El abuelo enseñó a sus nietas Sabrina y Carolina sobre el respeto mediante un juego en el que tenían que escribir la palabra "disculpas" cada vez que le faltaran el respeto a alguien. Cansadas de escribir constantemente, las niñas decidieron dejar de faltarle el respeto a los demás. El abuelo les explicó que del mismo modo que era imposible borrar por completo lo escrito en sus cuadernos, lastimar a otros deja marcas imborrables en sus corazones.