2. Amaneció como siempre en la jungla. Bah!...
como siempre es una manera de decir, porque
todos los árboles, las flores y los animales
estaban pintados de todos colores. Bueno, lo
raro no es que hubiera colores porque la
jungla es de todos colores, el asunto era
cómo estaban puestos esos colores.
La Jirafa, por ejemplo, amaneció naranja con
pintitas azules, las cebras eran a rayas…
pero coloradas. El Cocodrilo era un magnífico
arco iris, el Hipopótamo parecía un gran globo
verde con manchas amarillas y el León
descubrió en el espejo que ahora era fucsia y
que su melena tenía un mechón de virulento
color celeste. Ni hablar de plantas y flores,
que si bien tenían hermosos colores ninguna ya
se parecía a lo que habían sido.
3. Todos se quedaron mirando, porque sabían
quién era el responsable de tamaña situación.
Reslicitación para repintar la selva, porque
ya le estaba haciendo falta una manito de
pintura y en el pliego se decía bien clarito: “se
deben repintar todos y cada uno de los
componentes de la selva de acuerdo a sus
colores originales”.
Clarito, clarito.
Los animales estaban reunidos comentando la
situación, cuando pasó el pintor cargando
todos sus tarros, escaleras, aparejos y
pinceles, silbando una bella canción y como en
otro mundo. Sólo como al descuido y como
pensando en otra cosa, dijo al pasar:
ulta que el Gorila había ganado una
4. -Terminé, quedó fantástico ¿no? Nunca pensé que todos
ustedes fueran de tan hermosos colores.
Todos se miraron, nadie entendió nada. Y se fueron a
sus casas, todos colorinches, a pensar en el asunto.
En la puerta de su casa, el Gorila -peinado a la gomina
y de impecable trajecito a cuadros marfil y tostado-
le puso a la Gorila una Libélula, como adorno en el
cabello, extendió desde su gruesa mano un pequeño
ramito de lilas, y con la luna como testigo le dijo por
vez número mil que la amaba.
Esa noche, el León, que miraba desde cerca entendió lo
que pasaba, y por la mañana, mientras se peinaba
para ir a contarselo a los demás animales, se sintió
orgulloso de su color fucsia y su mechón celeste. Ese
mechón celeste que le recordaba que el Gorila estaba
enamorado, y que cuando uno se enamora todo se ve de
hermosos colores.