Cuento ·"Noche de Luna Llena", de Laura Devetach. Edición realizada por alumnos de 6to. grado de la Escuela 1-076 "Pedro Molina" (San Rafael, Mendoza, Argentina), e ilustraciones de niños de 2do. y 3r. grado de la misma escuela.
Cuento 6º (2013) Agus, Gaby, Flor, Celeste, Flavia y Rosario (Compilado de cuentos)
1.
2.
3.
4.
5. Blanca vivía en un rancho que parecía un nido de hornero.
Tenía el pelo muy negro y, para los días de calor, un
sombrero igual al techo de paja del rancho. No muy lejos
estaba el montecito, cueva verde y llena de pájaros. Allá
iba Blanca al trote, cruzando el pastizal, en las tardes de
verano.
Era el lugar ideal para jugar sin que sus hermanos
pequeños rompieran sus tesoros. Esos que ella guardaba
en una caja desde hacía mucho. La caja cerrada y atada
con dos vueltas de
piolín era de cartón. Se la dieron en el almacén del pueblo
y ahora, adornada con recortes que Blanca le pegó, vivía
bien escondida debajo del catre que la niña compartía con
su hermana pequeña.
6. Eran seis hermanos y Blanca, la mayor. Ayudaba a su
madre y trajinaba con los cinco chicos. Pero en las
tardes de verano,
no había fuerza que la hiciera quedarse en su casa.
Sacaba la caja mientras todos estaban adormilados en
los catres o bajo del naranjo y trotaba hacia el
montecito. Ya se había ocupado antes de sacar una
naranja del árbol para comérsela y convidarles
algunas tajadas a los pájaros.
7. Allí jugaba con las muñecas
pequeñísimas que ella misma había
hecho con rollos de trapos. Iba sacando
de la caja dos cunas de latas de sardinas,
vestiditos y zapatos de papel, una cinta
para el pelo, hebillas, una tijera, un collar
de colores, varias latitas de azafrán, un
libro de cuentos que le habían regalado
en la escuela, cinco carozos de duraznos
bien lustrados para
jugar a la payana, y lo mejor de lo mejor:
su espejo.
8. Era un espejo redondo como la luna. Se lo había regalado
una señora muy linda que una vez se acercó a su casa
porque se le
había roto el auto en medio del campo.
Espero a la sombra y Blanca le convidó agua fresca del
pozo. La señora tenía el mismo olor de los azahares del
naranjo.
Al despedirse, abrió la cartera y le regaló el espejo. Y fue
algo maravilloso.
Ella nunca había tenido un espejo. Poco sabía de su cara. En
la casa había un trozo roto colgado muy alto, afuera, en la
pared
del rancho, pero no le había hecho demasiado caso.
9. Aquella tarde en el montecito
Blanca hizO hablar a las muñecas,
las vistió con las ropas de papel, se
pintó los labios con moras, leyó su
cuento por vez número cien y de
pronto se dio cuenta de que había
caído la tarde y la luna llena estaba
en lo alto como un farol.
Apuradísima metió todo a medio
guardar dentro de la caja y corrió
hacia la casa donde, seguramente, la
esperaban con cara de pocos amigos.
10. No podía dormir aquella
noche tan clara. Muy
tarde, revisó
Silenciosamente las cosas
de la caja y vio que el
espejo no estaba. Por la
ventanita alta del rancho
entraba la luna a chorros.
Blanca pensó que era como
si su espejo se hubiera
instalado en el cielo. Con
pisadas de gato, salió a
buscarlo por el campo.
11. Dicen, quieneshablan con losanimales, quelasnochesde
lunallenasuelen inquietarlos, y despuésseponen acontar
cosasextrañas. Aquellanoche, muy tardeya, se
encontraron en el montecito el
burro viejo, lavaquitadeSan Antonio y el tero. Todos
excitadosy atropellándosepor contar.
12. — Esta noche fue muy rara
— dijo el burro. Vi algo
brillante en el pasto … ¡Y
resultó ser una tajada
redonda de luna! Ahí
estaba, chata. Yo digo que
es por esas cosas que
Andan por los cielos y no
son pájaros, puestas por
los hombres. Van a
terminar gastando la
luna. Bueno, la lamí y
tenía gusto fresco y
plateado, nada del otro
mundo. Siempre
había querido probar la
luna.
13. — Debe ser una noche mágica — dijo
la vaquita de San Antonio. Yo
también andaba paseando cuando
de pronto me encontré a la orilla de
un mar. ¡Yo, que nunca había visto
el mar! Era plateado y me metí
para cruzarlo pensando que sería
un largo viaje lleno de aventuras.
Y sin embargo pronto llegué a la
otra orilla. Después de todo,
cruzar el
mar, no es para tanto.
14. —A mí también me pasó algo
extraño — contó el tero. Encontré
un charco que parecía un plato
lleno de estrellas. Me puse a
picotear no pero no logre picar
ninguna. Lástima, siempre tuve el
antojo de picotear estrellas.
15. Arriba, el farol de la luna se despedía con
todo su esplendor.
Los animales se acomodaron aquí y allá.
Ya faltaría poco para salir a buscar el primer
alimento del día.
A lo lejos, después de buscar y buscar, Blanca,
alborozada, levantó del pasto la tajada de luna,
el mar, el plato de estrellas.
El campito era toda luz. Al mirar el espejo, le
pareció ver un lengüetazo de burro, las pisadas
de una vaquita de San Antonio y los picotazos de
un tero.
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18. Blanca vivía en un rancho que
parecía un nido de hornero. Tenía el pelo muy negro
y, para los días de calor, un somBrero igual
al Techo de paja del rancho. no muy lejos
esTaBa el monTeciTo, cueva verde y llena
de pájaros. allá iBa Blanca al TroTe, cruzando el pasTizal, en
las Tardes de
verano. era el lugar ideal para jugar sin que sus
hermanos pequeños rompieran sus
Tesoros. esos que ella guardaBa en una
caja desde hacía mucho.
la caja cerrada y aTada con dos vuelTas de
piolín era de carTón. se la dieron en el
almacén del pueBlo y ahora, adornada con
recorTes que Blanca le pegó, vivía Bien
escondida deBajo del caTre que la niña
comparTía con su hermana pequeña.
19.
20. eran seis hermanos y Blanca, la mayor.
ayudaBa a su madre y TrajinaBa con los
cinco chicos. pero en las Tardes de verano,
no haBía fuerza que la hiciera quedarse
en
su casa. sacaBa la caja mienTras Todos
esTaBan adormilados en los caTres o Bajo
del naranjo y TroTaBa hacia el monTeciTo.
ya se haBía ocupado anTes de sacar una
naranja del árBol para comérsela y
convidarles algunas Tajadas a los
pájaros.
21. allí jugaBa con las muñecas pequeñísimas que
ella misma haBía hecho con rollos de Trapos. iBa
sacando de la caja dos cunas de laTas de
sardinas, vesTidiTos y zapaTos de papel, una
cinTa para el pelo, heBillas, una Tijera, un
collar de colores, varias laTiTas de azafrán,
un liBro de cuenTos que le haBían regalado en la
escuela, cinco carozos de duraznos Bien
lusTrados para jugar a la payana, y lo mejor
de lo mejor: su espejo.
ella nunca haBía Tenido un espejo. poco
saBía de su cara. en la casa haBía un Trozo
roTo colgado muy alTo, afuera, en la pared
del rancho, pero no le haBía hecho
demasiado caso.
22. era un espejo redondo como la luna. se lo
haBía regalado una señora muy linda que
una vez se acercó a su casa porque se le
haBía roTo el auTo en medio del campo.
espero a la somBra y Blanca le convidó
agua fresca del pozo. la señora Tenía el
mismo olor de los azahares del naranjo.
al despedirse, aBrió la carTera y le
regaló
el espejo. y fue algo maravilloso
23. Ahora, en el montecito, se miraba, hacía
muecas, ataba y desataba el pelo.
Jugaba
con los reflejos de sol. Lo que más les
gustaba era ponerlo entre los árboles y
ver
cómo se alborotaban los pájaros.
Temblaba de solo pensar que sus
hermanos lo rompieran
Aquella tarde en el montecito Blanca
hizo
hablar a las muñecas, las vistió con las
ropas de papel, se pintó los labios con
moras, leyó su cuento por vez número
cien y de pronto se dio cuenta de que
había caído la tarde y la luna llena
estaba
en lo alto como un farol.
24. ApurAdísimA metió todo A medio guArdAr dentro de lA cAjA y
corrió hAciA lA cAsA donde, segurAmente, lA esperAbAn con
cArA de pocos Amigos.
no podíA dormir AquellA noche tAn clArA.
muy tArde, revisó silenciosAmente lAs cosAs de lA cAjA y vio
que el espejo no estAbA. por lA ventAnitA AltA del rAncho
entrAbA lA lunA A chorros. blAncA pensó que erA como si su
espejo se hubierA instAlAdo en el cielo.
25. con pisAdAs de gAto,
sAlió A buscArlo por el cAmpo.
dicen, quienes hAblAn con los AnimAles,
que lAs noches de lunA llenA suelen
inquietArlos, y después se ponen A contAr
cosAs extrAñAs. AquellA noche, muy
tArde
yA, se encontrAron en el montecito el
burro viejo, lA vAquitA de sAn Antonio y
el tero. todos excitAdos y
Atropellándose
por contAr.
— estA noche fue muy rArA — dijo el
burro. vi Algo brillAnte en el pAsto … ¡y
resultó ser unA tAjAdA redondA de lunA!
Ahí estAbA, chAtA.
26. yo digo que es por esAs
cosAs que AndAn por los cielos y no son
pájAros, puestAs por los hombres. vAn A
terminAr gAstAndo lA lunA.
bueno, lA lAmí y teníA gusto fresco y
plAteAdo, nAdA del otro mundo. siempre
hAbíA querido probAr lA lunA.
— debe ser unA noche mágicA — dijo lA
vAquitA de sAn Antonio.
yo tAmbién AndAbA pAseAndo cuAndo de
pronto me encontré A lA orillA de un mAr.
¡yo, que nuncA hAbíA visto el mAr! erA
plAteAdo y me metí pArA cruzArlo
pensAndo que seríA un lArgo viAje lleno de
AventurAs. y sin embArgo pronto llegué A
lA otrA orillA. después de todo, cruzAr el
mAr, no es pArA tAnto.
27. —A mí tAmbién me pAsó Algo extrAño —
contó el tero. encontré un chArco que
pArecíA un plAto lleno de estrellAs. me
puse A picoteAr pero no logre picAr
ningunA. lástimA, siempre tuve el Antojo
de picoteAr estrellAs
ArribA, el fArol de lA lunA se despedíA con
todo su esplendor.
los AnimAles se AcomodAron Aquí y Allá.
yA fAltAríA poco pArA sAlir A buscAr el
primer Alimento del díA.
A lo lejos, después de buscAr y buscAr,
blAncA, AlborozAdA, levAntó del pAsto lA
tAjAdA de lunA, el mAr, el plAto de
estrellAs.
el cAmpito erA todA luz. Al mirAr el
espejo, le pAreció ver un lengüetAzo de
burro, lAs pisAdAs de unA vAquitA de sAn
Antonio y los picotAzos de un tero
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30. Blanca vivía en un rancho que parecía un nido de
hornero. Tenía el pelo muy negro y, para los días de
calor, un sombrero igual al techo de paja del
rancho. No muy lejos estaba el montecito, cueva
verde y llena de pájaros. Allá iba Blanca al trote,
cruzando el pastizal, en las tardes de verano.
31. Era el lugar ideal para jugar sin que sus hermanos
pequeños rompieran sus tesoros. Esos que ella guardaba
en una caja desde hacía mucho.
La caja cerrada y atada con dos vueltas de piolín era de
cartón. Se la dieron en el almacén del pueblo y ahora,
adornada con recortes que Blanca le pegó, vivía bien
escondida debajo del catre que la niña compartía con
su hermana pequeña.
32. Eran seis hermanos y Blanca, la mayor.
Ayudaba a su madre y trajinaba con los
cinco chicos. Pero en las tardes de verano,
no había fuerza que la hiciera quedarse en
su casa. Sacaba la caja mientras todos
estaban adormilados en los catres o bajo
del naranjo y trotaba hacia el montecito.
Ya se había ocupado antes de sacar una
naranja del árbol para comérsela y
convidarles algunas tajadas a los pájaros.
33. Allí jugaba con las muñecas pequeñísimas que ella misma
había hecho con rollos de trapos. Iba sacando de la
caja dos cunas de latas de sardinas, vestiditos y
zapatos de papel, una cinta para el pelo, hebillas,
una tijera, un collar de colores, varias latitas de azafrán,
un libro de cuentos que
le habían regalado en la escuela, cinco carozos de
duraznos bien lustrados para
jugar a la payana, y lo mejor de lo mejor: su espejo.
34. Era un espejo redondo como la luna. Se loEra un espejo redondo como la luna. Se lo
había regalado una señora muy linda quehabía regalado una señora muy linda que
una vez se acercó a su casa porque se leuna vez se acercó a su casa porque se le
había roto el auto en medio del campo.había roto el auto en medio del campo.
Espero a la sombra y Blanca le convidóEspero a la sombra y Blanca le convidó
agua fresca del pozo. La señora tenía elagua fresca del pozo. La señora tenía el
mismo olor de los azahares del naranjo.mismo olor de los azahares del naranjo.
Al despedirse, abrió la cartera y le regalóAl despedirse, abrió la cartera y le regaló
el espejo. Y fue algo maravilloso.el espejo. Y fue algo maravilloso.
Ella nunca había tenido un espejo. PocoElla nunca había tenido un espejo. Poco
sabía de su cara. En la casa había un trozosabía de su cara. En la casa había un trozo
roto colgado muy alto, afuera, en la paredroto colgado muy alto, afuera, en la pared
del rancho, pero no le había hechodel rancho, pero no le había hecho
demasiado caso.demasiado caso.
35. Ahora, en el montecito, se miraba, hacía muecas, ataba y
desataba el pelo. Jugaba con los reflejos del sol. Lo que
más les gustaba era ponerlo entre los árboles y ver cómo
se alborotaban los pájaros.
Temblaba de solo pensar que sus hermanos lo rompieran
Aquella tarde en el montecito Blanca hizo hablar a las
muñecas, las vistió con las
ropas de papel, se pintó los labios con moras, leyó su cuento
por vez número cien y de pronto se dio cuenta de que
había caído la tarde y la luna llena estaba en lo alto como
un farol.
Apuradísima metió todo a medio guardar dentro de la caja y
corrió hacia la casa donde, seguramente, la esperaban
con cara de pocos amigos.
36. No podía dormir aquella noche tan clara.
Muy tarde, revisó silenciosamente las
cosas de la caja y vio que el espejo no
estaba. Por la ventanita alta del rancho
entraba la luna a chorros. Blanca pensó
que era como si su espejo se hubiera
instalado en el cielo. Con pisadas de
gato, salió a buscarlo por el campo.
37. Dicen, quienes hablan con los
animales, que las noches de luna
llena suelen inquietarlos, y
después se ponen a contar cosas
extrañas. Aquella noche, muy
tarde ya, se encontraron en el
montecito el burro viejo, la
vaquita de San Antonio y
el tero. Todos excitados y
atropellándose por contar.
38. — Esta noche fue muy rara — dijo el
burro. Vi algo brillante en el pasto… ¡Y
resultó ser una tajada redonda de luna!
Ahí estaba, chata. Yo digo que es por
esas cosas que andan por los cielos y no
son pájaros, puestas por los hombres.
Van a terminar gastando la luna.
Bueno, la lamí y tenía gusto fresco y
plateado, nada del otro mundo. Siempre
había querido probar la luna.
39. — Debe ser una noche mágica — dijo
la vaquita de San Antonio.
Yo también andaba paseando cuando
de pronto me encontré a la orilla de un
mar. ¡Yo, que nunca había visto el mar!
Era plateado y me metí para cruzarlo
pensando que sería un largo viaje lleno
de aventuras. Y sin embargo pronto
llegué a la otra orilla. Después de todo,
cruzar el mar, no es para tanto.
40.
41. — A mí también me pasó algo extraño —
contó el tero. Encontré un charco que
parecía un plato lleno de estrellas. Me
puse a picotear pero no logré picar
ninguna. Lástima, siempre tuve el antojo
de picotear estrellas.
42. Arriba, el farol de la luna se
despedía con todo su esplendor.
Los animales se acomodaron
aquí y allá. Ya faltaría poco para
salir a buscar el primer alimento
del día.
43. A lo lejos, después de buscar y
buscar, Blanca, alborozada,
levantó del pasto la tajada de
luna, el mar, el plato de estrellas.
El campito era toda luz. Al mirar
el espejo, le pareció ver un
lengüetazo de burro, las pisadas
de una vaquita de San Antonio y
los picotazos de un tero.