La historia trata sobre Blanca, una niña que vive en un rancho con sus padres y cinco hermanos. A Blanca le gusta escaparse a un montecito cercano para jugar con sus tesoros guardados en una caja, incluyendo un espejo redondo que le regaló una señora. Una noche de luna llena, Blanca se da cuenta que se hizo tarde y corre a casa dejando sus cosas a medio guardar. Más tarde descubre que el espejo falta. Esa noche, varios animales encuentran objetos extraños rel
2. Blanca vivía en un rancho que parecía un
nido de hornero. Tenía el pelo muy negro
y, para los días de calor, un sombreo igual
al techo de paja del rancho. No muy lejos
estaba el montecito, cueva verde y llena
de pájaros. Allá iba Blanca al trote,
cruzando el pastizal, en las tardes de
verano.
Era el lugar ideal para jugar sin que sus
hermanos pequeños rompieran sus
tesoros. Esos que ella guardaba en una
caja desde hacía mucho.
La caja cerrada y atada con dos vueltas de
piolín era de cartón. Se la dieron en el
almacén del pueblo y ahora, adornada con
recortes que Blanca le pegó, vivía bien
escondida debajo del catre que la niña
compartía con su hermana pequeña.
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4. Eran seis hermanos y Blanca, la mayor.
Ayudaba a su madre y trajinaba con los
cinco chicos. Pero en las tardes de verano,
no había fuerza que la hiciera quedarse en
su casa. Sacaba la caja mientras todos
estaban adormilados en los catres o bajo
del naranjo y trotaba hacia el montecito.
Ya se había ocupado antes de sacar una
naranja del árbol para comérsela y
convidarles algunas tajadas a los pájaros.
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6. Allí jugaba con las muñecas pequeñísimas
que ella misma había hecho con rollos de
trapos. Iba sacando de la caja dos cunas
de latas de sardinas, vestiditos y zapatos
de papel, una cinta para el pelo, hebillas,
una tijera, un collar de colores, varias
latitas de azafrán, un libro de cuentos que
le habían regalado en la escuela, cinco
carozos de duraznos bien lustrados para
jugar a la payaba, y lo mejor de lo mejor:
su espejo.
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8. Era un espejo redondo como la luna. Se lo
había regalado una señora muy linda que
una vez se acercó a su casa porque se le
había roto el auto en medio del campo.
Espero a la sombra y Blanca le convidó
agua fresca del pozo. La señora tenía el
mismo olor de los azahares del naranjo.
Al despedirse, abrió la cartera y le regaló
el espejo. Y fue algo maravilloso.
Ella nunca había tenido un espejo. Poco
sabía de su cara. En la casa había un trozo
roto colgado muy alto, afuera, en la pared
del rancho, pero no le había hecho
demasiado caso.
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10. Ahora, en el montecito, se miraba, hacía
muecas, ataba y desataba el pelo. Jugaba
con los reflejos de sol. Lo que más les
gustaba era ponerlo entre los árboles y ver
cómo se alborotaban los pájaros.
Temblaba de solo pensar que sus
hermanos lo rompieran
Aquella tarde en el montecito Blanca hizo
hablar a las muñecas, las vistió con las
ropas de papel, se pintó los labios con
moras, leyó su cuento por vez número
cien y de pronto se dio cuenta de que
había caído la tarde y la luna llena estaba
en lo alto como un farol.
Apuradísima metió todo a medio guardar
dentro de la caja y corrió hacia la casa
donde, seguramente, la esperaban con
cara de pocos amigos.
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12. No podía dormir aquella noche tan clara.
Muy tarde, revisó silenciosamente las
cosas de la caja y vio que el espejo no
estaba. Por la ventanita alta del rancho
entraba la luna a chorros. Blanca pensó
que era como si su espejo se hubiera
instalado en el cielo. Con pisadas de gato,
salió a buscarlo por el campo.
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14. Dicen, quienes hablan con los animales,
que las noches de luna llena suelen
inquietarlos, y después se ponen a contar
cosas extrañas. Aquella noche, muy tarde
ya, se encontraron en el montecito el
burro viejo, la vaquita de San Antonio y
el tero. Todos excitados y atropellándose
por contar.
— Esta noche fue muy rara —dijo el
burro. Vi algo brillante en el pasto… ¡Y
resultó ser una tajada redonda de luna!
Ahí estaba, chata. Yo digo que es por esas
cosas que andan por los cielos y no son
pájaros, puestas por los hombres. Van a
terminar gastando la luna.
Bueno, la lamí y tenía gusto fresco y
plateado, nada del otro mundo. Siempre
había querido probar la luna.
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16. —Debe ser una noche mágica —dijo la
vaquita de San Antonio.
Yo también andaba paseando cuando de
pronto me encontré a la orilla de un mar.
¡Yo, que nunca había visto el mar! Era
plateado y me metí para cruzarlo
pensando que sería un largo viaje lleno de
aventuras. Y sin embargo pronto llegué a
la otra orilla. Después de todo, cruzar el
mar, no es para tanto.
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18. —A mí también me pasó algo extraño —
contó el tero. Encontré un charco que
parecía un plato lleno de estrellas. Me
puse a picotear no pero no logre picar
ninguna. Lástima, siempre tuve el antojo
de picotear estrellas.
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20. Arriba, el farol de la luna se despedía con
todo su esplendor.
Los animales se acomodaron aquí y allá.
Ya faltaría poco para salir a buscar el
primer alimento del día.
A lo lejos, después de buscar y buscar,
Blanca, alborozada, levantó del pasto la
tajada de luna, el mar, el plato de
estrellas.
El campito era toda luz. Al mirar el
espejo, le pareció ver un lengüetazo de
burro, las pisadas de una vaquita de San
Antonio y los picotazos de un tero.