1. El documento utiliza la metáfora de un castillo con muchas moradas para referirse al ser humano. Describe al ser humano como un edificio complejo con diferentes niveles internos que deben ser explorados.
2. Teresa de Ávila propone conocerse a uno mismo para llegar a Dios, ya que "el Padre está en lo escondido". Sugiere explorar el interior del castillo humano a través del propio conocimiento y la consideración de la grandeza de Dios.
3. La humildad es fundamental en este proceso, ya que
2. Una fortaleza labrada de diamante y delicado cristal; un alcázar con puentes
levadizos, rodeado de un foso que defiende su entrada; un palacio formado
por infinitas estancias, adornado de fuentes y jardines y laberintos. Pero no
para ser admirado pasivamente, sino para correr en él una aventura en la
que nos jugamos la vida. Para llegar al centro, un centro que atrae
irresistiblemente, bodega de licores deliciosos, pero sobre todo, morada
donde habita el Amigo, el Amado: «mejores que el vino son tus amores»
(Cant 1, 3). Ese es el castillo de Teresa.
3.
4. Y este es el ser humano, como ella lo concibe: cincelado de
hermosura y dignidad, de grandeza y de misterio. Lleno de
gracia, por obra de Aquel que agracia cuanto mira y cuanto toca.
Aquel que no solo espera, sino que sale al encuentro, que silba
dulcemente como pastor para guiar los pasos extraviados y ha
preparado de antemano la mesa para el festín del encuentro.
5. La persona es el castillo:
ámbito de relación con el
Huésped que la habita.
Pero la persona es
también esa buscadora
enamorada que recorre
las moradas, que
atraviesa las estancias en
busca del que
ama, sorteando
dificultades, esquivando
alimañas, orientándose
por el silbo del
pastor..., revoloteando, tr
ansformada en
mariposa, cerca ya de la
última estancia, donde
encontrará su glorioso
final.
6. Este castillo es Teresa,
porque la historia que en él
sucede es la suya, su aventura
de mujer. Pero eso mismo está
reservado para cualquiera
que, impulsado por su mismo
anhelo, esté dispuesto a sortear
dificultades y obstáculos. Quizá
es más cómodo quedarse
sentado a la puerta, esperando
que suceda algo. Nada más
lejano del talante de esta mujer.
Luchadora nata, como aquellos
caballeros de las novelas que le
robaban el sueño de
jovencita, se adentrará en el
castillo dispuesta a afrontar lo
que viniera.
7. Y sin embargo (valga la paradoja), de este libro se desprende una certeza: avanzar
en busca de Dios no es únicamente fruto de un empeño humano, sino, ante
todo, la respuesta a un don. Las moradas representan a la persona como
capacidad: el ser humano es “capaz” de Dios, puede disponerse a la acción de la
gracia que lo habita. Los símbolos que vamos a encontrar: la irresistible belleza del
castillo que atrae..., la docilidad de la cera, la sed que empuja hacia el agua
viva, son imágenes que nos hablan de la receptividad con que se acoge un amor
mayor:
«Verdad es que no en todas las moradas podréis entrar por vuestras
fuerzas, aunque os parezca las tenéis grandes, si no os mete el mismo Señor del
castillo» (Concl. 2).
8. Las últimas
etapas del
proceso, las
moradas más
interiores, son
aquellas en las
que solo cabe ya
la osadía de
dejarse llevar, de
atreverse a
confiar en ese
Señor que
seduce, y nos
lleva a donde no
sabemos.
9. El castillo significa también que el acento ha de ponerse en el interior de la persona.
«No nos imaginemos huecas en lo interior» -había subrayado Teresa en Camino de
Perfección. La riqueza verdadera no reside en lo que el ser humano posee fuera de
sí. Y nada fuera de uno mismo puede obstaculizar esta aventura de encontrarse a
solas con Dios, en la morada más principal del Castillo, allí donde pasan «las cosas de
mucho secreto entre Dios y el alma» (1M 1, 3).
10.
11. Ella lo expresó luminosamente en unos versos
que pone en labios de su Señor:
«Y si acaso no supieres
donde me hallarás a mí,
no andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres
a mí buscarme has en ti».
12. 1. Su imagen y semejanza:
«Comprender la hermosura»
13. Noble o plebeyo, cristiano viejo o descendiente de judíos, indio o
colonizador, varón o mujer, clérigo o laico... La España del siglo XVI pone
el acento en la diferencia, marcada e irreconciliable, entre unos seres
humanos y otros. Frente a esta cultura de la segregación que divide y
margina, encontramos en Moradas una valoración nítida y sin fisuras de
la extraordinaria dignidad de toda criatura humana.
14. Todos creados, como relata el Génesis, a imagen de Dios:
«Y creó Dios al ser humano a su imagen, a imagen de Dios lo creó;
varón y mujer los creó» (Gen 1, 27).
15. Ser humano varón y
mujer: ambos están
llamados a
emprender la
misma
búsqueda, imantad
os por el mismo
Amor, convocados
al mismo banquete:
«Que tampoco no
hemos de quedar
las mujeres tan
fuera de gozar las
riquezas del Señor»
–afirmará en las
Meditaciones sobre
los Cantares (1, 8).
16. Asegurar la «gran capacidad» de la mujer es
algo, ciertamente, contestatario en su tiempo, cuando prevalecía la
idea de la inferioridad racional en las mujeres. Con ello se concluía
que eran fácilmente engañadas en la oración, pues carecían del
necesario discernimiento y resultaban especialmente proclives a ser
tentadas por el demonio.
17. Hermosura, dignidad y gran capacidad. Esas tres cualidades las percibe
Teresa y las deja consignadas ya desde el primer párrafo de Moradas.
En el libro de los Proverbios encontró ella un verso que le resonó con
fuerza; en él se decía que Dios «gozaba con los hijos de los hombres»
(Prov 8, 31).
Dios se regocija, disfruta estando con cada criatura. Teresa quiere que
sus hermanas carmelitas, y cualquiera que tenga acceso a este
tratado, caiga en la cuenta de que todo ser humano –también por el
hecho de ser imagen de Dios, que es comunidad-Trinidad–, es creado
para la relación: con el Otro, con los otros
18. Un ser humano que Teresa descubre como un misterio, trasunto del Misterio
que es el mismo Dios. Nunca se le acabará de conocer de un modo absoluto.
Al constatar esa grandeza, necesariamente, brota la alabanza al que es el
origen, el Creador. Y su belleza no se puede perder, aunque sí puede dejar de
verse, cuando la persona opta por la tiniebla, y no por la luz, a la que está
llamada. Torciendo su camino, abusando de su libertad, la persona puede
elegir el mal y malograr la vida.
19. • «…se me ofreció lo que ahora diré para comenzar con algún
fundamento, que es: considerar nuestra alma como un castillo todo
de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos,
así como en el cielo hay muchas moradas; que, si bien lo
consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un
paraíso adonde dice Él tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os parece
que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan
limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa
con qué comparar la gran hermosura de un alma y la gran
capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros
entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como
no pueden llegar a considerar a Dios, pues Él mismo dice que nos
crió a su imagen y semejanza. Pues, si esto es como lo es, no hay
para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este
castillo; porque, puesto que hay la diferencia de él a Dios que del
Criador a la criatura, pues es criatura, basta decir Su Majestad que
es hecha a su imagen para que apenas podamos entender la gran
dignidad y hermosura del ánima» (1M 1, 1).
21. No es un castillo de siete estancias
solamente. Tiene un millón, que es
como decir infinitas. Y no están
colocadas en hilera, sino a la manera
de las hojas que rodean el cogollo de
un palmito –dirá Teresa.
La complejidad de la persona, de este
castillo, no permite simplificaciones.
Teresa afirma que «tiene muchas
coberturas». Buena conocedora de la
interioridad humana, descubre que
en la persona hay múltiples capas
hasta llegar a lo “muy muy
interior”, donde son posibles las
relaciones auténticas con uno
mismo, con el Otro, con los otros.
22. «Camina lento, no te apresures, que a donde tienes que llegar es a ti mismo» –dijo
Ortega y Gasset. Y, alcanzando lo hondo de uno mismo, –descubre Teresa– es como
se llega a Dios: «El Padre está en lo escondido» –había afirmado Jesús (Mt 6, 6).
Teresa sonríe irónicamente ante aquellos que creen poder prescindir del propio
conocimiento:
«Pues pensar que hemos de entrar en el cielo y no entrar en
nosotros, conociéndonos y considerando nuestra miseria y lo que debemos a Dios
y pidiéndole muchas veces misericordia, es desatino» (2M 1, 11).
23. Ya en la antigua Grecia, el filósofo Sócrates había
acuñado como principio de la sabiduría el lema
«conócete a ti mismo». Esto en un doble sentido:
conoce tu interior, tus cualidades, y
también, conoce tu condición, que no eres un
dios sino un ser mortal. También Teresa extraerá
del propio conocimiento la humildad, que sitúa a
la persona ante su desnuda verdad de criatura.
De ahí la importancia de «las pruebas», donde se
palpa la realidad de uno mismo:
«¡Pruébanos, Tú, Señor, que sabes las verdades
para que nos conozcamos!» (3M 1, 9).
El ser humano ha «conquistado» el espacio exterior, pero no su propio interior:
existe en muchas personas un temor invencible a quedarse en silencio consigo
mismas. «Acostumbrarse a soledad es gran cosa» –sentencia Teresa en Camino.
Y ella descubre la dificultad de muchos para «entrar» en el propio castillo, por
lo que viven en la superficie: vidas carentes de intimidad. Se dejan vivir por la
sociedad, sin vivir en plenitud.
24. Para conocerse, Teresa
propone algo más que
un narcisista mirarse a
uno mismo. Aconseja
“volar” –como la
abeja– a considerar la
grandeza de Dios. Si
estamos hechos a su
imagen y
semejanza, su
grandeza será también
la nuestra. Su virtud
despertará nuestra
virtud dormida.
25. No se trata, por tanto, de permanecer en «nuestro cieno de
miserias», dando vueltas en él. Se trata de arrimarnos cada vez más
a ese Bien que nos habita. Él no es un Dios lejano y desentendido
de sus criaturas. Tiene su morada dentro de cada uno.
26. «Pues tornemos ahora a nuestro castillo de muchas moradas; no habéis de
entender estas moradas una en pos de otra como cosa enhilada, sino poned
los ojos en el centro, que es la pieza o palacio adonde está el Rey, y
considerad como un palmito que, para llegar a lo que es de comer, tiene
muchas coberturas que todo lo sabroso cercan. Así acá, en rededor de esta
pieza están muchas y encima lo mismo; porque las cosas del alma siempre
se han de considerar con plenitud y anchura y grandeza, (…) que no la
arrincone ni apriete; déjela andar por estas moradas, arriba y abajo y a
los lados; pues Dios la dio tan gran dignidad, no se estruje en estar mucho
tiempo en una pieza sola; ¡uf!, que si es en el propio conocimiento, que con
cuan necesario es esto, ¡miren que me entiendan!, aun a las que las tiene el
Señor en la misma morada que Él está, que jamás, por encumbrada que
esté, le cumple otra cosa ni podrá aunque quiera: que la humildad siempre
labra como la abeja en la colmena la miel (que sin esto todo va perdido);
mas consideremos que la abeja no deja de salir a volar para traer flores.
Así el alma en el propio conocimiento; créame y vuele algunas veces a
considerar la grandeza y majestad de su Dios. (…)Y créanme que, con la
virtud de Dios obraremos muy mejor virtud que muy atadas a nuestra
tierra» (1M 2, 8).
27. 3. Humildad:
«Cimiento» de este edificio
Tiene mala prensa la humildad en
nuestro tiempo, porque se la conecta
falsamente con el servilismo, con la
dependencia, con la baja autoestima.
Sin embargo, no es una virtud más
entre otras, para adornar a la persona
espiritual. Las más de 40 referencias
directas a la humildad en esta obra dan
fe de la vital importancia que Teresa le
concede en la relación con Dios, con
uno mismo, con los demás. No es
decorado del castillo, es su
fundamento: «todo este edificio, como
he dicho, es su cimiento humildad»
(7M 4, 8).
28. Solo es posible establecer relaciones sanas desde la más honda verdad de uno
mismo, desde el reconocimiento de la propia realidad, también de esa menos
brillante, del lado oscuro de nuestra personalidad. Aprender a integrar esa verdad
es el cauce necesario para la relación. Y eso es la humildad, para Teresa, eso es
«andar en verdad». Así, afirma: «Quiere nuestro Señor que no pierda la memoria
de su ser, para que siempre esté humilde» (7M 4, 2).
29. El propio conocimiento –si se hace bien– desemboca en la
humildad. Y, por eso, había escrito ella en Camino de Perfección
que la humildad es la dama del ajedrez que da jaque mate al Rey.
Y aquí insiste: «humildad, humildad; por esta se deja vencer el
Señor a cuanto de Él queramos» (4M 2, 9).
30.
31. En una sociedad, la del siglo XVI, –y
en una iglesia– esclavizada por la
obsesión de la honra, la humildad
que no mira el falso reconocimiento
social, sino la autenticidad
humana, es camino de libertad y
constructora de relaciones de
fraterna igualdad. Teresa aprende a
ser humilde mirando a Cristo, el
humilde, el humillado, el que se
hace esclavo por amor: «Poned los
ojos en el Crucificado» (7M 4, 8).
La humildad llevará a dejar a Dios
ser Dios, es decir, a dejarle tener el
protagonismo, y no decidir nosotros
por dónde nos ha de llevar. Siempre
desde la certeza de que todo es
regalo. La soberbia es exigente; la
humildad, siempre es agradecida.
32. No queriendo nos tengan por mejores
«Yo quisiera poder dar más a entender en este caso, mas no se puede decir.
Saquemos de aquí, hermanas, que, para conformarnos con nuestro Dios y
Esposo en algo, será bien que estudiemos siempre mucho de andar en esta
verdad. No digo solo que no digamos mentira, que en eso, ¡gloria a Dios!, ya veo
que traéis gran cuenta en estas casas con no decirla por ninguna cosa, sino que
andemos en verdad delante de Dios y de las gentes de cuantas maneras
pudiéremos, en especial no queriendo nos tengan por mejores de lo que
somos, y en nuestras obras dando a Dios lo que es suyo y a nosotras lo que es
nuestro, y procurando sacar en todo la verdad, y así tendremos en poco este
mundo, que es todo mentira y falsedad y, como tal, no es durable» (6M 10, 6).
Humildad es andar en verdad
«Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de
esta virtud de la humildad y púsoseme delante, a mi parecer, sin considerarlo
sino de presto, esto: que es porque Dios es suma Verdad y la humildad es andar
en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la
miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quien más lo
entienda agrada más a la suma Verdad, porque anda en ella. ¡Plega a
Dios, hermanas, nos haga merced de no salir jamás de este propio
conocimiento, amén!» (6M 10, 7).
33. Texto:
AMOR CON AMOR. Páginas escogidas de
las Moradas de Teresa de Jesús.
Madrid, Editorial de
Espiritualidad, 2012, 150 págs. 43-54