesto
que dejaba la casa paterna para ir a vivir a la de su marido. Y en segundo lugar, el paso
del dominio del padre a la subordinación de este último. Por supuesto, no era libre para
decidir si quería casarse o no, responsabilidad que recaía en su padre o tutor. Una vez
casada, las obligaciones fundamentales de la mujer eran tres: honrar a los suegros como
a sus padres, amar al marido, y la maternidad.
Para ilustrar lo que decimos hemos elegido dos imágenes en las que se representa el rito
del matrimonio. En la primera (Fig. 5) nos aparece, en el centro, el Vizconde de Beziers
entregando a su hija, Ermengarda, al Conde de Rosellón. El padre cede la tutela de su
hija y procede a la unión de las manos de los cónyuges, aclarándonos que se trata de una
entrega en la que la mujer tiene bien poco que decir. A la izquierda, la madre de la
muchacha contempla la escena.



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De más complicada interpretación es la tabla flamenca denominada el Matrimonio
Arnolfini (Fig 6). En ella se muestran los esponsales entre Giovanni Arnolfini y su




prometida Giovanna Cenami, escena que está teniendo lugar en la cámara nupcial. Y
aunque a simple vista pude parecer una escena costumbrista, el cuadro está cargado de
religiosidad y de simbolismo. El esposo levanta la mano derecha en señal de juramento,
y con la izquierda toma la de su esposa como prueba de afecto. La lámpara metálica que
cuelga de techo sólo mantiene una vela encendida, luz que se interpreta como símbolo
de Cristo, que se utilizaba cuando se hacía juramento matrimonial.


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El perrillo que aparece en primer término es símbolo de fidelidad matrimonial. Las
frutas que están junto a la ventana aluden a la pureza del hombre antes de la caída, igual
a la del sacramento del matrimonio. Lo mismo que el espejo que aparece al fondo,
objeto sagrado imagen de la pureza misma. Símbolos de fertilidad son tanto el vientre
abultado de la mujer como la talla de madera que aparece sobre la cabecera de la cama,
imagen de Santa Margarita, patrona y protectora de los nacimientos. En el suelo
aparecen dos zuecos de madera y los esposos se nos representan descalzos, como
símbolo de lo sagrado del acto. Finalmente, el espejo que aparece al fondo no sólo sirve
como recurso para que sepamos cómo es la habitación, sino para representar a dos
personas que están ante los esposos, y que funcionarían como testigos en una época en
que no era necesaria la participación de un sacerdote en este tipo de ceremonias.
Del simbolismo de esta imagen se deduce también que una de las obligaciones más
importantes de la mujer casada era la maternidad, porque el objetivo fundamental del
matrimonio era perpetuar la especie, y la importancia que se le daba era tal que la
esterilidad llegaba a considerarse un mal terrible y una de las pocas razones que hacían
posible la ruptura de una pareja.
Por esta razón no son raras las imágenes medievales en las que se representa la
maternidad. En el Libro de Horas del Duque de Berry (Fig. 7)




–libro de uso privado muy bien ilustrado por miniaturistas- nos encontramos con una
mujer que, pese a su avanzado embarazo, sigue entregada a las faenas agrícolas, en este
caso la recolección de la uva que se realiza en el mes de septiembre. Esto nos indica
que, para las mujeres del pueblo, la maternidad revestía una especial dureza, dado que
ni siquiera en los últimos meses de gestación podían abandonar las ocupaciones más
penosas. Caso bien diferente (Fig. 8) era el de las damas de las aristocracia, como deja
bien claro otra miniatura con escena de parto en la que la madre descansa mientras es
atendida por una criada, en tanto que otras dos se hacen cargo del recién nacido.



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En cualquier caso, el parto era siempre un momento temible, fruto del castigo especial
de Dios Eva por su pecado en el Paraíso. Peor que la pena impuesta al hombre, puesto
que la mujer sobrellevaba la carga de ambos castigos, el trabajo sin fin y los dolores del
parto. Una idea del enorme sufrimiento que el parto comportaba nos lo da una miniatura
del siglo XIV (Fig. 9) en el que vemos a tres mujeres ocupadas en un parto con cesárea,
en el que una cirujana y dos asistentes extraen de la madre a una criatura de cabellos
rubios. Nótese que, pese a la serenidad de la escena, los dedos de las manos de la




parturienta, crispados sobre la sabana señalan el dolor de la operación. Esto es lo que
parece indicar la imagen, pero sabemos que, en realidad, la operación se ejecutaba




siempre en la mujer muerta.
En relación con esta última imagen hay que decir que el oficio de comadrona era
exclusivamente femenino, y las mujeres tenían que prestar asistencia médica y de


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primeros auxilios en sus propios hogares. Sin embargo, si una mujer deseaba ejercer la
medicina o, simplemente, administrar sencillas prácticas curativas fuera del ámbito
doméstico, se veía expuesta a censura social y legal; y, peor aún, podían acusarla de
brujería.

Mujer trabajadora
a) Tareas domésticas
Durante la edad Media la mujer desempeñó un papel muy importante en la actividad
productiva. Por lo pronto, en lo que se consideraba como su papel natural: el cuidado de
la familia a la que pertenece por nacimiento, matrimonio o servidumbre. Y, una vez
más, las imágenes vienen en nuestra ayuda para proporcionarnos toda una serie de las
más variada ocupaciones, que van desde la limpieza de las dependencias domésticas
(Fig. 10), el arreglo de las camas (Fig. 11) y la preparación de la comida (Figs. 12 y 13).
Por lo que se refiere a esta última ocupación, el detallismo de las imágenes nos pone de
manifiesto que se trataba de una actividad casi exclusivamente femenina, tanto si se
ejercía en un ambiente doméstico propio, como si se realizaba en calidad




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9
d
e sirvienta para una familia de clase alta, como nos aclara la última de las imágenes
aportadas, donde la elevada condición social de los dueños de la casa, o más bien
mansión, nos viene sugerida por la amplitud del espacio en el que se encuentran, la
riqueza del mobiliario y la suntuosidad de la indumentaria del caballero que se calienta
en la chimenea.



b) Hilar y tejer
Pero la actividad laboral más estrechamente relacionada con la condición femenina era
la que tenía que ver con la elaboración del tejido, tanto si con ella se pretendía solventar
el abastecimiento de las necesidades domésticas, como si se trabajaba para un mercado
más amplio. Unas veces nos aparecen mujeres solas (Fig. 14) entregadas a la labor del
hilado con la rueca debajo del brazo izquierdo y con la mano derecha tensando el hilo
en postura de una exquisita elegancia; en otras ocasiones (Fig. 15) se nos muestra junto
a la rueda de hilar, que, por cierto, se introdujo desde la India en los siglos XIII o XIV,
mejorando la producción de hilo y la costura de la ropa, llegando a convertirse en una
máquina común en el hogar. Tampoco son raros (Fig. 16) los grupos de 3 mujeres en los
que se documentan las tareas de hilado, tejido y cardado de la materia textil.




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11
c) Faenas agrícolas
Pese a todo, es en el campo donde la actividad laboral ocupa el mayor número de
mujeres. Primero en tareas en el interior de la casa, que iban desde la producción láctea
y ganadera, cuidado del huerto, fabricación de pan y cerveza, hasta la producción de
vestidos y sábanas. En relación a las tareas del campo podemos afirmar que el arado y la
siembra eran tareas reservadas al sexo masculino, pero la cosecha del grano, la siega del
heno y la recolección de la vid eran trabajos que se compartían. Parece que eran
mayoritariamente femeninas las de esquilar las ovejas, así como remover y escardar la
tierra del huerto.
Por lo que nos muestran las imágenes, una de las ocupaciones más frecuentes era la que
tenía que ver con el cuidado del ganado, con su ordeño y con la comercialización de los
productos lácteos, la leche, la mantequilla y el queso. Por esta razón, la escena (Fig. 17)
que más se repite es aquella en que la mujer, agarra con su mano derecha una de las
ubres de la vaca, en tanto sostiene con la izquierda el recipiente en el que se va
vertiendo la leche. El artista que pinta esta imagen, con trazo simple y sumario, nos
proporciona datos tan anecdóticos como la caricia que el animal dirige a su
cría.




                                                                                        12
Más contenido narrativo poseen aquellas otras (Fig. 18) en que la mujer, aparte




de ordeñar la vaca, y batir la nata para elaborar la mantequilla, nos muestran (Fig. 19) la
división del trabajo que se podía establecer en la granja, donde las



                                                                                        13
mujeres se dedicaban a las tareas referidas, en tanto los hombres se ocupaban de sacar a
pastar el ganado lanar. Por último, una muestra muy completa (Fig. 20) de la variedad
del trabajo femenino nos la ofrece un Libro de Horas en el




que se recogen las labores propias de cada mes del año, en la que la mujer no sólo ayuda


                                                                                     14
en la tarea del sacrificio del cerdo sino que se ocupa de amasar el pan y de preparar la
lumbre del horno para su cocción.
Pero era el sector agrícola el que mayor número de mujeres ocupaba. Solía ser un
trabajo estacional cuya demanda aumentó debido a la intensificación del cultivo del
grano, de las llamadas “plantas comerciales”, como el lino y el glasto (planta de la que
se obtiene un color parecido al añil), y, sobre todo, el aumento de la producción
agrícola.
Lo cierto es que el número de las representaciones artísticas de esta actividad resulta
abrumador por su número y belleza. Pero por razones de espacio nos vamos a detener
sólo en tres de ellas. En la primera (Fig. 21) –que muestra la historia bíblica de Ruth- se
nos ilustra el trabajo de la mujer en el campo y nos es posible observar un detalle muy
significativo: en tanto los hombres utilizan aperos de labranza, la mujer, con sus propias
manos, recoge las espigas que olvidan los segadores y las juntan formando gavillas.
Otras veces comprobamos cómo su actividad no siempre es subordinada. Es lo que
podemos observar en una imagen (Fig. 22) del siglo XIII dividida en dos registros: en el
superior, las mujeres siegan y recogen, y en el inferior, rastrillan, siembran y almacenan
la mies.




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Por lo
                                                                                 que se
                                                                                  refiere
                                                                                 a las
                                                                                  mujere
                                                                                 s de la
                                                                                 aristocr
                                                                                     acia
                                                                                     que
                                                                                  vivían
                                                                                 en el
                                                                                  medio
                                                                                   rural,
                                                                                      hay
                                                                                     que
                                                                                  desterr
ar la idea de que todas llevaban una vida ociosa. Con frecuencia eran magníficas
administradoras, capacitadas y responsables, que tenían que enfrentarse a los problemas
que planteaban los señoríos. Al encontrarse sus maridos ausentes, en la guerra, la
continuidad de los dominios feudales recaía sobre los hombros femeninos. A veces las
tareas no pasaban de dar instrucciones a la servidumbre (Fig. 23), pero en ocasiones
debían defender el castillo y sus tierras de cualquier agresión (Fig. 24), algo muy
probable en cuanto llegaba a los oídos de los señores de los alrededores que la dama del
castillo se encontraba sola.




                                                                                      16
d) Artesanía
La gran mayoría de las mujeres que ejercían algún tipo de actividad en las ciudades, se
ocupaban en talleres artesanos. Los artesanos encargados de la confección de vestidos y
de productos de lujo solían constituirse en gremios que admitían a mujeres en calidad de
aprendices, oficiales o maestros artesanos. Otro sector con una acusada presencia
femenina fue la industria de víveres, como las tahonas con sus diversos productos (pan,
pasteles, tortas o pastas), las carnicerías, las pescaderías, las almazaras, los víveres y las
fábricas de cerveza. Lo que está fuera de duda es que el sueldo de estas mujeres era
sensiblemente inferior al de los hombres.
La panadería fue, posiblemente, el oficio donde encontramos una mayor presencia
femenina, lo que sin duda viene explicado por el hecho de que en la Baja Edad Media
las ciudades conocieron un aumento importante de la población, a la que había que
abastecer. Ello explica la relativa abundancia de imágenes (Fig. 25) en las que las
                                                                                       mujeres
                                                                                     aparecen
                                                                              dedicadas       a
                                                                              esta actividad.
                                                                              Tampoco son
                                                                              raras         las
                                                                              escenas en que
                                                                              las     mujeres,
                                                                              bien solas o
                                                                                 acompañadas
                                                                              por          sus
                                                                              maridos        se
                                                                              dedican a la
                                                                              venta          de
                                                                              pescado. En la
                                                                                           que
                                                                                  presentamos
                                                                              (Fig. 26) la
                                                                                        esposa
acompaña a su marido en la pescadería, en cuyo mostrador se expone el producto
fresco, mientras en primer término se alinean los toneles con el pescado en salazón.




                                                                                            17
Con alguna frecuencia encontramos imágenes que, en cierto modo, se pueden
considerar derivación de las labores de hilado y tejido de las mujeres, esto es, en su
profesión de sastras. En unas ocasiones las encontramos en la tarea
de




ensamblar las piezas que componen el vestido (Fig. 27) y en otras (Fig. 28) nos
muestran la elaboración del patrón sobre el que se van a calcar las partes que




                                                                                   18
componen la prenda. Por último, y aunque menos frecuentes, son de gran interés
aquellas imágenes en las que la mujer colabora con su padre o marido en la atención al
negocio    familiar.   En      ocasiones   (Fig.    29)    esta   colaboración     no




se limita a la de simple ayudante sino que consiste en un trabajo tan esencial como la


                                                                                   19
preparación de medicamentos. Tampoco podían faltar mujeres en los negocios de
joyería (Fig. 30), como nos muestra una miniatura francesa del




siglo XV donde podemos contemplar las estanterías de la tienda llenas de bandejas,
joyas y objetos costosos, al hombre que está detrás del mostrador atendiendo a una
pareja que seguramente está adquiriendo un anillo de compromiso, y a la mujer que
hace lo mismo con un caballero lujosamente vestido, al que acompaña un paje.
Hemos dejado para el final toda una serie de actividades que, aún teniendo el núcleo
urbano como lugar de realización, no son de aparición tan frecuente en la imagen
artística. Precisamente las primeras de estas imágenes se refieren a la mujer como
artista, una tarea de la que han estado tradicionalmente excluidas, entre otras razones
porque el cuidado de los niños y las responsabilidades del hogar le impedían una plena
dedicación. Por esta razón, en las imágenes que vamos a comentar podemos
preguntarnos si se trata de simples ilustraciones de un texto o guardan alguna
correspondencia con la realidad, aunque por otros testimonios de que disponemos la
segunda suposición es la más probable. De enorme interés son aquellas en las que la
mujer aparece pintando un autorretrato (Fig. 31) con el pincel en la mano derecha, el
espejo en la izquierda y, un poco más, allá la mesa en la que prepara los pigmentos.




                                                                                    20
Curiosamente, no son raras aquellas otras en las que la mujer artista se nos muestra
pintando a la Virgen con el Niño (Fig. 32 y 33), con la particularidad de que en la
última de ellas presenciamos el hecho, insólito para la época, de contar con un hombre
como ayudante. Dentro de este campo es muy curiosa por su rareza aquella otra (Fig.
34) en la que la artista, con gran dedicación, esculpe a una bella joven sobre una lauda o
losa sepulcral.




                                                                                       21
También disponemos de ejemplos en los que aparecen dedicadas a la actividad literaria,
por más que en la Edad Media las mujeres tuvieran pocas oportunidades de hacerse


                                                                                   22
célebres por su dedicación a la escritura. Y aunque en las ciudades había colegios para
niños a los que, a veces, asistían niñas, la mayoría de las mujeres eran analfabetas,
aunque las damas de la nobleza y de la alta burguesía sabían leer y escribir. El caso más
célebre es el de Christine de Pisan (Fig. 35), considerada la primera escritora
profesional que hubo en Francia. Nacida en 1363, se casó a los 15 años y, tras enviudar
a los 25, se dedicó a escribir poesías, alegorías y composiciones épicas para mantener a
sus tres hijos y a su madre.
                                                                            Por último,
                                                                            habría que
                                                                            referirse    a
                                                                                     labor
                                                                            realizada por
                                                                                  aquellas
                                                                            mujeres que
                                                                               entregaban
                                                                            su vida al
                                                                            servicio de
                                                                            la religión.
                                                                            Por         lo
                                                                            general eran
                                                                            mujeres de
                                                                            las     clases
                                                                            altas las que
                                                                            dedicaban su
                                                                            vida        al
                                                                                convento,
                                                                            bien porque
su padre no encontraba marido adecuado para ella o porque no tenían suficiente dote
                                                                         para casarlas.
                                                                         En cualquier
                                                                         caso, en la vida
                                                                               conventual
                                                                                   podían
                                                                         encontrar una
                                                                         salida a sus
                                                                              inquietudes
                                                                         intelectuales o
                                                                         a sus deseos de
                                                                         no depender de
                                                                         un         varón.
                                                                         Muchas y muy
                                                                         variadas eran
                                                                         las actividades
                                                                         que       podían
                                                                         desarrollar las
                                                                         esposas        de
                                                                         Cristo,      pero
                                                                         una de las más
destacadas era la dedicada al cuidado de los enfermos (Fig. 36). En cambio, de más
dudosa interpretación es aquella otra (Fig. 37) en que la hermana prepara una poción


                                                                                       23
para el enfermo que se encuentra al fondo siguiendo las instrucciones de un libro, al
tiempo que es asistida por una sirvienta que se acerca con una bandeja.




                                                                                  24
PARA SABER MÁS
Duby, G., y Perrot, M., Historia de las mujeres. La Edad Media, Taurus, Madrid, 1992.
Duby, G., El caballero, la mujer y el cura. El matrimonio en la Francia feudal, Taurus,
Madrid, 1999.
Fuente, M. J., y Fuente, P., Las mujeres en la Antigüedad y la Edad Media, Anaya,
1995.
Nuñez Rodríguez, M., Casa, calle, convento. Iconografía de la mujer bajomedieval,
Universidad de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela, 1997.
Pernoud, R., La mujer en el tiempo de las catedrales, Editorial Andrés Bello, Santiago
de Chile, 1999.
VV.AA., La imagen de la mujer en el arte español, Seminario de Estudios de la Mujer
de la Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, 1990.
Wade Labarge, M., La mujer en la Edad Media, Nerea, Madrid, 1989.


Trabajo realizado por

                Pedro Mañas Navarro
                         y
                  José Raya Téllez

Sevilla
Andalucía
España




                                                                                    25

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La imagen de la mujer en la edad media

  • 1. 1
  • 2. LA EDAD MEDIA Se trata de un período muy extenso (aproximadamente mil años) en el que la condición de la mujer no sólo no mejora sino que conoce un importante retroceso. No obstante, es difícil hacer generalizaciones por dos razones fundamentales: por un lado es evidente que su situación variaba dependiendo del estamento al que perteneciera (nobleza o estado llano), y por otro porque su condición era muy diferente según el lugar geográfico y la época de que nos ocupemos, pues, lógicamente, hubo una evolución a lo largo de tan extenso período. Misoginias Sin embargo, hay un hecho que permanece invariable: el sentimiento misógino. Esto es, el odio o aborrecimiento de la mujer. Y esto es así porque la Edad Media acepta las ideas antifemeninas de la Antigüedad que habían formulado filósofos tan importantes como Aristóteles, y las aumenta con las aportaciones de la Biblia (libro del Génesis), de los Padres de la Iglesia y de los clérigos en general. En el libro del Génesis se dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, dándole el dominio sobre la Tierra y sus criaturas. Dios es masculino y su más importante creación es masculina, de lo que se sigue la primacía y el lugar central del hombre en el Universo, dejando claro que las mujeres juegan un lugar subordinado. El relato cuenta también cómo la mujer, a la que posteriormente Adán llamó Eva fue desobediente y sucumbió a la tentación, cuyo resultado fue la expulsión de ambos del Paraíso. De esta manera, a lo largo de la historia del Cristianismo el relato del Génesis ha proporcionado a los hombres argumentos para limitar y restringir la libertad de las mujeres, haciéndolas responsables de todas las desgracias sufridas por la Humanidad. Por esta razón el arte occidental ha dedicado una especial atención a ilustrar el relato bíblico. Desde aquel momento (Fig.1) en que Dios hizo caer a Adán en un profundo sueño para sacar a la primera mujer de sus costillas, hasta aquel otro (Fig. 2) en que se nos narra la tentación de Eva por la serpiente y la posterior expulsión del Paraíso. En relación con el primero ha de notarse que Eva sólo es creada después de que Dios no encontrase una 2
  • 3. ayuda proporcionada entre “todas las bestias del campo y todas las aves del cielo”, pero es que además Eva es creada como un simple apéndice de Adán, para servirle de ayuda, lo que confirma su posición subordinada. Por lo que hace al segundo hay que advertir que al identificarse a Eva como tentadora de Adán, a quien ofrece el fruto prohibido, pasa a jugar el mismo papel que la serpiente, personificación del mal. En el arte esta identificación se realiza de forma visual: esto es, la serpiente se nos muestra con la parte superior de mujer, y la inferior, de serpiente. De este modo, la identificación de la mujer con el mal es clara. Esta idea de la mujer se ha mantenido vigente hasta prácticamente nuestros días, pero fue sobre todo a lo largo de la Edad Media cuando encontró su más terrible expresión. 3
  • 4. Dos imágenes nos pueden bastar para ponerlo de manifiesto. Con la primera (Fig. 3) se trataría de demostrar el carácter violento de las mujeres en una escena en que una de ellas golpea a un hombre sirviéndose de un objeto de utilización casi exclusivamente femenina, la rueca, que se utilizaba para hilar. En la segunda (Fig. 4) se alude a la pretendida tiranía del sexo femenino mediante la leyenda de Filis, esposa o amante de Alejandro Magno que, supuestamente, sedujo y humilló a su maestro, Aristóteles, a quien no dudó en azotar, al tiempo que lo utilizaba como montura. Todo ello sucede ante la presencia de dos hombres que ríen la desgracia del filósofo quien, por cierto, no tenía muy buena opinión sobre las mujeres. Matrimonio y maternidad Para la mujer el matrimonio significaba, en primer lugar, un cambio de familia, puesto que dejaba la casa paterna para ir a vivir a la de su marido. Y en segundo lugar, el paso del dominio del padre a la subordinación de este último. Por supuesto, no era libre para decidir si quería casarse o no, responsabilidad que recaía en su padre o tutor. Una vez casada, las obligaciones fundamentales de la mujer eran tres: honrar a los suegros como a sus padres, amar al marido, y la maternidad. Para ilustrar lo que decimos hemos elegido dos imágenes en las que se representa el rito del matrimonio. En la primera (Fig. 5) nos aparece, en el centro, el Vizconde de Beziers entregando a su hija, Ermengarda, al Conde de Rosellón. El padre cede la tutela de su hija y procede a la unión de las manos de los cónyuges, aclarándonos que se trata de una entrega en la que la mujer tiene bien poco que decir. A la izquierda, la madre de la muchacha contempla la escena. 4
  • 5. De más complicada interpretación es la tabla flamenca denominada el Matrimonio Arnolfini (Fig 6). En ella se muestran los esponsales entre Giovanni Arnolfini y su prometida Giovanna Cenami, escena que está teniendo lugar en la cámara nupcial. Y aunque a simple vista pude parecer una escena costumbrista, el cuadro está cargado de religiosidad y de simbolismo. El esposo levanta la mano derecha en señal de juramento, y con la izquierda toma la de su esposa como prueba de afecto. La lámpara metálica que cuelga de techo sólo mantiene una vela encendida, luz que se interpreta como símbolo de Cristo, que se utilizaba cuando se hacía juramento matrimonial. 5
  • 6. El perrillo que aparece en primer término es símbolo de fidelidad matrimonial. Las frutas que están junto a la ventana aluden a la pureza del hombre antes de la caída, igual a la del sacramento del matrimonio. Lo mismo que el espejo que aparece al fondo, objeto sagrado imagen de la pureza misma. Símbolos de fertilidad son tanto el vientre abultado de la mujer como la talla de madera que aparece sobre la cabecera de la cama, imagen de Santa Margarita, patrona y protectora de los nacimientos. En el suelo aparecen dos zuecos de madera y los esposos se nos representan descalzos, como símbolo de lo sagrado del acto. Finalmente, el espejo que aparece al fondo no sólo sirve como recurso para que sepamos cómo es la habitación, sino para representar a dos personas que están ante los esposos, y que funcionarían como testigos en una época en que no era necesaria la participación de un sacerdote en este tipo de ceremonias. Del simbolismo de esta imagen se deduce también que una de las obligaciones más importantes de la mujer casada era la maternidad, porque el objetivo fundamental del matrimonio era perpetuar la especie, y la importancia que se le daba era tal que la esterilidad llegaba a considerarse un mal terrible y una de las pocas razones que hacían posible la ruptura de una pareja. Por esta razón no son raras las imágenes medievales en las que se representa la maternidad. En el Libro de Horas del Duque de Berry (Fig. 7) –libro de uso privado muy bien ilustrado por miniaturistas- nos encontramos con una mujer que, pese a su avanzado embarazo, sigue entregada a las faenas agrícolas, en este caso la recolección de la uva que se realiza en el mes de septiembre. Esto nos indica que, para las mujeres del pueblo, la maternidad revestía una especial dureza, dado que ni siquiera en los últimos meses de gestación podían abandonar las ocupaciones más penosas. Caso bien diferente (Fig. 8) era el de las damas de las aristocracia, como deja bien claro otra miniatura con escena de parto en la que la madre descansa mientras es atendida por una criada, en tanto que otras dos se hacen cargo del recién nacido. 6
  • 7. En cualquier caso, el parto era siempre un momento temible, fruto del castigo especial de Dios Eva por su pecado en el Paraíso. Peor que la pena impuesta al hombre, puesto que la mujer sobrellevaba la carga de ambos castigos, el trabajo sin fin y los dolores del parto. Una idea del enorme sufrimiento que el parto comportaba nos lo da una miniatura del siglo XIV (Fig. 9) en el que vemos a tres mujeres ocupadas en un parto con cesárea, en el que una cirujana y dos asistentes extraen de la madre a una criatura de cabellos rubios. Nótese que, pese a la serenidad de la escena, los dedos de las manos de la parturienta, crispados sobre la sabana señalan el dolor de la operación. Esto es lo que parece indicar la imagen, pero sabemos que, en realidad, la operación se ejecutaba siempre en la mujer muerta. En relación con esta última imagen hay que decir que el oficio de comadrona era exclusivamente femenino, y las mujeres tenían que prestar asistencia médica y de 7
  • 8. primeros auxilios en sus propios hogares. Sin embargo, si una mujer deseaba ejercer la medicina o, simplemente, administrar sencillas prácticas curativas fuera del ámbito doméstico, se veía expuesta a censura social y legal; y, peor aún, podían acusarla de brujería. Mujer trabajadora a) Tareas domésticas Durante la edad Media la mujer desempeñó un papel muy importante en la actividad productiva. Por lo pronto, en lo que se consideraba como su papel natural: el cuidado de la familia a la que pertenece por nacimiento, matrimonio o servidumbre. Y, una vez más, las imágenes vienen en nuestra ayuda para proporcionarnos toda una serie de las más variada ocupaciones, que van desde la limpieza de las dependencias domésticas (Fig. 10), el arreglo de las camas (Fig. 11) y la preparación de la comida (Figs. 12 y 13). Por lo que se refiere a esta última ocupación, el detallismo de las imágenes nos pone de manifiesto que se trataba de una actividad casi exclusivamente femenina, tanto si se ejercía en un ambiente doméstico propio, como si se realizaba en calidad 8
  • 9. 9
  • 10. d e sirvienta para una familia de clase alta, como nos aclara la última de las imágenes aportadas, donde la elevada condición social de los dueños de la casa, o más bien mansión, nos viene sugerida por la amplitud del espacio en el que se encuentran, la riqueza del mobiliario y la suntuosidad de la indumentaria del caballero que se calienta en la chimenea. b) Hilar y tejer Pero la actividad laboral más estrechamente relacionada con la condición femenina era la que tenía que ver con la elaboración del tejido, tanto si con ella se pretendía solventar el abastecimiento de las necesidades domésticas, como si se trabajaba para un mercado más amplio. Unas veces nos aparecen mujeres solas (Fig. 14) entregadas a la labor del hilado con la rueca debajo del brazo izquierdo y con la mano derecha tensando el hilo en postura de una exquisita elegancia; en otras ocasiones (Fig. 15) se nos muestra junto a la rueda de hilar, que, por cierto, se introdujo desde la India en los siglos XIII o XIV, mejorando la producción de hilo y la costura de la ropa, llegando a convertirse en una máquina común en el hogar. Tampoco son raros (Fig. 16) los grupos de 3 mujeres en los que se documentan las tareas de hilado, tejido y cardado de la materia textil. 10
  • 11. 11
  • 12. c) Faenas agrícolas Pese a todo, es en el campo donde la actividad laboral ocupa el mayor número de mujeres. Primero en tareas en el interior de la casa, que iban desde la producción láctea y ganadera, cuidado del huerto, fabricación de pan y cerveza, hasta la producción de vestidos y sábanas. En relación a las tareas del campo podemos afirmar que el arado y la siembra eran tareas reservadas al sexo masculino, pero la cosecha del grano, la siega del heno y la recolección de la vid eran trabajos que se compartían. Parece que eran mayoritariamente femeninas las de esquilar las ovejas, así como remover y escardar la tierra del huerto. Por lo que nos muestran las imágenes, una de las ocupaciones más frecuentes era la que tenía que ver con el cuidado del ganado, con su ordeño y con la comercialización de los productos lácteos, la leche, la mantequilla y el queso. Por esta razón, la escena (Fig. 17) que más se repite es aquella en que la mujer, agarra con su mano derecha una de las ubres de la vaca, en tanto sostiene con la izquierda el recipiente en el que se va vertiendo la leche. El artista que pinta esta imagen, con trazo simple y sumario, nos proporciona datos tan anecdóticos como la caricia que el animal dirige a su cría. 12
  • 13. Más contenido narrativo poseen aquellas otras (Fig. 18) en que la mujer, aparte de ordeñar la vaca, y batir la nata para elaborar la mantequilla, nos muestran (Fig. 19) la división del trabajo que se podía establecer en la granja, donde las 13
  • 14. mujeres se dedicaban a las tareas referidas, en tanto los hombres se ocupaban de sacar a pastar el ganado lanar. Por último, una muestra muy completa (Fig. 20) de la variedad del trabajo femenino nos la ofrece un Libro de Horas en el que se recogen las labores propias de cada mes del año, en la que la mujer no sólo ayuda 14
  • 15. en la tarea del sacrificio del cerdo sino que se ocupa de amasar el pan y de preparar la lumbre del horno para su cocción. Pero era el sector agrícola el que mayor número de mujeres ocupaba. Solía ser un trabajo estacional cuya demanda aumentó debido a la intensificación del cultivo del grano, de las llamadas “plantas comerciales”, como el lino y el glasto (planta de la que se obtiene un color parecido al añil), y, sobre todo, el aumento de la producción agrícola. Lo cierto es que el número de las representaciones artísticas de esta actividad resulta abrumador por su número y belleza. Pero por razones de espacio nos vamos a detener sólo en tres de ellas. En la primera (Fig. 21) –que muestra la historia bíblica de Ruth- se nos ilustra el trabajo de la mujer en el campo y nos es posible observar un detalle muy significativo: en tanto los hombres utilizan aperos de labranza, la mujer, con sus propias manos, recoge las espigas que olvidan los segadores y las juntan formando gavillas. Otras veces comprobamos cómo su actividad no siempre es subordinada. Es lo que podemos observar en una imagen (Fig. 22) del siglo XIII dividida en dos registros: en el superior, las mujeres siegan y recogen, y en el inferior, rastrillan, siembran y almacenan la mies. 15
  • 16. Por lo que se refiere a las mujere s de la aristocr acia que vivían en el medio rural, hay que desterr ar la idea de que todas llevaban una vida ociosa. Con frecuencia eran magníficas administradoras, capacitadas y responsables, que tenían que enfrentarse a los problemas que planteaban los señoríos. Al encontrarse sus maridos ausentes, en la guerra, la continuidad de los dominios feudales recaía sobre los hombros femeninos. A veces las tareas no pasaban de dar instrucciones a la servidumbre (Fig. 23), pero en ocasiones debían defender el castillo y sus tierras de cualquier agresión (Fig. 24), algo muy probable en cuanto llegaba a los oídos de los señores de los alrededores que la dama del castillo se encontraba sola. 16
  • 17. d) Artesanía La gran mayoría de las mujeres que ejercían algún tipo de actividad en las ciudades, se ocupaban en talleres artesanos. Los artesanos encargados de la confección de vestidos y de productos de lujo solían constituirse en gremios que admitían a mujeres en calidad de aprendices, oficiales o maestros artesanos. Otro sector con una acusada presencia femenina fue la industria de víveres, como las tahonas con sus diversos productos (pan, pasteles, tortas o pastas), las carnicerías, las pescaderías, las almazaras, los víveres y las fábricas de cerveza. Lo que está fuera de duda es que el sueldo de estas mujeres era sensiblemente inferior al de los hombres. La panadería fue, posiblemente, el oficio donde encontramos una mayor presencia femenina, lo que sin duda viene explicado por el hecho de que en la Baja Edad Media las ciudades conocieron un aumento importante de la población, a la que había que abastecer. Ello explica la relativa abundancia de imágenes (Fig. 25) en las que las mujeres aparecen dedicadas a esta actividad. Tampoco son raras las escenas en que las mujeres, bien solas o acompañadas por sus maridos se dedican a la venta de pescado. En la que presentamos (Fig. 26) la esposa acompaña a su marido en la pescadería, en cuyo mostrador se expone el producto fresco, mientras en primer término se alinean los toneles con el pescado en salazón. 17
  • 18. Con alguna frecuencia encontramos imágenes que, en cierto modo, se pueden considerar derivación de las labores de hilado y tejido de las mujeres, esto es, en su profesión de sastras. En unas ocasiones las encontramos en la tarea de ensamblar las piezas que componen el vestido (Fig. 27) y en otras (Fig. 28) nos muestran la elaboración del patrón sobre el que se van a calcar las partes que 18
  • 19. componen la prenda. Por último, y aunque menos frecuentes, son de gran interés aquellas imágenes en las que la mujer colabora con su padre o marido en la atención al negocio familiar. En ocasiones (Fig. 29) esta colaboración no se limita a la de simple ayudante sino que consiste en un trabajo tan esencial como la 19
  • 20. preparación de medicamentos. Tampoco podían faltar mujeres en los negocios de joyería (Fig. 30), como nos muestra una miniatura francesa del siglo XV donde podemos contemplar las estanterías de la tienda llenas de bandejas, joyas y objetos costosos, al hombre que está detrás del mostrador atendiendo a una pareja que seguramente está adquiriendo un anillo de compromiso, y a la mujer que hace lo mismo con un caballero lujosamente vestido, al que acompaña un paje. Hemos dejado para el final toda una serie de actividades que, aún teniendo el núcleo urbano como lugar de realización, no son de aparición tan frecuente en la imagen artística. Precisamente las primeras de estas imágenes se refieren a la mujer como artista, una tarea de la que han estado tradicionalmente excluidas, entre otras razones porque el cuidado de los niños y las responsabilidades del hogar le impedían una plena dedicación. Por esta razón, en las imágenes que vamos a comentar podemos preguntarnos si se trata de simples ilustraciones de un texto o guardan alguna correspondencia con la realidad, aunque por otros testimonios de que disponemos la segunda suposición es la más probable. De enorme interés son aquellas en las que la mujer aparece pintando un autorretrato (Fig. 31) con el pincel en la mano derecha, el espejo en la izquierda y, un poco más, allá la mesa en la que prepara los pigmentos. 20
  • 21. Curiosamente, no son raras aquellas otras en las que la mujer artista se nos muestra pintando a la Virgen con el Niño (Fig. 32 y 33), con la particularidad de que en la última de ellas presenciamos el hecho, insólito para la época, de contar con un hombre como ayudante. Dentro de este campo es muy curiosa por su rareza aquella otra (Fig. 34) en la que la artista, con gran dedicación, esculpe a una bella joven sobre una lauda o losa sepulcral. 21
  • 22. También disponemos de ejemplos en los que aparecen dedicadas a la actividad literaria, por más que en la Edad Media las mujeres tuvieran pocas oportunidades de hacerse 22
  • 23. célebres por su dedicación a la escritura. Y aunque en las ciudades había colegios para niños a los que, a veces, asistían niñas, la mayoría de las mujeres eran analfabetas, aunque las damas de la nobleza y de la alta burguesía sabían leer y escribir. El caso más célebre es el de Christine de Pisan (Fig. 35), considerada la primera escritora profesional que hubo en Francia. Nacida en 1363, se casó a los 15 años y, tras enviudar a los 25, se dedicó a escribir poesías, alegorías y composiciones épicas para mantener a sus tres hijos y a su madre. Por último, habría que referirse a labor realizada por aquellas mujeres que entregaban su vida al servicio de la religión. Por lo general eran mujeres de las clases altas las que dedicaban su vida al convento, bien porque su padre no encontraba marido adecuado para ella o porque no tenían suficiente dote para casarlas. En cualquier caso, en la vida conventual podían encontrar una salida a sus inquietudes intelectuales o a sus deseos de no depender de un varón. Muchas y muy variadas eran las actividades que podían desarrollar las esposas de Cristo, pero una de las más destacadas era la dedicada al cuidado de los enfermos (Fig. 36). En cambio, de más dudosa interpretación es aquella otra (Fig. 37) en que la hermana prepara una poción 23
  • 24. para el enfermo que se encuentra al fondo siguiendo las instrucciones de un libro, al tiempo que es asistida por una sirvienta que se acerca con una bandeja. 24
  • 25. PARA SABER MÁS Duby, G., y Perrot, M., Historia de las mujeres. La Edad Media, Taurus, Madrid, 1992. Duby, G., El caballero, la mujer y el cura. El matrimonio en la Francia feudal, Taurus, Madrid, 1999. Fuente, M. J., y Fuente, P., Las mujeres en la Antigüedad y la Edad Media, Anaya, 1995. Nuñez Rodríguez, M., Casa, calle, convento. Iconografía de la mujer bajomedieval, Universidad de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela, 1997. Pernoud, R., La mujer en el tiempo de las catedrales, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1999. VV.AA., La imagen de la mujer en el arte español, Seminario de Estudios de la Mujer de la Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, 1990. Wade Labarge, M., La mujer en la Edad Media, Nerea, Madrid, 1989. Trabajo realizado por Pedro Mañas Navarro y José Raya Téllez Sevilla Andalucía España 25