2. El matrimonio se parece a un acuerdo tácito de firmar un papel legal que protege a
ambos de que la conversación a partir de ahí no los separa por uno respecto del otro sin
consecuencias malas para ambos. Esa conversación que ha hecho de la mujer un espejo
del hombre y viceversa y que da firmeza al discutir y hablar por demás respecto del
estar juntos pero solteros ambos dudando ahí de lo que haga o diga el otro ante lo cual
huir hacia otros vínculos. Hombre y mujer ganan un cepo que les da oficio en el
acostumbrarse a hablar cada vez más y más y de igual a igual. La complicidad que los
hace enfrentar hechos circunstancias y personas para conseguir algo. Hay un vértigo de
a dos. Un método de ataque y defensa que los une defendiendo sus causas. Mientras
charlan se consiguen beneficios para criar hijos y tener un mejor pasar económico. La
alquimia hace el juego de sujetarlos entre sí para evitar que sus géneros con sus
diferentes energías se vuelvan en contra. Es como avivar el fuego que no se consume
con la vitalidad de la conversación. A esto se agrega el afecto de ver que lo que los une
en ello da resultados. Se empiezan a querer de una forma que es parte del misterio de lo
que los tiene latentes en cuanto a géneros diferentes. Lo masculino y lo femenino hacen
una fortaleza. Los hijos suelen ser parte de esa explicación si no toda. El cariño es una
mirada diferente entre ellos a la que se pueden tener los que no pactan. Estos últimos
son la diversidad y a la vez el bonvivánt que descree que esa conversación sea algo más
que una seguridad previa que la estimuló producto de lo favorable de ciertas suertes y
accidentes que la alentaron. Es decir, que ellos no tuvieron a mano. En ello se generaron
las dos formas de vida de ambos grupos. Uno se pregunta qué fue esa suerte que alentó
la conversación. Qué hace que algunos lleguen a tener la proclividad a establecerse en
ella y los otros no. Establecerse es quedarse en un lugar que en principio parece seguro.
Lo suficiente para imitar ejemplos de padres y abuelos que los precedieron en correr la
misma suerte. Otros en cambio notan lo que de afuera se ve como una privacía de la
libertad que da el tener que conversar en ese establecerse y más que nada la realidad
mas actual de ver que a diferencia del ayer los pactos se rompen y las consecuencias
parecen devastar lo hecho. Sin embargo los que no rompían el pacto eran los que
hablaban menos y trabajaban más. Es decir, los abuelos. No se sabe si hay un mito en
eso de que los abuelos trabajaron. Lo que es seguro es que no consumieron ni una
décima parte lo que los mantenía menos en guerras de procurarse cosas. Como si la
conversación fuese de repente un maléfico querer tanto en detrimento de otros. Como si
hiciese falta hablar mucho para entrar en un mundo nuevo en el que entender y tomar
decisiones es más complejo lo que da lugar a la mujer para la cual se harán a partir de
ahí muchas de las cosas que se ofrecen. Los que abnégan de ello y no conversan creen
que se está frente a un ridículo mundo de apariencias con factores de poder y ambición
ajenos a la forma de vivir la vida sin ser perseguidos por sus fantasmas que de aquello
derivan.
Hay un ver a lo extra familiar como un símbolo del egoísmo humano. Si no se hace algo
por amor es porque no se hace para una familia o los hijos. Como si el estigma de la
generosidad estuviese apoyado en que cualquier cosa que se haga en favor de familia e
hijos sea amable. Casi como un derecho a luchar contra la maldad de los que así no lo
hacen y matarlos desde la mirada social. Conseguir un buen vivir lleno de excesos no
será exceso si se es familia. O al menos será un hermoso exceso. Quizá sea así. Aun así
muchos que viven en la abundancia tratan de perpetrar su suerte ya lejos de su ex mujer
y sus hijos más o menos crecidos. La mujer quiere gestar. Muchas no miden
consecuencias. Otras sí y se las aguantan.